Irlanda: Disturbios sectarios – Un mal final para una mala paz
En la última semana, Irlanda del Norte ha vivido sus peores disturbios en años, aparentemente por el Protocolo de Irlanda del Norte firmado por el gobierno de Westminster con la UE.[1] La amenaza de violencia de grupos lealistas[2] ha estado en el aire durante meses, ya que las tensiones han aumentado desde que el Protocolo entró en vigencia en enero.
En pocas semanas, los lealistas amenazaron de muerte a los trabajadores portuarios que realizaban controles en la frontera marítima irlandesa. A principios de marzo, los principales grupos paramilitares lealistas -la UVF (Fuerza Voluntaria del Ulster por sus siglas en inglés), la UDA (Asociación en Defensa del Ulster, por sus siglas en inglés) y el Comando de la Mano Roja- dieron el paso de anunciar el retiro de su apoyo al Acuerdo del Viernes Santo, el acuerdo de paz de 1998
Después de todas sus amenazas, los paramilitares lealistas han enseñado los dientes. La causa inmediata de los disturbios fue la negativa de la Fiscalía a presentar cargos contra altos políticos del Sinn Féin por haber infringido supuestamente las restricciones del COVID al asistir al funeral del veterano republicano Bobby Storey el 30 de junio de 2020.
Los lealistas afirmaron que se trataba de un caso de «política de doble vara de medir» donde los nacionalistas católicos son tratados con excesiva indulgencia. La verdad es que los católicos han sido víctimas de fuerte vigilancia por las restricciones del COVID. Mientras tanto, los paramilitares lealistas han sido tratados con regular indulgencia.
Sin embargo, esto ha servido como chispa para los disturbios lealistas que ya llevan una semana. El número de participantes es pequeño: grupos de entre unas docenas y unos cientos de jóvenes protestantes. Son desproporcionadamente adolescentes de entre 12 y 18 años.
Un detalle importante -los mensajes de texto masivos y las advertencias a las empresas- muestran claramente que no se trata de un asunto espontáneo. Detrás de los jóvenes alienados y desilusionados, se encuentran paramilitares organizados de una u otra manera.
En la sexta noche de disturbios (7 de abril), los acontecimientos tomaron un cariz serio. Se produjeron escenas espeluznantes cuando un autobús de dos pisos fue atacado con cócteles molotov y secuestrado en Lanark Way, junto a la carretera de Shankill. El conductor del autobús fue agredido y tuvo la suerte de salir ileso. Esa misma noche, un reportero gráfico del Belfast Telegraph fue atacado por la espalda.
Lo más inquietante de todo es que un coche fue embestido contra las puertas de un «muro de la paz» en Lanark Way, que separa la comunidad protestante de la vecina católica Springfield Road. Las puertas del «muro de la paz» llevaban unas irónicas ilustraciones que decían: «Nunca hubo una buena guerra ni una mala paz». Los acontecimientos de las últimas siete noches son precisamente lo que parece una «mala paz».
La afirmación vacía de que el conflicto sectario en el Norte se había «resuelto» ha quedado cruelmente expuesta. No se ha resuelto nada. El Acuerdo del Viernes Santo sacó a la superficie todas las contradicciones del Norte de Irlanda, que se habían acumulado para volver a estallar.
Se intercambiaron explosivos, petardos y piedras en el enfrentamiento entre las comunidades católica y protestante. Naturalmente, los jóvenes católicos acudieron -en defensa propia- a enfrentarse a los que bombardeaban su comunidad. Desde hace un par de noches también se han producido enfrentamientos entre la policía y los jóvenes católicos. Ahora hemos visto cómo es realmente la «política de doble vara»: la PSNI [Servicio de Policía de Irlanda del Norte, que sustituyó a la Gendarmería Real del Ulster en 1998. NdT] no dudó en soltar carros hidrantes -prohibidos en el resto del Reino Unido- contra los jóvenes nacionalistas.
Los paramilitares lealistas que desencadenaron esta violencia han prometido que habrá más -y mucho peor-. Han dejado claro que ya no cooperarán con la Comisión de Desfiles en lo que respecta a las marchas de Orange, que conmemoran la victoria de Guillermo de Orange sobre el rey católico Jacobo II en la batalla del Boyne, en 1690.
La negativa a cooperar con la policía es un gesto muy provocador. Es esencialmente una amenaza de marchar a través de barrios mixtos y católicos en la temporada de las marchas de verano – un momento en que las tensiones sectarias son anualmente llevadas a un crescendo. Es una amenaza de desatar el caos en toda la región.
¿Cuál es la lógica de la última semana de violencia? En sí mismos, los alborotadores lealistas representan un número pequeño. Sin embargo, amenazan con lanzar un fósforo a un montón de material inflamable sectario si no consiguen lo que quieren.
Su principal exigencia es que se elimine el Protocolo de Irlanda del Norte. Están chantajeando a los políticos de Londres, Dublín y Bruselas con que, si no consiguen lo que quieren, tienen el poder de crear el caos y arrastrar a la región a los «viejos malos tiempos «.
Contenido
Una creación del imperialismo británico
La culpa del caos que reina hoy en las calles de Irlanda debe atribuirse directamente al imperialismo británico. Durante siglos, el imperialismo británico ha utilizado el sectarismo para dividir a la clase trabajadora irlandesa.
Hace cien años azuzó los pogromos y partió Irlanda en dos para servir a su objetivo a corto plazo. Todavía vive con el legado de esa decisión. Después de haber desatado las fuerzas del sectarismo, esas fuerzas están ahora fuera de su control.
La creciente crisis del capitalismo británico está exacerbando aún más la situación, y los sectarios lealistas están aprovechando esto para reforzar su apoyo. La crisis está haciendo la vida muy difícil a millones de personas.
140.000 niños ya vivían en la pobreza en todo el Norte antes de la crisis. Los trabajadores de ambas comunidades, católica y protestante, se sienten ignorados y abandonados. Hay un sentimiento de inseguridad, de que el futuro no tiene nada de positivo para los trabajadores. Los sectarios de las comunidades protestantes han intentado canalizar este sentimiento general de amargura, alienación e inseguridad en una manía persecutoria.
Advierten a los trabajadores protestantes de que están rodeados de enemigos; que el gobierno británico está encantado de meterlos en una Irlanda unida en contra de su voluntad; que tendrán que valerse por sí mismos; que están bajo la amenaza de convertirse en ciudadanos de segunda clase en una Irlanda unida, etc., etc.
A partir de la crisis del capitalismo, la lucha por las migajas se intensifica. En este suelo venenoso se dejan germinar las semillas del racismo y del sectarismo. De hecho, los políticos unionistas no tienen más remedio que fomentar estas semillas venenosas.
En décadas pasadas podían apuntalar su apoyo con concesiones económicas a una capa de trabajadores protestantes. Pero en el actual clima de austeridad, todo lo que pueden ofrecer el DUP [Partido Unionista Democrático por sus siglas en inglés. NdT] es aumentar el alarmismo sectario, para construir una manía persecutoria y luego presentarse como el mejor defensor de los protestantes y de la unión.
En esta mezcla tóxica, los representantes miopes del capitalismo británico introdujeron la opción en blanco y negro del referéndum del Brexit. Con el Partido Conservador deshaciéndose en las costuras, el entonces Primer Ministro David Cameron apostó todo a un referéndum sobre la UE en 2016, esperando que ganara el «Remain» (permanencia).
Cuanto más desesperada estaba la clase capitalista británica, más inclinada estaba a hacer apuestas políticas salvajes. Pero hasta 2017 no se pronunció un solo discurso, ni se escribió una sola línea, sobre las consecuencias que tendría el Brexit en Irlanda. No le dieron importancia.
En Irlanda del Norte, una mayoría de católicos votó por la permanencia, mientras que una mayoría de protestantes votó por la salida. Pero, al igual que en Escocia, una mayoría general votó por la permanencia. Sin embargo, todos los conservadores prometieron -incluido Johnson- que el Reino Unido abandonaría la UE como una entidad monolítica. Y, sin embargo, en enero, Boris Johnson presentó un acuerdo de Brexit que contemplaba la permanencia de Irlanda del Norte en el mercado común.
Sin embargo, desde el principio, Irlanda era un problema imposible de resolver sobre una base capitalista. Una UE capitalista no puede tolerar un agujero en su frontera. Por muy «ligera» que sea esa frontera, debe proteger su mercado interno de sus competidores. Por lo tanto, necesitan una frontera en el Mar de Irlanda, o una frontera en la isla de Irlanda.
De hecho, a las filas nacionalistas inglesas del Partido Conservador no les importa especialmente lo que ocurra con Irlanda. Francamente, a Boris Johnson tampoco, como demuestran sus promesas iniciales de no introducir una frontera marítima… y el hecho de que luego introdujo una frontera marítima.
Inevitablemente, el Protocolo de Irlanda del Norte fue recibido con gritos de «¡Traición!» por parte de los unionistas y lealistas de línea dura. Incluso el propio Boris Johnson, a su manera torpe y demagógica, se ha complacido en utilizar el caos económico, social y político causado por el Protocolo en su corto período de existencia como un palo para golpear a la UE.
Los conservadores se alegraron de cortejar al DUP cuando les convenía; se alegraron de azuzar al nacionalismo y al unionismo británicos cuando les convenía; se alegraron de amenazar con utilizar el artículo 16 y suspender el Protocolo de Irlanda del Norte cuando les convenía. Ahora deben encontrar la manera de vivir con las consecuencias de sus actos.
La idea de que sus comunidades son abandonadas, ignoradas y traicionadas ha sido fomentada por los unionistas y reforzada por las acciones del imperialismo británico. Ahora los paramilitares lealistas están utilizando esta rabia para movilizar a los jóvenes acalorados y semi-lumpen, como una amenaza para los británicos. Su amenaza es simple: da marcha atrás en el Protocolo de Irlanda del Norte,para establecer una frontera “dura” con la República de Irlanda, o verás cómo prendemos fuego a tu jardín trasero.
Pero, aunque los británicos intenten reabrir las negociaciones con la UE, y el gobierno de Dublín intente negociar algunas concesiones, el dilema del Brexit sigue siendo insoluble. O bien Boris acepta la frontera marítima y el Protocolo de Irlanda del Norte, o bien la abandona. Pero abandonarlo significa agriar las relaciones con la UE y los Estados Unidos, y ver cómo la frontera marítima se sustituye por una frontera terrestre.
Boris es, por supuesto, notoriamente estúpido y miope. Pero debido a la necesidad de los capitalistas británicos de mantener algún tipo de acceso al mercado de la UE, es difícil imaginar que se doblegue a las demandas de los lealistas En cuyo caso, el resultado más probable es un choque frontal y más violencia.
El Unionismo, el lealismo y la frontera marítima
El Protocolo de Irlanda del Norte se ha convertido en el catalizador de una crisis de muchos años para el unionismo y el lealismo. Este Protocolo es sintomático de las incómodas verdades a las que se enfrentan ahora. En los últimos años, el unionismo ha perdido su mayoría en la Asamblea de Irlanda del Norte. Las últimas encuestas sugieren que el apoyo a una Irlanda unida es cada vez mayor.
En parte como resultado de los cambios demográficos y en parte como resultado de la crisis del unionismo, la probabilidad de tener un Ministro Principal de Irlanda del Norte del Sinn Féin, después de las próximas elecciones a la Asamblea, es cada vez mayor.
El unionismo se estremece ante los resultados del reciente censo. Es muy posible que revele una mayoría católica, o al menos una fuerte pluralidad católica, mientras que los católicos son mayoritarios en todos los niveles educativos y laborales desde hace tiempo.
El unionismo está sumido en una crisis desde hace algunos años. Su mayoría se ha esfumado, sus políticos son odiados en la comunidad protestante. La UUP (Partido Unionista de Ulster por sus siglas en inglés), que antes dominaba el panorama político, se ha hundido. El DUP, que lo sustituyó, siente que el suelo bajo sus pies tampoco es estable.
El DUP ha ido perdiendo apoyos a favor del aún más derechista y reaccionario TUV (Voz Unionista Tradicional, por sus siglas en inglés), que siempre ha estado al margen, pero que ahora tiene un 10% de apoyo en las encuestas. La misma encuesta sitúa al Sinn Féinn seis puntos por delante, y a Alliance (un partido liberal y antisectario) un punto por detrás del DUP. El pánico que esto causó en las propias filas del DUP quedó patente en las actas filtradas de una reunión de miembros del partido en Antrim del Sur.
El acta lamenta cómo «el unionismo ha perdido terreno», y señala que la ira en la comunidad «unionista/lealista» está en un «punto de ebullición». La ira sectaria que ha cultivado cuidadosamente como base de su apoyo está ahora fuera de su control. Los conservadores han estado encantados de cortejar a los unionistas cuando les ha convenido. Y el DUP ha estado encantado de cortejar a los paramilitares lealistas a su vez. Han sido útiles como soldados de infantería en las elecciones, incluso intimidando a los oponentes para que no compitan. Pero, como señaló un comentarista del Belfast Telegraph:
«Al unionismo político no le hizo ningún daño tener un perro ladrador enfadado en la esquina de la habitación cuando intentaban presionar al Gobierno británico sobre el protocolo del Brexit.
«Pero como descubrimos la semana pasada, ese perro furioso es difícil de controlar cuando se le suelta la correa».
La crisis del unionismo, el auge del Sinn Féinn en el norte y en el sur, y la aplicación del Protocolo de Irlanda del Norte han convencido a muchos lealistas y unionistas de línea dura de que el momento es «ahora o nunca» para tomar partido.
Los propios paramilitares lealistas no son en absoluto una voz única y centralizada. El Consejo de Comunidades Unionistas ha estado en desacuerdo consigo mismo sobre cómo responder a los disturbios, y ahora podría fracturarse por completo.
Entre los lealistas hay ex paramilitares de edad avanzada que no tienen interés en tomar las armas. Hay elementos lumpen, criminales y narcotraficantes que se han vuelto particularmente dominantes entre los paramilitares. Tienen sus propias razones para enseñar los dientes a la policía.
Y hay quienes forman un núcleo de locos dispuestos a provocar el pandemónium y que apelan a las capas más alienadas de la juventud protestante.
No hay futuro bajo el capitalismo
¿Cuál ha sido la respuesta de las comunidades católicas? Como es lógico, muchos jóvenes católicos han acudido a las zonas de conflicto para enfrentarse a los que lanzan piedras y explosivos sobre los «muros de la paz» en sus comunidades.
Algunos han pedido a los jóvenes católicos que vuelvan a casa para no fomentar un ciclo de violencia. Subrayan el peligro de devolver los proyectiles -que podría hacer el juego a los lealistas al herir a los transeúntes- sin ofrecer una estrategia de defensa alternativa.
Pero está claro que estos llamamientos no van a ser escuchados, ya que significaría quedarse de brazos cruzados mientras son objeto de graves ataques físico y sus casas son atacadas con proyectiles.
Tampoco sentarse en casa es una garantía de seguridad. Si los gamberros lealistas consiguieran alguna vez atravesar los «muros de la paz» de las comunidades católicas, acabarían lanzando cócteles molotov a través de las ventanas de las casas y la gente moriría. La PSNI ciertamente no protegerá los barrios católicos.
Peor que inútiles son quizás aquellos -como el Sinn Féinn – que piden a los líderes del «unionismo político», e incluso a los líderes paramilitares lealistas, que «actúen con responsabilidad» y calmen las cosas.
El DUP se mueve por su propia agenda. Saben lo que hacen cuando consienten el sectarismo. Cuando Arlene Foster, ministra principla de Irlanada del Norte y líder del DUP, condena a los alborotadores por distraer de los delitos del Sinn Féinn, también sabe lo que está haciendo. Son enemigos de la clase trabajadora, tanto católica como protestante. Apelar a ellos es como apelar a Belcebú contra Lucifer.
Lamentablemente, existe una lógica similar en el movimiento obrero. Las únicas organizaciones no sectarias de la clase trabajadora en Irlanda del Norte que podrían atravesar el pantano y presentar una clara alternativa de clase son los sindicatos.
Hemos visto una maravillosa demostración por parte de los conductores de autobús de solidaridad y de la potencial autoridad que la clase obrera organizada podría reunir en ambas comunidades.
Tras el atentado con un cóctel molotov contra un autobús de Translink, cientos de conductores de autobús rodearon el ayuntamiento de Belfast con autobuses y realizaron una protesta en la que se comprometieron a no conducir por los barrios conflictivos a partir de cierta hora de la noche. Nada menos que 13.000 personas le dieron “me gusta” a la transmisión en vivo de la protesta en Belfast Live. Los comentarios típicos fueron del tipo «estos conductores de autobús están mostrando más liderazgo que todos los políticos juntos».
Los sindicatos podrían ofrecer una dirección. Podrían convocar huelgas políticas para aislar a los alborotadores lealistas. Podrían organizar una autodefensa no sectaria para patrullar los barrios. De hecho, la clase trabajadora irlandesa tiene una gloriosa tradición de autodefensa obrera organizada, desde el Ejército Ciudadano Irlandés de Connolly, hasta el incipiente desarrollo de una Fuerza de Defensa Sindical a finales de los años ‘60 y principios de los ‘70.
Sin embargo, la mayoría de los dirigentes sindicales son explícitamente apolíticos. Adoptan una posición apolítica, equivocadamente, en la creencia de que sólo eliminando la política del movimiento sindical es posible superar la división sectaria.
Pero cuando los trabajadores son atacados por matones lealistas, ¿a quién recurren estos líderes sindicales «apolíticos»? A «los políticos». Los representantes del «sindicalismo político» deben enfriar las cosas. Pero esto tiene su propia lógica sectaria.
Los políticos unionistas y los líderes paramilitares lealistas no tienen derecho a hablar en nombre de los trabajadores protestantes. Sólo porque no haya una voz independiente de la clase obrera, porque los sindicatos no hablaen en nombre de los trabajadores, los sectarios de derechas no pueden pretender ser su voz.
Una dirección sindical revolucionaria llamaría a la huelga política contra la provocación lealista y organizaría proactivamente la autodefensa. El problema es precisamente la falta de tal dirección. En su ausencia, la situación seguirá siendo volátil.
Nadie, salvo una pequeña franja, quiere volver a la violencia del pasado. Pero en 1968, las primeras contramanifestaciones de Ian Paisley contra el movimiento de los derechos civiles fueron relativamente pequeñas. Sin embargo, actuaron como una chispa frente a un barril de pólvora.
El ambiente puede cambiar muy rápidamente si se pierden vidas. Puede convertirse en un estado de ánimo de repulsión hacia los instigadores de la violencia, y también puede convertirse en un estado de ánimo de venganza.
Estamos viviendo un momento crítico en la historia de Irlanda. La decadencia del capitalismo británico ha revivido los fantasmas del pasado y ha llevado a Irlanda una vez más al borde del abismo. Es tentador en estos momentos imaginar que hay atajos. No los hay. Bajo el capitalismo, los peligros de una renovada violencia, el derramamiento de sangre e incluso la guerra civil estarán siempre presentes.
La clase obrera organizada tiene el poder de poner fin a la violencia. Hemos visto un atisbo de este poder con los conductores de autobús.
En los últimos años hemos visto otras demostraciones de este poder y de la simpatía que los trabajadores organizados pueden inspirar en todas las comunidades de la clase trabajadora: desde las huelgas de las enfermeras por el salario y las condiciones de trabajo, hasta las huelgas de los trabajadores de las fábricas cárnicas por la seguridad.
El COVID, en particular, ha centrado la atención en la división real de la sociedad. Mientras que la patronal, los conservadores y el DUP se unieron para apresurarse a abrir la economía, los trabajadores de todas las comunidades comprendieron que tenían un interés común en unirse para luchar contra el virus.
El DUP intentó jugar a un fútbol sectario con el COVID. Edwin Poots, un dirigente protestante del DUP, incluso intentó pintarlo como un «virus católico».
La verdadera división no es la de católicos contra protestantes, sino la de los trabajadores contra los empresarios que han intentado convertirlos en carne de cañón para sus beneficios.
Por muy ominosa que parezca la situación, y por muy difícil que parezca salvar la división sectaria en Irlanda del Norte -dificultades que difícilmente pueden ser subestimadas- debemos tener en cuenta que los acontecimientos en Irlanda no están aislados de los acontecimientos en el resto del mundo. La lucha de clases está a la orden del día: en la Irlanda del Sur, en Gran Bretaña y en todo el mundo.
Por el momento, la pandemia del COVID-19 está frenando las protestas de los trabajadores. Pero la ira de clase se está acumulando tanto en Gran Bretaña como en Irlanda. Los trabajadores del Norte, tanto protestantes como católicos, se enfrentan a los mismos problemas.
Los trabajadores de la sanidad, por ejemplo, se han visto sometidos a un inmenso estrés y tensión, y han recibido una mísera recompensa en términos de aumentos salariales. El desempleo crece, las pequeñas empresas quiebran.
Todo esto significa que cuando los trabajadores del Sur o los trabajadores de Gran Bretaña empiecen a movilizarse por las cuestiones concretas que afectan a la clase trabajadora de a pie, esto tendrá inevitablemente un impacto en los trabajadores de Irlanda del Norte.
Estas inevitables movilizaciones encenderán la imaginación de los jóvenes de la clase obrera, tanto en las comunidades católicas como en las protestantes. Ahí está la perspectiva de la acción unida de la clase obrera.
El grueso de la clase trabajadora de a pie no quiere volver a los «problemas». Pero el hecho de que la mayoría de la gente no lo quiera no es garantía de que no vayan a volver. El capitalismo en crisis crea las condiciones para aumentar las tensiones, que los políticos reaccionarios explotarán para enfrentar a trabajadores contra trabajadores.
Es el deber de los marxistas de Irlanda del Norte explicar por qué está ocurriendo todo esto, y por qué está ocurriendo ahora. Deben advertir a los trabajadores de a dónde puede llevar todo esto. Pero también deben ofrecer una perspectiva alternativa: la de la lucha unida de la clase obrera contra el mismo sistema que engendró el monstruo sectario: el capitalismo y el imperialismo.
Según la obra artística del «muro de la paz» de Lanark Way: «Nunca hubo una buena guerra ni una mala paz». Tenemos que discrepar en dos aspectos. Hay una «mala paz». La estamos viviendo. Y hay una «guerra buena»: la guerra de clases para acabar con el sistema capitalista, fuente de miseria, pobreza y sectarismo.
[1] Protocolo de Irlanda del Norte. Según este acuerdo, las mercancías de la UE que pasan por la frontera terrestre de Irlanda del Norte con la República de Irlanda, y viceversa, no tienen control aduanero con Gran Bretaña, que pasa a situarse en los puertos marítimos de la región. Es una concesión a lapoblación católica de Irlanda del Norte que exige libre tránsito entre las dos Irlandas.
[2] Lealistas: grupos de protestantes organizados que defienden que Irlanda del Norte siga siendo parte de Reino Unido.
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