A nueve años del 11-S, ¿es el mundo un lugar más seguro?
Hace nueve años, el mundo entero miraba horrorizado cómo las Torres Gemelas se derrumbaron en una nube de polvo y escombros. Las ondas expansivas de ese acontecimiento siguen agitando el mundo. En las primeras 24 horas, el efecto fue de dejar atónita a la opinión pública de los EE UU. Para un país que nunca experimentó los horrores de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial, lo inesperado del ataque fue aterrador hasta el extremo.
De la noche a la mañana, el ataque destruyó el mito de la invulnerabilidad de los Estados Unidos. Había una sensación de pánico. Nadie sabía qué esperar a continuación. El propio gobierno parecía estar conmocionado en un estado de impotencia apática. George W Bush, el hombre más poderoso del mundo, cuando se enteró de la noticia mientras leía un cuento a los niños en una guardería, dio la impresión de total incomprensión y de parálisis de la voluntad. En lugar de regresar a Washington para asumir la dirección, pasó las siguientes horas circulando sin rumbo en la seguridad del avión presidencial.
En medio de toda esta histeria, la gente olvidó convenientemente el sorprendente fracaso del servicio de inteligencia para predecir el ataque del 11-S. A pesar de las enormes sumas de dinero público y la gran cantidad de tecnología avanzada a su disposición, la CIA y otras agencias proporcionaron sólo advertencias vagas que no servían en absoluto para detectar y prevenir el ataque.
En el artículo que escribí el 11 de septiembre de 2001, sólo un par de horas después del ataque, consideré la hipótesis de que los servicios de inteligencia debían de saber que algo se estaba preparando, pero no hicieron nada para pararlo. Más tarde, al conocer la magnitud del desastre, parecía menos probable que la clase gobernante de Estados Unidos a sabiendas hubiera causado tal desastre en su propio país.
Posteriormente, toda una industria de la teoría de la conspiración se ha desarrollado en torno a esta cuestión. Como marxista, no soy amigo de teorías conspirativas que tratan de explicar la historia en términos de los planes de individuos y grupos malignos o beneficiosos. En general, estas «explicaciones», que son siempre de un carácter idealista, si no totalmente místico, no explican nada en absoluto.
Sin embargo, hasta el día de hoy muchas preguntas siguen sin respuesta. Es un hecho establecido que la inteligencia estadounidense no le prestó atención alguna a la amenaza desde Arabia Saudita, un país con el que el Estado norteamericano y, especialmente, la industria del petróleo (incluida la familia de Bush) tienen vínculos muy estrechos. Mucha gente ha llamado la atención al hecho de que inmediatamente después del ataque, a miembros de la familia Bin Laden se les permitió salir del país sin ser interrogados por la policía.
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¿Quién se beneficia?
Es imposible saber lo que pasa en el oscuro mundo de espionaje y contraespionaje. Pero se sabe que los servicios de inteligencia de EE UU han tenido estrechos vínculos con el régimen saudita desde hace mucho tiempo, y también con Bin Laden. Es casi impensable que nadie supiera nada sobre un plan terrorista de dimensiones tan vastas. La explicación más probable es que la inteligencia de EE UU sabía que se planeaba algún tipo de acto terrorista, pero no necesariamente eran conscientes de su magnitud. Un acto terrorista en una escala más pequeña hubiera sido muy conveniente, así que no se tomó ninguna medida. Pero los resultados probablemente fueron mucho más allá de sus cálculos.
En la confusión reinante, nadie quiso recordar el hecho vergonzoso de que la propia red Al Qaeda fue creada por la CIA para luchar contra el ejército soviético en Afganistán, o que Bin Laden, el hijo de un millonario saudita, trabajó para la inteligencia pakistaní y estadounidense durante la ocupación soviética de Afganistán. Bin Laden había aprendido todos sus trucos de la CIA y sabía muy bien cómo lanzar ataques sin aviso previo al objetivo previsto. La única razón por la que ha escapado a su detención en todos estos años es porque sigue protegido por el ISI, la inteligencia militar de Pakistán, que está trabajando como un Estado dentro del Estado de ese país.
¿Es concebible que hubiera elementos en la Administración que, a sabiendas, hubieran aceptado la destrucción de las Torres Gemelas con el fin de promover sus planes? No es más inconcebible que el hecho de que el Presidente FD Roosevelt permitiera adrede que la fuerza aérea japonesa bombardeara Pearl Harbor con el fin de conseguir que los Estados Unidos entraran en la Segunda Guerra Mundial, cuando la mayoría de la opinión pública de EE UU estaba en contra.
La primera pregunta que hay que hacer cuando se investiga un delito es: cui bono (¿quién se beneficia?). Los que más ganaron de los acontecimientos del 11-S fueron el complejo industrial-militar, el Pentágono, las grandes empresas como Halliburton, que tiene lucrativos contratos con el Estado y la industria armamentista, los círculos más agresivos, reaccionarios y de derecha del imperialismo estadounidense –el ala derechista republicana–, y George W Bush.
El efecto inmediato que tuvo fue alentar a los círculos más agresivos y reaccionarios de la clase dominante, personificada por George W Bush, a lanzar una violenta ofensiva a escala mundial. Después de 11-S, el Pentágono recibió inmediatamente 250.000 millones de dólares para construir 2.800 nuevos aviones de combate avanzados. Y esto no era más que un adelanto modesto de las grandes sumas que posteriormente fueron entregadas a los militares de EE UU. Se trata de sumas fabulosas que, si se invirtieran para fines productivos, podrían transformar la vida de los pueblos, no sólo de EE UU, sino del mundo.
En este contexto, resulta muy divertido leer las denuncias hipócritas formuladas por Bush y Blair contra Irak por su supuesta posesión de armas de destrucción masiva. De hecho, EE UU tiene actualmente, con mucha diferencia, el mayor arsenal de tales armas, incluidas 22.827 cabezas nucleares y, también, reservas desconocidas de armas químicas y bacteriológicas.
La opinión pública de los Estados Unidos, aturdida por los efectos del ataque, fue empujada tras la Administración de Bush y su maquinaria de guerra. Los derechos civiles se redujeron abruptamente bajo el pretexto de la legislación anti-terrorista. Hubo una inversión masiva en “seguridad interna”. Que todas estas cosas le vinieron bien a la camarilla reaccionaria que rodeaba a George W Bush es tan claro como la luz del día.
El «enemigo externo»
Aunque el colapso de la URSS fue motivo de gran regocijo en Occidente, para el Pentágono y el Complejo Militar Industrial resultó extremadamente inconveniente, ya que les privó de la excusa para justificar las colosales sumas gastadas por los EE UU en armamento. Necesitaban un sustituto de la «amenaza roja» y ahora lo encontraron en el «extremismo islámico».
George Bush hijo tenía que «hacer algo» que diera la apariencia de un liderazgo decisivo, aunque sólo fuera para eliminar de la conciencia pública las dolorosas imágenes de incompetencia, estupidez y cobardía que se transmitieron por la televisión de la nación. El Presidente decidió que era necesario declarar la guerra a alguien.
Comenzó con la invasión de Afganistán. Esto pareció ser un blanco fácil. Aquí la participación de las fuerzas de EE UU estaba casi totalmente limitada a los bombardeos aéreos de las posiciones de los talibanes. La lucha sobre el terreno la realizaba la Alianza del Norte, en calidad de agentes locales del imperialismo estadounidense. Frente a esta embestida, los talibanes retiraron sus fuerzas de las ciudades, sólo para reagruparse en las zonas rurales de la región Pushtoon de donde nunca han sido desalojados, y desde donde han organizado una guerra de guerrillas altamente efectiva desde entonces.
El ataque del 11-S fue lanzado por ciudadanos sauditas y organizado por Al Qaeda, que era dirigida por un ciudadano de Arabia Saudita y financiada con dinero saudí con el respaldo de la secta wahabí basada en ese país. Pero estos hechos no impidieron que el Presidente de los EE UU lanzase un ataque contra Irak, que no tenía nada que ver ni con el 11-S o Al Qaeda. Sin embargo, desde el principio, el verdadero objetivo en la mira de Bush era el abundante petróleo de Irak.
El gobierno de Bush había estado planeando un ataque contra Irak durante algún tiempo. Simplemente se escudaron en el ataque del 11-S para justificar la puesta en marcha de dichos planes. En su discurso del estado de la nación, Bush habló de un «eje del mal» y nombró a Irak, Irán y Corea del Norte. «Los EE UU», dijo, «no permitirán, que los regímenes más peligrosos del mundo nos amenacen con las armas más destructivas del mundo».
Con el fin de justificar lo que fue un acto descarado de agresión, se acusó a Irak de tener armas de destrucción masiva. No tenía ninguna. Después del 11-S Bush y Rumsfeld, con la complicidad de Tony Blair, jugaron con los temores y la paranoia producidos por el ataque para insinuar que Al Qaeda estaba planeando usar armas nucleares y / o armas químicas y bacteriológicas contra Estados Unidos. La evidencia de estas afirmaciones era mínima, pero fomentaron deliberadamente un ambiente de histeria basado en el conocido principio del «enemigo externo».
Sobre la base de esta débil excusa, los EE UU y sus aliados han enviado sus fuerzas para invadir los territorios de otros países, no sólo Irak y Afganistán, sino operaciones más pequeñas en Somalia y otros lugares. Han llevado a cabo una campaña mundial encubierta contra Al Qaeda y otros grupos yihadistas radicales. La excusa para estas acciones ha sido la existencia de una supuesta amenaza islámica a los Estados Unidos.
«Cañones antes que mantequilla»
El 11 de septiembre suministró a Bush y los círculos más reaccionarios de Washington la excusa perfecta para poner en marcha un amplio programa de gastos armamentistas, aunque en realidad este programa ya estaba decidido de antemano. El gasto en armamento estadounidense experimentó el mayor aumento en 20 años. Washington ha destinado enormes cantidades de dinero para proyectos tales como vehículos aéreos no tripulados (UAV), guerra cibernética, y todas las armas imaginables de destrucción masiva.
En términos de los arsenales de armas nucleares, el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, Stockholm International Peace Research Institute), estima que alrededor de 8.100 cabezas nucleares están en funcionamiento en los EE UU, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia, India, Pakistán e Israel. Aunque esta cifra sea 300 menos que hace un año, unas 2.000 estaban todavía «en alerta roja», o listas para ser lanzadas en cuestión de minutos, dijo. Los EE UU estaba a la cabeza de la lista de los 10 compradores de armas más grandes del mundo en 2009, gastando 661.000 millones de dólares en equipo militar.
Al presidente Obama le gusta dar lecciones al mundo sobre la importancia de la paz y el desarme –para todo el mundo excepto los EE UU, claro está–. Si examinamos las cifras, vemos que el gasto global ha aumentado en casi un 50% durante la última década, según un reciente informe de SIPRI. Del aumento total, más de la mitad correspondía a los EE UU.
Los imperialistas están siguiendo a la letra la receta infame de Göring: «Los cañones nos harán grandes. La mantequilla sólo nos hará engordar». En todo el mundo, los gobiernos están advirtiendo a los ciudadanos de que tendrán que reducir los servicios públicos, pero la doctrina de austeridad no tiene ningún efecto sobre los presupuestos militares. En el año 2009 se gastaron en armas 1,5 billones de dólares, un incremento anual en términos reales del 5,9%, según este informe. Estas cifras indican cuál es el futuro para la humanidad bajo el capitalismo.
Los EE UU, con sólo el 4 por ciento de la población mundial, posee más de una cuarta parte de la riqueza del mundo. Representa el 37 por ciento del gasto militar mundial y el 40 por ciento de la producción mundial de armas –incluyendo las armas de destrucción masiva más modernas y tecnológicamente avanzadas. Ninguna otra potencia, ni por asomo, se acerca a este poder militar. EE UU gasta más que nadie en armas, pero ahora China se ha colocado en segundo lugar con un gasto estimado de 100.000 millones de dólares; luego, a cierta distancia, siguen Francia ($ 63.900 millones), Gran Bretaña ($ 58.300 millones), Rusia (aproximadamente $ 53.300 millones) y Japón ($ 51.800 millones).
Sin embargo, el aumento más rápido en gastos de armas se produjo en Asia. China registró el mayor incremento en gasto militar, seguida por la India. Los chinos han desarrollado las armas más modernas y sofisticadas, incluyendo el lanzamiento de satélites, que tienen un significado claramente militar. El reciente enfrentamiento entre Corea del Norte y Corea del Sur por el hundimiento de un buque de Corea del Sur y las constantes tensiones entre China y Taiwán subrayan el peligro de futuros conflictos en una de las áreas clave de la economía mundial.
El imperialismo británico, ahora una sombra de sí mismo, se ve obligado a reducir su arsenal más en consonancia con el tamaño de su billetera. Se espera que la coalición conservadora-liberal recorte el número de aviones de combate F35 reclamados por la Armada para sus portaaviones. Pero no ha cancelado el programa de submarinos nucleares Trident, que además de ser enormemente costoso, es totalmente inútil. Después de todo, ¡los estadounidenses podrían objetar!
El balance de la «guerra contra el terror»
En teoría, los Estados Unidos (y sus aliados) llevan ya nueve años en una «guerra contra el terror». En realidad, sin embargo, de guerra no tenía nada. Desde el principio, los medios militares empleados estaban fuera de toda proporción con la amenaza real. La verdad es que la amenaza planteada por Al Qaeda ha sido grotescamente exagerada. Esa organización no tenía los recursos para montar otras operaciones con las dimensiones del 11-S. Ni siquiera han intentado lanzar algo remotamente similar, a pesar de toda la propaganda ruidosa en ambos lados.
Se planteó como misión principal la de derrotar a Al Qaeda, junto con la captura de su líder Osama Bin Laden. Pero dicho objetivo no superaba el alcance de una mera operación policial. Estos objetivos no pueden lograrse mediante el envío de grandes ejércitos al otro extremo del mundo. Los ejércitos son para luchar contra otros ejércitos. Y Al Qaeda no es un ejército.
El verdadero significado de las acciones de los EE UU en relación a Irak fue que, al hacerlo, Norteamérica reclamaba el derecho de intervenir militarmente en cualquier lugar de su elección, para interferir en los asuntos internos de cualquier Estado y derrocar a cualquier gobierno que no sea de su agrado. Bush estaba diciendo, en efecto: «¡Hagan lo que decimos o los bombardearemos!» «¡Hagan lo que queremos, o los invadiremos!» La llamada Doctrina Bush destrozó todo el sistema de relaciones mundiales y la diplomacia que han estado en vigor desde el Tratado de Westfalia en el siglo XVII.
La expresión concreta de la Doctrina Bush fue la invasión de Irak y Afganistán. Pero en lugar de ser una manifestación triunfante del poder del imperialismo de EE UU, estas guerras han puesto en evidencia sus limitaciones. Después del 11-S, la atención de Estados Unidos fue absorbida por una sola región, el área comprendida entre el Mediterráneo y el Hindu Kush. Jugó con las aspiraciones de los grupos étnicos y religiosos, especialmente en Irak y Afganistán, con resultados desastrosos en ambos casos. El imperialismo ha utilizado siempre la cuestión nacional para sus propios fines, usando cínicamente a las naciones pequeñas como monedas de cambio.
En consecuencia, ahora mismo la potencia militar de EE UU ha sido llevada seriamente a sus límites. En 2008, Rusia entró en guerra con Georgia, país aliado de EEUU. Pero Estados Unidos no disponía de las fuerzas para llevar a cabo ningún tipo de intervención. Casi a diario surgen nuevas guerras y conflictos en el mundo, como vemos en Somalia. ¡No pueden hacer frente a todos ellos!
Washington no ha logrado ninguno de sus objetivos declarados en la «guerra contra el terror». Bin Laden no ha sido capturado. La amenaza del terrorismo es mayor de lo que era antes. La invasión de Irak fue una aventura fallida que ya ha finalizado, tal como predijimos, en una humillante retirada del ejército de EE UU. Aparte de miles de soldados de EE UU muertos y heridos, la guerra estaba costando a los EE UU 2.000 millones de dólares cada semana.
Es cierto que tuvieron éxito en la eliminación de Saddam Hussein. Pero esto ha causado más problemas de los que ha resuelto. Irak se encuentra en un caos sangriento. Antes de la invasión, Al Qaeda no tenía bases en Irak. Ahora le sobran. Lo único que han logrado es aumentar la inestabilidad en todo Oriente Medio. En cualquier momento pueden estallar nuevos conflictos y guerras, poniendo en peligro la estabilidad de los regímenes árabes inestables de Egipto, Jordania, Marruecos y Arabia Saudita.
A pesar de los intentos cada vez más desesperados de Obama para alcanzar un acuerdo, la cuestión palestina no se ha resuelto. Sigue siendo una herida abierta. El reciente incidente de las tropas israelíes atacando un buque en aguas internacionales y matando a gente desarmada es un recordatorio gráfico de esto. Este es un escenario de pesadilla para Washington, que está intentando, sin éxito, presionar a los israelíes para que hagan concesiones al ala de derecha de la dirección palestina (Mahmud Abbas).
La única justificación para la guerra en Afganistán es que Al Qaeda lanzó sus ataques sobre los Estados Unidos desde allí. Pero ese ya no es el caso, porque Al Qaeda puede lanzar ataques desde el Yemen, Somalia u otros países. De hecho, no está claro si Al Qaeda ya es capaz de lanzar ataques. En cualquier caso, la guerra en Afganistán ya no tiene razón de ser. El general David Petraeus fue enviado a Afganistán con el objetivo de ganar la guerra. Pero la pregunta ya no es si los Estados Unidos puede ganar o no. Nadie sabe lo que significa «ganar» en esta guerra.
A pesar de haber derrocado a los talibanes e invadido el país, nada se ha resuelto. Hasta la fecha no han logrado ni uno solo de sus objetivos declarados. No han matado o capturado al Mullah Omar. No han destruido a la red de Al Qaeda, que se dedica a lanzar constantemente nuevos ataques terroristas (Bali, Mombasa, Kenya, Somalia…).
La situación de Afganistán es aún peor que antes de la invasión estadounidense. Hay un gobierno títere débil en Kabul, que depende por completo del ejército de EE UU y no duraría ni 24 horas sin él. Los norteamericanos no controlan el resto del país, que está en un estado de caos indescriptible. No pueden retirarse de Afganistán sin provocar un colapso inmediato.
Tarde o temprano, sin embargo, tendrán que salir de Afganistán dejando atrás un lío aún más grande que Irak. Lejos de estabilizar la situación en la región, la han desestabilizado por completo. El desorden se está extendiendo desde Afganistán a Pakistán, que ahora se encuentra en un estado de caos. El infierno afgano, a su vez, ha exacerbado las tensiones entre India y Pakistán, que, recordemos, son dos potencias nucleares.
EE UU enmascaró hipócritamente su estrategia de eliminar a sus enemigos reales o potenciales con el lenguaje de la «democracia» y los «derechos humanos». En realidad, la política militar agresiva de los EE UU se ha visto acompañada de ataques sistemáticos contra los derechos democráticos. Gore Vidal, el escritor norteamericano vivo más importante, ha dicho que las medidas adoptadas por Bush para limitar la Declaración de Derechos constituyen la destrucción de la Constitución republicana. La Bahía de Guantánamo ha entrado en el léxico de la infamia internacional como sinónimo de la violación sistemática y brutal de los derechos humanos.
La llamada guerra contra el terrorismo ha llevado a un fortalecimiento del aparato policíaco-militar y a un debilitamiento de los derechos democráticos, no sólo en los EE UU, sino en muchos otros países. Ha proporcionado la excusa para un asalto a la democracia en todas partes. Personas civilizadas, que normalmente exigirían el respeto de los derechos democráticos, han sido persuadidos para tolerar aberraciones como el secuestro, la tortura, los asesinatos, los bombardeos de objetivos civiles y la sistemática violación de la soberanía nacional: todo sobre la base de una llamada guerra global contra el terrorismo.
La verdad es que en los últimos nueve años la mayoría de los actos terroristas han sido perpetrados por el imperialismo contra gente que nada tienen que ver con el terrorismo. La llamada guerra contra el terror ha actuado como el sargento de reclutamiento más eficaz para el terrorismo. Toda una generación de jóvenes de los países islámicos ha sido empujada en la dirección de Al Qaeda y otras organizaciones yihadistas, no sólo en Pakistán, sino en Gran Bretaña y los propios EE UU. En los nueve años transcurridos desde el 11-S, el mundo, lejos de ser un lugar más pacífico y seguro, nunca ha sido más inseguro, inestable y peligroso.
Alguna gente ingenua lamenta la conducta de EE UU, sobre la base de que es ilegal e inmoral. Pero, ¿desde cuándo las relaciones entre los Estados se rigen por las preocupaciones legales y éticas? Solón de Atenas hace mucho contestó a estas argumentos, cuando dijo: «La ley es como una tela de araña: los pequeños quedan atrapados en ella y los grandes la hacen pedazos.»
Pacifistas sentimentales lloran y se lamentan de los horrores de la guerra y la violencia. «¡Qué terrible es este mundo en que vivimos!» Sí, es un mundo terrible, pero los horrores de la guerra y la violencia no van a desaparecer debido a las quejas de los pacifistas. La guerra es un producto de las contradicciones del sistema capitalista, y los horrores que vemos todos los días en nuestras pantallas de televisión son sólo los síntomas externos de una enfermedad.
A fin de eliminar los síntomas, primero es necesario realizar un correcto diagnóstico de la enfermedad. Los síntomas que vemos son bien conocidos por los estudiantes de la historia. Se repiten con regularidad en los períodos en que un sistema socio-económico ha dejado de ser útil y se convierte en un obstáculo para el progreso humano. Vemos síntomas muy similares en el período de la decadencia y caída del Imperio Romano, y también en el período de la decadencia del feudalismo.
Para mucha gente que vive en esos períodos las calamidades que aparecen por todos lados anuncian el fin del mundo. No es una casualidad que el cristianismo primitivo, cuyo ascenso coincidió con el declive final de la sociedad esclavista romana, se basaba en la idea de que el fin del mundo estaba cerca. Pero lo previsto en el Libro de las Revelaciones no era el fin del mundo, sino sólo el fin de la sociedad esclavista, que finalmente se derrumbó bajo el peso de sus propias contradicciones. Los bárbaros simplemente le dieron un empujón final y el edifico podrido y decadente se derrumbó.
Los horrores producidos por la crisis terminal del capitalismo serán aún mayores que los experimentados por la sociedad romana en los últimos tres siglos de su existencia. La bancarrota del capitalismo se expresa, no metafóricamente, sino literalmente, en las colosales e insolubles deudas públicas de los EE UU y todas las demás naciones. En su período de senilidad, el capitalismo se ha vuelto completamente parasitario. El sistema financiero inflado e improductivo está chupando la sangre vital de la economía productiva, provocando una hemorragia de su fuerza vital, pero las sanguijuelas no están satisfechas.
Con el fin de pagar las deudas de los bancos, la sociedad en su conjunto está llamada a hacer sacrificios. A los que crean la riqueza de la sociedad, se les informa que deben sacrificar todo lo que han logrado durante los últimos 50 años. Es decir, deben sacrificar los elementos de la existencia semi-civilizada que poseen. Pero el sacrificio es desigual. Nadie pide a los banqueros que se sacrifiquen. Y si bien la escasez de dinero los obliga a hacer alguna reducción en el gasto armamentista, se mantiene como una colosal fuga de la riqueza de las naciones.
En un momento en que a la clase obrera se le dice que no hay más dinero para escuelas, hospitales y jubilaciones, también se nos dice que hacen falta inmensas sumas para fabricar bombas, tanques, satélites y aviones de guerra. Pero está claro que una cosa excluye a la otra. La clase obrera debe oponerse al despilfarro de los gastos armamentistas, contraponiéndolo a un programa de obras públicas útiles: no más armas y tanques, sino más hospitales, viviendas, escuelas y guarderías que es lo que necesitamos.
El enorme potencial que existe a escala mundial está siendo frenado por los estrechos límites de la propiedad privada de los medios de producción y el Estado nacional. Una economía socialista planificada eliminaría este tipo de derroche atroz y sentaría las bases para un rápido desarrollo de las fuerzas productivas y un aumento sin precedentes del nivel de vida. En lugar de discutir cómo recortar las jubilaciones y los salarios, estaríamos en condiciones de implantar un programa de reformas sociales que pondrían todos los logros del pasado en la sombra.
La lucha por el socialismo mundial y una federación socialista mundial es la lucha por un mundo sin guerras. Estamos a favor de un mundo sin fronteras ni barreras arancelarias, un mundo sin pasaportes ni visados. Estamos luchando por un mundo en el que las barbaridades de la guerra y el terrorismo no serán más que un mal sueño del pasado, un mundo en el que el colosal potencial productivo del planeta se realizará mediante un plan armónico de producción socialista a escala internacional.
¿Parece esto difícil? Pero, ¿no es mucho más difícil aceptar la situación actual de desempleo, recortes, guerras, hambre masiva y todos los demás horrores que el capitalismo ha preparado para los pueblos del mundo? La lucha por el socialismo mundial no es una utopía, sino la única salida realista del callejón sin salida en que el capitalismo senil ha sumido a la raza humana. La humanidad necesita una nueva perspectiva. La perspectiva de un nuevo orden mundial socialista es la única perspectiva por la que vale la pena luchar en la primera década del siglo XXI.
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