La izquierda europea en ebullición
Han pasado cerca de 9 años del inicio de la gran recesión de 2008 en Europa. El valor de la producción (el PIB) ha vuelto a alcanzar el nivel pre-crisis, pero el paisaje político se ha transformado completamente. Estos cambios son un producto de la enorme dislocación social provocada por la crisis, del aumento de las desigualdades e injusticias sociales, y del fermento revolucionario que está acumulándose en la sociedad que agita, a derecha e izquierda, a todas las clases sociales.
Un rasgo particular de la situación es el declive, en gran cantidad de países europeos, de la socialdemocracia y de los partidos tradicionales de la derecha. Por ejemplo, los jefes de Estado de Francia y Austria, elegidos meses atrás, ya no pertenecen a estos partidos. Macron en Francia, fue un producto electoral –En Marcha– impulsado por las grandes empresas ante el descrédito del Partido Socialista y de la derecha de Los Republicanos. Y el presidente austríaco Van der Bellen, encabezó una coalición de ecologistas y liberales al margen de los partidos tradicionales. Más llamativo aún, los candidatos que disputaron a Macron y a Van der Bellen la 2ª vuelta de las elecciones presidenciales, tampoco pertenecían a los partidos tradicionales. Eran candidatos “anti-sistema” de la ultraderecha: Le Pen del Frente Nacional y Hofer del Partido Liberal.
Sin duda, los cambios más relevantes, en paralelo al surgimiento en su momento de formaciones de izquierda «radical» como Syriza en Grecia o Podemos en el Estado español, están dándose en los partidos socialistas.
Desde la 2ª Guerra Mundial, la socialdemocracia era uno de los principales instrumentos que tenía la clase dominante para asegurar su hegemonía. Eso fue más claro aún desde los años 80 hasta la fecha, cuando se impuso el ala social-liberal en todos estos partidos. Ahora, esta herramienta en manos de la clase dominante, está quedándose inoperante en un número creciente de países.
En algunos casos, esto se ha dado por la situación de irrelevancia política de quienes se habían implicado hasta la médula en las políticas de austeridad. Tales son los casos del Pasok griego, o de los partidos socialistas de Francia y Holanda, que ahora luchan por conseguir el 6%-7% de los votos. En otros casos, se ha dado por el surgimiento de nuevas direcciones que escapan al control directo de la clase dominante y que han sido aupadas a la dirección por el giro a la izquierda de la sociedad en general, y de sus bases en particular, como ha sido el caso del Partido Laborista británico, del Partido Socialista portugués y, más recientemente, del PSOE en el Estado español.
Jeremy Corbyn
Una de las transformaciones más extraordinarias se ha dado en Gran Bretaña. Aquí no han surgido nuevos partidos de izquierda, pero el Partido Laborista (PL) ha dado un giro de 180 grados en su ideario político. Hace 2 años, el PL era la extrema derecha de la socialdemocracia europea, abanderada por la “tercera vía” de Tony Blair. Pero bastó que Jeremy Corbyn, un veterano izquierdista, se postulara para la jefatura del partido con un discurso radical, para que varios cientos de miles se afiliaran al partido y lo catapultaran a la dirección en dos ocasiones, 2015 y 2016.
Pese a la aguda lucha interna con el ala “blairista”, que dominaba el grupo parlamentario, pese a que partía 20 puntos abajo con el Partido Conservador para las elecciones del 8 de junio, y pese a los dos atentados terroristas en dicha campaña electoral que dejaron 30 muertos, el laborismo estuvo a punto de ganar. Quedó a poco más de 2 puntos de los tories, que ahora gobiernan en minoría. Eso fue gracias a su programa izquierdista que incluía nacionalizaciones, incremento del gasto social y más impuestos a los ricos. Lo sorprendente es que durante la campaña electoral 150.000 personas se afiliaron al partido y otras 150.000 en la semana posterior, alcanzando la cifra de 800.000 afiliados, el mayor partido europeo. Más llamativo aún, ahora los laboristas le sacan 6 puntos a los conservadores, y conseguirían la mayoría absoluta si se repitieran las elecciones.
Esta perspectiva puede darse más pronto que tarde, conforme el gobierno de Theresa May se hunde en el descrédito cada día que pasa por su inoperancia ante el terrorismo islamista, el incendio de la torre Grenfell con un centenar de muertos, las negociaciones del Brexit, etc. La tarea de Corbyn debe ser limpiar al laborismo de derechistas, reintroduciendo el derecho de la militancia a revocar los diputados de sus circunscripciones.
Francia
El otro gran país europeo donde se ha dado un terremoto político es Francia. El PS ha quedado reducido a una secta con poco más del 6% en las elecciones presidenciales de abril, superado por La Francia Insumisa (FI) de Jean-Luc Mélenchon, que bordeó el 20%. Macron apenas superó el 24% en esas elecciones.
Se habla mucho de la pujanza del ultraderechista Frente Nacional, pero el voto combinado de la FI y de los 2 candidatos de extrema izquierda en las elecciones presidenciales, superó al FN. Esa división del voto impidió a Mélenchon pasar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, lo que hubiera cambiado toda la situación. En las legislativas de junio, el voto combinado de la FI y del Partido Comunista superó al FN, convirtiéndoles en la principal oposición de izquierdas a Macron. Lamentablemente, la FI y el PCF fueron separados en las legislativas –sobre todo por responsabilidad de los dirigentes del PCF– lo que impidió a un eventual frente FI-PCF conseguir un número muy superior de diputados.
El “secreto” del auge de Macron, que consiguió una mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, es que quiere contentar a todo el mundo: derechistas, socialistas, antilepenistas, etc. pero al final dejará descontento a todos, pues es un agente directo de la gran burguesía francesa y tiene en su agenda un agudo programa de recortes y ataques antisociales. En realidad, la victoria de Macron en las legislativas carece de legitimidad popular pues la abstención fue del 52% en la primera vuelta y del 61% en la segunda, sumados los votos blancos y nulos.
El divorcio entre la mayoría parlamentaria de Macron en la Asamblea Nacional y la calle, será tan ostentosa en los próximos meses, que aquélla no tardará en fracturarse.
Otro gran cambio fue Portugal donde gobierna el PS con apoyo desde la izquierda: el Bloco d’Esquerda y el PCP, que agrupan el 20% en las encuestas. En Alemania, los procesos son más lentos porque es el país más poderoso económicamente. El SPD sigue en manos del ala social-liberal, pero está en decadencia, sufriendo varapalos en todas las elecciones regionales del último año. A Die Linke, a la izquierda del SPD, lo lastra la falta un programa radical y sus acuerdos regionales de gobierno con el SPD y Los Verdes, comprometidos con políticas de ajuste.
Grecia fue el primer país donde la socialdemocracia se descompuso, pero la rápida degeneración de Syriza, aplastó toda ilusión de cambio. Esto, sumado al sectarismo extremo del PC (KKE), impide a las masas ver una salida. La reanimación vendrá del exterior, de alguna victoria emblemática que ofrezca una perspectiva de cambio.
Italia está algo rezagada políticamente. Pero es cuestión de tiempo que un accidente, a través de alguna personalidad reconocida del entorno de la izquierda, desate un proceso masivo de politización y radicalización, particularmente cuando el movimiento demagógico y pequeñoburgués “5 Estrellas” de Beppe Grillo comience a colapsar por sus contradicciones internas.
Conclusiones
En conclusión, tenemos que el ala social-liberal de la socialdemocracia está siendo aplastada y derrotada en casi todas partes; y con ello, la dominación directa sobre estos partidos que ejercía, a través de aquélla, la clase dominante.
Esto está llevando a la clase dominante a replegarse más abiertamente sobre los partidos de derecha tradicionales y los nuevos (Ciudadanos, Macron, etc.).
Como en los años 30, esto abre un período de polarización social y política creciente, que imposibilita a la burguesía enfundarse la piel de cordero (socialdemócrata, progresista) cuando las circunstancias antes lo aconsejaban. La política de la burguesía sólo va a poder efectuarse, cada vez más abiertamente en nombre y bajo la batuta de la derecha.
Dialécticamente, la clase obrera, liberada del corsé social-liberal, acelerará su giro a la izquierda y tratará de empujar a sus direcciones a posiciones más radicales.
Por todo esto, sólo los más tontos de la clase dominante pueden regocijarse sinceramente con la victoria débil de Macron en Francia o con el eje igualmente débil PP-Ciudadanos en el Estado español, que les permite –coyunturalmente– salvar los muebles. Pues la clave de su dominación hasta ahora no era su soberanía política sobre la pequeña burguesía (la base tradicional de la derecha) sino sobre las masas de la clase obrera, la base tradicional de los partidos socialistas.
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