Egipto: la revolución no conoce fronteras

Es el primer día de trabajo en la capital egipcia desde que las protestas alcanzaran su punto álgido el viernes. Sin embargo, en palabras de Dan Nolan de Al Jazeera, esto «está muy lejos de ser la normalidad de siempre». Las principales carreteras de la capital han sido bloqueadas por tanques militares y vehículos blindados. Se han establecido controles militares adicionales en un aparente intento de desviar el tráfico de la plaza Tahrir, el punto central de los manifestantes. «Todavía es una escena muy tensa tener tanto militar en la capital del país», dice.

El Presidente, que sobre el papel goza de un enorme poder, hace decretos. Al ejército se le ordena llevar a cabo sus órdenes. Los que desafían el toque de queda son amenazados con graves consecuencias. Sin embargo, nadie obedece y no pasa nada.

El corresponsal de la BBC en El Cairo, resumió la situación real. De pie, delante de un enorme edificio que todavía está eructando llamas y humo, visiblemente sorprendido, dice: «La sede del partido en el poder está en llamas y no hay ningún cuerpo de bomberos a la vista. Y, por supuesto, no hay policía. El Estado aquí ha desaparecido».

Este no es el único caso. Varios edificios clave del gobierno en la capital siguen ardiendo esta mañana, prueba visible de la forma en que los rebeldes han atacado el Estado. Una multitud trató de asaltar el odiado Ministerio del Interior, el lugar adonde se lleva a la gente para ser torturada. Fueron repelidos por francotiradores de la policía que dispararon desde el tejado, dejando tres muertos.

El domingo, hombres sin identificar salieron del recinto del Ministerio del Interior en un coche y arrojaron un cuerpo a la calle. Luego abrieron fuego contra gente presente en la zona y huyeron. No hubo informes inmediatos de víctimas en ese ataque.

La gente está arriesgando sus vidas todos los días en las calles. El número de muertos se dice ahora que es más de 150, y por lo menos 4.000 heridos. Pero nadie sabe cuál es la cifra real. Sin embargo, ninguna cantidad de represión puede detener el movimiento. La gente ha perdido el miedo. Miles de manifestantes siguen acampando en la Plaza Tahrir de la ciudad. No tienen miedo a morir. Esa es su principal fortaleza, y la principal debilidad de las fuerzas que los hacen frente.

Fuentes de Al Jazeera han indicado que el ejército ha sido desplegado en la ciudad turística de Sharm el Sheij. Sherine Tadros, corresponsal de Al Jazeera en la ciudad de Suez, dijo que la ciudad había sido testigo de una «noche totalmente caótica», pero que las calles estaban tranquilas según se hizo de día. Informó que, en ausencia de policías y militares, la gente estaba «[tomando] la ley en sus propias manos», usando «palos, porras, garrotes, machetes, [y] cuchillos» para proteger sus propiedades.

 

La «comunidad internacional»


La «comunidad internacional» está aterrorizada por el giro de los acontecimientos. Tomado por sorpresa, EE.UU. ha sido un mero espectador durante las últimas semanas, cuando la gente salió a las calles de Túnez y Egipto. Washington entiende muy bien que los acontecimientos de Egipto tendrán consecuencias de largo alcance en otros países de la región.

Los estadounidenses y los europeos ahora están instando a Mubarak a que refrene el uso de la violencia contra los manifestantes desarmados y a que trabaje para crear las condiciones para unas elecciones libres y justas. Se dan cuenta de que lo que Mubarak ha ofrecido es demasiado poco y demasiado tarde. EE.UU. le dijo a Mubarak el sábado que no era suficiente «volver a barajar las cartas» con una remodelación del gobierno, y lo presionó para que realice una «verdadera reforma».
«El Gobierno egipcio no puede volver a barajar las cartas y luego seguir en sus trece», dijo el portavoz del Departamento de Estado, PJ Crowley, en un mensaje en Twitter después de que Mubarak despidiera a su gobierno, pero dejando claro que no tenía intención de dimitir.

«Las palabras del Presidente Mubarak prometiendo reformas deben ir seguidas de acción», dijo Crowley, haciéndose eco del llamado de Obama el viernes. Estas palabras están siendo repetidas por los principales gobiernos de Europa. En un comunicado dado a conocer en Berlín el sábado, los líderes de Gran Bretaña, Francia y Alemania dijeron que estaban «profundamente preocupados por los acontecimientos de Egipto».

«Pedimos al presidente Mubarak que renuncie a cualquier tipo de violencia contra civiles desarmados y que reconozca el derecho a manifestarse pacíficamente», decía la declaración conjunta.

«Pedimos al presidente Mubarak que inicie un proceso de transformación que debería reflejarse en un gobierno de base amplia, así como elecciones libres y justas».
Los europeos hicieron un llamamiento a Mubarak para que responda a las quejas de su pueblo y para que tome medidas que mejoren la situación de los derechos humanos en el país: «Los derechos humanos y las libertades democráticas deben ser plenamente reconocidos, incluida la libertad de expresión y reunión, y el libre uso de los medios de comunicación como el teléfono e Internet».

Pero ellos no tienen en cuenta un pequeño detalle. La única «verdadera reforma» que la gente quiere es la renuncia inmediata de Mubarak y de todos sus compinches. Esta es una reforma que Mubarak no está dispuesto a contemplar. En todas estas declaraciones la palabra democracia brilla por su ausencia. Todo el énfasis está en estabilidad. Eso va al meollo de la cuestión.

Los estadounidenses y los europeos no tienen derecho alguno a hablar de derechos humanos. Durante décadas, han apoyado el régimen brutal de Hosni Mubarak. Han financiado su ejército y la policía e hicieron la vista gorda a la represión, la brutalidad y la tortura. A cambio, Mubarak ha apoyado sus políticas en Oriente Medio. Fue una figura fundamental en la farsa de las «conversaciones de paz» y en la traición de los palestinos. Esta hermosa relación no se basaba en la democracia y los derechos humanos, sino en un cínico interés propio.

Durante años, estos mismos imperialistas han dictado las políticas económicas de gobiernos supuestamente «independientes». En el pasado muchos gobiernos árabes se llamaban a sí mismos socialistas. Llevaron a cabo nacionalizaciones y medidas en interés de los trabajadores y campesinos. Sin embargo, durante las últimas tres décadas estas políticas fueron invertidas. En 1987, en plena crisis de la deuda, el gobierno nacionalista de izquierda de Habib Burguiba fue sustituido por un nuevo régimen, firmemente comprometido con las reformas del «libre mercado».

Las llamadas «reformas de mercado» han llevado a la creciente desigualdad, la pobreza y el desempleo. Las alzas de precios de los alimentos en Túnez no fueron «dictadas» por el gobierno de Ben Ali. Fueron impuestas por Wall Street y el FMI. El gobierno de Ben Ali aplicó servilmente la medicina mortal económica del FMI durante un período de más de veinte años. Esto sirvió para desestabilizar la economía nacional y empobrecer a la población tunecina. Esa es la base real de la Revolución tunecina.

Lo mismo puede decirse de Egipto, cuando Sadat revirtió la política de Abdel Nasser y convirtió a Egipto en un satélite del imperialismo estadounidense. Su fiel lugarteniente, Hosni Mubarak, continuó y profundizó estas políticas, especialmente después de la reforma económica de 1991, que fue dictada por los norteamericanos. Estos gobiernos obedecieron ciegamente y aplicaron eficazmente los dictados del FMI, poniéndose al servicio de los intereses de los EE.UU. y la Unión Europea. Estas pautas se han reproducido en numerosos países. Ahora todo esto está amenazado.

La verdadera «preocupación» en Washington, Londres, París y Berlín es que los imperialistas se enfrentan a un colapso catastrófico de todas sus estrategias para controlar el Oriente Medio y sus enormes recursos. Esto quedó reflejado claramente en la declaración europea: «Reconocemos el papel equilibrado que el Presidente Mubarak ha desempeñado durante muchos años en el Oriente Medio. Le hacemos un llamado a que adopte el mismo planteamiento moderado para la situación actual en Egipto».

El «papel equilibrado» y el «planteamiento moderado» de Hosni Mubarak, consistió en el apoyo descarado de las políticas de los imperialistas. Por eso era un aliado inestimable de los EE.UU. e Israel. Por eso están desesperados por mantenerlo. Pero ya han fracasado. Ninguna fuerza en la Tierra puede salvarlo ahora.

 

El efecto dominó


Los temores de los imperialistas están bien justificados. Las revoluciones no respetan las fronteras. Los acontecimientos revolucionarios de Túnez y Egipto están sacudiendo el mundo árabe hasta sus cimientos. Desde el día en que el Presidente Ben Ali huyó a Arabia Saudita, la cuestión no era sólo qué pasaría después en Túnez, sino si el levantamiento popular se convertiría en un catalizador para el descontento en otras partes. Ahora tenemos la respuesta.

Inmediatamente después de la insurrección de Túnez hubo protestas masivas en la vecina Argelia. Ha habido manifestaciones de masas en Yemen y Jordania. La semana pasada, la BBC informó que un grupo de exoficiales del ejército jordano presentó una carta abierta al rey pidiéndole que introdujera reformas antes de que ocurriera algo peor. Entrevistado por la BBC, el viceprimer ministro jordano contestó que sólo eran unos pocos oficiales: «No más de 150 o 200».

Los Estados petroleros corruptos del Golfo han estado sentados sobre una enorme riqueza durante décadas, mientras que millones de personas en el mundo árabe están sufriendo una terrible pobreza, desempleo y privaciones. Estos regímenes podridos son impopulares y, al igual que Mubarak, se basan en la represión. Su derrocamiento desestabilizaría un régimen árabe pro-occidental tras otro.

El Consejo de Cooperación del Golfo, un bloque económico y político poco consolidado de los Estados del Golfo Pérsico, dijo el domingo que quería un «Egipto estable».
«Estamos buscando un Egipto estable y esperando que las cosas se restablezcan pronto», dijo Abdulrahman al-Attiyah, secretario general del CCG, en el marco de un foro de inversiones malasio. También restó importancia a las preocupaciones sobre las posibles consecuencias económicas de los disturbios.

Las revelaciones recientes acerca de los acuerdos secretos entre la dirección de la OLP e Israel habrán provocado una crisis en las filas de los palestinos. Las masas y las bases de la OLP estarán indignadas y furiosas por este colaboracionismo descarado. El llamado «proceso de paz» está totalmente muerto. La fe de las masas en la dirección sufrirá un duro golpe. En este contexto, los acontecimientos de Túnez y Egipto tendrán un impacto muy serio en la forma de pensar de los palestinos.

La táctica de la llamada lucha armada no ha llevado a ninguna parte. Los cohetes de Hamás ni siquiera mellan la armadura del poderoso Estado israelí. Pero las políticas de los llamados «moderados» también han fracasado miserablemente. Ni Hamás ni Abbas tienen nada que ofrecer al pueblo palestino. Este debe confiar sólo en sí mismo, en sus propias fuerzas. La perspectiva de una nueva Intifada se vuelve cada día más fuerte. Y Túnez y Egipto le proporcionan una fuente de inspiración.
Esta lección no se ha perdido en los círculos gobernantes israelíes. Ningún gobierno está más aterrorizado por la revolución árabe que el de Israel. Cuando surgieron las primeras protestas, una fuente del gobierno israelí describió los acontecimientos en el Oriente Medio como un «terremoto». Israel estaba siguiendo de cerca la situación en Egipto, añadió, pero ingenuamente creía que el régimen de Mubarak era lo suficientemente fuerte como para soportar las protestas. «Creemos que Egipto va a superar la actual ola de protestas», dijo. «Pero refleja la frágil situación en la región».

Egipto es uno de los colaboradores más cercanos de Israel en la región. Tiene una frontera con Gaza y Mubarak ha colaborado activamente con los israelíes en estrangular la Franja de Gaza. Él ha proporcionado un valioso apoyo a Abbas y a los líderes de derecha de la OLP. Su caída sería una catástrofe para Israel y transformaría la situación en todo Oriente Medio y más allá. Sin embargo, los israelíes son incapaces de intervenir. Debe tener mucho cuidado con lo que dice de Egipto, por temor a convertir una mala situación (desde su punto de vista), en otra incluso peor.

Benyamin Netanyahu, el Primer Ministro israelí dijo a los ministros del gabinete que Israel estaba «siguiendo muy de cerca» los acontecimientos en Egipto, y añadió: «Nuestro objetivo es mantener la estabilidad y garantizar que la paz entre nosotros y Egipto siga existiendo con cualquier desarrollo». Continuó:

«La causa de la inestabilidad… no tiene ninguna relación con el conflicto israelí-palestino», sino que estaba siendo provocado por factores económicos. Las protestas estaban siendo exacerbadas por los medios de comunicación sociales, dijo –»es lo que conecta los puntos»–, señalando que en el pasado, los regímenes árabes fueron capaces de mantener un estricto control sobre las noticias y las comunicaciones. Al Jazeera, dijo, estaba «jugando un papel más importante que un canal de televisión regular en occidente». Hay muchas diferencias entre Egipto y Túnez, donde las protestas obligaron al presidente y su esposa a huir del país. «El régimen de Mubarak está bien arraigado en las fuerzas armadas».

La camarilla dominante israelí no está preocupada por los terroristas suicidas y los cohetes de Hamás. Por el contrario, cada cohete que cae en un pueblo judío, cada bomba que hace saltar un autobús por los aires es una excelente noticia para los sionistas. Sirve para convencer a la gente común en Israel de que «quieren matarnos», y empuja a la población detrás del gobierno. Pero esto es algo diferente. El movimiento revolucionario de las masas árabes constituye una grave amenaza para ellos.

 

¿Y ahora qué?


¿Qué sucede cuando una fuerza irresistible se encuentra con un objeto inamovible? Para Egipto no hay vuelta atrás. Mubarak ha optado por seguir con la misma manera antigua y fracasada de tratar con la revuelta nacional, haciendo promesas de cambio y alteraciones cosméticas con el fin de aferrarse al poder. No va a funcionar. Todo depende de dos cosas: el impulso de la insurrección popular y el papel de los militares.

Hay tanques en las calles. Pero están rodeados por el pueblo revolucionario. Los manifestantes suben a los tanques, hacen un llamado a las tropas que a menudo responden con signos de aprobación.

Las tropas abrieron fuego ayer en la Plaza de la Liberación (la Plaza Tahrir), probablemente por encima de las cabezas de la gente. Este era fuego real. Pero la gente no se inmutó. Por el contrario, cuando oyeron los disparos la gente corrió hacia el lugar donde estaba teniendo lugar el tiroteo. En otras palabras, estaban corriendo hacia el peligro, y no alejándose. Este pequeño detalle es muy importante. Demuestra los límites del poder militar.

El movimiento no ha sido intimidado por una demostración de fuerza. El impulso continuado de la insurrección plantea la necesidad de quitar del timón a Mubarak, a su familia y su liderazgo político. La cúspide militar hará sus cálculos sobre la base de un delicado acto de equilibrio. La necesidad de asegurar su propia influencia y privilegios es mucho más importante para ellos que la preservación de Mubarak.

La revuelta continúa expandiéndose y ganando impulso en las principales ciudades egipcias, y los manifestantes exigen la eliminación de Mubarak y su régimen. Las masas saben que la posición del régimen es insostenible. Sienten que ya han conseguido una victoria. En las calles hay un ambiente de alegría, de euforia. Esta euforia se transmite a todas las capas de la población. Se trata de un estímulo mucho más poderoso que el vino.

La BBC preguntó a un anciano de clase media que había huido de los disturbios de El Cairo si pensaba que las manifestaciones habían ido demasiado lejos. Con una voz temblorosa por la emoción, respondió: «¡Las manifestaciones son maravillosas! ¡He estado esperando esto toda mi vida!».

Nuevos y dramáticos acontecimientos se están preparando y sacudirán el mundo.

Londres, 30 de enero de 2011

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