Ni la represión ni las falsas concesiones frenan el levantamiento chileno
Más de un millón de personas se manifestaron en Santiago de Chile el viernes 25 de octubre en lo que se vino a llamar «La marcha más grande de Chile», y ciertamente lo fue, superando el cierre de campaña del NO en 1988 que congregó a un millón de personas. La movilización del viernes 25 de octubre, se repitió en ciudades y comunas de todo el país y se produce a una semana del estado de emergencia, la militarización de las calles y el toque de queda impuesto por el gobierno de Piñera. Un total de más de dos millones marcharon contra el régimen.
Ni la represión brutal, ni las torturas, ni el toque de queda, ni los amagos de concesiones han parado un movimiento que empezó como una protesta secundaria contra el alza del pasaje en Santiago y se convirtió rápidamente en un movimiento nacional contra todo el régimen, contra 30 años de recortes, de creciente desigualdad, de privatizaciones, de ataques a la clase obrera, de desregulación, etc.
El movimiento, de manera espontánea ya había convocado una huelga general el lunes de la semana pasada y forzó a las direcciones oficiales a convocar dos días de huelga general, el 22 y 23 de esa semana. Pero realmente las direcciones tradicionales están desbordadas y no son capaces ni de orientar ni de canalizar el movimiento. Empiezan a surgir expresiones amplias de auto-organización por abajo, cabildos abiertos, asambleas territoriales, que en algunas partes, como en Valparaíso (de combativa tradición) se coordinan tentativamente. Este es el camino a seguir.
«Ya cayó, ya cayó» se gritaba el viernes a Piñera en Santiago. Y ese es un desenlace posible. Las fuerzas represivas están desbordadas ante un pueblo que no se amilana. Se han dado casos de insubordinación entre los soldados (por lo menos uno reportado, en Antofagasta). Al régimen le quedan pocas opciones y si quiere evitar que el estallido insurreccional culmine con un derrocamiento revolucionario debe de dar pasos audaces y rápidos.
Respondiendo rápidamente a la enorme marcha del viernes, el presidente Piñera anunció el fin del estado de emergencia y del toque de queda, además de un cambio de gabinete. En realidad, era una trampa de cara a la opinión pública para tratar de dar la imágen de un gobierno “que escucha” y de una “vuelta a la normalidad”. Nada de eso sirvió, el domingo y el lunes hubo de nuevo manifestaciones enormes auto-convocadas bajo la consigna #EstoNoHaTerminado en todo el país y la represión continuó. De manera muy significativa el objetivo ahora eran los edificios que representan el poder: en Valparaiso decenas de miles marcharon hacia el Congreso que tuvo que ser desalojado, y en Santiago las masas avanzaron hacia el palacio de La Moneda detenidas solo por la represión.
Mientras tanto los dirigentes sindicales y de la izquierda parlamentaria no saben qué hacer y en la práctica actúan para impedir un desborde revolucionario. El Partido Comunista parece centrar su estrategia en un juicio político a Piñera y Chadwick, es decir, una maniobra constitucional con pocas probabilidades de prosperar, cuando en las calles está la fuerza para derrocar al gobierno. Los dirigentes de la Unidad Social convocan a huelga general para el miércoles, sólo de 24h, es decir un paso atrás respecto a la huelga de 48h de la semana anterior, cuando el movimiento se desarrolla de manera poderosa hacia una paralización indefinida con marchas diarias.
Todos ellos se afanan a “condenar la violencia”, cayendo en la trampa de la burguesía de separar a los “vándalos violentos” de las “manifestantes pacíficos”, cuando en realidad se trata de un solo movimiento que ha ido adquiriendo características insurreccionales. Por supuesto que los marxistas revolucionarios no estamos a favor de la destrucción aleatoria de propiedad como estrategia. Pero de ninguna manera nos podemos colocar del mismo lado del gobierno burgués que exige condenar la violencia mientras utiliza la represión más brutal contra el movimiento. La manera más eficaz de evitar la violencia, en primer lugar la de las fuerzas del estado, es dar al movimiento un carácter organizado y democrático, incluyendo la organización de la autodefensa de los trabajadores. Se han dado ya algunos pasos en esa dirección como por ejemplo el Comité de Emergencia y Resguardo creado a iniciativa de los trabajadores de la educación en Antofagasta.
En estas condiciones la burguesía puede tratar de buscar un recambio y sacrificar algunas piezas. La remodelación del gobierno no ha servido para calmar a la calle ¿Algún tipo de iniciativa que trate de implicar a los dirigentes del PS, PC y FA, y los sindicatos? El Financial Times, órgano de la burguesía imperialista británica, exigía concesiones sustanciales y costosas y un nuevo gabinete, pero manteniendo el president. Pero eso era el día 22, esas mismas medidas hoy pueden ser insuficientes. Tendrán que sacrificar a Piñera. Incluso, no es descartable, dependiendo de hasta dónde llegue el movimiento en su empuje, algún tipo de Asamblea Constituyente limitada, convocada por arriba y prometida para algún tiempo futuro para tratar de desactivar el movimiento. Políticos del PS, del PC, con el concurso de algunos dirigentes de la derecha ya están hablando de un plebiscito constitucional a celebrarse dentro de unos meses. Se empieza a tejer la trampa.
El alzamiento popular, insurreccional, obrero, juvenil y popular, implica a capas muy amplias de la sociedad, reflejando un hartazgo acumulado de décadas. Sabe lo que no quiere: fuera Piñera, ya basta. Pero no tiene una idea muy clara de lo que quiere y carece de una dirección con autoridad que lo lleve hacia adelante. Inevitablemente llegados a cierto punto, el cansancio empezará a hacer mella.
Las organizaciones de la Unidad Social hablan de una Asamblea Constituyente «para cambiar el modelo económico». Es cierto que Chile tiene una constitución con muchos elementos anti-democráticos que fue cocinada conjuntamente con Pinochet. Pero no es menos cierto que un cambio de constitución no es garantía en absoluto de que nada cambie. Una constitución puede contener muy buenas palabras acerca del derecho a la sanidad, educación, vivienda, etc. El sistema capitalista en crisis no está en condiciones de garantizar que esas palabras se lleven a la práctica.
De lo que se trata no es de «cambiar el modelo», sino de abolir el capitalismo del que ese modelo es la expresión. Lo que se requiere es un programa de renacionalización de las AFP, del cobre, del agua, la salud, la nacionalización de las grandes empresas y monopolios para que toda la riqueza del país, que la crea la clase obrera, se pueda planificar democráticamente para satisfacer las necesidades de la mayoría (salud, educación, transporte, techo) y no los privilegios de una pequeña minoría. Eso no se conseguirá con una Constituyente que al fin y al cabo no es más que otro parlamento burgués. En las mentes de las masas la Constituyente representa la idea de un cambio profundo y de raíz. En el cálculo de los reformistas y de sectores de la burguesía representa un intento de encauzar el movimiento por los canales seguros del parlamentarismo burgués.
El pueblo trabajador en la calle ya se está dando sus propios organismos de poder. Es necesario coordinar los cabildos abiertos y asambleas territoriales, mediante delegados electos, en una gran Asamblea Nacional del Pueblo Trabajador que se plantee la toma del poder, político y económico, para resolver las acuciantes necesidades que están detrás de este maravilloso estallido insurreccional.
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