¿Estamos realmente frente a un auge reaccionario? Una contribución al debate
La movilización convocada por los compañeros de la OJS en Badalona el pasado 7 de junio fue todo un éxito, con la participación de unos 1.500 comunistas izando bien alta la bandera del socialismo. Sin duda alguna la iniciativa y capacidad de movilización tuvo un eco en el movimiento y más allá, con diversos medios de comunicación, como TV3, cubriendo la manifestación. Desde la Organización Comunista Revolucionaria apoyamos la convocatoria y participamos en la misma. Felicitamos a los compañeros por el esfuerzo en la preparación antes y durante la jornada, y por el éxito de esta.
Creemos que ahora es un buen momento para profundizar en el análisis sobre la situación actual y las perspectivas que se derivan de ella, con la intención de aportar al debate, afilar nuestras herramientas teóricas y extraer tareas concretas.
[Publicado originalmente en Organització Comunista Revolucionària]Contenido
La crisis capitalista y la reacción
Para comprender el actual estado de la lucha de clases, los compañeros de la OJS plantean como punto de partida la crisis histórica del capitalismo. Altadill, en su artículo “Contra la reacció i el feixisme”, dice: “El elemento fundamental para comprender el porqué del auge reaccionario es la crisis histórica del capitalismo.” Continúa explicando cómo la clase dominante europea ya no dispone del margen económico y político para mantener el Estado del bienestar, viéndose así abocada a atacar las condiciones de vida y los derechos democráticos conquistados por la clase trabajadora en las décadas anteriores.
Todo esto es correcto, y además es el proceso que se está dando a gran escala en todo el mundo. La propiedad privada y el Estado-nación chocan cada vez más con las relaciones sociales de producción, señal inequívoca del declive senil del capitalismo de nuestra época.
Para justificar los ataques y contaminar la conciencia de nuestra clase, Altadill explica que la burguesía hace uso de la clásica estrategia de toda clase dominante en la historia, la de “divide y vencerás”: en nuestra época, contra el migrante pobre.
Todos estos argumentos son de suma importancia, porque forman los pilares básicos de la posición que debemos defender los comunistas: es el capitalismo y la clase burguesa la responsable de la crisis y la degeneración de la civilización hacia la barbarie.
Tomemos el ejemplo de Estados Unidos, el país imperialista más reaccionario del planeta. Desde la Segunda Guerra Mundial ha dominado el mundo capitalista, imponiendo sus intereses donde quería. La burguesía americana salió victoriosa de la carnicería e impuso su sello en el aparato de Estado yanqui, en las instituciones burguesas mundiales que han ido surgiendo (FMI, Banco Mundial, OTAN, etc.) y en las relaciones mundiales entre capitalistas. En defensa “de la democracia», «de los derechos humanos», «de la ley internacional», «de la soberanía nacional», etc. han impulsado las guerras de Vietnam, Yugoslavia, Irak, Afganistán, Ucrania, etc., apoyado un número incontable de dictaduras o golpes de Estado reaccionarios y, en general, arruinado y destruido las vidas de miles y millones de seres humanos.
Es precisamente esta burguesía, junto con sus lacayos dentro del aparato estatal –el Partido Demócrata (y, antes de Trump, también el Republicano)– y los medios de comunicación “respetables” los que constituyen el establishment que ha actuado como bastión de la reacción a escala global. Es esta capa, dominada por el «liberalismo», la que ahora mismo alza la voz histéricamente contra Trump y la extrema derecha «en defensa de la democracia». Su hipocresía y cinismo no tiene límites.
El mismo proceso se está dando en todo el mundo. En la UE, la burguesía ya no puede dominar como antes, perdiendo cada vez más el control económico, político y social. Esto se ha traducido en un colapso del centro y la crisis de los partidos tradicionales de la burguesía (tanto los de derechas, como los de «izquierdas»), que se iban alternando al poder unos a otros para preservar mejor el statu quo. Sin embargo, se resisten con uñas y dientes a perder el dominio de la situación.
Así, en nombre de la “democracia” y “la separación de poderes”, el establishment yanqui hizo todo lo posible para evitar que Trump volviera a presentarse a las últimas elecciones, tildándolo de criminal –pero, ¿cuándo no ha sido un criminal el presidente de Estados Unidos? Biden, sin ir más lejos, tiene las manos llenas de sangre inocente, de ucranianos y palestinos. La burguesía europea y rumana prohibió y detuvo al candidato Georgescu para que no ganara las elecciones en Rumanía, porque este no era de su agrado; en Francia, la «Justicia» ha prohibido a Le Pen presentarse a las próximas elecciones presidenciales, por un caso de corrupción que, en el mejor de los casos, no es la excepción en un partido burgués.
Entraremos más adelante en cómo combatir a los Trump, Georgescu, Le Pen y otros reaccionarios de su clase. Ahora, lo que hay que enfatizar es que sigue siendo el establishment económico y político capitalista el principal baluarte de la reacción – ¿quién está impulsando el auge militar y el número de guerras? ¿Quién apoya el genocidio en Palestina y la guerra en Ucrania? ¿Quién ha reprimido a quienes protestan contra el genocidio en Palestina? El caso del racismo y los ataques a los migrantes pobres es paradigmático. ¿Quién ha provocado que decenas de miles de personas desesperadas, incluidas mujeres embarazadas y niños, hayan perdido su vida en el Mediterráneo? No han sido los demagogos de derecha, aunque muchos de ellos defienden las mismas políticas: ha sido el establishment “liberal”. Biden, el político “progresista” que tenía que pararle los pies al reaccionario Trump, ¡deportó a mucha más gente durante su mandato que Trump! Lo mismo hizo Obama, el presidente más progresista de todos los progresistas… Es más, en política migratoria, Biden mantuvo el grueso de las medidas que había introducido Trump anteriormente, incluso ampliando algunas.
En lo esencial, no hay diferencias entre el establishment y la derecha demagógica: ambos son firmes defensores del capitalismo y, por tanto, de ataques a la clase obrera y a los pobres. La principal distinción entre ambas facciones del capital es que la primera lleva décadas refinando su dominio de clase, encubriéndolo tras una gruesa telaraña de mentiras, falsedad, hipocresía y cinismo para engañar mejor a las masas. El uso de las políticas de identidad ha sido un arma empleada eficazmente por esta capa de la burguesía y sus agentes, escondiéndose tras la cuestión identitaria para encubrir mejor su defensa del capitalismo. Bajo ese manto, con una vicepresidenta negra, Kamala Harris, ¿qué hizo Biden contra el racismo, la opresión y los asesinatos por parte de la policía hacia las personas negras de clase obrera estadounidense? Los datos hablan por sí solos: la media de asesinatos policiales anuales durante el primer mandato de Trump fue de 236, mientras que con Biden, 254.
La segunda facción es la expresión más cruda y abierta del carácter reaccionario del sistema y su decadencia senil. Esta esconde su carácter de clase burgués tras una demagogia anti-establishment, que encuentra un eco en un sector de las masas.
En estos momentos, la primera se opone a la segunda no porque defienda al oprimido ante “la deriva reaccionaria” del trumpismo y sus acólitos, sino porque no tiene el control sobre estos elementos, porque le preocupa que estos expongan la realidad del sistema y que, además, provoque una intensificación de la lucha de clases. El ala dominante de la burguesía, que busca desesperadamente estabilizar su orden mundial para mantener sus intereses y beneficios, por ahora, encuentra en los reformistas y burócratas sindicales las manos más seguras para defenderse, y están en oposición a los demagogos de derechas.
Lo que estamos viendo es en realidad el resultado de la imposibilidad de la clase capitalista de dominar como antes y, por tanto, de profundas divisiones en su seno. Esta división por arriba nos indica un proceso de maduración de la lucha de clases y la perspectiva de explosiones sociales y procesos prerrevolucionarios y revolucionarios.
Es necesario tener una idea clara de todo esto para resistir y contraatacar el alud de propaganda por parte de la clase dominante, que se llena la boca de “auge de la reacción” y de “fascismo”. En este sentido, pensamos que el análisis de la OJS no queda suficientemente claro. Cuando hacen referencia al “auge reaccionario”, ¿se refieren a los ataques constantes y en aumento de la burguesía a la clase obrera, producto de la decadencia del capitalismo? ¿O al surgimiento y fortalecimiento del trumpismo y sus amigos? Entendemos que es más bien lo primero, porque correctamente enfatizan sobre el peligro del mal menor. Si es así, ¿por qué, pues, convocar una manifestación y hacer agitación sobre el auge de la reacción y el fascismo con las fotos solo de Trump, Meloni, Milei, Albiol, Abascal y Orriols?
Nosotros entendemos «el auge de la reacción» como el producto del capitalismo en crisis y la falta de una dirección revolucionaria consecuente en la defensa de los intereses de la clase obrera; por eso creemos que es más adecuado plantear este proceso como el resultado de las leyes del capitalismo y la lucha de clases que engendra y, a partir de ahí, explicar qué son y qué representan realmente Trump, Meloni, Le Pen, etc. Es necesario partir de un análisis concreto de este fenómeno para extraer las conclusiones correctas.
El papel del reformismo y el surgimiento de los demagogos de derechas
La crisis del 2008 hizo emerger a la superficie, y aceleró enormemente, el descontento de millones de personas de todo el mundo que buscaban escapar del callejón sin salida del sistema. En general, en esta fase inicial de la lucha de clases, las masas se orientaron hacia la izquierda, a través de Syriza en Grecia, Podemos en el Estado español, Corbyn en Gran Bretaña, Sanders en EE.UU., etc. También presenciamos la revolución árabe, que sacudió a la región y al mundo con la caída de regímenes que parecían invencibles, poniendo sobre la mesa la cuestión del poder.
Como apunta Miquel Ramos en el programa “72dies Auge reaccionari, feixisme i alternativa comunista”, al igual que los compañeros del MS en el apartado final del mismo vídeo, la quiebra del reformismo durante este proceso explica, y mucho, el surgimiento y desarrollo de los demagogos de derecha.
La crisis del capitalismo equivale a la crisis del reformismo. Ciertamente, la socialdemocracia tradicional se ha transformado en un pilar del régimen capitalista desde su traición en la Primera Guerra Mundial. En el último período, su descrédito en un país tras otro les ha llevado a la irrelevancia, a perder mucho apoyo o a sobrevivir gracias a la especial y excepcional correlación de fuerzas entre los partidos, como en el Estado español con el PSOE.
Pero más importante que esto es el papel que han jugado y que siguen desempeñando (si es que mantienen algo de relevancia) las nuevas direcciones de izquierda supuestamente “radical”, que surgieron a consecuencia de la gran recesión del 2008 y de la ola de protestas contra la austeridad que le siguieron.
En Estados Unidos, Sanders acabó capitulando al Partido Demócrata en las elecciones del 2016 y de Biden después, pese al entusiasmo y la movilización que despertó en millones de jóvenes y obreros. Podría haber utilizado esta situación más que prometedora para luchar contra todo el establishment, incluidos los Demócratas, y contra Trump, cortando así la demagogia obrerista de este último. Su capitulación jugó un papel muy importante en facilitar que la demagogia trumpista penetrara más entre capas de la clase obrera, al igual que la capitulación ante los Demócratas y, por tanto, del establishment, de Alexandra Ocasio Cortez, otra referente de la izquierda.
En Gran Bretaña, Jeremy Corbyn fue incluido de forma accidental en 2015 en la candidatura para elegir al nuevo líder del partido, para dar un barniz de izquierda a la lista. Sin embargo, sus ideas y consignas conectaron con el ferviente deseo de cambio de amplias capas de la población, empezando por los jóvenes. Acabó ganando, sorprendiendo a todo el mundo. De la noche a la mañana, el Partido Laborista incrementó su militancia en cientos de miles y se convirtió en el mayor partido de izquierdas de Europa. Pero Corbyn no se atrevió a enfrentarse a la derecha dentro del partido ni a la burguesía y sus lacayos. Su falta de coraje y sus dudas no frenaron a los agentes de la burguesía dentro del partido, que atacaron, sabotearon y calumniaron sin cesar a Corbyn y a la militancia que le defendía. Arrinconado y derrotado, acabó dimitiendo del liderazgo y siendo expulsado del partido.
En Grecia, probablemente el caso más destacado de traición de las nuevas direcciones de la clase obrera, Syriza claudicó ante el imperialismo europeo a pesar de la voluntad de la mayoría, que se había expresado tajantemente contra la austeridad… ¡en el referéndum que Syriza había impulsado! Esto tuvo un efecto de desmoralización y desmovilización terrible, abriendo la puerta para los subsiguientes ataques a los derechos y condiciones de vida de la clase obrera, y el posterior retorno de la derecha al gobierno.
En España, Podemos irrumpió en la escena con un mensaje verbalmente radical contra el régimen del 78, rompiendo el bipartidismo que había dominado desde la Transición. Siguiendo el mismo curso, acabó por capitular ante el régimen del 78 incorporándose de forma subordinada al gobierno de gestión de la crisis capitalista del PSOE. En el proceso fue abandonando todos los puntos fuertes de su programa y consignas, llegando incluso a defender la Constitución como algo progresista, reforzando así la pata izquierda del régimen y abriendo el campo para la demagogia reaccionaria de la derecha.
En Francia, la Francia Insumisa (FI) de Mélenchon aún no ha sido puesta a prueba en serio, pero ya acumula una larga lista de errores. El más reciente, y que tiene mucho que ver con el contenido de este artículo, fue la formación de la coalición Nuevo Frente Popular (NFP) para las elecciones de 2024 con el Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista (PC), dos organizaciones totalmente desacreditadas y con mucha menos influencia real que la FI, con el supuesto objetivo de “frenar” la extrema derecha de Le Pen. Esto solo contribuyó a otorgar al PS y PC un peso político que no tenían, a empujar a la FI a la derecha, y a poner palos en las ruedas siempre que fuera necesario. Esta política, totalmente incorrecta, les condujo a cometer otro error; a la formación de un bloque con el macronismo, el mal llamado “frente republicano”, para volver a “frenar” a la extrema derecha. ¿Cuáles han sido los resultados? En primer lugar, el “Frente republicano” en la segunda vuelta significó la retirada de candidatos del NFP a favor de candidatos macronistas, con el argumento, falso, de que así se detendría a la extrema derecha. Aunque el NFP quedó como la primera fuerza en la nueva Asamblea Nacional, el primer gobierno que se formó a designio de Macron fue de derechas, y después de que este cayera, Macron formó un nuevo gobierno… también de derechas. Además, este último ha aprobado un presupuesto que contiene fuertes ataques a la clase obrera, con el apoyo del PS y – ¡sorpresa! – de RN de Le Pen.
Lo que vemos, pues, es que el viejo orden se destruye desde sus cimientos. Cuanto más profunda es la crisis, los capitalistas se ven más obligados a atacar sin piedad a la clase obrera y eliminar las conquistas del pasado. El sistema capitalista ya no puede permitirse los “lujos” de una sanidad decente, educación, pensiones y bienestar de la clase trabajadora y de sus familias. Esto provoca resentimiento y rabia contra el orden establecido y actitudes políticas anti-establishment. El fracaso del reformismo, del viejo y del nuevo, para dar una salida a la crisis del sistema, su quiebra total, allana el terreno para los demagogos de derecha «radicales». Estos son los procesos generales que explican el desarrollo de estos partidos y movimientos.
Con un vacío a la izquierda, y con la crisis del sistema acelerándose, las ideas de los demagogos derechistas han podido penetrar en capas de la población, incluso en capas de la clase obrera. Trump es el mejor ejemplo, cuya base social va de grandes billonarios a obreros organizados sindicalmente. Le Pen tiene una base social similar. Vox y Aliança Catalana, aunque tienen rasgos en común con estas fuerzas, también tienen importantes diferencias, esencialmente, que su carácter de clase burgués es más marcado, como veremos. De lo que se trata es de analizar concretamente el desarrollo particular de las tendencias generales, de su expresión específica en cada partido y país.
En cuanto a Trump, el personaje más importante de esta amalgama de reaccionarios, representa el deseo de dar marcha atrás a la rueda de la historia. Su programa tiene como objetivo intentar volver a las políticas de Roosevelt -no de Franklin Delano Roosevelt, el autor del New Deal, sino de Theodore Roosevelt, presidente antes de la Primera Guerra Mundial-. Lejos de desear un Estado fuerte, el ideal de Donald Trump es el del capitalismo de libre mercado, donde el Estado desempeña un papel escaso o inexistente. Para intentar alcanzar sus objetivos, busca alinear su política con la situación real del imperialismo americano, que ya no puede ejercer como potencia hegemónica en el mundo. Esto se expresa mediante las políticas proteccionistas, la ruptura de las “amistades” y las alianzas del pasado que se han vuelto un lastre, y el intento de reforzar los intereses imperialistas yanquis en su área de influencia más cercana: Canadá, México y Groenlandia.
En su particular defensa del capitalismo americano, se apoya sobre una demagogia dirigida a la clase obrera, prometiendo mejores condiciones de vida ante la quiebra de los Demócratas, los Republicanos tradicionales, los burócratas, en definitiva, contra el establishment. Promete volver a crear puestos de trabajo, aumentar los salarios, mejorar las condiciones de vida y, en general, volver a “hacer EE.UU. grande de nuevo”. Que su demagogia anti-establishment y su falsa defensa de cuestiones de clase a favor de la clase trabajadora ha sido lo decisivo, lo corrobora el análisis de las elecciones del 2024: pese a la oposición del establishment, que le tildaba de reaccionario, “dictador”, “fascista” y muchas otras cosas, la mayoría de quienes votaron por Trump lo hicieron en relación a cuestiones económicas: la inflación, el coste de vida, el estancamiento de los sueldos, etc. Sin duda que su veneno racista juega un papel, y no lo minimizamos, pero, en primer lugar, debemos partir de un análisis científico de la situación que tenemos delante para combatirlo mejor. Si no, ¿cómo se explica que Trump aumentara su apoyo entre votantes latinos y negros en las últimas elecciones?
Sin embargo, Trump es un político burgués reaccionario, que defiende el sistema y, por tanto, todas sus contradicciones, opresiones y explotaciones. El proteccionismo, lejos de generar mejores condiciones de vida para la clase obrera, llevará al encarecimiento de los productos, despidos y más turbulencias en la economía mundial, lo que tendrá su efecto también en la economía de EE.UU. Tarde o temprano, ante la profundización de la crisis del sistema, el auge de la lucha de clases y la imposibilidad de Trump de mejorar las condiciones de la clase obrera, las contradicciones de clase en el seno del trumpismo, entre los billonarios y las capas de la clase obrera que le apoyan, saltarán por los aires.
Veamos el ejemplo de Meloni. Italia lleva años arrastrando grandes problemas económicos, con una productividad estancada y una deuda desorbitada. En el plano político, la clase obrera y la juventud han sido huérfanas de dirección durante muchos años. El último experimento fue el Movimiento 5 Estrellas, una organización heterogénea, pero que forma parte del mismo fenómeno que Podemos, Mélenchon, Corbyn y Syriza, que tan rápidamente como logró el poder, perdió toda credibilidad pasando de una crisis a otra.
El gobierno que le siguió fue uno de unidad nacional sin base social real, sostenido por casi todos los partidos principales: desde el Partido Democrático, el Movimiento 5 Estrellas, hasta Forza Italia de Berlusconi y la Liga de Matteo Salvini. Ante ese panorama, Meloni, que fue la única que permaneció en la oposición, se erigió como alternativa.
Meloni es la dirigente de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia), una organización de origen fascista, con un núcleo duro que añora los tiempos de Mussolini. Antes de su llegada al poder, los mismos elementos que vociferan sobre el “fascista Trump” decían lo mismo de Meloni. Sin embargo, en un proceso similar al que ha sufrido Le Pen y su partido, Meloni moderó considerablemente su discurso cuanto más cerca del poder se encontraba, queriendo ser vista como una política «responsable» y «respetable» por la burguesía. Ante esto, el grueso de la burguesía italiana y europea aceptó de buenas formas su elección, a pesar de todas sus posiciones reaccionarias, que son en realidad muy parecidas a las que defienden Trump y otros demagogos de derechas.
Con este ejemplo vemos, pues, la repugnante hipocresía de la clase dominante. La principal diferencia en su actitud ante Trump y Meloni es que no controlan al primero, que este no se ha transformado en un político burgués “responsable” y que, por tanto, expone crudamente la realidad del imperialismo, el capitalismo y la falsa democracia burguesa. Quieren quitárselo de encima porque están preocupados por el impacto que tiene en la economía y la política mundial, y el consiguiente aumento de la lucha de clases; nada tiene que ver con el racismo o con otras ideas reaccionarias que defiende.
Volviendo al gobierno de Meloni, el programa que ha aplicado es el que defiende la burguesía italiana. Esto se ha traducido en un colapso del apoyo a su gobierno. La carrera armamentística, que Meloni ha apoyado con entusiasmo, pesa como una losa sobre los hombros de la clase trabajadora. Mientras los trabajadores se enfrentan a crisis, despidos, inflación y recortes en el gasto social, Meloni se ha sacado de la manga 25.000 millones de euros para armas y soldados. El carácter de clase de su gobierno está quedando a la vista de todos, por mucho que intente desviar la atención con el racismo y el nacionalismo.
Lo fundamental a entender es que estos procesos no representan un giro a la derecha de la población, o que la perspectiva es de una época de reacción, sino que son una expresión distorsionada de la putrefacción del capitalismo, la quiebra de la “izquierda” y la acumulación de rabia y frustración en cada vez más capas de la población, que buscan una salida a la creciente miseria y barbarie. Lo que expresan, por encima de todo, es un rechazo al statu quo.
En cuanto a Vox y Aliança Catalana (AC), como ya hemos apuntado, a pesar de tener puntos en común con Trump y Meloni, su base social de clase es distinta. Estos dos partidos han surgido como expresiones de derechas del Procés, uno representa lo más rancio y reaccionario del españolismo (algo ya de por sí difícil), y el otro del nacionalismo catalán. El primero ganó fuerza gracias a su enloquecida defensa de la inquebrantable unidad de España dentro del bloque de todo el régimen del 78. Sin ningún tipo de oposición, ya que Podemos capituló a la hora de la verdad, el ambiente se vio contaminado por los pestilentes humos del nacionalismo españolista, favoreciendo el ala más extrema. Vox tiene el núcleo de su base social en el aparato del Estado, en la pequeña burguesía del campo, en capas de los elementos más atrasados de la clase obrera y en el lumpen-proletariado. Sin embargo, por su carácter casposo y su programa abiertamente burgués, su añoranza abierta al franquismo, hasta el momento, ha penetrado muy poco en las filas de la clase obrera. Además, en fechas actuales, su “anti-establishment” no pasa de ladrar contra los políticos profesionales y la corrupción de estos, combinándolo con una oposición enloquecida contra Sánchez y el “socialcomunismo” de su gobierno.
AC es el producto, por una parte, de que los ataques terroristas de agosto de 2017 tenían vínculos con Ripoll, y por otro, de la quiebra de los partidos independentistas. La combinación de una retórica demagógica antiinmigración con perfilarse como un partido independentista consecuente que critica con dureza la cobardía de la dirección de ERC y Junts. Ha logrado un eco entre las capas pequeñoburguesas más desesperadas por la crisis capitalista y la traición del movimiento independentista. Estas capas más reaccionarias se vieron ahogadas durante el movimiento de masas, pero con su reflujo se han visto envalentonadas. Su anti-establishment es el producto de la defensa del independentismo y la crítica a los políticos burgueses, pero el grueso de su programa es enteramente pequeñoburgués, de recortes, de impuestos, de ayudas al pequeño empresario catalán, de reducción del gasto social y la burocracia “para que el dinero esté en el bolsillo de los ciudadanos”, etc. Por ahora, su base social es la pequeña burguesía del interior del país, atrayendo también a capas del votante independentista frustrado con sus dirigentes, pero con poca proyección hacia la clase obrera a través de una demagogia al estilo trumpista.
Los límites de estos elementos demagogos de derechas no son solo la imposibilidad de sanar el capitalismo en crisis, también son la fuerza de la clase obrera y la debilidad de la pequeña burguesía. Sus valores morales y de clase también tienen sus límites: la apelación individual, el egoísmo, el desinterés por el sufrimiento y la opresión de los demás, el individuo desgajado de la clase. Esto puede incidir en la pequeña burguesía, pero los valores de la clase trabajadora son colectivos: la solidaridad y el apoyo mutuo, la sensibilidad hacia la injusticia y la opresión, las relaciones personales desinteresadas; sobre todo, las movilizaciones de masas arrinconan estas tendencias individualistas e irracionales que encarnan los demagogos de derecha. Las condiciones materiales, tarde o temprano, condicionan los valores morales e ideológicos; los valores de estos elementos (valores capitalistas extremos) acabarán chocando inevitablemente con las condiciones de vida de las familias obreras, generando una reacción en sentido contrario.
Esto no quiere decir que debamos adoptar una posición conformista, restando importancia a los avances temporales de estos elementos o anunciando su inevitable fracaso. Incluso el enemigo más débil puede vencer si no se le opone resistencia. De lo que se trata es de comprender exactamente los procesos que tenemos delante para combatirlos correctamente.
En la práctica esto significa que habrá capas bajo la influencia momentánea de estos elementos que podemos ganar con nuestra bandera. No son hoy por hoy nuestro objetivo principal. Actualmente, los comunistas debemos dirigirnos, en primer lugar, a la capa más avanzada, a la capa que ha roto o está rompiendo con el capitalismo -empezando por la juventud- para construir el partido revolucionario.
Sin embargo, es necesario marcar una clara y firme oposición al establishment, criticando su histeria sobre una deriva reaccionaria como pura hipocresía y cinismo. Por ejemplo, en EE.UU., los comunistas nos oponemos a los ataques de Trump a la población migrante participando en el movimiento y planteando un programa para escalar la lucha, mientras que a la vez nos oponemos y criticamos a los Demócratas, que “se oponen” a Trump, no porque estén en contra de las deportaciones, sino porque no quieren perder el control de la situación.
Esto debe combinarse con la explicación de la crisis histórica del capitalismo y la perspectiva del incremento de la barbarie, mientras exponemos el reformismo -sin reformas- y el papel que juega este en el movimiento obrero.
Igualmente, debemos oponernos y luchar contra todas las ideas y programas reaccionarios de la derecha demagógica con un análisis y programa de clase, que exponga sus contradicciones, ideas reaccionarias y la incapacidad de hacer frente a la crisis realmente. Cuando las condiciones objetivas pongan a prueba estos elementos y fracasen, si hemos conseguido construir nuestras fuerzas, podremos ser vistos por quienes hoy los apoyan como dirigentes con ideas claras y un programa para lograr lo que desean: una vida digna.
¿Existe la amenaza del Bonapartismo?
El compañero del MS Seijo Boado, en su artículo “L’avantguarda de l’auge reaccionari: la Dreta Radical i el seu projecte polític”, dice lo siguiente:
«El proyecto de la Derecha Radical [Trump, Meloni, Bukele, etc., nota del editor] busca una reordenación de los poderes del Estado en un sentido antidemocrático. Si bien, al menos hasta ahora, no plantea acabar con los mecanismos de elección popular, la Derecha Radical promueve anular el poder del legislativo y reforzar el poder ejecutivo. En este sentido, la Derecha Radical plantea “independizar” el poder ejecutivo e investir con amplios poderes al primer ministro, limitando hasta hacerlo superfluo, en el parlamento. La propuesta de reforma constitucional de Meloni se encamina hacia ahí. La Derecha Radical, de esta manera, pretende mostrarse como un gobierno fuerte por encima de las divisiones sociales que actúan en interés supremo de la nación en un contexto de crisis. A pesar de esto, como dijo Marx del gobierno de Luis Bonaparte, “el poder del Estado no flota en el aire”: la Derecha Radical representa los intereses del capital movilizando la clase media como soporte popular. Su propuesta es, también, un caso de bonapartismo”.
Como vemos, el compañero avanza la idea de que el surgimiento y crecimiento de estas fuerzas equivale a una amenaza bonapartista. Nosotros pensamos que esto no es así, y que plantear el carácter contradictorio de este fenómeno de esta forma contribuye a confundir el análisis, más que aclararlo.
La esencia del bonapartismo, que puede aparecer bajo distintas facetas, es siempre la misma: una dictadura militar. Trotsky, citado por los compañeros en el episodio de 72dies mencionado anteriormente, dice sobre el bonapartismo:
“Pero un gobierno que se eleva por encima de la nación no permanece suspendido en el aire. El eje real del gobierno actual pasa por la policía, la burocracia y el círculo militar. Nos encontramos enfrentados a una dictadura militar-policial escasamente disimulada tras el decorado del parlamentarismo. Un gobierno de la espada como juez-árbitro de la nación: precisamente a eso se refiere el bonapartismo. (“Bonapartismo y fascismo”, 1943) (Las cursivas son nuestras)
El bonapartismo es el producto de cierto tipo de relación de fuerzas entre las clases sociales, pero también entre el aparato del Estado (los hombres armados) y la misma clase dominante. Ambas cosas están estrechamente relacionadas. Surge en momentos de agotamiento mutuo entre las clases en pugna, cuando una es incapaz de imponerse decisivamente sobre la otra.
Un régimen bonapartista se presenta como un árbitro entre las clases y gobierna esencialmente por la espada, es decir, mediante los hombres armados (la policía y el ejército). Reprime el movimiento obrero, pero también obliga a la burguesía a realizar ciertas concesiones. Sin embargo, este régimen no deja de defender los intereses fundamentales de la clase capitalista. Esta ya no controla directamente el poder, pero sigue siendo la clase dominante en la sociedad. En este sentido, puede decirse que un régimen bonapartista se emancipa del control de la burguesía con el objetivo de consolidar el dominio de la propia burguesía, que por esta razón, lo acepta con mayor o menor entusiasmo.
Por ejemplo, el gobierno de Trump, que se caracteriza como Bonapartista o por lo menos como bonapartista embrionario por ciertas organizaciones, es evidente que está utilizando la represión contra los migrantes indocumentados y contra los activistas propalestinos. También está en pie de guerra enfrentándose abiertamente a distintos sectores del aparato estatal e intentando ampliar los límites del poder presidencial. Pero nada de esto hace que Trump sea cualitativamente diferente a otros gobiernos de Estados Unidos u otros gobiernos capitalistas de Europa. Nada de esto representa la característica principal de su administración.
La amenaza de bonpartartismo no es lo que vemos en la situación actual. En realidad, lo que estamos presenciando es el pánico, la rabia y el miedo a los elementos capitalistas que han dominado hasta ahora y que están perdiendo el control de la situación.
Lo primero a preguntar es: ¿realmente existen diferencias sustanciales entre el establishment y la Derecha Radical en el sentido que propone el compañero? Quien reprimió con la fuerza y la represión al movimiento independentista «en un sentido antidemocrático» no fue la Derecha Radical, sino el régimen del 78; quien aprobó la ley mordaza fue el PP, etc; en Francia, la deriva autoritaria contra las protestas la ha dirigido Macron, en Alemania, contra el movimiento por Palestina, Scholz; en EE.UU., Biden. Como ya hemos dicho, quien suspendió las elecciones en Rumanía y detuvo al candidato con las mayores opciones de vencer fue el establishment liberal europeo y rumano, y no la Derecha Radical. Existen un sinfín de ejemplos más de este tipo.
La diferencia radica en que el enfrentamiento entre estas dos facciones de la burguesía se está llevando a cabo en un terreno desigual, con el establishment liberal en el asiento de control, apoyándose y utilizando los pilares que defienden su poder en el aparato del Estado (ejército, policía, jueces), los políticos y la prensa, mientras que Trump y sus amigos se apoyan en la demagogia y el descrédito a todas estas instituciones para arrebatarle al establishment el control de estos puntos de apoyo de su dominación.
Además, creemos que es erróneo teóricamente hablar de bonapartismo en el análisis de este fenómeno. El contener ciertos elementos de un fenómeno no implica todavía la aparición real del fenómeno como tal.
Como explicaba el marxista Ted Grant en 1946, los regímenes democráticos burgueses «…todos tienen ciertos rasgos específicos comunes. Estos rasgos son decisivos en el momento de determinar la clasificación marxista. Tienen organizaciones obreras independientes: sindicatos, partidos, asociaciones, etc., con derechos. El derecho a huelga, organización, voto, libertad de expresión etc., y otros derechos conquistados con la lucha de clases del proletariado en el pasado. (Aquí deberíamos añadir que la pérdida de un derecho u otro, por sí mismo, no es decisivo en nuestro análisis de un régimen. El factor determinante es la totalidad de las relaciones).”
Es obvio que frente a la crisis del capitalismo vemos un aumento de las leyes represivas y las medidas antidemocráticas. Pero este tipo de medidas las aplican todo tipo de gobiernos burgueses, de derechas, de izquierdas y de derecha radical. Por tanto, no son la característica distintiva de los gobiernos de los demagogos de derechas, sino que son comunes en todos los gobiernos burgueses de este período.
Todo Estado es un Estado de clase que consiste, en última instancia, en “destacamentos especiales de hombres armados”, según la fórmula de Engels. Su función es defender el dominio de la clase dominante. Bajo el capitalismo, el Estado siempre defiende la dominación de la burguesía. Y cuando hace falta, incluso el régimen burgués más “democrático”, recurre a medidas “excepcionales”, sea la ley marcial o la represión violenta. En cierto sentido, estos medios representan elementos de bonapartismo, pero nada más que elementos: por sí solos no son suficientes para determinar el carácter político de un régimen. De hecho, hay elementos de bonapartismo -más o menos desarrollados- en toda democracia burguesa.
Hoy por hoy, la burguesía es consciente del peligro que supondría intentar establecer un régimen bonapartista. Basta con ver el ejemplo de Corea del Sur, con un movimiento de masas que detuvo el golpe de Estado de Yoon Suk-yeol nada más empezar. A través de esta lucha, Corea del Sur ha sido sacudida de arriba a abajo, con las masas en fermento.
Como hemos explicado en otros artículos, la clase obrera es más poderosa que nunca, tanto numérica como socialmente. Incluso cuando solo mueve el meñique hace sentir su fuerza, como demostró la clase obrera y la juventud inglesa en la forma en que aplastó el movimiento reaccionario en Inglaterra el año pasado, un movimiento que buscaba disputar las calles para llevar a cabo pogromos y ataques contra migrantes, musulmanes, etc. Los estrategas medio inteligentes del capital son los más conscientes de esto.
En estos momentos, las manos más seguras y fiables para el gran capital son los reformistas y los burócratas sindicales. Ted Grant añadía una observación importante en su artículo: “Allá donde están estas organizaciones [obreras], juegan un papel muy importante (en Francia e Italia son ahora más fuertes que nunca), puesto que la burguesía gobierna a través de sus dirigentes y capas superiores de estas organizaciones.”
El caso del Estado español es muy claro en este sentido. El episodio más reciente está en Valencia, con el PSOE valenciano haciendo malabares para evitar un estallido social que pueda desbordarlos mientras “ejerce” de oposición a Mazón, y con los dirigentes de CCOO y UGT desmarcándose de la huelga general del 26 de mayo.
Lo que extraemos, sobre todo del artículo de Seijo Boado, pero, en general, de la posición de los compañeros sobre estas cuestiones, es que su posición de fondo no se basa en la correlación de fuerzas favorables a la clase obrera ni en las tendencias generales de la lucha de clases, en la búsqueda de una huida del callejón sin salida capitalista, sino más bien en una imagen estática y superficial de la situación actual. Es legítimo preguntarse si no es que la histeria de la clase dominante ante “la amenaza de la extrema derecha” haya podido penetrar en el análisis y la posición de los compañeros.
En sus conclusiones, el compañero dice que «en general, se experimenta una derechización del sentido común que, en última instancia, alimenta el crecimiento de la Derecha Radical»; es la misma idea que plantean los militantes del MS en el episodio ya citado del 72dies. La conclusión del artículo es que «la tarea para la clase trabajadora no se limita a evitar que la Derecha Radical llegue al poder, aunque esto es clave, sino que debe levantar un proyecto alternativo al capital que rompa con las condiciones de posibilidad de la reacción en todas sus formas, debe levantar la bandera del socialismo.» (cursivas nuestras)
Como hemos intentado explicar, no estamos de acuerdo en decir simplemente que el fortalecimiento de los demagogos de derecha venga a significar un giro a la derecha en la sociedad. Creemos que es más preciso, y que contribuye a esclarecer y comprender el proceso contradictorio, convulso y caótico de nuestra época histórica, partir de la idea de una creciente polarización de la sociedad y que una mayoría cada vez mayor está buscando una salida a la profunda crisis del sistema. Ciertamente, su veneno racista y chovinista tiene un impacto en la situación, que los comunistas debemos combatir de frente. Pero de nuevo, ¿hay diferencias sustanciales con el establishment? Sin ir más lejos, quien estaba en el poder durante la masacre de Melilla era el PSOE, y quien llegó a un acuerdo con la monarquía reaccionaria de Marruecos para que esta actúe de frontera dura y cárcel para los migrantes también fue el PSOE, a cambio de… ¡el Sáhara Occidental!
La idea de una amenaza bonapartista está ligada a la idea de un giro a la derecha, y, aún más importante, de la tarea que pone sobre la mesa el compañero. Aunque dice correctamente que lo que hace falta es “levantar la bandera del socialismo” ante “la reacción en todas sus formas”, una vez que se plantea que la perspectiva que tenemos delante es el bonapartismo y una supuesta amenaza a la democracia, empezamos a entrar en arenas movedizas, postura que puede llevarte —incluso inconscientemente— a la posición del mal menor.
Derivado de esta idea, la misma lógica se aplica a la lucha «para evitar que la Derecha Radical llegue al poder», una tarea «clave». Altadill comete el mismo error cuando, en “la tarea de proporcionar las herramientas más efectivas para que el proletariado pueda estar a la altura de los combates del momento” empieza por la oposición a la “extrema derecha” y el fascismo. En Inglaterra, llevando esta idea a sus conclusiones prácticas, el Socialist Workers Party lanzó una campaña en las recientes elecciones municipales poniendo en el centro de la cuestión la lucha contra el racismo de Reform UK, declarando que era “muy importante” etiquetar a Reform UK como un partido racista y hacer campaña contra los mitos sobre la inmigración. De ahí que pedían “No votar a Reform”, pero esto se tradujo, en la práctica, a pedir el voto por el Partido Laborista de Starmer (o a cualquiera menos Reform UK); sin embargo, Starmer está en el gobierno y está llevando a cabo ataques frontales contra la clase obrera, los pobres y los migrantes, es decir, ¡aplicando una política abiertamente reaccionaria! De la lucha contra la “extrema derecha” de Reform UK, al mal menor del Partido Laborista. Este es el peligro.
La tarea «clave» de los comunistas no es «evitar que la Derecha Radical llegue al poder», es exponer, en primer lugar, la quiebra del capitalismo, y a partir de ahí, la hipocresía, el cinismo y la putrefacción del establishment, principal baluarte de la reacción. Orientados en este sentido, es necesario explicar la complicidad del reformismo con la decadencia capitalista, la falsa demagogia de la Derecha Radical y su verdadero carácter de clase, y, como muy correctamente dicen los compañeros de la OJS, plantear la única alternativa, el comunismo. Para que no haya lugar para la confusión: es evidente que nos oponemos al trumpismo y sus otras formas, que no queremos que lleguen al poder porque supondrá ataques a la clase obrera. Pero esto lo defendemos desde la necesidad de acabar con el capitalismo en su conjunto. Nos oponemos al establishment en el poder, y a la Derecha Radical porque en el fondo representan lo mismo.
Para nosotros, la perspectiva no es de auge de la reacción, de batallas defensivas del proletariado, sino de explosiones de la lucha de clases y enormes oportunidades para los comunistas. Esta época no ha hecho más que empezar. Estará caracterizada por avances y retrocesos en los intereses de la clase obrera, pero la profunda crisis del sistema, la perspectiva del militarismo y de más guerras, y la imposibilidad de los demagogos de derechas de solucionar nada, contribuirá aún más a crear las condiciones para explosiones sociales en todo el mundo y para luchas revolucionarias.
¿Auge del fascismo?
Creemos que es necesario discutir sobre la cuestión del fascismo, por el contexto actual y el frenesí de los liberales y pequeño burgueses, que ven fascismo por doquier, así como por qué la OJS planteó la lucha contra el fascismo como parte de la consigna por el 7J y por el uso que hacen de este término.
Los compañeros son muy claros al explicar que ahora mismo el fascismo no es una amenaza. Altadill dice:
«¿En qué sentido decimos que la amenaza fascista no es inminente? Si observamos históricamente cómo ascendieron el fascismo italiano o el nazismo alemán, veremos que en ambos casos coincidió con una crisis de tal magnitud que la burguesía les invitó a ocupar los aparatos del Estado.»
Estamos de acuerdo. Además, en su programa ya citado de 72dies, emplean la definición de Trotsky sobre el fascismo, y explican que no estamos ante esta amenaza. Entonces la pregunta derivada es: ¿por qué convocar una manifestación bajo la consigna “Contra el auge de la reacción y el fascismo”? ¿Por qué plantear la necesidad de combatir al fascismo? ¿No creen los compañeros que esto puede provocar confusión en sus filas y en el movimiento?
Nosotros no subestimamos que los grupúsculos fascistas estén creciendo, aunque todavía son pequeños, que cada vez tienen más confianza para salir de sus cuevas, y que es necesario enfrentarlos directamente a través de la movilización de masas para así aplastarlos. Pero esto es una cosa y lo otro es agitar sobre el peligro del fascismo, porque aunque los compañeros se hayan esforzado en aclarar que esta no es su posición, la percepción es que sí lo ponen sobre la mesa.
Esta falta de claridad se ve reflejada en la discusión de los militantes del MS en el vídeo de 72dies. Los compañeros dicen cosas como que “la crisis del capitalismo se traduce en ataques del establishment y podríamos llamarlo como un proceso de fascistización”, o que los “partidos de extrema derecha podrían concebirse como partidos fascistas adaptados a las condiciones actuales”, así como que “este proceso de fascistización podría ir mutando en un fascismo mucho más descarado”. ¿Es o no es fascismo la Derecha Radical? Tampoco ayudan las contribuciones de Enzo Traverso, invitado al programa, hablando sobre “post-fascismo” y otras cuestiones que beben del academicismo superficial y ecléctico: en su postura se ven claramente reflejadas las presiones de las ideas de la clase capitalista, de un alarmismo desbocado.
Esta cuestión no es menor. Los comunistas requerimos claridad ideológica, en los análisis y perspectivas, para orientarnos, plantear las tareas y consignas correctamente. Nuestro método y nuestras ideas son científicas, porque se basan en la comprensión objetiva de la naturaleza, de sus leyes, y de su constante movimiento.
Así pues, el término fascismo tiene un contenido científico para nosotros. Es más, compartimos la definición que emplean los compañeros: el fascismo es un movimiento contrarrevolucionario, un movimiento de masas compuesto principalmente por el lumpenproletariado y la pequeña burguesía enrabietada, que busca destruir físicamente las organizaciones del proletariado y, en general, cualquier forma de organización independiente de la clase obrera. Se utiliza como un ariete para aplastar y atomizar a la clase obrera y establecer un Estado totalitario en el que la burguesía sacrifica el poder del Estado en manos de una burocracia fascista.
Lo que estamos presenciando en la actualidad no tiene que ver con esto, como dicen también desde la OJS. Entonces, ¿por qué explicar el crecimiento de la Derecha Radical como «proceso de fascistización»? ¿Por qué especular que la actual derecha contiene la semilla de un movimiento fascista? ¿Por qué agitar y convocar una manifestación contra el fascismo? Nuestra obligación es seguir los acontecimientos tal y como se desarrollan ante nosotros, tratando de evitar especular o caer en una comprensión demasiado abstracta, por el peligro que puede suponer generar confusión e incluso alarmismo.
También nos ha parecido confuso lo que plantea la compañera Anna en el programa 72dies: en un momento, plantea correctamente que “el fascismo no es un elemento externo de la dinámica interna del capital, si el fascismo nace no está al margen de estas dinámicas sino de esas mismas dentro del capitalismo”, pero en otro dice “estas concepciones que reducen el fascismo a una categoría histórica concreta o a un fenómeno que se asocia a unas circunstancias históricas concretas, son problemáticas”. El surgimiento del fascismo en los años 30 se desarrolló como producto de “la dinámica interna del capital”, pero “bajo unas circunstancias históricas concretas”: la barbarie del sistema, el fracaso de la clase obrera de tomar el poder a pesar de tener oportunidades para hacerlo, el enloquecimiento de la pequeña burguesía aplastada por todos lados y arruinada, que además representaba a una porción significativa de la población a diferencia de hoy en día, y que la burguesía solo veía la posibilidad de mantener la propiedad privada y sus beneficios entregando el poder a los lunáticos fascistas. La relación entre ambas cuestiones es dialéctica, de lo general a lo concreto y al revés, de la dinámica capitalista con sus contradicciones y la lucha de clases dada históricamente.
La materia, en condiciones parecidas, produce resultados similares. Ahora bien, la cuestión es que las leyes del capitalismo nos están llevando a una época histórica con marcados paralelismos con los años 30, pero también con diferencias importantes. Una de ellas, decisiva, es que la clase obrera en realidad aún no se ha movilizado, sus destacamentos están prácticamente intactos, y sus fuerzas son mucho más poderosas que en los años 30: la mayoría de la población es trabajadora. Esto hace que la correlación de fuerzas sea mucho más favorable para la clase obrera. Además, los estudiantes, que en esa época eran fuerzas de choque del fascismo, ahora están del bando del proletariado, la pequeña burguesía se ha visto reducida drásticamente, empezando por el campo, profesiones como los profesores, médicos, abogados, cada vez se ven más proletarizados. En pocas palabras, las bases para la reacción fascista son considerablemente más escasas que en aquella época. Es esto lo que explica la oposición del grueso de la burguesía a los grupos fascistas en este momento. El caso de Amanecer Dorado en Grecia, que ha sido ilegalizado, es un claro ejemplo de esto.
Hoy por hoy, la burguesía no tiene uso para los fascistas como fuerza social, por el peligro que esto supondría para su supervivencia como clase, puesto que una amenaza así sería una declaración de guerra a la clase obrera. Esto puede cambiar en el futuro, principalmente como producto de fuertes derrotas del proletariado y de intentos fallidos de tomar el poder. Sin embargo, quedan muchos eventos, y más aún, oportunidades, para acabar con el capitalismo y el fascismo de una vez por todas.
¡El futuro es nuestro!
Los períodos de transición, como el que vivimos ahora, darán lugar invariablemente a confusiones. Con frecuencia nos enfrentamos a todo tipo de nuevos y complicados fenómenos que no tienen precedentes evidentes en la historia.
Para no perder el equilibrio, es necesario mantener en todo momento la mano firme en las cuestiones fundamentales y no dejarse llevar por este o aquel evento accidental. La principal característica de la situación actual es que la situación objetiva pide a gritos una solución revolucionaria.
El potencial está ahí. Pero actualmente no existe una fuerza suficientemente poderosa para hacerlo realidad. Por tanto, de momento, sigue siendo solo eso: simple potencial.
Las masas se esfuerzan para encontrar una salida a la crisis. Ponen a prueba a un líder de partido tras otro, pero pronto se dan cuenta de las deficiencias de todas las organizaciones existentes. Esto explica la inestabilidad política general que se manifiesta en violentos vaivenes electorales, de izquierda a derecha y viceversa.
Ante la bancarrota total de la llamada izquierda, el camino está abierto para todo tipo de aberraciones peculiares y demagogos de la variedad de Trump.
Pueden subir rápidamente, dando expresión a la ira y la insatisfacción de las masas. Pero el contacto con la realidad termina provocando decepción, preparando una nueva oscilación del péndulo en sentido contrario.
Presenciar estos eventos en términos puramente negativos sería malinterpretar completamente la situación. Las masas están desesperadas y necesitan soluciones apremiantes a sus problemas. Personas como Trump parecen ofrecer lo que buscan.
Debemos entender esto y no limitarnos a descartar estos movimientos como aberraciones de “extrema derecha” (una etiqueta que no aclara nada, en todo caso). Por supuesto, en estos movimientos existen elementos reaccionarios. Pero su carácter masivo indica que tienen una base contradictoria en la sociedad.
Es más, en el reciente período, en Estados Unidos, hemos presenciado la mayor movilización de su historia con la lucha Black Lives Matter; es también donde empezaron las acampadas en solidaridad con el pueblo palestino; el número de trabajadores sindicados está creciendo, al igual que el número de huelgas; en Francia hemos presenciado también movimientos de masas, el último contra los ataques a las pensiones que puso contra las cuerdas a Macron, siendo salvado por los burócratas sindicales; en Grecia, después de la terrible derrota, solo hace un par de meses hubo la mayor movilización de su historia; en Serbia, también se ha dado un movimiento de masas, con potencial revolucionario; en Bangladesh, gracias al movimiento de masas, se logró la caída del odiado régimen de Hassina. El número de movimientos de masas que cuestionan el statu quo no hace más que aumentar. Es necesario partir del proceso dialéctico, contradictorio, de los eventos, para no caer en el empirismo del momento.
En este sentido, cabe añadir el fenómeno Mamdani en EE.UU. ¿Cómo se explica que solo unos meses después de la elección de Trump y del supuesto giro a la derecha de los americanos, de repente un candidato desconocido agrupe a 40.000 personas para llevar a cabo una campaña bajo ideas de izquierda, con el candidato presentado como socialista, todo en Nueva York, uno de los principales -sino el principal- epicentro del mundo capitalista? En Reino Unido, Corbyn y la conocida política Sultana anunciaron el lanzamiento de un nuevo partido de izquierdas; en 3 días, unas 700.000 personas se apuntaron para participar en su construcción. ¿Cómo explicar esto cuando el panorama político parece girar a la derecha, con un partido Laborista defendiendo abiertamente el imperialismo británico en el extranjero y los capitalistas en casa, y un partido de la Derecha Radical como es Reform de Farage avanzando?
Volvemos a decirlo, se explica porque lo que estamos presenciando no es un auge de la reacción y el fascismo, sino una crisis de legitimidad de las instituciones burguesas que, de momento, se expresa principalmente de forma distorsionada a través de los demagogos de derecha. El principal problema en toda la situación es la carencia de un partido comunista que pueda conectar con la conciencia de las masas, organizarla, y dirigirla hacia la toma del poder y su defensa.
Es necesario oponerse al pesimismo y al alarmismo que impregna el movimiento. Lo que se prepara no es un futuro de reacción negra, sino un aumento de la lucha de clases y una radicalización hacia la izquierda, como es ya perceptible en amplias capas de la juventud. El Movimiento Socialista es un gran ejemplo de ello, más aún, el éxito del 7J con 1.500 comunistas saliendo a las calles y ondeando la bandera roja bien arriba.
La tarea más imperante de todas es construir el partido comunista de masas capaz de ofrecer una salida a nuestra clase, cortando de raíz toda demagogia con un programa de clase revolucionario, y basándose en la unidad de la clase obrera y el internacionalismo proletario. El período que se abre será de enormes convulsiones sociales, de amplias oportunidades para construir el partido que requiere la historia.
Este optimismo de clase nace del hecho constatable de que, mientras exista capitalismo, habrá trabajo asalariado; que los trabajadores se juntan para defenderse, que inevitablemente desarrollan una conciencia de oposición al patrón y que, por tanto, desarrollarán su conciencia de clase, que se levantarán y lucharán. De lo que se trata es de imbuirnos del optimismo que nace de la conciencia de combatir en el lado correcto de la historia, el optimismo de que nuestra lucha y nuestra clase son invencibles, el optimismo de que combatiremos y venceremos.
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