Una alternativa marxista a la crisis global del capitalismo (1ª parte)
Contenido
¡Que la crisis la paguen los ricos!
Manifiesto de la Corriente Marxista Internacional
La crisis del capitalismo es global y está teniendo un impacto profundo en las condiciones de vida de millones de trabajadores de todo el mundo. Entre los trabajadores y jóvenes comienza a formarse la conciencia de que algo en este sistema va seriamente mal, que esta no es la manera en la que deben vivir los seres humanos. Los trabajadores buscan una explicación y alternativas para salir de este caos.
Nosotros hemos elaborado un Manifiesto que subraya las causas de esta situación y plantea un programa de acción para el movimiento obrero internacional.
Estamos siendo testigos en todos los países de cómo la gente participa cada vez más en reuniones, y compra nuestros periódicos, folletos y libros. Este es el momento en el que los marxistas deberían estar incrementando sus actividades, y buscando nuevos simpatizantes para ganarlos al marxismo.
Llamamos a nuestros colaboradores y simpatizantes a que impriman este Manifiesto y lo distribuyan tan ampliamente como les sea posible entre los trabajadores y la juventud. Se deberían organizar reuniones a su alrededor para discutirlo. La situación que se ha abierto prepara un escenario donde capas cada vez más amplias de trabajadores y jóvenes están preparadas para escuchar las ideas y análisis marxistas, y también quieren hacer algo para cambiar la sociedad.
Los trabajadores empiezan a protestar y a radicalizarse cada vez más cada día que pasa. Todo esto debe dar un sentido de urgencia a la construcción de la Corriente Marxista Internacional (CMI) en todos los países. Es la tarea ardiente del momento.
Una crisis global del capitalismo
La crisis del capitalismo mundial es un hecho que nadie puede ignorar. Ayer mismo los economistas nos aseguraban que era imposible un nuevo 1929. Ahora hablan de la amenaza de otra Gran Depresión. El FMI advierte del riesgo de una recesión económica severa y prolongada a escala mundial. Lo que comenzó como un colapso financiero en EEUU se ha extendido ahora a la economía real, amenazando los empleos, las viviendas y las vidas de millones de personas.
El pánico se ha apoderado de los mercados. Richard Fuld, ex-ejecutivo jefe del banco quebrado Lehman Brothers, dijo en el Congreso norteamericano que su banco había volado debido a una «tormenta de miedo». Esa tormenta no muestra signos de amainar. No sólo los bancos están amenazados con la bancarrota, sino también países, como demuestra el ejemplo de Islandia. Asia se suponía que salvaría al mundo de la recesión, pero los mercados asiáticos han sido arrastrados por el torbellino general. Diariamente se registran caídas exorbitantes desde Tokio a Shanghái, desde Moscú a Hong Kong.
Este es el mayor colapso financiero desde 1929. Y como ocurrió con el gran crack, también ha estado precedido de una especulación masiva durante el período anterior. La magnitud de la especulación en las últimas dos décadas no tiene precedentes. La capitalización bursátil en EEUU pasó de 5,4 billones de dólares en 1994 a 17,7 billones en 1999, y a 35 billones en 2007. Esto supera con creces la cantidad de capital especulativo que estaba presente antes de 1929. El mercado mundial de «derivados» alcanza por lo menos los 500 billones de dólares, lo cual es diez veces más que el total de la producción mundial de mercancías y servicios.
En los años de boom, cuando los banqueros consiguieron acumular cantidades incalculables de riqueza, no se planteaba compartir las ganancias con el resto de la sociedad. Pero ahora que tienen dificultades recurren al gobierno exigiendo dinero. Si un jugador compulsivo pide prestados mil dólares y los pierde, al ser incapaz de devolverlos irá a prisión. Pero si un banquero rico apostó miles de millones de dólares del dinero de otras personas y los pierde, no sólo no va a prisión, sino que además el Estado lo recompensará con más miles de millones de dólares de otras personas.
Enfrentados al riesgo de un colapso total del sistema bancario, los gobiernos están tomando medidas desesperadas. La administración Bush ha inyectado 700.000 millones de dólares en las arcas de los banqueros en un intento frenético de infundir vida a un sistema financiero moribundo. Es el equivalente de aproximadamente 2.400 dólares por cada hombre, mujer y niño de EEUU. El gobierno británico ha anunciado un plan de rescate superior a los 400.000 millones de libras (proporcionalmente muy superior al de EEUU) y la Unión Europea ha añadido otros tantos miles de millones. El plan de rescate alemán asciende a aproximadamente el 20 por ciento del PIB de la economía más grande de Europa. El gobierno de Angela Merkel prometió 80.000 millones de euros para recapitalizar los bancos con problemas, y el resto ha sido destinado a cubrir las garantías de los préstamos y las pérdidas. Hasta ahora se han gastado ya en el mundo aproximadamente 2,5 billones de dólares y eso no ha conseguido detener la espiral descendente.
Medidas desesperadas
La crisis actual está lejos de haber terminado todo su recorrido. Las medidas que han tomado gobiernos y bancos centrales no la detendrán. Al arrojar grandes sumas de dinero a los bancos sólo conseguirán, en el mejor de los casos, un respiro temporal y aliviar ligeramente la crisis a costa de una enorme carga de deuda para las futuras generaciones. Pero todo economista serio sabe que los mercados tienen que caer aún más.
En cierto sentido, la situación actual es aún peor que en los años treinta. La enorme oleada de especulación que precedió y preparó esta crisis financiera es varias veces mayor que la que desencadenó el crack de 1929. Las cantidades de capital ficticio que se han bombeado al sistema financiero mundial y que constituyen un veneno que amenaza con destruirlo todo, son tan formidables que nadie es capaz de cuantificarlas. La consiguiente «corrección» (por hacer uso del eufemismo actual al que recurren los economistas) será por tanto incluso más dolorosa y duradera.
En los años treinta EEUU era el mayor acreedor del mundo, ahora es el mayor deudor. En la época del New Deal, Roosevelt, en un intento de sacar la economía norteamericana de la Gran Depresión, tenía a su disposición enormes cantidades de dinero. Hoy, Bush tiene que suplicar a un Congreso reticente que le entregue un dinero que no tiene. La aprobación del regalo de 700.000 millones de dólares a los grandes negocios significa el aumento correspondiente del endeudamiento público. Esto a su vez significa todo un período de austeridad y recortes de los niveles de vida para millones de ciudadanos estadounidenses.
Estas medidas de pánico no evitarán la crisis, que apenas acaba de comenzar. De la misma manera, el New Deal de Roosevelt, contrariamente a la percepción popular, no detuvo la Gran Depresión. La economía norteamericana permaneció en situación de depresión hasta 1941, cuando EEUU entró en la Segunda Guerra Mundial y el gigantesco gasto militar finalmente acabó con el desempleo. Una vez más nos enfrentamos a un período largo de declive de los niveles de vida, cierres de fábrica, reducción de los salarios, recortes del gasto público y austeridad general.
Los capitalistas se encuentran en un callejón sin salida y no ven una alternativa. Todos los partidos tradicionales están en una situación de perplejidad que raya la parálisis. El presidente Bush le ha dicho al mundo que «llevará su tiempo» para que su plan de rescate financiero funcione. Mientras tanto, más empresas caen en la bancarrota, más gente pierde su empleo y más naciones se arruinan. La crisis crediticia está comenzando a estrangular a empresas antes sanas. Incapaces de conseguir capital, las empresas tendrán que recortar primero la inversión fija, después el capital circulante y finalmente el empleo.
Los empresarios están rogando a los gobiernos y bancos centrales que recorten los tipos de interés. Pero en las circunstancias actuales esta medida no ayudará. El recorte coordinado de medio punto porcentual fue seguido por caídas profundas en los mercados bursátiles mundiales. El caos en los mercados no se resolverá con reducciones de los tipos de los tipos de interés de los bancos centrales. Frente a una recesión global nadie quiere comprar acciones y nadie está dispuesto a prestar dinero. Los bancos dejan de prestar dinero porque no confían en recuperar ese dinero. Todo el sistema está amenazado con la parálisis.
A pesar de los esfuerzos coordinados de los bancos centrales para inyectar dinero al sistema, los mercados del crédito siguen obstinadamente congelados. El gobierno británico dio a los banqueros un regalo superior a los 400.000 millones de libras. La reacción fue una caída de la bolsa. De hecho, el tipo de interés de los préstamos interbancarios aumentó después del anuncio de este donativo y tras el anuncio de que el Banco de Inglaterra reduciría los tipos de interés medio punto porcentual. Por lo general, estos recortes no se están trasladando a los prestatarios ni a los compradores de casas. Estas medidas no han solucionado la crisis, sino más bien han metido dinero en los bolsillos de la misma gente cuya actividad especulativa, si no causó la crisis, sí la ha exacerbado enormemente y le ha dado un carácter convulso e incontrolable.
Los banqueros nunca pierden
En el pasado, el banquero era percibido como un hombre respetable con traje gris que se suponía era un modelo de responsabilidad y que sometía a la gente a una severa investigación antes de prestar dinero. Pero en el último período todo eso cambió. Con los tipos de interés bajos y abundante liquidez, los banqueros dejaron a un lado la cautela y prestaron miles de millones de dólares por altos márgenes a gente que, cuando subieron los tipos de interés, descubrieron que eran incapaces de devolver los préstamos. El resultado fue la crisis de las hipotecas subprime que ayudó a desestabilizar todo el sistema financiero.
Los gobiernos y bancos centrales conspiraron para avivar las llamas de la especulación en un intento de evitar una recesión. Con Alan Greenspan al frente de la Reserva Federal de Estados Unidos los tipos de interés se mantuvieron muy bajos. Esta medida fue alabada como una política sabia. Pero estos métodos de posponer el día funesto sólo sirvieron para hacer que la crisis fuera mil veces peor cuando ésta finalmente llegó. El dinero barato permitió a los banqueros participar en una orgía de especulación. Los individuos pedían dinero prestado para invertir en propiedad o comprar bienes; los inversores utilizaban la deuda barata para invertir en valores con mayor rendimiento o vivían de prestado a costa de las inversiones existentes; los préstamos bancarios iban muy por delante de los depósitos bancarios alcanzando un nivel sin precedentes, y las actividades dudosas no se apuntaban en los libros de balance.
Ahora toda esta situación se ha convertido en su contrario. Todos los factores que impulsaron la economía se combinan ahora para crear una fiera espiral descendente. Cuando llega la hora de pagar la deuda, la escasez de crédito amenaza con paralizar toda la economía. Si un trabajador comete un grave error en su trabajo, será despedido. Pero cuando los banqueros arruinan todo el sistema financiero, esperan ser recompensados. Los hombres con trajes elegantes que hicieron fortunas especulando con el dinero de otros ahora exigen que el contribuyente los rescate. Esta es una lógica muy peculiar que la mayoría de la gente tiene dificultades para comprender.
En los años de boom el sector bancario y financiero consiguió enormes ganancias. Sólo en el año 2006 los grandes bancos generaron aproximadamente el 40 por ciento de todos las ganancias empresariales de EEUU. Es una industria donde los altos ejecutivos reciben recompensas 344 veces superiores a lo que cobra un trabajador medio norteamericano. Hace treinta años un presidente medio de una empresa conseguía aproximadamente 35 veces el salario de un trabajador medio. El año pasado, el presidente de una de las 500 primeras empresas recibió en concepto de «compensación» 10,5 millones de dólares.
Los banqueros quieren que olvidemos todo esto y nos concentremos en la urgencia de salvar los bancos. Todas las necesidades apremiantes de la sociedad se dejan a un lado y la riqueza de la sociedad se pone enteramente a disposición de los banqueros, cuyos servicios a la sociedad se supone que son más importantes que los servicios de enfermeras, médicos, profesores o trabajadores de la construcción. Los gobiernos de la Unión Europea (UE) y EEUU gastaron en una semana el equivalente a lo que sería necesario para aliviar el hambre mundial durante casi 50 años. Mientras millones pasan hambre, los banqueros continúan recibiendo suntuosos salarios y bonificaciones, y mantienen un estilo de vida extravagante a costa de la población. El hecho de que exista una crisis no supone ninguna diferencia para ellos.
¿»En interés de todos»?
A la mayoría de la gente no le convence los argumentos de los banqueros y políticos. Se sienten amargamente molestos por el hecho de que su dinero, tan difícil de ganar, sea entregado a los banqueros y a los ricos. Pero cuando protestan se encuentran con un coro ensordecedor de políticos que dicen: «No hay alternativa». Este argumento se repite con tanta frecuencia e insistencia que silencia a la mayoría de los críticos, especialmente cuando todos los partidos políticos están de acuerdo en ello.
Demócratas y Republicanos, socialdemócratas, demócrata-cristianos, conservadores y laboristas, todos han unido sus fuerzas en una auténtica conspiración para convencer a la opinión pública de que está «en el interés de todos» robar a la clase obrera para poner más dinero en manos de los gánsteres empresariales. «Necesitamos un sistema bancario sano (es decir, rentable)», gritan. «Necesitamos restaurar la confianza porque, si no, tendremos un Apocalipsis mañana por la mañana».
Este tipo de argumentación pretende generar una atmósfera de pánico y temor para que sea imposible tener una discusión racional. Pero, ¿en qué consiste realmente este argumento? Despojado de todas las sutilezas, significa sólo una cosa: Ya que los bancos están en manos de los ricos, y ya que los ricos sólo «arriesgarán» su dinero si consiguen una alta tasa de ganancia, y ya que de momento no están consiguiendo ganancias sino sólo pérdidas, el gobierno debe intervenir y darles grandes sumas de dinero para restaurar sus ganancias y, por tanto, su confianza. Así, y sólo así, todo estará bien.
El famoso economista norteamericano John Kenneth Galbraith resumió este argumento de la siguiente forma: «Los pobres tienen demasiado dinero y los ricos no tienen suficiente». La idea es que si a los ricos les va bien entonces a largo plazo algo de la riqueza se derramará y nos beneficiaremos todos. Pero como decía Keynes: a largo plazo todos estaremos muertos. Además, esta teoría ha demostrado ser falsa en la práctica.
El argumento de que es absolutamente necesario inyectar enormes sumas de dinero público en los bancos porque no hacerlo significaría una catástrofe, no convence a los trabajadores. Estos últimos hacen una pregunta muy sencilla: ¿por qué debemos pagar nosotros por los errores de los banqueros? Si ellos son los que se han metido en este lío, entonces ellos deberían salir solos. Aparte de una considerable pérdida de empleos en los sectores financiero y de servicios, la crisis bancaria afecta en otros sentidos a los niveles de vida. La agitación en los mercados ha hundido la bolsa y devastado los ahorros de trabajadores y clase media.
Hasta la fecha, los planes privados de jubilación en EEUU han perdido 2 billones de dólares. Eso significa que gente que ha trabajado duro durante toda su vida y ahorrado dinero con la esperanza de tener una jubilación relativamente digna, ahora tiene que cancelar esos planes y retrasar su jubilación. Más de la mitad de las personas entrevistadas en una encuesta reciente decían que les preocupaba tener que trabajar más horas porque el valor de sus ahorros para la jubilación había caído y casi uno de cada cuatro ha tenido que aumentar el número de horas de trabajo.
Mucha gente se enfrenta a los desahucios y a la pérdida de sus hogares. Si una familia pierde su casa, se dice que es el resultado de su propia codicia y falta de previsión. Las férreas leyes del mercado y la «supervivencia del más fuerte» los condenan a vivir en la calle. Es una cuestión privada y no preocupa al gobierno. Pero si un banco se arruina por la especulación voraz de los banqueros, es una terrible desgracia para toda la sociedad y, por tanto, toda la sociedad debe unirse para salvarlo ¡Esta es la lógica retorcida del capitalismo!
Hay que luchar contra este intento vergonzoso de colocar la carga de la crisis sobre los hombros de los que menos tienen. Para resolver la crisis es necesario arrebatar todo el sistema bancario y financiero de las manos de los especuladores y ponerlo bajo el control democrático de la sociedad, para así servir a los intereses de la mayoría y no a los intereses de los ricos.
Nosotros exigimos:
1) ¡No más rescates a los ricos! ¡Ninguna compensación a los peces gordos! Nacionalización de los bancos y aseguradoras bajo el control y administración democrática de los trabajadores. Las decisiones bancarias se deben tomar en interés de la mayoría de la sociedad y no en el interés de una minoría de zánganos ricos. La compensación por los bancos y empresas nacionalizadas sólo se debe pagar en caso de necesidad comprobada a pequeños inversores. La nacionalización de los bancos es la única manera de garantizar los depósitos y ahorros de la gente corriente.
2) Control democrático de los bancos. Los consejos de administración deberían estar formados de la siguiente manera: un tercio elegido por los trabajadores del banco, un tercio elegido por los sindicatos para representar a los intereses de la clase obrera en su totalidad y un tercio por el gobierno.
3) Prohibición inmediata de las bonificaciones exorbitantes, los salarios de todos los ejecutivos deberían limitarse al salario de un trabajador calificado. ¿Por qué un banquero debe ganar más que un médico o un dentista? Si los banqueros no están dispuestos a cumplir unos términos razonables, hay que mostrarles la puerta y sustituirlos por licenciados calificados, muchos de los cuales buscan empleo y están dispuestos a servir a la sociedad.
4) Reducción inmediata de los tipos de interés, que deberían limitarse a los costos indispensables de las operaciones bancarias. Disposición de crédito barato para aquellos que lo necesiten: pequeñas empresas y trabajadores para comprar casas, y no para los banqueros y capitalistas.
5) Derecho a una vivienda, paralización inmediata de los remates y desahucios, reducción general de los alquileres y un programa masivo de construcción de viviendas sociales baratas y de calidad.
La causa de la crisis
La causa de fondo de la crisis no es el mal comportamiento de algunos individuos. Si eso fuera así entonces la solución sería sencilla: conseguir que en el futuro se comporten mejor. Eso es lo que Gordon Brown quiere decir cuando habla de la «transparencia, honestidad y responsabilidad». Pero todo el mundo sabe que las finanzas internacionales son tan transparentes como un pozo negro, que la fraternidad bancaria es tan honesta como una reunión de la mafia, y es tan responsable como un jugador compulsivo. Pero incluso si todos los banqueros fueran unos santos, eso no supondría ninguna diferencia fundamental.
No es correcto atribuir la causa de la crisis a la avaricia y la corrupción de los banqueros (aunque son sumamente codiciosos y corruptos). Más bien es una expresión de la enfermedad del sistema en general, una expresión de la crisis orgánica del capitalismo. El problema no es la codicia de ciertos individuos, ni la falta de liquidez o la ausencia de confianza. El problema es que el sistema capitalista a escala mundial está en un absoluto callejón sin salida. La causa primordial de la crisis es que el desarrollo de las fuerzas productivas ha superado los estrechos límites de la propiedad privada y el Estado nacional. La expansión y contracción del crédito con frecuencia se presenta como la causa de la crisis, pero en realidad es sólo el síntoma más visible. Las crisis son una parte integral del sistema capitalista.
Marx y Engels hace tiempo explicaron que:
«Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró. Desde hace varias décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el régimen vigente de producción, contra el régimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio político de la burguesía.
«Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer ¿Y todo por qué? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio.
«Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el régimen burgués de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este régimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstáculo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el régimen burgués de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistándose nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas».
Estas palabras de El Manifiesto Comunista, escrito en 1848, son tan relevantes y están tan vigentes hoy como cuando fueron escritas. Podían haber sido escritas ayer.
En cualquier caso, la cuestión más importante no es la banca sino la economía real: la producción de mercancías y servicios. Para poder obtener ganancias, los capitalistas estos deben encontrar un mercado. Pero la demanda está sufriendo una abrupta caída y la situación se ha agravado por la falta de crédito. Nos enfrentamos a una crisis clásica del capitalismo que ya se ha cobrado muchas víctimas inocentes. El colapso de los precios inmobiliarios en EEUU ha llevado a una crisis en la industria de la construcción, que ya ha destruido miles de puestos de trabajo. La industria automotriz está en crisis, las ventas en EEUU están en su nivel más bajo en 16 años. Esto a su vez significa una caída de la demanda de acero, plástico, caucho, electricidad, petróleo y otros productos. Tendrá consecuencias en toda la economía, supondrá un aumento del desempleo y una caída de los niveles de vida.
Anarquía capitalista
Durante los últimos treinta años o más, nos han insistido que el mejor de los sistemas económicos posibles era algo llamado economía de libre mercado. Desde finales de los años setenta, el mantra de la burguesía fue «dejá los mercados a rienda suelta» y «mantené al Estado fuera de la economía». Se suponía que el mercado poseía poderes mágicos que le permitían organizar las fuerzas productivas sin la intervención del Estado. Esta idea es tan vieja como Adam Smith, que en el siglo XVIII hablaba de la «mano invisible del mercado». Los políticos y economistas alardeaban de haber eliminado el ciclo económico. «No regresaremos al ciclo de boom y recesión», repetían una y otra vez.
¡Ni hablar de seguir regulación alguna! Todo lo contrario, exigían a gritos que se suprimieran todas las regulaciones ya que iban en «detrimento del libre mercado». Por lo tanto, arrojaron a la hoguera todas las regulaciones y dejaron que las fuerzas del mercado reinaran libremente. La concupiscencia por el beneficio hizo el resto, según se movían de un continente a otro cantidades enormes de capital sin ningún tipo de obstáculo, destruyendo industrias y derrumbando divisas nacionales sólo con apretar la tecla de una computadora. Es lo que Marx denominaba la anarquía del capitalismo. Ahora vemos los resultados. Con 700.000 millones de dólares del gobierno estadounidense y más de 400.000 millones de libras del británico, el Estado se verá implicado en la economía durante muchos años. 400.000 millones de libras es el equivalente a la mitad de la renta nacional británica. Incluso si esta cantidad se reembolsa (que es mucho suponer) eso significa muchos años de aumentos de impuestos, recortes del gasto social y austeridad.
El instinto de manada, una ley muy vieja, es lo que gobierna el comportamiento de los mercados. El apenas perceptible olor de un león merodeando en la sabana conseguirá que una manada de ñus se asuste y provocará una estampida que nada detendrá. Este es el tipo de mecanismo que determina los destinos de millones de personas. Esta es la cruda realidad de la economía de mercado. Igual que el ñu puede oler a un león, los mercados pueden oler la inminencia de la recesión. La perspectiva de una recesión es la verdadera causa del pánico. Una vez que esto ocurre, nada puede detenerlo. Todos los discursos, todos los recortes de tipos de interés, todas las limosnas a los bancos no tendrán efecto en los mercados financieros. Verán que los gobiernos y bancos centrales tienen miedo y sacarán las conclusiones necesarias.
El pánico que ha recorrido los mercados amenaza con aplastar todos los intentos de los gobiernos de contener la crisis. Ninguna de las medidas desesperadas adoptadas por la Reserva Federal de EEUU, ni los gobiernos europeos, ni por los bancos centrales han conseguido detener la estampida. El efecto de este escándalo es mayor porque la misma gente que ahora pide a gritos la ayuda estatal es la que siempre gritaba que el gobierno no tenía cabida en el funcionamiento de la economía y que el libre mercado debía funcionar sin regulaciones ni ninguna otra forma de intromisión del Estado.
Ahora todos se quejan amargamente de que los reguladores no hicieron bien su trabajo. Pero hasta hace poco todos estaban de acuerdo en que la tarea de los reguladores era sencillamente dejar solos a los mercados. Las autoridades protectoras tienen mucha razón cuando dicen que su trabajo no es dirigir los bancos, porque ese fue el mantra de los últimos treinta años. Desde Londres a Nueva York y Reikjiavik los reguladores fracasaron y dieron rienda suelta a los «excesos» de la industria financiera. Durante las últimas tres décadas todos los defensores de la economía de mercado exigieron la supresión de las regulaciones.
La competencia por los negocios entre centros financieros se suponía que garantizaba que el mercado funcionase de manera eficiente, gracias a la mano invisible del mercado. Pero la bancarrota de esta política de laisez-faire quedó cruelmente al descubierto el invierno de 2007. Ahora todos se dan golpes en el pecho y gimen por las consecuencias de sus propios actos. La sociedad paga ahora la factura de una política que permitió a los capitalistas y a sus representantes políticos intentar mantener un boom inflando constantemente la burbuja especulativa. Todos participaron en este masivo fraude. Republicanos y Demócratas, laboristas y conservadores, socialdemócratas y ex «comunistas», todos abrazaron la economía de mercado y aplaudieron este alegre carnaval de hacer dinero.
Es muy fácil ser sabio después de que han sucedido los acontecimientos, como te dirá cualquier borracho a la mañana siguiente después de una borrachera. Todos juran que han aprendido la lección y que nunca más beberán, una decisión excelente que sinceramente quieren cumplir, hasta la siguiente borrachera. Ahora los reguladores financieros están metiendo la nariz en incluso los aspectos más pequeños de los asuntos de la banca, pero sólo después de que los bancos se pusieran al borde del colapso. ¿Dónde estaban antes los reguladores?
Ahora todo el mundo culpa de la crisis a los banqueros codiciosos. Pero sólo ayer estos mismos banqueros codiciosos eran saludados universalmente como los salvadores de la nación, los creadores de riqueza, los emprendedores de riesgos y los creadores de empleo. Muchos en la City de Londres y en Wall Street ahora se enfrentan a la pérdida de sus puestos de trabajo. Pero los negociantes habrán conseguido millones por la especulación en el mercado. Los jefes de los operadores en los consejos de administración permitieron que continuara el casino porque su salario estaba también vinculado a los resultados a corto plazo.
Tardíamente las autoridades intentan poner freno a los salarios de los banqueros como uno de los precios de los planes de rescate. Lo hacen no por principio ni convicción, sino porque temen la reacción de la población ante el escándalo de que se paguen enormes sobresueldos de los fondos públicos a las mismas personas que han causado el caos en la economía. A los empresarios no les importa el ambiente de rabia y odio que se está acumulando en la sociedad. En cualquier caso, les es indiferente. Pero los políticos no se pueden permitir ser totalmente indiferentes a los votantes que pueden echarlos en las próximas elecciones.
El problema al que se enfrentan es que es imposible regular la anarquía capitalista. Se quejan de la codicia, pero ésta es el corazón de la economía de mercado y no se puede evitar. Todos los intentos de limitar la «excesiva» remuneración, las comisiones, etc., se encontrarán con un sabotaje. El mercado expresará su desaprobación con repentinas caídas de los precios de las acciones. Eso servirá para concentrar la mente de los legisladores y los obligará a prestar atención al electorado real: los propietarios de la riqueza. Cuando un trabajador sacrifica este año un aumento salarial, ese dinero está perdido para siempre. Pero esa misma regla no se aplica a los banqueros y capitalistas. Incluso si estos últimos, por razones cosméticas, aceptan restringir este año sus gratificaciones, compensarán este gran «sacrificio» aumentado sus ingresos el próximo año. No es nada difícil.
La idea de que los hombres y las mujeres son incapaces de ordenar mejor sus asuntos es una calumnia monstruosa contra la raza humana. Durante los últimos 10.000 años la humanidad ha demostrado ser capaz de superar todos los obstáculos y avanzar hacia el objetivo final de la libertad. Los maravillosos descubrimientos de la ciencia y la tecnología han puesto en nuestras manos la perspectiva de resolver todos los problemas que nos han atormentado durante siglos y milenios. Pero este colosal potencial nunca se podrá desarrollar hasta su máxima plenitud mientras esté subordinado al sistema de la ganancia.
Por una vida mejor
Increíblemente, en sus esfuerzos por defender el capitalismo, algunos comentaristas intentan culpar de la crisis a los consumidores y compradores de casas. «Todos somos culpables», dicen, sin ni siquiera ruborizarse. Después de todo, según dicen, nadie nos obligó a tomar un 125 por ciento de hipoteca ni a endeudarnos para pagar las vacaciones en el extranjero o zapatos de diseño. Pero en una situación donde la economía se desarrolla rápido y el crédito es barato, incluso los pobres tienen la tentación de «vivir más allá de sus posibilidades». En realidad, en determinado momento los tipos de interés reales en EEUU fueron negativos (porque los tipos de interés estaban por debajo de a inflación), eso significaba que a la gente se la castigaba por no adquirir un préstamo.
El capitalismo crea constantemente nuevas necesidades y la publicidad es ahora una gran industria, que utiliza los métodos más sofisticados para convencer a los consumidores de que deben tener esto o aquello. El estilo de vida colmado de las ricas «celebridades» se presenta ante la mirada fija de los pobres, les presentan una visión distorsionada de la vida y les lavan el cerebro para que aspiren a cosas que nunca serán suyas. Después, los hipócritas burgueses señalan con el dedo acusador a las masas que, como Tántalo, están condenados a observar el banquete mientras sufren todos los tormentos del hambre y la sed.
No hay nada inmoral e ilógico en aspirar a una vida mejor. Si los hombres y las mujeres no aspiraran constantemente a algo mejor, entonces nunca habría progreso. La sociedad se hundiría en una situación de estancamiento e inercia. Ciertamente, debemos aspirar a una vida mejor, porque sólo tenemos una. Y si todo lo que podemos esperar es lo que ahora existe, la perspectiva de la humanidad realmente sería sombría. Lo que sí es inmoral e inhumano es la lucha incesante por la supervivencia que ha creado el capitalismo, que se basa en la codicia individual, no simplemente como una virtud sino como el motivo principal de todo progreso humano.
La clase capitalista cree en la presunta supervivencia del más fuerte. Sin embargo, lo que quieren decir con esta supervivencia no es el más fuerte o más inteligente, sino sólo el rico, a pesar de que pueda ser débil, estúpido, feo o enfermo, y da igual cuántos seres inteligentes y fuertes mueran en el proceso. Se cultiva sistemáticamente la idea de que mi avance personal debe ser a costa de los demás, que mi codicia personal debe ser satisfecha con las pérdidas de los otros y que para avanzar es necesario pisotear a los demás. Este tipo de violento individualismo burgués es la base moral y psicológica de muchos de los males que actualmente afectan a la sociedad, que corroe sus entrañas y la arrastran al nivel de la barbarie primitiva. Es la moralidad de la competencia brutal, el concepto de «sálvese quien pueda y tonto el último».
Esta caricatura miserable de la selección natural es una calumnia a la memoria de Charles Darwin. De hecho, no fue la competencia sino la cooperación la clave para la supervivencia y el desarrollo de la raza humana desde sus primeros orígenes. Nuestros primeros ancestros en la sabana del África oriental (porque todos descendemos de inmigrantes africanos) eran criaturas débiles y pequeñas. Carecían de garras y dientes fuertes. No podían correr tan rápido como los animales que querían comer o los depredadores que los querían comer. De acuerdo con la «supervivencia del más fuerte» nuestra especie se habría extinguido hace millones de años. La principal ventaja evolutiva que poseían nuestros ancestros fue la cooperación y la producción social. El individualismo en esas condiciones habría significado la muerte.
Cambios en la conciencia
A los defensores de la llamada teoría de la supervivencia del más fuerte sólo hay que hacerles una pregunta sencilla: ¿por qué a los bancos, que han demostrado una incapacidad total para la supervivencia, no les dejan morir sino que se los debe salvar a toda costa con la generosidad de esa misma sociedad que se supone no existía? Para salvar a los bancos débiles y no aptos, dirigidos por banqueros estúpidos e ineficientes, se supone que la mayoría inteligente y trabajadora debe sacrificarse con mucho gusto. Pero la sociedad de ninguna manera está convencida de la utilidad de esta noble causa, ni de que deban abandonarse cosas «superfluas» como hospitales y escuelas, ni aceptar un régimen de austeridad en el futuro.
Las sacudidas económicas que diariamente aparecen en los diarios y pantallas de televisión cuentan una historia cuyo significado es claro para todos: el sistema actual no funciona. Por utilizar una expresión norteamericana: no ha estado a la altura de la situación. No hay dinero para la salud, escuelas o pensiones, pero para Wall Street hay todo el dinero del mundo. En palabras del escritor norteamericano más grande de la actualidad, Gore Vidal, lo que tenemos es «socialismo para los ricos y economía de libre mercado para los pobres».
Mucha gente normal está sacando de esta situación conclusiones correctas. Comienzan a cuestionar el sistema capitalista y buscan alternativas. Desgraciadamente, no hay alternativas inmediatamente evidentes. En EEUU miran a Obama y los Demócratas. Pero los Republicanos y los Demócratas sólo son la bota derecha e izquierda del Gran Capital. Gore Vidal dijo: «En nuestra República hay un solo partido, el Partido de la Propiedad, con dos alas de derecha». Obama y McCain apoyaron lealmente el plan de rescate de 700.000 millones de dólares para el Gran Capital. Representan los mismos intereses con sólo leves variaciones en la táctica.
Estos acontecimientos tendrán un efecto poderoso sobre la conciencia. Una proposición elemental del marxismo es que la conciencia humana es profundamente conservadora. En general a la gente no le gusta el cambio. El hábito, la tradición y la rutina juegan un papel muy importante en la modelación de la psicología de las masas, que normalmente se resiste a la idea de alteraciones importantes en sus vidas y costumbres. Pero cuando los grandes acontecimientos sacuden la sociedad hasta sus cimientos, la gente se ve obligada a reconsiderar sus viejas ideas, creencias y prejuicios.
Ahora hemos entrado en ese período. El largo período de relativa prosperidad que ha durado dos décadas o más en los países capitalistas desarrollados dejó su huella, fuera de una suave recesión en 2001. A pesar de todas las injusticias manifiestas del capitalismo, a pesar de las largas horas de trabajo, la intensificación de la explotación, la bruta desigualdad, el lujo obsceno de la riqueza desfilando vergonzosamente al lado de un número creciente de pobres y marginados, a pesar de todo esto, la mayoría de la gente creía que la economía de mercado funcionaba y que podría incluso beneficiarla. Esto fue particularmente cierto en EEUU. Pero para un número de gente cada vez mayor eso ya no es así.
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