Protestas en el campo: el aliado del pequeño agricultor es el jornalero, no el terrateniente
A lo largo de estas semanas se han sucedido protestas masivas en el campo convocadas por las organizaciones de propietarios agrícolas, desde los pequeños productores agrupados en UPA hasta los terratenientes nucleados en ASAJA. El eje movilizador de la protesta son los bajos precios pagados en origen por los productos agrícolas, que ven multiplicado su precio por 3 y por 4 en los supermercados y grandes superficies comerciales. Los propietarios se quejan de que el precio en origen se mantiene más o menos estable desde hace años mientras que los costes de producción han crecido.
Aquí se mezclan reivindicaciones comprensibles, el pago de un precio justo por los productos agrícolas a pequeños campesinos y propietarios, y quejas reaccionarias como rechazar la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI), de 900€ a 950€, a los obreros del campo. En última instancia, la riqueza que crea el campo se debe, en su inmensa mayoría, al trabajo de los jornaleros, tanto en secano como en el sector hortofrutícola, y los beneficios obtenidos por los propietarios, en particular los grandes y medianos, vienen del trabajo no pagado a sus trabajadores; es decir, de la explotación pura y simple. Con la subida del salario mínimo se restituye al obrero una pequeña parte del trabajo no pagado por los propietarios.
El problema del campo no es ajeno al problema más amplio de una economía capitalista en crisis. Como en todo sector económico, la anarquía de la producción capitalista en el campo lleva inevitablemente a la sobreproducción. Cuando eso coincide con el cierre de mercados extranjeros, como en Rusia, debido el veto ruso a la UE por la crisis ucraniana; o el aumento de aranceles a la importación, como en EEUU, o al incremento de la competencia (Marruecos y otros) el problema se agrava.
Para encontrar una solución a esto, favorable al pequeño campesino sin recursos, éste debe establecer una alianza con los trabajadores contra los terratenientes y medianos propietarios, y contra las grandes cadenas de manipulación, logística y distribución.
Quien fija el precio es la gran producción. El valor de las mercancías está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirlas; es decir el tiempo de trabajo establecido por la técnica, la organización del trabajo y las condiciones salariales reguladas por la producción dominante. La gran producción, por su mayor economía de costes, puede producir mercancías más baratas que el pequeño propietario, quien utiliza técnicas más rudimentarias; pero la gran producción puede también abaratar aún más los precios de producción porque se basa, cada vez más, en una masa de decenas de miles de jornaleros inmigrantes, que tienen horribles condiciones de vida, lo que empuja aún más a la baja los precios agrícolas, al punto que lleva a la ruina el pequeño propietario que tiene costes relativos más altos.
Contra lo que piensa la opinión pública vulgar, que cree que el coste de producción se reduce al coste del producto arrancado de la tierra, el coste final del producto –como explica Marx en El Capital– también lo forma el manipulado y envasado, así como el transporte al distribuidor y al comerciante, que están cada vez más concentrados en un puñado de compañías, y que ejercen una presión adicional sobre los precios, al tratar de imponer al productor un margen mayor del beneficio para sí mismas. El gran propietario sufre menos esta situación, cuando no mantiene vínculos comerciales e incluso accionariales estrechos con el resto de la cadena agroalimentaria que exprime al pequeño agricultor.
Una subida salarial y mejores condiciones laborales para los jornaleros, nativos e inmigrantes, sólo tendría como efecto reducir el beneficio del gran capitalista terrateniente. Y si éste elevara el precio en origen para tratar de reponer el beneficio perdido, eso elevaría la renta del pequeño propietario que no gasta, o lo hace en mucha menor medida, en salarios.
Si las grandes propiedades y negocios agrícolas y hortofrutícolas fueran nacionalizados bajo el control de sus trabajadores, así como las empresas de envasado, manipulación, logística y de distribución (las grandes superficies comerciales), eliminando el beneficio capitalista, eso permitiría ahorrar en costes, y asegurar un precio justo tanto al pequeño agricultor como a los consumidores que mayoritariamente somos las familias obreras. Lo mismo debería hacerse con la gran producción que entra dentro de la producción agraria: industria de fertilizantes, semillas, etc.
Por tanto, un programa justo para el campo y el pequeño propietario, debe ser un programa socialista encabezado por los proletarios agrícolas, sobre la base de las siguientes demandas:
- Plena regularización de inmigrantes y subida general de salarios. Plenos derechos sindicales y laborales para los obreros agrícolas, nativos e inmigrantes, temporeros o fijos.
- Nacionalización de la gran producción agrícola, del envasado, manipulado, logística, distribución y química, sin indemnización salvo a pequeños accionistas y bajo el control de sus trabajadores.
- Hay que favorecer el cooperativismo y la integración de la pequeña producción en unidades más amplias que incluya el manipulado, envasado y transporte, para que la llamada “cadena de valor”, quede en manos del productor.
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