Marx contra Bakunin – Quinta parte
En el congreso de La Haya de la Primera Internacional Bakunin fue finalmente expulsado, lo que provocó la ira de los anarquistas y personas de ideas afines, algunos de los cuales salieron de la organización, como los blanquistas. Al mismo tiempo, los oportunistas, como los dirigentes sindicales ingleses, se alinearon con los ultraizquierdistas en demanda de una mayor autonomía para las secciones locales; todos, por supuesto, quejándose del autoritarismo de Marx y el Consejo General.
Contenido
La expulsión de Bakunin
Bakunin y su lugarteniente Guillaume fueron finalmente expulsados en el Congreso de La Haya. Engels escribió:
«Estas expulsiones constituyen una abierta declaración de guerra de la Internacional contra la “Alianza” y el conjunto de la secta del Sr. Bakunin. Como cualquier otra expresión del socialismo proletario, la secta de Bakunin fue admitida en la Internacional sobre la condición general de mantener la paz y el respeto a las normas y resoluciones congresuales. En lugar de ello, esta secta encabezada por miembros dogmáticos de la burguesía que tienen más ambición que capacidad trató de imponer su propio programa estrecho de miras sobre el conjunto de la Internacional, violó las normas y las resoluciones del Congreso y, finalmente, las calificó como basura autoritaria a la cual no debería someterse ningún verdadero revolucionario.
«La paciencia casi incomprensible con la que el Consejo General se enfrentó a las intrigas y calumnias de esa pequeña banda de revoltosos sólo fue premiada con el reproche de conducta dictatorial. Ahora, por fin, el Congreso se ha pronunciado, y de manera suficientemente clara al respecto. Tan claro será el lenguaje de los documentos con respecto a la Alianza y a las actividades del Sr. Bakunin en general que la Comisión publicará, de conformidad con la decisión del Congreso. Entonces la gente verá las villanías para las que iba a ser utilizada la Internacional«. (Engels, Acerca del Congreso de la Internacional de La Haya, 17 de Septiembre de 1872, MECW, vol. 23, pp. 268-9)
Guillaume se había negado a comparecer ante la comisión creada para investigar las actividades de la Alianza. Cuando fue llamado por el presidente a defenderse, declaró que no haría ningún intento de defenderse, porque no estaba dispuesto a participar en una «farsa». El ataque, declaró, no estaba dirigido contra los individuos, sino contra la tendencia federalista (es decir, anarquista) en su conjunto. Los partidarios de esta tendencia ya habían elaborado una declaración, que fue leída en el congreso. Fue firmado por cinco belgas, cuatro españoles y dos delegados del Jura y también por un estadounidense y un delegado holandés.
Engels describió la escena en el Congreso:
«El debate sobre esta cuestión fue acalorado. Los miembros de la «Alianza» hicieron todo lo posible para alargar el tema. A la medianoche se vencía el alquiler de la sala, y el Congreso tuvo que cerrarse. El comportamiento de los miembros de la Alianza no podía sino disipar todas las dudas sobre la existencia y el objetivo final de su conspiración. Por último, la mayoría logró que los dos principales acusados que estaban presentes – Guillaume y Schwitzguébel – hicieran uso de la palabra. Inmediatamente después de su defensa se realizó la votación. Bakunin y Guillaume fueron expulsados de la Internacional. Schwitzguébel escapó a este destino debido a su popularidad personal, en base a una pequeña mayoría. Entonces se decidió la amnistía de los demás”. (Engels, Acerca del Congreso de la Internacional de La Haya, 17 de Septiembre de 1872, MECW, vol. 23, pp. 268-9)
Engels, que tomó la palabra en el debate, dijo:
«La buena fe del Consejo General y de la Internacional en su conjunto, a los que se les presentó toda la correspondencia, fue traicionada de la manera más vergonzosa. Una vez cometido tal engaño, estos hombres ya no mostraban ningún escrúpulo en sus maquinaciones para subordinar a la internacional, o, si no lo lograban, para desorganizarla. » (Engels, Informe sobre la Alianza de la Democracia Socialista presentado en nombre del Consejo General del Congreso de La Haya, a finales de agosto de 1872, MECW, vol. 23, p. 231)
Al ver que estaban en minoría, como de costumbre, los bakuninistas recurrieron a una maniobra. Supuestamente, para evitar una escisión en la Internacional, declararon que estaban dispuestos a mantener «relaciones administrativas» con el Consejo General, pero rechazaron cualquier interferencia de su parte en los asuntos internos de las federaciones. Los firmantes de la resolución bakuninista hicieron un llamamiento a todas las federaciones y secciones a prepararse para el próximo congreso a fin de llevar el principio de libre asociación (autonomie fédérative) a la victoria.
Sin embargo, el Congreso no estaba dispuesto a dejarse desviar por esos trucos y sofismas. El Congreso votó a favor de expulsar a Bakunin de inmediato con 27 votos a favor, 7 en contra y 8 abstenciones. Luego, Guillaume fue expulsado con 25 votos a favor, 9 en contra, y 9 abstenciones. Las otras propuestas de expulsión de la comisión fueron rechazadas, pero se le encargó que publicarara su material sobre la Alianza.
Después de la expulsión de Bakunin y Guillaume, la Alianza, que tenía el control de la Internacional en España e Italia, desencadenó una campaña de desprestigio en contra de Marx y del Consejo General en todas partes. Unió fuerzas con todos los elementos de dudosa reputación y trató de forzar una escisión entre los dos bandos. Marx no se desalentó. Le escribió a Nikolai Danielson:
«Sin embargo, su derrota final está asegurada. De hecho, la Alianza sólo nos ayuda para purgar la Asociación de elementos desagradables o tontos que se han abierto camino aquí y alla «. (Marx, Nikolai Danielson En San Petersburgo, 12 de diciembre de 1872, MECW, volumen 44, p. 455)
Después de el Congreso de La Haya
Las crisis y escisiones ponen a la gente a prueba. El resultado puede tener un efecto desmoralizador sobre los elementos más débiles y las personas que no estan teóricamente preparadas. Esta no fue la excepción. En un Escrito a Sorge, el 8 de mayo de 1873, Engels declara:
«Aunque los alemanes tienen sus propias disputas con los lassalleanos, estaban muy decepcionados con el Congreso de La Haya, donde esperaban encontrar una perfecta armonía y fraternidad, en contraste con sus propias discusiones, y han perdido el interés«.
La división también tuvo un efecto desmoralizador sobre los emigrados franceses, que ya estaban desorientados por la derrota de la Comuna. Al escribir de nuevo a Sorge el 12 de septiembre de 1874, Engels declaró:
«Los emigrantes franceses están completamente hechos un lío. Se han peleado entre sí y con todos los demás por razones puramente personales, sobre todo en relación con el dinero, y pronto nos habremos librado completamente de ellos … La vida irregular durante la guerra, la Comuna y el exilio les ha desmoralizado espantosamente, y sólo las situaciones difíciles pueden rescatar a un francés desmoralizado. » (Engels a Adolph Sorge Frierich en Hoboken, MECW, vol. 45, p. 40)
En Italia, los bakuninistas eran fuertes y los marxistas eran una pequeña minoría. Engels escribió:
«Espero que los resultados del Congreso de La Haya hagan reflexionar a nuestros amigos «autónomos» italianos. Ellos deben saber que, dondequiera que haya una organización, una cierta autonomía ha de sacrificarse en aras de la unidad de acción. Si no se dan cuenta de que la Internacional es una sociedad organizada para la lucha, y no para bellas teorías, lo siento mucho, pero una cosa es segura: la gran Internacional dejará actuar a Italia por sí misma mientras no se comprometa a aceptar las condiciones comunes a todos.» (Engels, Letters from London – Más información sobre el Congreso de La Haya, 5 de octubre de 1872, MECW, vol. 23, p. 283.)
Los elementos vacilantes, naturalmente, levantaron la bandera de la unidad a toda costa. Pero las fuertes demandas de unidad fueron contestadas de antemano por los bakuninistas que, en su conferencia de Rimini, celebrada a principios de agosto de 1872, anunciaron públicamente que se habían separado de la Internacional y formaron una organización independiente. Al hacerlo, se habían puesto fuera de las filas de la AIT, como señaló Engels:
«Los bakuninistas finalmente se han puesto fuera de la Internacional. Una conferencia (aparentemente de la Internacional, pero en realidad de los bakuninistas italianos) se ha celebrado en Rimini. De las 21 secciones representadas, sólo una, la de Nápoles, pertenecía en realidad a la Internacional. Las otras 20, a fin de no poner en peligro su «autonomía», deliberadamente habían dejado de tomar todas las medidas que pide el Reglamento de Administración de la Internacional para hacer una admisión condicional, no habían escrito al Consejo General para solicitar la admisión, ni enviado sus suscripciones. Y estas 21 «secciones de la Internacional» decidieron por unanimidad el 6 de agosto en Rimini :
«La Conferencia declara solemnemente a todos los trabajadores del mundo que la Federación Italiana de la Asociación Internacional de los Trabajadores rompe toda solidaridad con el Consejo General en Londres, proclamando en cambio, con más fuerza, su solidaridad económica con todos los trabajadores, e insta a todas las secciones que no comparten los principios autoritarios del Consejo General a enviar sus representantes el 2 de septiembre de 1872, no a La Haya, sino a Neuchâtel en Suiza, a fin de abrir el Congreso General antiautoritario el mismo día «. (Engels, sobre la Conferencia de Rimini, 24 de agosto de 1872, MECW, vol. 23, p. 216.)
Engels hablaba siempre con el mayor desprecio de los chismosos de la «unidad», que iban gritando con todas sus fuerzas que la separación era un desastre, que la unidad debía ser restaurada a cualquier precio, y todo lo demás. En una carta a Bebel del 20 de junio de 1873, él escribió:
«No hay que dejarse engañar por el grito de «unidad». Precisamente los que más abusan de esta consigna son los primeros en provocar disensiones; así ocurre con los actuales bakuninistas del Jura suizo, que han sido los instigadores de todas las escisiones y que por nada claman tanto como por la unidad. Estos fanáticos de la unidad, o bien son hombres de cortos alcances que desean mezclarlo todo en una masa indefinida, a la que basta dejar que se sedimente un poco para que se exacerben aún más las contradicciones de todos esos elementos que ahora se encuentran metidos en un mismo puchero (en Alemania tienen ustedes el excelente ejemplo de los señores que predican la reconciliación de los obreros con los pequeños burgueses); o bien se trata de personas que, consciente o inconscientemente (como Mülberger, por ejemplo), quieren desvirtuar el movimiento. Por eso, los sectarios más inveterados y los peores intrigantes y aventureros son los que en ciertos momentos más ruido arman en torno a la unidad. En lo que llevamos de vida nadie nos ha proporcionado tan grandes disgustos ni nos ha jugado tan malas pasadas como esos ruidosos predicadores de la unidad. «. (Engels a August Bebel, MECW, vol. 44, p. 512)
La división blanquista
La propuesta posterior sobre que la sede permanente del Consejo General se trasladara a Nueva York fue dictada en parte por consideraciones de carácter puramente práctico. Dada la ola dominante de la contrarrevolución, la Internacional perdió su base no sólo en Francia y Alemania, sino también en Inglaterra. Pero la propuesta se llevó a cabo con la oposición enérgica de los dirigentes alemanes, franceses e Ingleses, y la resistencia a ella después del Congreso de La Haya fue feroz y amarga.
El efecto inmediato fue que los blanquistas salieron de la Internacional. Ellos estaban furiosos por la decisión de trasladar el Consejo a Nueva York, porque tenían la esperanza de obtener el control de la misma. Como resultado, abandonaron la Internacional. La propuesta de Marx y Engels de mover el Consejo General a Nueva York pretendía evitar que los blanquistas utilizaran el Consejo para promover sus tácticas aventureras. Sin embargo, al separarse de la Internacional, se consignaron a sí mismos al olvido.
En los dos principales temas en cuestión, la cuestión de la actividad política y la cuestión de la centralización estricta, los blanquistas estaban de acuerdo con Marx, pero su aventurerismo político y su apoyo a golpes revolucionarios los convertían en un peligro aún mayor que los reformistas en las condiciones existentes de la reacción europea. Se suponía que el traslado del Consejo de la Internacional sería una medida temporal, que se revertiría cuando las condiciones lo permitieran. Sin embargo, como se vio después, el Congreso de La Haya fue el último de importancia en la historia de la Internacional.
Eccarius, Jung y Hales
Ocurre con frecuencia en la política, como en otros aspectos de la vida, que las consideraciones personales más triviales (celos, ambición, rencor, etc) pueden desempeñar un papel desproporcionado en el desarrollo de los acontecimientos. Por supuesto, en el movimiento revolucionario, estos factores juegan el papel de catalizador para diferencias políticas mucho más profundas, que no son inmediatamente evidentes, pero se vuelven más claras después de los hechos. Para usar la célebre expresión de Hegel, la necesidad se expresa a través del accidente.
Este fue el caso con Eccarius y Jung, dos miembros del Consejo General que habían sido de los compañeros más fieles de Marx durante años. Pero en mayo de 1872, se produjo una ruptura clara entre Marx y Eccarius. La causa inmediata fue bastante trivial. Eccarius anunció que dejaba su cargo como Secretario General de la Internacional, porque era incapaz de vivir de su sueldo semanal de quince chelines.
Desafortunadamente, fue sustituido por el inglés John Hales y Eccarius acusó injustamente a Marx de ello. Por otra parte, Marx estaba molesto por el hecho de que Eccarius publicó información sobre asuntos internos de la Internacional en la prensa burguesa a cambio de una remuneración, en particular información sobre la conferencia privada de la Internacional en Londres.
Para dar una idea de los problemas que Marx y Engels tuvieron que soportar de Eccarius en el Consejo General, el siguiente extracto de la reunión del 11 de mayo 1872 debería bastar. Cuando se le preguntó si había hecho públicos los asuntos internos del Consejo General, Eccarius se negó a mostrar la correspondencia incriminatoria, escudándose en argumentos legales:
«El ciudadano Eccarius dijo que estaba en la misma posición que Hales; no mantuvo copias y se niega a responder, él se mantiene en el principio del Derecho Inglés de que aquellos que lo acusan deben aportar las pruebas. […]
«El ciudadano Marx consideró que Hales había sido culpable de una imprudencia grave, porque había comprometido al Consejo.
«El ciudadano Engels esta de acuerdo con las observaciones del ciudadano Marx. Con respecto a la defensa del ciudadano Eccarius, el Consejo no puede hacer nada con respecto a las leyes británicas. Pero tenía derecho a saber: ¿Había Eccarius escrito la carta de la que se le acusaba haber escrito? ¿Sí o no?
«El ciudadano Eccarius pensó cuando se hizo la acusación que las pruebas se presentarían a continuación, pero en lugar de las pruebas se le preguntó si reconocía su culpabilidad. Él se negaba a responder hasta que la carta estuviera en sus manos. Todo el tiempo se había asumido que él se había mostrado culpable de mantener una correspondencia criminal, y que solo debía dejar a sus acusadores que lo demostraran.
«El ciudadano Marx dijo que él no habló de ninguna correspondencia criminal, pero sí dijo que constituiría un crimen el que Eccarius hubiera escrito la carta que tenía un carácter perjudicial al destruir la influencia del Consejo.
«Con respecto a la exigencia de que la acusación debiese ser probada, señala que este no era un tribunal ordinario donde hubiese un acusado y un fiscal. La cuestión era la conservación de la influencia del Consejo. […]
«El ciudadano Engels dijo que el sentimentalismo de la sesión anterior, cuando se dijo que era cruel dejar pender acusaciones sobre la cabeza de un hombre, sólo hizo más cómica la petición de demora«. (Documentos de la Primera Internacional, vol. 5, pp. 191-2)
No fue la última vez que oímos la exigencia que, en relación con los casos disciplinarios, la Internacional debía seguir los procedimientos estrictos de la ley burguesa -un argumento que, como deducimos de lo anteriormente expuesto, fue rechazado de forma indignada por Marx y Engels, que tampoco tenían tiempo para apelar al sentimentalismo, herir los sentimientos, etc-. La consideración fundamental era la defensa de la organización revolucionaria. Mediante la filtración de la información interna y la difusión de chismes, Eccarius había dañado la influencia del Consejo General, y Marx consideraba que se trataba de un crimen.
Por su parte, Jung estaba celoso de la cercanía de Marx con Engels, con quien estaba en contacto diario desde que se mudó a Londres desde Manchester. Jung y Eccarius se sintieron ofendidos por esto y se quejaron de que «el General», como era apodado Engels en su círculo, tenía un abrupto tono militar . Decían que cada vez que ocupaba la presidencia en las reuniones del Consejo General, por lo general había pelea.
Es bastante típico de las personas mediocres hacer esas denuncias acerca del «tono» de una discusión, y la supuesta «arrogancia» de las personas más capaces que ellos. Trotsky señaló que no era digno de un revolucionario ofenderse porque él o ella ha recibido un «tirón de orejas». En la política revolucionaria lo importante no es la forma sino el contenido, no el tono con que se dice algo, sino lo que se dice.
A veces, sin embargo, tales consideraciones secundarias pueden dar lugar a fricciones y enemistades que más tarde se pueden llenar con un contenido político. Ese fue el caso de Jung y Eccarius. No eran malas personas, pero tenían un entendimiento político limitado y permitieron que sus sentimientos personales y el orgullo herido nublaran su juicio político. Con Hales las cosas eran muy diferentes. Cuando fue elegido Secretario General, un conflicto personal muy fuerte surgió entre él y Eccarius. Por parte de este último fue principalmente una cuestión de resentimiento celoso. Pero Hales era un oportunista y un reformista hasta la médula, que siempre había desconfiado de las ideas revolucionarias de Marx.
La conferencia de Londres decidió crear una Federación Inglesa, y celebró su primer congreso en Nottingham el 21 y el 22 de julio. Esta era la oportunidad de Hales para construir un contrapeso al Consejo General y anular la influencia de Marx. Propuso a los 21 delegados que estaban presentes que la Federación debía establecer contacto con las demás federaciones, no a través del Consejo General, sino directamente, y que en el próximo congreso de la Internacional la nueva Federación debía apoyar un cambio en los Estatutos de la Internacional con miras a reducir la autoridad del Consejo General.
Esto sonó a música celestial en los oídos de los bakuninistas, encajaba bien con su lema de la «autonomía de las Federaciones en peligro». De hecho, los sindicalistas Ingleses no tenían absolutamente nada en común con las ideas de los bakuninistas, inclinándose hacia el liberalismo inglés. Pero nada de esto importaba. Todos estaban de acuerdo en una cosa: la oposición implacable hacia Marx y el «autoritarismo» del Consejo General. De esta manera, una nada Santa Alianza se formó entre Hales, Eccarius y Jung.
Aunque, como hemos visto, el reformista Hales no tenía nada en común con las ideas de los anarquistas, había entrado secretamente en estrecha relación con la Federación del Jura en La Haya. Este bloque sin principios se basaba en la idea bien conocida: «el enemigo de mi enemigo es mi amigo» ¡Para estas personas, cualquier arma o aliado era útil si le proporcionaba un palo para golpear a Marx y al Consejo General!
El 6 de noviembre, escribiendo en nombre del Consejo Federal Inglés, Hales declaró que la «hipocresía del antiguo Consejo General» ya había quedado expuesta. El 18 de septiembre Hales promovió un voto de censura contra Marx en el Consejo Federal británico, utilizando como pretexto los comentarios de Marx en La Haya relativos a la naturaleza corrupta de algunos líderes ingleses de la clase trabajadora. El voto de censura fue adoptado. Hales dio la noticia de que tenía la intención de presentar una resolución para la expulsión de Marx de la Internacional, mientras que otro miembro presentaría una resolución de rechazo de las decisiones del Congreso de La Haya.
La teoría de «dos burocracias rivales»
Hales, desarrolló una teoría original y peculiar: Marx y Bakunin eran en realidad … lo mismo. Según Hales, Marx había tratado de organizar una sociedad secreta dentro de la Internacional, con el pretexto de la destrucción de otra sociedad secreta que se había inventado para satisfacer sus objetivos ¡Era sólo cuestión de una burocracia autoritaria luchando contra otra burocracia autoritaria para conseguir el control de la Internacional!
Al mismo tiempo, sin embargo, Hales señaló que la Federación Inglesa políticamente no estaba de acuerdo con la Federación del Jura. Ellos (los ingleses) estaban convencidos de la utilidad de la acción política. Aquí, Hales expresó la desnuda realidad, ya que los dirigentes sindicales ingleses estaban tratando de entrar en el Parlamento, y para ello necesitan la ayuda de los liberales. Sin embargo, ellos estaban dispuestos a conceder la autonomía completa a todas las otras federaciones con acuerdo a las condiciones existentes en los diversos países – y los diversos intereses de los líderes-.
La política conoce de toda clase de extraños compañeros. Aunque Hales y Eccarius habían tenido una antipatía violenta el uno para el otro, ahora se convirtieron en los aliados más celosos, y Jung finalmente se convirtió en uno de los opositores más violentos de Marx y Engels. En ambos casos, Eccarius y Jung permitieron que su juicio político quedara empañado por los celos y los resentimientos personales. Como Lenin señaló una vez, el resentimiento siempre juega en política el papel más destructivo.
En el pasado, Eccarius y Jung se habían dado a conocer en toda la Internacional como los más fieles defensores de las opiniones de Marx. Ahora habían dado un giro de 180 grados y pidieron apoyo a la Federación del Jura contra la «intolerancia» de la decisión de La Haya y las «tendencias dictatoriales» de Marx y Engels. Sin embargo, ambos se encontraron con una fuerte resistencia en las secciones inglesa y, en particular, en la irlandesa. Incluso en el Consejo Federal encontraron oposición. Así que, como corresponde a esos comités defensores de la democracia y la tolerancia, llevaron a cabo un golpe de estado en la sección inglesa de la Internacional. Llevaron a cabo un pronunciamiento dirigido a todas las secciones y todos los miembros, declarando que el Consejo Federal británico estaba tan dividido internamente que una cooperación posterior era imposible. Exigieron la convocatoria de un congreso para revertir las decisiones adoptadas en La Haya.
La minoría de inmediato respondió a estas maniobras con otro pronunciamiento, probablemente escrito por Engels, que condenó el congreso propuesto como ilegal. Sin embargo, el congreso tuvo lugar el 26 de enero de 1873. Hales pronunció ataques violentos contra el antiguo Consejo General y sobre el Congreso de La Haya, y recibió apoyo activo por parte de Jung y Eccarius. El Congreso condenó por unanimidad las decisiones de La Haya y se negó a reconocer al nuevo Consejo General de Nueva York, pronunciándose a favor de un congreso internacional. Hales intrigó abiertamente en contra del Consejo General y en agosto fue destituido de su cargo. Pero la división de la Federación británica era ya un hecho consumado.
El fin de la Internacional
La historia de la Primera Internacional en realidad termina con el Congreso de La Haya. La principal figura del nuevo Consejo General en Nueva York fue Sorge, que conocía bien las condiciones americanas y era un partidario leal de Marx. Pero ni el traslado del nuevo Consejo General a Nueva York pudo salvar a la AIT. El movimiento en los Estados Unidos carecía de la experiencia y los medios materiales para prosperar allí.
El sexto congreso de la Internacional fue convocado por el Consejo General en Nueva York para el 8 de septiembre en Ginebra. Pero su único objetivo era firmar el certificado de defunción de la Internacional. Los bakuninistas organizaron su congreso contrario en Ginebra el 1 de septiembre. Éste contó con la presencia de dos delegados ingleses -los viejos archienemigos Hales y Eccarius; cinco delegados cada uno de Bélgica, Francia y España; cuatro delegados de Italia; un delegado de Holanda; y seis delegados del Jura.
Marx admitió francamente que el congreso había sido «un fiasco», y aconsejó al Consejo General no poner énfasis en la parte organizativa formal de la Internacional, por el momento, pero, de ser posible, mantener el centro neoyorquino en funcionamiento para evitar que cayese en manos de aventureros y otros que pudieran poner la causa en peligro. Los acontecimientos asegurarían el relanzamiento de la Internacional a un nivel superior en el futuro. La historia luego demostraría que Marx estaba en lo correcto.
En 1876 el Consejo General en Nueva York, publicó el aviso de que la Primera Internacional había dejado de existir. Durante diez años, la Internacional había dominado una parte de la historia europea. Pero ahora se enfrentaba a un futuro incierto debido a las dificultades objetivas y a los problemas internos. En 1874, Engels escribió:
«Una derrota general del movimiento obrero, como la sufrida en el período 1849 a 1864 será necesaria antes de que una nueva Internacional, una alianza de todos los partidos del proletariado en todos los países, con base en las líneas de la antigua, pueda nacer . Actualmente el mundo proletario es demasiado grande y demasiado difuso.»
A diferencia de sus sucesoras, la Segunda Internacional (socialista) y la Tercera Internacional (Comunista), la Primera Internacional nunca fue una organización de masas. Por otra parte, en sus inicios era políticamente confusa, al estar integrada por toda clase de elementos diferentes: sindicalistas reformistas ingleses; proudhonistas franceses; los seguidores de Mazzini, el nacionalista italiano; blanquistas; bakuninistas; y otros. Pero gracias al trabajo paciente e incansable de Marx y Engels, las ideas del socialismo científico finalmente triunfaron.
En la construcción de una verdadera Internacional, la importancia de las ideas es tan grande como lo son unos sólidos cimientos en la construcción de una casa. La Asociación Internacional de los Trabajadores fue el primer intento real de establecer una organización internacional de la clase obrera. Era el equivalente a establecer los cimientos de una casa. Si una casa ha de resistir los embates de los elementos, debe tener cimientos sólidos.
El gran mérito de la obra de Marx en la AIT fue que estableció una firme base teórica para el movimiento, sin la cual el futuro desarrollo de la Internacional hubiera sido imposible. La Primera Internacional sentó las bases para la creación de los partidos socialdemócratas de los trabajadores de masas en Alemania, Suiza, Dinamarca, Portugal, Italia, Bélgica, Holanda y América del Norte. Ésta estableció las bases teóricas para el desarrollo futuro del socialismo a escala mundial.
Un papel importante en esto lo tuvo la feroz batalla ideológica con otras tendencias, especialmente el anarquismo de Bakunin. Al final, la combinación de situaciones objetivas muy desfavorables después de la derrota de la Comuna de París y de las intrigas destructiva de las fracciones de los bakuninistas socavaron la Internacional. Marx y Engels trasladaron el centro a Nueva York, en parte para evitar que cayera en manos de los bakuninistas y otros intrigantes, pero en parte porque esperaban que el movimiento obrero en América del Norte vendría al rescate.
Al final, estas esperanzas no se materializaron, y se vieron obligados a reconocer que la AIT había desempeñado su papel histórico. La Internacional, como una fuerza organizada, dejó de existir. Pero la tradición de la Internacional siguió viva. Sobrevivió como una idea y un programa, para resurgir una década más tarde, a un nivel superior. El surgimiento de los partidos obreros de masas y de los sindicatos hacia el final del siglo XIX sirvió de base para la fundación de una nueva Internacional, la Segunda Internacional.
En julio de 1889, el Congreso de la Internacional Socialista abrió sus puertas en París, al que asistieron delegados de 20 países. Ellos fundaron la nueva Internacional Socialista y declararon el 1º de Mayo como día de descanso para la clase obrera internacional. Y adoptaron los principios de la Asociación Internacional de los Trabajadores fundada un cuarto de siglo antes. La Internacional, como el ave fénix de la leyenda antigua, había renacido de sus cenizas para extender sus poderosas alas.
Londres, 9 de marzo 2010
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