¿Hacia dónde va Brasil? Crisis política y sanitaria en el gobierno de Jair Bolsonaro
La clase trabajadora brasilera se ve afectada por una crisis política y económica avasalladora en el marco de la pandemia del COVID-19. En Brasil las secretarias estatales de salud y el Ministerio de Salud registran 262.545 infectados, convirtiendo a Brasil en el tercer país con más casos de COVID-19 en el mundo, y con 16.509 muertes, ubicándolo en el sexto lugar según el informe Johns Hopkins del 19 de mayo 2020.[A fecha de hoy, las cifras se han elevado hasta los 330.000 infectados y los 21.000 fallecidos, Nota de LdC]
Mientras tanto el Presidente Jair Bolsonaro se rehúsa a tomar las medidas de higiene y seguridad necesarias para evitar la propagación, incentiva a las personas a que salgan a trabajar, manda abrir fábricas, comercios y a pesar de la sospecha que el propio Presidente haya sido infectado, él lo niega y aparece en protestas, actos públicos, sin barbijos o guantes, saludando a sus seguidores. Mientras la clase trabajadora está muriendo, Bolsonaro ríe, hace burlas y dice que no tiene nada que ver con las muertes de los trabajadores, se mofa de esto y señala que él, no es ningún Messías, que no hace milagros por más que sea su segundo nombre.
El gobierno de Bolsonaro, se encuentra sumergido en una gran crisis política y comienza a perder a sus aliados. El primero en irse, el ex ministro de la salud Luiz Henrique Mandetta, que al hacer críticas al Presidente en el manejo de la crisis sanitaria fue separado de su cargo.
La irresponsabilidad de Bolsonaro que defiende el uso de un medicamento llamado Cloroquina para el tratamiento de pacientes con COVID-19 tiene un paralelo con su igual de EEUU, Donald Trump. Mandetta como Ministro de la Salud en la época en que se desempeñó en el cargo, sostenía que no había pruebas suficientes para demonstrar que ese medicamento realmente funciona, ya que su uso podría poner en riesgo la vida de las personas. Pero como la vida de los trabajadores es lo último que le importa a Bolsonaro, Mandetta fue presionado a dejar su cargo y fue reemplazado por Nelson Teich.
El ex Ministro de Justicia Sergio Moro, fue uno de los principales aliados de Bolsonaro, dejando su cargo en el gobierno y salió con mucho para decir sobre el Presidente. Moro hizo una serie de denuncias sobre Jair Bolsonaro y sus familiares, la más significativa fue que el Presidente intentó interferir políticamente en las investigaciones realizadas por la Policía Federal sobre sus hijos por hechos de corrupción. Bolsonaro fue denunciado además por exigir a Moro que le dé información confidencial sobre investigaciones que realiza la misma Fuerza.
Las denuncias de Moro sobre Bolsonaro, resultan una gran maniobra política que deja para quien lo quiera ver, una gran hipocresía. La operación lava jato, liderada políticamente por la derecha brasilera, Sergio Moro en Justicia e instrumentada por la Policía Federal tuvo como objetivo desmoralizar al PT y la izquierda reformista, como es el caso de Lula que fue preso y acusado de corrupción por esta investigación.
La salida de Sergio Moro de su cargo de Ministro de Justicia marca un punto de inflexión en la situación política. El choque entre Moro y Bolsonaro sobre la injerencia por parte del Presidente sobre Moro, precipito su salida del Ministerio, pero la misma parece haber sido planeada hace bastante. El mismo día de su demisión, Moro, apareció en una entrevista de prensa con la red Globo, la mayor emisora de televisión de Brasil, presentando pruebas y denuncias contra Bolsonaro.
Bolsonaro, desde el comienzo de la Pandemia tuvo una serie de derrotas en el Congreso, a principios de abril cuando había prohibido a los gobernadores tomar medidas de precaución contra la enfermedad del Coronavirus, su prohibición fue revocada y varias provincias brasileras empezaron a tomar medidas de aislamiento social.
Esta no es la única derrota que sufrió Bolsonaro en el Congreso, ya que la aprobación de un auxilio de emergencia de 90 billones de Reales para socorrer estados y municipios durante la pandemia fue aprobada y elaborada por la propia Cámara de Diputados contra la voluntad del Presidente.
Por otro lado, no se puede tener ilusiones en los políticos de la burguesía ya que, habiendo sido aprobado el auxilio, los diputados apoyan a Bolsonaro en las medidas económicas del gobierno, que ataque a la clase trabajadora, medidas que permiten la reducción de salarios, la reducción de la jornada de trabajo sin pago y suspensión del contrato de trabajo con salarios de desempleo extremamente reducidos.
Poco a poco el gobierno de Bolsonaro va perdiendo aprobación popular, y casi semanalmente se escuchan cacerolazos en todo Brasil con la consigna de “Fuera Bolsonaro” que suma cada vez más adhesiones en amplios sectores de la población.
La salida de Sergio Moro del gobierno, solo sirvió para acelerar la crisis de Bolsonaro, ahora los grandes medios de comunicación, que antes hacían críticas y que al mismo tiempo lo sostenían, hoy piden el impechment a Bolsonaro, junto a otros sectores de la burguesía y sus representantes políticos. El Partido Social Liberal, que llevó a Bolsonaro al poder, se sumó al pedido de impechment en el Supremo Tribunal Federal.
El papel de las organizaciones de izquierda
Lula, el Partido de los Trabajadores (PT) y los otros partidos de la izquierda PCdoB, PSOL, demuestran con sus políticas de sostenimiento al régimen de la democracia burguesa y el régimen parlamentario capitalista, que están lejos de representar las necesidades de la gran mayoría brasilera, la clase trabajadora. Muestran su carácter oportunista ya que no levantaron en el pasado la consigna de “Fora Bolsonaro” con la excusa que había que dejar que el gobierno termine su mandato para después vencerlo en las próximas elecciones. Si ahora la levantan es con un carácter de unidad nacional, promoviendo alianzas con la derecha, con los partidos del régimen e incluso con el ex presidente Fernando Henrique Cardoso dirigente del partido de la social democracia en Brasil. Lula apareció en el mismo escenario junto a Fernando Henrique Cardoso, en una charla para el 1º de mayo y con quien probablemente vienen tramando una alianza para concurrir a las elecciones de 2022.
El PT demostró en 2013 los límites de su política de conciliación de clases, cuando se produjeron las protestas contra el aumento del precio del transporte público y que se transformaron en manifestaciones multitudinarias, donde se exigía mejoras en salud, educación y transporte -además se reprochaban las banderas y los colores de las viejas organizaciones políticas brasileras por creer que ya no representaban los intereses populares-. Se evidenció también en 2016, cuando la ex Presidenta Dilma Russeff llego a defender un proyecto de reforma previsional, reforma, que después de sufrir el impechment, fue llevada a cabo por el ex presidente Michel Temer.
En la presente crisis del gobierno de Bolsonaro, pareciera que, en el actual escenario político, el PT ya no es una alternativa para la clase trabajadora. Hace algún tiempo Lula, el aparato del PT y de la CUT ya no son un camino viable para la clase obrera. Cuando Lula fue preso en los años ‘80 por luchar contra la dictadura, arrastró cientos de miles de personas que pedían su libertad. La realidad fue otra cuando Lula se entregó en San Bernardo Do Campo a la policía después de ser acusado por la operación Lava Jato en 2018 y solo 17 mil personas se reunieron para pedir su libertad.
Los millones de trabajadores y jóvenes brasileros necesitan de una alternativa, y por eso muchos votaron a Bolsonaro con la ilusión de que él sería esa opción.
Tan solo pasaron16 meses de gobierno del Presidente, y solo sirvieron para mostrar que esa alternativa está en sintonía en el presente con la política burguesa. A pesar de que Bolsonaro fue elegido con un discurso de que “iba cambiar todo”, hoy se muestra ante los ojos de millones de trabajadores, como un oportunista de mal carácter y poco preparado, de manera que si antes había dudas, la crisis del capitalismo acelerada por la enfermedad del Coronavirus muestra cada vez más la ineficacia del Presidente que está llevando a la muerte de millares de brasileros.
Los límites del PT, al igual que el de otros gobiernos de los llamados “progresistas” en la región, estuvieron determinados por el fin del boom económico en América Latina. En tiempos de bonanza económica el PT pudo atender demandas sociales por abajo y garantizar ganancias por arriba. Con la recesión a la que poco a poco va golpeando la región tras el estallido de la crisis mundial en 2008, el Gobierno Brasileño se vio obligado a gestionar al propio capitalismo brasilero en crisis, transfiriendo así la crisis económica a las espaldas de los trabajadores y los jóvenes en Brasil.
Decíamos que Lula, el aparato del PT y de la CUT no son un camino viable para la clase trabajadora, y esto es así en términos objetivos. Pero sabemos también que ante la ausencia de una alternativa de izquierda de masas estos dirigentes y partidos tienden a reciclarse y pueden ser visibilizadas nuevamente por las masas como una herramienta electoral para intentar cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Es preciso señalar también, que la aprobación de Bolsonaro está cada vez más baja y según la revista Datafolha un 17% o sea 10 millones de las personas que votaron por Bolsonaro están arrepentidas y otras 42% consideran al gobierno como pésimo.
A pesar de estar sin partido y cada vez más aislado políticamente, Bolsonaro continúa actuando como un tirano totalmente ineficiente para gobernar el país y su único apoyo popular viene de sectores de la pequeña burguesía.
Después de la exoneración de Mandeta, el nuevo Ministro de Salud Nelson Teich, también le fue pedida su dimisión, después de desentenderse con Bolsonaro sobre la cuestión del tratamiento del COVID-19 y el uso de la Cloroquina que según Teich, que es médico, podría provocar la muerte de los usuarios de ese medicamento.
Con más de un ministro pidiendo la dimisión, Bolsonaro pierde más de un aliado en el Gobierno y se ve cada vez más solo enfrentando una crisis sanitaria de proporciones gigantescas. Se le suma un escenario de caída de las actividades económicas, donde el Banco Central de Brasil fue obligado a hacer una emisión monetaria de 9 billones de Reales para incentivar el consumo y disminuir el déficit económico. El desempleo en Brasil, que llegaba a 13% de la población antes de la pandemia, solo tiende a aumentar en los próximos meses. Sin olvidarnos de la nueva recesión mundial que ya afecta cruelmente en el país, así como en la América Latina y el Caribe.
Por fin el Gobierno de Jair Messias Bolsonaro está con los días contados y queda en manos de la vanguardia y de la clase trabajadora construir su propia alternativa, una alternativa que no está ni con Lula o Fernando Henrique Cardoso y tampoco con el aparato reformista de los otros partidos de izquierda.
Debemos explicar pacientemente que estos desarrollan una línea política de defensa de la democracia en abstracto, lo que en verdad significa la defensa de las instituciones burguesas y la continuidad del capitalismo en crisis. Menos con Sergio Moro que prepara su camino para las elecciones presidenciales de 2022 aprovechando la fama que ganó liderando la operación lava jato.
La crisis política brasilera debe ser enfrentada sobre la óptica de la lucha de clases, la clase trabajadora juntamente con la juventud deben prepararse para lo que está ocurriendo y para lo que viene después de esta pandemia, donde los despidos y la precarización laboral serán aún más fuertes que ahora. Todo el descontento popular que existe con el gobierno de Bolsonaro en un futuro próximo puede transformarse en revueltas y movilizaciones, la tarea del momento es la construcción de un verdadero partido revolucionario que pueda centralizar las principales demandas de la clase trabajadora brasilera y combatir a Bolsonaro y a todos los buitres burgueses que él reconoce como sus aliados junto al conjunto de los partidos del régimen.
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