Egipto: Morsi ha muerto – el fin de un enemigo de clase a manos de otro
El lunes 17 de junio, el ex presidente de Egipto, Mohamed Morsi, se desmayó y murió durante el juicio por espionaje al Estado egipcio. Morsi, que padecía diabetes y enfermedades crónicas del riñón y el hígado, había estado encarcelado desde 2013, cuando su presidencia fue derrocada por uno de los mayores movimientos de masas de la historia de la humanidad.
Durante su estancia en prisión, el ex dirigente del islamista Partido Libertad y la Justicia de los Hermanos Musulmanes, habría permanecido recluido en régimen de aislamiento hasta 23 horas al día, con acceso limitado a una alimentación adecuada, a los tratamientos médicos necesarios, a la asistencia letrada y a las visitas familiares. No hay duda de que las condiciones inhumanas de su encarcelamiento lo han llevado a una muerte prematura a la edad de 67 años.
La repentina desaparición de un importante protagonista en el período de la revolución y la contrarrevolución en Egipto entre 2011 y 2014, mientras estaba bajo la custodia del régimen egipcio, ha creado comprensiblemente una noticia de interés en todo el mundo. La muerte de Morsi vuelve a poner de relieve los acontecimientos de la Revolución Egipcia, el papel de los Hermanos Musulmanes y las prácticas actuales del aparato estatal represivo del Presidente Sisi. Los comentarios de los medios de comunicación burgueses han incluido una reevaluación de la presidencia de Morsi. Vale la pena aclarar, entonces, nuestra posición como marxistas en cuanto al tratamiento de Morsi, qué significa este acontecimiento para la situación actual en Egipto, y nuestra postura hacia los Hermanos Musulmanes.
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Hipocresía liberal, y el hombre que sería faraón
Muchos medios de comunicación liberales -incluyendo el New York Times, The Guardian y BBC News– han publicado artículos en los que lamentan la muerte del primer presidente civil y democráticamente elegido de Egipto. The Guardian incluso terminó su artículo citando a uno de los antiguos asesores de Morsi, que afirmaba que fue «un símbolo para muchos egipcios».
De hecho, las elecciones que lo llevaron al poder fueron apenas más libres y justas que las absurdas farsas llevadas a cabo desde entonces por el régimen de Sisi, que estas mismas publicaciones lamentan.
En primer lugar, la Hermandad y el antiguo régimen colaboraron en una amplia gama de cuestiones. Viendo que los líderes del ejército del Alto Estado Militar, el SCAF, ya no podían mantener el poder tras el derrocamiento de Hosni Mubarak, procedieron a aplicar una nueva constitución. Las leyes electorales de esta constitución favorecieron indudablemente a la Hermandad Musulmana, un partido que durante décadas había sido preparado como una leal y semi-oposición al régimen.
En segundo lugar, la primera vuelta de las elecciones presidenciales, en particular, supuso la eliminación del candidato de izquierda Hamdeen Sabbahi a expensas del primer ministro del antiguo régimen, Ahmed Shafik, a pesar de haber logrado Sabbahi el primer lugar en El Cairo, Alejandría y otros centros urbanos. Hubo señales claras de fraude electoral y papeletas de voto robadas con el objetivo de inclinar la balanza y excluir a Sabbahi de la última ronda. Aunque Shafik era el principal candidato de la burocracia estatal y de la vieja élite gobernante, no veían a Morsi como una persona de confianza, en comparación con Sabbahi, que tenía un movimiento revolucionario de masas detrás de él.
En tercer lugar, mientras purgaba a ciertos elementos de la cúpula militar y, por lo tanto, alejaba a ciertas capas del viejo Estado, nombró a su sucesor, Abdel Fattah Al-Sisi, que hoy gobierna Egipto, como su Ministro de Defensa, en sustitución de figuras anteriormente poderosas.
Si Morsi es un símbolo para muchos egipcios, es de todo lo que se odiaba de los Hermanos Musulmanes en el poder. Muchas veces durante el año del gobierno de la Hermandad, las bandas armadas islamistas se aliaron con la policía para atacar a los manifestantes pacíficos, que se oponían a profundizar las medidas contrarrevolucionarias.
En noviembre de 2012, Morsi introdujo una ley que lo declaró Ejecutor de Decisiones y Leyes Irreversibles, dándole poderes inigualables. También declaró que la Asamblea Constituyente (en ese momento, un títere totalmente antidemocrático de la Hermandad Musulmana) no podía ser revocada, y se apresuró a aprobar una nueva constitución que elevara explícitamente la autoridad de la ley Sharia en Egipto. Protestas masivas estallaron como resultado de la declaración de Morsi, lo que llevó a enfrentamientos importantes entre los manifestantes y los partidarios de la policía y de la Hermandad. Morsi personalmente ordenó a la policía que disolviera una protesta frente al palacio presidencial, pero -esta se negó. Luego se envió a los islamistas, que capturaron y golpearon brutalmente a decenas de manifestantes, incluidos niños, les ataron las manos y los mantuvieron en el asfalto toda la noche hasta que declararon que habían sido sobornados por los enemigos de Egipto para que estuvieran allí. Según se informa, decenas de personas fueron asesinadas, igual que en muchos otros casos de violencia inspirada en la Hermandad contra la Revolución Egipcia.
El artículo de BBC News sobre la muerte de Morsi menciona de pasada que estaba siendo juzgado por asesinato en relación con este incidente, simplemente para señalar que se había anulado una pena de muerte anterior en una apelación. En lugar de contar la acaparación de poder que condujo a las protestas, el artículo opta por señalar que Morsi fue a veces elogiado por sus habilidades oratorias. En general, el hecho de que Morsi haya concentrado el poder en sus manos, y la violencia contrarrevolucionaria llevada a cabo por la Hermandad Musulmana durante su presidencia, apenas se mencionan en los informes y obituarios. En el mejor de los casos, estos hechos quedan relegados a un segundo plano bajo elogios a la voluntad democrática del pueblo egipcio, y condenas por mantener a un hombre tan importante en un confinamiento cruel, mientras se le juzga por asesinato.
El pueblo egipcio, por su parte, no parece tener mucha simpatía por el final prematuro de Morsi. Sólo en la ciudad natal de Morsi, Al-Edwa, en una provincia rural atrasada del Delta del Nilo, hubo alguna protesta de importancia, incluso entre los partidarios de la Hermandad. El partido se ha visto forzado a permanecer en la clandestinidad desde 2013, pero una actuación tan débil demuestra también hasta qué punto su base activa se ha debilitado. La mayoría de los egipcios tienen preocupaciones más acuciantes, como el aumento periódico de los precios causado por los recortes de los subsidios a los combustibles, o las tasas de desempleo juvenil que alcanzan niveles catastróficos. Nada de esto es motivo de preocupación para nuestros llamados demócratas.
Destacan el duro trato que sufrió Morsi en la cárcel. Pero cuando se trata de abusos a manos del Estado, la mayoría de los egipcios se dan cuenta de que podrían sufrir torturas mucho peores que las que sufrió Morsi – y por mucho menos que un intento de acaparamiento de poder, o de incitar a las milicias islamistas a atacar a los jóvenes revolucionarios. En algunos casos, agitar una bandera del arco iris en un concierto puede resultar una vejación por parte de los oficiales de policía, antes de ser arrojado a la cárcel. Mientras tanto, criticar el acoso sexual en los medios sociales puede conducir a una humillación pública y condena por representar una amenaza a la seguridad nacional.
En Gran Bretaña, tras la muerte de Morsi, nuestro noble humanitario, el diputado conservador Crispin Blunt, intensificó su larga campaña para que se investigara el trato de las autoridades egipcias al ex presidente. Curiosamente, no tiene nada que decir sobre los 60.000 prisioneros políticos que actualmente están detenidos por el Estado egipcio, muchos de los cuales son completamente inocentes de cualquier delito. Como Presidente de la Comisión Especial de Asuntos Exteriores entre 2015 y 2017, las relaciones amistosas de Gran Bretaña con el régimen de Sisi y el aparente apoyo de los conservadores al Presidente egipcio tampoco parecían ser un problema para Blunt. ¡La hipocresía, las mentiras y los dobles estándares confunden la mente!
Esta hipocresía indica la naturaleza falsa de gran parte de la preocupación mostrada por los políticos burgueses y los medios de comunicación sobre los derechos humanos. De hecho, su preocupación es que el régimen de Sisi se ha vuelto demasiado duro por su propio bien, el de la clase dominante egipcia, y por el de las clases dominantes internacionalmente (en Estados Unidos en particular). Sienten el peligro de que el régimen reinicie la Revolución Egipcia con un movimiento en falso; y el homicidio involuntario de un ex líder de la oposición y expresidente es suficiente para ponerlos nerviosos. Su nueva admiración por el pluralismo y las credenciales democráticas, que al parecer encarnaban la presidencia de Morsi, es también un reflejo de su alarma ante el afianzamiento de la dictadura de Sisi. Es evidente que se trata de un régimen débil en el que no se puede confiar para gestionar la estabilización de un país cuya economía está sumida en la inestabilidad y cuya situación política sigue estando cargada de tensiones. En cierto modo, la muerte de Morsi ha recordado a los estrategas y comentaristas burgueses que la clase dominante egipcia ya ha agotado la única salida política alternativa que tenía a su disposición.
La Hermandad Musulmana
La organización política a la que pertenecía Morsi, la Hermandad Musulmana, fue autorizada por primera vez a presentarse en las elecciones egipcias durante las elecciones parlamentarias de 2005. Esta fue la primera vez que se permitió que un partido oficialmente opuesto al régimen militar se postulara, y fue una concesión que -junto con las huelgas de los textiles de Mahalla en 2006- señaló efectivamente el comienzo del fin de la dictadura de Mubarak. Pero incluso antes de 2005, a los candidatos de la Hermandad se les permitía presentarse como independientes y el partido existía semilegalmente, en conflicto periódico con las autoridades estatales.
A lo largo de la historia de Egipto, la Hermandad Musulmana ha sido el principal partido de la reacción. Es el único partido que ha logrado movilizar al establishment conservador religioso, a las capas campesinas y de clase media contra la clase obrera y las masas revolucionarias de las ciudades. Representa un ala inferior de la clase capitalista egipcia, que es mucho menos peligrosa para los intereses de los grandes capitalistas que las masas revolucionarias.
Durante años, el régimen cultivó a la Hermandad para poder intervenir, en caso de una amenaza inminente a su posición. Al permitir que se mantuviera en pie, el Estado creó una oposición leal, capaz de canalizar los crecientes estados de ánimo revolucionarios a través de canales capitalistas «seguros».
Aunque la base de la Hermandad fue incorporada al movimiento revolucionario desde el principio, su dirección sólo se unió cuando la caída de Mubarak fue evidente, y continuó saboteando la revolución en todo momento.
Frente a un movimiento revolucionario que no podía ser detenido por la represión, la Hermandad fue introducida para desviar el movimiento por un canal más controlable a fin de evitar la caída de todo el régimen. Estaban actuando como una última línea de defensa para el capitalismo egipcio, un papel que desempeñaron a la perfección.
Y precisamente porque la Hermandad es un partido burgués, fue incapaz de resolver ninguno de los problemas planteados por la revolución. Los salarios, el nivel de vida y el bienestar público siguieron disminuyendo, junto con el nepotismo y la corrupción generalizados. El único cambio real fue el rostro de algunos de los que dirigían la explotación de las masas trabajadoras. En el año siguiente a la elección de Morsi, esto condujo a un aumento constante de los enfrentamientos entre las masas por un lado y la Hermandad y el aparato estatal por el otro.
Al mismo tiempo, estalló un conflicto dentro de la clase dominante entre la Hermandad, que intentaba acceder a partes del aparato estatal y la economía, y la élite dominante tradicional, que defendía su posición. Una señal de advertencia fue cuando Morsi eliminó una cláusula en la constitución que hacía que el presidente respondiera ante el ejército. Su intento de elevar la Asamblea Constituyente dominada por la Hermandad por encima de cualquier otro cuerpo judicial también fue un paso demasiado lejos.
Mientras que la vieja élite se sentía incómoda de que la Hermandad se abriera camino en algunas partes del Estado, estaban aún más aterrorizados por la revolución. Así, en muchos casos, colaboraron con la Hermandad contra las masas en las calles. El 25 de enero de 2013, por ejemplo, el ejército, la policía y la Hermandad Musulmana llevaron a cabo conjuntamente una represión sangrienta de las protestas masivas contra la Hermandad en todo el país; e impusieron toques de queda en El Cairo, Alejandría y Puerto Said.
La represión no detuvo la radicalización en las calles, sin embargo, y a un año de su llegada al poder, las masas egipcias estaban dispuestas a deshacerse de Morsi.
Viendo que el ambiente en las calles estaba alcanzando de nuevo su punto álgido, el ejército y el aparato estatal comenzaron a oponerse a Morsi. Aparte de temer la influencia de la Hermandad dentro del Estado y la economía, la vieja élite ya no confiaba en que el partido pudiera salvar al régimen. Esa es la razón clave por la que culparon a Morsi por los crímenes que cometió en nombre de la clase dominante en su conjunto. Viendo el ascenso del imparable movimiento revolucionario de millones de trabajadores, pobres y jóvenes, la vieja élite se apresuró a abandonar la Hermandad, con sectores vistiéndose con la ropa de la revolución, tal como Morsi y compañía lo habían hecho en 2011.
Trágicamente, los dirigentes del movimiento de 2013 no eran conscientes de la naturaleza de clase de la revolución y de la necesidad de arrebatarle el poder económico y estatal a la vieja clase dominante. En cambio, devolvieron el poder a los mismos generales que los habían oprimido durante años. Al entrar en el vacío de poder, Al-Sisi utilizó las credenciales revolucionarias que le dieron estos líderes para aplastar a la odiada Hermandad, como pretexto para consolidar su dominio y avanzar hacia medidas cada vez más represivas.
El principal problema para las revoluciones egipcia y árabe fue que, al destituir al jefe de Estado, dejaron al Estado y al poder económico en manos de la antigua élite gobernante, que pudo restablecer lentamente su dominio. El sistema capitalista permaneció intacto, y a través de él, todos los males del capitalismo, que han conducido a tanto sufrimiento a las masas.
Sin embargo, nada se ha resuelto desde el punto de vista de la clase dominante. Su problema ahora es que todas las contradicciones económicas y sociales que condujeron a la revolución en un primer momento se han profundizado, y están destinadas a llegar de nuevo a un punto crítico en algún momento. La represión masiva como medio para mantener el orden se convertirá en su opuesto, como lo hizo bajo Mubarak, y se convertirá en el látigo que impulsará un nuevo movimiento revolucionario hacia adelante. En ese momento, el Estado decrépito de la burguesía egipcia, encarnado en la persona de Abdel-Fattah El-Sisi, quedará al descubierto para que todos lo vean. A pesar de todo, la revolución sigue acechando bajo la superficie en Egipto. Si las masas no se han movido todavía, no se debe a una falta de voluntad o confianza, sino a que no ven ninguna razón para eliminar un régimen reaccionario si sólo va a ser reemplazado por otro igualmente reaccionario. Sin embargo, el movimiento sin duda volverá a surgir tarde o temprano. Pero esta vez, la clase dominante no tendrá a la Hermandad Musulmana como ruta de escape para desviar y desorientar el camino de la revolución.
Mientras sube la marea revolucionaria en el norte de África, Sisi ratifica la dictadura
Al menos desde un punto de vista internacional, la muerte de Morsi, a plena vista pública, parece ser otro error del régimen de Sisi. No pasó mucho tiempo después de que Sisi lograra promulgar leyes, a través de referéndum y enmiendas radicales a la constitución, que eliminaron algunas de las últimas concesiones democráticas ganadas por la Revolución Egipcia. Sisi ha eliminado el límite de dos mandatos de su presidencia, lo que significa que ahora podría permanecer en el cargo al menos hasta 2030. Ahora también tiene el poder de nombrar al poder judicial, tal como lo hacía Mubarak. Las enmiendas se aprobaron apresuradamente en el parlamento en abril antes de ser presentadas al público en cuestión de días, sin ningún tipo de preparación de campaña.
Según los medios de comunicación estatales, el 88,83% votó «SÍ» a las enmiendas de Sisi sobre una participación del 44,33%. La cifra de participación, en particular, parece muy improbable, ya que es superior a la de las elecciones presidenciales del año pasado, en las que se produjo una larga campaña que alentó la votación. Sin embargo, este referéndum se caracterizó aparentemente por una mayor intimidación de los votantes, con amenazas abiertas contra los no participantes por parte de las fuerzas de seguridad. Cientos de opositores que se atrevieron a hacer campaña a favor del «NO» en público fueron arrestados, y Hamdeen Sabbahi está siendo investigado por el fiscal del Estado.
Este enfoque es típico de una oleada de actos represivos por parte del Estado desde las elecciones presidenciales del año pasado. Un grupo de estudiantes de secundaria de 15 y 16 años de edad fueron arrestados a principios de este mes por protestar porque no podían hacer sus exámenes porque el Estado no había transferido los pagos de la cuenta de Internet donde estaban depositados, a la sala de exámenes. Según un informe de derechos humanos, 160 presos políticos fueron detenidos entre febrero y marzo de este año, mientras que en agosto del año pasado se produjo una ronda de detenciones de líderes de la oposición.
Sisi ha conseguido lo que Morsi no ha conseguido. Ha cimentado su posición como el Nuevo Faraón de Egipto, virtualmente sin tener que rendir cuentas a nadie por ley, y -por el momento- capaz de silenciar cualquier oposición casi a voluntad. Pero estas medidas ocultan la inestabilidad del régimen de Sisi, que lo motiva. En los últimos meses, hemos visto algo así como una «nueva primavera árabe», con revoluciones que deponen dictaduras en Argelia y Sudán, y protestas masivas por los recortes de los subsidios al combustible en Túnez. Una vez que las masas egipcias se recuperen y se pongan de pie, demostrarán que son capaces de deponer a otro dictador.
Por ahora, la verdadera tragedia no es la muerte prematura de un criminal entre muchos de la clase dominante egipcia, sino el creciente número de inocentes muertos y encarcelados entre la juventud y la clase obrera egipcias. El mayor crimen aquí es que no fueron las masas egipcias las que hicieron justicia a su enemigo de clase.
Un artículo del New York Times hizo un comentario válido, cuando señaló que, mientras que los pandilleros de la Hermandad han sido sentenciados a muerte o se están pudriendo en prisión, Mubarak y sus hijos salen libres. Se trata de una ardiente injusticia, no contra los Hermanos Musulmanes, sino contra la clase obrera egipcia. Su venganza llegará cuando el podrido régimen sea derrocado de una vez por todas, y las masas decidan cómo pagarán por sus crímenes.
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