CELAC

La CELAC y la lucha antiimperialista. Una posición marxista

Instintivamente, todos estos sectores ven a la CELAC como una alternativa superadora de la infame Organización de Estados Americanos (OEA) que es vista, justamente, como una agencia estatal del imperialismo norteamericano. A esto no es ajeno, además, que la CELAC haya sido impulsada decisivamente, y con mayor ahínco, por aquellos gobiernos latinoamericanos que aparecen más enfrentados o distantes a los dictados de Washington, como los de Venezuela, Cuba, Ecuador, Bolivia o Nicaragua.

Para millones de activistas de todo el continente, y así lo han proclamado abiertamente presidentes como Chávez o Correa, la formación de la CELAC abre la vía para sacudirse la injerencia de los gobiernos de EEUU en los asuntos latinoamericanos, que ejerce principalmente a través de la OEA, y para que América Latina trace ella misma su destino y tome sus propias decisiones.

El presidente de Cuba, Raúl Castro, ha llegado tan lejos como para afirmar que la creación de la CELAC se puede considerar el acontecimiento “más grande” de los 200 años de “semi independencia que hemos tenido hasta ahora”.

¿Están justificadas todas estas expectativas? ¿Qué posición debemos asumir los marxistas ante la CELAC? ¿Puede representar un arma útil contra la dominación imperialista del subcontinente? ¿Cuál es su potencial y cuáles son sus limitaciones para abordar esta tarea? Trataremos de responder a todas estas importantes cuestiones en las líneas que siguen.

La formación de la CELAC 

La CELAC fue creada en febrero de 2010 en la sesión de la Cumbre de la unidad de América Latina y el Caribe, en México, como «espacio regional propio que una a todos los estados». Y se fijó como objetivo profundizar la integración de los países latinoamericanos y caribeños en un marco de «solidaridad, cooperación, complementariedad y concertación política«. Pero en todo este tiempo fue el gobierno venezolano quien más esfuerzos hizo para su constitución definitiva. Este fue el objetivo de la I Cumbre de la CELAC, celebrada en Caracas los días 2 y 3 de diciembre de 2011. La II Cumbre de la CELAC tendrá lugar en Chile en 2012.

 

El documento más importante aprobado en la cumbre de la CELAC es el Plan de Acción Caracas (1) que plantea declaraciones generales a favor de una mayor integración económica que limite el impacto de la crisis internacional, facilitar los intercambios comerciales, estimular redes de transporte intrarregional y la extensión de los servicios de banda ancha en Internet. Lo mismo en el tema energético. También insinúa mecanismos de protección arancelaria en el ámbito de la CELAC. Además de impulsar medidas contra la pobreza, la defensa del medioambiente, los derechos de los trabajadores migrantes, entre otros.

 

En general, son todas declaraciones de buenas intenciones, de contenido vago y sin medidas específicas y concretas que las desarrollen, aunque se emplaza a futuras cumbres y reuniones de funcionarios de alto nivel para que vayan concretándose.

 

Además de esto, se aprobaron una serie variada de comunicados especiales a favor de la defensa de la democracia en la región, de la argentinidad de las islas Malvinas, sobre la necesidad de poner fin al bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba, la defensa de la seguridad alimentaria y nutricional, contra la especulación financiera y la excesiva volatilidad de precios de los alimentos, la defensa de los derechos humanos de las personas migrantes, el desarrollo sostenible de la Comunidad del Caribe (Caricom), la solidaridad con el pueblo de Haití. También incluye referencias al desarrollo de Paraguay sin litoral marítimo, la defensa de la coca como patrimonio nacional de Bolivia y Perú, la situación de emergencia centroamericana debido a las depresiones climáticas en la región tropical. También incluye un respaldo a la estrategia de seguridad en Centroamérica, la defensa de la eliminación total de las armas nucleares, el apoyo a la lucha contra el terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, y sobre la lucha contra el narcotráfico (2).

  

Aspectos progresivos

 

En nuestra opinión, el aspecto más progresivo de la constitución de la CELAC es el reforzamiento en la conciencia de las masas trabajadoras latinoamericanas de la idea de la “Patria Grande”, de la “unidad latinoamericana”, la constatación de la artificialidad de las fronteras trazadas tras las luchas de la independencia del imperio español hace ahora dos siglos, y la necesidad de unir recursos y esfuerzos por encima de las fronteras nacionales para superar el atraso y la dependencia servil a los intereses imperialistas a los que está sometido un subcontinente tan rico como el latinoamericano.

 

En la cumbre de la CELAC se distribuyó una cantidad interesante de datos estadísticos que muestran el potencial productivo del subcontinente, y que merece la pena mencionar. Así, la población total de los países integrados en la CELAC rondaría los 550 millones de habitantes y el territorio una extensión de más de 20 millones de kilómetros cuadrados.

 

Con un PIB de aproximadamente 7 billones de dólares a precios de poder adquisitivo (PPA), es la 3° potencia económica a nivel mundial, además del mayor productor de alimentos del mundo y el 3° mayor productor de energía eléctrica. Posee una de las mayores reservas combinadas de petróleo y gas del mundo. Además, posee el 50% de las reservas mundiales de cobre y el 70% de las reservas de Litio. Sólo Cuba posee el 34% de las reservas mundiales de Níquel. Por no hablar de las cuantiosas reservas de oro, hierro y de otros minerales. También posee los mayores reservorios de agua dulce y una extraordinaria riqueza forestal.

 

En las notas de prensa emitidas durante la cumbre se hacía hincapié en el crecimiento de la economía latinoamericana con un aumento del consumo interno, la exportación de materias primas, cierto incremento de la producción industrial, etc.

 

La CELAC y la economía mundial

 

Sin embargo, sería un error dejarse impresionar por las estadísticas. Un análisis más detallado muestra una realidad menos complaciente. A nadie se le oculta que gran parte del secreto del crecimiento económico de América latina en los últimos años se debe a una mayor integración de la economía latinoamericana en el comercio mundial que la hace más dependiente de factores externos. Por ejemplo, ahí está el el papel central que China juega en la compra de materias primas (productos agrícolas, petróleo, minerales), y la plaga de inversiones multinacionales en sectores como la minería y en la principal rama industrial de la economía como es la producción automotriz. Las inversiones Extranjeras Directas en 2010 alcanzaron los 113.000 millones de dólares, según la CEPAL, y se espera que en 2011 alcancen un nivel récord cercano a los 150.000 millones de dólares.

 

En los documentos aprobados en la cumbre de la CELAC se hace una abstracción completa del impacto concreto que la crisis económica internacional va a tener en la economía latinoamericana en el corto y medio plazo, lo que pone un gran interrogante sobre la efectividad de los planes trazados. No hay que olvidar que en la anterior recesión de 2008-2009 el PIB latinoamericano cayó un 1,9%, y una recaída en la recesión de Europa en 2012 como se anuncia, sumado al estancamiento de la economía de EEUU y a la reducción de la actividad económica de China, como está sucediendo, tendrá nuevamente un impacto significativo en el subcontinente, reduciendo la actividad económica y los ingresos de los Estados.

 

En los debates de la CELAC se habló de limitar la dependencia de los préstamos exteriores y crear mecanismos propios de financiamiento. Así, se formó el Banco del Sur, limitado por ahora a sólo 9 países latinoamericanos, que acumula un fondo de 20.000 millones de dólares, que es una cantidad muy pequeña para generar un fondo de inversión regional significativo o para servir como “blindaje” para países con problemas financieros. Es cierto que se habla de llevar los fondos del Banco del Sur hasta los 400.000 millones de dólares, pero es difícil ver de dónde saldrá el dinero para hacerlo realidad. El conjunto de las reservas de los bancos centrales de la región alcanzan un nivel históricamente alto de 574.000 millones de dólares (con Brasil con más de 350.000 millones) pero no es probable que la mayor parte de ese dinero se destine filantrópicamente a salvar a los Estados con problemas. Dada la turbulencia de la economía mundial y la reducción de los ingresos estatales por efecto de la crisis, cada Estado tratará de retener los recursos de sus bancos centrales a toda costa.

 

Por otro lado, los “éxitos” de la economía latinoamericana no pueden ocultar la dependencia y atraso que todavía caracterizan a la región. Según datos del Fondo Monetario Internacional, el PIB per cápita (PPA) promedio de la región es de 8.952,55 dólares, con los extremos de Chile con 15.260 y Haití con 1.370, que destacan comparados con los 24.800 dólares de la Unión Europea, con los 34.100 dólares de Japón, o con los 46.800 de los EEUU.

 

En lo referente al índice de desarrollo humano, todos los países de la región están entre los puestos 45° (Chile) y 145° (Haití) entre 158 países, según los datos del 2010, bastante alejados de los llamados países del primer mundo.

 

El coeficiente de Gini que mide la desigualdad ilustra un promedio zonal (51,6) muy superior a media mundial (39,5), siendo Venezuela (41,2) el país latinoamericano con menor desigualdad.

 

Por otro lado, es difícil ver cómo podría darse un cambio significativo en la integración económica y comercial de los países de la CELAC cuando un gran número de ellos (México, Chile, Colombia, Perú, Brasil) tienen acuerdos comerciales comprometidos con los países centrales del imperialismo (EEUU y Europa) a quienes ahora se agrega el imperialismo naciente de China.

 

La burguesía nacional y el imperialismo: los mismos intereses

 

Es cierto que la característica más importante de la realidad latinoamericana actual es que la mayoría de los gobiernos tienen una base de apoyo obrera y popular, algunos de ellos surgidos en medio de conmociones revolucionarias y de estallidos populares (Venezuela, Bolivia, Ecuador, Argentina). Eso, en condiciones de un crecimiento económico sostenido durante una década, ha permitido otorgar concesiones a las masas trabajadoras con una mejora parcial en los niveles de vida y una cierta reducción de la pobreza, que ahora se sitúa en el 31% que, con ser elevada, es pese a todo la tasa más baja de las últimas décadas.

 

Pero estos gobiernos no son todopoderosos, y en todos los países sin excepción las palancas fundamentales de la economía siguen en manos de las multinacionales y de las oligarquías parásitas aliadas al imperialismo. Cualquier cambio significativo en los lineamientos económicos del subcontinente deben contar con su apoyo o ser enfrentadas decisivamente.

 

En cierta medida, los grandes objetivos esbozados en la cumbre del CELAC, suponen el tratar de llevar a término importantes tareas democrático-nacionales que han quedado pendientes desde hace 200 años: un desarrollo industrial significativo, desarrollo avanzado de infraestructuras de transporte y comunicación, liberación de la dependencia servil del capital extranjero, etc. Pero la experiencia reciente nos dice que aquellos gobiernos que trataron de avanzar por esta senda –para lo cual tuvieron que enfrentar intereses poderosos, no sólo del imperialismo sino también de las burguesías locales– enfrentaron golpes de Estado, intentos de golpe de Estado y desestabilización política y económica. Este fue el caso concretamente de Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras, Nicaragua, o Argentina. Por eso, cualquier intento de avanzar seriamente, a nivel latinoamericano, en la profundización de reformas democráticas y en la regimentación de una parte de las ganancias capitalistas e imperialistas para proyectos de industrialización, redes de transporte, salud, educación sólo puede tener éxito en combate frontal contra dichos intereses. Negarlo, sería criminal e ilusorio.

 

Intereses políticos divergentes

 

Aparte del aspecto económico de la CELAC existen otros de aspecto político, no menos relevantes. Los Estados latinoamericanos y caribeños no son homogéneos políticamente.

 

Hay países cuyos gobiernos juegan un papel de avanzada en América Latina y son vistos con enorme simpatía por las masas trabajadoras latinoamericanas, pese a que no transcienden el marco del capitalismo y a las limitaciones nacionalistas y reformistas de algunos de ellos. Dejando a un lado el caso especial de Cuba donde todavía el grueso de la economía se mantiene nacionalizada y planificada, tales países son Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua o Argentina.

 

Otros gobiernos de países que también son vistos como “progresistas” son Uruguay, Brasil y Perú.

 

Pero están los que son vistos, con razón, como agentes de los intereses oligárquicos e imperialistas en la región, como los de Chile, Colombia, México, Honduras o Panamá. Es imposible esperar de estos últimos apoyo a medidas que atenten decisivamente contra los intereses de sus amos. Podrán firmar, como lo han hecho, cuantas declaraciones se les presenten a favor de los derechos humanos, de la democracia y de la justicia social; pero en los hechos permanecen como baluartes de la reacción. Por eso fueron estos países los que más oposición presentaron a los intentos de Ecuador y de Venezuela de que el CELAC declarara la denuncia y la inutilidad de la OEA.

 

Como en el caso de UNASUR, los gobiernos reaccionarios actuales de estos países aceptarán participar y someterse a una cierta disciplina para encarar y resolver temas menores que no afecten intereses fundamentales del imperialismo y del capitalismo. Pero, como en el caso del golpe de Honduras, tomarán a carcajada limpia toda condena política o moral por sus acciones reaccionarias. Más aún, en la medida que el procedimiento aprobado por la cumbre de la CELAC en la toma de decisiones vinculantes es el consenso –es decir, la unanimidad y no la votación democrática con mayorías y minorías– siempre tendrán a mano un poder de veto para anular u obstaculizar iniciativas que planteen medidas decisivas contra los intereses imperialistas y capitalistas en la región, aun cuando tengan el apoyo mayoritario de los países que integran la CELAC.

 

Justamente, el precio de aceptar acuerdos por consenso es que los gobiernos reaccionarios, a cambio de aceptar resoluciones “progresistas” terminan imponiendo otras con un carácter abiertamente reaccionario, como el comunicado que hace referencia a la lucha antiterrorista y que está pensado no sólo para grupos insurgentes como las FARC sino para todas las organizaciones que las agencias imperialistas, como la ONU, declaren como “terroristas”. Así, en el comunicado “Lucha contra el terrorismo”, podemos leer:

“Asimismo [los países de la CELAC] , se comprometen a tomar medidas para prevenir, penalizar y eliminar el financiamiento y la preparación de cualquier acto terrorista y a negarle refugio a los instigadores, financiadores, autores, promotores o participantes en actividades terroristas, de conformidad con el marco jurídico internacional, incluyendo las convenciones internacionales respectivas y las resoluciones relevantes de la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

“Instan a todos los Estados a asegurar, de conformidad con el Derecho Internacional, que la condición de refugiado o asilado no sea utilizada de modo ilegítimo por los financiadores, autores, organizadores o patrocinadores de los actos de terrorismo, y que no se reconozca la reivindicación de motivaciones políticas como causa de denegación de las solicitudes de extradición de personas requeridas por la justicia a efectos de decidir sobre su responsabilidad en actos de terrorismo. (las negritas son nuestras).

El otro comunicado que, a nuestro juicio, tiene un carácter reaccionario es el que solicita el apoyo a Colombia para que presida en 2012 la Organización Internacional del Trabajo (OIT), cuando los sucesivos gobiernos colombianos hasta la fecha ostentan el sangriento récord de amparar la mayor matanza reciente de activistas y dirigentes sindicales por bandas de sicarios, contándose por miles los asesinados en los últimos 20 años. Así, esta resolución plantea:

“[Los países de la CELAC] Deciden apoyar la aspiración de Colombia en ocupar la Dirección General de la Organización Internacional del Trabajo con la candidatura del Sr. Angelino Garzón, actual Vicepresidente de la República de Colombia, en las elecciones que tendrán lugar en 2012”.

La lucha antiimperalista sólo puede triunfar como lucha de clases

 

Hay un aspecto final, que esbozamos en un apartado anterior, pero en el que queremos insistir con un énfasis especial. No dudamos de las buenas intenciones de gobiernos y presidentes como los de Venezuela, Hugo Chávez, de Ecuador, Rafael Correa, o de Bolivia, Evo Morales; junto a cientos de miles y millones de activistas populares que consideran que el camino iniciado a través de la CELAC abre un nuevo punto de inflexión en la lucha contra el imperialismo en la región. No somos sectarios dogmáticos y estamos dispuestos a declarar nuestro apoyo a cuanta medida efectiva tome el CELAC para avanzar, aunque no sea más que una pulgada, en la democratización real de nuestros países y en las condiciones de vida de las masas trabajadoras latinoamericanas y caribeñas. Pero, como socialistas revolucionarios, nos vemos obligados a advertir que sin la expropiación de los latifundistas, banqueros y monopolios, imperialistas y latinoamericanos, y sin la planificación socialista armónica y democrática de los ingentes recursos del subcontinente por parte del pueblo trabajador, no hay posibilidad alguna de una real liberación antiimperialista de nuestros países.

Nos parece particularmente funesta la idea de que la liberación nacional pueda darse al margen de la liberación social, saltando por encima de las relaciones de clase. Así, por ejemplo, el presidente uruguayo, Pepe Mujica, luego de declarar correctamente en la cumbre del CELAC que “nosotros también tenemos peores patriotas y peores americanos que los que están afuera, todo eso está como parte de la realidad y del dibujo político”, afirmaba: “Pero no deberemos cometer el error del dogmatismo, acá deben de estar todos, derecha, centro, izquierda, todos los que fueren, y aunque esto encierra contradicciones, es la hora de entender que el peor servicio que les podemos hacer al porvenir es no tener gesto y grandeza de unidad.”

Estas declaraciones del presidente uruguayo encierran la contradicción central del CELAC.

Para abordar la lucha antiimperialista desde el punto de vista marxista, merece la pena trazar un paralelismo con la actuación de los bolcheviques en la Rusia zarista. A este respecto, conviene recordar cómo fue adulterada la política de Lenin por los estalinistas, de una manera que guarda gran semejanza con las ideas que defienden actualmente los sectores reformistas y nacionalistas en Latinoamérica. En su artículo “Sobre las Tesis Sudafricanas”, León Trotsky resumió este debate de la siguiente manera:

 “El arma histórica para la liberación nacional sólo puede ser la lucha de clases. Ya en 1924 la Comintern transformó el programa de liberación nacional de los pueblos coloniales en una hueca abstracción democráti­ca que se eleva por sobre la realidad de las relaciones de clase. En la lucha contra la opresión nacional las distintas clases se liberan (circunstancialmente) de sus intereses materiales y se convierten en simples fuerzas ‘antiimperialistas’ ”.

Y continúa:

“… El Partido Bolchevique defendió el derecho a la autodeterminación de las naciones oprimi­das con los métodos de la lucha de clases proletaria, rechazando totalmente la charlatanería de los bloques «antiimperialistas» con los numerosos partidos «nacionales» pequeñoburgueses de la Rusia zarista (el Partido Socialista Polaco [PPS, partido de Pilsudski en la Polonia zarista], Dashnaki en Armenia, los nacionalistas ucranianos, los judíos sionistas, etcétera).

Los bolcheviques siempre desenmascararon impla­cablemente a estos partidos, así como a los socialrevolucionarios rusos, por sus vacilaciones y su aventu­rerismo, pero especialmente por su mentira ideológica de estar por encima de la lucha de clases. Lenin no cejó en su crítica intransigente aun cuando las cir­cunstancias lo obligaron a concluir con ellos tal o cual acuerdo episódico, estrictamente práctico.

Quedaba fuera de toda discusión cualquier alianza permanente bajo la bandera del «antizarismo». Sólo gracias a esta irreconciliable política de clase logró el bolchevismo, en el momento de la Revolución, des­plazar a los mencheviques, a los socialrevolucionarios, a los partidos pequeñoburgueses nacionales y nuclear alrededor del proletariado a las masas campesinas y a las nacionalidades oprimidas. (Sobre las tesis sudafricanas. 20 de abril de 1935).

La unidad socialista de América Latina

Como explicamos antes, la burguesía nacional tiene mil y un vínculos con los intereses imperialistas en la región. Una lucha decisiva contra el imperialismo implica una lucha decisiva también contra la burguesía nacional. No existe una sola evidencia de la existencia de una oligarquía “cipaya” diferenciada de una burguesía “nacional y popular” en ninguno de nuestros países. La resolución de los ardientes y inaplazables problemas sociales que afectan a la aplastante mayoría de los latinoamericanos (los trabajadores, los campesinos pobres, las minorías nacionales oprimidas, los pobres de la ciudad y del campo) sólo pueden ser abordados recuperando América Latina para los latinoamericanos; es decir, para su inmensa mayoría trabajadora y explotada, con la propiedad común de los recursos económicos y productivos del subcontinente y su planificación democrática.

La única manera realista de poner en pie la “Patria Grande” es con la unidad socialista de América Latina. Una América Latina socialista unida, con sus enormes recursos combinados y la potencia creativa de sus pueblos, dejaría asombrado al resto del mundo por los avances sociales, productivos y culturales que conquistaría en pocos años, y en el transfondo de la aguda crisis capitalista que se extiende por todas partes, sería una estela a la que seguirían y a la que se unirían los cientos y miles de millones de trabajadores y pueblos explotados de Europa, Asia, África, Oceanía y sí, también de América del Norte.


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