Siria: ¿Hasta dónde ha llegado la revolución?
Un breve resumen del desarrollo histórico
El imperialismo francés colonizó Siria después del colapso del Imperio Otomano tras la Primera Guerra Mundial. El mandato francés terminó en 1946 después de una lucha por la independencia nacional, y se formó la República Árabe Siria con sus fronteras actuales (después de la separación del Líbano). Después de la independencia, el país tuvo una vida política muy turbulenta y se sucedieron una serie de golpes militares. Se formaron y cayeron muchos gobiernos, y la unión con el Egipto de Nasser en 1958 se rompió después de tres años. En 1963, el partido Baaz llegó al poder mediante un golpe de estado con la participación de militares y funcionarios civiles. Esto fue seguido por una serie de golpes de Estado en el interior del Partido Baaz que desembocó en la subida al poder de Hafez Al-Asad en 1970.
Después de su llegada al poder, el partido Baaz (también conocido como el Partido Socialista Árabe Baaz) procedió a nacionalizar las palancas fundamentales de la economía e instituyó una economía planificada y centralizada, inspirada en la de la Unión Soviética. El proceso se intensificó después de la llegada al poder de Hafez Al-Asad, dando lugar a un importante desarrollo de la industria, la agricultura y los servicios. Los años sesenta y más aún los años setenta fueron años de un crecimiento económico impresionante, que ofreció oportunidades de trabajo a muchos jóvenes sirios y elevó el nivel de vida de la población siria en su conjunto. Sin embargo, debido al hecho de que lo que se había construido no era un Estado obrero genuino basado en la democracia obrera, sino una terrible caricatura burocrática de un Estado obrero, con todas las limitaciones que esto finalmente colocó en su crecimiento, la economía comenzó a desacelerarse en los años ochenta y el problema se hizo más severo en los años noventa tras el colapso de la Unión Soviética.
En el año 2000, murió Hafez Al-Asad y su hijo, Bashar, se convirtió en el presidente del país. Desde que llegó al poder, el régimen sirio bajo Bashar ha tratado de liberalizar gradualmente la economía del control estatal y de introducir la llamada «economía de mercado». Este proceso, sin embargo, ha sido lento y la economía hoy en día sigue estando en gran medida en manos del Estado, pero con un sector privado cada vez más creciente que ha traído cada vez una mayor desigualdad económica y social.
Desarrollo del Estado sirio y su naturaleza bajo el Partido Baaz
Las masas sirias llevaron a cabo la revolución colonial con el objetivo de lograr la independencia nacional, la unificación del país entonces dividido por el imperialismo francés, y responder a las necesidades económicas más urgentes de la nación. Después de la independencia, el Estado que surgió de inmediato fue un Estado democrático-burgués; es decir, un Estado capitalista con un sistema político democrático. Sin embargo, esto resultó muy inestable, como demostraron los numerosos golpes de Estado militares habidos y la abolición de los derechos democráticos en varias ocasiones. Además, el Estado sirio no pudo alcanzar una soberanía política real de las potencias imperialistas, así como tampoco dio respuesta a la cuestión económica más importante para un país con una mayoría de campesinos en esa época: la reforma agraria.
Trotsky explicó hace mucho tiempo, en su Teoría de la Revolución Permanente, que en la era del imperialismo, la burguesía nacional, la clase capitalista, en un país subdesarrollado es incapaz de cumplir las tareas históricas que la burguesía de Europa Occidental fue capaz de lograr en el edad de la revolución industrial. Esto se debe a que, en un país subdesarrollado, la clase capitalista está orgánicamente vinculada a la clase feudal, a los terratenientes, y está dominada y es ampliamente dependiente de los capitalistas más poderosos de los países imperialistas, cuyos intereses son a menudo antagónicos a los intereses nacionales de los países subdesarrollados. Para Trotsky, el proletariado, la clase obrera, era la única clase capaz de cumplir las tareas históricas de la revolución burguesa y desde allí avanzar hacia la revolución socialista.
Lenin también entendió esto muy bien en 1917, cuando libraba una lucha contra aquellos elementos dentro de la dirección del partido bolchevique, que más tarde se convertirían en figuras clave dentro de la burocracia estalinista, e insistió en que la clase obrera rusa, y no la burguesía rusa, era la única clase capaz de consumar las tareas democrático-burguesas de la revolución rusa, mientras que la mayor parte de la dirección bolchevique creía que la revolución rusa sería burguesa con la burguesía jugando algún tipo de papel progresista. Los acontecimientos de la revolución rusa – que triunfó como revolución socialista – demostraron que Trotsky y Lenin tenían toda la razón.
La burguesía siria no fue la excepción. Una democracia burguesa estable, un gobierno nacional fuerte, y la reforma agraria requerían una clase capitalista fuerte, una clase que no existía en Siria. Los numerosos golpes militares indicaban la existencia de una crisis en la sociedad siria. Reflejaban una lucha entre diferentes clases de la sociedad e incluso entre diferentes sectores de la misma clase, y también que ninguna clase social era lo suficientemente fuerte como para dirigir la nación hacia un desarrollo burgués estable.
Esta situación, prolongada durante años, condujo a la frustración de muchos oficiales del ejército y a muchos dirigentes civiles. Ellos buscaron una salida, y en ausencia de organizaciones marxistas sanas que dirigieran la lucha, miraron a la poderosa Rusia y quedaron impresionados por sus logros. La burocracia en Rusia y en otros países estalinistas totalitarios, de hecho, representaba una caricatura de lo que era el socialismo. Sin embargo, la economía planificada y nacionalizada demostró ser muy eficaz, y muy superior a la economía de mercado capitalista. Demostró ser muy atractiva para la casta de oficiales sirios que habían llegado al poder mediante el golpe de 1963. El sistema soviético bajo Stalin había visto un enorme crecimiento económico, y por lo tanto «estabilidad», pero también permitió el desarrollo de una capa privilegiada en la parte superior de la sociedad, la burocracia, y todo esto se combinó con los métodos de gobierno más opresivos. Fue sobre esta base que la casta de oficiales en Siria procedió a nacionalizar la mayor parte de la economía y a crear un sistema similar al que existía en la Unión Soviética.
Para decirlo brevemente, el Estado sirio bajo el Baaz comenzó no a partir del modelo de Rusia 1917, sino desde donde el Estado soviético había terminado bajo Stalin. El régimen sirio bajo Hafez Al-Asad eliminó todos los derechos y libertades democráticas, encarceló a los disidentes, sofocó la vida política del país, e impuso un sistema político de partido único. Era un Estado contradictorio, muy opresivo, pero al mismo tiempo tenía una dimensión muy progresiva. En los primeros años de la dirección de Hafez Al-Asad, Siria fue capaz de avanzar a pasos agigantados. Los terratenientes fueron expropiados y las tierras agrícolas se distribuyeron a los campesinos, la industria se desarrolló rápidamente, se construyeron escuelas y hospitales, y se estableció un sistema público universal de salud y educación, y se construyeron un gobierno nacional fuerte y un ejército fuerte. Esta es la clave para entender la estabilidad del régimen durante tantos años. Hubo un apoyo genuino entre una capa importante de la población a las medidas progresivas económicas llevadas a cabo. Sin embargo, como cualquier otra economía burocráticamente planificada, la corrupción, el nepotismo y el comportamiento mafioso de la camarilla gobernante pronto condujeron a la asfixia de la vida económica del país. El crecimiento se ralentizó, y el mayor golpe vino con el colapso de la Unión Soviética, un importante aliado político y económico del régimen sirio.
Tras el colapso de los regímenes de Europa del Este y de la Unión Soviética, la burocracia estalinista Siria, siguiendo una trayectoria similar a la de China bajo Deng, trató de llevar a cabo una contrarrevolución social y transformarse en la nueva clase capitalista. Este proceso despegó a gran escala una vez que Bashar Al-Asad se convirtió en presidente después de la muerte de su padre. Muchas de las medidas fueron adoptadas para «liberalizar» la economía y «abrirse» al sistema del mercado. Esto significó permitir que algunos bancos privados extranjeros operaran en el país, fomentar la inversión y las empresas privadas, y lo más importante eliminar algunos subsidios a los bienes básicos y reducir los aranceles sobre los bienes importados, además de reducir el control estatal sobre el comercio exterior.
Este proceso, si bien ha beneficiado a una pequeña minoría de la población, ha tenido algunas consecuencias socioeconómicas catastróficas para amplias capas de la sociedad siria. Impulsó la subida de los precios (alimentos, bienes raíces, etc), la quiebra de pequeñas empresas e industrias locales que no podían competir con los productos extranjeros importados, y empujó la gran mayoría de los sectores de ingresos medios a condiciones de pobreza. Muchos de los bancos privados, empresas (teléfonos celulares, por ejemplo), y cadenas comerciales de reciente apertura, son propiedad de parientes del Presidente y de su familia, o de los burócratas de alto rango del Gobierno, lo que confirma el hecho de que la vieja burocracia estatal se ha ido transformando en propietaria directa de los medios de producción.
El bonapartismo proletario y las raíces de la crisis actual
El régimen baasista de Siria en el pasado podría ser descrito como «bonapartista proletario». El concepto de bonapartismo proletario fue desarrollado por el teórico marxista británico y fundador de la Corriente Marxista Internacional, Ted Grant. El término bonapartismo se toma del ejemplo de Napoleón Bonaparte, que, después de la Revolución Francesa, gobernó de manera totalitaria equilibrándose entre las fuerzas de las diferentes clases de la sociedad, aunque en última instancia defendía el sistema capitalista que se desarrollaba en ese momento.
Es cierto que el Estado necesita una clase donde apoyarse. En un Estado capitalista con democracia burguesa, el Estado depende y representa los intereses de la clase capitalista. En un Estado obrero sano, el Estado depende y representa los intereses del proletariado. Sin embargo, en el caso de que no exista una clase social lo suficientemente fuerte donde el Estado pueda apoyarse, cuando las fuerzas de las diferentes clases sociales se anulan entre sí, entonces el aparato estatal puede alcanzar un cierto nivel de independencia de todas las clases sociales. Este concepto es al que Ted Grant se refiere como bonapartismo.
Sin embargo, el Estado no puede obtener la independencia completa de las diferentes clases de la sociedad. En última instancia, un estado bonapartista, aunque oprime a todas las clases, ha de favorecer y trabajar en el interés de una clase sobre las demás, y esto está determinado por la base económica sobre la que descansa el Estado. Si la economía es capitalista, entonces el Estado es bonapartista burgués, y protege los intereses de la clase capitalista, que es el caso de los regímenes fascistas o policíaco-militares, por ejemplo. Si la economía está nacionalizada y planificada centralmente, y la burguesía ha sido expropiada, pero sin una verdadera «democracia obrera”, el Estado puede ser descrito como bonapartista proletario en el sentido de que se apoya en la base económica de un Estado obrero; es decir, una economía estatal planificada centralmente, pero donde los trabajadores no tienen el poder político. Este es el caso del estalinismo.
La sociedad siria antes de la llegada al poder del partido Baaz, como se indicó anteriormente, había estado en una crisis política continua. La burguesía siria era impotente, débil e incapaz de llevar al país hacia delante, ni a un sistema capitalista democrático ni a otro totalitario, y el proletariado sirio era, a la vez, pequeño en número; y, más importante aún, carecía de un verdadero partido marxista revolucionario que lo llevara a la victoria. Este fue el contexto en el que el partido Baas fue capaz de llegar al poder y aferrarse a él durante 40 años.
La dirección del Baaz nacionalizó la economía, no por razones ideológicas o porque realmente creyera o comprendiera el marxismo, sino porque, empíricamente, lo consideraron como la única manera de superar el atraso del país y obtener una cierta independencia de las potencias imperialistas. Por lo tanto, lo que se realizó en Siria no fue en modo alguno nada que se asemejara al verdadero socialismo. La economía no fue nacionalizada bajo el control democrático de los trabajadores, sino bajo el control burocrático de la casta de oficiales.
El régimen sirio ha logrado equilibrarse hábilmente entre las diferentes clases, tratando de complacer a todas ellas tanto como fuera posible, y jugar con ellas unas contra otras. Desde los años setenta, ha existido un delicado equilibrio de fuerzas entre la clase obrera, el campesinado, la pequeña burguesía de las ciudades y pueblos (especialmente la clase mercantil, de gran alcance en Damasco y Alepo) y los restos de algunos pequeños industriales y pequeños capitalistas. Sin embargo, un régimen bonapartista por su propia naturaleza eventualmente se convierte en otro muy inestable, especialmente una vez que llega un punto en que ya no puede desarrollar las fuerzas productivas, y por lo tanto no puede otorgar cierto grado de beneficio material a todas las diversas clases entre las que se equilibra. Por ejemplo, si un régimen democrático-burgués estable, basado en la burguesía dominante y poderosa puede ser derrocado por las fuerzas del proletariado una vez que entra en crisis, un régimen bonapartista que se basa no en tal o cual clase, sino en un equilibrio de fuerzas de clase, es aún más propenso a ser derrocado.
Lo que estamos viendo hoy en Siria no es al fundamentalismo islámico operando ni algún tipo de «conspiración extranjera». Lo que estamos viendo es la ruptura del equilibrio de fuerzas de clase anterior, debido a las políticas económicas (y sus efectos socio-económicos) de Bashar Al-Asad en los once años de su presidencia. Ni la pobreza ni la opresión, en y por sí mismas, son suficientes para provocar la revolución, de lo contrario habríamos visto una revolución ya en los días de Hafez Al-Asad. El cambio – es decir, el paso de un estado de cosas a otro – es lo que causa la revolución. La política económica del régimen en la última década sólo ha beneficiado a un pequeño sector de la clase obrera que podía encontrar trabajos bien pagados en el nuevo sector privado. La principal característica de este periodo ha sido el enriquecimiento de una capa relativamente tenue de la pequeña burguesía en las grandes ciudades, marginando a amplias capas de la clase obrera, la pequeña burguesía y el campesinado. Esto podría explicar por qué el movimiento revolucionario se ha concentrado en los barrios de menores ingresos, en los suburbios y en las pequeñas ciudades y pueblos, mientras que la resistencia al mismo viene de dentro de las áreas de las grandes ciudades y de los barrios de mayores ingresos.
El movimiento revolucionario se ha desarrollado de forma relativamente lenta, con la unión gradual de nuevas capas al mismo. Esto puede explicarse por dos razones. La primera es la falta de una dirección con un programa claro, lo que genera temor e incertidumbre; sobre todo entre ciertas capas de la clase media que están adoptando una posición reaccionaria y que podrían haber sido ganadas de otro modo para el movimiento. La segunda se relaciona con la naturaleza de la revolución misma. Los fenómenos sociales, tales como las revoluciones, son similares a los fenómenos naturales. Un volcán, abandonado a sí mismo, entra en erupción sólo cuando se ha acumulado suficiente presión en su interior, no antes ni después. Sin embargo, si un terremoto golpea cerca de un volcán, éste podría estallar mucho antes. El volcán sirio ha estado acumulando presión, sin lugar a dudas, conforme ha ido creciendo la insatisfacción con la creciente desigualdad social y la injusticia. Sin embargo, en el momento en que golpeó el terremoto de Túnez, la mayoría de la sociedad siria no había alcanzado necesariamente todavía el punto de ebullición. La revolución de Túnez parece haber radicalizado a ciertos sectores de la sociedad siria antes que a otros, lo que a su vez ha servido para radicalizar a otros estratos. Pero el desarrollo global de la situación parece sugerir que ciertas capas de la sociedad siria fueron tomadas por sorpresa y sólo se ponen al día con la situación poco a poco.
Las mentiras del régimen
El régimen sirio está explotando ciertos temores y prejuicios (religiosos, étnicos, ideológicos …) para asustar a la población con la amenaza de un futuro ominoso, si el régimen cae. El régimen se ha negado a reconocer el movimiento revolucionario. Se ha estado difundiendo todo tipo de mentiras y rumores sobre conspiraciones extranjeras y extremistas musulmanes, y ha combinado su propaganda con medidas bárbaras de opresión, disparando con munición real contra los manifestantes, asaltando los barrios y realizando detenciones masivas, sitiando ciudades y pueblos con tanques y privando a su población de alimentos y agua; e incluso después de que los heridos eran llevados a los hospitales, secuestrándolos o matándolos allí mismo. Un régimen que tiene que recurrir a medidas tan drásticas para hacer frente a un movimiento de protesta está claramente en decadencia senil hasta en sus raíces, es un régimen que no tiene esperanza ni futuro.
La propaganda del régimen ha ido extremos tales como hablar de una conspiración imperialista para derrocar al régimen y dividir el país en cantones, en interés de Israel y de Occidente. Esto es ridículo si uno observa la forma leve en que la Administración de EE.UU. ha estado criticando realmente al régimen, y lo poco que han hecho los países imperialistas respecto a Siria, en comparación con su intervención directa en Libia, o incluso con sus maniobras tras los bastidores en Egipto. También la prensa israelí ha expresado muchas veces el temor de la clase dominante de Israel a un colapso del régimen y lo que podía seguirle. Aunque el régimen sionista en Israel se enorgullece de ser la «única democracia» de Oriente Medio no parece estar demasiado interesado en ver derribado a un régimen despótico como el de Siria. Prefieren tener al lado un déspota «estable» en el poder antes que al pueblo sirio gozando cualquiera de sus derechos democráticos básicos. Los turcos, otra potencia regional importante, han estado dando realmente bastante apoyo a Assad. Entonces, ¿dónde está la conspiración inspirada en el extranjero?
Dicho esto, hay que reconocer que el temor a algún tipo de conspiración extranjera contra Siria tiene un efecto en algunas capas de las masas; y tiene una cierta base. Los imperialistas han legado un pasado de conspiración en sus tratos con Siria. Durante muchos años el régimen sirio cayó dentro de la esfera de influencia soviética y fue considerado como un «Estado canalla», junto con otros como Irán, Libia y Corea del Norte. Sin embargo, en los últimos años eso había cambiado. La economía se ha abierto a la inversión extranjera. El régimen sirio ha colaborado con el imperialismo en varias situaciones.
En marzo de 2005, el presidente de EE.UU, Bush, hizo un llamamiento al régimen sirio para que retirara sus tropas del Líbano después de una presencia de 30 años. A finales de abril del mismo año, el régimen sirio aceptó hacerlo. Un año más tarde, el famoso Informe Baker (oficialmente, el Informe del Grupo de Estudio de Iraq) concluyó que en lugar de abrir un conflicto con Siria e Irán, el gobierno de EE.UU. debería buscar la ayuda de estos dos países para pacificar Irak con el fin de permitir una retirada de EE.UU. Bush en ese momento no estaba interesado en la idea, pero los burgueses más inteligentes y con visión de futuro de los EE.UU. comprendían que el régimen sirio podría ser utilizado para promover sus intereses en la región.
El hecho es que a los EE.UU. y a algunas potencias europeas les gustaría intervenir en el país si pudieran, pero el problema es que no pueden. Ellos tienen sus manos ocupadas en Afganistán e Irak. Ahora han añadido Libia a sus problemas, donde a pesar de que han acordado una zona de exclusión aérea son muy cautelosos en ser arrastrados a una presencia militar plena sobre el terreno. Por lo tanto, afirmar que ellos son los que están promoviendo la agitación en Siria es un absurdo completo.
Es lamentable ver a algunos en la izquierda recogiendo la misma idea de una conspiración extranjera. Esto no es casual y no es sólo resultado de la confusión. Es de esperar una vez que se abandona el marxismo como una forma de entender el proceso. Los estalinistas, sobre todo, abandonaron hace tiempo el marxismo genuino en favor de la llamada Vía Nacional al Socialismo y al «Tercermundismo». Su falta de internacionalismo y de perspectivas les ha llevado a culpar a los países imperialistas por todo lo que va mal, ¡de la misma manera que lo hace la burocracia del Baaz! Se niegan a ver que la revolución siria es un producto de las contradicciones sociales y económicas creadas en la propia Siria, y que la revolución árabe es un reflejo de la crisis general del capitalismo mundial.
Los otros grandes espantapájaros entre los laicos, los izquierdistas y los llamados «progresistas», insisten continuamente en que se acerca el fundamentalismo islámico. Esto es ridículo teniendo en cuenta que los islamistas no han estado por ningún lado en este movimiento, y la Hermandad Musulmana no ha jugado absolutamente ningún papel en los acontecimientos de Siria. Toda esta paranoia sobre el aumento del fundamentalismo islámico está totalmente injustificada. El gobierno sirio ha insistido en que son éstos los que han estado matando a soldados del ejército durante los últimos dos meses, pero por alguna razón no pueden poner sus manos sobre ellos. El régimen puede matar a cientos, detener a miles, disponer de una policía secreta muy extendida espiando a todo el mundo y, sin embargo, no puede poner sus manos sobre estos supuestos islamistas que matan a soldados en las calles de las ciudades sirias. La idea es ridícula. Lo que hay que decir, sin embargo, es que allá donde el fundamentalismo islámico ha logrado desempeñar algún papel se ha debido a los errores de los dirigentes de la izquierda y de los partidos comunistas. El ejemplo más evidente es Irán, donde los fundamentalistas fueron capaces de secuestrar la revolución de 1979 gracias a la teoría estalinista de las dos etapas (colaboración de clases) que presentó al clero islámico de alguna manera como una fuerza «progresista». La ironía de la situación, sin embargo, es que los mismos izquierdistas que están paranoicos con una «Siria islámica» también apoyan al régimen iraní y a Hezbollah ¡y piensan que son fuerzas progresistas y «anti-imperialistas»! En estas personas reina una confusión suprema.
La revolución siria es parte de la revolución global que barre el norte de África y Oriente Medio. Los socialistas y comunistas genuinos apoyarán completamente esta revolución. Pero también entendemos que sin una dirección estas revoluciones pueden estancarse, como fue el caso de Libia, o pueden tener éxito en derrocar a dictadores, como fue el caso de Túnez y Egipto, pero sin eliminar todo el sistema político y económico que dio lugar a esas dictaduras.
Es cierto que si el actual régimen sirio es derribado, pero sin que emerja una verdadera dirección de la clase obrera, esto puede llevar finalmente a que elementos «burgueses democráticos» salgan a la palestra para continuar simplemente los pasos seguidos por el régimen del Baas en abrir aún más la economía al imperialismo depredador. Lo que hay que entender es que, incluso, si el movimiento actual consiguiera ser reprimido, sería sólo cuestión de tiempo que estallase otro movimiento revolucionario. Este régimen está condenado. La pregunta es: ¿qué lo reemplazará?, ¿algún tipo de régimen democrático-burgués inestable o una democracia obrera verdadera?
Por lo tanto no hay lugar para la «neutralidad» por parte de la izquierda siria. Es el momento de decidir si se está del lado de los revolucionarios o de los reaccionarios. La izquierda, los comunistas y socialistas deben plantear las siguientes consignas:
- ¡Abajo el régimen del Baaz. Dimisión inmediata dimisión del presidente y enjuiciamiento de todos los responsables de actividades delictivas!;
- Por la formación de una Asamblea Constituyente que excluya a todas las figuras del viejo régimen;
- Por una nueva Constitución que garantiza los máximos derechos democráticos;
- Expropiación de los activos y nacionalización de las empresas que pertenecen a los funcionarios del régimen bajo el control democrático de sus trabajadores;
- Formación de comités barriales para la gestión de los asuntos generales de la comunidad y para la defensa propia;
- Ningún apoyo a ningún grupo fundamentalista islámico. La izquierda tiene que mantener su independencia y ofrecer una salida socialista al actual callejón sin salida.
Puedes enviarnos tus comentarios y opiniones sobre este u otro artículo a: [email protected]
Para conocer más de la OCR, entra en este enlace
Si puedes hacer una donación para ayudarnos a mantener nuestra actividad pulsa aquí