Elecciones andaluzas: el hundimiento de la izquierda da la mayoría absoluta al PP
Con una baja participación similar a la de las autonómicas de 2018 (un 58% del censo andaluz, un 56% si incluimos a los censados en el extranjero), las elecciones andaluzas del 19 de junio dejan la primera mayoría absoluta del PP en la historia de la autonomía y el mayor desastre para la izquierda en la historia andaluza. Vox, pese a aumentar levemente en votos y escaños respecto a 2018, pierde cuatrocientos mil votos respecto a las generales de 2019, y ha quedado reducido a la impotencia; mientras que Ciudadanos ha desaparecido del mapa político andaluz.
El PSOE ha obtenido su peor resultado histórico en unas elecciones autonómicas. Pierde más de ciento veintisiete mil votos y tres escaños con respecto a 2018. El PSOE ha obtenido treinta escaños, siendo superado por el PP en todas las provincias incluida Sevilla, en la que siempre había sido la lista más votada. Por su parte, el bloque de la izquierda alternativa pierde más de la mitad de su representación; el conjunto del bloque, dividido ahora en dos candidaturas, ha perdido más de ciento treinta y seis mil votos, pasando de diecisiete escaños en 2018 a sólo siete en estas elecciones, de los que cinco corresponden a Por Andalucía (la coalición liderada por IU) y dos a Adelante Andalucía (la coalición encabezada por Teresa Rodríguez). El mal resultado de la izquierda se ve agravado precisamente por la división en dos candidaturas ya que, aun obteniendo sólo treinta mil votos menos que Vox, consiguen sólo la mitad de escaños que la ultraderecha.
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¿Por qué ha ganado la derecha?
Los análisis a vuelapluma de la prensa burguesa en la noche electoral han insistido hasta el hartazgo en el triunfo de la apuesta “moderada” y “transversal” de Moreno Bonilla, que ha conseguido poner freno a la extrema derecha y conquistar para el PP una mayoría absoluta que hasta hace bien poco parecía imposible. Pero si miramos más allá de la superficie, son otros los factores que han hecho posible este resultado. Frente a la complacencia trufada de pesimismo de las direcciones de la izquierda parlamentaria y sus portavoces mediáticos, es necesario acudir al análisis realista del marxismo para extraer las lecciones de esta derrota histórica.
La izquierda en su conjunto ha llegado a estas elecciones lastrada por la división y por el desencanto con el gobierno de coalición progresista. Ha sido precisamente la clase trabajadora andaluza, por la mayor debilidad de la base productiva de la región, la que más ha sufrido los efectos de la política económica y social del gobierno PSOE-UP, agravados por la pandemia y el impacto económico de la guerra en Ucrania. Más que del éxito de Moreno Bonilla a la hora de vender su gestión como una alternativa a la del gobierno central, tenemos que hablar del fracaso del PSOE y UP (Por Andalucía en estas elecciones) a la hora de movilizar a su electorado sobre la base de la defensa de su acción de gobierno. La abstención sigue siendo de más del 40% y se sigue concentrando en las zonas obreras de la región.
El conjunto del bloque de derechas ha ganado más de cuatrocientos mil votos con respecto a 2018, de los que la inmensa mayoría han ido al PP, que absorbe también el grueso del voto que pierde Ciudadanos. Es evidente que ha habido un trasvase neto de voto de la izquierda hacia el PP en estas elecciones, y es nuestro deber analizar por qué se ha producido.
En realidad la mayoría absoluta del PP no responde a un crecimiento real y sólido de su propia base social. El mejor resultado obtenido hasta ahora por el PP en unas elecciones andaluzas fueron los cincuenta escaños que logró Javier Arenas en 2012, siendo entonces por primera vez la fuerza más votada, aunque no le bastó para gobernar ante la alianza de PSOE e IU. Desde entonces, el PP fue perdiendo terreno en cada cita electoral, pasando de treinta y tres escaños en 2015 a veintiséis en 2018. Moreno Bonilla consiguió acceder a la presidencia de la Junta tras obtener el peor resultado histórico del PP gracias a la irrupción de Vox y al crecimiento espectacular de Ciudadanos. Esto fue resultado tanto del desgaste del PSOE andaluz (que ya analizamos en el balance de las elecciones de 2018) como del retroceso de Unidos Podemos y su cierre de filas con el régimen frente a la movilización por la república catalana, una claudicación de la izquierda que alimentó a la extrema derecha.
Hay un elemento importante también a tener en cuenta en el resultado del PP, y es todo el montaje mediático y propagandístico organizado en torno a sus posibles pactos con Vox, que ha dominado toda la campaña. Es indudable que decenas de miles de votos tradicionales de la izquierda, sobre todo del ámbito del PSOE, aunque no sólo, se han dirigido al PP con la idea de asegurar su mayoría absoluta y evitar la entrada de la ultraderecha en el gobierno y su esperpéntica candidata, Macarena Olona. Lamentablemente, los principales responsables de haber diferenciado entre una derecha “buena”, “moderada” y responsable” (la del PP), frente a otra derecha “mala” y “reaccionaria” (la de Vox) han sido los dirigentes andaluces del PSOE y de Por Andalucía. Ellos fueron insistentes toda la campaña en que el PP tenía un pacto oculto con Vox, como si lo que hiciera mala la política del PP no fuera su carácter de clase, burgués, de favorecer a los ricos; ni su política realizada estos 3 años; sino el de ir de la mano con Vox. Fue escandaloso que en los primeros días de la campaña, la candidata de Por Andalucía (Inma Nieto, de IU) declarara a la prensa que habría que reflexionar sobre la conveniencia de abstenerse en la elección del presidente de la Junta de Andalucía tras las elecciones, para que el PP no pactara ni gobernara con Vox, no sólo dando ya por hecha la victoria del PP a falta de 20 días para las elecciones, sino lavándole la cara a Moreno Bonilla y al PP como una derecha “buena” a la que debe permitirse gobernar. Sólo se desdijo de estas declaraciones en los últimos días de campaña cuando su carácter contraproducente y ridículo era evidente para todos.
Para una parte importante del electorado progresista medio de Andalucía, la tesitura en que los colocaba la izquierda oficial era imposible de esquivar: Si Vox nos va a traer en el gobierno andaluz las plagas bíblicas, y el PP va a ganar las elecciones como afirman todos, la única manera de evitar a Olona en San Telmo, es votando con la nariz tapada a Moreno Bonilla ¿Y quién se lo puede reprochar a la vista de la alternativa en que les colocaban los dirigentes del PSOE y de Por Andalucía?
Así, el espantajo de Vox está sirviendo, como también vemos en todo el Estado, como una manera de disciplinamiento social para limitar al mínimo las reivindicaciones y exigencias de la clase trabajadora, para que se conforme con lo que hay. Teresa Rodríguez quien, correctamente, criticó el carácter equivocado de esta táctica durante la campaña, a la hora de evaluar los resultados se desdijo de dicha posición, reclamando a favor de Adelante Andalucía el mérito de “haber pinchado el globo de Vox” como elemento positivo de las elecciones, lo que en la práctica equivale a diferenciar entre una derecha “aceptable” representada por el PP frente a otra “inaceptable” como la de Vox.
Pero este resultado, aunque expresado de forma negativa para los intereses de la clase obrera andaluza, también muestra el profundo odio arraigado hacia la extrema derecha en las zonas obreras de Andalucía y su dificultad orgánica para penetrar en nuestra clase.
En realidad, incluso sin esta política nefasta durante la campaña, la verdad es que no se puede movilizar masivamente a la base de la izquierda andaluza en 20 días tras tres años de nula política de oposición al PP en Andalucía y la política general de estas direcciones a nivel estatal.
Desde 2018 la izquierda en Andalucía ha sido incapaz de recuperar el terreno perdido precisamente por su completa identificación con el gobierno Sánchez. Pese a todos los ataques del gobierno andaluz de PP y C’s a los servicios públicos, ni el PSOE ni Por Andalucía han conseguido aparecer como una alternativa creíble al formar parte de un gobierno que es al menos igual de responsable de la crisis actual que el de Moreno Bonilla. Las contínuas loas que Inmaculada Nieto, la candidata de Por Andalucía, ha dedicado durante la campaña a la política del gobierno y en especial a la reforma laboral de Yolanda Díaz, han repelido a buena parte de la clase trabajadora y la juventud y han irritado también a buena parte de su propia base social, razonablemente insatisfecha con los resultados de la coalición.
La realidad es que la política del gobierno PP-C’s presidido por Moreno Bonilla, en lo que a los servicios públicos se refiere, ha sido una continuación de la que ya hacían los gobiernos del PSOE en la Junta, especialmente el último de Susana Díaz (con apoyo parlamentario de Ciudadanos) pero también el anterior de José Antonio Griñán del que formaba parte IU. El desprestigio del PSOE en Andalucía, tras casi cuarenta años de gobierno ininterrumpido en el que han llevado a cabo recortes y privatizaciones, además de los archiconocidos casos de corrupción, lo inhabilita para presentarse hoy por hoy como una alternativa creíble a la derecha en la Junta. Sumado a esto, la desmovilización conscientemente promovida por las direcciones sindicales y de la izquierda, que han vaciado la calle en estos tres años y medio de gobierno PP-C’s y han hecho que sus medidas más antisociales no tuvieran una respuesta masiva y organizada, es otro factor que ha pavimentado el camino para la mayoría absoluta del PP.
Lecciones para la izquierda
Desde la izquierda se insiste mucho en el alto coste que ha tenido la división en dos candidaturas. La misma noche electoral, tanto Teresa Rodríguez como Inmaculada Nieto no perdieron la ocasión de culparse mutuamente por dicha división y por sus efectos, una vez que estos eran ya evidentes. Más arriba hemos comentado cómo es cierto que esta división ha tenido un efecto claro, sobre todo en lo que se refiere al rendimiento votos-escaños. Pero lo cierto es que la ruptura del grupo parlamentario de Adelante Andalucía en 2020 y la posterior constitución de dos candidaturas separadas no eran más que síntomas de una enfermedad mucho más profunda, la misma que aqueja a toda la izquierda reformista a nivel global y que lastra sus posibilidades de erigirse en una verdadera alternativa a la socialdemocracia.
Como ya dijimos, analizando la ruptura del grupo parlamentario de Adelante Andalucía en 2020: “Se demuestra la orientación exclusivamente institucional, ya sea en Andalucía o en Madrid con voz propia, y que ha llevado consigo una despreocupación, tanto por la construcción de una estructura organizativa como por el fortalecimiento ideológico de la base militante, lo cual también ha sido determinante en la forma en la que se han devenido y afrontado los conflictos entre organizaciones.” La experiencia del último año y medio y los resultados de estas elecciones no han hecho más que confirmar este análisis. Ninguna de las candidaturas resultantes de la ruptura de la Adelante Andalucía de 2018 ha sido capaz de destacar por ninguna idea, consigna u horizonte que las masas pudieran recibir con entusiasmo.
La nueva Adelante Andalucía, la alianza entre Anticapitalistas y grupos andalucistas, tenía la oportunidad de diferenciarse por la izquierda de Unidas Podemos, señalando las insuficiencias y traiciones a sus promesas del gobierno PSOE-UP y poniendo por delante la defensa de los intereses de la clase trabajadora andaluza. Sin embargo, tanto en el proceso de constitución de la alianza como en la propia campaña electoral, su propaganda se ha ido inclinando cada vez más por la defensa de un andalucismo abstracto, interclasista, siguiendo la idea errónea de que la cuestión nacional en Andalucía puede ser equiparable a la de Galicia, Euskal Herria o Cataluña. Además de eso, en su campaña electoral no han realizado ninguna propuesta que se destacara por la izquierda de las de Por Andalucía, más allá de proclamar su independencia con respecto a los aparatos políticos estatales y de haber desplegado una crítica contundente, eso sí debe reconocerse, a la ultraderecha de Vox y a su candidata Macarena Iberdrolona. Por último, Adelante Andalucía también arrastraba el lastre del desencanto que en su bastión principal, la ciudad de Cádiz, está provocando la política de uno de sus principales referentes, el alcalde José María González “Kichi” (desencanto que se ha expresado en varias letras muy sonadas del reciente Carnaval gaditano).
Los resultados, pese al triunfalismo verbal de Teresa Rodríguez en la noche electoral, demuestran que Adelante Andalucía no ha calado entre las masas trabajadoras. Sólo ha conseguido dos escaños, por Sevilla y Cádiz, siendo una fuerza prácticamente testimonial en el resto de Andalucía, mientras que en la anterior coalición eran la fuerza dominante con once de los diecisiete diputados. Lejos de haber irrumpido en el parlamento, la realidad es que su espacio político se ha reducido, la campaña no ha servido para ampliar su base social y su propaganda ha reproducido todas las viejas ideas reformistas que el PCA e IU llevan defendiendo cuarenta años.
Hace falta una gran idea por la que luchar
Los resultados de estas elecciones andaluzas obligan a la militancia de la izquierda andaluza y estatal, a la clase trabajadora y la juventud, a una reflexión ineludible sobre el camino a seguir. La perspectiva de un gobierno del PP con mayoría absoluta se resume en hasta dónde va a ser capaz de llegar la derecha en su política de recortes y privatizaciones y cuál va a ser la respuesta del movimiento obrero. Es previsible que el “moderado” y “dialogante” Moreno Bonilla pretenda en un primer momento contemporizar con las direcciones sindicales de la administración, manteniendo por ejemplo la cadencia de ofertas de empleo público de estos últimos años. Pero aún así, la inflación, la precariedad laboral en los servicios públicos y las privatizaciones van a incrementar la presión sobre los trabajadores públicos y sus representantes sindicales, preparando el terreno para movimientos explosivos como los que, en la década anterior, se produjeron en Madrid o Cataluña organizados en las Mareas blanca o verde, e incluso en la propia Andalucía meses antes de las elecciones de 2018 y que tuvieron un efecto en lastrar la popularidad de la anterior dirigente del PSOE andaluz, la derechista Susana Díaz..
Fuera del sector público, el terreno está abonado para un incremento de las luchas parciales por los convenios colectivos y contra los cierres y EREs, luchas en las que, en su papel mediador, la Junta del PP, como antes la del PSOE, se pondrá siempre del lado de la patronal. La clase trabajadora y la juventud andaluza van a sufrir de forma más aguda el paro, la precariedad, el desguace de los servicios públicos y la crisis climática provocadas por el capitalismo en su decadencia senil. La posibilidad de movimientos espontáneos y explosivos de la clase trabajadora y la juventud está sobre la mesa.
El fracaso de las direcciones de la izquierda sólo puede achacarse a su oportunismo, su veneración supersticiosa de la institucionalidad burguesa y su desconfianza en el potencial revolucionario de la clase trabajadora y la juventud. La enorme abstención, que supera el apoyo obtenido por Juanma Moreno, señala que existen amplias masas de la clase trabajadora y, sobre todo, de la juventud que no se sienten representadas por ninguna de las organizaciones que participan de la política institucional. Para movilizar a esos cientos de miles de personas es preciso defender una verdadera alternativa al sistema capitalista, una alternativa que, en Andalucía y en todo el Estado, pasa por hacer realidad el lema “tierra y libertad”, expropiando a los terratenientes, los banqueros y los oligarcas para poner toda la energía productiva en manos de la clase trabajadora para transformar la sociedad en líneas socialistas en Andalucía, en todo el Estado y a escala mundial.
Estas son las ideas que tiene que defender la izquierda. El surgimiento del Mugimendu Sozialista en Euskal Herria demuestra que es posible levantar una organización de izquierda revolucionaria con una perspectiva de clase e internacionalista, que supere los límites del reformismo socialdemócrata y del provincianismo estrecho. Ese potencial existe en Andalucía, en el conjunto del Estado y a escala mundial, lo que debemos hacer es organizarnos para hacerlo realidad.
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