Perspectivas ante la formación del nuevo gobierno de la Generalitat
La ruptura del gobierno independentista de ERC y Junts fue repentina y su desenlace se consumó en tan sólo una semana. Sin embargo, a pesar de la rapidez de los acontecimientos, los hechos no deben sorprendernos: el gobierno nació débil y repleto de contradicciones, en un contexto de profunda crisis económica, social y política.
La ruptura del gobierno
Las diferencias y peleas entre ERC y Junts han sido una constante, sobre todo después del momento álgido del movimiento independentista y la respuesta represiva del régimen del 78. El anterior gobierno de Torra, también formado por Junts y ERC, si bien de forma menos aguda, ya expresaba estas características.
Las dificultades en el matrimonio de ERC y Junts se hicieron patentes una vez más en la formación de este Govern ahora roto, pese a la mayoría independentista del 52% surgida de las elecciones de febrero del año pasado. Sólo llegaron a un acuerdo para formar gobierno ante la presión de agotar el plazo que les obligaría a acudir a unas nuevas elecciones.
Al final, llegaron a un acuerdo principalmente por 3 razones. En primer lugar, por la presión del movimiento independentista por la unidad y la necesidad de formar gobierno. También por las presiones de los respectivos aparatos para formar gobierno (presiones materiales por la enorme cantidad de dinero que supone entrar en el gobierno en sueldos, cargos, asesores, etc.), que expresaron públicamente durante los días de rotura alcaldes y concejales de Junts. El otro factor es la defensa compartida del capitalismo en el campo independentista. Esto explica que Jaume Giró, con un currículum de altos cargos en varias empresas como La Caixa, fuera nombrado consejero de economía. Era una señal a los grandes empresarios de que este gobierno defendía sus intereses en las cuestiones decisivas.
Pero esta fuerza motriz hacia la unidad entraba en contradicción, en primer lugar, con los respectivos intereses partidistas por la gestión autonómica y, en segundo lugar, con la estrategia independentista de ambos partidos. ERC, por un lado, ha abandonado la lucha por la independencia de forma abierta, apostando decisivamente por acomodarse al régimen a cambio de algunas concesiones autonómicas aceptables por el capitalismo español. Junts, por otro lado, apuesta por las palabras vacías a favor de la independencia sin ninguna propuesta concreta para avanzar.
El carácter oportunista y arribista de Junts se intentó esconder tras el incumplimiento del pacto de gobierno como justificación. Sin embargo, esta crítica dura y repentina por parte de Junts responde en realidad a la irrupción de las masas independentistas en la calle el pasado 11-S. La ANC logró canalizar la frustración y rabia de cientos de miles de independentistas al señalar al gobierno y la mesa de diálogo como culpables del reflujo de la lucha independentista. Esta presión de masas asustó a ERC, quien reaccionó a la defensiva alejándose del movimiento, criticando a la ANC y boicoteando el 11-S.
Junts, preocupados por la amenaza de una lista independiente independentista dirigida por ANC, y por encima de todo por la irrupción de las masas independentistas en la escena política exigiendo un cambio de rumbo, decidió que había llegado el momento para forzar la situación con una moción de confianza en Aragonés. Esta maniobra, que buscaba dar un golpe en la mesa para perfilarse ante el movimiento como los defensores más consecuentes por la independencia, desarrolló su propia dinámica, culminando con la salida de Junts del govern.
Nuevamente, las masas independentistas en la calle han marcado el rumbo general de los acontecimientos, demostrando su fuerza y capacidad de influenciar la política decisivamente.
El nuevo gobierno y las perspectivas
Antes de entrar a analizar el nuevo gobierno, es necesario detenerse un momento con Junts. Al igual que con otros partidos en todo el mundo que en un pasado representaban directamente los intereses del gran capital, los herederos de CiU muestran el carácter de nuestra época: una profunda crisis orgánica del capitalismo mundial.
Así, bajo la presión del movimiento independentista, Junts se ha convertido en un partido en el que conviven representantes políticos de la burguesía con dirigentes de la pequeña burguesía nacionalista catalana. Es más, son los elementos pequeños burgueses quienes dominan políticamente el partido, con la gran burguesía catalana perdiendo el control, pese a contar con representantes directos. Esto explica por qué, a pesar de haber una mayoría en la dirección a favor de permanecer dentro del gobierno, se forzó a que fueran los militantes quienes votaran si salir o no. La crítica de la burguesía por esta decisión ha sido contundente, puesto que lo último que quieren es más inestabilidad y descrédito de las instituciones y partidos burgueses.
Borràs, con Puigdemont desde la distancia, representan a esta ala pequeñoburguesa. Es cuestión de tiempo para que estas divisiones de clase dentro de Junts se resuelvan a favor de una u otra clase. Su convivencia, en el contexto de una nueva recesión, aumento de conflictos y lucha de clases, sólo puede ser temporal.
La burguesía catalana (y la burguesía española más inteligente), huérfano de su representante político directo tradicional, ha encontrado un apoyo en la dirección de ERC. Esto explica por qué, pese a la debilidad de ERC (con sólo 33 diputados de los 68 necesarios para obtener la mayoría), y el descrédito añadido al que ya arrastraba que ha supuesto la ruptura del gobierno, Aragonès ha salido adelante con la formación de un nuevo ejecutivo. El apoyo de la clase dominante ha sido determinante.
Este nuevo ejecutivo confirma el giro autonomista y, por tanto, la aceptación del statu quo, por parte de la dirección de ERC. La incorporación de consejeros no independentistas y ex militantes de otros partidos (Campuzano del PdeCat, Uabasart de Podemos y Nadal del PSC) son señales claras. La burguesía catalana, expresada a través de Foment de Treball, valoraba la formación como “acertada” y destacaba “la experiencia” de las nuevas incorporaciones.
Como ya hemos dicho, este nuevo gobierno es débil y dependerá del PSC y de los Comunes para mantenerse en el poder. La culminación de la crisis se ha cerrado con el acercamiento de ERC a los defensores del régimen del 78, sean estos defensores conscientes (PSC) o inconscientes (Comuns). ERC buscará encubrir este vuelco autonomista con «políticas de izquierdas», que en el contexto de crisis, no irán más allá de medidas raquíticas que no amenacen los intereses de la patronal. Junts en la oposición buscará desgastar a ERC con críticas duras y maniobras para intentar sacar rédito de su descrédito, y así postularse como el partido que debe dirigir la independencia, aunque en la práctica ya demostró que no es capaz de resolver esta tarea.
La CUP, desgraciadamente, y una vez más, no ha aprovechado esta nueva crisis entre ambos partidos para postularse como la única alternativa posible dentro del movimiento independentista. En vez de explicar pacientemente que las constantes peleas entre ERC y Junts provienen en última instancia de su incapacidad para alcanzar la independencia, que es una cuestión de clase, siguen emplazando al gobierno para avanzar, sembrando ilusiones. La posición de la dirección de la CUP ante esta nueva crisis fue de lamentarse por el rifirrafe. La falta de confianza en sus propias fuerzas, y la falta de un programa y estrategia clara para avanzar en la conquista de la independencia, hace que caigan en el seguidismo de las direcciones de ERC y Junts.
Todo ello confirma de nuevo que alcanzar la independencia de Catalunya es una tarea revolucionaria. No existe alternativa. O bien se defiende el capitalismo y, por tanto, se aceptan los marcos de la inquebrantable unidad del Estado español, o bien se defiende el socialismo y la lucha de clases para conseguir la República catalana. Sobre bases capitalistas, la dirección independentista no hará avanzar ni un milímetro la lucha, ya sea ERC, Junts o cualquier otro al frente del movimiento.
Por eso es necesaria una dirección revolucionaria a la altura de los acontecimientos, que plantee un programa de reivindicaciones democráticas, empezando por el derecho a la autodeterminación, con demandas sociales por la emancipación de la mayoría. En otras palabras, un programa revolucionario que plantee como principal objetivo a la revolución socialista.
Imagen de portada: ondacero.es
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