Francia: Hollande le cede el cáliz a Manuel Valls
«J’ai l’honneur de ne pas te demander ta main…» (Tengo el honor de no pedir tu mano). La declaración de la no candidatura de François Hollande a la presidencia de Francia, fue algo mucho menos sabroso que la canción de Georges Brassens. En cierto sentido, era bastante grotesca. Después de todo, ¿a qué demanda urgente respondía esta declaración? ¿Quién, exactamente, exigía con fervor la candidatura de François Hollande? Nadie, o casi nadie.
Se daba, sin embargo, la exigencia de una aclaración. Pero no procedía del pueblo. Procedía de las instituciones de la república burguesa francesa, o más exactamente de todos aquellos que tratan de arreglar sus instituciones en descomposición. Dichas instituciones postulan que el Presidente de la República, el «Jefe de Estado», es una personalidad eminente situada muy por encima de todo lo demás. Así, Francois Hollande -que se arrastra en el abismo del descrédito– debía como mínimo renunciar solemnemente a un segundo mandato. Lo hizo explicando lo orgulloso que estaba de su «balance» -que, sin embargo, es rechazado por la inmensa mayoría de la población. Hollande no se ha tomado la molestia de explicar esta contradicción evidente entre su «balance positivo» y su impopularidad récord en la V República.
Le toca ahora a Manuel Valls llevar a cabo esta tarea, siendo él mismo muy impopular, por las mismas razones. Si no fuera porque sus competidores en las primarias del Partido Socialista (PS) están desacreditados también ellos, Valls estaría casi seguro de perder. Pero incluso si gana, tendrá grandes dificultades para pasar a la segunda vuelta de la elección presidencial. Hollande le dejó a su primer ministro el privilegio de ir al matadero en su lugar. Un privilegio que Manuel Valls reclamaba con insistencia en las últimas semanas. Pronto lo lamentará.
Todo esto demuestra, una vez más, no sólo la crisis de régimen que atraviesa el país, sino también la profunda crisis del PS. Las dos están relacionadas, por supuesto, ya que los dirigentes del PS están dedicados en cuerpo y alma al capitalismo, cuya crisis provoca, inevitablemente, la crisis de las instituciones y de los partidos que defienden este sistema. Serias dudas se ciernen ahora sobre el interés que generará la «primaria de la izquierda», que será esencialmente una contienda entre ex ministros y el ex Primer ministro del Gobierno de Hollande. Es muy posible que acabe en fiasco.
Sin embargo, el fracaso del gobierno «socialista» llama a una conclusión clara: hay que construir desde ya una alternativa a la izquierda del PS. La campaña de Jean-Luc Mélenchon puede y debe ser el eje de esta alternativa. Su programa deberá estar a la altura de la ira y el radicalismo que se están incubando en las profundidades de la sociedad. Deberá estar, también, a la altura de la situación real, objetiva: no existe un programa progresista que pueda ser implementado en el marco del capitalismo en crisis. Habrá que romper con este sistema – o renunciar a todo progreso social.
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