Elecciones en EEUU: Extrema inestabilidad y polarización política y social

Como se esperaba, las elecciones presidenciales norteamericanas han tenido un desenlace dramático. En el momento de escribir este artículo todos los medios daban como vencedor a Joe Biden aunque no ha sido todavía proclamado oficialmente como ganador, a falta de validar los resultados de varios Estados. No obstante, si no hay cambios imprevistos, el próximo 8 de enero podría ser proclamado como el 46º presidente de los Estados Unidos.

Aun así, este no sería el fin de la historia. Trump ya ha impugnado judicialmente los resultados en varios Estados clave, reclamando haber sido el vencedor, arrojando dudas en el voto por correo, que ha alcanzado en estas elecciones un récord de más de 90 millones debido a la epidemia de coronavirus, con acusaciones de fraude sin ningún tipo de evidencia.

Si los resultados se enredaran durante semanas en disputas judiciales, dado el ambiente de polarización y división en la sociedad norteamericana, esto podría conducir a enfrentamientos civiles en las calles. El resultado de esto sería imprevisible.

Una polarización nunca vista

La enorme politización y radicalización de estas elecciones se destaca por la participación histórica de más de un 60% y sobre todo porque el virtualmente perdedor, Donald Trump, ha sacado 8 millones de votos más que en su victoria de 2016 (hasta los 71 millones). Pero el candidato Demócrata, Biden, ha conseguido 10 millones más que Hillary Clinton en 2016, hasta los 75 millones.

Un factor clave en la victoria de Biden, si se confirmara, aparte de sus bases de apoyo tradicionales en las costa Noreste y Oeste, ha sido el apoyo de las familias obreras del decadente medio oeste industrial (el llamado “cinturón oxidado”) que, en gran parte, le habían prestado su voto a Trump en 2016 pero que terminaron decepcionados por sus promesas incumplidas de empleo y su manejo de la epidemia. También la juventud ha sido clave en la victoria de Biden, radicalizadas y movilizadas, primero por Bernie Sanders y después por las protestas sociales de estos años contra las políticas reaccionarias de Trump. Demás está decir que muchos de estos votos han sido con asco en el corazón, no porque la figura ni el programa de Biden sean atractivos para ellos.

Aunque los grandes empresarios se beneficiaron poderosamente con Trump, Joe Biden es visto como un personaje más confiable. Muchos conservadores, han salido a respaldar a Biden, no porque se haya «movido a la izquierda», sino porque él está muy a la derecha. La perspectiva de cuatro años más de un egomaníaco indómito e impredecible, como Trump, en la Casa Blanca les causa pesadillas. En tiempos como estos, preferirían a alguien que defendiera fervientemente sus intereses pero que mostrara una atención retórica a los problemas sociales más apremiantes.

Por el otro lado, aunque la situación social de EEUU no ha cambiado sustancialmente para mejor, Trump sigue presentándose como un inconformista, aprovechando hábilmente el estado de ánimo antisistema generalizado. A diferencia de Biden, tiene carisma, dotes de showman y sabe transmitir confianza a su entorno con ideas simples y demagógicas. Todavía tiene una base sólida en muchas partes del país. Muchos creen en su palabra de que China es la culpable del virus, de que los científicos arruinaron la economía y de que hordas de socialistas desenfrenados impondrán una tiranía estalinista si Joe Biden es elegido. Explota el miedo de la clase media rural y de capas obreras desesperadas ante la incertidumbre de un mundo que se ha vuelto loco. Gane o pierda, la ira profundamente arraigada contra el sistema liberal, incitada por los medios de extrema derecha, no va a disiparse pronto, y Trump se seguirá afianzando su base de apoyo.

La traición de Bernie Sanders

Para ver las perspectivas que se abren conviene remontarse a las anteriores elecciones de 2016. Éstas se caracterizaron por la crisis del liberalismo Demócrata y de un sistema bipartidista que no reflejaba el estado de ánimo real del descontento en la sociedad. Sobre todo, marcó la dramática entrada del socialismo en el debate general y en las mentes de decenas de millones de trabajadores y jóvenes estadounidenses.

Han pasado cuatro años, y a pesar de un grado sin precedentes de ira de clase acumulada, la clase obrera todavía no tiene un partido propio. En una tragicomedia ya vista en 2016, Bernie Sanders se rindió  una vez más ante el aparato Demócrata en este 2020. La clase dominante dio un suspiro colectivo de alivio cuando abandonó la contienda Demócrata. Sin embargo, el espectro del socialismo continuó perdurando durante las elecciones. Casi la mitad  de los estadounidenses, incluido el 70% de los jóvenes, dicen que votarían por un candidato socialista. Se ha hablado más del auge del socialismo —al punto que Trump acusó a Biden de “socialista”— que en cualquier otro momento desde el colapso de la Unión Soviética.

La crisis sistémica del capitalismo está erosionando constantemente la confianza en todas sus instituciones. La experiencia de la peor crisis económica de la historia, la pandemia criminalmente manejada y el movimiento de protesta más grande y amplio de la historia de Estados Unidos, con las protestas por los asesinatos racistas policiales del verano, han dejado una huella indeleble en la conciencia de millones de personas, y es sólo el principio.

Si Sanders se hubiera postulado como candidato presidencial independiente, el panorama electoral habría sido fundamentalmente diferente. Cabe imaginarse cómo habría sido una campaña audaz y enérgica hacia la clase trabajadora por el pleno empleo, la atención sanitaria y la educación. Una campaña que habría movilizado a millones de personas detrás de un plan integral para reconstruir nuestra infraestructura y combatir la crisis climática, al tiempo que defendía los salarios y empleos de los trabajadores. Una campaña que pusiera el socialismo y la lucha contra el racismo y la brutalidad policial en el centro de la actividad política.

Crisis sobre crisis

Aunque Trump ha presionado para reabrir la economía a cualquier costo, el rebote  se ha reflejado sobre todo en Wall Street, pero no en el mercado laboral.

En realidad, la economía sigue siendo un 3,5% más pequeña que hace un año. Millones de personas siguen en paro, otros millones han caído en la pobreza extrema, y se estima que  9,9 millones de hogares  están atrasados en los pagos de hipotecas o alquileres y están en peligro de ser desalojados de sus hogares.

Se prevé que la deuda nacional superará el PIB por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial.

La pandemia se ha disparado a nuevas alturas en los días previos a las elecciones, con 50.000 personas hospitalizadas, casi 9 millones de infecciones y 230.000 muertes registradas en los Estados Unidos hasta el momento.

La necesidad de un partido socialista de masas

La sociedad estadounidense está más polarizada que nunca en la memoria colectiva, con una mayoría sumida en el estancamiento durante décadas, mientras que los multimillonarios acaparan una riqueza astronómica.

Gane quien gane finalmente, marcará un nuevo punto de inflexión en la crisis del capitalismo, la lucha de clases y el contradictorio desarrollo de la conciencia de clase. Aunque menos probable, si Trump saliera victorioso finalmente, la indignación y la desesperación se apoderarán de millones de personas, mientras que sus esbirros y secuaces se regodean y se regocijan. Pero incluso si una explosión inicial de protestas eventualmente se quedara sin vapor — ningún movimiento puede vivir indefinidamente solo de la ira — podemos esperar que el movimiento inspirador de los últimos meses regrese a un nivel aún más alto en los años inmediato. Incapaz de derrotar a un payaso criminal durante una crisis económica y una pandemia, la podredumbre absoluta de los Demócratas quedaría expuesta de una vez por todas y la necesidad de una ruptura total e inmediata será evidente para millones de personas.

Si, como es más probable, gana Biden, será la Escuela de los Demócratas 2.0. Después de haber heredado un desastre infernal de Trump, tendrá un tipo de luna de miel, aunque no para siempre. Su misión será restablecer la estabilidad y credibilidad de las instituciones del sistema. Ahora no tendrán excusas legítimas para no llevar a cabo las amplias reformas apoyadas por la mayoría, y sus verdaderas lealtades y limitaciones del sistema quedarán expuestas.

Tarde o temprano, la necesidad de un partido socialista de masas se abrirá paso en la conciencia de millones de trabajadores y jóvenes norteamericanos. Y nuestra tendencia, Socialist Revolution aspiramos a jugar un papel determinante en el mismo.

El período al que hemos entrado es más parecido a los períodos pre-revolucionarios de 1750 y 1850 que a la década de 1950. La relativa estabilidad del período de posguerra está muerta y enterrada, y las contradicciones sociales están presionando en la dirección de una nueva revolución que será vista por nuestra generación.

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