La lucha contra el reformismo – Editorial del número 4 de En Defensa del Marxismo

El hilo conductor de nuestro artículo principal de este número, “Lecciones de Grecia”, es el problema del reformismo: la creencia de que los males de la sociedad, como la guerra y la pobreza, pueden eliminarse gradualmente, sin el derrocamiento revolucionario del sistema capitalista.

Esto se expresa más comúnmente en el argumento de que el movimiento obrero debe limitarse a luchar por lo que sea más inmediatamente alcanzable. Se argumenta que, con cada pequeña victoria, la clase obrera mejora su situación y se hace más fuerte, avanzando de manera lenta pero segura por el camino hacia su emancipación. Cualquier discusión sobre el “objetivo final” del movimiento, como el socialismo, se convierte así en algo académico.

Para muchos, esto parece una alternativa más realista y “práctica” que luchar por la revolución socialista. Al fin y al cabo, promete el cambio sin riesgo de violencia ni inestabilidad de ningún tipo.

A veces, estos argumentos pueden incluso parecer veraces. Durante los períodos de auge capitalista sustancial, los capitalistas han podido permitirse una serie de reformas democráticas y sociales significativas, al menos en los países capitalistas avanzados. El período del auge de la socialdemocracia, que condujo a la Primera Guerra Mundial, fue uno de esos períodos. También lo fueron los llamados “treinta años gloriosos” que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial.

Pero la historia demuestra que el progreso pacífico y gradual es imposible bajo el capitalismo. Las crisis periódicas sumen al sistema entero en una crisis. Y en el período de declive del capitalismo, estas crisis se han vuelto más profundas y duraderas.

Crisis

El siglo XX reveló la rapidez con la que el reformismo se convierte en su contrario. En Europa, cuna de la socialdemocracia, el período de prosperidad fue sustituido finalmente por el desempleo masivo, la guerra civil y, en muchos lugares, el fascismo en los años 30.

Al vincular los objetivos, los métodos e incluso la perspectiva del movimiento obrero a las estructuras del capitalismo, los reformistas fueron incapaces de defender las conquistas del pasado, y mucho menos de conquistar otras nuevas. Peor aún, muchos colaboraron en guerras imperialistas y ataques contra los trabajadores para mantener la estabilidad de sus propios Estados capitalistas.

Trotski escribió en 1935:

“Sin reformas no hay reformismo y sin capitalismo próspero no hay reformas. La derecha reformista se vuelve antirreformista en el sentido de que ayuda directa o indirectamente a la burguesía a aplastar las viejas conquistas de la clase obrera”.

Hoy, la crisis del capitalismo también se expresa como crisis del reformismo.

Desde el fin del boom de la posguerra en la década de 1970, las conquistas de la clase obrera han sido desmanteladas lenta y dolorosamente en todo el mundo. Las reformas se han convertido en contrarreformas. El mismo Partido Laborista británico que introdujo el bienestar “de la cuna a la tumba” en la década de 1940 ahora está recortando 5.000 millones de libras en ayudas por discapacidad.

A raíz de la crisis de 2008, millones de trabajadores y jóvenes se orientaron hacia la izquierda, impulsando el surgimiento de nuevos movimientos en todo el mundo. Syriza en Grecia, Podemos en España, Corbyn en Gran Bretaña, Mélenchon en Francia y Sanders en Estados Unidos lograron un apoyo masivo al exigir un cambio radical, a menudo invocando el “socialismo”.

Bernie Sanders y Joe Biden, octubre 2024. / Image: dominio público

Sin embargo, todos ellos compartían la ilusión de que se podía arreglar el capitalismo mediante políticas inteligentes y la intervención del Estado. A pesar de su retórica socialista, su objetivo era regular el capitalismo, no abolirlo. La austeridad se consideraba, y se sigue considerando, como algo opcional, impulsado por la desagradable ideología “neoliberal”, y no como el resultado necesario de la crisis capitalista.

Ninguno de estos movimientos ha llevado a cabo ni una sola reforma significativa. En Gran Bretaña, Corbyn capituló ante la presión de la derecha sobre el antisemitismo y el “Brexit”, lo que llevó a la destrucción de su movimiento.

Sanders ha respaldado a todos los candidatos presentados por el establishment Demócrata desde 2016, en nombre de “parar a Trump”.

En Grecia, Syriza obtuvo un mandato histórico para oponerse a la austeridad, solo para capitular ante las exigencias del capital financiero internacional, con consecuencias terribles para las masas griegas.

En todos los casos, ante la fuerte resistencia de la clase dominante, los dirigentes reformistas de izquierda retrocedieron.

Como resultado, la “izquierda” ha quedado completamente desacreditada. Pero la rabia en la base de la sociedad no ha desaparecido. En cambio, un sector significativo de la clase trabajadora se ha orientado hacia figuras como Trump, “Reform UK” y “Alternative für Deutschland”, con la esperanza de que ofrezcan una salida a la crisis.

Traición

¿Por qué ocurrió esto? La razón se puede resumir en las palabras de Trotski: “El que se inclina ante los hechos consumados es incapaz de preparar el porvenir”.

La perspectiva de todos los reformistas se caracteriza por la forma más cruda de empirismo. De hecho, los propios reformistas se jactan con orgullo de su “pragmatismo”. Toman como punto de partida los “hechos” inmediatamente disponibles y basan toda su estrategia en este fundamento.

La propiedad y el control de la economía por parte de la clase capitalista es un hecho innegable; la existencia y el poder del Estado burgués es, igualmente, un hecho. En las llamadas “democracias liberales”, la aprobación de leyes por el parlamento, el sufragio universal, los sindicatos, etc., forman parte de la realidad.

La mayoría de los reformistas reconocen como un hecho la existencia de la clase obrera. Pero la idea de que la clase obrera pueda sustituir al Estado burgués y dirigir la sociedad por sí misma es rechazada como “utópica”. ¿Por qué? Porque los trabajadores aún no lo están haciendo.

En consecuencia, el Estado burgués se convierte en “el Estado” en general; la democracia burguesa se convierte en “la democracia” en general; las relaciones capitalistas se convierten en “la economía” en general; los principios ideológicos de la clase dominante, como su código moral, se convierten en “valores” y “moralidad” universales en general.

En resumen, para el reformista, el orden capitalista es el orden mismo, el único orden que existe y el único que puede existir. Por lo tanto, cualquier cosa que amenace el colapso de este orden es impensable.

Por eso los líderes reformistas a menudo temen a los mismos movimientos que ellos mismos desatan. Para ellos, la clase obrera no es una fuerza revolucionaria que debe ser movilizada para derrocar el orden existente, sino una masa que debe ser “representada”. Las movilizaciones masivas y las huelgas, por lo tanto, no son más que moneda de cambio en negociaciones perpetuas con los patrones.

Cuando las luchas de los trabajadores comienzan a amenazar los cimientos del sistema, se retiran presa del pánico. Con dirigentes como estos, la clase obrera no puede esperar nada más que derrotas en el período actual.

Una manifestación en apoyo a Gustavo Petro en Bogotá, marzo de 2025. / Imagen: AP, Alamy

Sectarismo

A través del estudio científico de la lucha de clases a lo largo de la historia, el marxismo ha establecido que los males del capitalismo no pueden ser eliminados sin el derrocamiento consciente del capitalismo por parte de la clase obrera.

Por lo tanto, el primer deber de los comunistas genuinos es luchar por la independencia de clase del movimiento obrero. Esto incluye la necesidad de desenmascarar y resistir todos los intentos de atar el movimiento al sistema capitalista y sus instituciones, como el Estado burgués. Esta es la “primera letra del alfabeto comunista”, por usar la expresión de Trotski.

Pero, como podría decirte un niño de seis años, hay otras letras en el alfabeto, y es necesario establecer una clara distinción entre el reformismo de los dirigentes de la clase obrera y la lucha por las reformas en parte de los propios trabajadores.

A menudo, ambos coinciden. Los reformistas ofrecen reformas y los trabajadores los siguen con la esperanza de lograr mejoras tangibles. Algunos marxistas podrían sentirse tentados a descartar las “ilusiones reformistas” de las masas. Su solución es informar a los trabajadores de que están cometiendo un error, que sus dirigentes los traicionarán y que no deben perder el tiempo votando a políticos reformistas.

Todo esto está muy bien en teoría. Al fin y al cabo, tal argumento se basaría en una profunda verdad: que el reformismo en un periodo de crisis capitalista no puede proporcionar las reformas que exigen las masas. Pero seguiría siendo totalmente contraproducente y falso, precisamente porque es tan abstracto.

Limitarse a dar lecciones a la clase obrera sobre la necesidad de derrocar el capitalismo, sin conectar esta verdad general con las demandas concretas del movimiento vivo, es el sello distintivo del sectarismo. Como explicó Trotski:

“Para el sectario, la vida social es una gran escuela y él su profesor. Opina que la clase obrera debería dejar de lado las cuestiones de poca importancia y agruparse alrededor de su tribuna profesoral. Así se realizaría la tarea”.

Conciencia

No basta con afirmar que los trabajadores deben convertirse en revolucionarios. Es necesario comprender cómo se desarrolla realmente la conciencia revolucionaria. Y se desarrolla dialécticamente, en saltos dramáticos, impulsada por la lucha por cambiar la sociedad en la práctica, no en la teoría.

Esto es especialmente cierto en momentos de crisis, cuando el capitalismo no puede permitirse ni siquiera reformas básicas.

En 1922, la Internacional Comunista observaba:

“Dada la situación general del movimiento obrero actual, cualquier acción de masas seria, aunque comience con consignas parciales, pondrá inevitablemente en primer plano las cuestiones más generales y fundamentales de la revolución”.

Cuatro años más tarde, más de tres millones de trabajadores británicos participaron en una huelga general bajo el lema: “Ni un penique menos en el salario, ni un minuto más en la jornada”. Lo que comenzó como una lucha defensiva contra la embestida de los empresarios se convirtió en una confrontación directa entre la clase obrera y toda la fuerza del Estado británico, en la que los trabajadores podrían haber tomado el poder.

El potencial para saltos similares existe en abundancia en todo el mundo hoy en día. En Colombia, millones de personas eligieron a Gustavo Petro como el primer presidente de izquierda del país con la promesa de una serie de reformas en las condiciones laborales, la sanidad, las pensiones y más.

Petro ha dejado claro que quiere establecer una forma de “capitalismo humano” en Colombia, no el socialismo. Sin embargo, millones de trabajadores apoyan a su Gobierno y su programa de reformas, porque lo ven como un intento de satisfacer sus urgentes demandas de una vida mejor.

El problema es que el capitalismo colombiano es incapaz de satisfacer estas demandas. Por lo tanto, la clase dominante ha librado una feroz batalla en los medios de comunicación, el Congreso y los tribunales para bloquear y frustrar las reformas.

Cuando Petro convocó movilizaciones masivas para apoyar una consulta popular sobre varias de sus reformas, no tenía ninguna intención de ir más allá de los límites de la democracia burguesa. Más bien, esperaba utilizar la presión de las masas para forzar un compromiso por parte de la clase dominante. Pero las intenciones de Petro no son necesariamente las mismas que las de los trabajadores y los jóvenes.

Impulsadas por el llamamiento de Petro, se formaron asambleas populares llamadas cabildos para organizar el movimiento. La capa más combativa de las asambleas ha comenzado a convocar un Paro Nacional indefinido, haciéndose eco del movimiento insurreccional que derrotó al gobierno derechista de Iván Duque en 2021.

Temiendo la propagación de un movimiento revolucionario de masas, la clase dominante colombiana ha dado un retroceso temporal, permitiendo que el proyecto de ley de reforma laboral de Petro fuera aprobado por el Congreso en junio. Pero a medida que se agrava la crisis del capitalismo en Colombia, las maniobras de la clase dominante continuarán y la radicalización de las masas podría crecer fácilmente, lo que las pondría en curso de colisión con los límites del reformismo de Petro.

Hay momentos en la lucha de clases en los que los trabajadores dicen: “¡No daremos marcha atrás!”. Lenin identificó esto como una de las condiciones esenciales para una revolución. Ese momento se alcanzó en Grecia en 2015.

Cuando el gobierno de Syriza convocó un referéndum sobre el paquete de austeridad exigido por los acreedores del país, todas las demandas de las masas griegas se concentraron en una sola palabra: “Oxi!” — “¡No!”.

Lo que los dirigentes pretendían que fuera una simple votación para reforzar su posición en las negociaciones llevó a las masas a levantarse en un movimiento que podría haber roto por completo con el capitalismo y desencadenado una ola revolucionaria en Europa.

Pero es precisamente aquí donde la cuestión de la dirección se vuelve decisiva.

Como vimos en Grecia, una dirección reformista no puede ofrecer ningún camino a seguir. La contradicción entre las palabras y los hechos de los reformistas se eleva a un nivel insoportable y el movimiento se ve sumido en una crisis.

Petrogrado, abril de 1917. El lema bolchevique «¡Todo el poder àra los Soviets!» puede verse en las pancartas de los trabajadores. / Imagen: dominio público

Nuestro papel

Cabría preguntarse: si hemos llegado a un punto en que los trabajadores se han radicalizado tanto, ¿por qué no destituyen a sus líderes y toman el poder ellos mismos?

Si los trabajadores pudieran improvisar una dirección revolucionaria, entonces un partido revolucionario sería innecesario y, francamente, ya estaríamos viviendo bajo el socialismo.

El papel del partido revolucionario no es oponer la revolución a la reforma, sino tender un puente entre ambas. Como explicó Rosa Luxemburgo en su panfleto Reforma o revolución: “Entre la reforma social y la revolución existe, [para los marxistas], un vínculo indisoluble”.

Pero para pasar de las palabras a los hechos, el partido debe ser capaz de ganarse la confianza de la mayoría de la clase obrera. Las cuestiones de estrategia se convierten así en problemas de táctica.

Los comunistas deben ser capaces de ver el mundo a través de los ojos de la clase obrera. Debemos partir de la conciencia de las masas tal y como es ahora, incluyendo cualquier ilusión que puedan tener —en los dirigentes reformistas, en las reivindicaciones democráticas, en la cuestión nacional, etc.— y conectarla con la necesidad de que la clase obrera controle la sociedad.

Si los comunistas consideramos que las masas se equivocan en sus reivindicaciones o en la elección de sus dirigentes, debemos decirles la verdad. Pero no dándoles lecciones desde la barrera. Primero, debemos demostrar que estamos dispuestos a luchar junto a ellos en cualquier terreno de batalla que elijan.

Este fue el enfoque propuesto por Marx y Engels; esto es lo que Trotski defendió a lo largo de su vida, sobre todo en El programa de transición; y fue este enfoque el que permitió al Partido Bolchevique llevar a cabo la mayor revolución de la historia, en octubre de 1917.

En la primavera de 1917, la mayoría de los trabajadores miraban hacia partidos reformistas como los mencheviques. En lugar de limitarse a decirles a los trabajadores que abandonaran a los reformistas, Lenin anunció públicamente que estos partidos debían tomar el poder en sus manos, pero rechazando cualquier colaboración con la clase dominante y sus agentes. Esto fue muy eficaz porque reflejaba exactamente lo que la mayoría de los trabajadores querían en ese momento y demostraba que los reformistas no podían satisfacer las exigencias de los trabajadores en la práctica.

Del mismo modo, las reivindicaciones de los bolcheviques a favor de una Asamblea Constituyente y la distribución de la tierra a los campesinos no eran en absoluto reivindicaciones socialistas, sino que procedían directamente de las exigencias de las masas. Pero los bolcheviques les dieron un carácter revolucionario y transitorio al explicar que la única manera de lograr estas reivindicaciones era que los obreros y los campesinos tomaran el poder a través de los soviets (consejos) que habían creado en la lucha y las llevaran a cabo ellos mismos.

El consejo de Lenin a los bolcheviques fue: “¡Explicar pacientemente!”. De esta manera, los trabajadores sacaron sus propias conclusiones y se orientaron hacia los bolcheviques como el único partido que podía realmente llevar a cabo las reformas por las que luchaban. Sin esto, la Revolución de Octubre nunca habría tenido lugar.

Lenin y Trotsky, mayo de 1920. / Imagen: dominio público

Nuestra tarea

El período que se avecina ofrecerá muchas oportunidades a los comunistas revolucionarios, pero también supondrá duras pruebas.

Si no somos capaces de atraer a los obreros y jóvenes más avanzados a nuestras filas, cualquier pretensión de ser una alternativa revolucionaria a la dirección actual quedará en papel mojado. La lucha contra el reformismo hoy en día no es otra cosa que la lucha por superar nuestro propio aislamiento.

En los países donde los comunistas revolucionarios apenas están comenzando a organizarse, la tarea de ganar a la vanguardia de la clase obrera sigue siendo solo una perspectiva futura. Pero incluso aquí debemos formar cuadros marxistas completos, comunistas auténticos, que no solo sean capaces de identificar los errores de los líderes obreros, sino también de comprender los sentimientos de los propios trabajadores. Solo así podremos fortalecer verdaderamente las fuerzas del comunismo en todo el mundo.

Comprender la relación entre la lucha por las reformas, el reformismo y la revolución es la piedra de toque de cualquier tendencia revolucionaria. Cualquiera que no comprenda esto, en el mejor de los casos, puede desempeñar el papel de una sociedad de propaganda comunista, pero nunca el de un partido de la revolución proletaria.

Esta es nuestra tarea. Si queremos tener éxito, debemos absorber las lecciones del pasado.

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