El marxismo y el Estado
Las ideas básicas del marxismo sobre el Estado son las mismas que hace cien años. Pero nuestra tarea no es repetir ideas como un papagayo, sino desarrollarlas de manera creativa y sobre todo ser capaces de aplicarlas al momento en el que vive el proletariado y sus organizaciones. Si no queremos convertirnos en una secta estéril, sino echar realmente raíces en las organizaciones de masas, es necesario partir del movimiento obrero real y de la clase obrera que históricamente está condicionada en un momento determinado del tiempo.
El marxismo parte de la idea de que la «violencia es la partera de toda vieja sociedad que lleva en sus entrañas una nueva», que el Estado en última instancia está formado por cuerpos de hombres armados que son un instrumento de la clase dominante para la opresión de otras clases. Nunca en ningún momento hemos negado que la clase obrera, cuando se propone transformar la sociedad inevitablemente se encontrará con la resistencia de las clases poseedoras o que esta resistencia en determinadas condiciones pueda desembocar en una guerra civil.
Sin la ayuda de los reformistas, estalinistas y los dirigentes sindicales, no sería posible mantener durante mucho tiempo el sistema capitalista. Esta es una idea importante en la que hemos insistido continuamente. Los dirigentes de los sindicatos y partidos reformistas en todos los países tienen en sus manos un poder colosal, mucho mayor que en cualquier otro momento de la historia. Pero como explica Trotsky, la burocracia obrera es la fuerza más conservadora de la sociedad. Utiliza su autoridad para apoyar al sistema capitalista. Por eso Trotsky decía que, en última instancia, la crisis de la humanidad se reducía a la crisis de la dirección del proletariado.
El desarrollo de las fuerzas productivas ha provocado un aumento considerable del peso relativo de la clase obrera dentro de la sociedad. A pesar de todo su heroísmo, las insurrecciones proletarias del siglo XIX en realidad estaban condenadas al aislamiento y la derrota como resultado del dominio arrollador del campesinado y la pequeña burguesía urbana, que daba un poder colosal al aparato del estado de la clase dominante. La insurrección que llevó a la Comuna de París de 1871 fue víctima de estas circunstancias y, para empeorar la situación, la debilidad de la comuna se mezcló con defectos muy serios en la dirección.
En el transcurso del siglo que acaba de terminar, la revolución socialista se podría haber realizado en muchas ocasiones. Y si, aparte de la revolución de 1917 contra el imperio zarista, la clase obrera no ha conseguido triunfar en ninguna otra parte ni controlar el poder durante mucho tiempo, la explicación no se encuentra en el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas ni en la correlación de fuerzas resultante entre las clases en contienda, sino esencialmente en la bancarrota política de la dirección de las organizaciones obreras.
La revolución socialista se ha retrasado debido a la degeneración reformista de la dirección de la clase obrera. Pero eso ha significado que la base material para la futura sociedad socialista (el nivel general de desarrollo de la capacidad productiva y la técnica) que la clase obrera heredará del capitalismo una vez en el poder, estará a un nivel incomparablemente superior al que heredaron los bolcheviques del zarismo en 1917, o que el habrían heredado los trabajadores británicos, franceses o alemanes si hubiesen conseguido tomar el poder en los años veinte y treinta.
Junto con el desarrollo de los medios de producción se ha producido un profundo declive de la propiedad a pequeña escala. El control de la economía se ha concentrado cada vez en menos manos, con el correspondiente aumento del tamaño de la clase obrera. En Francia, por ejemplo, en el momento de la crisis revolucionaria de 1936, la mitad de la población vivía de la agricultura, mientras que hoy la población rural sólo representa el 6 por ciento del total de la población. La clase obrera ha crecido no sólo en número sino también en términos de potencial de lucha. Una huelga general organizada adecuadamente en las condiciones modernas conseguiría paralizar completamente la economía de un país determinado, particularmente en las zonas económicamente más desarrolladas del mundo. La cuestión decisiva es la dirección y el grado de preparación de la clase obrera, tanto organizativa como políticamente.
¿Qué conclusiones generales se pueden sacar de lo dicho anteriormente? En primer lugar, podemos decir que el aumento del nivel de urbanización y el grado cada vez mayor de la sofisticación técnica de la industria, significa que la clase obrera se encontrará en una situación generalmente más favorable al comienzo de la revolución de lo que sucedía en el pasado. En segundo lugar, como regla general, se puede decir que cuanto más fuerte sea el partido revolucionario, mayor su éxito a la hora de aglutinar a la clase obrera alrededor de su programa y ganar la simpatía de la base de las fuerzas armadas, por tanto, más rápido superará la resistencia de la clase dominante y habrá menos violencia y pérdida de vidas.
Sería totalmente posible la transformación pacífica de la sociedad si los dirigentes sindicales y reformistas estuvieran dispuestos a utilizar el poder colosal que tienen en sus manos para cambiar la sociedad. Si los dirigentes obreros no hacen eso, entonces podrían correr ríos de sangre y sería total responsabilidad de los dirigentes reformistas.
En realidad, como veremos, en el transcurso de las últimas siete décadas, los trabajadores podrían haber tomado en muchas ocasiones el poder en Francia, Italia, España, Gran Bretaña y Alemania si hubiera existido un partido revolucionario capaz de llevar a cabo esta tarea. Se han perdido muchas oportunidades revolucionarias debido a las traiciones del reformismo y el estalinismo. La clase obrera pagó con sangre estos crímenes de la dirección. Todo depende de la correlación de fuerzas nacional e internacionalmente y, sobre todo, de nuestra capacidad de ganar a los sectores decisivos de la clase obrera para el programa del marxismo.
En ningún momento hemos negado la posibilidad de la violencia y la guerra civil en unas condiciones determinadas. Pero, contrariamente a lo que dicen los reformistas y la burguesía que siempre intentan asustar a los trabajadores con el espectro de la violencia y la guerra civil, y las sectas que no pierden la oportunidad de anunciar su entusiasmo por la «revolución sangrienta», prestando con ello un gran servicio a la burguesía y los reformistas, nosotros insistimos en que defendemos la transformación pacífica de la sociedad, y situamos toda la culpa de cualquier violencia sobre los hombros de la clase dominante y los dirigentes reformistas.
Dejamos absolutamente claro que estamos a favor de la transformación pacífica de la sociedad, que estamos dispuestos a luchar por esa transformación pero, al mismo tiempo, advertimos que la clase dominante luchará para defender su poder y privilegios. Esta es la postura tradicional del marxismo, que ha sido expuesta en cientos de ocasiones en los escritos de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, y en los escritos de la Corriente Marxista Internacional (CMI).
Contenido
- 1 ¿Dialéctica o formalismo?
- 2 Cómo plantearon la cuestión Marx y Engels
- 3 Marx sobre Gran Bretaña
- 4 La correlación de fuerzas de clase
- 5 Un programa de clase
- 6 Lenin y el «defensismo»
- 7 «Todo el poder a los soviets»
- 8 «Explicar pacientemente»
- 9 ¿Fue pacífica la Revolución de Octubre?
- 10 Política ultraizquierdista
- 11 La posición sobre la violencia de Trotsky
- 12 Hungría 1919 y Alemania 1918
- 13 Portugal 1974
- 14 Consejos revolucionarios
- 15 La revolución en occidente
- 16 Trotsky y «Si Norteamérica se hiciera comunista»
- 17 Trotsky contra el sectarismo
- 18 ¿Cómo no plantear la cuestión?
- 19 Mayo de 1968
- 20 1968 fue una revolución
- 21 El mito del «Estado fuerte»
- 22 Contradicción
- 23 ¿Quién salvó a De Gaulle?
- 24 Defensa y ofensiva
- 25 Cómo plantear la cuestión
¿Dialéctica o formalismo?
La posición básica fue expuesta por Lenin en El Estado y la revolución donde escribe:
«La idea de Marx consiste en que la clase obrera debe destruir, romper, la ‘máquina estatal existente’ y no limitarse simplemente a apoderarse de ella».
Marx explicó que la clase obrera no puede simplemente basarse en el poder estatal existente, que debe derrocarlo y destruirlo. Esa idea es ABC para un marxista. Pero después de ABC el alfabeto tiene otras letras. En El Estado y la Revolución, Lenin criticaba a los reformistas por presentar la revolución socialista como un cambio lento, gradual y pacífico. Pero el mismo Lenin fue capaz de afirmar en 1920 que en Gran Bretaña, debido al enorme poder del proletariado y sus organizaciones, sería totalmente posible llevar a cabo la transformación socialista de modo pacífico e incluso a través del parlamento, si los sindicatos y el Partido Laborista hubiesen estado dirigidos por marxistas.
La posición de Lenin sobre la revolución era concreta y dialéctica, no formalista y abstracta. Lenin abordaba la revolución a la luz de las condiciones históricas concretas predominantes en cada país. Por supuesto, las tareas básicas del proletariado son las mismas en todos los países. Es necesario que la clase obrera se constituya como clase en y por sí misma, que tenga un partido revolucionario con una dirección marxista correcta; es necesario superar la resistencia de los explotadores, aplastar el Estado, etc.,
Estas consideraciones generales, aunque perfectamente válidas y correctas, no agotan en absoluto toda la cuestión de las formas y etapas concretas por las que pasará la revolución, mucho menos las tácticas específicas que se deben aplicar. Éstas no se pueden aprender de memoria como recetas de un libro de cocina revolucionario. Ese manual no existe y, si existiera, será más malo que bueno para aquellos que intentasen utilizarlo.
Las condiciones en las que se desarrolla la revolución cambiarán de un país a otro y de un período a otro. Eso es obvio. Y también es obvio que las tácticas específicas del partido revolucionario también diferirán de acuerdo con estas condiciones. Cuestiones como el peso específico del proletariado en la población, sus relaciones con otras clases, la fuerza de sus organizaciones, su experiencia, nivel cultural, tradiciones nacionales y temperamento, todas entran en la ecuación.
Sobre todo, el factor decisivo es la fuerza y la madurez del factor subjetivo, el partido revolucionario y su dirección (aunque incluso esta observación no tiene validez absoluta; ha habido casos donde la revolución se ha llevado a cabo, aunque no consolidado, sin un partido revolucionario, como en la Comuna de París, Hungría en 1956, u hoy en día en Venezuela). Esta es la cuestión clave. Pero exactamente cómo se construye el partido y sobre todo cómo se gana la dirección del movimiento de masas, esa la cuestión más decisiva de todas. Más tarde veremos cómo el Partido Bolchevique se convirtió en 1917 en el factor decisivo, con qué tácticas y con qué consignas.
Las ideas básicas del marxismo son las mismas que hace cien años. Pero nuestra tarea no es repetir ideas medio asimiladas como un papagayo, sino desarrollar las ideas de manera creativa y sobre todo ser capaces de aplicarlas al momento en el que vive el proletariado y sus organizaciones. Estas últimas no existen fuera del tiempo y el espacio. Si no queremos convertirnos en una secta estéril, sino realmente echar raíces en las organizaciones de masas, es necesario partir del movimiento obrero real y de la clase obrera que históricamente está condicionada en un momento determinado del tiempo. Este siempre fue el método de los grandes pensadores del pasado, como veremos.
Cómo plantearon la cuestión Marx y Engels
Basándose en la experiencia de la Comuna de París, Marx y Engels señalaron que:
«La comuna ha demostrado, principalmente, que ‘la clase obrera no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines’». (Prefacio a la edición alemana de 1872 de El Manifiesto Comunista)
Estas son proposiciones elementales para cualquier marxista. Pero el marxismo no es simplemente la repetición de ideas básicas, no importa lo correctas que sean. Si ese fuera el caso, todo pequeño sectario sería un gran marxista, como Marx, Engels, Lenin y Trotsky juntos. Es necesario profundizar y extender la teoría a la luz de la experiencia. Este método se puede ver en los escritos de Marx y Engels, cuyas ideas sobre el Estado se desarrollaron durante un período de décadas.
Desde el mismo comienzo, los fundadores del socialismo científico fueron muy cuidadosos a la hora de abordar la cuestión de la violencia, conscientes no sólo del peligro de que el proletariado se viera arrastrado a insurrecciones y aventuras prematuras, sino porque además una presentación torpe de esta cuestión sería un regalo propagandístico para los enemigos del comunismo. Así, en la primera declaración programática del marxismo, Principios del comunismo, Engels se expresa con mucha cautela:
«XVI. ¿Será posible suprimir por vía pacífica la propiedad privada?
«Sería de desear que fuese así, y los comunistas, como es lógico, serían los últimos en oponerse a ello. Los comunistas saben muy bien que todas las conspiraciones, además de inútiles, son incluso perjudiciales. Están perfectamente al corriente de que no se pueden hacer las revoluciones premeditada y arbitrariamente y que éstas han sido siempre y en todas partes una consecuencia necesaria de circunstancias que no dependían en absoluto de la voluntad y la dirección de unos u otros partidos o clases enteras. Pero, al propio tiempo, ven que se viene aplastando por la violencia el desarrollo del proletariado en casi todos los países civilizados y que, con ello, los enemigos mismos de los comunistas trabajan con todas sus energías para la revolución. Si todo ello termina, en fin de cuentas, empujando al proletariado subyugado a la revolución, nosotros, los comunistas, defenderemos con hechos, no menos que como ahora lo hacemos de palabra, la causa del proletariado».
Al final de su vida Engels reconsideró la cuestión de las tácticas revolucionarias en una famosa introducción a La lucha de clases en Francia de Carlos Marx. Las palabras de Engels más tarde fueron utilizadas por los dirigentes de la socialdemocracia alemana para intentar justificar su política reformista. Sin embargo, incluso la lectura más superficial de estas líneas demuestra que Engels no rechazaba la noción de la insurrección, sino que sólo advertía contra el aventurerismo, las insurrecciones a destiempo y las conspiraciones de minorías («blanquismo»):
«La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios». (Federico Engels. Introducción a la Lucha de clases en Francia de 1848 a 1850 de Carlos Marx).
Lo importante aquí es comprender la insistencia de Engels en la necesidad del partido revolucionario para ganar a las masas, como condición previa para llevar a cabo la transformación revolucionaria de la sociedad. Esto requiere un período más o menos prolongado de propaganda paciente, agitación y organización, utilizando todo tipo de trabajo, incluido el trabajo sindical y parlamentario, para ganar a las más amplias capas de la clase obrera. Este es un tema al que regresaremos más tarde.
En determinadas condiciones Marx y Engels no descartaban la posibilidad de una transferencia pacífica del poder al proletariado, aunque, en aquel momento, ellos creían que el único país donde existían condiciones para esta perspectiva era Gran Bretaña.
En el prólogo a la edición inglesa de 1886 de El Capital, Engels escribe:
«En tales momentos tendrá que escucharse, sin duda, la voz de un hombre cuya teoría íntegra es el resultado del estudio, efectuado durante toda una vida, de la historia y situación económicas de Inglaterra, y al que ese estudio lo indujo a la conclusión de que, cuando menos en Europa, Inglaterra es el único país en el que la inevitable revolución social podrá llevarse a cabo enteramente por medios pacíficos y legales. No se olvidaba de añadir, ciertamente, que consideraba muy improbable que las clases dominantes inglesas se sometieran, sin una ‘rebelión a favor de la esclavitud’, a esa revolución pacífica y legal».
En 1918 Lenin escribió un artículo interesante titulado: Infantilismo de ‘izquierda’ y la mentalidad pequeño burguesa, que contiene una aproximación más profunda de la posición de Marx y Engels con relación a las tácticas del proletariado en la revolución socialista. Debemos tener en cuenta que es el mismo Lenin que un año antes escribía El Estado y la revolución. Lenin llamaba la atención sobre el hecho de que Marx y Engels, en determinado momento, consideraban que en Gran Bretaña existía la posibilidad de conseguir el socialismo de manera pacífica, e incluso de que los trabajadores «comprasen» al burgués. Mientras señalaban que las circunstancias en Gran Bretaña habían cambiado (como explicaremos), Lenin aquí hace un comentario más general, respondiendo específicamente a Bujarin y a los «comunistas de izquierda» quienes defendían que era impermisible en principio sugerir que era posible que un estado obrero «comprase» al burgués:
«Y Marx decía: en determinadas condiciones, los obreros no se negarán en absoluto a comprar a la burguesía. Marx no se ataba las manos -ni la de los futuros dirigentes de la revolución socialista- en lo que respecta a la forma, procedimientos y métodos de la revolución, pues comprendía perfectamente que se plantearía entonces una cantidad inmensa de nuevos problemas, se modificaría toda la situación en el curso de la revolución, y que la situación cambiaría radicalmente y con frecuencia en el curso de la revolución». (Lenin. Infantilismo de ‘izquierda’ y la mentalidad pequeño burguesa. El énfasis en el original).
Marx sobre Gran Bretaña
La casta militar en la época del imperialismo es mucho más fuerte lo que era en las primeras etapas del desarrollo del capitalismo en Gran Bretaña. ¿Por qué Marx señaló a Gran Bretaña como el único país donde era posible una revolución pacífica? La razón dada por Lenin, y la citada con más frecuencia, es que en esa etapa Gran Bretaña «era todavía un modelo de país netamente capitalista, pero sin casta militar y, en una medida considerable, sin burocracia. Por eso, Marx excluía a Inglaterra donde la revolución, e incluso una revolución popular, se consideraba y era entonces posible sin la condición previa de destruir la ‘máquina estatal existente’. (Lenin. El Estado y la revolución).
Como resultado de ciertas peculiaridades históricas (un poder isleño que no requería un gran ejército permanente pero mantenía su dominio de Europa mediante una combinación de fuerza naval y la política de «divide y vencerás»), el Estado en Gran Bretaña era más débil que los demás países europeos, donde la ausencia de estas defensas naturales crearon la necesidad de grandes ejércitos permanentes, con todos los males adyacentes de la burocracia y el militarismo. Marx escribió esas palabras en un momento en que el capitalismo británico aún estaba en su fase progresista de desarrollo, antes del ascenso del imperialismo y el capitalismo monopolista. Lenin explica que en 1917 la distinción que hacía Marx ya no era válida porque en la época de decadencia imperialista el Estado, tanto en Gran Bretaña como en EEUU, era igual a los de otros países capitalistas desarrollados.
Sin embargo, el carácter subdesarrollado del Estado y la relativa debilidad de la casta burocrático-militar era sólo uno de los elementos de la posición de Marx sobre que la transformación pacífica habría sido posible en Gran Bretaña en el siglo XIX. Pero no era la única razón. La fuerza de la clase obrera y sus organizaciones fue una de las principales razones que llevaron a Marx a pensar que los trabajadores podrían tomar el poder pacíficamente, aunque añadió cautelosamente que la clase dominante podría organizar una «rebelión de esclavistas» para intentar derrocar al gobierno de los trabajadores.
En el artículo antes mencionado Lenin habla específicamente de cuáles fueron las razones concretas que llevaron a Marx y Engels a considerar la idea de la posibilidad de una revolución pacífica en Gran Bretaña:
«En Inglaterra la subordinación de los capitalistas a los obreros hubiera podido asegurarse en aquel entonces por las siguientes condiciones: 1) el total predominio de obreros, de proletarios, en la población, como consecuencia de la falta de campesinado (en la Inglaterra de la década del 70 había indicios que permitían esperar una difusión extraordinariamente rápida del socialismo entre los obreros agrícolas); 2) la excelente organización del proletariado en los sindicatos obreros (Inglaterra era entonces el primer país del mundo en ese sentido); 3) la cultura relativamente elevada del proletariado, que no había sido educado por un desarrollo secular de la libertad política; 4) el viejo hábito de los bien organizados capitalistas ingleses -entonces eran los capitalistas mejor organizados del mundo (ahora esta supremacía ha pasado a Alemania- de solucionar por medio de la conciliación los problemas políticos y económicos. Tales fueron las circunstancias que hicieron surgir entonces la idea de que era posible el sometimiento pacífico de los capitalistas ingleses a los obreros». (Lenin. Infantilismo ‘de izquierda’ y la mentalidad pequeñoburgesa. El énfasis en el original).
Estas líneas muestran muy claramente que, en opinión de Lenin, la cuestión a discutir no se limitaba en absoluto a las peculiaridades históricas del Estado en el siglo XIX en Gran Bretaña. Explica que las condiciones básicas que planteaban la posibilidad de una transformación pacífica de la sociedad nacían de la correlación de fuerzas de clase excepcionalmente favorable, que a su vez era el resultado del hecho de que Gran Bretaña en aquel momento era el único país del mundo donde la industria capitalista se había desarrollado al máximo.
Es verdad que el Estado británico ahora es más similar al Estado de otros países capitalistas, no es menos cierto que el desarrollo de las fuerzas productivas durante los últimos cien años, y sobre todo desde 1945, ha significo un fortalecimiento enrome de la clase obrera en todas partes. Esto significa que la correlación de fuerzas de clase se ha transformado, en gran medida a favor del proletariado. En la época de Marx, la clase obrera era la mayoría de la sociedad sólo en Gran Bretaña. En la actualidad, el proletariado es la mayoría decisiva de la sociedad en todos los países capitalistas desarrollados, mientras que las reservas sociales de masas de la reacción, especialmente el campesinado, en gran medida ha desaparecido. Este hecho tiene consecuencias muy grandes para las futuras perspectivas de la revolución socialista, sobre todo en los países desarrollados del capitalismo.
La correlación de fuerzas de clase
La desaparición del campesinado en Francia y otros países tiene una importancia de primer orden en el debilitamiento de las reservas sociales de masas de la reacción. Debemos recordar que el campesinado formaba la columna vertebral de la reacción bonapartista y, en cierto modo, de la reacción fascista en el pasado. ¿Este hecho por sí y en sí mismo garantiza que la reacción está descartada? En absoluto.
En realidad, incluso en Gran Bretaña, donde la clase obrera ha constituido la mayoría de la población durante más de cien años y donde el campesinado no existe, existiría la posibilidad de la reacción bonapartista, probablemente bajo el disfraz de algún tipo de golpe bonapartista monárquico (aunque la monarquía hoy en día no es la fuerza que era, sin embargo, aún tiene considerables reservas de apoyo entre capas atrasadas de la población) si la clase obrera no consigue transformar la sociedad. Y esto es aún más cierto en países como Italia, España y Grecia, donde la debilidad extrema del capitalismo se expresa en una profundización de la crisis política y la continua inestabilidad.
Un programa de clase
¿Cómo revelamos el peligro de la reacción a los jóvenes y trabajadores avanzados? Es necesario avisar a los jóvenes y trabajadores de la amenaza de la reacción. Sobre todo, es necesario armar a los cuadros con una comprensión clara del fascismo y el bonapartismo. Un régimen bonapartista sería inestable y probablemente no duraría muchos años. No obstante, la experiencia de Chile, Grecia y Argentina demuestra que este régimen representaría una pesadilla para la clase obrera. La burguesía «democrática» no vacilaría en desatar a las bandas fascistas contra las organizaciones obreras, o utilizar el asesinato, la tortura y todo tipo de intimidación para defender su dominio de clase.
Sin embargo, es necesario mantener un sentido de la proporción. La histeria estridente de las sectas, para quienes el fascismo siempre está «a la vuelta de la esquina», simplemente maleduca a la minoría de trabajadores y jóvenes que desafortunadamente caen bajo su influencia. No tienen en cuenta la naturaleza del período actual, la correlación de fuerzas de clase o los intereses de la burguesía.
El callejón sin salida del capitalismo tiende a agitar a sectores de la pequeña burguesía y del lúmpemproletariado demente. En determinadas circunstancias pueden apoyar a la clase obrera, cuando esta última demuestra en la acción que está preparada para situarse como verdadero amo de la sociedad. Pero si la clase obrera es paralizada por sus dirigentes estas capas pueden girar hacia la reacción.
El crecimiento de los ataques racistas en todos los países es un reflejo del callejón sin salida del capitalismo y de la reacción frenética de capas de lúmpenes desmoralizados. Durante el período de auge económico el capitalismo necesitaba a un gran número de inmigrantes como mano de obra barata. Ahora sirven de chivos expiatorios para la crisis del capitalismo.
Sobra decir que los marxistas debemos estar en primera línea de la lucha contra el racismo. Pero la lucha contra el racismo es una LUCHA DE CLASES no una lucha racial. Los intereses de los trabajadores negros, asiáticos, turcos y árabes son los mismos que los intereses de sus hermanos y hermanas blancos. Siempre se debe insistir en esta cuestión. Nada es más perjudicial para la causa de la lucha contra el racismo que los intentos de dividir a los trabajadores en líneas raciales.
Al mismo tiempo debemos explicar, como hizo Trotsky, que la lucha contra el racismo es una lucha física. No es cuestión de aceptar pasivamente los ataques fascistas contra los inmigrantes. Se deben organizar fuerzas de defensa, pero sobre una base de CLASE. Los intentos de crear grupos de defensa basados en inmigrantes o minorías raciales aisladas del resto de la clase obrera simplemente hacen el juego a los racistas, dan la idea de que sólo los inmigrantes deben encabezar el movimiento contra el racismo. Debemos luchar por la creación de comités de defensa conjuntos de trabajadores nativos e inmigrantes, a través de los comités de empresa, sindicatos, etc.,
Es necesario vincular la lucha contra el racismo y el fascismo con la perspectiva de la transformación socialista de la sociedad. Sin esto, incluso la elección de un gobierno socialista no resolverá el problema. Todo lo contrario, la política de los dirigentes obreros, destinada a la conciliación con la burguesía, sólo agravará la crisis y preparará el camino para la reacción. Una política de contrarreformas alejará aún más a la pequeña burguesía e incluso empujará a sectores de ella a los brazos de los fascistas.
Cuando la clase dominante ya no pueda controlar a la clase obrera con métodos «normales», no dudarán en recurrir al ejército. Para ser más correctos, INTENTARÁN moverse en dirección hacia una dictadura militar. La manera de hacerlo sería con un movimiento hacia el bonapartismo parlamentario, como los regímenes de Von Papen y Schleicher en Alemania antes de Hitler.
Si la corriente marxista fuera lo suficientemente fuerte, sería necesario llevar a cabo una campaña enérgica por un frente único de partidos y organizaciones obreras para evitar que eso ocurra.
La situación es diferente al período entre las dos guerras mundiales. Entonces, los fascistas tenían reservas sociales masivas entre el campesinado y la pequeña burguesía, incluidos los estudiantes. Ahora todo eso ha cambiado. La clase obrera es mil veces más fuerte, el campesinado casi ha desaparecido y sectores importantes de los trabajadores de cuello blanco: profesores, funcionarios, trabajadores del sector bancario, etc., se han acercado mucho más al proletariado.
En estas circunstancias, la burguesía tendrá que pensarse dos veces antes de moverse hacia una dictadura abierta. Si el movimiento obrero estuviera armado con una política genuinamente socialista, este movimiento podría terminar en el derrocamiento total del gobierno burgués.
Lenin explicaba que una de las características de una situación prerrevolucionaria es el fermento entre las capas medias de la sociedad. Movida por la desesperación ante la crisis del capitalismo, la pequeña burguesía se mueve en todas direcciones buscando una salida.
Si la clase obrera y sus organizaciones tuvieran una dirección audaz, las masas de la pequeña burguesía irían tras ella. Pero ante la ausencia de esta dirección las capas medias pueden girar en todas las direcciones. Actualmente, el fermento de la pequeña burguesía en Europa se refleja en todo tipo de fenómenos reaccionarios: la Liga Norte, Berlusconi, el MSI, Le Pen, los Republicanos Alemanes, el Partido de la Libertad austriaco y otros por el estilo.
Sin embargo, una vez comience a moverse la clase obrera, todo eso puede cambiar muy rápidamente. Sobre todo si la derecha llega al poder y su programa es puesto a prueba su base entre la pequeña burguesía se evaporará rápidamente.
La existencia de estos movimientos reaccionarios es el precio que debemos pagar por el fracaso de los dirigentes socialistas y «comunistas» a la hora de tomar el poder en el pasado. La única manera de garantizar el bloqueo del camino a la reacción en el futuro es la lucha incesante para ganar a los trabajadores y jóvenes avanzados para un genuino programa socialista y, a través de ellos, a las masas.
Lenin y el «defensismo»
La diferencia entre la política abstracta y el método dialéctico se ve en la evolución de la posición de Lenin sobre las tácticas revolucionarias en el período de 1914 a 1917. En agosto de 1914 la escisión en la Segunda Internacional creó una situación totalmente nueva. A la luz de la traición sin precedentes de la socialdemocracia, era necesario reagrupar y reeducar a las pequeñas y aisladas fuerzas del marxismo internacionalmente. Lenin en este período ponía mucho énfasis en los principios básicos del internacionalismo revolucionario, sobre todo la imposibilidad de regresar a la vieja internacional y una oposición implacable a todas las formas de patriotismo (derrotismo revolucionario). Para combatir las dudas y vacilaciones de los dirigentes bolcheviques, Lenin dio la expresión más aguda posible a estas ideas, cómo «convertir la guerra imperialista en guerra civil», y la «derrota de nuestra propia burguesía es el mal menor». Se podría decir que en algunas ocasiones exageró. No sería la primera vez que, para «enderezar el palo», Lenin se inclinaba demasiado en la otra dirección. Sobre las cuestiones fundamentales no hay duda de que Lenin tenía razón. Pero a menos que comprendamos su método, no sólo lo que escribió sino por qué lo hizo, podemos llegar a un lío absoluto.
No hay duda de que Lenin tenía razón en la postura que adoptó durante la guerra pero es necesario comprender su método. Los grupos ultraizquierdistas y sectarios siempre repiten las palabras de Lenin sin entender ni una sola línea. Toman sus escritos sobre la guerra como algo absoluto, fuera del tiempo y el espacio. No comprenden que, en esa época, Lenin no escribía para las masas, sino para un minúsculo grupo de cuadros en un contexto histórico determinado. Si no comprendamos eso podemos cometer un error fundamental. Para combatir el chovinismo e insistir en la imposibilidad de reconciliación alguna con la socialdemocracia, y particularmente con su ala de izquierda (Kautsky y el «centro»), Lenin utilizó algunas formulaciones que sin duda eran exageradas. Estas exageraciones, por ejemplo, lo llevaron a caracterizar la posición de Trotsky como «centrismo», algo totalmente incorrecto. La interpretación unilateral de la posición de Lenin en este período ha llevado a interminables confusiones.
Cuando Lenin regresó a Rusia después de marzo de 1917 modificó fundamentalmente su posición. No es que su oposición a la guerra imperialista fuera menor, o menos implacable su oposición al social chovinismo. Continuó vigilante con relación ante cualquier recaída por parte de los dirigentes bolcheviques en la cuestión de la guerra. Pero ya no era una cuestión de teoría, sino del movimiento vivo de las masas. La postura de Lenin después de marzo de 1917 guarda poco parecido con las consigas que había planteado anteriormente. Vio que, en esas circunstancias concretas, las masas de trabajadores y campesinos tenían ilusiones en la «defensa de la revolución» tal y como ellos la entendían. Era absolutamente necesario tener este hecho en cuenta si los bolcheviques querían conectar con el ambiente real de las masas. Si Lenin hubiera mantenido su antigua posición habría aparecido como un simple doctrinario. Habría alejado totalmente a los bolcheviques del movimiento real de los trabajadores y campesinos. Sólo los sectarios y doctrinarios inútiles no pueden ver la diferencia.
En un discurso pronunciado a los delegados de la fracción bolchevique de los soviets Lenin explicaba:
«Las masas se acercan a esta cuestión no desde un punto de vista teórico sino práctico. Nuestro error reside en una aproximación teórica. La conciencia de clase del proletariado podría consentir una guerra revolucionaria que realmente derroque el defensismo revolucionario. Ante los representantes de los soldados el asunto debe ser puesto de una manera práctica, de otra manera no se llegará a nada. No somos en absoluto pacifistas. La pregunta fundamental es: ¿Qué clase está llevando a cabo la guerra? La clase capitalista, atada a los bancos no puede realizar otra guerra excepto una guerra imperialista. La clase obrera sí puede». (Lenin)
En realidad, las consignas del «defensismo revolucionario» no jugaron ningún papel en la preparación de las masas para la Revolución de Octubre. Ni «la derrota de Rusia es el mal menor», sino «Paz, pan y tierra» y «Todo el poder a los soviets», que fueron el grito unificador de los bolcheviques que llevó a la victoria de la insurrección de Octubre. Examinaremos el contenido concreto de estas consignas más tarde.
La cuestión es que sin tácticas flexibles que tengan en cuenta el nivel de real de conciencia del movimiento obrero es imposible ganar a las masas. Pero antes de que sea posible hablar de la conquista del poder, primero es necesario conquistar a las masas. Sin eso, todas las palabras sobre insurrección, derrocamiento del Estado, guerra civil inevitable, violencia revolucionaria, preparativos militares y todo lo demás se convierte en simple charlatanería.
«Cada vegetal tiene su estación». Hay un momento y un lugar para cada consigna. Una de las características de la psicología sectaria es imaginar que las consignas tienen validez fuera del tiempo y el espacio. Ya que, para ellos, la política es una cuestión de pequeños círculos sin contacto con el mundo real, por lo tanto, la visión de las masas es una cuestión indiferente. La situación es radicalmente distinta con una genuina corriente marxista que lucha por ganar a las masas, empezando por las capas avanzadas.
Cuando Lenin regresó a Rusia un sector del Partido Bolchevique, imbuido por la impaciencia, quería ir mucho más allá de la clase. Haciéndose eco de los anarquistas y ultraizquierdistas plantearon la consigna revolucionaria: «Abajo el gobierno provisional». Esa era la consigna de la insurrección. ¿Qué actitud adoptó Lenin? Se opuso totalmente a ella. ¿Por qué? Porque esa consigna en absoluto correspondía con la etapa real en la que se encontraba el movimiento. Lenin, que era un revolucionario hasta la médula, sin embargo, se opuso de manera implacable a esta consigna y en su lugar orientó el partido hacia la conquista de las masas con la consigna: «explicar pacientemente».
¿No es este otro ejemplo de abandono de la posición revolucionaria de la toma violenta del poder? ¿Lenin no tenía el deber de defender la guerra civil? En realidad, lejos de defenderla en determinado momento Lenin incluso denunció a aquellos que pretendían que él defendía una guerra civil. Muy correctamente negó que los bolcheviques defendieran la violencia y puso toda la responsabilidad de la violencia sobre los hombros de la clase dominante. Esta idea en absoluto conviene a los ultraizquierdistas que no consiguieron comprender que nueve décimas partes de la tarea de la revolución socialista es el trabajo de ganar a las masas mediante la propaganda, la agitación, la explicación y la organización. Sin esto, todas las palabras sobre guerra civil e insurrección se reducen a una de dos cosas: o el tipo de charlatanería vacía característica de los socialistas de barra de bar, o al aventurerismo irresponsable, o por utilizar la terminología científica del marxismo, al blanquismo.
Aquí está lo que Lenin tiene que decir sobre el tema:
«Hablar de guerra civil antes de que la gente sea consciente de la necesidad de ella es, sin suda, caer en el blanquismo». (Obras Completas. Vol. 21. P. 43. International Publishers. Nueva York. 1929).
No fueron los bolcheviques sino la burguesía y sus aliados reformistas los que constantemente levantaron el espectro de la violencia y la guerra civil. ¿Cómo reaccionó Lenin? ¿Con discursos revolucionarios «temerarios» recogiendo el guante y arrojándolo a la cara del enemigo? ¿Habló abiertamente sobre la inevitabilidad de la guerra civil? Todo lo contrario, negó reiteradamente cualquier sugerencia de que los bolcheviques defendían la violencia. El 25 de abril protestó en Pravda contra las «oscuras insinuaciones» del «ministro Nekrasov» sobre la «alabanza de la violencia» de los bolcheviques:
«Señor ministro, miembro eminente del ‘Partido de la Libertad del Pueblo’, usted miente. Es el señor Guchkov quién alaba la violencia cuando amenaza con castigar a los soldados por destituir a las autoridades. Es Russkaia Volia, el periódico de los ‘republicanos’ PROGROM y amistosamente a usted que alaba la violencia.
«Pravda y sus seguidores no alaban la violencia. Todo lo contrario, declaran muy claramente, de manera precisa y contundentemente, que nuestra principal tarea en la actualidad debe ser concentrarnos en explicar a las masas proletarias sus problemas proletarios, tan distintos a los problemas de la pequeña burguesía que ha sucumbido al veneno chovinista». (Lenin. Obras Completas. vol. XX, Libro. 1, p. 171.)
El 4 de mayo el Comité Central de los bolcheviques aprobaba una resolución escrita por Lenin. El objetivo de la resolución era contener a la dirección local de Petrogrado que iba por delante de los acontecimientos. Su propósito era situar la responsabilidad de cualquier violencia en el gobierno provisional y sus seguidores, acusar a la «minoría capitalista de renuencia para cumplir la voluntad de la mayoría». Aquí están dos párrafos de la resolución:
«1. Los agitadores y oradores del partido deben rebatir las mentiras de los periódicos capitalistas y de los periódicos que apoyan a los capitalistas diciendo que amenazamos con la guerra civil. Esta es una mentira despreciable, en el momento actual, cuando los capitalistas y su gobierno no pueden ni se atreven a usar la violencia contra las masas, cuando la masa de soldados y trabajadores expresa libremente su voluntad, elige libremente y sustituye a todos sus oficiales públicos, en tal momento, cualquier pensamiento de guerra civil es ingenuo, sin sentido y monstruoso; en tal momento se debe cumplir totalmente con la voluntad de la mayoría de la población y permitir la libre crítica de de esta voluntad por la minoría insatisfecha; si se recurre a la violencia, la responsabilidad recaerá sobre el gobierno provisional y sus seguidores.
«2. El gobierno de los capitalistas y sus periódicos, con su ruidosa denuncia de la supuesta guerra civil, solo intentan ocultar la renuencia de los capitalistas, que aceptadamente constituyen una minoría insignificante de la población, a cumplir la voluntad de la mayoría». (Obras Completas. Volumen. XX. Tomo I. p. 245. 21 de abril).
Lenin comprendía que la clase obrera aprende de la experiencia, especialmente de la experiencia de los grandes acontecimientos. La única manera en que una pequeña tendencia revolucionaria encuentre eco en las masas es siguiendo el rumbo de los acontecimientos hombro a hombro con las masas, participando en la lucha cotidiana según se desarrolla, planteando consignas que correspondan con la etapa real del movimiento, explicando pacientemente la necesidad de una transformación total de la sociedad como la única salida.
Los llamamientos estridentes a la insurrección y la guerra civil no ganan a las masas, ni siquiera a la capa avanzada, sino que las repele. Como vimos antes, esta idea es verdadera incluso en medio de la revolución. Es cien veces más correcto en la actualidad, cuando la cuestión del derrocamiento revolucionario del capitalismo está lejos de ser prioritario en la mente incluso de los trabajadores más avanzados. Más bien lo contrario, es necesario poner la responsabilidad de la violencia y la guerra civil sobre los hombros de los dirigentes reformistas que tienen en sus manos la posibilidad de tomar el poder de manera pacífica y, por negarse a hacerlo, hacen inevitable el derramamiento de sangre.
«Todo el poder a los soviets»
Todos conocen que esta era la consigna central de Lenin y Trotsky en 1917. Pero muy pocos han comprendido el contenido real de esta consigna. ¿Cuál es el significado, concretamente, de la consigna «todo el poder a los soviets»? ¿Guerra civil? ¿La toma del poder por los bolcheviques? Muy lejos de la realidad. Los bolcheviques eran una minoría en los soviets que estaban dominados por los partidos reformistas, los social-revolucionarios y los mencheviques. La tarea central no era la toma del poder, sino ganar a la mayoría que tenía ilusiones en los reformistas.
Los bolcheviques basaron su «explicación paciente» en la idea, constantemente repetida en los escritos y discursos de Lenin de marzo hasta la víspera de la insurrección de octubre, de que los dirigentes reformistas deberían tomar el poder en sus manos, que eso garantizaría una transformación pacífica de la sociedad, que los bolcheviques lo apoyarían con entusiasmo y que, si los dirigentes reformistas tomaban el poder, los bolcheviques se limitarían a la lucha pacífica para conseguir la mayoría dentro de los soviets.
Aquí tenemos un par de ejemplos de cómo Lenin trataba la cuestión (hay muchos más):
«Aparentemente, no todos los seguidores de la consigna «Todo el poder a los soviets» han dado un significado adecuado al hecho de que era una consigna para el avance pacífico de la revolución, pacífico no sólo en el sentido de que nadie, ninguna clase, ninguna fuerza de cualquier importancia, entonces habría sido capaz (entre el 27 de febrero y el 4 de julio) de resistir y evitar la transferencia del poder a los soviets. Eso no es todo. El desarrollado pacífico habría sido entonces posible, incluso en el sentido de que la lucha de clases y partidos dentro de los soviets podría haber asumido la forma más pacífica e indolora, habría permitido que todo el poder del Estado pasara a los soviets». (Lenin. Obras Completas. Vol. 24. P. 184. 1917).
«Ninguna otra condición, creo, planteada por los bolcheviques, que tenían confianza en que la libertad de propaganda realmente libre y la consecución inmediata de una nueva democracia en la composición de los soviets (nuevas elecciones para ellos), y en su funcionamiento, garantizaría un avance pacífico de la revolución, un resultado pacífico de la lucha del partido dentro de los soviets.
«¿Quizás es esto ya posible? Quizás. Pero si hubiéramos tenido una oportunidad entre cien, el intento de llevar a cabo tal posibilidad aún merecería la pena». (Lenin. Obras Completas. Vol. XXI. Tomo I. pp. 153-154).
«Nuestro trabajo es ayudar en todo lo posible a garantizar la ‘última’ oportunidad de un desarrollo pacífico de la revolución, ayudar con la presentación de nuestro programa, dejando claro su carácter general, nacional, su absoluta armonía con los intereses y las demandas de una enorme mayoría de la población». (Lenin. Obras Completas. Vol. XXI. Tomo I. p. 257).
«Una vez tomado el poder, el soviet podría aún existir, y probablemente esta es su última oportunidad, de garantizar un desarrollo pacífico de la revolución, elecciones pacíficas de los diputados del pueblo, una lucha pacífica de los partidos dentro de los soviets, una prueba en la práctica de los programas de distintos partidos, una transferencia pacífica del poder de un partido a otro». (Lenin. Obras Completas. Vol. XXI. Tomo I. pp. 263-264).
Y así es como Trotsky resume la posición en Historia de la Revolución Rusa:
«La transmisión del poder a los soviets significaba la transmisión directa de dicho poder a los conciliadores, cosa que podía llevarse a cabo pacíficamente, mediante el puro y simple licenciamiento del gobierno burgués, que se sostenía gracias a la buena voluntad de los conciliadores y a los restos de confianza que en ellos tenían las masas. La dictadura de los obreros y soldados era un hecho, a partir del 27 de febrero. Pero los obreros y soldados no se daban cuenta de ello. Habían confiado el poder a los conciliadores, los cuales, a su vez, lo habían transmitido a la burguesía. El cálculo de los bolcheviques respecto a la posibilidad de un desarrollo pacífico de la revolución se basaba no en que la burguesía habría de ceder voluntariamente el poder a los obreros y soldados, sino en que éstos impedirían a tiempo que los conciliadores cedieran el poder a la burguesía.
«La concentración del poder en los soviets, bajo el régimen de la democracia soviética, hubiera dado a los bolcheviques completa posibilidad de conquistar la mayoría en esos soviets y, por consiguiente, de formar un gobierno sobre la base de su programa. No hacía falta para ello el levantamiento armado. El cambio de partidos en el poder se hubiera efectuado de un modo pacífico. Todos los esfuerzos del partido, entre abril y julio, estaban orientados en el sentido de asegurar el desarrollo pacífico de la revolución a través de los soviets. ‘Explicar pacientemente’, era la clave de la política bolchevique». (León Trotsky. Historia de la Revolución Rusa).
¿Pero quizá Lenin y Trotsky sólo jugaban con los sentimientos de las masas? ¿Quizá sólo plantearon la idea de una transferencia pacífica para ganar popularidad entre los trabajadores, haciendo concesiones a sus ilusiones pacifistas reformistas? Imaginar este tipo de cosas sería no comprender nada del método de Lenin y Trotsky, basado en una honestidad revolucionaria audaz. En su testimonio ante la Comisión Dewey, Trotsky lo plantea muy claramente: «Creo que la política marxista, revolucionaria en general, es una política muy sencilla: ‘¡Denunciar tal y como es! ¡No mentir! ¡Decir la verdad!’ Es una política muy sencilla». (El caso de León Trostky).
El Partido Bolchevique no tenía dos programas diferentes, uno para la minoría culta y otro para los trabajadores «ignorantes». Lenin y Trotsky siempre decían la verdad a la clase obrera, incluso cuando ésta era amarga y desagradable. Si en 1917, es decir, en medio de la revolución, cuando la cuestión del poder se planteaba a quemarropa, ellos insistían en la idea de que era posible la transformación pacífica (no «teórica» sino realmente posible), con la condición de que los dirigentes reformistas tomaran medidas decisivas, eso sólo podía ser porque realmente era así. Y así fue. Si la dirección del soviet hubiera actuado de manera decidida, la revolución se habría producido pacíficamente, sin guerra civil, porque ellos tenían el apoyo de la aplastante mayoría de la sociedad. Al señalar este simple hecho a los trabajadores y campesinos, Lenin y Trotsky no estaban diciendo mentiras o abandonando la teoría marxista del Estado, sino simplemente diciendo lo que era obviamente cierto para la masa de trabajadores y campesinos.
Lenin mantuvo esta postura hasta que la cambió en el mes de julio. ¿Por qué? Debido a la cobardía de los mencheviques y social-revolucionarios que se negaron a tomar el poder, entonces la iniciativa inevitablemente pasó a la reacción. Detrás de los faldones del frente popular ruso (el gobierno provisional), la clase dominante se estaba reagrupando y preparando su venganza. El resultado fue la reacción de las «Jornadas de Julio».
Sobre la base de las redadas de julio, Lenin llegó a la conclusión de que ya era imposible un resultado pacífico, que era inevitable la guerra civil y por eso era necesario que el partido situara inmediatamente la insurrección en el primer punto del orden del día. En realidad, Lenin estaba equivocado, como señala Trotsky en Historia de la Revolución Rusa. Lenin, que estaba oculto en Finlandia, admitió más tarde que no estaba al corriente de la situación. La razón real de su posición era su miedo a que Kámenev, Zinoviev y Stalin vacilaran y no estuvieran dispuestos a tomar el poder. En esto no estaba equivocado. Es una ley que cuando se aproxima la fecha de la insurrección la dirección del partido revolucionario sufre una presión extrema de las clases ajenas, y un sector de la misma comienza a vacilar.
«Explicar pacientemente»
Sin embargo, la postura de Trotsky sin duda era correcta. Comprendía la necesidad de continuar la tarea de ganar a los soviets hasta el momento de la insurrección, incluso propuso (en contra de la opinión de Lenin) que la fecha de la insurrección se debería posponer para que coincidiese con el congreso de los soviets donde los bolcheviques ganarían la mayoría. Así que, incluso en el transcurso de la misma insurrección, la cuestión de la legalidad, lejos de ser relegada a un lugar sin importancia, asume un papel crucial para ganar a las capas más inertes de las masas.
Al descubrir la contradicción entre las palabras y los hechos de los dirigentes reformistas, los bolcheviques preparaban el camino para ganar a la mayoría decisiva en los soviets y también en el ejército (que también estaba representado en los soviets). Este era el verdadero camino sobre el que preparó la insurrección de 1917 el Partido Bolchevique, no hablando sobre ella, sino penetrando realmente en las masas y sus organizaciones con tácticas flexibles y consignas que realmente correspondían con las necesidades de la situación y que conectaban con la conciencia de las masas, no con abstracciones sin vida aprendidas mediante la memorización de un libro de cocina revolucionario.
La única razón por la que no se consiguió inmediatamente una revolución pacífica en Rusia fue debido a la cobardía y traición de los dirigentes reformistas en los soviets, como explicaron Lenin y Trotsky en cientos de ocasiones.
A menos y hasta que el partido revolucionario gane a las masas, es inútil y contraproducente poner en énfasis en la supuesta inevitabilidad de la violencia y la guerra civil. Ese nunca fue el método de los grandes pensadores marxistas del pasado, pero sí fue siempre una característica de las sectas ultraizquierdistas en los márgenes del movimiento obrero que viven en un mundo de sueños «revolucionario» que no guarda relación con el mundo real. En este invernadero, aislado de la realidad, los pequeños grupos se pueden mantener debatiendo interminablemente sobre la «insurrección» y «preparándose» mentalmente para la «inevitabilidad de la guerra civil», mientras que la tarea real de construir una organización revolucionaria se les escapa completamente.
¿De qué manera concreta una tendencia marxista se prepara para el poder? Ganando a las masas. ¿Cómo se puede conseguir esta tarea? Elaborando un programa de reivindicaciones transicionales que, partiendo de la situación real de la sociedad y de las necesidades objetivas de la clase obrera y la juventud, vincule las reivindicaciones inmediatas con la idea central de expropiar a los capitalistas y transformar la sociedad. Como explicaron en muchas ocasiones Lenin y Trotsky, nueve décimas partes de la tarea de la revolución consiste precisamente en esto. A menos que se comprenda este hecho, todo lo que se hable sobre la lucha armada, «preparativos militares» y guerra civil queda reducido a una demagogia irresponsable.
Como hemos señalado, cuando los bolcheviques eran una pequeña minoría en los soviets, que estaban totalmente dominados por los partidos reformistas, los mencheviques y los social-revolucionarios que luchaban por conseguir una alianza con la burguesía, no jugaban con la insurrección, sino que insistían en la necesidad de ganar la mayoría en los soviets («explicar pacientemente»). Entonces, como ahora, los trabajadores y los campesinos confiaban en los dirigentes reformistas. Para los bolcheviques éste debía ser el punto de partida. Y así fue.
En la medida que ellos eran una minoría, Lenin y Trotsky hicieron lo sumo para contener a los trabajadores y soldados, para evitar un enfrentamiento prematuro con el Estado. Todo su énfasis se centraba en la agitación pacífica y la propaganda. Por ejemplo, Lenin en junio se opuso a una manifestación armada. Muy a su pesar, Lenin y Trotsky provocaron la rabia de sectores de los trabajadores que habían ido mucho más lejos que el resto de la clase. Fueron acusados de oportunismo por no poner en primer plano la cuestión de la insurrección armada.
Ante tales críticas ellos simplemente se encogían de hombros. Comprendían que la tarea más apremiante era ganar a la mayoría de los trabajadores y soldados que estaban bajo la influencia de los mencheviques y social-revolucionarios. Con tácticas habilidosas y flexibles, los bolcheviques consiguieron ganar la mayoría en los soviets en los meses previos a Octubre. Eso, y sólo eso, explica el carácter relativamente pacífico de la insurrección de Octubre. La razón no fue primordialmente militar, sino el hecho de que nueve décimas partes del trabajo se había realizado ya de antemano.
¿Fue pacífica la Revolución de Octubre?
La Revolución de Octubre en Rusia fue un asunto pacífico, a pesar de lo que muchos piensan. En primer lugar, no es posible hablar de la «revolución de 1917». No hubo una sino dos revoluciones en 1917, además separadas por un período de reacción durante los meses de julio a septiembre, incluida una ofensiva militar, seguida por levantamientos reaccionarios y cuatro años de guerra civil en la que Rusia fue invadida por 21 ejércitos extranjeros de intervención, en la que murieron millones de personas. Así que fue un período de revolución y contrarrevolución, no un simple «desfile triunfal». Cualquier persona que la presente como tal sería ridiculizada como un loco o un ignorante. Sin embargo, la afirmación de que la Revolución de Octubre fue un asunto pacífico (en la medida que una revolución puede ser considerada como tal) no procede de la CMI, sino de Lenin y Trotsky. Citaremos un par de ejemplos. Primero en relación con la revolución de febrero.
«No pecaremos de exageración si decimos que la revolución de Febrero la hizo Petrogrado. El resto del país se adhirió. En ningún sitio, a excepción de la capital, hubo lucha. No hubo en todo el país un solo grupo de población, un solo partido, una sola institución, un solo regimiento, que se decidiera a defender el viejo régimen. Esto demuestra cuán fundados son los razonamientos que hacen con la caballería de la Guardia o si Ivanov no hubiera llegado del frente con una brigada de confianza, el destino de la monarquía hubiera sido otro. Ni en el interior ni en el frente hubo una sola brigada ni un solo regimiento dispuesto a luchar por Nicolás II». (León Trotsky. Historia de la revolución rusa).
¿Y la Revolución de Octubre? En el libro Trotsky describe con detalle la facilidad con la que se tomó Petrogrado. La naturaleza pacífica de la revolución se garantizó porque los bolcheviques, bajo la dirección de Trotsky, ya habían ganado a la guarnición de Petrogrado. En el capítulo, La toma de la capital, explica la manera en que los trabajadores tomaron el control de la clave fortaleza Pedro y Pablo:
«Todas las fuerzas de la guarnición acogen satisfechas la noticia del arresto del comandante. Pero los motociclistas perseveran en una actitud evasiva. ¿Qué se oculta detrás de su silencio sombrío y enigmático: una hostilidad disimulada o las últimas vacilaciones? ‘Decidimos organizar un mitin especial para los motociclistas -dice Blagonravov- e invitar al mismo a nuestros mejores agitadores, y, en primer lugar, a Trotsky, que goza de autoridad e influencia inmensa entre los soldados’. A las cuatro de la tarde todo el batallón se reunió en el local del vecino Circo Moderno. En funciones de oposición gubernamental habló el general Parodelov, al que se tenía por social revolucionario. Sus objeciones eran tan prudentes, que parecían equívocas. De ahí que las intervenciones de los representantes del Comité fuesen tanto más aniquiladoras. La batalla oratoria suplementaria en torno a la fortaleza de Pedro y Pablo terminó como era de prever: el batallón aprobó, con sólo 30 votos en contra, la resolución de Trotsky. Otro de los posibles conflictos sangrientos quedaba resuelto antes del combate, y sin sangre». (Ibíd.,)
Se tardó un poco más en establecer el poder soviético en Moscú, principalmente debido a los errores de los bolcheviques locales. Pero Trotsky insistió reiteradamente en que la revolución bolchevique en su mayor parte fue pacífica hasta la intervención de las potencias extranjeras para aplastarla en sangre.
Política ultraizquierdista
En el Juicio de Minneapolis de 1941, Cannon hacía referencia a la insurrección en Petrogrado como «sólo un poco de refriega, eso es todo» (El socialismo a juicio, p. 64). Esto fue más tarde utilizado por el ultraizquierdista Grandizo Munis quien exigía que el SWP defendiera abiertamente la violencia y la guerra civil, denunciando la política utilizada para la defensa en el juicio como «oportunismo». En realidad, la postura adoptada por el SWP al menos en este caso estaba estrictamente en concordancia con el consejo de Trotsky en el período anterior.
«Nuestra fórmula en este caso», respondía Cannon, «también es la fórmula de los maestros marxistas. Ellos no sólo insistían en la deseabilidad de un cambio pacífico de la sociedad, sino que en ciertas circunstancias excepcionales, consideraron muy posible la revolución pacífica. Nosotros, por nuestra parte, rechazamos esta perspectiva en EEUU, pero al mismo tiempo declarábamos nuestra preferencia por ella y acusábamos a la burguesía dominante como instigadora de la violencia. En esto éramos totalmente leales a la doctrina y tradición marxistas». (Munis and Cannon, What policy for revolutionists. Marxism or Ultra-leftism. P. 36).
A propósito, la política ultraizquierdista defendida por Munis en esas circunstancias dadas no sólo habría alejado a los trotskistas de la clase obrera norteamericana, habría significado la destrucción total del partido (Más tarde destruido por la política equivocada de la dirección del SWP, pero trataremos esa cuestión en otra parte). Todos los argumentos utilizados por Lenin y Trotsky con relación a la revolución rusa son cien veces más validos hoy. La correlación de fuerzas de clase es infinitamente más favorable para el proletariado, sobre todo en los países capitalistas desarrollados. Sin las traiciones de los socialdemócratas y los estalinistas, la clase obrera podría haber tomado el poder muchas veces en el curso de los últimas siete décadas en Francia, Italia, España, Portugal, Gran Bretaña y Alemania.
La posición sobre la violencia de Trotsky
La afirmación de que un movimiento de masas con fuerza suficiente puede, en unas condiciones determinadas, conseguir la transferencia del poder sin una guerra civil no es un invento de la CMI. En su testimonio ante la Comisión Dewey, en determinado momento le preguntaron a Trotsky si la revolución política en la URSS inevitablemente significaría un derrocamiento sangriento de la casta dominante estalinista. Reproducimos completa su respuesta:
Trotsky respondía que la burocracia soviética podría ser derrocada sin violencia, como lo había sido el Estado zarista: «Finerty: En otras palabras, incluso en la revolución política y el derrocamiento de la burocracia, ¿no contemplaría como una necesidad, incluso una medida defensiva, la destrucción personal de la burocracia o su exterminio personal?
«Trotsky: Estoy seguro de que cuando llegue la hora de la revolución, la revolución política en Rusia, será tan poderosa la insurrección de las masas que la burocracia inmediatamente quedará desorientada y desorganizada, como sucedió al régimen zarista en la revolución de febrero.
«Finerty: Así que, señor Trotsky, ¿dentro de su filosofía política no está ejercer actos individuales de terror contra la burocracia o un terror de masas contra ella?
«Trotsky: El terror de masas depende de las circunstancias de la propia burocracia. Repito, espero, incluso en el momento crítico, que esta poderosa y terrible burocracia quede en un estado absolutamente lamentable y entonces la revolución pueda ser aún menos sangrienta que la revolución de febrero en nuestro país y también que la Revolución de Octubre. Pero las masas no pueden tener ninguna responsabilidad por ello. Si la burocracia se opone a las masas, éstas naturalmente tomarán medidas severas. Pero el exterminio individual no. Esa no es una perspectiva revolucionaria.
«Finerty: ¿Y no es una necesidad política?
«Trotsky: No es una necesidad política». (The Case of Leon Trotsky. pp. 376-377).
Debemos tener en cuenta que aquí hablamos de una dictadura totalitaria monstruosa, basada en la supresión de todos los derechos, un régimen cuyos instrumentos eran el asesinato, la tortura y los campos de concentración. A pesar de esto, Trotsky mantenía la perspectiva de un movimiento revolucionario tan poderoso que paralizaría a la burocracia, dejándola inútil.
¿Era una utopía de Trotsky? Al contrario. Miremos lo que ocurrió en Europa del Este en 1989. Los movimientos de masas contra los regímenes estalinistas en Alemania Oriental, Polonia y Checoslovaquia conmocionaron a la desmoralizada burocracia que colapsó como un castillo de naipes, a pesar de que tenía en sus manos los medios de destrucción más monstruosos. Es verdad que, en ausencia del factor subjetivo, el colapso de la burocracia provocó el retroceso hacia el capitalismo. Pero esto no afecta a la esencia de la argumentación. Trotsky explicó hace mucho tiempo que las leyes de la revolución y la contrarrevolución son similares. La realidad es que la transición de un régimen social a otro se llevó a cabo de manera pacífica, sin una guerra civil. La burocracia dominante, en el momento de la verdad, se rindió sin disparar un solo tiro.
Consideremos concretamente qué significa esto. El estado totalitario en Rusia y Europa del Este probablemente era el aparato de represión más poderoso de la historia. Parecía indestructible. Incluso la burguesía hablaba de él como un «monolito de granito» que se creía duraría siglos (hasta el momento final la burocracia compartía esta ilusión). Una característica de una elite dominante condenada es depositar una fe supersticiosa en el poder de la policía, la policía secreta y el ejército. Pero los marxistas partimos de las relaciones sociales reales, no del número de policías, espías y soldados que reciben su paga del Estado, o ni siquiera de la existencia de modernos cazabombarderos y otros medios de destrucción técnicos (este es el argumento conocido más viejo, y que, si fuera correcto, descartaría la posibilidad de toda revolución en la historia).
Todos los medios técnicos de destrucción estaban en manos de la burocracia. Sí, muchos policías y soldados para utilizar, al menos en el papel. Pero en el momento de la verdad, nada de esto fue útil. En la Biblia, los muros de Jericó se derrumbaron después que Josué ordenara tocar las trompetas. Los regímenes estalinistas colapsaron incluso sin acompañamiento musical. ¿Por qué la elite dominante simplemente no recurrió a los cazabombarderos, que sería la solución obvia? ¿O a los tanques, o cualquier otro medio de represión amplio que tenía a su disposición? Un simple orden sería suficiente. ¿Por qué no llegó la orden? Porque la burocracia estaba totalmente desmoralizada y paralizada por el movimiento de las masas. Como De Gaulle en 1968, eran conscientes de que «el juego se acabó» y era inútil la resistencia.
¿Cómo explicar la parálisis de la burocracia? Su desmoralización era el resultado del callejón sin salida del régimen, que era incapaz de desarrollar los medios de producción. Ya en 1973 pronosticamos el colapso del estalinismo precisamente porque la burocracia había dejado de desarrollar las fuerzas productivas y, consiguientemente, había pasado de ser una fuerza relativamente progresista a un freno absoluto para la sociedad. Lo mismo se aplica ahora cada vez más a la burguesía en occidente. Lo que obstruye el camino a una transformación revolucionaria de la sociedad no es la fuerza de la burguesía y su Estado, sino la inercia temporal de la clase obrera, que sólo poco a poco comienza a ser consciente de la profundidad de la crisis.
En el próximo período tormentoso y tenso aparecerán oportunidades revolucionarias en un país tras otro. Los acontecimientos de 1968 se repetirán a un plano incluso superior. El Estado en manos de la burguesía en occidente es poderoso, pero en muchos sentidos no lo es tanto como los regímenes totalitarios de Europa del Este en 1989. Lenin explicaba que toda revolución real siempre empieza por arriba, con una crisis de confianza en la clase dominante, que se siente incapaz de gobernar al viejo estilo. La segunda condición es que la clase media debería estar en un estado fermento, oscilando entre la burguesía y el proletariado. La tercera condición es que la clase obrera debería estar preparada para luchar por la transformación de la sociedad. La condición final es la existencia de un fuerte partido revolucionario con una dirección experimentada y previsora.
Hungría 1919 y Alemania 1918
En condiciones excepcionalmente favorables la crisis de la clase dominante, frente a un movimiento de masas de dimensiones considerables, puede llevar al colapso del régimen sin luchar. En Hungría este proceso había sido posible en 1919 cuando el régimen burgués húngaro entregó el poder al Partido Comunista sin disparar un tiro, aunque los errores del inexperto partido Comunista llevaron a la derrota, como señalaba Trotsky:
«La postración del gobierno del conde Karoly ante la Entente se terminó mediante la transmisión consentida y pacífica del poder a los partidos obreros, sin revolución alguna. Los comunistas del partido de Bela Kun se apresuraron a unirse con los socialdemócratas. Inspirador de la Hungría soviética, Bela Kun dio pruebas de una completa incapacidad, sobre todo en la cuestión campesina, lo que condujo rápidamente al hundimiento de los sóviets». (Trotsky. ¿A dónde va Francia?).
Como en la revolución húngara, la revolución alemana de 1918 fue prácticamente incruenta. De manera similar la revolución de 1918 en Alemania sucedió sin provocar dolor. Una huelga general, un motín del ejército y de la armada, durante el cual los soldados arrestaron a los oficiales reaccionarios (los que resultaron afortunados) y crearon comités de trabajadores y soldados, el poder estaba en manos de la clase obrera. En todo el proceso murieron 19 personas. En una gran ciudad mueren más personas un fin de semana en accidentes de tráfico. ¿Cuál fue el problema? Las masas de trabajadores y soldados, recién despiertas a la vida política, inevitablemente se dirigieron a las organizaciones de masas existentes. En Alemania eso significaba la socialdemocracia bajo la dirección de algunos dirigentes reformistas que habían traicionado a la clase obrera en 1914.
Noske y Scheidermann traicionaron la revolución, devolvieron el poder a la burguesía. La clase obrera alemana y el mundo entero pagaron un precio terrible por esa traición quince años después, con el ascenso de Hitler, las cámaras de gas y la Segunda Guerra Mundial. Aquí tenemos un ejemplo destacado de cómo la negativa de los dirigentes reformistas a tomar el poder, incluso cuando es posible hacerlo por medios pacíficos, prepara el camino para ríos de sangre en el futuro. Esa es la lección esencial que debemos recalcar en cada oportunidad.
Portugal 1974
El ejemplo más destacado de los procesos que estamos analizando fue la revolución portuguesa de 1974. Aquí todos los procesos pueden verse con mucha claridad. Después de casi cincuenta años de dictadura, primero con Salazar y después con Caetano, la dictadura colapsó como una manzana podrida. Las contradicciones internas que socavaron el régimen se reflejaron en el aparato del Estado con la cristalización de una tendencia opositora en el cuerpo de oficiales.
Las interminables y sanguinarias guerras coloniales en Angola, Mozambique y Guinea Bissau jugaron un papel importante. La casta de oficiales portugueses no era típica de los ejércitos de otros estados imperialistas. Normalmente la casta de oficiales está formada por los hijos de las familias ricas que viven una vida segura y confortable detrás de un escritorio. Aquí era diferente. Las guerras en África hacían que el servicio militar no fuera una cómoda bicoca, sino un asunto peligroso que no atraía demasiado a la «juventud dorada». En cambio muchos oficiales procedían de la clase media. Eran «estudiantes con uniforme». Sectores de estos oficiales comenzaron a estudiar las ideas del «marxismo» y empezaron a ser influídos por ellas. Motivados por la hostilidad hacia la guerra y al corrupto el régimen dictatorial, en secreto se convirtieron al socialismo, al comunismo y al maoísmo.
Así que el golpe del 25 de abril de 1974 tuvo un giro peculiar. Los jóvenes oficiales que derrocaron a Caetano y proclamaron la revolución sin comprender claramente hacia dónde se dirigían abrieron las compuertas a las masas. Después de décadas de gobierno fascista y bonapartista, sin dirección desde arriba, vimos el magnífico movimiento del proletariado portugués. El primero de mayo de 1974 salieron a las calles 3 millones de trabajadores de una población total de sólo 8 millones. Junto a los trabajadores había soldados y marineros manifestándose con las armas en la mano.
En estas condiciones no se podía hablar en absoluto de «guerra civil». Una guerra civil presupone la existencia de fuerzas preparadas para luchar en defensa del orden existente. Después del 25 de abril estas fuerzas no existían. La fórmula de «cuerpos de hombres armados» aquí no se aplica. ¿Qué fuerzas estaban dispuestas a luchar por la clase obrera? Si hacemos la pregunta en concreto se responde por sí sola. Los cuerpos de hombres armados estaban al lado de las masas. Citaremos sólo un ejemplo. Cuanto los trabajadores del gran astillero Lisnave en Lisboa se pusieron en huelga y se dirigían hacia el Ministerio de Trabajo se ordenó a las tropas detenerlos. Al enfrentarse con una manifestación combativa formada por más de 5.000 estibadores, la reacción de los soldados es recogida gráficamente en el siguiente relato de un testigo presencial:
«Antes de la comida circulaba el rumor de que íbamos a salir y pronto adivinamos que era hacia Lisnave… formamos a mediodía y el comandante nos dijo que había recibido una llamada telefónica relacionada con la manifestación en Lisnave encabezada por una minoría de agitadores de izquierda y que nuestro trabajo era evitar que se celebrase. Nos armaron como nunca antes lo habían hecho, con G3s y cuatro recámaras.
«… la manifestación comenzó y un torrente humano avanzaba gritando ‘los soldados son hijos de trabajadores’, ‘mañana los soldados serán trabajadores’ y ‘las armas de los soldados no se deben volver contra los trabajadores’. El comandante pronto vio que no íbamos a seguir sus órdenes y se calló. Bajamos nuestras armas y algunos compañeros lloraban. Detrás de los barracones el comandante no estaba irritado pero nos dijo que en el futuro tendríamos que obedecer las órdenes… al día siguiente en los barracones, la situación estaba más animada. Antes de la reunión matutina muchos compañeros estaban de pie y gritaban las consignas de la manifestación: ‘los soldados son hijos de trabajadores’ y ‘no a la explotación capitalista’». (Revolutionary Rehearsals. p. 95).
La fuerza que salvó al capitalismo en Portugal después del 25 de abril no fue el ejército sino, en primer lugar, los dirigentes del Partido «Comunista», que inmediatamente anunciaron que era necesario apoyar al supuesto general «progresista» Spínola. Detrás de la fachada protectora del gobierno provisional, Spínola preparaba el contragolpe. Un año después intentó un golpe de estado. ¿Qué fuerzas controlaba? Un pequeño grupo de soldados procedentes del sector más atrasado del ejército: los paracaidistas. El 11 de marzo, los paracaidistas rodearon los barracones de uno de los regimientos más radicales de Lisboa, el RAL-1, pero no pudieron convencerlos de que disparasen. El movimiento espontáneo de los trabajadores y otros sectores de los soldados que confraternizaron e hicieron un llamamiento a los paracaidistas rápidamente terminó el motín. A las pocas horas los paracaidistas explicaban: «No somos fascistas. Son nuestros compañeros». La «rebelión de los esclavistas» colapsó casi inmediatamente.
Marx en cierta ocasión dijo que la revolución necesita el látigo de la contrarrevolución. El intento de golpe de Spinola provocó la acción de los trabajadores. Los trabajadores de banca ocuparon los bancos y exigieron que el gobierno del MFA nacionalizara los bancos. Siguiendo su ejemplo, los trabajadores de las aseguradoras hicieron lo mismo. Los oficiales de izquierda procedieron a nacionalizar los bancos y aseguradoras, el verdadero poder que forma la base de la reacción en Portugal, que entre ellos poseían más del 60 por ciento de la economía.
Fue un duro golpe no sólo contra la reacción, sino contra el capitalismo en Portugal. Este hecho fue reconocido por The Times que publicó una editorial titulada: El capitalismo en Portugal ha muerto. Y así habría sucedido. Con el aplastamiento del intento de golpe de Spínola el poder estaba en manos de los trabajadores y soldados. Una vez más sólo la cobardía y traiciones de los dirigentes del PCP (Partido Comunista de Porgutal) y el PSP (Partido Socialista de Portugal) salvaron la situación. El PSP, que era muy débil, con 200 militantes un año antes de la revolución, comenzó a crecer rápidamente. Bajo la presión de las masas los dirigentes del PSP adoptaron una política muy radical en palabras. Mario Soares daba discursos defendiendo la «dictadura del proletariado». El periódico socialista Republica publicaba artículos de Trotsky. En las primeras elecciones democráticas en cincuenta años participó nada menos que el 91,1 por ciento del electorado. El PSP consiguió el 38,8 por ciento de los votos, el PCP el 12,5 por ciento y su aliado el MDP otro 4,1 por ciento, en total los partidos obreros recibieron el 54,4 por ciento.
En estas circunstancias no estaba mínimamente en cuestión no sólo que la revolución en Portugal se pudiera llevar a cabo de manera pacífica, sino que se podría haber realizado a través del parlamento. La burguesía estaba totalmente desmoralizada por el rápido colapso del golpe de marzo. Spinola había huido a Brasil. La clase obrera estaba en pie. Sin dirección desde arriba se habían elegido en las fábricas consejos obreros. Florecieron las clínicas populares y los centros culturales. Los trabajadores desempleados ayudaban en el campo. Enseñaban a los adultos a leer. Cientos de fábricas y granjas fueron abandonadas por sus propietarios y ocupadas por los trabajadores que sacaban conclusiones revolucionarias. Un militante del astillero Setenave expresaba de la siguiente manera la situación:
«Incluso en Setenate no tenemos control obrero. ¿Cómo podemos tenerlo si no controlamos los bancos? Nuestra actitud es que queremos saber todo… Queremos controlar las decisiones pero no tenemos la responsabilidad. No creemos que podamos tener sólo control obrero». (Revolutionary Reherarsals. P. 104).
Consejos revolucionarios
¿Qué se requería? La formación de un gobierno comunista-socialista, comprometido con llevar la revolución hasta el final. Habrían bastado un par de decretos para eliminar el poder de los terratenientes, banqueros y capitalistas, para establecer formalmente una economía nacionalizada planificada. Medidas inmediatas para subir las pensiones y los salarios, reducir la jornada laboral y mejorar los niveles de vida de los pequeños campesinos y comerciantes. Un llamamiento a los trabajadores, campesinos y soldados para que ocupasen la tierra y las fábricas, creación de comités elegidos democráticamente y el arresto de los elementos contrarrevolucionarios. Estas mediadas, basándose en el movimiento revolucionario de las masas fuera del parlamento habrían bastado para garantizar una transición pacífica.
¿Esa política habría llevado inevitablemente a la guerra civil? Como siempre el movimiento revolucionario de las masas tuvo un efecto profundo en el ejército. La idea de elegir comités se extendió de las fábricas a los barracones. El intento de crear una red nacional de «consejos revolucionarios de soldados, marineros y trabajadores» incluso tuvo el apoyo de un sector de los oficiales asociados con Otelo de Carvalho. La extensión de las ideas revolucionarias en las fuerzas armadas era conocida por los oficiales conservadores del «Grupo de Nueve» que en su manifiesto declaraban:
«Vemos un deterioro progresivo de las estructuras del Estado. En todas partes han aparecido formas espontáneas y anarquistas de ejercer el poder que poco a poco incluso están alcanzando a las fuerzas armadas».
En septiembre se creó un movimiento de soldados autónomos, el SUV (Soldados Unidos Venceremos). El SUV convocó una manifestación en la ciudad norteña de Oporto el 10 de septiembre:
«Como no se permitía a los soldados cantar en público comenzamos a silbar. Pero al final todo el mundo terminó cantando… cantando La Internacional. El número de personas en la manifestación crecía frente a nuestros propios ojos».
Se calcula que unos 30.000 trabajadores ese día caminaron detrás del contingente de 1.500 soldados. El SUV comenzó a desenmascarar a los oficiales reaccionarios ante los soldados, que habían estado oscurecidos por el prestigio del MFA.
«El día después de la manifestación del SUV era el aniversario de [el golpe militar] Chile y queríamos guardar un minuto de silencio. Los oficiales dijeron que no. Cargamos nuestras armas y guardamos nuestro minuto de silencio».
Los soldados comenzaron a plantear reivindicaciones relacionadas con las desigualdades existentes entre ellos y los oficiales. Comenzaron a agitar por aumentos salariales y transporte gratuito. En un solo viaje para ver a su familia se le podía ir casi toda la paga mensual a muchos soldados.
«En los cuarteles generales de Oporto había tres comedores separados, uno para los soldados, otro para los suboficiales y otro para los oficiales. Tres días antes de la manifestación de Oporto algunos soldados tranquilamente se sentaron a comer en el comedor de los oficiales. Al día siguiente todos los soldados ocuparon ese comedor. Desde ese día hubo una lucha para eliminar los comedores separados y unificarlos».
Este no es el lugar para tratar con detalle la manera en que la revolución portuguesa fue descarrilada. Pero el comportamiento de Cunhal y Soares sin duda fue el factor decisivo. Tenían todas las posibilidades para llevar a cabo una revolución pacífica, en las condiciones más favorables, pero en su lugar hicieron naufragar la revolución y convirtieron en cenizas las esperanzas de las masas. Esto significa que en el camino de la clase obrera se situarán obstáculos nuevos y terribles, que podrían significar que la próxima vez no sea tan pacífica. Eso dependerá de muchos factores, pero sobre todo de nuestra capacidad de crear una corriente marxista de masas viable en Portugal.
La revolución en occidente
Tanto Lenin como Trotsky insistieron en que la revolución socialista en los países capitalistas desarrollados diferiría en aspectos importantes a la revolución rusa. En un sentido, sería más difícil. En la frase de Lenin, en la Rusia zarista el capitalismo se rompió por su eslabón más débil. El capitalismo en Norteamérica, Europa Occidental y Japón ha acumulado enormes reservas de grasa, sobre todo en el último medio siglo. Lenin señaló que en países como Gran Bretaña, la clase dominante ha desarrollado el fino arte de la táctica de corromper a los dirigentes del movimiento obrero. Eso ahora es aplicable a todos los países capitalistas desarrollados a un nivel sin paralelo.
Desde la Segunda Guerra Mundial, las direcciones reformistas y estalinistas han degenerado hasta un punto que hace palidecer el pasado. Por una ironía de la historia todos han abrazado el «mercado» justo en el momento en que éste comienza a resquebrajarse. Trotsky explicaba que la crisis de la humanidad se reduce, en última instancia, a la crisis de la dirección de las organizaciones obreras, esta idea es hoy más verdad que cuando fue escrita. La crisis del capitalismo también significa la crisis del reformismo. En el próximo período veremos toda una serie de convulsiones y divisiones internas en los partidos reformistas y sindicatos. En determinado momento cristalizarán alas de izquierda de masas que representarán una gran oportunidad para los marxistas.
Sin embargo, no es una conclusión predeterminada que consigamos ganar a los sectores decisivos de los trabajadores y la juventud. La política revolucionaria es tanto una ciencia como un arte. Necesitamos una perspectiva científica que nos permita comprender los procesos generales, no desequilibrarnos por giros y vaivenes episódicos, por los ambientes efímeros de las masas. Pero no es suficiente. Es necesario educar a los cuadros en tácticas flexibles y en el arte de conectar el programa científico acabado del marxismo con las aspiraciones de las masas necesariamente inacabadas, confusas e incoherentes. Si se fracasa en esta tarea nos quedaríamos reducidos a una secta estéril e impotente. Debemos ver, en palabras del poeta alemán Goethe y con frecuencia citadas por Marx: «La teoría es gris, mi querido amigo, pero el árbol de la vida es eternamente verde».
Los marxistas no trabajan en el vacío. El largo período de auge capitalista después de 1945 ha tenido un efecto sobre la conciencia de la clase obrera, incluida en su capa avanzada. No hay un mecanismo automático mediante el cual la experiencia de una generación de trabajadores se pueda transmitir a la siguiente. Cada generación tiene que volver a aprender las lecciones del pasado a través de la experiencia. La generación actual está pasando por algunas experiencias particularmente dolorosas, pero aprenderán. Si estamos presentes en un número suficiente el proceso de aprendizaje será más corto y breve.
Es necesario encontrar un lenguaje común con los trabajadores, sin hacer concesiones en los principios. Antes de la guerra, toda una generación se crió sobre la base de la revolución rusa. La revolución, la guerra y la contrarrevolución eran ideas familiares, al menos para las capas avanzadas. Pero eso ya no es así. En los países capitalistas desarrollados (aunque no en el mundo colonial) ha habido hasta cierto punto un embotamiento de la conciencia de clase, reflejando una cierta «suavización» de las contradicciones en la sociedad. Ese es el principio del cambio. El nuevo período en el que estamos entrando será convulso. Las viejas ilusiones en el reformismo desaparecerán de la conciencia de los trabajadores.
Sin embargo, es necesario tener en cuenta a la clase tal y como nos la encontramos. El revolucionario ruso Herzen solía decir de su amigo Bakunin que él siempre confundía el segundo mes de embarazo con el noveno. Esta es la enfermedad orgánica de los ultraizquierdistas en todo período. ¡Estos errores sólo producirán abortos! En la etapa actual, aún estamos en el proceso de ganar a uno o dos, de intentar echar raíces en las organizaciones obreras y ganar el oído de los activistas. El camino que recorramos será decisivo para el futuro.
Trotsky y «Si Norteamérica se hiciera comunista»
La revolución en los países desarrollados será más difícil y también más fácil que en Rusia. La Revolución Rusa no encontró una resistencia seria hasta que Rusia fue invadida por 21 ejércitos imperialistas, momento en que se vio obligada a recurrir al terror para poder sobrevivir. No obstante, Trotsky explica que en un EEUU socialista eso no sería necesario. ¿Cómo recomendaba Trotsky a los trotskistas aproximarse antes de la guerra a los trabajadores norteamericanos? Tenemos un buen ejemplo de eso en el método utilizado por Trotsky en la Comisión Dewey:
«LaFollete: Me gustaría hacer una pregunta más. Quiero preguntar su opinión sobre la idea de que el terror revolucionario debe casi necesariamente llevar al terror thermidoriano.
«Trotsky: En un sentido general no puedo aceptarlo ni tampoco negarlo. El terror en una revolución es una indicación, un síntoma de debilidad, no de fuerza.
«LaFollete: ¿De debilidad?
«Trotsky: De debilidad, un significado terrible. La revolución en un país con unas bases bajas de desarrollo productivo debe tener más terror que una revolución que se desarrolla sobre unas bases superiores. Una revolución sobre unas bases bajas sufre un peligro mayor de contrarrevolución». (The Case of Leon Trotsky. P. 372).
De ninguna manera se agota aquí el tema. En muchas ocasiones Trotsky regresó a esta cuestión. El conocimiento más básico de sus escritos demuestra que la aproximación de Trotsky a la cuestión de la violencia revolucionaria era exactamente la misma que tenemos nosotros. Trotsky dice lo siguiente en un pequeño folleto titulado Si Norteamérica se hiciera comunista, donde podemos leer:
«En realidad los soviets norteamericanos serán tan distintos de los rusos como lo son Estados Unidos del presidente Roosevelt del imperio ruso del zar Nicolás II. Sin embargo Norteamérica sólo podrá llegar al comunismo pasando por la revolución, de la misma manera como llegó a la independencia y la democracia. El temperamento norteamericano es enérgico y violento, e insistirá en romper una buena cantidad de platos y en tirar al suelo una buena cantidad de carros de manzanas antes de que el comunismo se establezca firmemente. Los norteamericanos, antes que especialistas y estadistas, son entusiastas y deportistas, y sería contrario a la tradición norteamericana realizar un cambio fundamental sin que se tome partido y se rompan cabezas.
«Sin embargo, el costo relativo de la revolución comunista norteamericana, por grande que parezca, será insignificante comparado con el de la Revolución Rusa Bolchevique, debido a vuestra riqueza nacional y población. Es que la guerra civil revolucionaria no la realiza el puñado de hombres que está en la cúpula, el cinco o diez por ciento dueños de las nueve décimas partes de la riqueza norteamericana; este grupito sólo podría reclutar sus ejércitos contrarrevolucionarios entre los estratos más bajos de la clase media. Aun así, la revolución podría atraerlos fácilmente demostrándoles que su única perspectiva de salvación está en el apoyo a los soviets.
«Todos los que están por debajo de este grupo ya están preparados económicamente para el comunismo. La depresión hizo estragos en vuestra clase obrera y asestó un golpe aplastante a los campesinos, ya perjudicados por la larga decadencia agrícola de la década de posguerra. No hay razón por la que estos grupos deban oponer alguna resistencia a la revolución; no tienen nada que perder, por supuesto siempre que los dirigentes revolucionarios se den hacia ellos una política de largo alcance y moderada.
«¿Y quién más luchará contra el comunismo? ¿Vuestra ‘guardia de corps’ de millonarios y multimillonarios? ¿Vuestros Mellons, Morgans, Fords y Rockefellers? Dejarán de luchar en cuanto no consigan quien pelee por ellos.
«El gobierno soviético norteamericano tomará firme posesión de los comandos superiores de vuestro sistema empresario: los bancos, las industrias clave y los sistemas de transporte y comunicación. Luego les dará a los campesinos, a los pequeños comerciantes e industriales, mucho tiempo para reflexionar y ver qué bien anda el sector nacionalizado de la industria». (León Trotsky. Si Norteamérica fuera comunista. Escritos 1934-1935).
¿Cuál es el significado de estas líneas? Aunque no niegan por un momento la necesidad de la lucha revolucionaria por poder (¿Cómo podría hacer un marxista tal cosa?), Trotsky le dice al trabajador norteamericano la verdad obvia de que, dada la arrolladora correlación de fuerzas de clase favorable, con una dirección marxista seria con una actitud correcta hacia los pequeños campesinos y la pequeña burguesía, los grandes capitalistas se quedarían aislados, paralizados, suspendidos en el aire. Eso es precisamente lo que sucedió en Francia en 1968, incluso sin una dirección marxista, aunque la revolución fue traicionada, como veremos, por los estalinistas.
Trotsky contra el sectarismo
La guerra y la revolución son pruebas fundamentales para cualquier tendencia revolucionaria y sobre todo de su dirección. Nos basamos firmemente en la política y el método de Lenin y Trotsky. La aproximación de nuestra tendencia a todas las cuestiones básicas no ha variado durante los últimos cincuenta años, ha sido sometida a la práctica y demostrado ser correcta.
Estamos orgullosos del hecho de que somos los continuadores de las ideas de Marx, Engels, Lenin y, sobre todo, León Trotsky, en cuyos escritos (especialmente los últimos) tenemos la esencia destilada del método marxista y cómo se aplica a las condiciones concretas de la época moderna. Basta comparar la aproximación rica, creativa y dialéctica de Trotsky en la política militar del proletariado en la Segunda Guerra Mundial con los esquemas áridos de las sectas, que imaginan ser grandes revolucionarios porque son capaces de citar unas cuantas líneas de Lenin que no han comprendido.
Nuestra tendencia ha tenido mucha experiencia con este tipo de cosas en el pasado. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Workers International League (WIL) en Gran Bretaña defendió la política militar proletaria de Trotsky frente a la Revolutionary Socialist League (RSL), que supuestamente defendía la política del «derrotismo revolucionario» de Lenin. La RSL nos acusó de «un alejamiento muy serio» del punto de vista de Lenin y Trotsky, por no repetir palabra por palabra los argumentos de Lenin en 1914-1915, no siendo conscientes de que la situación era radicalmente diferente.
En la práctica, la WIL defendía el derrotismo revolucionario, pero traducido a un lenguaje que los trabajadores podían entender e identificarse con él en ese contexto determinado. Repetir como papagayos las consignas: «el principal enemigo está en casa» y «convertir la guerra imperialista en una guerra civil» en un momento en que Hitler corría desbocado, aniquilando físicamente a las organizaciones obreras en Europa, habría sido una completa locura. En realidad, la RSL nunca defendió estas ideas «rrrrrrrrrrrrevolucionarias» en las organizaciones obreras ni en ninguna otra parte, ¡excepto en el dormitorio! De haberlo intentado habrían tenido una ruda recepción.
Sólo en una ocasión un representante particularmente obtuso de este grupo defendió realmente su posición en el Partido Laborista. Presentó una resolución en su agrupación diciendo que «la victoria de Alemania era el mal menor» y ¡después se preguntaba por qué fue expulsado! Como siempre, este tipo de radicalismo terminológico es de consumo estrictamente interno. Pequeños grupos ultraizquierdistas, aislados de la clase, que no hablan para nadie excepto para sí mismos. Como nadie los escucha, pueden decir lo que quieran, no importa lo estrafalario que sea. Como sectarios típicos, el RSL pasó toda la guerra discutiendo con los demás en los boletines internos. Esa fue su única actividad. Por otro lado, la política y los métodos de nuestra tendencia consiguieron un eco significativo entre los trabajadores no sólo en las fábricas y en los sindicatos, también en las fuerzas armadas.
La WIL durante la guerra hizo un trabajo muy exitoso en el ejército, en la armada y la fuerza aérea. Contrariamente a las expectativas de Trotsky, la clase dominante se vio obligada a permitir los derechos democráticos para conseguir el apoyo de los trabajadores en la supuesta «lucha contra el fascismo». Incluso en las fuerzas armadas había una sorprendente cantidad de laxitud para el trabajo revolucionario (dentro de los límites de la disciplina militar, que nuestros compañeros, siguiendo el consejo de Trotsky, siempre cumplieron escrupulosamente). Uno de nuestros compañeros fue elegido presidente del «parlamento de las fuerzas armadas» en Egipto, defendiendo el programa de la Cuarta Internacional. A otro compañero un oficial le puso a cargo de la formación política dando clases sobre política a las tropas porque parecía saber más sobre este tema, utilizó su posición para defender las ideas trotskistas. Otro, que había sido ascendido a oficial en la fuerza aérea tuvo tanto éxito entre en los aviadores que lo licenciaron con honores de la RAF y pasó el resto de la guerra intentando regresar.
Este trabajo en las fuerzas aéreas sólo fue posible sobre la base de nuestra política y métodos correctos. Nunca podría haber tenido éxito sobre otra base. El ultraizquierdismo estridente de la RSL, basado en unas cuantas citas de Lenin sacadas de contexto y malinterpretadas, los paralizó totalmente y los condenó a la impotencia. Esta estupidez «rrrrrrevolucionaria» no podía llegar a los oídos de los trabajadores. Habrían sido considerados lunáticos o traidores. Por ejemplo, cuando Pierre Frank planteó la idea de distribuir un panfleto en Gran Bretaña tras la caída de Francia en 1940 llamando a los trabajadores a «ocupar las fábricas», los trabajadores británicos estaban trabajando realmente 18 horas diarias de manera voluntaria para ayudar en lo que ellos veían como una «guerra contra Hitler». Aquí vemos la misma estupidez, el mismo formalismo yermo que intenta imponer un esquema preconcebido a la realidad sin considerar el tiempo ni el lugar. Es un método básicamente equivocado, el método de la política abstracta, que no tiene nada que ver con el método y la posición elaborada por Trotsky y continuada por nuestra corriente.
¿Cuál fue la posición defendida por la WIL? Nosotros decíamos a los trabajadores británicos: «Estamos de acuerdo con que Hitler es nuestro enemigo. No somos pacifistas. Estamos a favor de derrotar a los nazis. Pero no podemos confiar esta tarea a Churchill y a la clase dominante, que apoyaba y aplaudía cuando Hitler destruía el movimiento obrero alemán. La única fuerza que puede derrotar a los nazis es la clase obrera. Por lo tanto, exigimos que el Partido Laborista rompa con la coalición, que tome el poder en sus manos y transforme la sociedad. Entonces podremos llevar a cabo una guerra revolucionaria contra Hitler».
Junto con este programa defendíamos reivindicaciones transicionales en la línea del programa militar proletario de Trotsky, como la creación de escuelas militares para la formación de los oficiales obreros y el control de la formación militar por parte de los sindicatos. Esto significaba dar un contenido concreto a la consigna «armar a los trabajadores». Mientras que los sectarios de la RSL pronunciaban discursos revolucionarios entre sí (en el dormitorio), la WIL hacía un trabajo verdaderamente revolucionario en las fábricas, en los comités de empresa y en las agrupaciones sindicales. Combinando una firmeza implacable en los principios con la necesidad de flexibilidad en las tácticas, conseguimos un eco favorable en el movimiento obrero, incluido el Partido Comunista. Sobre esta base, construimos una de las organizaciones más exitosas de la historia del trotskismo internacional, el PCR, mientras que la RSL languidecía y desaparecía.
La corrección de nuestra aproximación a la guerra y la política militar fue testificada por la clase dominante. La policía registró todos los locales de la WIL el mismo día que comenzó la guerra. Veían el peligro que representaba nuestra política y tácticas, mientras trataban a la RSL como algo irrelevante, y sin duda lo era. ¿Dónde está el error de la RSL? Adoptar una posición abstracta con relación a la política leninista sobre la guerra y la revolución. Intentar aplicar consignas e ideas determinadas sin tener en cuenta la situación real de la sociedad, el movimiento obrero o la conciencia de la clase obrera. Ese es un pobre sustituto de la política real.
Los estalinistas cometieron todo tipo de errores, tanto de naturaleza ultraizquierdista como oportunista. Pero incluso no fueron los culpables de tal locura. Estos errores elementales habrían sido imposibles para cualquier tendencia que realmente estuviese enraizada en la clase. Esa es la esencia del problema.
¿Cómo no plantear la cuestión?
¿Cómo plantear la cuestión? No repitiendo frases revolucionarias sobre la guerra civil, sino explicando los fundamentos del marxismo y sobre todo luchando por ganar a las masas.
El creciente poder del proletariado, que ahora es la mayoría decisiva en los principales países industrializados, sin duda crea unas condiciones favorables para la transformación socialista de la sociedad. Como hemos explicado en muchas ocasiones, el desarrollo de las fuerzas productivas y la desaparición del campesinado en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial han fortalecido enormemente a la clase obrera. El problema es que la clase no es consciente de ese hecho y los dirigentes reformistas hacen cualquier cosa para convencer a los trabajadores de que son débiles y que la burguesía y su Estado son fuertes. Parte del truco es asustar a los trabajadores con la idea de que la revolución inevitablemente significa violencia, guerra civil, las calles llenas de sangre y cosas por el estilo.
Curiosamente, las sectas ultraizquierdistas siempre machacan con el mismo tema, sin ser conscientes de que caen en la trampa preparada por la burguesía y sus aliados reformistas. Hace algún tiempo el compañero Ted Grant fue entrevistado en la televisión británica sobre el momento de su expulsión del Partido Laborista. No es sorprendente que le preguntaran cosas como «¿está usted a favor de la violencia?» A lo que Ted respondió: «¿Está usted a favor de la peste? Por supuesto que no estoy a favor de la violencia. Defendemos la elección de un gobierno laborista que debe aprobar una ley que permita nacionalizar los bancos y los grandes monopolios». Naturalmente, el entrevistador habría estado encantado si, en lugar de esta respuesta, hubiera recibido una diatriba sobre la necesidad de aplastar el Estado, la inevitabilidad de la guerra civil, etc.,
Todo lo que está en juego es cómo plantear la cuestión del poder de tal manera que podamos ganar y movilizar a las masas para una ofensiva contra el capital. Eso sólo se puede conseguir vinculando las luchas cotidianas de los trabajadores («reivindicaciones económicas») con la idea de expropiar los bancos y grandes monopolios. Eso sólo se puede hacer de una manera transicional, no con discusiones abstractas sobre la necesidad del derrocamiento violento del Estado por medios militares. Veamos cómo Trotsky planteaba la cuestión.
En El programa de transición, que representa el resumen de la posición marxista sobre cómo llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad, Trotsky explica la relación precisa entre las reivindicaciones «económicas» y el derrocamiento de la burguesía. Su actitud hacia este tema se demuestra claramente en las discusiones sobre el programa de transición que, a propósito, eran discusiones internas, precisamente pretendían educar y desarrollar a los cuadros dirigentes del movimiento trotskista:
«Trotsky: La consigna ‘expropiación’ no excluye la indemnización. En este sentido, a menudo oponemos expropiación a indemnización. La confiscación excluye la compensación, pero la expropiación puede incluir indemnización. Qué indemnización, eso es harina de otro costal. Por ejemplo, en el curso de la agitación alguien nos puede preguntar: ¿Qué haréis ahora, transformar a los propietarios y a los que detentan el poder en vagabundos? No; les daremos una compensación decente, la necesaria para que puedan subvenir a su manutención en la medida en que no puedan trabajar, como en el caso de la vieja generación. No hay que imitar siempre a los rusos. Los rusos tuvieron que soportar una intervención armada de varios países capitalistas, lo que les impidió poder indemnizar a nadie. EEUU es un pueblo rico, y cuando lleguemos al poder, indemnizaremos a la vieja generación. En este sentido no sería afortunado proclamar la confiscación sin indemnización. Es mejor usar expropiación que confiscación, porque la primera puede ser igual a la segunda, pero también puede suponer cierta indemnización.
«Debemos demostrar que no somos vengativos. En EEUU es muy importante demostrar que se trata de una cuestión de posibilidades materiales, que no destruiremos a nivel personal la clase capitalista». (León Trotsky. Discusiones sobre El programa de transición).
Para una mente sectaria parece impermisible «en principio» que una tendencia revolucionaria pueda sugerir que podemos pagar algún tipo de indemnización a la burguesía, como que supuestamente está descartado que los trabajadores puedan tomar el poder sin una «inevitable guerra civil». Esa es la diferencia entre el genuino marxismo y el simple formalismo. En esencia, Trotsky repite el mismo método que Marx y Engels aplicaron cuando decían que, en unas condiciones determinadas, el proletariado podría considerar ofrecer «comprar la parte» de los capitalistas, con la condición de que entregaran las fábricas de manera pacífica y sin resistencia.
Sobra decir que ni Trotsky ni ellos albergaban ilusión alguna en que la burguesía no lucharía con todos los medios a su disposición para mantener su poder y riqueza. Pero esto depende precisamente de lo que realmente significa a su disposición en el momento decisivo. Y eso, a su vez, depende en gran medida de la capacidad del partido revolucionario de combinar la firmeza absoluta con la flexibilidad absoluta y la inteligencia en el terreno de las tácticas.
Mayo de 1968
Los acontecimientos franceses de mayo de 1968 representaron la mayor huelga general revolucionaria de la historia. Aunque sólo unos 3 millones de trabajadores estaban organizados en los sindicatos, diez millones participaron y ocuparon las fábricas. Los estudiantes, profesores, profesionales, campesinos, científicos, futbolistas, incluso las chicas del Follies Bergères salieron a la lucha. La bandera roja ondeaba sobre las fábricas, escuelas, universidades, bolsas laborales incluso en los observatorios astronómicos. El poder realmente estaba en manos de la clase obrera. El gobierno estaba inerte, suspendido en el aire debido a la insurrección. El «Estado fuerte» de De Gaulle estaba paralizado. Este poderoso movimiento tuvo lugar en el pico del auge económico de la posguerra del capitalismo.
Los acontecimientos de 1968 no sólo no fueron previstos por nadie excepto por nuestra corriente, sino que tomaron por sorpresa a todas las demás tendencias, porque, con la excepción nuestra, habían descartado a la clase obrera europea. Comencemos con la burguesía. ¿Anticipó el movimiento en Francia?
En mayo de 1968, The Economist publicó un suplemento especial sobre Francia escrito por Norman Macrae para celebrar los diez años de gobierno gaullista. En este suplemento, Macrae elogiaba los éxitos del capitalismo francés, destacaba que los franceses tenían niveles de vida más altos que los británicos, comían más carne, poseían más automóviles y otras cosas por el estilo. Citaba la «gran ventaja nacional» de Francia sobre su vecino del otro lado del Canal: sus sindicatos eran «penosamente débiles». Apenas se había secado la tinta en el artículo de Macrae cuando la clase obrera francesa asombró al mundo con una insurrección social sin parangón en los tiempos modernos.
Los acontecimientos de mayo no fueron previstos por los estrategas del capital, ni en Francia ni en ninguna otra parte. No fueron previstos por los dirigentes estalinistas ni reformistas que se esforzaron por descarrilar el movimiento cuando empezó, pero que no jugaron ningún papel en su preparación u organización.
Las cosas eran aún peores en el caso de las 57 variedades de sectas pseudo-marxistas, para las que Francia había sido tan provechosa. Estas damas y caballeros intelectuales (la mayoría de los cuales, a propósito, han pasado décadas defendiendo la «lucha armada», la insurrección y todo lo demás) no previeron ningún movimiento de los trabajadores franceses. Además negaron específicamente cualquier posibilidad. Tomemos a uno de los «teóricos» de los marxistas académicos, André Gorz. Este individuo escribió en un artículo que «en el futuro previsible no habría ninguna crisis del capitalismo europeo tan radical como para llevar a las masas de trabajadores a huelgas generales revolucionarias o insurrecciones armadas en apoyo de sus intereses vitales«. (A. Gorz. Reform and Revolution. Publicado en The Socialist Register. 1968. El subrayado es mío). Estas líneas fueron publicadas en mitad de la mayor huelga general revolucionaria de la historia.
Gorz no era el único que descartaba la lucha revolucionaria de la clase obrera. Ese «gran marxista» llamado Ernest Mandel, sólo un mes antes de estos grandes acontecimientos habló en una reunión en Londres. Durante su intervención, habló sobre todo lo que había bajo el sol pero no dedicó ni una sola palabra a la situación de la clase obrera francesa. Cuando una o dos personas le preguntaron desde la sala por esta contradicción, su respuesta fue que los trabajadores estaban aburguesados y «americanizados», que los trabajadores franceses no protagonizarían ningún acontecimiento de este tipo durante los próximos veinte años.
Durante los acontecimientos de mayo la universidad, por supuesto, fue ocupada por los estudiantes. En el patio central había muchos stands en los que se podían ver periódicos de todos los grupos de izquierda. Estaban todos los mensuales de la época, no habían tenido tiempo de publicar una nueva edición después del inicio de la huelga. Sin excepción, todos dedicaban la portada a Vietnam, Bolivia, Che Guevara, Mao Zedong, a todo excepto a la clase obrera francesa.
Estas otras tendencias no lo esperaban porque, en realidad, habían desechado a la clase obrera en los países capitalistas desarrollados debido a que estaba «corrupta» y «aburguesada».
A propósito, muchas de ellas se encontraban cómodamente refugiadas en interminables discusiones sobre la «lucha armada» en los cafés de París, que los aliviaba de la necesidad de buscar contactos con el mundo real y los problemas de los trabajadores franceses, que, de haberlo hecho, les habría proporcionado la suficiente información para prever la inminente explosión social.
Desgraciadamente, no teníamos en Francia un grupo capaz de intervenir efectivamente en estos acontecimientos. La lección principal de 1968 es que, una vez los trabajadores están en las calles, entonces es demasiado tarde para nosotros. No se puede improvisar una organización revolucionaria. Debe estar creada por adelantado.
1968 fue una revolución
No sólo era una cuestión de la desaparición del campesinado. El desarrollo de la industria creó un proletariado mucho más fuerte que en los años treinta y más aún que en la época de la Comuna de París, cuando prácticamente todos los trabajadores estaban en pequeñas empresas. Incluso en 1931, casi dos tercios de todas las empresas industriales de Francia no empleaban trabajadores asalariados y otro tercio de ellas empleaban a menos de 10. Sólo el 0,5% de las empresas industriales empleaban a más de cien trabajadores. En 1968 se pudo ver este cambio fundamental en el papel clave que jugaron fábricas gigantescas como la Renault de Flins, con una plantilla de 10.500 trabajadores, de los cuales 10.000 participaron en los piquetes y con un mínimo de 5.000 trabajadores asistiendo regularmente a las asambleas de huelga.
En 1936, cuando la correlación de fuerzas de clase era infinitamente menos favorable. Trotsky dijo que el PCF y el PSF podrían haber tomado el poder: «Si el partido de León Blum realmente fuera socialista, podría, basándose en la huelga general, haber derrocado a la burguesía en junio, casi sin guerra civil, con los mínimos trastornos y sacrificios. Pero el partido de Blum es un partido burgués, el hermano más joven del podrido radicalismo«. (León Trotsky. ¿A dónde va Francia? El subrayado es mío).
La correlación de fuerzas en 1968 era inmensamente más favorable. Era posible la transformación pacífica, si los dirigentes del PCF hubieran actuado como harían los marxistas. Es esencial insistir en este punto. Sólo la traición de los dirigentes reformistas, que se negaron a tomar el poder cuando existían las circunstancias más favorables, impidió a los trabajadores franceses tomar el poder.
Los acontecimientos de mayo fueron más que una huelga general. Fue una revolución traicionada por los estalinistas. Quienquiera que no comprenda esto no entiende nada. Cada sector del proletariado participó en la lucha. El colosal alcance del movimiento, su empuje y alcance, siguieron las mejores tradiciones revolucionarias de la clase obrera francesa. Y se consiguió sin la dirección de las cúpulas del PCF y el PSF.
¿Qué es una revolución? Trotsky explica que una revolución es una situación donde la masa de hombres y mujeres normalmente apática comienza a participar de manera activa en la vida de la sociedad, cuando adquiere consciencia de su fuerza y se mueve para tomar en sus manos su destino. Eso es una revolución. Y es lo que ocurrió a una escala colosal en Francia en 1968.
La correlación de fuerzas de clase se expresó aquí, no como un simple potencial o una estadística abstracta, sino como un poder real en las calles y en las fábricas. Los trabajadores franceses estiraron los músculos y comenzaron a ser conscientes del enorme poder que tenían en sus manos. Una idea de la situación es la siguiente descripción de la poderosa manifestación de un millón de personas que tomó las calles de París el 13 de mayo:
«Pasaban constantemente hileras. Había secciones enteras de personal hospitalario con batas blancas, algunos llevaban carteles en los que se podía leer: ‘Où sont les disparus des hôpitaux?’ (¿Dónde están los heridos desaparecidos?). Cada fábrica, cada centro de trabajo importante parecía estar representado. Había numerosos grupos de ferroviarios, carteros, impresores, personal del Metro, trabajadores del aeropuerto, comercio, electricistas, abogados, alcantarillado, banca, construcción, del vidrio y el sector químico, gastronómicos, empleados municipales, pintores y decoradores, trabajadores del gas, dependientas, oficinistas de aseguradoras, barrenderos, operadores de cine, trabajadores de autobús, profesores, trabajadores de las nuevas industrias del plástico, todos ellos en filas, la sangre de la sociedad capitalista moderna, una masa interminable, una fuerza que podía arrastrar todo lo que se encontrara a su paso, si se decidía a hacerlo». (Citado en Revolutionary Rehearsals. p. 12).
Una vez en la lucha los trabajadores comenzaron a tomar iniciativas que iban más allá de los límites de una huelga normal. Los editores y periodistas impusieron una especie de control obrero en la prensa. Los periódicos burgueses tenían que someter las editoriales al escrutinio de los comités obreros y tenían que publicar sus declaraciones. El plan de De Gaulle de celebrar un referéndum fue frustrado por la acción de los trabajadores. El general fue incapaz de imprimir las boletas del referéndum debido a la huelga de los obreros gráficos franceses y a la negativa de sus colegas belgas a hacer de rompehuelgas. La correlación de fuerzas de clase no es una cuestión puramente numérica del tamaño de la clase obrera respecto al campesinado y la clase media en general. Una vez el proletariado entra en la lucha decisiva y demuestra ser una fuerza poderosa en la sociedad, atrae rápidamente a la masa explotada de campesinos y pequeños comerciantes que son víctimas de los bancos y los monopolios. Este hecho era evidente en 1968, cuando los campesinos levantaron bloqueos de carreteras alrededor de Nantes y distribuían comida gratis a los huelguistas.
Los trabajadores tomaron el control de los suministros petroleros en Nantes, negaron la entrada a todos los camiones cisterna que no llevaban autorización del comité de huelga. Se colocó un piquete en el único surtidor de gasolina que funcionaba en la ciudad, así se garantizaba que él único combustible suministrado era para los médicos. Se establecieron contactos con las organizaciones campesinas en las zonas circundantes, se organizaron los suministros de comida, los precios eran fijados por los trabajadores y los campesinos. Para evitar la especulación, las tiendas tenían que mostrar una pegatina en el escaparate con las palabras: «Esta tienda está autorizada a abrir. Sus precios están bajo la permanente supervisión de los sindicatos». La pegatina iba firmada por la CGT, la CFDT y FO. Un litro de leche se vendía a 50 céntimos comparado con su precio normal de 80 céntimos. El kilo de patatas pasó de 70 a 12 céntimos. Uno de zanahorias de 80 a 50 y así sucesivamente.
Como las escuelas estaban cerradas, los profesores y los estudiantes organizaron guarderías, ludotecas, comidas gratuitas y actividades para los hijos de los huelguistas. Se crearon comités de mujeres de huelguistas que jugaron un papel destacado en la organización de los suministros alimenticios. No sólo los estudiantes, sino también los abogados profesionales estaban infectados por el microbio de la revolución. Los astrónomos ocuparon un observatorio. Hubo una huelga en el centro de investigación nuclear de Saclay, donde la mayoría de los 10.000 empleados eran investigadores, técnicos, ingenieros y científicos. Incluso la iglesia se vio afectada. En el Barrio Latino, jóvenes católicos ocuparon la iglesia y exigían un debate en lugar de misa.
El mito del «Estado fuerte»
Los planes del gobierno francés eran similares a los planes de todas las clases dominantes en la historia cuando se enfrentan a la revolución. El gobierno del zar Nicolás («el sangriento», como lo llamaban) no estaba falto de estos planes militares de contingencia antes de febrero de 1917. Pero otra cosa bien distinta era llevar estos planes a la práctica, como descubrió Nicolás a su propia costa. Lo que es decisivo en una revolución no son los planes del régimen, sino la correlación real de fuerzas en la sociedad. De Gaulle era un burgués bastante astuto, plenamente consciente de la situación real (aunque, como veremos, al principio la subestimó y como resultado cometió un error muy serio. Como todos los demás, tampoco esperaba que los trabajadores franceses se movieran).
La realidad es que el movimiento tomó totalmente desprevenidos a la clase dominante y al gobierno. Estaban aterrorizados ante el movimiento de los estudiantes, Pompidou admitía en sus memorias:
«Algunos… han pensado que al reabrir la Sorbona y liberar a los estudiantes yo había demostrado debilidad y había puesto en marcha de nuevo la agitación. Yo respondería simplemente lo siguiente: supongamos que, el lunes 13 de mayo la Sorbona hubiera seguido cerrada bajo protección policial. ¿Quién se puede imaginar que la multitud, avanzando hacia Denfert-Rocearau no habría conseguido entrar llevándose todo por delante como un rio en una inundación? Prefería dar la Sorbona a los estudiantes que verla tomada por la fuerza». (G. Pompidou. Por Rétablir une Verité. pp. 184-185).
En otra parte añade: «La crisis era infinitamente más seria y más profunda; el régimen se mantendría o sería derrocado, pero no podía ser salvado con una simple remodelación ministerial. No era mi posición la que se ponía en duda. Era el general De Gaulle, la Quinta República y, hasta cierto punto, el propio poder republicano«. (Ibíd., p. 197. El subrayado es mío).
¿A qué se refería Pompidou cuando hablaba de que «el propio poder republicano» estaba en peligro? Lo que quería decir es que el Estado burgués estaba en peligro de ser derrocado. Y en esta idea, tenía bastante razón. Más adelante Pompidou intentó difuminar la crisis reabriendo la Sorbona, pero el movimiento simplemente fue a más, con una manifestación de 250.000 personas. Aterrorizado de que los estudiantes pudieran unirse a los obreros y tomar el Elysée, el palacio presidencial fue evacuado.
De Gaulle, inicialmente, depositó su confianza en los dirigentes estalinistas para salvar la situación. A su Ayudante de Campo Naval, François Flohic, le dijo: «No te preocupes, Flohic, los comunistas los mantendrán bajo control». (Phillippe Alexandre. L’Elysée en péril. P. 299). ¿Qué es lo que demuestran estas palabras? Ni más ni menos que el sistema capitalista no podría existir sin el apoyo de los dirigentes obreros reformistas (y estalinistas). Este apoyo les es mucho más valioso que cualquier cantidad de tanques y policías. De Gaulle, como burgués inteligente, lo entendía perfectamente. Sin embargo, la esencia de una revolución es que las masas comienzan a participar activamente en los acontecimientos, empiezan a tomar los asuntos en sus manos. La confianza del general no duró mucho. Tuvo que suspender y adelantar la vuelta de su viaje presidencial a Rumania porque la situación en París se deterioraba rápidamente. Su biógrafo, Charles Williams, describe de manera gráfica los sentimientos de De Gaulle en vísperas de su discurso a la nación del 24 de mayo:
«No hay duda de que después de la excitación de Rumania, el general estaba profundamente conmocionado por lo que se encontró a su regreso a Francia. Durante los siguientes tres días, a un visitante que no lo había visto durante algún tiempo, le pareció viejo e indeciso, su andar encorvado más acentuado. Parecía como si todo eso estuviese siendo demasiado para él.
«El discurso del 24 de mayo, cuando se produjo, fue un fracaso total. El general parecía y sonaba insincero, asustado. Es cierto, él anunció un referéndum sobre la ‘participación’, pero no estaba claro cuál iba a ser el contenido concreto de la pregunta y, a aquellos que lo escucharon, les sonó sospechosamente como un truco. Dijo que era el deber del Estado asegurar el orden público, pero a su voz le faltaba su vieja resonancia y sus frases, aunque todavía utilizaba el viejo lenguaje solemne, de alguna manera, ya no llevaban la misma convicción. Se presentó como un hombre viejo, cansado y herido. Sabía que había perdido. ‘He fallado el objetivo’, dijo esa noche. Lo mejor que Pompidou le pudo decir fue: ‘Podía haber sido peor’.
«Pero el estado de ánimo de De Gaulle en la mañana del 25 de mayo había empeorado. Estaba, en palabras de uno de sus ministros, ‘postrado, encorvado y envejecido’. Repetía una y otra vez, ‘esto es un lío’. Otro ministro lo encontró como un hombre viejo que no ‘tenía sentido por el futuro’. El general envió a buscar a su hijo Phillippe, que encontró a su padre ‘cansado’ y se dio cuenta de que casi no había dormido. Phillippe sugirió que su podría irse al puerto atlántico de Brest, sombras de 1940, pero le dijeron que no se rendiría.
«Desde el 25 al 28 de mayo, De Gaulle se mantuvo en un estado de profundo pesimismo. Las negociaciones de Pompidou con los sindicatos habían sido una farsa. Simplemente les había dado todo lo que pedían: enormes aumentos salariales y beneficios sociales, y un aumento del salario mínimo del 35%. El único obstáculo era que, incluso después de haber firmado, la CGT insistió en que tenían que ser ratificados por sus militantes. George Séguy, el dirigente de la CGT, se fue rápidamente hacia el barrio parisino de Billancourt, donde 12.000 trabajadores de la Renault estaban en huelga. Cuando se les planteó el acuerdo, humillaron a Séguy rechazándolo de plano. Los llamados acuerdos de Grenelle fueron abortados.
«El Consejo de Ministros se reunió a las 3 de la tarde del 27 de mayo, poco después de que los trabajadores de Renault rechazaran los acuerdos de Grenelle. El general lo presidía, pero se notó que su corazón y su mente estaban en otra parte. Miraba a sus ministros sin verlos, sus manos listas en la mesa frente a él, sus hombros hundidos, aparentemente ‘totalmente indiferente’ a lo que pasaba a su alrededor. Hubo una discusión sobre el referéndum, el general aparentemente sólo escuchó trozos de ella». (C. Williams. The Last Great Frenchman. A life of General De Gaulle. Pp. 463-4-5. El subrayado es mío).
Estos extractos de una biografía favorable a De Gaulle, pinta una imagen intensa de la total desorientación, pánico y desmoralización en la que estaba inmerso. Según el embajador norteamericano, De Gaulle le dijo: «el juego se ha terminado. En unos días los comunistas estarán en el poder». ¿Por qué? Muy simple, porque De Gaulle veía el empuje del movimiento revolucionario y no creía que pudieran controlarlo, incluso con los servicios de los dirigentes estalinistas.
Contradicción
Es evidente que aquí hay una contradicción. Por un lado De Gaulle tenía mucha confianza en que los dirigentes del PC mantendrían a las masas bajo control. Al siguiente minuto era presa de la «idea aterradora» de que los dirigentes del PC serían «aupados al poder a pesar de sí mismos».
Evidentemente hay un problema, ¡y serio! No sólo innumerables testigos afirman que De Gaulle estaba totalmente postrado y desmoralizado, sino que al menos en dos ocasiones contempló la idea de huir del país. Su propio hijo le pidió que escapará a través de Brest, otras fuentes estatales dicen que consideró quedarse en Alemania Occidental, donde había ido a visitar al general Massu. De Gaulle era un político inteligente y calculador que nunca actuaba por impulsos y en raras ocasiones perdía los nervios. Si le dijo al embajador norteamericano: «el juego se ha terminado. En unos días los comunistas estarán en el poder», es porque se lo creía. Y no él solo, sino también la mayoría de la clase dominante.
La clase dominante francesa aún disponía de una formidable maquinaria de represión. ¿Cuánto de formidable? Veamos. Había 144.000 policías (armados) de distintas categorías, incluidos 13.500 de la tristemente famosa policía antidisturbios CRS, y 261.000 soldados estacionados en Francia y Alemania Occidental. Si se aborda la cuestión desde un punto de vista puramente cuantitativo, entonces habría que descartar no sólo la posibilidad de una transformación pacífica, sino también de la revolución en general, y no sólo en Francia en 1968. Desde este punto de vista, ninguna revolución habría triunfado jamás en toda la historia. Pero la cuestión no se puede plantear de esta manera.
En toda revolución se levantan voces que intentan asustar a la clase oprimida con el espectro de la violencia, el derramamiento de sangre y la «inevitabilidad de la guerra civil». Kámenev y Zinoviev hablaban exactamente de la misma forma en vísperas de la insurrección de Octubre. Heinz Dieterich y los reformistas en Venezuela hoy utilizan la misma línea de argumentación para intentar poner freno a la revolución venezolana.
«Los adversarios de la insurrección, incluso en las mismas filas del Partido Bolchevique, encontraban sin embargo bastantes motivos para sus deducciones pesimistas. Zinoviev y Kámenev advertían que no había que subestimar las fuerzas del adversario. ‘Petrogrado decide, pero en Petrogrado los enemigos disponen de fuerzas importantes: cinco mil junkers perfectamente armados y que saben batirse; un Estado Mayor, batallones de choque, cosacos y una parte importante de la guarnición, más una considerable artillería dispuesta en abanico alrededor de Petrogrado. Además, es casi seguro que los adversarios intentarán traer tropas del frente con la ayuda del Comité Ejecutivo central…’».
Trotsky respondió a las objeciones de Kámenev y Zinoviev de la siguiente forma: «La lista suena imponente, pero sólo es una lista. Si un ejército, en conjunto, es un reflejo de la sociedad, entonces cuando la sociedad abiertamente se divide, ambos ejércitos son copias de los dos bandos en combate. El ejército de los poseedores llevaban dentro el gusano del aislamiento y la disgregación». (León Trotsky. Historia de la Revolución Rusa. P. 1042).
Según dice un famoso aforismo de Mao: «el poder emana de la punta del fusil». Pero los fusiles son empuñados por soldados que no viven en el vacío, sino que están influídos por el estado de ánimo de las masas. En cualquier sociedad, la policía es más atrasada que el ejército. Sin embargo, en Francia, la policía, por citar una editorial de The Times (31/5/1968) «hierve de descontento».
«Hierve de descontento por el trato que les da el gobierno» dice el artículo, «y el departamento encargado de la información sobre la actividad estudiantil ha estado deliberadamente privando al gobierno de información sobre los dirigentes estudiantiles, en apoyo de sus reivindicaciones salariales.
«… Tampoco la policía ha estado muy impresionada con el comportamiento del gobierno desde que empezaron los disturbios. ‘Están aterrorizados de perder nuestro apoyo’ dijo un hombre.
«Tal descontento es una de las razones de la aparente inactividad de la policía en París en estos últimos días. La semana pasada, hombres en diferentes comisarías locales se negaron a salir de los cruces y plazas de la capital». (The Times. 31/5/1968. El subrayado es mío).
El 13 de mayo una organización sindical de la policía que representaba al 80 por ciento del personal sacó una declaración en la que «… considera la declaración del primer ministro como un reconocimiento de que los estudiantes tenían razón, y como una renuncia total a las acciones de la fuerza policial que el gobierno mismo ha ordenado. En estas circunstancias es sorprendente que no se buscara un diálogo efectivo con los estudiantes antes de que se produjesen estos lamentables acontecimientos». (Le Monde. 15/5/1968).
Si esta era la postura de la policía, el efecto de la revolución sobre la base del ejército sería aún mayor. Como así era, a pesar de la falta de información, existían informes sobre del fermento entre las fuerzas armadas e incluso de un motín en la armada. El portaaviones Clemenceau, debía ir al Pacífico para una prueba nuclear, de repente dio la vuelta y regresó sin explicación a Toulon. Llegaron noticias de un motín a bordo y dijeron que habían «perdido en el mar» a varios marineros. (Le Canard Enchiné. 19/6/68, se publicó un informe completo en Action el 14 de junio, pero fue confiscado por las autoridades).
Un panfleto publicado por miembros del RIMECA (regimiento de infantería mecanizada) estacionado en Mutzig, cerca de Estrasburgo indica que secciones del ejército ya estaban siendo afectadas por el ambiente de las masas. Incluía la siguiente sección:
«Como todos los soldados de la leva, estamos confinados a los cuarteles. Se nos está preparando para intervenir como fuerzas represivas. Los obreros y los jóvenes tienen que saber que los soldados del contingente NUNCA DISPARARÁN CONTRA LOS TRABAJADORES. Los Comités de Acción nos oponemos a toda costa a que los soldados rodeen las fábricas.
«Mañana o pasado se espera que rodeemos una fábrica de armamentos cuyos trescientos trabajadores quieren ocupar. CONFRATERNIZAREMOS.
«Soldados del contingente ¡formad vuestros comités!». (Citado en Revolutionary Reherasals. p. 26)
La publicación de este panfleto claramente fue un ejemplo excepcional de los elementos más revolucionarios entre los conscriptos. Pero, en medio de una revolución de proporciones tan masivas, ¿es posible dudar de que la base del ejército rápidamente se «contagiaría» del bacilo de la rebelión? Los estrategas del capital internacional no lo dudaban. Ni tampoco sus homólogos franceses. En un estado de pánico, que ya hemos documentado suficientemente, De Gaulle de repente desapareció.
Presa del pánico De Gaulle de repente desapareció, viajó a Alemania donde mantuvo una reunión secreta con el general Massu, el hombre a cargo de las tropas francesas estacionadas en Baden-Wurttemberg. El contenido preciso de estas conversaciones nunca se conoció, pero no hace falta demasiada imaginación para hacerse una idea de lo que le preguntó: «¿Podemos basarnos en el ejército?» La respuesta no se encuentra recogida en ninguna de las fuentes escritas por razones obvias. Sin embargo, The Times, envió a su corresponsal a Alemania para entrevistar a los soldados franceses, la gran mayoría eran hijos de la clase obrera que cumplían el servicio militar obligatorio. Uno de los entrevistados por The Times respondió a la pregunta de si abriría fuego contra los trabajadores: «¡Nunca! Pienso que sus métodos [de los trabajadores] pueden ser algo duros, pero yo soy hijo de un trabajador».
En su editorial The Times hacía la siguiente pregunta: «¿Puede De Gaulle utilizar el ejército?» y respondía a su propia pregunta diciendo que quizás pudiese utilizarlo una vez. En otras palabras, un solo enfrentamiento sangriento bastaría para romper en pedazos el ejército. Esa era la valoración de los estrategas más duros del capital internacional en aquella época. No hay ninguna razón para dudar de su palabra en esta ocasión.
¿Quién salvó a De Gaulle?
No fue en absoluto el ejército o la policía (que estaban tan desmoralizados que incluso la rama reaccionaria de la inteligencia, como hemos visto, se negaban a colaborar con el gobierno contra los estudiantes) los que salvaron la situación para el capitalismo francés, sino que fue el comportamiento de los dirigentes sindicales y estalinistas. Esta conclusión no sólo es nuestra, sino que encuentra apoyo en la Enciclopedia Británica:
«De Gaulle parecía incapaz de controlar la crisis o comprender su naturaleza. Sin embargo, los dirigentes comunistas y sindicales le proporcionaron un respiro, se opusieron a nuevos levantamientos, evidentemente temían la pérdida de sus seguidores ante sus rivales más extremistas y anarquistas».
¿Cuál fue el principal arma utilizada por los estalinistas para convencer a los trabajadores de que no intentasen tomar el poder? Que el Estado era fuerte, que habría violencia y guerra civil. Qué hablen ellos mismos. Según Waldeck-Rochet, secretario general del partido:
«En realidad en mayo se debía hacer la siguiente elección:
«O se actuaba de una manera que la huelga permitiera satisfacer las reivindicaciones esenciales de los trabajadores y aplicar al mismo tiempo, en el plano político, una política destinada a realizar los cambios democráticos necesarios por medios constitucionales. Esa era la posición de nuestro partido.
«O simplemente provocar una prueba de fuerza, en otras palabras moverse hacia la insurrección, lo que implicaría recurrir a la lucha armada para derrocar al régimen por la fuerza. Esa era la posición aventurera de ciertos grupos de ultraizquierda». (L’Humanité. 10/7/1968).
Hay que observar la habilidad con la que estos burócratas estalinistas juegan con los temores de las masas. Como los burócratas obreros en todas partes, saben que muchos trabajadores temen la perspectiva de la violencia y el derramamiento de sangre. Este hecho es un libro cerrado con siete llaves para las sectas ultraizquierdistas, que inmediatamente caen en la trampa que les pone la burguesía y los burócratas. Esta es una de las razones por la que nunca ganarán a las masas, ni en mil años. El tipo de radicalismo terminológico que es el sello normal de los sectarios simplemente es la otra cara de la moneda de su falta total de confianza en la clase obrera, su fe supersticiosa en el «Estado fuerte» y, sobre todo, su incapacidad orgánica de penetrar en la clase obrera o encontrar un lenguaje común con los trabajadores.
¿Cómo actuaría una verdadera tendencia marxista en esas circunstancias? ¿Planteando la consigna de la insurrección o guerra civil? Eso es lo que hacían las sectas. En realidad, intentaron llevarlo a la práctica (¡sin las masas!). Esta es la esencia destilada del ultraizquierdismo pequeño burgués y el aventurerismo, que siempre le hace el juego a la derecha. No. Los marxistas actuamos de la misma manera que Lenin. Ellos habrían realizado un trabajo sistemático en el PC, en las Juventudes Comunistas y en los sindicatos, consiguiendo puntos de apoyo durante todo el período anterior. Durante los acontecimientos de mayo la consigna principal de los marxistas habría sido la creación de comités para coordinar y dirigir la lucha, uniéndolos a nivel local, regional y, en última instancia, sobre bases nacionales. Al mismo tiempo, habrían exigido que el PC tomara el poder, expropiara a los capitalistas y transformase la sociedad.
¿Se podría haber hecho pacíficamente? Como hemos visto, Trotsky en 1936 dijo que los dirigentes socialistas simplemente podrían haber barrido a un lado la resistencia de la clase dominante. ¿Qué habría dicho en una situación como esta mil veces más favorable? En respuesta a los discursos de Waldeck Rochet y compañía, que intentaban asustar a los trabajadores con el espectro del baño de sangre y guerra civil, nosotros habríamos dicho lo que Lenin dijo en mil ocasiones en 1917, como también hizo Trotsky en 1936, que los dirigentes obreros reformistas (estalinistas), con el aplastante apoyo de las masas, podrían haber tomado el poder pacíficamente, con un mínimo esfuerzo, sin guerra civil, y que esta era la única manera de evitar la violencia. Y sin duda eso era un millón de veces más correcto en Francia que en Rusia en 1917. Esto no es el ultraizquierdismo estridente de las sectas, sino la única manera de llegar a los trabajadores comunistas, derrotar a la dirección estalinista y ganar a las masas para la idea de la revolución.
Defensa y ofensiva
Desde el punto de vista de la lógica formal, defensa y ofensiva son opuestos inmutables. Sin embargo, en la práctica, con frecuencia se pasa de uno a otro. Una lucha defensiva, en determinadas condiciones, se puede transformar en una lucha ofensiva y viceversa. Hay muchos puntos de comparación con las guerras entre las naciones y las guerras entre las clases. Pero también hay diferencias. Un ejército profesional burgués durante décadas está preparado, financiado y armado para la guerra. El estado mayor puede elegir cuándo y dónde comienzan las hostilidades. Por supuesto, incluso aquí, no es una cuestión puramente militar. Clausewitz explicaba que la «guerra es la continuación de la política por otros medios». Los actos militares de los gobiernos burgueses están determinados por los intereses de clase de la burguesía. Por esta razón los marxistas siempre han señalado que la cuestión de «quién dispara el primer tiro» es una consideración totalmente secundaria que no tiene que ver con el carácter concreto de la guerra.
Esta proposición general es correcta. Pero ¿eso no significa no tenga importancia la cuestión de la responsabilidad del estallido de las hostilidades? Imaginar esto es no comprender nada del comportamiento de la guerra. ¿Por qué cada gobierno en toda guerra siempre intenta culpar del inicio al enemigo? ¿Es un accidente? ¿Es un capricho? Todo lo contrario. La guerra no sólo es una cuestión militar, también implica política. La movilización de la opinión pública, en casa y en el exterior, en apoyo de la guerra es una cuestión fundamental, que sólo se puede resolver en el plano político. Engels explicaba que en la guerra la importancia de la moral frente a lo físico es de tres a uno. De ahí que la tarea fundamental de la diplomacia es convencer a la «opinión pública» de que su ejército particular actuó sólo en defensa propia, como respuesta a una provocación intolerable, una «agresión enemiga» y otras cosas similares. Un gobierno que no actúe de esta manera cometería un gran error y provocaría un enorme daño a su esfuerzo bélico.
Todo esto es mil veces más cierto en la revolución socialista. El proletariado, a diferencia de la clase dominante, no posee un ejército y nunca tendrá una fuerza armada capaz desafiar a las fuerzas del Estado burgués, siempre que este último permanezca intacto. Mientras que una guerra convencional es principalmente una cuestión militar, donde la diplomacia juega un papel significativo aunque subordinado, la tarea de la revolución socialista es principalmente la tarea política de ganar a las masas y a las fuerzas armadas. Los papeles son contrarios.
En realidad, la aplastante mayoría de las luchas de la clase obrera comienzan como luchas defensivas, luchas para defender los niveles de vida, empleos, derechos democráticos, etc., En determinadas condiciones, particularmente con la dirección correcta, estas luchas defensivas pueden preparar el camino para una ofensiva, incluida la huelga general, que plantea la cuestión del poder. Sin embargo, incluso en el transcurso de una revolución, es necesario poner toda la responsabilidad de la violencia sobre los hombros de la clase dominante, para ganar a las masas, no sólo de la clase obrera, sino también de la pequeña burguesía. Por lo tanto, no sólo es correcto, sino absolutamente esencial que presentemos el movimiento con una luz defensiva.
Sin embargo, se podrían objetar que la insurrección tiene un carácter ofensivo. Una vez más, como proposición general abstracta es correcta. Danton decía que la consigna de la insurrección es «De l’audace, de l’audace, et encoré de l’audace!» (¡Audacia, audacia y todavía más audacia!). Pero eso no agota toda la cuestión de las tácticas revolucionarias. La verdad siempre es concreta. En la lucha de clases, como en una guerra normal, es necesario señalar bajo qué condiciones es posible pasar a la ofensiva y cuándo es necesario adoptar una posición defensiva. La guerra sería muy simple si sólo consistiera en una regla simple, aplicable a todas las circunstancias. Pero el general que sólo sabe ordenar «¡Al ataque!» rápidamente conduciría a su ejército a la aniquilación. Es necesario saber cómo atacar, pero también retirarse en buen orden, conocer el sentido, virar, maniobrar y evitar una batalla en condiciones desfavorables y otras cosas por el estilo. Toda la historia del bolchevismo está llena de ejemplos de tácticas habilidosas y flexibles reflejadas en los escritos de Lenin, resumidas en El izquierdismo enfermedad infantil del comunismo.
El problema era que, después de 1917, los jóvenes e inexpertos cuadros de los Partidos Comunistas en los cinco primeros años de la Internacional Comunista no habían tenido tiempo de absorber y digerir las lecciones de la historia del Bolchevismo y de la Revolución Rusa. Habían leído El Estado y la revolución y los escritos del período de guerra de Lenin, eran capaces de repetir mecánicamente las consignas sobre la necesidad de aplastar al Estado burgués, la guerra civil, la crítica del reformismo y el parlamentarismo, la incorrección de unirse con la socialdemocracia. Pero no comprendieron ni una sola palabra de lo que habían leído. No entendieron el método de Lenin. Durante todo el período desde 1917 hasta su muerte, Lenin luchó para encarrilarlos, incluso declarando demostrativamente que si estos eran el ala de «izquierda» entonces él era el ala de «derecha».
Los comunistas de «izquierda» consideraban que Lenin y Trotsky habían sucumbido al oportunismo. En la práctica, defendían las tácticas y métodos que presentaban como un «desvío muy serio del punto de vista de Lenin y Trotsky», eso «supondrá que la Internacional nunca será capaz de cumplir su misión histórica». La expresión más clara de esto fue la «teoría de la ofensiva» defendida por los dirigentes del PC alemán.
Partiendo del hecho de que los partidos comunistas no eran aún la mayoría decisiva de la clase, Lenin defendió la consigna del frente único, el trabajo paciente en las organizaciones de masas, la participación en los parlamentos burgueses como una manera de ganar a las masas. Esa era la condición previa para la revolución socialista. Pero los de «izquierda» no estaban satisfechos. Desdeñosamente desecharon el consejo de Lenin de «girar a las masas», considerando que la única política posible para un partido revolucionario era la «ofensiva revolucionaria». Lenin y Trotsky lucharon con uñas y dientes contra esta «teoría», que llevó a la derrota sangrienta en marzo de 1921. Era un ejemplo extremo de una tendencia ultraizquierdista que estaba muy extendida en la época y que ha resurgido muchas veces en la historia del movimiento. Siempre fue combatida por Lenin y Trotsky, incluso antes que ellos por Marx y Engels.
A pesar de su apariencia «revolucionaria», este tipo de aproximación no tiene nada en común con los métodos reales del bolchevismo sino que simplemente son una caricatura abstracta. Ya hemos mencionado el testimonio de la defensa en el Juicio de Minneapolis. Una de las críticas del ultraizquierdista Munis fue precisamente que Cannon presentó la cuestión de la violencia como un tema de autodefensa. «¿Por qué no», se preguntaba Munis, «elevar la voz en este punto y pedir a los trabajadores que organicen su propia violencia contra la violencia reaccionaria?» Y Cannon respondió:
«¿Por qué no? Porque no era necesario ni aconsejable elevar la voz o hacer un llamamiento de acción en ese momento. Estábamos hablando, en primer lugar, para el provecho del trabajador no iniciado que lee el testimonio en el periódico o en forma de panfleto. Necesitamos una exposición tranquila o cuidadosa para conseguir su atención. Este trabajador de ninguna manera espera impacientemente nuestro llamamiento a la acción violenta. Más bien lo contrario, cree ardientemente en la llamada democracia y la primera pregunta que hará, si está interesado en el socialismo, será: ‘¿Por qué no podemos hacerlo pacíficamente mediante las urnas?’ Es necesario explicarle pacientemente que, aunque preferiríamos esa manera, los empresarios no lo permitirán, recurrirán a la violencia contra la mayoría y los trabajadores deben defenderse y también su derecho a cambiar las cosas». (Munis and Cannon, What policy for revolutionists-Marxism or Ultra-leftism, p. 25.)
Y una vez más:
«Esa ‘fuerza es la partera de toda vieja sociedad preñada de la nueva’, este es un axioma conocido por todo estudiante del marxismo. Es un error abrigar o diseminar ilusiones sobre este aspecto y así lo hicimos en el juicio. Pero es un gran error llegar a la conclusión de que la violencia y las palabras sobre violencia sirven ventajosamente a la vanguardia revolucionaria en todo momento y en todas las condiciones. Más bien lo contrario, las condiciones pacíficas y las formas legales democráticas son muy útiles en el período en que el partido aún está reuniendo sus fuerzas y cuando la principal fuerza y recursos, incluidos los recursos de la violencia, están del otro lado. Lenin señalaba que Engels tenía ‘mucha razón’ al ‘defender el uso de la legalidad burguesa’ y decir a la clase obrera alemana en 1891: ‘¡Sed los primeros en disparad, señores burgueses!».
«Nuestro partido debe luchar aún por ganar el oído de la todavía indiferente clase obrera de EEUU que lo último que quiere es insistir o ‘defender’ la violencia. Esta actitud está determinada por la etapa actual del desarrollo de clase y la correlación de fuerzas en Estados Unidos». (Ibíd., pp. 30-31).
El más mínimo conocimiento de la historia de la Revolución Rusa, antes, durante y después de Octubre, bastará para demostrar esto. En víspera de la Revolución había diferencia de opinión entre Lenin y Trotsky con relación a la fecha de la insurrección. Lenin quería pasar directamente a la toma del poder en septiembre, mientras que Trotsky estaba a favor de posponer la insurrección hasta el Congreso de los Soviets. ¿Por qué tenía Trotsky esta posición? ¿Sufría de falta de audacia? En absoluto. Trotsky comprendía que, incluso en una revolución, la cuestión de la legalidad es extremadamente importante para las masas.
Los bolcheviques estaban seguros de que conseguirían la mayoría en el Congreso y por tanto podrían aparecer ante las masas como el legítimo poder en la sociedad. No era una cuestión secundaria, era un factor vital para conseguir una transferencia pacífica del poder. Una vez más, el elemento esencial no era militar, sino político. A propósito, los bolcheviques presentaron la insurrección de Octubre como una acción defensiva para evitar que Rusia cayera en el caos y en la guerra civil. Y esto no es casualidad. Incluso cuando estás en posición de pasar a la ofensiva (que de ninguna manera era el caso, más bien lo contrario), siempre es necesario actuar y hablar como si estuvieras combatiendo una lucha defensiva, situando toda la responsabilidad sobre el enemigo.
Tomemos un ejemplo más. En 1918 el destino de la revolución pendía de un hilo. Los ejércitos del imperialismo alemán estaban preparados para la invasión. Las fuerzas militares a disposición de los bolcheviques eran totalmente insuficientes para permitir una resistencia seria. Temiendo la total destrucción de la revolución Lenin defendió la firma inmediata de la paz con Alemania, incluso a costa de sacrificar territorio. Bujarin, que, en aquel momento, mantenía una posición ultraizquierdista, defendía una guerra revolucionaria contra Alemania, una posición muy «audaz», que, en las condiciones concretas, habría llevado seguramente a la destrucción de la revolución.
Trotsky, que estaba a cargo de las negociaciones en Brest Litovsk, intentó alargar lo máximo posible las negociaciones, con la esperanza de que los trabajadores alemanes se levantaran. En realidad, esto ocurrió meses después, pero habría sido demasiado tarde para evitar una contundente ofensiva alemana, no habría dejado margen a los bolcheviques. Cuando los imperialistas alemanes presentaron un ultimátum final, Trotsky, que había utilizado habilidosamente las negociaciones para llevar a cabo agitación revolucionaria que tuvo un gran efecto en Alemania y Austria, se negó a firmar el tratado y rompió las negociaciones, aunque sabía que eso significaría un ataque alemán.
La posición de Trotsky no tenía nada que ver con la línea ultraizquierdista de Bujarin. Él explicaba que la razón de su acción era convencer a los trabajadores de Gran Bretaña y Francia, donde la clase dominante calumniaba a Lenin como agente alemán, que los bolcheviques eran las víctimas de la agresión y que el agresivo Tratado de Brest Litovsk se firmaría por compulsión. No tenían otra alternativa. Sin duda el nuevo tratado era aún menos favorable que antes de la ofensiva alemana, pero aquí, como siempre, lo que motivaba a Lenin y Trotsky eran los intereses de la revolución mundial. La correlación de fuerzas descartaba una ofensiva revolucionaria. Los bolcheviques se vieron obligados a adoptar una posición defensiva e incluso hacer concesiones dolorosas al imperialismo alemán para sobrevivir.
Depositaron toda su confianza en la política internacionalista, apelando a los trabajadores del mundo para que salieran en su ayuda. Incluso después, cuando Trotsky construyó el Ejército Rojo, no tenía ilusiones en que la revolución pudiera salvarse por medios puramente militares. La razón por la que fue capaz de sobrevivir la revolución a los 21 ejércitos de intervención extranjera no fue el heroísmo del Ejército Rojo, por importante que eso fuera, sino la oposición de los trabajadores de Gran Bretaña, Francia y otros países a los planes de los imperialistas, y al hecho de que las tropas de cada ejército extranjero enviado a Rusia se amotinaron.
El primer ministro británico Lloyd George explicó la retirada de las tropas británicas porque estaban «contagiadas del virus bolchevique». No llevar a cabo la revolución, sino defenderla. El arma prinicpal fue una política revolucionaria internacionalista. Esa fue el «arma secreta» que compensó ampliamente la extrema debilidad de la revolución frente a lo que eran, sobre el papel, fuerzas arrolladoramente superiores. Visto desde un punto de vista puramente militar, los bolcheviques nunca habrían sido capaces de tomar el poder y por supuesto menos aún mantenerlo.
En una revolución las tropas siempre se ven afectadas por el ambiente general de la sociedad. Esto es particularmente cierto en los conscriptos, por eso los marxistas no apoyan la demanda pacifista pequeño burguesa de abolición del servicio militar. Estamos a favor de que los jóvenes trabajadores sean formados en el uso de las armas, aunque con derechos sindicales y bajo el control de las organizaciones obreras. La naturaleza reaccionaria de la política pequeño burguesa se ve en los intentos de la clase dominante en muchos países de sustituir la conscripción por el ejército profesional, a pesar de que eso supone un mayor costo de dinero.
¿Por qué adoptan esta línea? Porque pueden ver lo que se avecina. En determinada etapa son inevitables las explosiones. Están implícitas en la situación general. La clase dominante en estos países intenta preparase para eso e imagina que un ejército profesional servirá mejor a sus intereses. En realidad, su confianza es inmerecida. En las condiciones modernas, la aplastante mayoría de los soldados profesiones son jóvenes de la clase obrera que se unen al ejército para escapar del desempleo. A pesar de todos los intentos de embrutecerles (que debemos denunciar y oponernos a ellos, exigiendo derechos sindicales para los soldados que les acerquen al movimiento obrero), cuando se da un gran movimiento de la clase ellos son contagiados, incluso la policía francesa se vio afectada en 1968.
Cómo plantear la cuestión
La cuestión de cómo se plantea la transformación de la sociedad depende de la situación. Ese es precisamente el significado del programa de transición. No es cuestión de una fórmula abstracta que estemos obligados a plantear, independientemente del tiempo y el espacio, sino el programa que, teniendo en consideración la conciencia real de la clase, fluye de las necesidades reales de la situación. Tomemos un ejemplo concreto. En Irlanda del Norte nos enfrentábamos a una situación muy difícil y complicada. El problema principal era la cuestión nacional de una forma particularmente monstruosa. La sociedad estaba polarizada en líneas religiosas sectarias. Nuestra política estaba dictada por la necesidad de unir a los trabajadores en líneas de clase. Nuestra consigna central era el establecimiento del Partido laborista basado en los sindicatos. Sin embargo, en una situación donde locos paramilitares de ambas partes llevan a cabo una campaña de asesinato y terror, esto es totalmente insuficiente.
Durante décadas, nuestra tendencia, y sólo nosotros, planteamos la consigna de una fuerza de defensa sindical, para defender a los trabajadores contra los ataques sectarios. Esta consigna, que corresponde a la consigna de Trotsky de armar a los piquetes, no salió de la nada. En 1969, los trabajadores de Harland y Wolfs (principalmente protestantes), en los grandes astilleros de Belfast, crearon patrullas bajo el control de los comités de empresa, para defender a los trabajadores católicos contra la intimidación. En esas circunstancias, una fuerza de defensa de los trabajadores tendría que estar armada. Sin armas, estas patrullas eran inútiles frente a los paramilitares. En realidad, el IRA fue el que aplastó este incipiente movimiento asesinando a algunos trabajadores protestantes que participaban en los comités.
¿Era correcta la consigna de una fuerza de defensa de los trabajadores en las condiciones concretas de Irlanda del Norte. Sin duda. De haber tenido éxito habría supuesto un cambio fundamental, cambiando toda la correlación de fuerzas de clase. Comenzando como una consigna defensiva, podría haber sido el punto de partida de un movimiento ofensivo de la clase. Repetimos, la mayoría de los movimientos obreros han tenido al principio un carácter defensivo. Sin la lucha cotidiana por el avance bajo el capitalismo, implicando todo tipo de cuestiones, grandes y pequeñas, la revolución socialista sería totalmente imposible.
Planteemos la cuestión de manera diferente. ¿Habría sido correcto que planteáramos la misma consigna de una fuerza de defensa obrera (que estamos de acuerdo era absolutamente necesaria en Irlanda del Norte) en Inglaterra, Escocia y Gales? No. Habría sido un error fundamental. Los trabajadores nos habrían considerado, y con razón, unos lunáticos rabiosos. ¿Por qué? Porque en esta etapa, en las condiciones concretas de Gran Bretaña, esa consigna no guardaba absolutamente ninguna relación con la realidad de la clase obrera y la sociedad.
Y aquí llegamos a la esencia del problema. Para un marxista, la política revolucionaria no consiste en varias proposiciones abstractas, como axiomas matemáticos, que se pueden aplicar indistintamente de cada situación. Si fuera así, ¡nuestro trabajo sería mucho más fácil! Tenemos que encontrar el camino de aplicar de manera creativa la ciencia del marxismo a una situación determinada, de tal forma que encontremos eco para nuestra idea en la clase obrera.
En Gran Bretaña, durante todo el último período, el punto central de nuestra propaganda (y aún es principal en la propaganda de nuestra tendencia) ha sido la consigna de que el gobierno laborista debe hacerse cargo de todas las palancas de la economía. Por supuesto, nos esforzamos por ganar a los trabajadores y jóvenes más avanzados a las ideas del marxismo. Pero el 99 por ciento de los trabajadores británicos no son marxistas. Ese es el problema. La aplastante mayoría de los que son políticamente conscientes apoyan al Partido Laborista. En esta etapa, una pequeña minoría apoyan a los reformistas de izquierda, aunque eso está cambiando.
En realidad decimos al trabajador británico:
«¿No te hemos convencido de la necesidad de la revolución? Bien. Por lo menos vamos a estar de acuerdo en que debemos luchar contra los empresarios y su gobierno. Debemos luchar junto con todos los medios por la elección de un gobierno laborista. Pero eso no es suficiente. Un gobierno laborista debe aplicar una política en interés de la clase obrera. ¿Cómo se puede hacer eso cuando los bancos y los monopolios están en manos de nuestros enemigos?
«¿Cómo lo conseguimos? Una vez elegido, el laborismo debe tomar medidas de urgencia para resolver el desempleo, la falta de vivienda y todos los demás problemas. Debe aprobar inmediatamente una Ley Habilitante que nacionalice los bancos y los monopolios. Pagará una compensación justa, pero eso significa una compensación mínima basada sólo en la necesidad comprobada.
«¿La clase dominante permitirá que esto suceda? Toda la historia previa habla en contra de que permitirá que eso suceda sin luchar. (Incluso George Brown lo dijo en 1966). Intentarán utilizar la Cámara de los Lores y la monarquía para retrasar y bloquear leyes progresistas. Debemos abolir estas instituciones reaccionarias y antidemocráticas. Utilizarán los medios de comunicación para extender mentiras y pánico. Debemos poner fin al dominio de la prensa por parte de un puñado de millonarios tories, nacionalizar la prensa, la radio y la televisión, garantizar el libre acceso a los medios de comunicación para cualquier tendencia, partido u organización (incluidos los sindicatos que tienen negada la voz, a pesar de representar a millones) de acuerdo con el número de votos que reciban en las elecciones, o el número de militantes que tenga.
«Las grandes empresas harán todo lo que está en su poder para sabotear y aplastar la economía para derribar a un gobierno laborista comprometido con una política socialista. Ya lo hemos visto en el pasado. Cuando no les gustan determinadas políticas organizan conspiraciones y otras cosas por el estilo. De ahí que el laborismo deba movilizar a la clase obrera fuera del parlamento para crear comités en cada centro de trabajo, establecer el control obrero y la administración de las industrias nacionalizadas, para evitar el sabotaje de los empresarios.
«Es necesario hacer un llamamiento a los miembros de la policía y las fuerzas armadas para que apoyen al gobierno elegido democráticamente (muchos de ellos son seguidores laboristas), que se aprueba inmediatamente una ley que reconozca los derechos sindicales y reconozca el derecho a huelga de los soldados y la policía, pedirles que arresten a los oficiales que están conspirando contra el gobierno.
«Se deben tomar medidas para ganar a la clase media, a los pequeños empresarios y a los comerciantes, que son arruinados por las grandes empresas y los bancos. Debemos decirles que la nacionalización de los bancos y la eliminación de toda una serie de intermediarios abaratarán el crédito y reducirá costos.
«Sobre todo, una economía nacionalizada y planificada bajo el control y gestión democrática de la clase obrera nos permitirá eliminar el desempleo e introducir la jornada laboral de 6 horas durante cuatro días a la semana, mientras se aumenta la producción y se incrementan los salarios.
«Movilizando a la clase obrera sobre esta base, el laborismo rápidamente cortaría el terreno a la reacción. Cualquier intento de organizar una conspiración contrarrevolucionaria sería barrida aun lado. En estas condiciones sería totalmente posible la transformación pacífica de la sociedad. Además, el ejemplo de un estado obrero democrático en un país desarrollado como Gran Bretaña (o en cualquier otro país desarrollado) tendría un impacto mucho mayor que Rusia en 1917. Dada la enorme fortaleza de la clase obrera y al callejón sin salida del capitalismo en todas partes, los regímenes burgueses en Europa caerían rápidamente, creando las bases para unos Estados Unidos Socialistas de Europa y, finalmente, el socialismo mundial. Esa es la perspectiva que ofrecemos.
«¿Parece difícil? ¿Hay otra alternativa? La experiencia de todos los gobiernos laboristas anteriores responde a estas preguntas. Si los dirigentes laboristas no adoptan medidas drásticas para romper el poder de los bancos y los monopolios, se convertirán en rehenes de la City de Londres. Se verán obligados a llevar a cabo ataques contra los niveles de vida de los trabajadores, los pobres, los desocupados. Entonces, cuando ya no sean útiles a los empresarios, organizarán una conspiración, utilizando la prensa y la televisión, derribando el gobierno e imponiendo un gobierno aún más reaccionario.
«En realidad, lo que proponemos no es tan difícil. Si los dirigentes laboristas dedicaran una décima parte de las energías que gastan en defender al capitalismo en movilizar el poder de la clase obrera para cambiar la sociedad, la transformación socialista se podría conseguir rápidamente. Pero advertimos que, si no se consigue esto, estará preparado el camino, sobre la base del espantoso colapso del capitalismo británico, para una catástrofe para la clase obrera».
En el próximo período es bastante probable que pueda haber un gobierno laborista de izquierda en Gran Bretaña. Tendríamos fundamentalmente la misma posición. La única diferencia es que, bajo la presión de la clase obrera, los reformistas de izquierda pueden adoptar medidas contra la burguesía que, sin llevar a cabo una transformación socialista de la sociedad, haría imposible el funcionamiento normal del capitalismo, creando las condiciones para conspiraciones de la burguesía, no sólo derribando el gobierno, sino incluso con complots con las cúpulas de las fuerzas armadas en algún tipo de golpe bonapartista-monárquico.
En los años setenta en un debate con Tony Benn frente a dos mil jóvenes socialistas, Ted Grant expliaba que a menos que el gobierno laborista de izquierdas movilizara a la clase obrera para transformar la sociedad, entonces podría haber reacción y ese incluso sería el camino para la guerra civil y esa responsabilidad recaería sobre los hombros de los dirigentes laboristas y sindicales por no cambiar la sociedad en ese momento. En su Diario, Benn hace referencia a esta situación con crudeza, ¡diciendo que Grant estaba a favor de la guerra civil! En realidad, al plantear de esta manera la cuestión, conseguimos el apoyo casi unánime de las Juventudes Laboristas para la revolución socialista y nuestra política, que sobre otra base no habría sido posible.
La posición general de la CMI ante esta cuestión es la única correcta desde un punto de vista marxista. No hemos variado ni un ápice de la posición que adoptamos durante la Segunda Guerra Mundial. Esa posición es la continuación y el desarrollo de la elaborada por el Viejo que, a su vez, derivaba de la postura de Marx, Engels y Lenin. Ha demostrado ser correcta una y otra vez, particularmente en el período desde 1945, y sobre todo en la Revolución Portuguesa y en Francia en 1968. De esta manera, no sólo es una cuestión de teoría, sino de la experiencia histórica real del proletariado internacionalmente.
Es esencial que todos los compañeros estudien la teoría marxista del Estado, no sólo los textos clásicos, que mantienen toda su validez, sino la experiencia viva de la lucha de clases de estos últimos cien años, resumida en el método, programa, tácticas y posición general de la CMI internacionalmente.
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