Chalecos amarillos: cómo doblegar al gobierno Macron
El discurso de Macron del martes por la mañana fue una larga e interminable provocación. Mientras que los chalecos amarillos exigen, como mínimo, medidas inmediatas contra la carestía de la vida, el Presidente habló sobre todo de la situación mundial en el horizonte 2050. No nos ahorró ninguna consideración de «método» ni de «pedagogía». Pero no anunció ni una sola medida concreta. La modulación de los impuestos en función del precio del petróleo no es una medida concreta: es una vaga hipótesis, sin coste y sin plazos.
Las medidas a tomar son enviadas a las «consultas» a organizar en los próximos meses a nivel territorial. Por supuesto, de ahí no puede salir nada positivo. Ese no es el objetivo. En lo inmediato, lo que le importa al gobierno es anunciar las negociaciones con la esperanza de desmovilizar a los chalecos amarillos. El gobierno les dirá «¿para qué os movilizáis, si hemos abierto negociaciones?»[1].
Sin embargo, la jugada es demasiado evidente, y la cantidad de cólera acumulada es demasiado grande, la exasperación demasiado viva, para que este movimiento se conforme con promesas vagas formuladas en un tono docto y arrogante. La lucha va a proseguir con una etapa importante este sábado: la movilización simultánea en las calles de los chalecos amarillos y la CGT (entre otros). En muchas ciudades se anuncian manifestaciones conjuntas. Lo ideal sería que esto se hiciera en todas partes bajo consignas comunes: contra la imposición a los pobre, contra las políticas de austeridad, etc.
El papel de los sindicatos
¿Por qué el gobierno no cede en nada? Porque teme, con razón, que una concesión anime la lucha de las masas y que el conjunto de los trabajadores se digan entonces: «para conseguir algo, ¡hay que hacer como los chalecos amarillos!». Pero, por otro lado, al rechazar cualquier concesión, el gobierno corre el riesgo de estimular y radicalizar el movimiento.
La experiencia demuestra que un gobierno se enfrenta a este tipo de disyuntiva cuando la exasperación de las masas y su combatividad son tales que el país se encuentra en el umbral de una poderosa explosión social. Ciertamente, nadie puede decir si esta explosión (o más bien esta segunda explosión) tendrá lugar. Pero las condiciones están creadas. Y en este momento la pelota está en el tejado del movimiento obrero; de los sindicatos en primer lugar, pero también de los partidos de izquierdas. Estos tienen que intervenir en el movimiento, apoyarlo y, sobre todo, apoyarse en su impulso para construir una ofensiva general contra el gobierno Macron.
Dejado a su suerte, el movimiento de los chalecos amarillos corre el riesgo de agotarse y dispersarse a la larga. El gobierno probablemente no cederá a la estrategia de bloqueos de carreteras, comercios e instituciones. Éste las «desbloqueará» una a una y apostará por el cansancio del movimiento. Es por esto que el movimiento debe aumentar su potencia, traspasar un umbral decisivo. Hay que combinar la estrategia de bloqueos con el desarrollo de un amplio movimiento huelguístico. Esta es la precondición para la victoria. Pero, en lo inmediato, los chalecos amarillos no pueden organizar estas huelgas ellos mismos. Esa es la tarea, en primer lugar, de las organizaciones sindicales. Estas deben lanzar todas sus fuerzas a esta batalla, no dentro de tres meses, sino ahora.
En vez de hacer esto, los dirigentes sindicales se mantienen a distancia de los chalecos amarillos, cuando no les atacan (Laurent Berger, de la CFDT, es el más virulento). Felizmente la base de los sindicatos reacciona de otra manera, especialmente en la CGT, en la que la posición de la dirección confederal está siendo muy contestada. Y con razón: es escandalosa. En un primer momento, Martínez[2] rechazó apoyar las acciones del 17 de noviembre con la excusa de «no desfilar con el Frente Nacional» (aun cuando la presencia organizada de éste era marginal). Después, para no llamar a participar en las manifestaciones del 24 de noviembre, la dirección de la CGT ha llamado a manifestarse el 1 de diciembre. A fin de cuentas, la CGT no siempre apoya con claridad la anulación de la subida de impuestos a los carburantes. Prefiere pedir un aumento de los salarios (¡como si ambas reivindicaciones se contradijeran!).
Mientras que Martínez multiplica las excusas para mantenerse al margen de los chalecos amarillos, las estructuras de base de la CGT están interviniendo en el movimiento, o al menos se declaran favorables. Estos acercamientos tienen que multiplicarse. Allá donde sea posible, los militantes de la CGT deben proponer a los chalecos amarillos organizar asambleas generales, en las que pueda someterse la cuestión de la huelga. El movimiento de los chalecos amarillos puede jugar un papel importante en la organización de un amplio movimiento huelguístico. No será difícil conectar ambos, ya que muchos chalecos amarillos son trabajadores. Si se les gana para la estrategia de la huelga, se convertirán en excelentes defensores de esta causa en sus empresas. Hay que apoyarse en la extraordinaria combatividad que este movimiento ha hecho surgir.
Las asambleas permitirían también hacer más democrático y más eficaz al movimiento. La elección de ocho portavoces (¿Cómo? ¿Por quién?) ha puesto esta cuestión en el centro del debate. Es necesario un control democrático del movimiento de abajo arriba, con delegados elegibles y revocables a nivel local y después nacional. Por cierto, esto permitiría descartar a los militantes de extrema derecha que buscan prosperar en la confusión. Un discurso anticapitalista claro tendrá mucho más éxito entre los chalecos amarillos que las jeremiadas nacionalistas de la extrema derecha.
¿Apolítico?
Algunos nos dirán: «¡No! El movimiento de los chalecos amarillos es apolítico y debe seguir siéndolo». Los mismos que normalmente rechazan toda implicación de los sindicatos. No hay que ceder a estas presiones, que siempre favorecen a los elementos más derechistas. Los chalecos amarillos rechazan el sistema político actual, con razón, y a la vez desconfían de los dirigentes políticos y sindicales, también con razón. Pero su movimiento no es en absoluto «apolítico». Algunas de las reivindicaciones que surgen, como la disolución de la Asamblea Nacional, no sólo son muy políticas, sino también muy radicales. Y hace falta que encuentren una expresión clara en la izquierda y en el movimiento sindical.
La CGT y La Francia Insumisa en particular deben explicar que no se podrá derrocar al gobierno sin un fuerte movimiento de huelgas prorrogables, ya que los bloqueos y las manifestaciones no bastarán. Al mismo tiempo, deben defender un programa de ruptura con el sistema capitalista, ya que la crisis es la causa fundamental de la carestía de la vida y de todos los sufrimientos de las masas. No intervenir políticamente en este movimiento sería dejar el terreno a la derecha y la extrema derecha. No podemos permitirlo.
[1] Conocemos bien este método: se usa sistemáticamente contra el movimiento obrero con la complicidad de los dirigentes sindicales, que corren sin cesar hacia las «concertaciones», «cumbres sociales» y otras «mesas redondas»
[2] Philippe Martínez, secretario general de la CGT (véase: http://luchadeclases.org/internacional/23-europa/2898-francia-la-movilizacion-de-los-chalecos-amarillos.html) [Nota de LdC]
Leer también; Los chalecos amarillos en la isla Reunión: un movimiento con aspecto de revolución
Los chalecos amarillos en la isla Reunión: un movimiento con aspecto de revolución
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