Pakistán: ¡Cuando el terrorismo se convierte en un recurso estratégico!
En la tarde del pasado domingo, 27 de marzo, se produjo un atentado suicida en un parque infantil en Lahore. Al menos 72 personas han muerto y más de 250 han resultado heridas hasta la fecha. Este atentado se suma a la serie de ataques terroristas que lleva padeciendo esta “tierra de pureza” [es lo que significa Pakistán en urdú y en persa, NdT] en los últimos años.
Esta vez, la mayoría de las víctimas de esta brutalidad han sido mujeres y niños que disfrutaban de sus vacaciones en el Parque infantil de Gulhan-e-Iqbal. El terrorista suicida detonó la bomba en la entrada del parque, cerca de los columpios donde los niños jugaban. Eligió el lugar más atestado del parque. Era también el Domingo de Resurrección, día en el que muchas familias cristianas, que son una minoría en Pakistán y una de las capas más pobres y desvalidas, habían venido a pasar el día. Este parque es uno de los pocos lugares de recreo para las familias de la clase obrera, ya que tales espacios se hacen cada vez menos disponibles debido a la ferocidad creciente de la especulación de la tierra.
Tras el ataque, hemos asistido de nuevo al reguero de noticias «sensacionalistas» por parte de los principales medios de comunicación, y todos los canales de TV han utilizado esta brutalidad en su carrera por ganarse cuotas de pantalla. Como de costumbre, los políticos expresaron sus declaraciones de condena y se convocaron reuniones «de alto nivel» por el Jefe de ejército y el Primer Ministro, Nawaz Sharif. El Jefe del ejército también tomó la iniciativa de realizar una operación anti-terrorista en el Punjab. Diferentes analistas y periodistas aparecieron de nuevo en los platós de TV denunciando la falta de seguridad en el parque y la ineficiencia de los funcionarios de seguridad locales. Los partidos en la oposición usaron esta oportunidad para protestar contra la incapacidad del gobierno para poner manos en el asunto y han exigido que se abra una investigación. Muchos analistas “serios” han tratado de explicar la historia del fundamentalismo en este país al tiempo que “agradecían” el papel del ejército en la lucha contra el terrorismo. También se han oído declaraciones de condena por parte de los líderes de otros países del mundo.
Se ha convertido en una práctica habitual después de tantos atentados en Pakistán. Para la gente ya no resultan nada nuevo los charcos de sangre, los heridos que se llevan las ambulancias y los familiares de las víctimas que lloran y gritan en las pantallas de la TV. Pero las masas trabajadoras de este país están hartas de esta farsa de los políticos y las autoridades estatales. Estos ataques de fuerzas fundamentalistas reaccionarias contra víctimas inocentes instigan más cólera e indignación contra la intolerancia religiosa. Todo esto se añade a la cólera e indignación por las condiciones de vida ya difíciles, en las cuales las necesidades esenciales vitales se hacen cada vez más insoportables.
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¿Más seguridad?
Cada vez que ocurre un atentado, todos los líderes políticos, generales del ejército e intelectuales del país piden que se aumente la seguridad. Después de este último incidente brutal, se empieza a decir que no había cámaras en el parque y que la seguridad en la entrada no era suficiente. El Jefe del ejército también se ha propuesto ejecutar con más contundencia el Plan de Acción Nacional y erradicar esta amenaza del terrorismo del país.
Este Plan de Acción Nacional fue ideado después del brutal ataque terrorista contra la Escuela Pública Militar, en Peshawar, el 16 de diciembre de 2014, en el que murieron más de 130 personas, incluidos estudiantes, la mayor parte hijos de oficiales del ejército. Desde entonces, este plan ha sido la principal respuesta de las autoridades estatales, y los medios de comunicación se encargan de repetir que el Jefe de ejército está decidido a acabar con el terrorismo en el país.
Sin embargo, a pesar de todas estas declaraciones y esfuerzos superficiales, el terrorismo golpea con regularidad y destruye todos estos lemas huecos una y otra vez. En un atentado reciente en la universidad de Bacha Jan, en enero, en el que los terroristas entraron en el campus una mañana temprano, desde algunos medios se dijo que las agencias de seguridad habían fracasado en evitar el atentado. El portavoz del ejército contestó que las agencias de seguridad pakistaníes son las mejores del mundo y que no fallan, y que los terroristas sólo podían haber entrado en la universidad debido a la presencia de la fuerte niebla por la mañana ¡De no haber sido por la niebla nuestra seguridad habría sido perfecta!
Es obvio que el aumento de la seguridad en cada parque, parada de autobús y mercado no garantizará el final de terrorismo. Tampoco se pueden instalar cámaras y colocar agentes de seguridad en cada rincón y esquina del país. Para la mente del policía, carente de cualquier sentido común político básico, la única cosa que se requiere para terminar con los delitos es tener más policías que criminales. Es simplemente un engaño para calmar la indignación de las masas y evadir la responsabilidad del gobierno. De hecho, después de cada atentado y con el cada vez mayor despliegue de seguridad, miles de millones de rupias de dinero público se distribuyen para contratos para medidas de seguridad. Así, estos atentados se convierten en una fuente de ganancias para las compañías dedicadas a proveer personal de seguridad y equipamiento. Los políticos y funcionarios del Estado, incluidos los altos generales, se benefician a través de sobornos y comisiones de estos contratos. A los comerciantes de este país se les ha pedido tener su propia seguridad. Las residencias privadas y las instituciones educativas tienen su propio personal de seguridad. Las compañías de seguridad, generalmente dirigidas por oficiales del ejército jubilados, sacan enormes beneficios en todas partes gracias a estos ataques terroristas.
Lo más importante de todo, sin embargo, es el hecho de que al Estado le sirve de excusa para contener cualquier clase de actividad política y desacuerdo por parte de las masas. Tras el atentado en la Escuela Pública Militar, en Peshawar, se desarrolló un movimiento estudiantil en todo el país, en el que los estudiantes estuvieron a punto de salir a protestar en contra de este acto de brutalidad, pero bajo el pretexto de la seguridad y de las amenazas del terrorismo, todas las instituciones educativas en el país se cerraron durante tres semanas. Se abrieron más tarde con un incremento de la seguridad y alambre de púas en cada pared. Más tarde, en 2015, la presión del movimiento estudiantil se desató de nuevo y aumentaron las protestas estudiantiles en diferentes campus contra las autoridades universitarias. Especialmente en la universidad de Peshawar, en la que fue ganando terreno un movimiento en contra de la privatización y el aumento de las tasas. A principios de este año, en enero, un ataque terrorista en la universidad de Bacha Jan, en Charsadda, cerca de Peshawar, de nuevo le dio al gobierno la excusa para contener todo tipo de actividades políticas en los campus universitarios de todo el país. Todas las instituciones educativas permanecieron cerradas durante días. Las medidas de seguridad se habían incrementado cuando volvieron a abrirse. A los estudiantes no se les permite ahora entrar en otras residencias que no sean las suyas. No se permiten las reuniones de estudiantes. Se piden los carnets de identidad en cada entrada de las residencias y facultades, y hasta en las aulas. Una atmósfera de miedo e intimidación prevalece en todos los recintos universitarios, y los estudiantes se ven amenazados con medidas disciplinarias estrictas si expresan algún desacuerdo. Los sindicatos estudiantiles, de hecho, llevan prohibidos tres décadas y no hay plataformas desde las cuales los estudiantes puedan expresar sus opiniones. A todo esto se suma que los gastos por el aumento de la seguridad se añaden a las tasas universitarias, ya que el gobierno se ha apresurado a recortar el ya minúsculo presupuesto en educación y sanidad.
En los últimos años, se ha visto muchas veces cómo estas actividades terroristas han sido utilizadas para amenazar a las masas implicadas en la actividad política. Cuando Benazir Bhutto llegó a Pakistán tras su largo exilio voluntario, el 18 de octubre de 2007, cientos de miles de personas salieron a las calles para darle la bienvenida. Ella misma se quedó sorprendida al ver a una masa inesperada de gente en el aeropuerto de Karachi. Aquel movimiento sufrió una serie de atentados suicidas que provocaron más de 150 muertos y cientos de heridos. La manifestación, que podría haber juntado a más de dos millones de personas, fue suspendida. Benazir Bhutto fue asesinada más tarde el 27 de diciembre del mismo año, lo que puso fin al movimiento de masas que se había organizado en torno a ella.
¿Tiene una lógica esta locura?
En los últimos años, hemos asistido a muchos atentados terroristas perpetrados con regularidad para contener a las masas de participar en cualquier actividad política. Esto nos obliga a preguntarnos si hay alguna lógica detrás de esta locura. Un argumento común sobre esta amenaza es que el monstruo de Frankenstein del fundamentalismo islámico –fomentado por el servicio secreto pakistaní ISI y el ejército, y patrocinado por la CIA americana durante la yihad afgana contra la invasión soviética– se ha escapado de control y amenaza ahora a sus propios creadores. Sin embargo, también es verdad que sin el apoyo abierto y encubierto por parte de facciones dentro del Estado Pakistaní y, por otros poderes imperialistas, esto no podría llegar muy lejos.
El Estado Pakistaní, más dividido hoy que en los años 80, lucha cada vez más internamente por hacerse con el botín y saquear los recursos de esta tierra. La enorme afluencia de dinero negro proveniente del comercio de heroína, del mercado ilegal de armas y de otras mercancías de contrabando, también es una fuente de conflicto entre estas facciones en guerra. Esto provoca ataques de una facción contra otra disfrazados con el traje del fundamentalismo islámico de un tipo u otro.
El ataque terrorista contra la oficina central del ejército de Pakistán, en Rawalpindi, y otras tentativas similares contra diferentes instalaciones estatales estratégicas, puede ser visto como parte de esta lucha entre facciones dentro del Estado. La gente, sin embargo, también podría ver cómo no hubo ataques terroristas en las reuniones de masas y sentadas del derechista PTI, en Islamabad, que duraron varios meses. Junto con este fenómeno de estrategas manejando los hilos de los terroristas para su propio interés privado, estos grupos también tienen sus propios movimientos independientes limitados, que a veces chocan con los intereses de sus amos.
También hay otros aspectos en el rompecabezas de este guión sangriento que implica a los poderes imperialistas, quienes se sirven de estos elementos [terroristas] para promover sus propios intereses estratégicos. De la misma manera que Al Qaeda fue utilizada como pretexto para invadir Irak, de manera similar estos grupos terroristas son necesarios para seguir justificando la venta de drones y otros equipos militares a los EE.UU y otros ejércitos. Si juntáramos todas estas piezas del rompecabezas encontraríamos la estrategia detrás de esta locura. Al final, la base del conflicto reside en el sistema capitalista, que en su época de decadencia senil, no ofrece más que matanzas, derramamiento de sangre y sufrimiento.
La intensificación reciente de la violencia y la intensidad feroz de las guerras civiles en curso en Oriente Medio también han añadido más combustible al fuego. La clase dominante saudita siempre ha usado a los fundamentalistas estatales e islámicos pakistaníes como títeres para influir en la política de la región. Miles de madrasas [escuelas islámicas, NdT] en Pakistán están directamente patrocinadas por los monarcas sauditas y las docenas de equipos religiosos consiguen financiación regular de sus amos de Riad. Arabia Saudí fue uno de los primeros países que reconocieron al gobierno Talibán de Afganistán en 1996. Han utilizado continuamente a sus aliados para sus propios intereses.
El acuerdo entre Irán y EEUU cambia el equilibrio de fuerzas
Antes, sus amigos en Washington no tenían problemas sobre todo esto. Pero el giro de los recientes acontecimientos en Oriente Medio y los lazos más cercanos entre el régimen iraní y Estados Unidos han cambiado el equilibrio de fuerzas. Se ha hecho, así, cada vez más difícil para un títere como el Estado Pakistaní servir a dueños diferentes al mismo tiempo.
La semana pasada, el presidente iraní, Hassan Rouhani, estuvo de visita en Paquistán y se reunió con el Primer Ministro, Nawaz Sharif, y el teniente general del ejército, Raheel Sharif. Era la primera visita de un presidente iraní desde el levantamiento de sanciones contra Irán. El objetivo de la visita fue presentado como el refuerzo de los lazos económicos y la mejora de las relaciones comerciales entre los dos países.
Esto, claramente, ha hecho sonar las alarmas en Riad. Los sauditas ofrecieron al general Raheel Sharif liderar la reciente coalición militar [contra el terrorismo] formada por 34 países de países islámicos encabezada por Arabia Saudí. Con los imperialistas estadounidenses ahora del lado de los iraníes y el levantamiento de las sanciones económicas, los sauditas y sus aliados en Pakistán temen una pérdida de su poder sobre el Estado, el mismo Estado que financiaron masivamente en las décadas pasadas, principalmente a través del envío de petróleo con pagos diferidos.
De este modo, intentarán por todos sus medios evitar que Irán gane influencia dentro de Pakistán y usarán sus poderes para sabotear cualquier intento. Por otra parte, los iraníes están utilizando medios oficiales y no oficiales para ganar apoyo dentro de las instituciones Pakistaníes. También están financiando grupos fundamentalistas chiítas en Pakistán para sus propios intereses. Después de visitar Pakistán, el presidente Rouhani viajó a Delhi en la India para una visita oficial para reforzar lazos allí. Todo esto revela una nueva situación y un nuevo equilibrio de fuerzas en la región que agudizará las contradicciones y traerá nuevas alianzas y rivalidades. De todos modos, es el pueblo el que sufre las consecuencias de estas maniobras imperialistas.
Lo más relevante de esta situación es el odio general de las masas en Pakistán hacia los fundamentalistas, a pesar de todos los esfuerzos por parte de varias facciones del Estado de estimular el apoyo a estas fuerzas. En el periodo de la yihad afgana, en los años 80, estos fanáticos encontraron un suelo fértil entre algunos de los sectores más primitivos y reaccionarios de la sociedad. Después del fracaso de la revolución de 1968-69 y de la caída del gobierno de Bhutto, la sociedad fue sacudida por una ola contrarrevolucionaria. Las semillas de todas estas fuerzas salvajes que ahora persiguen a la sociedad fueron sembradas entonces. Nawaz Sharif, el MQM, los distintos fundamentalistas islámicos y las fuerzas derechistas, fueron promovidos por los generales del ejército entre el frenesí de la yihad afgana, en un momento en el que contaba con el apoyo de los elementos conservadores de la sociedad. También es cierto que se dio una aguda polarización de clases y una fuerte resistencia por parte de las masas trabajadoras a través del movimiento MRD y el ascenso de Benazir Bhutto como líder del PPP a finales de los años 80.
Durante todos esos años, las masas pusieron a prueba a estas fuerzas políticas una y otra vez y las llevaron al poder, pero fracasaron en su empresa. De hecho, la agonía de las masas y las dificultades de la vida cotidiana aumentaron, lo que llevó a este fracaso. En Pakistán también hemos asistido al recurso del ejército por parte del Estado. Para «acabar» con los políticos corruptos y “poner orden”, el ejército ha intervenido muchas veces en estos 70 años de historia del país. Pero también los propios generales del ejército tuvieron que enfrentarse a la indignación de las masas debido al saqueo y expolio cometidos y, de nuevo, los mismos políticos corruptos que fueron expulsados, otra vez se sumaron a la ola de desacuerdo al grito de “restauración de la democracia”.
Descrédito del ejército y de los principales partidos
En este momento, el propio ejército no sólo está desgarrado por las luchas entre facciones y lucha internas, sino que también se ha convertido en el mayor acaparador de tierras del país. Las viviendas privadas para la élite establecidas por el ejército se multiplican en casi cada ciudad del país. También el apoyo encubierto a terroristas por sectores del ejército es ahora un secreto a voces. Todo esto ha dejado poco poder de maniobra a los generales del ejército para asumir las riendas frente a los políticos corruptos, como hubieran hecho en el pasado.
Aparte de la impotencia de los generales del ejército, ningún partido político en el país goza en este momento del respeto o la autoridad entre la gente. Casi todos los partidos forman parte de gobiernos locales o federales y están implicados hasta el fondo en casos de corrupción y pillaje. Además, no hay diferencias en sus programas económicos y todos ellos siguen los dictados del FMI y del Banco Mundial en la realización de sus políticas.
En esta situación, algunos sectores del gobierno han tratado de apoyar a nuevos partidos populistas a través de campañas de los medios de comunicación y patrocinios estatales, pero no han podido atraer el apoyo de ningún sector significativo de la sociedad. Imran Jan, que al principio atrajo a una capa grande de estudiantes en las grandes ciudades, ha perdido ahora apoyo y se tambalea. En Karachi, se está fabricando un nuevo partido en un intento por mantener el control del Estado sobre las masas de habla Urdú, pero parece que esto también es un fracaso.
En esta situación, el terrorismo se convierte en un instrumento clave en las manos de los estrategas del Estado para tener a las masas bajo control y estimular el odio sectario y religioso entre ellas para dividirlas y gobernarlas. El mismo día del atentado en Lahore, miles de mulás se habían juntado en Rawalpindi para ofrecer condolencias por la ejecución en la horca del asesino, Mumtaz Qadri – quien había matado a un político considerado “reformista” – e, incluso, los dejaron libres y permitieron que se amotinaran mientras entraban en la Zona Roja en Islamabad. Según las últimas noticias, todavía permanecían sentados delante del edificio del parlamento. Todos estos incidentes son utilizados por el Estado, con la complicidad de los medios de comunicación, para sembrar el miedo, intimidar a las masas y mantenerlas calladas sin protestar.
Es bien sabido que la clase trabajadora de Pakistán nunca ha apoyado a estos pequeños grupos de fundamentalistas y han librado luchas contra ellos una y otra vez. Por el momento, hay cientos de luchas de trabajadores en todo el país por el aumento de los salarios, mejores condiciones laborales, contra las privatizaciones y otras cuestiones básicas, que no son titulares de los medios de comunicación burgueses. En todas estas luchas, los trabajadores están librando una batalla de clase contra sus patrones y la policía, dejando de lado cualquier división de carácter sectario, nacionalista, lingüístico o religioso.
Todos estos diversos movimientos aún tienen que aglutinarse en un gran movimiento de masas de la clase obrera que desafíe a este draconiano gobierno y sus crueles aliados terroristas. Esto es lo que asusta a la clase dominante y tratan de combatirla por diferentes medios. La reciente huelga de los trabajadores de la aerolínea estatal PIA, que duró ocho días, da una idea de lo que se avecina. Cientos de trabajadores cancelaron todos los vuelos y se mantuvieron unidos en su exigencia de que se ponga fin a la privatización. Encontró el apoyo entre los trabajadores del ferrocarril, de WAPDA (agua y energía) y de otros sectores, y la idea de una huelga general quedó planteada objetivamente. El Estado recurrió a la represión, abriendo fuego contra los manifestantes y matando a dos trabajadores en Karachi. Los mismos gobernantes que ahora están derramando lágrimas de cocodrilo por los asesinatos de ayer en Lahore, fueron quienes ordenaron esta brutalidad en Karachi. Más medidas represivas se prepararán por estos gobernantes para reprimir a las masas en el futuro.
Sin embargo, a pesar de todas estas medidas, la decadencia del sistema capitalista no se puede evitar, y conducirá a una agudización de las contradicciones de clases en el próximo período. Estas luchas darán lugar a nuevas fuerzas a derecha y a izquierda, preparando el terreno para la lucha de clases. Sólo la victoria de la clase obrera en esta histórica lucha y el derrocamiento del sistema capitalista garantizaría el fin del terrorismo y los asesinatos brutales de una vez por todas.
¡Adelante por la revolución socialista para poner fin al terrorismo!
¡Abajo el capitalismo! ¡Abajo el imperialismo!
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