Trotsky: sobre problemas organizativos
A continuación presentamos extractos del libro de Fred Zeller, Trois points c’est tout. Zeller (1912-2003) realizó un viaje a Noruega a finales de octubre de 1935 para visitar a Trotsky. En aquel momento, mediados de la década de 1930, Zeller era secretario de la Juventud Socialista del Sena (París) y simpatizante del movimiento trotskista. Durante el mismo periodo, los líderes del Partido Socialista estaban expulsando a la izquierda de la Juventud Socialista y disolviendo la tendencia Bolchevique-Leninista, cuyos miembros se habían unido a la SFIO a finales de 1934.
Tras estas conversaciones con Trotsky, Zeller dejaría el ala centrista, dirigida por Marceau Pivert, para sumarse a los Bolcheviques-Leninistas. Inicialmente jugó un papel principal, pero más tarde dejó el movimiento. El texto proporciona una visión profunda del enfoque y los pensamientos de Trotsky sobre una serie de problemas, incluidos los organizativos, a los que se enfrentaron los trotskistas.
Fue alrededor de octubre de 1935 cuando David Rousset me envió una invitación para visitar al camarada Trotsky en Noruega.
Todavía no me había unido a las filas de la Cuarta Internacional. Durante este período, el nombre del «Viejo» era arrastrado por el barro todos los días. Le reprochaban que viviera como un «rey» en un «castillo», rodeado de «sirvientes» y una multitud de secretarios. No me importó que me invitaran y comprobar la realidad. De hecho, después de haber tenido la experiencia con los líderes de la SFIO y de la Internacional Socialista, me complacía enormemente la posibilidad de conocer finalmente a un auténtico gran líder revolucionario…
El camarada Van [Jean van Heijenoort], organizó mi viaje a la perfección y, a finales de octubre, salí de París. Me detuve en Colonia y Hamburgo, en Alemania, donde Hitler acababa de tomar el poder. Presencié, entre la llegada y salida de mi próximo tren, los desfiles de las SA, SS y la Juventud Hitleriana, golpeando el pavimento con el tacón de las botas y emitiendo frases guturales, en medio de una población que parecía aturdida y, sobre todo, absolutamente aterrorizada. Examiné esas caras fascistas rematadas con cascos atados con una correa a la barbilla. No respiraban inteligencia ni bondad, y parecían no dudar de sí mismos ni de sus líderes.
Descendí del ferry en Trelleborg, en Suecia. Después de cuatro días y tres noches en trenes y estaciones, un compañero noruego se reunió conmigo en Oslo para guiarme durante el resto del viaje. A la mañana siguiente, después de un lento viaje en tren a través de laderas nevadas, abetos escarchados y brillantes fiordos, llegué a Hoenefoss, una ciudad de varios miles de habitantes. En la estación me esperaban otros compañeros noruegos. Un viejo y destartalado automóvil nos condujo por la montaña, a Weksal, un pequeño pueblo de chalets de madera esparcidos por la nieve.
El “Viejo” y la “Vieja” vivían allí. El parlamentario socialista noruego, Konrad Knudsen, les había cedido dos habitaciones: un dormitorio y un estudio con un sofá. El comedor era comunitario. Los Knudsens comían allí una hora antes que Trotsky y Natalia, quienes tenían un dormitorio y un pequeño baño con una bañera en el primer piso.
Los grandes ventanales de la casa de campo ofrecían magníficas vistas de los lagos, en la calma absoluta de la naturaleza. Llegué allí hacia finales de octubre de 1935. Mi visita al organizador militar de la Revolución Rusa, unos días después, el 7 de noviembre, coincidió con el decimoctavo aniversario de la mayor agitación social que el mundo haya conocido. Cuarenta años después, aún recuerdo esos momentos con emoción… Seguirán siendo inolvidables mientras viva.
Walter Held, quien en su día fue secretario de Trotsky, abrió la puerta plegable que separaba el comedor del estudio. Le oí decir en alemán: «Ha llegado el camarada Fred Zeller».
El Viejo, que estaba trabajando, se levantó y me abrazó cálidamente como lo hacen los rusos. Era más grande de lo que me había imaginado, fuerte de hombros anchos, muy alegre, muy ágil, sonriente, feliz, fraternal. Llevaba una pesada camisa de lana cerrada por una corbata, jersey, chaqueta de lino azul y pantalones grises.
Me invitó a sentarme a su lado en el sofá y me preguntó por mi viaje. Inmediatamente quiso saber sobre los camaradas franceses.
«¿Cómo están? ¿Qué está pasando?… Y no, no me contestes todavía: quiero que mi Natalia esté aquí para escucharte también».
Se levantó y, en las escaleras, le dijo a Natalia en ruso que acababa de llegar.
Miré al Viejo. Me parecía muy joven (tenía cincuenta y cinco años en ese entonces) y muy alegre. Estudié su rostro, admirable con su frente ancha cubierta de cabello gris plateado. Lo que más me sorprendió fueron sus acerados ojos grises, dominantes y cambiantes, en los que la voluntad tenaz, la confianza en sí mismo, la interrogación, el asombro, la decepción y la esperanza se reflejaban de inmediato. Su boca era extremadamente móvil, enmarcada por sus legendarios bigote y perilla, articulados a la perfección. No noté en él lo que casi siempre es visible en aquellos que han sufrido y luchado: ese pliegue vertical de amargura que se marca en la comisura de los labios desde cierta edad. Todo en él exudaba serenidad. Me miró con viva sinceridad.
Tal vez se podría agregar, como señaló André Breton, que permanecer enterrado en las profundidades de su naturaleza, le preservaba un aire infantil a pesar de las dificultades.
Natalia había entrado de puntillas. Pequeña, frágil, con un rostro delicado enmarcado por un cabello rubio ceniza, tenía un aspecto suave y triste.
«Ahora», dijo el Viejo, «cuéntanos brevemente cómo están nuestros amigos. Luego tomarás una taza de té y te dejaremos descansar en el sofá hasta el almuerzo. Esta tarde, discutiremos las cosas más seriamente».
Y luego preguntó, divertido, sobre todos y cada uno, pasando del peso de Jean Rous al «dinamismo» de Molinier, de los caprichos del camarada Naville a las crisis de fe de Yvan Craipeau, y preocupado por la situación material de Van a quien quería mucho y por la salud de su hijo, León Sedov.
Sus ojos miraban, se agrandaban, medían y luego se volvían distantes. Atenta y amistosamente, parecía buscar colocarte en tiempo y lugar y, más específicamente, entre los hombres implicados en los grandes conflictos de la época. «¿Aguantará? ¿Se irá? ¿Crecerá? ¿Cuál será su verdadero papel?”. Tantas preguntas silenciosas, pero me sentí bien.
Durante los primeros días, nuestra conversación giró naturalmente en torno a la situación en Francia. Los partidos, sus políticas, las reacciones de las masas… El Viejo me pidió un informe detallado sobre el desarrollo de la crisis y la división interna dentro de la Juventud Socialista. Escuchó con atención. Me hizo preguntas, pidió detalles de los activistas y tendencias particulares. Dio gran importancia al hecho de que una corriente de Juventudes Socialistas, saltando por encima del estalinismo, se orientara hacia la Cuarta Internacional.
«En Francia habéis entrado en la fase preparatoria de la revolución, dijo. EL EJE PASA A VUESTRO PAÍS. Debéis seguir de cerca la situación. Pronto experimentareis acontecimientos grandiosos. Jugaréis un papel importante si sois pacientes y os mantenéis firme en vuestras posiciones. Los trabajadores, gradualmente y a medida que avance la lucha, se percatarán de que han sido traicionados por aquellos en quienes confían hoy. Mirarán hacia vosotros mañana».
Pensaba que habíamos perdido demasiado tiempo en conversaciones inútiles con la burocracia de la SFIO, intentando alargar las conversaciones para una «readmisión». Esta ilusión dividió más a los militantes y les permitió confiar en el clan de los capituladores que siempre están dispuestos a postrarse cuando se les ofrecen algunos cargos honoríficos y rentables.
«Igualmente», pensó el Viejo, «os equivocasteis al aferraros a los faldones de los centristas de Pivert durante tanto tiempo y, especialmente, al ayudarlos a formar la «izquierda revolucionaria». Estos compañeros se volverán contra vosotros. Atraerán a algunos de vuestros propios activistas, quienes, escuchando vuestras consignas de su boca, considerarán que es más sabio y ciertamente menos arriesgado permanecer en el seno de la SFIO que seguiros de manera independiente».
Según él, la posibilidad de que los «expulsados de Lille» fueran readmitidos era una ilusión:
“Las expulsiones son políticas. La dirección de la SFIO está preparando un gobierno del Frente Popular con los líderes radicales detrás de la escena. No pueden tolerar la presencia de revolucionarios honestos e independientes entre ellos. También son alentados por Cachin y Thorez que obedecen al perinde ac cadáver de Stalin [perinde ac cadáver: proverbio latino que significa disciplinado como un cadáver. NdT]
“Vuestra única oportunidad de éxito y la única manera de evitar el decaimiento y la desmoralización de vuestros mejores activistas es activar la transición a una organización independiente. Debáis defender el programa marxista. Es necesario armar políticamente a vuestros camaradas. De lo contrario, se descompondrán rápidamente bajo la presión espantosa de las burocracias reformistas y estalinistas.
“Deberías, creo, iniciar una discusión en vuestro movimiento, a través de la prensa, a través de boletines internos, a través de reuniones informativas y mediante la organización de un congreso extraordinario, para uniros al programa y la bandera de la Cuarta Internacional. Entonces podemos considerar una fusión entre tus camaradas y los Bolcheviques-Leninistas».
Y agregó con una sonrisa: «El día en que pueda leer en Révolution (que era el periódico de la izquierda de la Juventud Socialista) que os declaráis públicamente de la Cuarta [Internacional], se dará un paso decisivo. ¡Levantaré una bandera roja justo aquí en el techo del chalet!
Un día, durante el almuerzo, me preguntó: «¿Qué factor decisivo te convenció de acercarte a la organización de los Bolcheviques-Leninistas?»
Le conté cómo Pierre Dreyfus me había invitado a asistir a la última conferencia del Grupo Bolchevique-Leninista, en el famoso café Augé, rue des Archives, donde me impresionó la forma en que se había llevado a cabo toda la discusión política tras destacados y detallados informes, específicamente los de Pierre Naville, Jean Rous, David Rousset y Bardin en nombre del Comité Central. Supuso un cambio respecto al bla-bla-bla de las reuniones nacionales de la SFIO, donde lo único que interesaba es lo relacionado con su clientela electoral.
También me sorprendió saber, durante la votación y la verificación de los mandatos, que los Bolcheviques-Leninistas eran tan sólo cuatrocientos miembros en todo el país. Con todo el ruido que hacían y los ataques diarios a los que eran sometidos, había imaginado que eran miles… A Trotsky le hizo gracia esto.
Pensé que esta joven organización política revolucionaria, que contaba con tan pocos miembros pero que emitía tanta influencia y causaba tanto temor en sus oponentes, era una de las fuerzas del futuro. Y que esta organización tenía que ser apoyada a toda costa, sin importar lo que pasara…
Trotsky me pidió mi opinión sobre los más importantes bolcheviques-leninistas de París. Hablé muy cautelosamente de ellos. Después hubo un silencio.
«Sabes», dijo, «¡No hay mucha elección! Tienes que trabajar con el material que tienes a mano. No siempre es el más conveniente. Cuando llegué a Prinkipo recibí cadenas incesantes de cartas de militantes entusiastas que se ofrecieron a visitarme. En Francia tuve que poner mi confianza en los militantes que, en su mayor parte, compartían las perspectivas de la oposición rusa. Tuve que rechazar a los escépticos y a los amateurs. El movimiento tenía que demostrarse dando pasos adelante de manera audaz. Necesitábamos un periódico, primero para defender y extender nuestras ideas, y para contestar a las calumnias estalinistas, y después, poco a poco, para reagrupar en una organización a todos aquellos que estuvieran de acuerdo con nosotros y que quisieran luchar. Así, a pesar de la amistad que sentía por Monatte, Rosmer o Louzon, nuestros desacuerdos sobre el papel del Partido y los Sindicatos, entre otros, no permitieron un trabajo constructivo con los militantes anarco-sindicalistas de «Révolution Proletarienne». En cuanto a Treint, con quien mantuve una larga correspondencia, era difícil, si no imposible, agrupar su pequeño grupo alrededor de mis compañeros, debido a su resuelta hostilidad. ¡Además es curioso notar cómo Treint se hizo enemigos en todas partes!».
«También recibí a Maurice y a Magdaleine Paz, pero ¿qué se puede hacer? Aunque tenía en alta consideración sus deseos para ayudarme y su talento, no sentí la chispa que me hubiera ayudado a decidirme acerca de ellos. Faltaba algo muy importe: el deseo de actuar, de luchar con la cara descubierta, de imponerse y, si es necesario, de sacrificar todo por la independencia de las ideas propias. No sentí esto acerca de esos dos amateurs del comunismo. Entonces…».
«Cuando llegó Raymon Molinier, un joven de 25 años, lleno de planes, de fe, de entusiasmo, de empuje, aunque podía ser un poco aventurero, y después de él Naville, Gerard Rosenthal, el joven Van, y todos los demás, puse mi confianza en ellos. Pero sus caracteres difíciles y la lucha inevitable de la gente entre sí, no siempre facilitó el trabajo colectivo. Lo sé, lo sé muy bien. Sin duda la llegada a la organización francesa de nuevos jóvenes luchadores hará que se enderecen las cosas…».
Trotsky siempre dio énfasis a los problemas organizativos (en nuestras charlas). Les dio, correctamente, una gran importancia.
«Si no formáis a buenos y serios administradores en todos los niveles del movimiento, no ganaréis, incluso aunque tengáis mil veces razón. De lo que los Bolcheviques-Leninistas siempre han carecido –y particularmente en Francia– es de organizadores, buenos tesoreros, contabilidad exacta, y publicaciones que sean legibles y bien editadas».
Me atrevo a decir que la diferencia más seria que yo tenía con él era sobre el centralismo democrático, acerca del que tenía una concepción autoritaria implacable que me parecía a mí tan peligrosa como el método socialdemócrata que nunca permite que los militantes ordinarios de agrupación influyan sobre los dirigentes del partido de manera decisiva.
La aplicación del centralismo por el Buró Político de Lenin permitió la toma del poder. Bajo Stalin, condujo a derrotas revolucionarias y a la degeneración de los llamados partidos comunistas.
Trotsky insistió fuertemente en que el Buró Político de Lenin había aplicado un Centralismo «Democrático» mientras que el de Stalin aplicó un Centralismo «Burocrático». Recordó también haberse enfrentado con este problema en el Segundo Congreso (del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, de 1903), que le separó de Lenin durante varios años.
«Sin embargo -añadió- Lenin tenía razón otra vez. Sin un partido fuertemente centralizado, jamás podríamos haber tomado el poder. El centralismo significa enfocar el mayor esfuerzo organizativo hacia la consecución del «objetivo». Es la única manera de dirigir a millones de personas en combate contra la clase poseedora».
«Si estamos de acuerdo con Lenin en que nos encontramos en la época del imperialismo, la etapa superior del capitalismo, es necesario contar con una organización revolucionaria que sea lo suficientemente flexible para responder tanto a las exigencias de la lucha clandestina como a las de la toma del poder. De ahí la necesidad de un partido fuertemente centralizado, capaz de orientar y dirigir a las masas y de conducir la lucha inmensa de la cual debe salir victorioso. De ahí también la necesidad de hacer colectivamente una autocrítica leal en todas las etapas».
Añadió que la aplicación del centralismo no debe ser esquemática, sino que debe desprenderse de la situación política. Citó como ejemplo el del PC Ruso en 1921, que pasó de una organización militar ultra-centralizada a otra basada en las células de fábrica, en función de las necesidades de reconstrucción económica.
«Entre congresos, eran el CC y su Buró Político quienes dirigían el Partido y supervisaban la ejecución rigurosa, a todos los niveles, de la política decidida por la mayoría. No era permisible volver constantemente a cuestiones de orientación, y así violar la ejecución de la política que el Partido había adoptado».
A menudo se refirió a uno de los peligros más grandes con que se enfrenta la vanguardia de los trabajadores: el sectarismo, que desgasta, marchita, desmoraliza y aísla.
«Eso es lo que amenaza a la sección francesa. Fue una de las razones principales que nos llevó a rogar a nuestros compañeros que entrasen en la SFIO como una «tendencia». La experiencia ha demostrado ser buena en cuanto les dio la posibilidad de trabajar profundamente entre las masas, comprobar la corrección de su política, extender su influencia y consolidarse organizativamente».
«Toda su vida Lenin luchó contra las desviaciones sectarias que separarán y han separado a los revolucionarios de los movimientos de masas y de su entendimiento claro de la situación. Varias veces tuvo que luchar contra los «viejos bolcheviques» que no eran capaces durante su ausencia de nada más que intentar hacer que la realidad se amoldase a los ‘documentos sagrados'».
Trotsky recordó lo que había ocurrido en 1905 cuando, en ausencia de Lenin, los bolcheviques jugaron solamente un papel pequeño debido a la adopción de una postura sectaria hacia el Soviet de Petrogrado:
«La rutina teórica, esta ausencia de creatividad política y táctica, no es sustituto para la perspicacia, la habilidad de evaluar las cosas de un vistazo, el instinto para «sentir» una situación mientras se ordenan los hilos principales y se desarrolla una estrategia general. En un período revolucionario, y especialmente en uno insurreccional, estas cualidades se vuelven decisivas».
Al escucharlo, pensé en Rosa Luxemburgo, que escribió en el verano de 1918, poco antes de ser asesinada:
«El movimiento revolucionario debe ser un torrente de vida espumoso e ilimitado para encontrar las millones de nuevas formas, improvisaciones, fuerzas creativas y críticas saludables que debe corregir y, en última instancia, ir más allá de todos sus errores».
Trotsky siempre volvió sobre la necesidad de fortalecer los vínculos fraternales entre los compañeros en la lucha.
«Es necesario preservar, animar y cuidar esos vínculos -repetía-, un militante obrero con experiencia representa un capital inestimable para la organización. Se necesitan años para educar un dirigente. Por tanto, debemos hacer todo lo posible para salvar a un militante. No hay que destruirle si se debilita, sino ayudarle a superar su debilidad, a superar su momento de duda».
«No hay que olvidar nunca a aquellos que ‘caen’ por el camino. Hay que ayudarles a volver a la organización si no hay nada irremediable que reprocharles sobre su nivel de moralidad revolucionaria».
Cuando caminábamos por la tarde a lo largo de la sierra se le ocurrió discutir el bienestar físico de los militantes, lo que hoy llamamos su «forma». Se preocupaba mucho de esto. Pensaba que había que estar atentos a los que se habían desgastado, y a la conservación de la energía de la gente más débil:
«Lenin siempre se preocupó por la salud de sus colaboradores. ‘Es necesario ir tan lejos como sea posible en el combate, y el camino es largo’, solía decir”.
El ambiente interno de la organización le preocupaba. En los movimientos pequeños de vanguardia que luchan contra la corriente, las disputas internas son de lo más severas y enérgicas. Después de haber sido expulsados de la SFIO el Grupo Bolchevique-Leninista se dividió en muchas fracciones hostiles:
«Si los camaradas mirasen un poquito más allá de sí mismos y dirigieran sus esfuerzos al exterior y al trabajo práctico, la «crisis» se resolvería -dijo Trotsky-, pero siempre es necesario asegurar que el ambiente siga siendo sano y el clima interno aceptable para todo el mundo. Los camaradas deberían trabajar con todo su corazón y con el máximo de confianza».
«Construir un Partido revolucionario requiere paciencia y trabajo duro. A cualquier precio los mejores no deben ser desalentados, y se deben de mostrar capaces de trabajar con todo el mundo. Cada persona es una palanca para ser usada plenamente para fortalecer el partido. Lenin conocía el arte de hacer eso. Después de las discusiones más polémicas sabía cómo encontrar las palabras y los gestos que mitigasen los comentarios más desafortunados u ofensivos».
Para Trotsky lo esencial en el período siguiente consistía en la creación de un aparato organizativo. Sin un aparato no hay posibilidad de aplicar una política, todo está limitado a baladronadas vacías sin verdadero peso. La dificultad en las grandes construcciones humanas es la selección juiciosa de la personalidad idónea para una función dada. El arte de organizar consiste en acostumbrar a un número de individuos a trabajar juntos para que cada uno sea el complemento de los demás. Un «aparato» es como una orquesta donde cada instrumento expresa su propia voz sólo para poder mezclarse discretamente en la armonía creada.
«Hay que evitar la colocación de compañeros de habilidades iguales y temperamento similar en los mismos comités de trabajo -dijo Trotsky-, anularán su trabajo mutuamente sin obtener los resultados esperados».
«Hay que aprender cómo escoger los compañeros aptos para una tarea dada: explicar pacientemente lo que se espera de ellos: actuar con flexibilidad y tacto. Esa es la manera de construir una verdadera dirección».
«Dejar la máxima iniciativa a los compañeros responsables en su propio campo de trabajo. Si se cometen errores, corregirlos explicando de manera compañera como son dañinos al partido en su conjunto. No hay que tomar medidas administrativas, excepto en casos inusualmente serios. Como regla general a todo el mundo se le debe permitir avanzar, desarrollarse y mejorar».
«No hay que perderse en detalles secundarios que encubran la situación general. Hacer solamente lo que se pueda con las fuerzas disponibles. Nunca más, excepto claro, en situaciones decisivas».
El viejo añadió que los nervios de los compañeros no deben ser agotados indefinidamente. Después de duros esfuerzos, uno necesita tomar aliento, orientarse, restaurar las energías y demás, etc.
A nivel de trabajo organizativo, se debe ser metódico y preciso, no dejando nada a la suerte.
«Hagáis lo que hagáis, fijaos un objetivo, incluso si es muy modesto, pero luchar por conseguirlo. Proceder de esta manera en cada fase de la organización. Después, debéis elaborar un plan a corto plazo y dedicaros a él sin debilitaros, con mano de hierro. Esta es la única manera de avanzar y hacer que progrese toda la organización».
Una mañana, el cartero trajo octavillas y un boletín interno de los Bolcheviques-Leninistas franceses. Leyéndolos, Trotsky mostró impaciencia y molestia. Con lápiz rojo en la mano, tachó y subrayó sin cesar, y después dijo bruscamente:
«Vuestros boletines mimeografiados son muy malos. Es muy irritante leerlos, igual que otros periódicos y publicaciones vuestras. Me pregunto cómo podéis sacar documentos con maquinaria moderna que pueden ser buenos políticamente, pero que son ilegibles. Consultad a los expertos en este campo. Os aseguro que el trabajador no hará un esfuerzo para leer una octavilla mal impresa».
«Me acuerdo de los primeros panfletos publicados por nuestro círculo en Odesa. Los hacíamos con tinta púrpura, escribiendo las letras a mano. Después eran pasados a gelatina y publicadas muchas docenas de ejemplares. Es verdad que usábamos medios primitivos, pero nuestras octavillas eran muy legibles…. ¡y cumplieron su papel!».
Sus críticas más fuertes eran sobre los periódicos:
«Un periódico revolucionario debe dirigirse primordialmente y sobre todo a los trabajadores. Pero vuestra manera de concebir y editar «La Verité» (que entonces era el periódico de los Bolcheviques-Leninistas) lo hace más como una revista teórica que como un periódico. Interesa al intelectual, pero no al trabajador. Por otra parte, habéis sacado algunos ejemplares buenos de «Révolution»».
«Pero lo que es inadmisible y escandaloso, es dejar que los periódicos salgan con tantos errores tipográficos y cambios de letra, que dan la impresión de un descuido intolerable y criminal».
«El periódico es la cara del partido. En gran medida, el trabajador juzgará al Partido en base al periódico. Aquellos para los que está escrito no están férreamente con vosotros, o ni siquiera son vuestros simpatizantes. No debéis espantar a nadie con palabras demasiado cultas. Vuestros lectores ocasionalmente nunca deben verse impulsados a pensar: ‘Esta gente está muy por encima de mi cabeza’, porque entonces no lo comprará más».
«Vuestro periódico debe tener buena composición, ser simple y claro, con consignas que siempre se entiendan. El trabajador no tiene tiempo para leer largos artículos teóricos. Necesita informes breves con un estilo conciso. Lenin dijo: «Hay que escribir con el corazón para poder tener un buen periódico».
«Dejad de pensar que estáis escribiendo para vosotros mismos o para vuestros militantes. Para ellos hay revistas teóricas y boletines internos. El periódico obrero debe ser vivo, también humorístico. A los trabajadores les gusta que se ridiculicen y desenmascaren a los que mandan arriba con pruebas concretas».
«También hay que hacer que los compañeros trabajadores de la organización escriban en el periódico. Hay que ayudarles de manera amistosa. Veréis que muchas veces el artículo simple de un trabajador sobre un caso de explotación capitalista en particular, es muy superior al artículo académico y erudito. Tomad como ejemplo los artículos de Lenin en Pravda. Son simples, vivos, legibles, y tan llamativos al trabajador de la plantilla Putilov como al estudiante de la Universidad».
El Viejo se refería constantemente a Lenin, quien había tenido un impacto enorme en toda su vida y al que admiraba enormemente.
Como le había hablado acerca de preocupaciones financieras, los problemas planteados por la publicación regular de «La Verité»o «Révolution» y todo lo que concernía a periódicos y panfletos de fábrica y turnos de trabajo, el Viejo me dijo:
«Lo que está bien pensado se expresa con claridad… y la manera de decirlo se encuentra fácilmente. En la medida en que tengáis una clara visión teórica de las cosas, también tendréis la voluntad política de llevarlas a cabo. Si tenéis el firme empeño de alcanzar el éxito en lo que entendéis claramente, entonces también seréis capaces de encontrar los medios».
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