Las bases teóricas del debate acerca de investir a Mas – Liberación nacional y lucha de clases
Muy a menudo, en los debates del movimiento anticapitalista, y a veces sin ser conscientes, se repiten viejas temáticas y argumentos. Es por ello, para sacar las lecciones y afilar nuestras tácticas y estrategias hoy, y no por ningún tipo de academicismo, por lo que los marxistas estudiamos detenidamente las experiencias pasadas del movimiento obrero y socialista. Los dilemas a los que hoy se enfrenta la CUP recuerdan a problemáticas muy antiguas.
Por un lado, hay algunos compañeros que están dispuestos a aceptar la colaboración de clases en la lucha por la independencia, apoyando una dirección burguesa. Incluso, hay algunos que hablan abiertamente de una «burguesía progresista» o «burguesía nacional» que hay que apoyar, o que es necesario incluir, y de la necesidad por tanto de detener la lucha de clases para alcanzar la república catalana. Por otro lado, están los que mantienen una posición de independencia de clase, defendiendo que la liberación nacional tiene que venir de la mano de la revolución social, y que el aliado en esta tarea no puede ser un demagogo burgués como Artur Mas, sino que más bien debe ser la clase obrera del resto del Estado.
Como veremos a continuación, desde que en el siglo XIX surgió un movimiento obrero con ideas propias, no hay ningún ejemplo de una burguesía genuinamente progresista que haya encabezado un verdadero proceso de liberación, sobre todo cuando se ha visto confrontada con el peligro del proletariado organizado. Los intentos históricos de relegar las tareas de la liberación nacional y democrático a la burguesía han conducido siempre al desastre.
Contenido
- 1 Burguesía revolucionaria y burguesía contrarrevolucionaria
- 2 La revolución rusa y el marxismo ruso
- 3 El estalinismo y los frentes populares
- 4 La «burguesía progresista» no existe
- 5 Cataluña: de la experiencia de Cambó a CDC
- 6 El presente: las dos almas de la CUP
- 7 Poble Lliure: etapismo y colaboración de clase
- 8 Endavant-OSAN: independencia y socialismo
- 9 La Anecup y las perspectivas para Cataluña
Burguesía revolucionaria y burguesía contrarrevolucionaria
En sus orígenes, la burguesía jugó un papel revolucionario contra el viejo sistema feudal. En los siglos XVII y XVIII encabezó auténticas revoluciones en Inglaterra, en Norteamérica, en Francia. Era una clase nueva, surgida de los mercaderes de las ciudades medievales, que gradualmente entró en conflicto con las aristocracias, las jerarquías eclesiásticas y las autocracias que dominaban el feudalismo. Este en sus inicios fue un conflicto económico para dotarse de un marco legal favorable para las nuevas relaciones de producción capitalista, pero se reflejó en la esfera ideológica en la lucha por las ideas racionalistas de la ilustración contra la monarquía absolutista y el oscurantismo religioso. En este periodo la clase obrera estaba demasiado fragmentada y subdesarrollada para jugar un papel independiente. Fue, junto a los agricultores, una fuerza importante en las revoluciones burguesas, pero siempre bajo la dirección de la burguesía, que dirigía estas clases oprimidas contra las élites feudales. Además con el surgimiento del capitalismo la burguesía impulsó la constitución de los estados nacionales como una manera de unificar países, utilizando la lengua como vehículo para alcanzar un mercado único que facilitara el desarrollo de la actividad económica y comercial.
Como Marx y Engels explicaban ya en el Manifiesto Comunista, pero, a lo largo del siglo XIX eso cambió. La burguesía pasó de ser una fuerza revolucionaria a ser una fuerza contrarrevolucionaria. El sistema capitalista desplazó el feudalismo para transformar el mundo entero. Incluso en los países donde no hubo ninguna revolución burguesa, como en España o la Rusia zarista, el capitalismo penetró con la ayuda del capital extranjero y prendió dentro del viejo orden. El aristócrata terrateniente desarrolló intereses industriales, la iglesia hipotecó sus haciendas, mientras que las viejas monarquías acabaron endeudadas con el gran capital financiero. En este proceso de expansión por el mundo, el capitalismo sentó las bases de su declive: las crisis de sobreproducción, que reflejaban los límites del sistema de mercado, con su anarquía inherente, para desarrollar eficazmente una economía industrial avanzada. La burguesía pasó entonces de ser una fuerza transformadora a un obstáculo al progreso. Como decían Marx y Engels: «Las condiciones de producción y de cambio de la burguesía, el régimen burgués de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró». Se generó el potencial para superar el sistema capitalista y utilizar la tecnología y la enorme productividad acumulada de manera racional y armoniosa. Al mismo tiempo, la clase obrera que en las revoluciones de los siglos previos había sido demasiado débil para jugar un papel independiente, se fortaleció y armó de ideas y organizaciones propias.
Es por ello que la contradicción principal en las sociedades modernas es, desde hace mucho tiempo, entre capital y trabajo, no entre diferentes sectores de las clases dominantes. Esto se empezó a ver en el siglo XIX, cuando, enfrentada a los trabajadores, la burguesía de los países que habían llegado tarde al desarrollo capitalista se empezó a poner del lado del viejo orden, que por otra parte ya habían infiltrado y subordinado económicamente. Este fue el caso de las revoluciones de 1848, o en el Estado español durante los levantamientos populares de los años 1868 a 73.
La revolución rusa y el marxismo ruso
Plejanov y Struve
Estas posiciones enfrentadas han existido tradicionalmente en los movimientos revolucionarios de los países donde existe la cuestión nacional o donde el gobierno está dominado por instituciones feudales y la burguesía está enfrentada a las viejas oligarquías terratenientes. Ambas situaciones se daban en la Rusia zarista, donde los marxistas debían combinar la lucha por el socialismo con la lucha contra la autocracia y por la liberación de los pueblos oprimidos del imperio, una auténtica prisión de los pueblos. Desde un primer momento, en los años 1880, surgieron dos posiciones en el seno del marxismo ruso. Georgi Plejánov, considerado el padre del marxismo ruso, defendió la independencia de clase del proletariado y su hegemonía en la lucha contra el zar: no se podían aguar los programas y las consignas para agradar a los liberales. Como decía Plejánov: «en ningún caso se puede asustar a los obreros con la excusa de no asustar a los liberales». Por otra parte, Piotr Struve, principal representante del llamado «marxismo legal», planteaba que la lucha política contra la autocracia debía encabezar la burguesía liberal, mientras los marxistas debían desarrollar la lucha económica para la mejora de las condiciones del proletariado. El socialismo era relegado al futuro lejano, cuando Rusia fuera una democracia burguesa avanzada, donde las nacionalidades oprimidas disfrutarían de autonomía, y donde el proletariado estaría altamente educado y organizado. Primero, Rusia debería pasar por una etapa de democratización y desarrollo bajo la dirección de la burguesía liberal.
Esta polémica la retomó Lenin a los años 1890 y 1900. Él defendió la independencia y hegemonía de la clase obrera frente a los llamados economistas, que repetían las ideas de Struve, y contra los mencheviques, que argüían que Rusia tenía que pasar por una etapa diferenciada de revolución burguesa dirigida por los liberales. También Leon Trotsky se opuso a estas tendencias, enarbolando la idea de la «revolución permanente», que iba más allá incluso que las concepciones de Lenin. Este defendía que la lucha contra el zarismo no podía encabezar la burguesía liberal, que ya había agotado su potencial progresista. La revolución debía ser dirigida por el proletariado aliado con los campesinos pobres. Ahora bien, Lenin no pensaba aunque se pudiera hablar de socialismo en la atrasada y subdesarrollada Rusia. El proletariado encabezaría una revolución fundamentalmente burguesa en cuanto a sus tareas, que aseguraría la democratización del país, la eliminación de las reliquias feudales, y el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas. Trotsky, sin embargo, después de la revolución rusa de 1905, llegó a la conclusión que el desarrollo desigual y combinado del capitalismo mundial había producido en Rusia un proletariado pequeño pero muy avanzado, concentrado en grandes ciudades y que gozaba de la experiencia del movimiento obrero occidental. Además, la burguesía rusa, a través del capital financiero, estaba estrechamente vinculada a las viejas élites feudales y no dudaría en ponerse del lado de la autocracia en caso de desórdenes revolucionarios. La clase obrera rusa comenzaría una revolución que desmantelaría el viejo orden zarista pero que podría ir más allá, hacia el socialismo, siempre que la revolución se extendiera a los países avanzados de occidente.
Las perspectivas de Trotsky se confirmaron en 1917, cuando Lenin también llegó a la conclusión de que la revolución debía ir en una dirección socialista. El zarismo fue derrocado en febrero por el proletariado ruso, poniéndose a la cabeza de los agricultores y los soldados. Sin embargo el poder oficial, gracias a la línea conciliadora de los mencheviques y los socialistas revolucionarios, cayó primero en manos de un ejecutivo burgués: el gobierno provisional de Kerensky. A lo largo de la primavera de 1917, sin embargo, creció la disconformidad de las masas con el gobierno provisional, que continuaba la guerra y se mostraba adverso a implementar ninguna reforma importante. Los sóviets, los consejos creados en el fragor de la batalla por el proletariado, continuaron acumulando fuerza y la línea revolucionaria de los bolcheviques se hizo cada vez más influyente. Al mismo tiempo, frente al peligro del movimiento obrero, la «burguesía progresista» comenzó a agruparse bajo las banderas de la contrarrevolución más oscura. No hubo ninguna «etapa de democratización burguesa» en Rusia. En agosto de 1917, los burgueses liberales, e incluso partes de la izquierda conciliadora, apoyaron el golpe de Estado reaccionario fallido del general Kornilov. Más tarde, después de la toma del poder por los sóviets en octubre, los liberales y la izquierda conciliadora participaron en la guerra civil contra el nuevo poder bajo la dirección de los viejos oficiales zaristas y con un programa de restauración del viejo orden autocrático. Irónicamente, el «marxista» Struve sirvió al gobierno contrarrevolucionario del general Wrangel: la conclusión lógica de una línea que confiaba la democratización de Rusia a una burguesía que hacía mucho tiempo que había dejado de ser progresista. Fueron los bolcheviques con una línea revolucionaria los que democratizaron Rusia, asegurando también el derecho a la autodeterminación de los pueblos del antiguo imperio.
El estalinismo y los frentes populares
Las viejas ideas etapistas de los mencheviques renacieron bajo Stalin. Este dirigió un proceso contrarrevolucionario violento dentro de la Unión Soviética en interés de la nueva burocracia que floreció con el aislamiento de la revolución en la atrasada Rusia. Cabe mencionar además que el estalinismo restauró el viejo chovinismo ruso contra la autonomía que disfrutaban las minorías nacionales desde 1917. Esta contrarrevolución encubierta se reflejó también en el movimiento comunista internacional, que la burocracia soviética controlaba a través de la Internacional Comunista y que comenzaron a utilizar no como un instrumento revolucionario sino como una herramienta en su política exterior.
En 1925 se desarrolló un poderoso movimiento revolucionario en China, encabezado por los obreros de Shanghai y Cantón, pero que empezó a movilizar a los agricultores empobrecidos que componían la mayoría de la población del país. La China de los años 20 era bastante similar a la antigua Rusia zarista: dominada por élites feudales y por señores de la guerra, con un estado autoritario y atrasado, y con numerosas nacionalidades oprimidas y a la vez sometida a la opresión imperialista. Las tareas de la revolución, entonces, no eran exclusivamente anticapitalistas, sino que tenían que alcanzar también la democratización del país, el reparto de la tierra y la liberación nacional y unificación de China.
La Internacional Comunista, dirigida por Stalin y Zinoviev, recomendó al partido comunista chino que estableciera una alianza con la «burguesía progresista», supuestamente representada por el partido patriótico Kuomintang de Chiang Kai-shek. Éste, enfrascado en una guerra con los señores feudales del norte, aceptó la alianza. Contrario a las opiniones expresadas por Lenin anteriormente y a las propias resoluciones de los congresos de la Internacional Comunista sobre la cuestión nacional y colonial, Stalin empujó al joven Partido Comunista Chino a integrarse en el Kuomintang. En 1926 y 27 el movimiento revolucionario del sur alcanzó proporciones extraordinarias de manera semi-espontánea, con la formación de poderosos soviets en Shanghai y la expansión de la revolución en el campo y otras ciudades. Con una línea audaz y revolucionaria, se podría haber derribado el feudalismo y el capitalismo en toda China. El Kuomintang, sin embargo, con el espacio que le daba el pacto con los comunistas, se reagrupaba al norte, acumulando sus fuerzas y tramando la contrarrevolución con el apoyo de los capitalistas extranjeros.
Trotsky alertó de la línea irresponsable de la Internacional. En abril de 1927, las fuerzas de Chiang Kai-shek entraron en Shanghai y masacraron a miles de comunistas y activistas obreros. Para salvar la cara, la Internacional llevó a cabo un levantamiento suicida y catastrófico en Cantón. Tras el desastre de 1927, los debilitados comunistas chinos huyeron a las montañas donde formaron guerrillas. La bancarrota y el carácter reaccionario de la burguesía china se confirmaron claramente. Al final, la necesidad de la revolución socialista en China se impuso y cuando el ejército rojo de Mao tomó el poder en 1949 tras más de veinte años de guerra civil, se vio obligado a hacerlo sin ningún apoyo de ningún sector de la burguesía nacional, sino al contrario, expropiandola. Todo esto se podría haber evitado con una línea de independencia de clase desde en 1925 hasta el 27.
El etapismo retornó con fuerza en el séptimo congreso de la Internacional Comunista en 1935, donde se desarrolló la teoría del frente popular, que no era más que una reformulación de las viejas teorías del menchevismo. Se decía que ante la amenaza del fascismo había que colaborar con la «burguesía progresista y democrática», ya que supuestamente el fascismo era una forma de contrarrevolución «feudal» – no burguesa. Por lo tanto, había que aguar el programa y la línea de los partidos comunistas para no asustar a los liberales. Se renunciaba así a la lucha revolucionaria contra el fascismo. Pero, como explicaba Trotsky, «el fascismo no es una reacción feudal, sino burguesa. Una lucha victoriosa contra la reacción burguesa sólo puede hacerse con las fuerzas y los métodos de la revolución proletaria».
Esta perspectiva se confirmó en España con el inicio de la guerra civil en 1936. Franco fue detenido en julio no por el gobierno republicano de Azaña, que despavorido trataba de negociar con los golpistas, sino por las masas obreras en las calles, particularmente en Barcelona, donde el proletariado anarcosindicalista de la CNT tenía tradiciones revolucionarias bien arraigadas. La derrota del levantamiento en toda la mitad noreste de España marcó el inicio de un proceso revolucionario donde las masas comenzaron a sentar las bases de un nuevo orden, creando comités obreros, milicias armadas, tomando las fábricas y haciendas, y que llegó a su punto álgido en Cataluña. Las direcciones de la CNT y del POUM, pero, una lastrada por sus prejuicios anarquistas, la otra por miedo a encontrarse aislada, dejaron el poder oficial en manos del gobierno republicano en Valencia y de la Generalitat en Cataluña. Los políticos que estaban en el frente de estos gobiernos, como Azaña, Negrín, Giral, Irujo o Companys, aliados con el PCE, y que trataban de mantener el orden burgués en la zona republicana, eran la sombra caricaturesca de la burguesía española, que en su mayoría había desertado al campo de Franco, huido al extranjero o se escondía esperando la llegada de los nacionales. Desde sus posiciones de poder, sin embargo, los republicanos y los estalinistas desmantelaron violentamente las conquistas de la revolución.
Cabe mencionar que los sectores decisivos de la clase dirigente catalana, representados por Cambó, se pasaron al lado de Franco. En el momento crucial, enfrentados a la posibilidad de una revolución social que se lo tomara todo, prefirieron defender sus intereses de clase aunque ello significara la destrucción de la Generalitat, del Estatuto y el aplastamiento de la lengua y cultura catalana.
Stalin por su lado quería mostrar a los imperialistas ingleses y franceses que era un aliado fiable, es decir, que no buscaba la revolución en otros países. Por eso tenía que aplastar la revolución en España, apoyándose en la pequeña burguesía republicana. La derrota de la revolución en el campo republicano (con la disolución de las milicias, los comités, etc) preparó la victoria del fascismo, desmoralizando y debilitando a la clase obrera que en 1936 había parado a Franco. También se frenó en seco cualquier intento de dar la autodeterminación en el Marruecos español por temor a que esto agitara al Marruecos francés. Marruecos era la base desde donde se lanzó el golpe de estado, con una población con una tradición anticolonialista que los antifascistas podrían haberse ganado con una línea audaz a favor de su libertad nacional.
Stalin continuó utilizando la línea de conciliación de clases y del etapismo después de la Segunda Guerra Mundial para descarrilar otras revoluciones, como fue el caso en Grecia en 1944 a 49. El país fue ocupado por los nazis en 1941, y pronto se desarrolló un movimiento de resistencia masivo encabezado por los comunistas y con una base abrumadoramente obrera y campesina. La burguesía griega casi no participó en la resistencia. De hecho, la mayoría colaboró con los nazis, más asustados del carácter revolucionario del movimiento antifascista que de la ocupación. Los políticos burgueses que no colaboraron huyeron al Cairo, donde pasaron la guerra peleándose bajo la protección de los ingleses. Grecia fue liberada en 1944 por los heroicos comunistas griegos, que, utilizando métodos revolucionarios, derrotaron a un poderoso ejército moderno. Stalin, sin embargo, llegó a un pacto con Winston Churchill en octubre de 1944, «el acuerdo de los porcentajes», que estipulaba que a cambio de que Inglaterra aceptara el dominio soviético de Rumania, Moscú aceptaría una Grecia capitalista bajo la órbita de Londres. Por lo tanto, Stalin obligó a los comunistas griegos a retomar la teoría del frente popular para aceptar el regreso del régimen burgués en Grecia y dar una justificación teórica a esta terrible capitulación. A pesar de dominar todo el país con sus milicias y tener el poder de facto, los comunistas comenzaron a entregar sus armas a los ingleses. Entraron en minoría en el gobierno liberal de Papandreou, justificándolo con la necesidad de colaborar con la burguesía progresista por la liberación y la democratización del país. Entonces, la burguesía griega, con el apoyo de los ingleses y los americanos, comenzó a purgar y reprimir abiertamente a la izquierda griega. Esto provocó un levantamiento espontáneo en Atenas en diciembre de 1944, que la dirección comunista, con órdenes de Moscú, detuvo en pocos días. La represión sin embargo continuó a lo largo de 1945, mientras la dirección del partido comunista hablaba «de unidad nacional» y se dejaba masacrar pasivamente. En 1946 la situación se volvió insoportable y los comunistas volvieron a tomar las armas, pero la izquierda griega estaba ya desmoralizada y diezmada. En 1949 las últimas guerrillas comunistas, que en 1944 controlaban toda Grecia, abandonaron el país en una derrota mala e innecesaria fruto de la línea conciliadora de los estalinistas.
El etapismo en el movimiento anticapitalista continuó tras la muerte de Stalin. En la Indonesia de los años 60 el partido comunista contaba con tres millones de militantes. Era una fuerza en ascenso con posibilidades de tomar el poder. No obstante, en lugar de desarrollar una línea de independencia de clase, apoyaron al presidente nacionalista Sukarno, otro «burgués progresista». A pesar de su retórica patriótica y antiimperialista, Sukarno presidió un estado capitalista con un ejército lleno de generales reaccionarios. La fe en este político burgués dejó a los comunistas desarmados y desprotegidos. En 1967 la burguesía indonesia y los americanos apoyaron al general Suharto para lanzar un golpe de estado contra Sukarno y, más importante aún, contra el movimiento comunista más poderoso fuera del bloque soviético. Entre uno y tres millones de militantes de izquierdas fueron masacrados por la dictadura de Suharto.
Desafortunadamente, se podrían dar más ejemplos de los peligros del etapismo y confiar en el supuesto progresismo de los políticos y hombres de estado burgueses: Italia en 1920-22, Chile 1973, Congo 1961… Hay que señalar que el etapismo a menudo no parte de una reflexión teórica profunda, porque, como hemos visto, cualquier análisis honesto muestra que no tiene ninguna base histórica. Más bien, como explicaremos más abajo, cuando no ha sido utilizado de manera cínica como en el caso de los estalinistas, ha partido de un intento de dar un revestimiento teórico al miedo que la izquierda pequeñoburguesa siente por un lado hacia la gran burguesía, con la que no quieren quemar puentes, y por el otro hacia el proletariado. Esa era la psicología de los mencheviques y los Social Revolucionarios en la Rusia de 1917.
La «burguesía progresista» no existe
A pesar de las diferencias entre los ejemplos que hemos dado, todos muestran una tendencia en común: las burguesías de las naciones oprimidas o de los países que han llegado tarde al desarrollo capitalista, aunque en ciertas condiciones puedan tener una retórica radical, en la fase actual del capitalismo siempre tienen más miedo al movimiento obrero y a la lucha de clases que a las viejas oligarquías. La burguesía, e incluso también las capas más privilegiadas de la pequeña burguesía, son clases propietarias y su principal preocupación es mantener su propiedad y generar condiciones favorables para la explotación de los trabajadores. Les puede desagradar que su lengua y cultura sea prohibida o que un gobierno central les imponga leyes y regulaciones hostiles, pero si se trata de defender su propiedad y sus beneficios siempre se pondrán del lado del viejo orden. Cualquier cambio político que impulsen lo harán con la preocupación de que los favorezca a ellos contra los intereses de las clases populares, aunque lo puedan revestir con una retórica populista. Ya hemos parafraseado en el pasado al marxista irlandés James Connolly, que conocía bien la opresión nacional en Irlanda: «si mañana se alza la estelada en la Plaza Sant Jaume, a menos que sea una República Socialista, sus esfuerzos serían vano. España le seguiría gobernando. Os gobernaría a través de sus capitalistas, sus terratenientes y sus financieros. «(Connolly, Socialisme i nacionalisme, https://www.marxists.org/catala/connolly/1897/01/socnat.htm)”
Una independencia encabezada por la burguesía no cambiaría nada, más bien se utilizaría para «cambiar algo para que no cambie nada». De hecho, hay casos históricos donde la burguesía de las naciones oprimidas utiliza de forma consciente la máscara de la lucha por la independencia precisamente para distraer y dividir al movimiento obrero. Este fue el caso de Ucrania después de la revolución rusa de 1917. Las élites ucranianas, que antes habían colaborado con un Zar que oprimía brutalmente la cultura y la lengua ucraniana, asustados por lo que estaba pasando en Rusia, de repente se volvieron nacionalistas extremos y trataron de separar a Ucrania de Rusia revolucionaria. Esto no es porque se hubiera vuelto progresistas de un día para otro, sino por miedo a la influencia del proletariado ruso sobre los trabajadores y campesinos ucranianos.
Los bolcheviques combatieron esta tendencia reaccionaría en dos frentes. Por un lado los revolucionarios comunistas rusos aseguraban, en la práctica, la libertad nacional de Ucrania, combatiendo los prejuicios chovinistas gran rusos que existían incluso en sectores de los trabajadores revolucionarios. Por otra parte, los comunistas ucranianos, luchaban contra su propia burguesía, desenmascarando sus auténticas intenciones y abogaban por la fraternidad más estrecha entre los trabajadores de diferentes naciones.
Hay sectores de la CUP que plantean que su influencia en el «proceso» reducirá el peso de los reaccionarios de CDC. Pero cuanto más influencia real tenga la CUP, más obstáculos pondrá CDC en el proceso. A pesar de todo su patrioterismo, es extremadamente dudoso que la burguesía catalana esté dispuesta de verdad a ir hacia la independencia, pero una cosa está clara: si lo hacen será con garantías de que el proceso esté firmamento bajo su control. Marx decía que la historia se repite primero como tragedia y después como farsa. Si la alianza con los «burgueses progresistas» Chiang Kai-shek o Sukarno condujo a la tragedia, hoy hablar de una alianza con la burguesía patética, debilitada y desesperada de CDC, que el 20D perdió la mitad de sus votos y es hoy el cuarto partido en Cataluña, que algunos llaman «progresista» y «indispensable», no es más que una farsa.
Cataluña: de la experiencia de Cambó a CDC
Los militantes de izquierdas que hoy tienen fe en Mas deberían pensar en Francesc Cambó y la experiencia de la Lliga Regionalista en los años 1917-23. Este político burgués catalán fue muy lejos en sus esfuerzos por lograr la autonomía para Cataluña. Cambó pero nunca pidió la independencia, y esto no es casualidad. Él fue un representante fiel de la burguesía industrial catalana, que históricamente no ha querido la independencia. Las industrias catalanas eran en general poco competitivas, concentradas en talleres relativamente pequeños con poca concentración de capital. Por lo tanto, les resultaba difícil conquistar mercados extranjeros y principalmente vendían sus mercancías al resto del estado. Incluso dentro de España tenían dificultades para competir con las importaciones extranjeras. Es por ello que, a pesar de la retórica patriótica, el nacionalismo burgués catalán históricamente no quiso independizarse, sino jugar un papel en la dirección de un Estado español reformado y al mismo tiempo, utilizar el sentimiento nacional de las clases populares catalanas como moneda de cambio para conseguir una parte más gruesa del pastel. Las reivindicaciones de la Lliga Regionalista reflejaban esto: aranceles elevados para evitar la entrada de mercancías extranjeras, una reforma agraria para aumentar el poder adquisitivo de los agricultores españoles, la creación de un puerto libre en Barcelona, etc.
En 1917, impulsado por el auge económico que llevó a la neutralidad española en la Primera Guerra Mundial, que fortaleció a la burguesía barcelonesa, Cambó trató de organizar una asamblea constituyente para democratizar el Estado español y obtener la autonomía para Cataluña. Para esta tarea pero inevitablemente debería colaborar con el menos parte del movimiento obrero, que también pedía una asamblea constituyente. El PSOE propuso convocar una huelga general para reforzar la asamblea, a la que se unió la CNT. En este periodo el movimiento obrero en España estaba en ascenso, recibiendo también el impulso del boom de los años de la guerra. Estos desarrollos asustaron a Cambó y la burguesía catalana, que tenían miedo de que intentos demasiado ambiciosos de reforma política impulsados desde arriba pudieran incitar una radicalización de la clase trabajadora difícil de controlar. Al final, Cambó canceló la asamblea y colaboró con las autoridades contra la huelga general de agosto de 1917. A partir de ese momento, y coincidiendo con un alza histórica por el movimiento obrero español y catalán a los años 1917-20, el llamado «trienio bolchevique», la Lliga Regionalista se puso del lado del gobierno de Madrid contra los trabajadores. Como dijo Cambó años más tarde, frente al peligro del bolchevismo, «tuvimos que aplazar la cuestión de la libertad». En 1923 fue la Lliga y la burguesía catalana en general los que más vigorosamente apoyaron el golpe de Estado de Primo de Rivera, que fue gestado en Barcelona.
De la misma manera que la Lliga Regionalista, CDC (y Unió) históricamente nunca ha defendido la independencia. Los vínculos económicos entre el capital catalán y español son demasiado fuertes. CDC es el partido tradicional de la burguesía catalana, con la que mantiene vínculos orgánicos, y ha sido su hilo de transmisión a la Generalitat y al congreso de los diputados. Los conocidos casos de corrupción que afectan a CiU muestran como han puesto los recursos públicos al servicio directo de los grandes empresarios catalanes. Hay que recordar también que CiU se convirtió en una útil muleta para los gobiernos de Felipe González y después del propio José María Aznar. Su leal defensa de la clase dominante catalana se vistió con una combinación de liberalismo y de demagogia chovinista e incluso racista («España nos roba», «los andaluces son perezosos», «en Cataluña no cabe todo el mundo», etc.). Desde 2010, cuando CiU volvió al poder en Cataluña con Mas como presidente, impulsó una ola de recortes más brutal aún que en el resto del Estado, con los aplausos del IBEX 35. Estos presupuestos de la Generalitat, los de los recortes y las privatizaciones, se aprobaron con un pacto con el PP. Mientras tanto, en Madrid CiU apoyaba y ovacionaba las medidas de austeridad de Zapatero y de Rajoy. Al mismo tiempo, dándose de cara con los movimientos de masa contra la austeridad que estallaron desde 2011, CiU utilizó la represión brutal contra las protestas. ¿Dónde está el «progresismo» de esta burguesía, nos preguntamos?
Parece que algunos compañeros piensan que CDC ha cambiado de repente. Y es cierto que su retórica ha cambiado, reforzando su populismo nacionalista, hasta el punto de asustar a Unió. ¿Y ello por qué? Porque sus políticas destructivas y antisociales a favor de la clase dominante aseguraban su destrucción política. Por un lado, el giro independentista de CDC representa un intento de salvar de manera oportunista el futuro político de Mas y compañía y reconstruir su partido. El poderoso movimiento soberanista que se ha desarrollado en Cataluña en los últimos años no lo ha creado CDC ni Mas, sino que tiene raíces profundas que están vinculadas al sentimiento de agravio nacional y expresa en parte y de manera distorsionada la lucha contra los recortes y la austeridad.
Ahora bien, lo que es cierto es que Mas y CDC, de manera cínica y astuta, se han puesto a la cabeza para utilizarlo para sus propios objetivos: por un lado, para usarlo de moneda de cambio en unas negociaciones con Madrid para un mejor acuerdo fiscal; por el otro, para intentar desviar la lucha de masas de los últimos años hacia el nacionalismo. Es decir, que el carácter de clase de CDC no ha cambiado en absoluto. Ha utilizado el llamado «proceso» para impulsar sus intereses, y lo traicionará cuando le parezca conveniente. Tener a una figura como Mas encabezando el «proceso» también garantiza a la clase dominante catalana (y española) que se mantendrá en cauces seguras para sus intereses, es decir, que mantendrá intacto el régimen capitalista de explotación. Esto es lo que hay que explicar de manera clara.
El presente: las dos almas de la CUP
La presión de los acontecimientos ha contribuído a la explosión de las contradicciones de clase internas a la CUP. A veces la prensa intenta dar una imagen monolítica de esta joven formación política, pero los hechos concretos de este último período han demostrado que la verdad es más compleja. La CUP lleva en su seno la herencia de todos los problemas políticos históricos de los movimientos de liberación nacional que hemos expuesto en los párrafos precedentes.
Para comprender la situación actual del partido de la izquierda independentista hay que conocer la naturaleza de las dos principales fuerzas políticas que lo componen: Endavant-OSAN y Poble Lliure. Poble Lliure defiende una postura «etapista» de compromiso con la burguesía catalana para lograr la independencia sí o sí, mientras Endavant sostiene que la liberación nacional y la emancipación social del pueblo trabajador van necesariamente juntas cronológica y ontológicamente. La dialéctica tensa entre los dos agrupamientos representa, en última instancia el choque entre los intereses de la pequeña burguesía rural y los elementos de la clase trabajadora, sobre todo la juventud obrera. No es ninguna coincidencia que las asambleas de la CUP más partidas de invertir en Mas se concentren sobre todo en las provincias rurales de Lleida y Girona. Es interesante notar que ambas organizaciones se autodefinen como socialistas. Miremos pues en más detalle las posturas de estas dos formaciones.
Poble Lliure: etapismo y colaboración de clase
En el año 2014 militantes del Movimient de Defensa de la Terra, de Maulets y corrientes de la Izquierda Independentista confluyeron creando la organización Poble Lliure (PL). Su postura queda claramente explicada en un artículo de uno de los principales teóricos de la organización independentista, Joan Rocamora, donde afirma que:
«La coyuntura de los últimos cinco años se da una circunstancia esencial que, en mi opinión, a menudo no se tiene en cuenta, y que explica los grandes cambios en las conciencias entre la población catalana. Los independentistas ya no somos cuatro, ni cuatro mil, ni cuatrocientos mil… aquellos pocos que sosteníamos la llama y la hoz en el puño. Y el independentismo actualmente es hegemónico porque hay una clase social hasta ahora dirigente, la digamos burguesía nacional (no la del Puente Aéreo, ni la del Grupo Godó, ni la de la Caixa), que se ha puesto en buena parte a favor de esta vía «. (La contradicción principal y la principal contradicción, https://www.llibertat.cat/2015/12/la-contradiccio-principal-i-la-principal-contradiccio-33469)
Ellos pues piensan que el independentismo ha aumentado su peso en el seno de la sociedad catalana gracias a la implicación de una supuesta «burguesía nacional» que sería de alguna manera diferente de la gran burguesía de la Caixa, del Grupo Godó etc. Además creen que la burguesía es el actor social que puede catalizar el proceso independentista. «No es ninguna novedad: los procesos de independencia de los últimos siglos han sido encabezados por una burguesía osada en defensa de sus intereses materiales,» afirma Rocamora. En el mismo artículo hace una referencia explícita a Mao, que él considera como el «el revolucionario que describió más lúcidamente estas alianzas, y que teorizó el concepto de la «contradicción principal». Aquí incluye también una cita del mismo Mao Tse-tung donde dice «la contradicción entre el imperialismo y el país en cuestión pasa a ser la contradicción principal, mientras todas las contradicciones entre las diferentes clases dentro del país (incluida la contradicción, que era la principal, entre el sistema feudal y las grandes masas populares) quedan relegadas temporalmente a una posición secundaria y subordinada «. Es evidente pues que la postura de PL se inscribe conscientemente en la historia del etapismo y los frentes populares. Lo dicen alto y claro: la contradicción nacional es nada menos que la «contradicción principal» y las contradicciones de clase quedan totalmente subordinadas («relegadas temporalmente») a la primera. Primero la liberación nacional, con «la burguesía osada», y en un futuro remoto la revolución.
Su posición se puede apreciar también en tres pasajes de una declaración del portavoz de la CUP de Mataró, Juli Cuéllar, militante de PL. En el primero se dice: «La reforma de la Constitución española es la apuesta de futuro inmediato de las oligarquías para aplacar el independentismo catalán. Este escenario sólo será viable si los sectores conservadores vinculados a CDC se descuelgan del proceso independentista. Ya en este pasaje se nota la confianza en un posible “sector progresista de CDC”, diferente de aquellos sectores conservadores «que quieren pactar con España y seguir en el marco autonómico”. Pero en este siguiente pasaje la cuestión se hace inequívoca: «La independencia no es gratuita, tiene un precio. Es necesario, pues, ver qué precio están dispuestos a pagar los sectores díscolos de las clases dominantes «. Aquí se puede ver de manera llamativa que la dirección de Poble Lliure ve en la burguesía catalana un agente imprescindible para la liberación nacional de Cataluña. Su ilusión en el potencial papel progresista de una parte de la burguesía catalana se confirma en el párrafo que cierra la declaración: «Artur Mas es un indeseable, pero, dada la coyuntura política y la actual correlación de fuerzas, valoro mucho más la posibilidad de desplegar de forma inmediata un programa de ruptura y medidas sociales concretas, que no el hecho de poner un presidente de paja o, peor aún, que esperar estoicamente a que vengan tiempos mejores “(Accelerem i consumem la ruptura, https://julicuellar.wordpress.com/2015/11/24/accelerem-i-consumem-la-ruptura/)”. Leyendo estas líneas surge una pregunta fundamental: ¿¡cómo se puede creer que la misma burguesía que ha sabido desmantelar y privatizar una gran parte de la sanidad catalana, que a través del Gobierno de Artur Mas ha implementado recortes y austeridad generalizadas antes de que el PP lo hiciera en el Estado, la misma burguesía que hablaba del «gobierno de los mejores», que piensa que los pobres merecen su condición por razones genéticas, pueda «desplegar de forma inmediata un programa de ruptura y medidas sociales concretas» !?
De hecho, si se revisa la historia de las negociaciones entre JxSí y la CUP de los últimos tres meses, se puede ver claramente qué precio están dispuestos a pagar CDC: ninguna. Lo que llama más la atención y que han destacado los compañeros y compañeras de las CUP que han participado en las negociaciones, no es sólo el hecho de la insistencia inamovible de la presidencia de Mas, sino que a pesar de estar dispuestos a firmar declaraciones solemnes al parlamento, a la hora de la verdad no ceden ni un palmo en sus políticas de recortes y privatización.
Sin mirar al pasado, el presente ya nos da evidencias de las intenciones reales de la burguesía catalana. Francesc Homs que declaró que «no hay alternativa a la austeridad» y que «la independencia es la única revolución posible» (http://www.elperiodico.cat/ca/noticias/politica/homs-atacapodem-afirma-que-revolucio-independencia-4748968) y que para él la independencia puede alcanzar sólo un concierto fiscal más favorable a Cataluña. Por cierto, para él la «independencia» es algo que se debe pactar con el estado. Es decir, para la burguesía catalana, la independencia es sólo una táctica a emplear por un lado para evitar la formación de un movimiento independiente de la clase trabajadora y por el otro para pactar de forma favorable con sus hermanos de clase del Estado español.
En su comunicado antes de la asamblea de Manresa, Poble Lliure se muestra favorable a investir a Mas porque «abandonar el apoyo a los objetivos actuales e inmediatos del independentismo (forzar la ruptura y construir la República Catalana) con la excusa de una hipotética mejora en la correlación de fuerzas en un futuro inconcreto, no es otra cosa que un engaño que esconde posicionamientos políticamente inmovilistas». Es muy interesante que se hable de «forzar» la construcción de la República Catalana si pensamos que las fuerzas independentistas no pasaron el 48% de los votos el 27S. Hay una total desconfianza en el papel que las masas deben tener en el proceso de liberación nacional. La otra cara de la ilusión en el papel de la «burguesía progresista» es la total desconfianza en el papel que la clase trabajadora, en Cataluña, y en el resto del Estado puede jugar a la hora de defender el derecho de autodeterminación del pueblo catalán. Esto es aún más evidente si tenemos en cuenta que Poble Lliure dijo a los votantes de la CUP: «si votas el 20D hazlo en clave independentista y nacionalmente autocentrada» (es decir, vota ERC o CDC en su nueva disfraz de DiL). Además, después de la victoria en Cataluña el mismo 20D de En Comú Podem, declaró que «el espacio de En Comú Podem es objetivamente un rival de riesgo para el independentismo. Después de la pérdida de peso de esta propuesta el 27S pasado, el conjunto del independentismo ha ofrecido a este espacio una posibilidad de recuperarse exitosamente y hay que tener claro que si se produjeran elecciones en marzo, tendrá otra para reforzarse «. Es evidente que estos compañeros, a pesar de describirse como comunistas, ven a en En Comú Podem como un rival y a CDC como un aliado para la independencia. En vez de ver el 20D como una claro avance para la clase trabajadora catalana en cuanto a la lucha social como por la liberación nacional – si pensamos también que más de 5.000.000 de españoles votaron a favor del derecho a decidir de Cataluña – ven en ello un riesgo de «desviación neo-lerrouxista». Por lo tanto ven un aliado en Artur Mas y rechazan a sus naturales aliados de clase: la clase obrera del resto del estado. Es decir, se ponen las afinidades nacionales por encima de las de clase, claudicando de facto en la lucha de clases. Todo esto nos demuestra que se incluyen en la tradición de la etapismo estalinista y de los frentes populares, una postura que lleva necesariamente a la traición y al fracaso.
Poble Lliure no es la única voz dentro de la CUP que defiende la colaboración de clase con la burguesía. El antiguo diputado de la CUP Quim Arrufat afirmó en un acto sobre la República Catalana que «si tienes que construir mayorías suficientemente amplias para que este proceso siga adelante hasta el final tienes que tener una parte de la burguesía dentro. Una parte. Para que legitime el proceso final» (http://www.vilaweb.cat/noticia/4379915/20150616/arrufat-he-reunions-ens-deien-explotarien-lodi-mas.html). Legitimarse a ojos de quien, nos preguntamos. También otro ex diputado de la formación independentista, David Fernández, escribió en un hermético artículo del 2 de diciembre para el diario Ara: «Que ruede la bola, como divisa y rezo. Hay partido, hay que jugarlo entero y está prohibido doparse. Pero dadas las tensiones y dificultades -en parte muy lógicas, que quien se discute por detrás son, entre otros, dos proyectos tan antagónicos y contradichos como CDC y la CUP- sugiero trazar la línea de un mínimo común denominador. Desbloqueo del bucle y deshielo para pasar pantalla. Efecto Arquímedes, baile de bastones de las contradicciones y frágil equilibrio malabar, quizás el único posible, ahora mismo, son dos votos al proceso junto a un plan de choque real y concreto» (Sortir-nos-en, http://www.ara.cat/opinio/article-david_fernandez-cup-investidura-Artur_Mas-proces_0_1478852114.html). De nuevo «la contradicción principal» y la colaboración de clase que queda aún más vacía si se considera la oferta de JxS a la CUP que queda muy lejos de ser un «plan de choque real y concreto».
Todas estas posiciones sostienen que el principal desarrollo de los últimos años es que ha habido una supuesta transformación de parte de la burguesía catalana, encabezada por Mas, hacia posiciones progresistas e independentistas. Desde nuestro punto de vista, esto es incorrecto: el principal evento de estos años no ha sido la deriva populista de algunos partidos de derechas, sino el despertar político de millones de personas bajo los efectos de la crisis capitalista. Millones de personas normales que se han radicalizado e implicado en los movimientos de masas que han estallado en los últimos años: el 15M, las mareas, la PAH, las diferentes huelgas en Panrico, en Telefónica, Valeo, etc., y también el propio movimiento por el derecho a la autodeterminación, que, ante las provocaciones constantes del gobierno central y del establishment, se ha ganado la simpatía de muchas personas que ven la independencia como un desafío a un odiado statu quo. Esta radicalización ha culminado con la victoria de la izquierda radical en toda una serie de municipios el 24M, incluyendo Barcelona, y de un partido de izquierda rupturista como es En Comú Podem el 20D en Cataluña. Y este proceso ha implicado a la clase obrera del resto del Estado, donde cinco millones de personas han votado por una formación que ha hecho del derecho a la autodeterminación de Cataluña un punto central de su campaña, mientras Mas, una pieza supuestamente «indispensable» por el soberanismo, ha perdido la mitad de sus votos. También debemos decir que esta radicalización ha ido más allá de España: Grecia, Portugal, Egipto, Turquía, Sudáfrica, Escocia e Inglaterra… CDC está tratando de desviar esta potente ola de lucha de clases jugando la carta nacional. El papel de los revolucionarios en este contexto es desenmascarar el carácter reaccionario de CDC y buscar aliados para la liberación nacional y social entre la clase obrera del resto del Estado, que desde 2011 está en lucha, y también internacionalmente.
Endavant, Organització Socialista d’Alliberament Nacional nace en 2000 a partir de la disolución de la Plataforma per la Unitat d’Acció. Se define como socialista, independentista e internacionalista. Su estrategia es mucho más antagónica que la de PL. En una declaración en el Parlament de Cataluña, el ex-diputada de la CUP, Isabel Vallet concentraba en pocas palabras la posición política de Endavant, cuando dirigiéndose al Gobierno de CDC dijo: «…ustedes hacen trampa cuando nos dicen ‘primero la independencia y después la lucha de clases’. Porque, mientras llegamos a la independencia, ustedes están ganando la lucha de clases.» (https://www.youtube.com/watch?v=M0Z1BwON0d0). Esta frase está llena de lecciones y de verdades y desenmascara totalmente la intención real de CDC: encabezar el proceso para ganar la lucha de clases borrando su potencial rupturista. Endavant tiene claro que la CUP debería disputar la hegemonía de la burguesía catalana en el proceso a favor de la clase trabajadora y de las clases populares del país. En un comunicado del 23N titulado «La independencia del Pueblo o un nuevo pacto entre élites» afirman que:
Ahora más que nunca se ponen al descubierto los intereses de clase que vertebran la Cataluña autonómica, uno de los elementos claves para la articulación del proyecto capitalista español y europeo de las clases dominantes catalanas y española. Unos intereses que ahora mismo sólo puede garantizar Mas en la posición clave de President de la Generalitat para canalizar hacia una salida pactada con el Estado – si es necesario facilitada por la Unión Europea – en buena parte del descontento político y social que está cristalizando en apoyo a una salida independentista en el Principado. Contrariamente a quien cree que Mas representa un sector alejado de las voces críticas de su ejecutivo, Mas es la persona que mejor representa los intereses de estas voces, aunque en un complejo juego de espejos, apuesten ahora para dibujar perfiles diferenciados. En este contexto, la función de la izquierda independentista consiste en desvelar esos intereses, al señalar que es precisamente Mas quien ahora mismo representa el eslabón de unión entre el proyecto de refundación del Estado español y las aspiraciones de la mayoría de Cataluña a la soberanía, y explicar, de forma clara y bien nítida, que sólo apartándolo de la presidencia de la Generalitat será posible avanzar en la ruptura con el estado. (http://www.endavant.org/la-independencia-del-poble-o-un-nou-pacte-entre-elits-valoracio-dendavant-osan-en-relacio-a-la-situacio-politica-al-principat/).
Ya hemos dicho en un artículo precedente que la continua demanda de un plan de choque social por parte de la CUP ha ido exactamente en el dirección sugerida en este comunicado: desenmascarar los intereses reales de Mas y CDC. Estamos también totalmente de acuerdo que Mas no es un «lobo solitario» sino el representante directo de su gobierno y por tanto de los intereses de la élite económica catalana. En el mismo escrito dicen: «Sin Mas en la casilla central del poder autonómico y del liderazgo de un proceso institucionalizado hacia la reproducción de las mismas estructuras de poder existentes hoy, desaparecería el efecto del cordón sanitario que se ha construido en el su alrededor con los recortes y la corrupción, se diluiría en parte un efecto retroalimentador entre CDC y PP en la que el Proceso les da una cierta inmunidad ante los diversos casos de corrupción que les afectan, y dificultaría el crecimiento de las opciones unionistas en las áreas metropolitanas del Principado, legitimando la CUP como fuerza autónoma de las clases trabajadoras y populares «.
Oponerse a la investidura de Mas es correcto y contribuye a sacar a la luz la verdadera contradicción principal entre burguesía y clase trabajadora. Ahora bien, hay que añadir, de hecho como dice el mismo escrito, que Mas no está solo, al contrario, es el representante orgánico de su partido que en su totalidad defiende el gran capital catalán. No existe ningún sector «socialdemócrata» de CDC. Se cae en el mismo error de los etapistas si se piensa que es posible un candidato diferente de Mas pero que venga del mismo partido o área ideológica.
Otra cosa que demuestra la diferencia abismal entre Poble Lliure y Endavant es la valoración de los resultados del 20D en Cataluña. En su comunicado Endavant declara que «Las elecciones del 20D eran una prueba de fuego para CDC y Artur Mas, ya que les obligaban a prescindir del escudo del proceso y la lista única y ser evaluados. El veredicto ha sido contundente. CDC ha obtenido el apoyo directo de poco más de una cuarta parte del electorado que el pasado 27S votó independencia. Asimismo, el giro a la izquierda dentro del campo soberanista indica que el camino debe ser el de construir la independencia vinculada a un cambio social» (http://www.endavant.org/valoracio-dels-resultats-electorals-de-les-eleccions-espanyoles-als-paisos-catalans/). Es evidente qué Endavant tiene una valoración positiva de la victoria de En Comú Podem y del contundente giro a la izquierda en la clase trabajadora del país. La única crítica que hacemos a los compañeros de Endavant es tener una estrategia que no contemple forjar una alianza con la clase trabajadora del resto del estado. El problema radica en pensar que la independencia por sí misma lleve necesariamente a una avance de la lucha por la emancipación de la clase trabajadora. Un militante que se considere marxista e internacionalista entiende que su estrategia política debe estar necesariamente subordinada a los intereses generales de la clase trabajadora. Los aliados naturales de las aspiraciones de soberanía del pueblo catalán son sus hermanos de clase de Galicia, Valencia, Euskadi, Andalucía, Madrid y todo el Estado. ¿Quien podría defender de verdad un proceso constituyente unilateral catalán si no fuera la lucha unificada de la clase trabajadora, con una llamada a seguir el ejemplo de la Cataluña rupturista en todo el estado?
También es un error no hablar de la necesidad evidente de convocar un referéndum unilateral que sea realmente vinculante basándose en la movilización del pueblo trabajador que es el único que puede romper el régimen del 78. El miembro del Secretariado Político de la CUP, Xavier Monge lo ha dicho bien claro en una serie de tres tuits: «Ni ganamos el 27S ni la UE hará nada para nosotros, ni habrá ningún referéndum pactado. La oligarquía catalana no romperá la baraja. Iría siendo hora de poner sobre la mesa la pura realidad: el proceso es el mayor fraude de la política catalana. Un mandato inexistente, una hoja de ruta en blanco, una legislatura muerta, y aún pensamos en investir al mayor cadáver político del momento. Bravo «.
La postura de Endavant se puede resumir en: independencia y socialismo. No hay la una sin la otra. Esto se podría parafrasear diciendo que sólo el socialismo resolverá la cuestión nacional catalana. Por lo tanto con los compañeros de Endavant la cuestión primordial a debatir es: ¿cuál es la mejor estrategia hacia el socialismo? Es un debate necesario en el que nos gustaría poder profundizar con los compañeros y compañeras de esta organización.
La Anecup y las perspectivas para Cataluña
La Asamblea Nacional Extraordinaria de la CUP del 27 de diciembre fue una sorpresa para muchos votantes de la CUP no tanto por el increíble empate o por el hecho de que estas dos posturas opuestas se evidenciaron de manera tan contundente sino por la magnitud de la facción de los que defienden la necesidad de invertir Artur Mas, tras una campaña política donde se dijo que ni por activa ni por pasiva la CUP le investiría. De hecho, está claro que una parte muy importante de los nuevos votantes de la CUP, que casi triplicó sus votos, provenían de aquellos que dentro del campo soberanista querían votar una opción radical anticapitalista y de ruptura y que por encima de todo no confiaban en una candidatura que llevaba a Artur Mas como presidenciable. Otra parte eran también votos de aquellos que desde una perspectiva de izquierdas y de ruptura, no estaban convencidos a votar por CSQP justamente porque les parecía que las CUP eran más radicales y audaces en sus propuestas. Los resultados de las elecciones generales en Cataluña confirman esta interpretación.
La burguesía catalana seguramente ha conseguido romper la CUP a través de una presión brutal vía prensa y redes sociales que jugaba con la parte más emotiva del independentismo de la formación anticapitalista; la sensación de «ahora o nunca» y que «nunca hemos estado tan cerca».
La realidad, como dice el Roger Pala, es que más allá de los comentarios hiperventilados de estos días «El debate sobre la investidura o no de Artur Mas está tapando lo que debería ser el verdadero debate de fondo del independentismo. El 27-S, las papeletas de los partidos independentistas se quedaron en el 48% de los votos. Lo recordaba de nuevo en un tuit el politólogo Jordi Muñoz. Es una cifra importante, pero no suficiente para emprender acciones de ruptura con el Estado de carácter unilateral. Algunos independentistas, sin embargo, parecen no tenerlo en cuenta. Mientras tanto, el espacio político que representan los ‘Comuns’ y Ada Colau ha conseguido la bandera del referéndum, obteniendo excelentes resultados en las elecciones españolas. El referéndum parece, hoy en día, la centralidad. Pero el independentismo sigue entonando el «tenemos prisa». (http://www.elcritic.cat/blogs/rogerpala/2015/12/28/apunts-no-hiperventilats-sobre-lempat-de-lassemblea-de-la-cup/)
Como sugieren algunos compañeros de la Crida per Sabadell, ahora más que nunca es necesario exigir nuevas elecciones y hacer una llamada a la unidad de la izquierda rupturista entre la CUP y En Comú Podem (Així no. Obrim el procés, http://cridapersabadell.cat/aixi-no-obrim-el-proces/). Sólo así desplegaremos el potencial rupturista del referéndum y del proceso constituyente unilateral, rompiendo con la burguesía de CDC y forjando alianzas con el resto de la clase trabajadora del Estado, que es la única realmente interesada en romper con el régimen del 78 y defender la soberanía del pueblo catalán. Quién sabe, de camino podríamos llegar a reivindicar la República Socialista Catalana haciendo un llamamiento a la clase del Estado a seguir el ejemplo de Cataluña y construir la República Socialista Federal, de la que todas las repúblicas formen parte libremente y en pie de igualdad.
Puedes enviarnos tus comentarios y opiniones sobre este u otro artículo a: [email protected]
Para conocer más de la OCR, entra en este enlace
Si puedes hacer una donación para ayudarnos a mantener nuestra actividad pulsa aquí