Reflexiones sobre la masacre de Orlando – Más «horror sin fin»
La vieja expresión de Lenin, el capitalismo es «horror sin fin», de nuevo quedó manifiesta en la madrugada del domingo 12 de junio, cuando el joven Omar Mateen, entró armado en la conocida discoteca gay Pulse Club, en Orlando, Florida, y provocó una masacre, que dejó cuarenta y nueve muertos y cincuenta y tres heridos.
Las muestras de dolor, la indignación y la solidaridad de la gente fueron abrumadoras. Por su parte, los Republicanos y los Demócratas enseguida utilizaron esta matanza para dividir a los trabajadores sembrando un estado de ánimo contra los musulmanes. Fue ni más ni menos que una utilización grotesca de las consecuencias de sus propios crímenes. ¿Quién ha instituido desde hace siglos un régimen de violencia cultural, jurídica, financiera y moral contra el colectivo LGBTQ [siglas para designar al colectivo de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgénero]? Quién financió en su día a los talibanes y otros grupos contrarrevolucionarios fundamentalistas en el Medio Oriente? Nadie más que la clase dominante y representantes de la democracia capitalista estadounidense, tanto del lado Demócrata, como Clinton, Obama, como del ala «moderada» de los Republicanos, pasando por las figuras más estrambóticas y demagogas del ala de derecha, como Donald Trump.
Mateen atacó la discoteca Pulse en la «Noche Latina». La mayoría de las víctimas fueron latinas. Trump, que es famoso por su discurso contra los inmigrantes latinoamericanos, no tuvo impedimentos en utilizar rápidamente esta matanza para arremeter contra otro de sus objetivos favoritos, los musulmanes. Clinton, como era de esperar, nadó entre dos aguas, sirviéndose del «islamismo radical» de Donald Trump, quien lo tomó como una victoria en Twitter. Más allá del lenguaje adoptado, los políticos estadounidenses de ambos partidos utilizan constantemente los ataques terroristas fundamentalistas islámicos como un medio para atacar a los trabajadores musulmanes, bombardeando sus hogares en el extranjero y sembrando un estado de ánimo racista contra ellos en casa.
El Partido Republicano ha presentado la masacre de Orlando como un ataque externo y atroz contra los Estados Unidos, hasta el punto de cuidarse de no pronunciar las siglas «LGBT», como le pasó al gobernador Rick Scott. El Partido Demócrata, si bien utilizó también de chivo expiatorio al Islam en esta última salvajada engendrada por el capitalismo, relacionó en cierta medida este suceso con una problemática específica de los Estados Unidos, un problema que supuestamente podría resolverse mediante la simple intervención sobre el control de armas. De forma cínica e insensible se obvia el contexto homofóbico en el que ocurrió la masacre, insultando a los muertos al utilizar sus nombres de forma arribista y oportunista por parte de los representantes políticos del status quo.
Contenido
La homofobia y la islamofobia, hermanos cómplices de la clase dominante
Los medios de comunicación, siempre sedientos de titulares vendibles, han tildado la matanza de Orlando como «el peor tiroteo masivo de América». Sin embargo, un rápido vistazo a la historia de EE.UU. revela numerosas atrocidades –a una escala mucho más grande– en contra de los nativos americanos, los negros y los mexicanos en el curso de la conquista del capitalismo estadounidense y el sometimiento del continente. La historia de Estados Unidos está llena de violencia infligida por la clase capitalista contra los trabajadores estadounidenses, como la masacre de Ludlow en Colorado. La matanza homofóbica en Orlando, lejos de ser una intrusión aberrante en el «modo de vida americano», es un fenómeno natural en la sociedad capitalista aquí en casa. Además, no hay que olvidar que los peores tiroteos y matanzas estadounidenses han tenido lugar fuera de las fronteras de los EE.UU., en aventuras militares o guerras de poder imperialistas, todo ello financiado y gestionado por la clase gobernante de Estados Unidos.
El Oriente Medio es el ejemplo reciente más importante. Esta región fue sacudida por una ola de revoluciones, tales como la Revolución de 1978 en Afganistán, la revolución de Pakistán en 1968, la revolución iraní de 1979 y, otras más, que finalmente descarrilaron y fueron aplastadas por la contrarrevolución en forma de fundamentalismo islámico, una fuerza cínicamente promovida por el imperialismo estadounidense.
Grupos como los talibanes y Al Qaeda fueron creados y financiados por el Estado americano para atajar la lucha de clases y combatir la amenaza del comunismo. La consiguiente guerra en Afganistán, entre el Ejército Rojo y los muyahidines fundamentalistas, redujo una de las cunas históricas de la civilización a una zona de guerra permanente. Todo esto tuvo su origen en el papel del capitalismo en el Oriente Medio. Las fronteras coloniales británicas dibujadas con tiralíneas provocarían los conflictos para las generaciones venideras y, en todo este proceso, estarían involucrados los largos dedos del imperialismo, ya que las economías de esta parte del mundo, al igual que todo el antiguo mundo colonial, estaban dominadas por las corporaciones multinacionales occidentales. Hoy, el imperialismo norteamericano se encuentra en una posición insostenible en el Oriente Medio, como consecuencia de sus intervenciones en el pasado. Mateen había declarado su apoyo a múltiples grupos fundamentalistas que están, en realidad, en guerra entre sí, y no muy alejados de la política de Washington, que ha creado una situación en la que grupos armados de la CIA, pelean contra grupos respaldados por el Pentágono, como es el caso en Siria.
En realidad, el fundamentalismo islámico es una amenaza extranjera a las masas del mundo musulmán, no al gobierno de Estados Unidos. Sin embargo, los políticos estadounidenses no sienten vergüenza en exigir el arrepentimiento de los musulmanes y más derramamiento de sangre (a través de un aumento de los bombardeos de la OTAN) en respuesta a los ataques terroristas. La demanda del Partido Demócrata sobre el control de armas tampoco tiene en cuenta que el Estado norteamericano, que regularía y monopolizaría el uso de armas de fuego en virtud de las políticas de control de armas, es también el vendedor de armas más perverso y prolífico a nivel internacional, por no hablar del mayor usuario mundial de armamento contra la población civil. La hipocresía de los Demócratas fue puesta en evidencia a través de las declaraciones de Clinton en Tweeter, según las cuales nadie que estuviera siendo investigado por el FBI debería poder comprar armas de fuego, lo que sería equivalente a dar el poder unilateral al FBI para negar los derechos de la Segunda Enmienda a las personas afectadas. Esto lo dice una candidata a Presidente de los Estados Unidos, ¡que está siendo investigada actualmente por el FBI!
Los marxistas no somos, evidentemente, defensores de la cultura capitalista de las armas, instrumento de muerte convertido en mercancía fetiche, en una sociedad donde el abuso y el individualismo egoísta son la norma. Sin embargo, es incorrecta la idea de que todo mejoraría si solamente la policía y los militares fueran los únicos poseedores de armas de fuego, ignorando las verdaderas raíces de la violencia en la sociedad capitalista, a saber, la naturaleza de clase de la sociedad capitalista. En lugar del «control de armas», a la manera de Clinton, estamos a favor de que la clase obrera –siendo la única fuerza progresista en el mundo– se organice y tome el «control» del conjunto de las armas.
El colectivo LGBTQ conoce la verdadera naturaleza del Estado capitalista de primera mano, después de haber sido víctima de la violencia del Estado y del acoso hasta nuestros días. Uno de estos incidentes de persecución estatal (Stonewall), de hecho, puso en marcha el movimiento de los derechos LGBTQ tal como lo conocemos.
Además de su inexactitud hipócrita, estos políticos también ignoran por completo que éste ha sido el mayor asesinato masivo de personas LGBT en el mundo occidental desde el Holocausto. La historia de Omar Mateen y sus acciones revela una imagen de los hechos marcadamente diferente a la presentada por Obama, Clinton, o Trump.
Omar Mateen, un ejemplo de la alienación capitalista
Omar Mateen era un joven [presuntamente] homosexual, nacido en Nueva York de la primera generación de inmigrantes afganos y criado en los Estados Unidos. Era musulmán, pero no practicante, y mínimamente involucrado en su mezquita local.
El padre de Omar Mateen, Seddique Mateen, es el fundador de un programa de televisión de derecha pro-talibán. Ha participado en muchos canales de televisión a propósito de la guerra civil afgana. La mayoría de sus declaraciones apuntan a Pakistán y al ISI (la Inteligencia paquistaní) como responsables de la creación del caos en Afganistán, lo que es parcialmente cierto. Sin embargo, a Seddique Mateen se le conoce más por su defensa de una teoría de la conspiración; sus argumentos se basan en una posición contrarrevolucionaria de lo sucedido en Afganistán en las últimas décadas. Es probable que Seddique y su esposa huyeran de Afganistán a raíz de la Revolución de Saur de 1978.
Omar se graduó en Tecnología en Justicia Criminal y trabajó para una de las mayores empresas de seguridad privada, G4S, una entidad comparable a Blackwater en sus operaciones de alto nivel. Adoraba el cuerpo policial de Nueva York y soñaba con convertirse en un agente de policía. Su primer matrimonio fue un fracaso, su mujer fue rescatada por su familia por los abusos constantes de Mateen.
El propio Mateen solía frecuentar la discoteca Pulse y era usuario de aplicaciones de citas homosexuales. Sin embargo, los amigos de dicho club cortaron lazos con él cuando Mateen empezó a mostrarse emocionalmente inestable y a amenazarlos físicamente cuando bebía.
Las discotecas ocupan un papel importante en la cultura de la comunidad LGBTQ. Cuando la sociedad capitalista prohibía cualquier expresión sexual o de género que se desviara de las normas de la familia burguesa, los clubes clandestinos eran un lugar de refugio cultural y sexual, donde un individuo homosexual podía «salir del armario» y comportarse libremente. En el caso de Omar, sólo sus amigos del Pulse aceptaban su secreta identidad. Los que lo conocieron en el trabajo, sólo lo conocían como un individuo intolerante y violento que a menudo intimidaba a las minorías. Su ex mujer declaró que Omar tenía «tendencias homosexuales» y que su padre solía llamarlo gay despectivamente. Omar perdió el único lugar en su vida donde encontró la aceptación y la camaradería, la discoteca Pulse. Fue aquí adonde volvió más adelante para cometer un ataque suicida.
Nunca sabremos lo que lo motivó a reclamar lealtad al Estado Islámico (EI) en una llamada telefónica al 911 veinte minutos después del ataque. En el pasado, había visto en el fundamentalismo islámico una expresión de sus propias tendencias violentas y antisociales, pero nunca se había radicalizado en la religión ni se había dejado crecer la barba. Pero el hecho de que hubiera declarado su apoyo a grupos como Hezbolá, un grupo sectario chií fuertemente opuesto al EI, muestra claramente que estos actos responden más a los de un hombre desesperado e inestable mentalmente que a los de un devoto fundamentalista islámico. El gobierno estadounidense, los medios de comunicación y los islamistas reaccionarios no perdieron tiempo en usar lo sucedido en Orlando para promover el chovinismo. Cuando el Estado Islámico de manera oportunista se atribuyó el ataque –después de los hechos– no tenían ni idea de que estaban haciendo mártir a un homosexual que alternaba con drag queens en su vida privada.
La homosexualidad y la lucha de clases
Hay que decir, sin embargo, que la persecución de los homosexuales por el EI no es totalmente coherente con la historia del Islam y, en general, con el conjunto de la vida humana. En las sociedades islámicas y medievales, la homosexualidad a menudo aparece abiertamente en la literatura, la pintura, y los estilos de vida de las grandes figuras de la cultura, si bien estaba prohibida oficialmente. Esta situación es común en toda la historia; durante los períodos primitivos de desarrollo humano, en el que no había clases ni propiedad privada, había a menudo roles sociales voluntarios/honoríficos para las prácticas que hoy asociaríamos con LGBTQ. Los colonos europeos, al servicio de la acumulación primitiva de capital, fueron los defensores más inflexibles contra las desviaciones de su familia burguesa, en lugares como la India y las Américas, donde se establecieron campañas de erradicación contra los hijras [NdT: define a los miembros de un tercer sexo en la cultura del subcontinente indio] y bardajes [NdT: individuos en los pueblos amerindios conocidos como los “dos espíritus”, que implica que un espíritu masculino y otro femenino conviven en el mismo cuerpo]. El surgimiento de un nuevo orden social de mercados universales y potentes Estados-nación requería unas normas y moral burguesas sin oposición y de largo alcance.
Hoy el capitalismo ha sobrevivido mucho más allá de su «fecha de caducidad» natural, gracias a la derrota de los movimientos revolucionarios del pasado. El nacimiento de una nueva sociedad se ha retrasado. Algunos destellos del potencial de la humanidad en el socialismo, que sólo puede desarrollarse totalmente con el fin del capitalismo, están presentes hoy en día, pero en una forma contradictoria y distorsionada. La composición y el descrédito de la familia y la moral burguesas es un ejemplo notable. Una reciente encuesta de YouGov encontró que uno de cada tres jóvenes de 18-29 años no se identificaba completamente como heterosexual. Otra encuesta realizada por Benenson Strategy Group destacó que el 50% de los jóvenes entre 18-34 años cree que la identidad de género descansa en una gama amplia. Incluso el Tribunal Supremo se ha visto obligado a legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sin embargo, las condiciones básicas del capitalismo permanecen en su lugar, y la falta de vivienda para los jóvenes LGBTQ es un ejemplo del efecto de la rigidez sofocante que la vieja sociedad tiene necesariamente en los derechos de las personas para desarrollarse y expresarse libremente.
Un ejemplo impresionante que data de hace casi cien años demuestra la necesidad de una revolución social para garantizar la igualdad en cuestiones de género y sexualidad –y no sólo la igualdad ante la ley, sino la igualdad ante el libre desarrollo de la vida. En otro artículo de Socialist Appeal decíamos lo siguiente:
«Érase una vez un país en donde se legalizó el matrimonio entre el mismo sexo, y a las personas Trans se les permitía servir en el ejército; en donde un hombre abiertamente homosexual fue ministro de Asuntos Exteriores y la discriminación se eliminó de la ley; en donde era una cuestión administrativa sencilla cambiarse de género en los documentos oficiales. ¿Dónde estaba este lugar maravilloso? Cuándo se promulgaron esos derechos que fueron más allá de los de cualquier país moderno en términos de derechos humanos y democráticos básicos? Lo más importante, ¿por qué dichas leyes no están en vigor en todas partes hoy en día? No es sorprendente para los marxistas que ese país en cuestión fuera la Unión Soviética y que dichas leyes en cuestión se aprobaran durante la fase ascendente de la revolución, desde 1917 hasta 1926, bajo la dirección de Lenin y de Trotsky. Además, no es sorprendente que esas leyes fueran posteriormente derogadas por la contrarrevolución estalinista, que aplastó todos los logros sociales y políticos del bolchevismo de raíz».
Las lágrimas de cocodrilo de la clase capitalista dejan ver la naturaleza de todos estos políticos, quienes desviando la atención con un proyecto de ley de control de armas o un discurso chovinista contra los musulmanes, aún no han propuesto ninguna reforma para hacer frente a la base homofóbica del ataque. Un partido socialista de masas, cuyo potencial empezó a revelarse con Sanders, podría luchar por demandas como «alquiler de todas las viviendas, incluyendo las de propiedad del gobierno, fijado en no más del 10% de los salarios, como parte de un plan voluntario, socializado de la vivienda», «sanidad universal y gratuita», y «no a la discriminación sobre la base de la preferencia sexual, identidad de género, o expresión», todo ello vinculado a un programa más amplio de transformación socialista de la sociedad. Tal partido pondría en evidencia la palabrería de los políticos capitalistas y daría lugar a luchas de proporciones revolucionarias.
Monstruosidades como la matanza de Orlando revelan dolorosamente la necesidad de poner fin a este «horror sin fin». Las palabras de Rosa Luxemburgo vuelven desde el siglo XX:
«Friedrich Engels dijo una vez: ‘la sociedad capitalista se halla ante un dilema, avance al socialismo o regresión a la barbarie’. ¿Qué significa ‘regresión a la barbarie’ para nuestra noble civilización europea? Hasta ahora, hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. Una mirada a nuestro alrededor en este momento muestra lo que significa la regresión de la sociedad burguesa a la barbarie».
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