Myanmar: ¿Qué se debe hacer?
Una poderosa muestra de ira y oposición al golpe militar iniciado a principios de febrero recorrió las calles de las ciudades de todo Myanmar el lunes 22 de febrero, cuando una huelga general paralizó el país, desde Myitkyina, en el norte, hasta Bhamo, cerca de la frontera con China, pasando por Pyinmana, en el centro.
Las marchas de protesta fueron de las más numerosas desde el inicio del golpe, hace cuatro semanas, y tuvieron lugar en muchas ciudades del país. Los trabajadores de las fábricas dejaron sus herramientas y acudieron a las manifestaciones con pancartas sindicales, los trabajadores del gobierno salieron en masa, los estudiantes también se unieron y los comercios cerraron como parte de una huelga general contra el golpe, a pesar de que la Junta amenazó a los manifestantes con que sus acciones podrían costarles la vida.
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El coraje de las masas contra la brutal represión
Esto se produjo después de que enormes multitudes asistieran al funeral de Mya Thwate Thwate Khaing, la joven que murió tras recibir un disparo en la cabeza el 9 de febrero. Otros dos manifestantes habían sido asesinados el día anterior a manos de la policía cuando esta abrió fuego contra ellos en Mandalay. Mientras tanto, el número de personas detenidas ha seguido aumentando, entre ellas más de 80 médicos, a pesar de la pandemia de coronavirus.
Después de la huelga general, las protestas masivas continuaron sin cesar durante toda la semana pasada. Pero durante el fin de semana, el régimen militar intensificó masivamente la represión contra los manifestantes y asesinó al menos a 18 en varias ciudades del país. Esto marca un cambio cualitativo en el enfoque del régimen, que se encuentra cada vez más aislado y con apenas base de apoyo en la sociedad.
La policía, respaldada por el ejército, disparó munición real contra la multitud, dando lugar a la jornada más sangrienta desde que estallaron las protestas tras el golpe militar. La razón por la que las fuerzas del Estado recurrieron al uso de munición real es que las granadas de aturdimiento, los gases lacrimógenos y los disparos al aire no consiguieron disolver a la multitud.
Hay una preocupación generalizada de que los militares puedan responder como lo hicieron en 1988, cuando mataron a miles de personas en las calles. Sin embargo, lo que resulta sorprendente es la enorme resistencia de las masas ante semejante peligro para sus vidas. Odian al régimen y están decididas a hacer todo lo posible para derrocarlo. Hoy han continuado las protestas, y tres personas han resultado gravemente heridas cuando se han disparado balas reales contra los manifestantes en el noroeste de Myanmar. Rangún ha sido descrita como una zona de combate con protestas y enfrentamientos continuos con las fuerzas de seguridad. [Vea aquí los vídeos].
No solo se ha expresado oposición en las repetidas protestas callejeras, sino también en las huelgas de los trabajadores del transporte, del gobierno, de los ayuntamientos, de la justicia, la educación, la sanidad y los medios de comunicación.
Es este estado de ánimo desafiante de las masas el que ha arrinconado a la Junta Militar, y los jefes militares saben ahora que, o bien aplastan el movimiento, o empiezan a retroceder. Pero también entienden que retroceder un solo paso sería visto por las masas como una debilidad y les animaría a contraatacar con mayor vigor.
Según la televisión estatal MRTV, solo el sábado fueron detenidas cerca de 500 personas a consecuencia de la represión policial en todo el país. Está claro que los jefes militares pretenden cansar al movimiento, aprovechando la falta de una dirección combativa, al tiempo que emplean la fuerte represión para infundir miedo entre la población.
De acuerdo al periódico estatal The Mirror, los militares han ilegalizado los sindicatos. Los militares entienden que la columna vertebral del movimiento ha sido la clase obrera organizada, y en particular los trabajadores del sector textil, los de la sanidad, de los ministerios, del transporte y de la enseñanza. Los militares se proponen acabar con esta amenaza, pero el problema es que en la última década ha surgido una nueva generación de obreros que ha aprendido a valorar el derecho a la huelga y a organizarse. Han empleado estos derechos masivamente en la lucha contra el golpe.
Los trabajadores y la juventud de Myanmar han demostrado un enorme valor frente a un aparato militar brutal. Ha pasado un mes desde el golpe y siguen saliendo en masa a las calles para protestar. La huelga general del pasado lunes fue una poderosa muestra de fuerza y reveló el enorme poder que tienen los obreros de Myanmar. La imagen de abajo muestra la masiva concentración en la ciudad de Mandalay durante la huelga general.
Durante el movimiento de huelga se convocaron enormes asambleas populares. A continuación, tenemos imágenes de la asamblea en Monywa, un importante núcleo de comercio, la mayor ciudad de la región de Sagaing, al noroeste de Mandalay, y una de las mayores zonas industriales de Myanmar.
Varios cientos de miles de personas asistieron a la asamblea de Monywa, donde se formó el «Comité de administración pública» con el apoyo del pueblo. Al día siguiente, cuando la policía trató de reprimir a los habitantes de Monywa, el pueblo los rodeó y levantó barricadas para bloquear la marcha de la 33ª División Suplementaria, que pretendía reprimir brutalmente a los manifestantes.
Esto obligó al régimen a enviar miles de soldados, que a su vez rodearon al pueblo. La policía también movilizó a elementos lumpen para golpear a la gente, e incluso al director general del Monywa Gazette, un diario local. Estas fueron las escenas después de la llegada de los militares, que utilizaron munición real para desalojar a la multitud:
Las masas de Myanmar han luchado con todas sus fuerzas. Han organizado una ola de huelgas tras otra, lo cual culminó en la poderosa huelga general del pasado lunes. Han organizado sentadas en los centros de trabajo, han intentado organizar algún tipo de autodefensa en algunas zonas. También han creado grupos de «vigilantes nocturnos» en los barrios en un intento de detener las redadas nocturnas de las fuerzas de seguridad en busca de activistas en sus casas. Trágicamente, ha habido casos en los que algunos de ellos han sido asesinados, ya que estaban desarmados.
Las minorías se han unido al movimiento contra los militares, pues a pesar de su recelo hacia Aung San Suu Kyi (alias ASSK) y la Liga Nacional para la Democracia (NLD), son plenamente conscientes de que los militares no son amigos de los pueblos minoritarios de Myanmar. Los campesinos están en contra de los militares, los comerciantes han participado en el movimiento, los obreros industriales y los trabajadores del gobierno, los jóvenes… todas estas capas se han implicado.
Falta de dirección revolucionaria
Lo que hemos presenciado el mes pasado en Myanmar es una situación prerrevolucionaria, que muy fácilmente podría volverse revolucionaria si las masas tuvieran una dirección a la altura. Pero las masas son «leones dirigidos por burros», como dice la famosa frase. Muestran un inmenso valor, pero ¿quién las dirige?
La dirección política sigue en manos de la NLD, bajo la figura de ASSK. ¿Qué predican estos «líderes» a las masas? «Protestas pacíficas» y «no violencia», mientras los militares disparan a la gente en las calles, los acorralan por la noche en sus casas, detienen a cientos y golpean a muchos más. La gente hace lo que puede para defenderse con barricadas y grupos de autodefensa desarmados.
Los liberales burgueses no tienen límite en sus intentos de mantener el movimiento de masas dentro de ciertos límites. Incluso cuando ellos mismos son arrestados y encarcelados, apelan a las masas para que no vayan demasiado lejos, para que protesten «pacíficamente» y empleen métodos de lucha «no violentos». Cuando la NLD estaba en el poder, no oímos tales llamamientos a la no violencia cuando el ejército aplastaba brutalmente a las minorías.
Cuando miles de rohinyá fueron asesinados y sus aldeas quemadas, la amable y tierna ASSK defendió a los militares de Myanmar contra las acusaciones de genocidio en diciembre de 2019 en su discurso ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). (Ver Transcripción: discurso de Aung San Suu Kyi en la CIJ en su totalidad).
Así que, cuando se llevaron a cabo asesinatos en masa, violaciones, quema de viviendas y la expulsión de miles de personas, se encubrió la violencia de los militares. Pero cuando se trata del derecho legítimo del pueblo de defenderse frente a la violencia brutal del Estado burgués, entonces estos liberales ven las cosas de otro color.
El papel de los liberales burgueses como ASSK es llevar el cordero al matadero, susurrándole palabras dulces al oído y asegurándole que todo irá bien: mientras el cordero no oponga resistencia, no le pasará nada. Mientras tanto, ¡el carnicero prepara su cuchillo para degollar al indefenso cordero!
Lenin sobre el papel de los liberales
Es trágico que hoy en día haya partidos que digan ser «comunistas» y que se aferren a los faldones de liberales como ASSK y pidan la unidad con esta gente. Vale la pena recordarles a estos «comunistas» lo que Lenin decía sobre esta cuestión. En 1914 explicó lo siguiente:
«En todos los países capitalistas del mundo, la burguesía recurre a dos métodos en su lucha contra el movimiento obrero y los partidos obreros. El primero es el de la violencia, la persecución, las prohibiciones y la represión. En sus fundamentos, este es un método feudal, medieval. En todas partes hay sectores y grupos de la burguesía —más pequeños en los países avanzados y más grandes en los atrasados— que prefieren estos métodos, y en ciertos momentos muy críticos de la lucha obrera contra la esclavitud asalariada, toda la burguesía está de acuerdo en el empleo de tales métodos. El cartismo en Inglaterra, y 1849 y 1871 en Francia son ejemplos históricos de ello.
«El otro método que la burguesía emplea contra el movimiento es el de dividir a los trabajadores, desorganizar sus filas, sobornar a representantes individuales o a ciertos grupos del proletariado con el fin de ponerlos de su parte. No se trata de métodos feudales, sino puramente burgueses y modernos, acordes con las costumbres desarrolladas y civilizadas del capitalismo, con el sistema democrático.
«Porque el sistema democrático es un rasgo de la sociedad burguesa, el rasgo burgués más puro y perfecto, en el que la máxima libertad, el alcance y la claridad de la lucha de clases se combinan con la máxima astucia, con artimañas y subterfugios destinados a difundir la influencia ‘ideológica’ de la burguesía entre los esclavos asalariados con el objeto de desviarlos de su lucha contra la esclavitud asalariada». (V. I. Lenin, Los métodos de lucha de la intelligentsia burguesa contra los trabajadores, junio de 1914)
Anteriormente, en 1908, Lenin había advertido:
«[…] estos argumentos engañosos, revestidos de un ropaje aparentemente marxista, ocultaban una política de debilitamiento de la independencia de clase del proletariado y de subordinación (en efecto) a la burguesía liberal. […]
«Hay que distinguir entre los programas de los partidos burgueses, entre el discurso banal y parlamentario de los arribistas liberales y su participación efectiva en la lucha real del pueblo. Los políticos burgueses, todos y cada uno de ellos, en todos los países parlamentarios, siempre han defendido de boquilla la democracia mientras la traicionaban». (V. I. Lenin, El engaño de los liberales al pueblo, 1908)
¿Por qué se comportan los liberales burgueses de esta manera? Porque no pueden concebir un movimiento que vaya más allá de los límites del sistema capitalista. Defienden la propiedad privada de los medios de producción. Es posible que tengan algunas diferencias menores con los jefes militares sobre quién debe ser el propietario de esta propiedad o qué parte debe quedarse en manos de los oligarcas militares y qué parte debe venderse a las corporaciones multinacionales extranjeras, pero que haya un propietario sigue siendo su credo.
Por lo tanto, si tu objetivo es preservar una sociedad en la que hay patrones y asalariados, explotadores y explotados, propietarios de los medios de producción y aquellos que trabajan esos mismos medios de producción, y si te ves a ti mismo como parte de los propietarios, no quieres que a los trabajadores de abajo se les ocurran ideas extrañas sobre quién debería ser el dueño de las fábricas y cómo deberían ser dirigidas.
Así pues, los burgueses liberales proclaman su amor a la democracia y a los derechos humanos mientras esto no amenace con desatar un movimiento de masas que pueda ir más allá de los límites del sistema capitalista. Es por ello que los trabajadores y jóvenes de Myanmar no pueden depositar sus esperanzas de una vida mejor en manos de partidos como la NLD. Esto también significa que no pueden contar con ellos para que los defiendan contra la brutal represión que está teniendo lugar actualmente. Los trabajadores, los campesinos y los jóvenes deben tomar su destino en sus manos.
Los jóvenes en particular están muy indignados, ya que ven cómo asesinan a sangre fría a sus compañeros de lucha en las calles de las ciudades de todo el país. Saben por experiencias anteriores, en particular por los sucesos de 1988, lo brutales que pueden ser los militares, y quieren contraatacar y apartarlos del poder. La cuestión es cómo hacerlo.
El peligro en una situación como esta es que los elementos más avanzados saquen conclusiones equivocadas. La clase obrera es la única que puede eliminar a los militares de una vez por todas. Porque eliminar a los militares no significa simplemente enviarlos de vuelta a los cuarteles hasta la próxima vez que sientan que sus intereses se ven amenazados. No, para eliminar a los militares hay que eliminar también su poder económico. La exigencia de la expropiación de todas las empresas de las que se han apropiado los militares en las últimas décadas es una parte central de cualquier lucha seria para acabar con el poder de estos oligarcas.
Esta reivindicación no puede ser llevada a cabo por ningún grupo de héroes que desafíe a los militares. Solo puede conseguirla una clase trabajadora que sea consciente de su papel en la sociedad, que tenga un partido propio con una clara comprensión de las tareas que tiene entre manos. En el pasado, el Partido Comunista podría haber desempeñado ese papel, y el movimiento actual podría extraer algunas lecciones de la experiencia de los comunistas birmanos.
El Partido Comunista jugó un papel importante en la lucha por la independencia al final de la Segunda Guerra Mundial, pero dejó la dirección del movimiento en manos de la burguesía nacional naciente. Así, entraron en un frente popular con ellos. Sin embargo, una vez alcanzada la independencia formal, los burgueses birmanos ya no necesitaban los servicios de los dirigentes comunistas, y en 1953 prohibieron su partido. Fue entonces cuando los comunistas se volcaron a la guerrilla rural, abandonando las ciudades e intentando imitar el modelo maoísta.
Justificaron su abandono de las ciudades alegando las difíciles condiciones, pero al hacerlo, cuando el movimiento de masas de 1988 estalló en las ciudades, los comunistas no habían creado una red de cuadros que pudiera jugar un papel en ese movimiento. Estos errores de los comunistas birmanos explican cómo posteriormente personas como ASSK y la NLD pudieron emerger como líderes reconocidos del movimiento de masas. Esta es una valiosa lección del pasado de Myanmar que no debe ser ignorada hoy.
Lo que hace falta ahora es la construcción de un partido independiente de la clase obrera. Este partido podría convocar una huelga general indefinida. Una huelga general de un día no es suficiente para detener al régimen actual. Una huelga de este tipo es importante para mostrar a los trabajadores lo poderosos que son, pero luego se plantea la pregunta “¿y ahora qué?”.
Una vez que una huelga general ha tenido éxito, es necesario elevar el nivel de conflicto, y eso solo puede significar una huelga general indefinida, combinada con la ocupación de fábricas, bancos, ministerios, universidades e institutos de enseñanza secundaria, poniéndolo todo bajo el control de comités de huelga elegidos por los propios trabajadores y estudiantes.
Esto también requeriría la elección de comités de barrio, todos ellos coordinados con los comités en los centros de trabajo. Estos órganos elegirían entonces delegados a órganos superiores, comités de ciudad, comités regionales y un comité o consejo nacional que se convertiría en la dirección reconocida del movimiento.
Dichos órganos elegidos democráticamente también tendrían que organizar grupos de autodefensa en los centros de trabajo para defender a los trabajadores en huelga contra cualquier ataque, y en los barrios para oponer resistencia a las fuerzas de seguridad.
Todo esto daría lugar a un poder alternativo: el poder de la clase obrera organizada que arrastra a los demás sectores populares de la sociedad, los campesinos, las capas medias urbanas, etc. Organizado de esta manera, el movimiento de masas sería imparable.
Los liberales burgueses temen esto más que a la Junta Militar. Si las masas lograran derrocar a la junta con su propio movimiento independiente, no se limitarían a restablecer la democracia burguesa, sino que empezarían a utilizar su poder recién descubierto para ir más allá, y emprenderían el camino de la lucha para determinar su propio futuro, lo que implicaría tomar el control de la propia economía.
Por eso, retomando las palabras de Lenin, la burguesía liberal pretende «dividir a los trabajadores, desorganizar sus filas, sobornar a los representantes individuales o a determinados grupos del proletariado con el fin de ponerlos de su parte».
Detrás de esta burguesía tenemos al grueso de los dirigentes sindicales, que limitan los objetivos del movimiento para conseguir que la NLD vuelva a gobernar. También tenemos una capa de líderes estudiantiles y de exestudiantes que apoyan a ASSK, que también predican la no violencia y que han sido absorbidos por el fenómeno del ONG-ismo: el uso de ONG financiadas y promovidas desde Occidente con el propósito de desviar conscientemente a los líderes juveniles radicales hacia el camino de la colaboración de clases.
La necesidad de un partido obrero independiente
Lo que hace falta es romper con la NLD y construir una expresión política de la clase obrera, un partido obrero independiente. Esta es una tarea urgente, porque está muy claro que los militares cuentan con que los dirigentes de la NLD frenen el movimiento, mientras ellos siguen con la labor de reprimir brutalmente para intimidar y cansar a las masas. Que los militares lo consigan depende de la resistencia de las propias masas. Si siguen aguantando a pesar de la brutal represión, el régimen podría resquebrajarse.
En algunas pancartas han aparecido consignas con llamamientos a las Naciones Unidas e incluso a Estados Unidos, pidiéndoles que intervengan y detengan a los militares de Myanmar. Estas expresan las ilusiones que existen porque la situación parece desesperada a los ojos de una capa que no ve lo que hay que hacer. Pero las Naciones Unidas no tiene potestad para intervenir, no es un árbitro supranacional, y solo puede hacer lo que todas las grandes potencias acuerden hacer. Por otra parte, apelar a Estados Unidos para que haga algo contra el golpe es el colmo de la ingenuidad si consideramos su historial en la promoción de golpes de Estado en todo el mundo siempre que sus intereses vitales están en peligro.
La única potencia que realmente tiene alguna influencia en Myanmar es China. Es, con diferencia, el mayor comerciante con el país, tanto en términos de exportaciones como de importaciones. Myanmar limita con China, y el régimen chino quiere una estabilidad que le permita seguir haciendo negocios con su vecino. China tampoco tiene necesidad de pretender que defiende los derechos democráticos. Los llamados «comunistas» chinos —en realidad burócratas de un régimen totalitario— son de hecho muy parecidos a los jefes militares de Myanmar. Han llevado a cabo un proceso de privatización parcial en el que ellos mismos han sido los principales beneficiarios, y recientemente han reprimido el movimiento de protesta en Hong Kong.
El régimen chino teme cualquier movimiento exitoso en Myanmar que pueda derrocar al régimen desde abajo, ya que sería un pésimo precedente para sí mismo. Lo que más le preocupa al régimen chino es la estabilidad dentro de su esfera de influencia. Quiere un entorno que garantice buenas relaciones económicas. No tiene ningún problema particular con ASSK ni con los militares. De hecho, la propia ASSK reconoció el poder de China cuando estaba en el gobierno y realizó varios viajes oficiales a Pekín. La principal cuestión que preocupa al régimen chino es: ¿pueden los militares garantizar la estabilidad?
Si la situación en Myanmar se descontrola, será Pekín quien empuje a los militares de Myanmar a algún tipo de compromiso con los políticos de la NLD. Ya lo ha hecho antes. En 2007, China instó a los militares a entablar conversaciones con Aung San Suu Kyi, que entonces estaba bajo arresto domiciliario, porque la presión desde abajo amenazaba con desatar un movimiento de proporciones revolucionarias.
Otros regímenes de la región ya están impulsando esta línea. Indonesia está promoviendo la idea de «negociaciones» entre los militares y la NLD y ha pedido a los militares que garanticen unas «elecciones justas», ignorando el hecho de que las masas rechazan esta idea. Indonesia está reconociendo de facto a la Junta Militar como el gobierno legítimo en este momento, precisamente cuando las masas están pidiendo el «fin de 2008», es decir, el fin de la actual constitución y de los poderes especiales que otorga al ejército.
En la situación actual, una reivindicación que movilizaría a todo el pueblo sería la exigencia de un parlamento auténticamente democrático. Eso significaría la convocatoria de una Asamblea Constituyente Democrática Revolucionaria sin garantías, sin cuota de diputados ni poderes especiales para los militares. Esta sería la mínima exigencia democrática que satisfaría las aspiraciones de las masas de Myanmar en la actualidad.
Como hemos visto, la NLD no ha estado dispuesta a adoptar tales exigencias, sino que ha intentado transigir con los militares y buscar pequeños cambios graduales por temor a molestar a los poderosos oligarcas militares. Ya hemos visto a dónde nos ha llevado esto. Al dejar intacto el poder de los militares, estos se han quedado con el aparato con el que retomar el control del gobierno.
Myanmar es un país en el que el antiguo Partido Comunista ha dejado una fuerte tradición estalinista. Una parte esencial del pensamiento estalinista es que un país como Myanmar no está maduro para el socialismo, que no está lo suficientemente desarrollado como para que se dé un movimiento independiente de la clase obrera, y por lo tanto defienden el apoyo a la llamada «burguesía progresista».
Es cierto que gran parte de Myanmar es rural y campesina. Todavía tiene una agricultura relativamente poco desarrollada, que aporta el 24% del PIB pero que emplea el 70% de la mano de obra total. Sin embargo, también hay una clase trabajadora fuerte. Solo los trabajadores de la industria textil suman 700 000. Hay grandes ciudades como Rangún, con sus más de cinco millones de habitantes, o Mandalay, con un millón y medio. La población urbana global es el 31% del total. La producción industrial aporta el 35% del PIB, y los servicios el 40%.
La Myanmar actual tiene una economía mucho más desarrollada que la de Rusia en 1917. En el movimiento de protestas, es el Myanmar urbano y moderno quien está liderando el camino. El movimiento comenzó con los trabajadores de las zonas industriales y se extendió a otros sectores. La clase obrera podría desempeñar el mismo papel en Myanmar hoy que en Rusia en 1917.
Lo que falta en Myanmar no es una clase obrera. Lo que falta es un partido como el Partido Bolchevique, que sea capaz de unir a los trabajadores en torno a un programa para el derrocamiento revolucionario no solo de la Junta Militar, sino de todo el podrido sistema. Es necesario construir este partido y el primer paso para ello es la construcción de una tendencia marxista arraigada entre la juventud y los trabajadores de Myanmar.
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