El mundo árabe en revolución

Es una verdadera inspiración para millones de personas en todo el mundo, y una respuesta a los escépticos, cobardes y renegados que se reían con desprecio de las masas y de la clase obrera.

La revolución árabe comenzó en Túnez, con el derrocamiento del dictador Ben Alí, y rápidamente se trasladó a Egipto, donde tras intensas movilizaciones revolucionarias, el dictador proimperialista Mubarak tuvo que abandonar el poder. El terremoto revolucionario en Egipto y Túnez ha enviado sacudidas sísmicas a las partes más distantes del mundo de habla árabe: Libia, Argelia, Marruecos, Sudán, Bahréin, Jordania, Iraq, Yemen, Kuwait, Omán, Palestina, Yibuti… la lista es cada vez más larga, no de día en día, sino de hora en hora.

La revolución egipcia

El alcance más destacado de la revolución árabe, hasta la fecha, ha tenido lugar en Egipto, el país con la clase obrera más poderosa de la región.

La salida de Mubarak del poder se produjo después de 18 días de continuas movilizaciones revolucionarias, con 300 muertos y miles de heridos. Fue el resultado del movimiento maravilloso de las masas, que se enfrentó a las armas y a los palazos de la policía, y resistió valientemente cada ataque de las fuerzas de la reacción.

La resistencia tenaz de Mubarak a dejar el poder se explica porque estaba bajo una intensa presión de todos los lados. Los estadounidenses estaban aterrorizados de que si no se marchaba pronto, las masas se llevarían todo por delante; todo el régimen caería, y con él los últimos vestigios de la influencia de EE.UU. en Egipto.

Pero Mubarak también estaba oyendo otras voces. La monarquía saudí, aún más corrupta, podrida y reaccionaria que el régimen de Mubarak, está aterrorizada y se da cuenta de que ahora que su amigo de El Cairo se ha ido, ellos podrían ser los siguientes. Estuvieron ofreciendo grandes sumas de dinero a Egipto, pero a condición de que Mubarak se quedara a toda costa. Los israelíes están igualmente aterrorizados de las consecuencias de perder a su fiel aliado egipcio, el hombre que les ha permitido vender el llamado Plan de Paz -ese engaño atroz- al mundo.

Papel clave del movimiento huelguístico

El elemento decisivo en la ecuación revolucionaria, que finalmente forzó la salida de Mubarak, fue la intervención de la clase obrera. En los últimos días, en todo el país los trabajadores y los sindicatos se unieron a las protestas. A nivel nacional la huelga dio un nuevo e irresistible impulso a las manifestaciones de masas de El Cairo y de otras ciudades.

Recordemos que la Revolución egipcia fue preparada por el mayor movimiento huelguístico del que Egipto haya sido testigo en décadas. De 2004 a 2008, más de 1,7 millones de trabajadores participaron en más de 1.900 huelgas y otras formas de protesta. En los últimos tiempos se han producido 3.000 huelgas, incluyendo a todos los sectores, tanto estatales como privados.

La oleada de huelgas aún continúa y tiene un carácter económico. ¡Por supuesto! La clase obrera está presionando por sus reivindicaciones inmediatas. Es decir, ve la revolución como un medio de lucha no sólo por la democracia formal, sino por mejores salarios, mejores condiciones de trabajo, en definitiva, por una vida mejor.

Pero estas son también huelgas políticas. Mubarak se ha ido, pero los trabajadores exigen que el injusto sistema sobre el que él descansaba también debe irse. Los trabajadores están planteando la cuestión de la democracia en las fábricas y en los sindicatos. La federación sindical oficial, la Federación Egipcia de Sindicatos (el único sindicato legal), apoyaba a Mubarak. Pero ha desaparecido. El 30 de enero se creó en muchas ciudades una nueva federación, la Federación de Sindicatos Egipcios (FETU), tanto del sector público como privado.

El ejército

En teoría, la decisión final del apartamiento de Mubarak y su delfín Suleimán fue tomada por el ejército, claramente sacudido por los acontecimientos. Pero el propio ejército estaba mostrando signos de agrietamiento bajo la presión de las masas. En estas circunstancias, estaba totalmente descartado el uso del ejército contra el pueblo revolucionario. Esto, y la oleada de huelgas masivas que se extendieron por Egipto, explican por qué al final el consejo militar decidió deshacerse de Mubarak.

El derrocamiento de Mubarak es sólo el primer paso. La revolución ya ha entrado en una nueva fase. La lucha por la democracia es sólo la primera mitad de la tarea. La segunda mitad será la lucha contra la dictadura de los ricos: la expropiación de las propiedades de Mubarak y de toda la camarilla gobernante; la expropiación de las propiedades de los imperialistas que los apoyaron y mantuvieron en el poder durante tres largas décadas.

La segunda oleada de la revolución en Túnez

Túnez vive un resurgimiento del movimiento revolucionario. Inmediatamente después de que el pueblo revolucionario hubiera logrado la primera victoria, que costó la vida de muchos mártires, la clase dominante y los políticos del viejo régimen comenzaron a conspirar detrás de la escena con el fin de asegurarse que el régimen permaneciera intacto.

Durante semanas ha habido movilizaciones de decenas de miles contra la presencia de ministros del viejo régimen en el nuevo gobierno que se formó, incluido el primer ministro Gannouchi, quienes finalmente tuvieron que abandonar el gobierno.

Estas movilizaciones fueron combinadas con una ola de huelgas, paros salvajes, la eliminación física de los gerentes y directores vinculados a Ben Ali en empresas estatales y ministerios, etc. La burocracia de la central sindical UGTT fue incapaz de detener esta ola de huelgas, cuyos dirigentes fueron partidarios leales de Ben Alí.

La revolución tunecina comenzó con una combinación de las consignas democráticas, sociales y económicas. La juventud revolucionaria que provocó el movimiento estaba luchando por puestos de trabajo, pan, contra la represión y por dignidad. Conversaciones vacías sobre una nueva Constitución redactada por un grupo de expertos y los llamados «comités para la protección de la revolución» no les dará puestos de trabajo ni pan.

El Frente 14 de enero, una coalición de organizaciones de izquierda y nacionalistas, el componente principal del cual es el Partido Comunista Obrero de Túnez (PCOT), ha sido incapaz de canalizar el creciente enojo contra el Gobierno. Aunque el Frente tiene un programa avanzado, que exige la caída del Gobierno, una Asamblea Constituyente, la expropiación de los representantes del antiguo régimen y una Convención Nacional Revolucionaria, en realidad no ha tomado ninguna iniciativa de organizar un movimiento para luchar por estas reivindicaciones.

Lo más sorprendente es que, en esta situación, el pueblo revolucionario, enfrentado a los intentos de todos los partidos políticos legales para engañar a las masas y al fracaso de la izquierda anti-gubernamental para ofrecer una alternativa práctica, haya mantenido semejante nivel de movilización.

La dirección de la UGTT está enfrentada a las federaciones regionales y los sindicatos nacionales que representan a la mayoría de la UGTT. Es la tarea de los militantes sindicales revolucionarios en todos los niveles del sindicato iniciar la tarea de limpieza de la propia UGTT de los agentes del antiguo régimen.

Las tareas revolucionarias

Tanto en Egipto como en Túnez, los países donde el movimiento revolucionario llegó más lejos hasta la fecha, se plantean las mismas tareas y desafíos. La cuestión más importante que hace falta responder es: si los gobiernos de ambos países caen, ¿qué va a sustituirlos? Los comités revolucionarios que ya existen deben reforzarse, extenderse a todos los barrios, lugares de trabajo, escuelas y universidades, darse a sí mismos estructuras y funcionamiento plenamente democráticos, y vincularse a nivel local, regional y nacional a través de representantes elegidos y revocables. En las condiciones actuales, la convocatoria de una asamblea nacional de delegados a partir de los comités revolucionarios podría ser la base para un consejo revolucionario provisional que podría adoptar la tarea de convocar a una Asamblea Constituyente Democrática y Revolucionaria. Tal asamblea sería capaz de decidir el futuro del país de una manera plenamente democrática, barriendo a un lado todas las estructuras del antiguo régimen.

Estos comités revolucionarios, como ya ocurre en muchos lugares, deberían estar a cargo de dirigir la vida diaria y todos los asuntos públicos (prestación de servicios, orden público, movilización, información, etc.). En otras palabras, los comités, como los únicos representantes legítimos de los pueblos tunecino y egipcio, necesitan tomar el poder y echar al Gobierno ilegítimo.

La tarea de la reorganización revolucionaria de las sociedades tunecina y egipcia debería comenzar con la confiscación de la riqueza y la propiedad de las camarillas gobernantes alrededor de Ben Alí y Mubarak, y la renacionalización de todas las empresas privatizadas por sus regímenes. Esta riqueza debería ponerse bajo el control democrático de los trabajadores y podría servir de base para un plan masivo de obras públicas, la construcción de hospitales, escuelas, carreteras e infraestructura, que empezaría a abordar los problemas del desempleo y la pobreza.

Pero para resolver los problemas de la sociedad, es necesario romper con el capitalismo, expropiar a los capitalistas y los imperialistas y llevar a cabo la transformación socialista de la sociedad.

Bahréin y Yemen

En Bahréin – una pequeña isla al lado de Irán y de Arabia Saudita  – el desesperado intento de la monarquía para aplastar con sangre el movimiento de masas ha fracasado. El pueblo revolucionario mostró una inmensa valentía frente a las balas de los mercenarios a sueldo del régimen. Como resultado de ello, las autoridades se vieron obligadas a dar marcha atrás y retirar a los matones de uniforme, lo que permitió a las masas tomar posesión de la rotonda de la Plaza de la Perla, que se ha convertido en el centro de gravedad de la sublevación, como la plaza Tahrir en El Cairo. Una situación similar se dio en Yemen, al sur de la península arábiga.

Las convulsiones en Bahréin y Yemen también representan una chispa que potencialmente podría encender un barril de pólvora en la vecina Arabia Saudita, donde también hay una gran minoría de chiítas y una población cada vez más descontenta.

La crisis ya está empezando a afectar al reaccionario régimen saudí. En una declaración sin precedentes, el Mufti (guía espiritual) de Arabia Saudita criticó a la familia real por su extravagancia, en contraste con la pobreza de las masas.

En Irán también hay indicios de que el movimiento de masas está reavivándose. El “reformista” opositor, Mousavi, consiguió movilizar 300.000 personas en Teherán en solidaridad con la revolución egipcia. Hay claras señales de divisiones en el régimen y en el Estado en que se apoya. Hay rumores de que varios oficiales de rango inferior de la Guardia Revolucionaria iraní (una milicia profesional compuesta por 120.000 individuos) han firmado un documento en el que declaran que no quieren disparar a los manifestantes.

En Marruecos y Argelia, ha habido manifestaciones de masas brutalmente reprimidas por la policía, pero el movimiento sigue adelante. La sección de la CMI en Marruecos, la Liga Comunista de Acción, está jugando un papel destacado en estas marchas. Uno de sus militantes fue herido de gravedad y otros fueron declarados en busca y captura.

La hipocresía de los imperialistas no conoce límites. Por un lado, se ven obligados a hacer ruido en público expresando su profunda solidaridad con el movimiento pro-democracia. Pero, por otro, la realidad es que han apoyado todos los regímenes reaccionarios de la región, entre ellos Bahréin, donde se encuentra la Quinta Flota, la principal fuerza naval de EE.UU. en el Oriente Medio. Los británicos y los norteamericanos han armado a estos regímenes durante décadas en contra de sus propios pueblos.

Iraq

A pesar de su poderío económico y militar, los imperialistas de EE.UU. son impotentes para intervenir directamente contra la revolución. Ya se quemaron los dedos de mala manera en Iraq. Nueve años, cientos de miles de muertos y mutilados, y miles de millones de dólares más tarde, Iraq no está más cerca de la «democracia» y la «libertad» que cuando George W. Bush derrocó al ex aliado de los EE.UU. en Bagdad. Irónicamente, la deuda contraída durante esta aventura ha sentado las bases para la agitación de masas en los propios Estados Unidos. A pesar de este derroche de sangre y dinero, los EE.UU. todavía no controlan ni pueden controlar Iraq. Por el contrario, las movilizaciones masivas y la presión de las masas han dado como resultado el derrocamiento de dos dictadores y habrá otros que les seguirán. Esto desenmascara la mentira de los imperialistas de que sólo ellos pueden llevar la «civilización» a los pueblos «atrasados» de la región, que fueron, no lo olvidemos, la cuna de la civilización humana.

Ahora, el descontento de masas ha estallado en el Kurdistán iraquí, amenazando el edificio tambaleante que los imperialistas han construido en un intento de reducir sus pérdidas y al tiempo que mantienen su influencia en los asuntos del país… y en el petróleo.

Libia

La oleada revolucionaria ha llegado a su punto de influjo más sangriento en Libia, donde la situación se ha vuelto incandescente. Situado entre Túnez y Egipto, muchos comentaristas (¡y el propio Gadafi!) se imaginaban que Libia de alguna manera podría evitar la conflagración general. Según los últimos informes, Gadafi sólo controla la capital, Trípoli, y sus inmediaciones. El resto del país está en manos de la población rebelde que ha organizado comités revolucionarios que organizan todos los aspectos de la vida social sin la necesidad de funcionarios ni empleados especiales.

Es probable que el régimen libio termine como el régimen de Ceaucescu en Rumanía. Esta perspectiva es escenario de pesadilla para los imperialistas y sus regímenes títeres por todas partes. La fuerza aérea y la marina de Libia están disparando a instalaciones militares rebeldes e, incluso, a civiles. Se calcula en varios miles los muertos por la represión de Gadafi. Ha estallado una guerra civil abierta en la medida en que Gadafi se aferra desesperadamente al poder, pero esta es una apuesta que seguramente no ganará.

Hay que rechazar tajantemente la pretensión del imperialismo norteamericano de intervenir militarmente en Libia. Su único objetivo es asegurarse un nuevo gobierno títere que sustituya a Gadafi.

Se necesita una dirección marxista

Dondequiera que se mire, toda la amplia extensión del norte de África y el Oriente Medio está en llamas. Regímenes que se consideraban estables e incuestionables hace meses, están siendo sacudidos hasta sus cimientos. Las masas árabes, que eran descritas en términos despectivos por los comentaristas burgueses, tachándolas de pasivas, ignorantes y apáticas, se han convertido en la fuerza más revolucionaria del planeta.

La revolución, que ha unido a musulmanes y cristianos, sunnitas y chiítas, tiene un carácter inequívocamente laico y antifundamentalista. Los islamistas no han jugado papel alguno en el movimiento, y son vistos con desconfianza por la población. En Palestina, Hamás reprimió marchas a favor de la revolución egipcia.

Lo que es sorprendente es el extraordinario grado de madurez revolucionaria demostrado por los jóvenes y trabajadores de estos países. Sin un partido, sin una auténtica dirección, sin un plan de acción preconcebido, han conseguido milagros.

Es imposible predecir con exactitud cómo se desarrollará la revolución. Esto dependerá de una serie de factores, tanto objetivos como subjetivos. Pero en ausencia de una dirección auténticamente revolucionaria, es inevitable que la revolución se prolongue en el tiempo. Inevitablemente habrá alzas y bajas, flujos y reflujos, períodos de euforia seguidos por períodos de decepción, derrota e, incluso, períodos de reacción. Pero será imposible restablecer nada que se parezca a estabilidad, siempre y cuando el sistema capitalista siga existiendo.

Lo más importante, sin embargo, es que la revolución ha comenzado. Y a través de todos los acontecimientos tormentosos que se están desarrollando y se desarrollarán durante un período de meses e incluso años, la clase obrera y la juventud aprenderán. Aprenderán qué partidos y qué líderes les han traicionado y en cuales se puede confiar. Al final, llegarán a comprender que la única forma de avanzar es una ruptura radical con el pasado y la eliminación completa, no sólo de este o aquel líder o régimen, sino de un sistema social esencialmente injusto.

El derrocamiento de Ben Ali y Mubarak, fue el trabajo de las masas revolucionarias y, en particular, de la clase obrera y la juventud. Estas son las únicas fuerzas realmente revolucionarias en la sociedad. No puede haber solución a los problemas de estos países a menos que y hasta que la clase obrera tome el poder en sus propias manos y expropie la riqueza de la oligarquía y del imperialismo.

El movimiento revolucionario ha ido más allá de las fronteras artificiales establecidas por el imperialismo en el pasado y que dividen el cuerpo vivo de los pueblos. El poder del imperialismo sobre el norte de África y Oriente Medio se basa en esta división criminal.

Esto plantea la cuestión de la unidad de los pueblos de la región. La única manera de lograrlo es a través de una Federación Socialista del Norte de África y Oriente Medio, no como un objetivo utópico y lejano, sino como una necesidad ardiente y urgente.

  • ¡Viva la Revolución!
  • ¡Abajo el capitalismo y el imperialismo!
  • ¡Trabajadores del mundo, uníos!

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