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Ante la crisis y la guerra civil interna en el PSOE

Hace un par de días hacíamos un balance de las elecciones vascas y gallegas del pasado fin de semana y avisábamos de que la foto fija de estas elecciones no debía desorientarnos ante la crisis de fondo de régimen que vivimos, y que debíamos estar preparados para cambios bruscos y repentinos en la situación. En nuestro análisis, tratábamos específicamente al final la situación de crisis y guerra interna que se abría en el PSOE. Ante la situación creada por el golpe en marcha del ala más derechista de la organización, impulsada por Felipe González y Susana Díaz, contra el actual secretario general del partido, Pedro Sánchez, merece la pena reproducir lo que decíamos al respecto.

Cambios bruscos y repentinos

Un político británico dijo una vez que una semana es demasiado tiempo en política. Nada es tan cierto como eso en la política española actual. La fanfarria y la alegría con que la clase dominante española ha celebrado los resultados de las elecciones vascas y gallegas, sólo trataba de ocultar su desesperación y pesimismo hacia lo que aguarda el futuro inmediato.

En el mejor de los casos, que pudiera establecerse un gobierno precario de PP-Ciudadanos, sólo podría hacerse con el apoyo de todos los partidos del régimen del 78, incluido el PSOE. Para que este gobierno no naufrague en semanas o meses todos deben comprometerse con una política económica y social común, votando en el mismo sentido las principales medidas diseñadas por Bruselas en el mantenimiento del ajuste, de los recortes sociales y del empleo precario. Esto deja a UNIDOS PODEMOS y a sus confluencias un campo anchísimo de agitación y propaganda que podría catapultar su apoyo de manera rápida.

Pero esta perspectiva ni siquiera está garantizada. El órdago lanzado por el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, y su equipo de colaboradores, al aparato del partido, dominado por los “barones” afines a Felipe González y al IBEX35, negándose rotundamente a facilitar la investidura de Rajoy, coloca al PSOE a las puertas de la crisis más importante desde los años 70, que podría conducir incluso a una escisión.

El cuadro que se nos ofrece es de una enorme inestabilidad. El PSOE ha perdido sustentabilidad social y es ampliamente rebasado por UNIDOS PODEMOS y sus confluencias en gran parte del Estado. En realidad, la debacle del PSOE habría sido mayor de no ser por la “pose” izquierdista que Pedro Sánchez impuso desde que asumió la secretaría general en el verano de 2014. Ha explotado astutamente las debilidades políticas de la dirección de PODEMOS, asumiendo de palabra gran parte de su discurso social y apareciendo como un contendiente claro del PP y de Rajoy. Y debemos reconocer que su negativa firme a avalar la investidura de Rajoy, a través de la abstención, nos ha sorprendido a todos. En su rueda de prensa de ayer lunes llegó a proclamar abiertamente su deseo de presidir un “gobierno de izquierdas”, lo cual sólo puede implicar un acuerdo con UNIDOS PODEMOS, con el aval de los nacionalistas catalanes, lo que era considerado anatema por el propio Sánchez hace sólo unas semanas.

Esto es una declaración de guerra al sector mayoritario del aparato del partido, que ha roto todo vínculo con la clase obrera y está firmemente bajo la dirección de la burguesía. Es imposible predecir qué va a pasar exactamente en el Comité Federal del próximo sábado. En su comparecencia de prensa, Sánchez daba por seguro que la dirección socialista avalaría la celebración de primarias para elegir al secretario general el 23 de octubre y que aceptaría la convocatoria de un congreso extraordinario en diciembre en el que pretende derrotar a sus críticos e imponer una dirección federal afín a sus tesis. Aunque tuviera éxito en todo esto –algo muy improbable- ¿cómo garantizaría la disciplina del grupo parlamentario socialista donde una parte significativa está bajo la tutela de los barones que lo quieren echar de la dirección del partido y no quieren saber nada de pactos con UNIDOS PODEMOS?

Pero una crisis y una guerra abierta en la dirección, y en todo el partido, en vísperas de una nueva investidura de Rajoy conduce a una situación explosiva y difícil de controlar. Pase lo que pase, el partido va quedar desgarrado; y en la eventualidad de que, de una forma u otra, el PSOE o un sector del grupo parlamentario facilitara la investidura de Rajoy (bien con la destitución de Sánchez, con el boicot a las primarias del 23 de octubre si se aprueban, o con la indisciplina del grupo parlamentario), en medio de una guerra civil interna, eso puede incrementar el descrédito del partido ante capas cada vez más amplias de la clase trabajadora y acelerar su descomposición.

Toda la situación prepara un giro a la izquierda, más tarde o más temprano. Pese a todo, el apoyo a la derecha en la sociedad es endeble. Éste no se nutre de esperanzas, sino del miedo y de la incertidumbre. Esas no son bases estables en absoluto.

Tras un compás de espera, es inevitable un alza de la movilización social, despejada la inercia de apatía y decepción política temporal de la capa más activa y consciente de la clase obrera y de la juventud. Los acontecimientos pueden moverse nuevamente muy rápido, agitados por las turbulencias, y la crisis por arriba. Lo que necesitamos es que Podemos y Unidos Podemos enderecen su rumbo. Las últimas posiciones de Pablo Iglesias y de una parte sustancial de la dirección de Podemos y de IU parecen moverse en la dirección correcta, proclamando la necesidad de un giro a la izquierda y una política más firme y audaz que apueste por la movilización social, y que conecte con la indignación y frustración acumuladas. Debemos estar preparados, por tanto, para cambios bruscos y repentinos en la situación.

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