Una nueva etapa en la crisis del capitalismo – Segunda parte
La Unión Europea
Durante la Guerra Fría los capitalistas europeos intentaron formar un bloque para defenderse, por un lado, del poderío de la URSS y, por otro, del poder expansivo de los EEUU. La caída de la URSS y el logro de la reunificación alemana en 1989 dieron un ímpetu renovado a la integración económica europea. La burguesía alemana y su representante político, Khol, tenían grandes ambiciones. En gran medida, el euro era un intento por parte de Berlín de alcanzar por medios económicos lo que Hitler había intentado conseguir por la fuerza: la unificación de Europa bajo el dominio alemán.
La zona euro tiene un único banco central, el Banco Central Europeo (BCE), y, por tanto, una única política monetaria, independientemente de si su sede se halle en Atenas o Berlín. Pero en realidad, todo el proyecto estaba dominado por el capital alemán. Inicialmente, Alemania se benefició del libre acceso a otros mercados europeos, al igual que otros se beneficiaron de un acceso aparentemente ilimitado a inversiones, ayudas, préstamos y créditos. Todo parecía marchar a la perfección en el mejor de los mundos capitalistas.
Para convencer a Berlín de que compartiera su moneda con el resto de Europa, se acordó que la eurozona se modelase a imagen y semejanza del Bundesbank. El euro iba a ser tan fuerte como el marco alemán. Como condición para unirse a la moneda única, todos los países habrían de cumplir estrictos “criterios de convergencia”, cuyo objetivo era sincronizar las economías de los diferentes países miembros con la de Alemania.
Estos criterios incluían un déficit presupuestario de menos del 3% del PIB; las deudas gubernamentales no deberían sobrepasar el 60% del PIB; y la inflación anual no debería nunca superar en más de 1,5 puntos a la media anual de los tres Estados miembros con menor inflación. Todos estos planes yacen ahora en ruinas. Como predijimos hace más de diez años, es imposible alcanzar criterios de convergencia para economías que se mueven en direcciones opuestas. La incapacidad de Grecia para cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento es sólo el caso más obvio. Pero la verdad es que desde los mismísimos comienzos no ha habido ningún Estado miembro de la eurozona –incluidos Francia y Alemania– que haya cumplido las reglas.
Se han abierto profundas grietas que amenazan con derrumbar toda esta construcción artificial y enterrar bajo sus escombros todos los sueños de una Europa capitalista unida. Incluso el propio Sarkozy amenazó con salirse de la moneda única si Alemania no aceptaba pagar la crisis.
Los grandes bancos de Francia y Alemania se hundirían si Grecia o Portugal fueran a la bancarrota, ya que son ellos los que les han prestado la mayor parte del dinero.
¿Se romperá la eurozona?
El problema del euro es que trata de unificar economías que se mueven en direcciones diferentes. La burguesía europea está luchando con todas sus fuerzas por mantener una moneda común y actúa bajo el viejo lema de los ladrones: o nos mantenemos unidos o nos colgarán por separado. Pero la crisis ha revelado las fallas subyacentes, que amenazan con romper la eurozona, poniendo entre interrogantes, incluso, el mismísimo futuro de la Unión Europea. Las tensiones son cada vez mayores.
Hace una década, cuando nació el euro, se impusieron unas reglas centrales que limitaban los déficits presupuestarios e impedían los rescates financieros. Pero esas reglas, que teóricamente incluían enormes multas por endeudamientos excesivos, no eran muy probables que se cumplieran y pronto fueron obviadas por Francia y Alemania. Los mercados financieros asumieron que jamás se permitiría que un país de la zona euro cayese en bancarrota y que el Banco Central Europeo siempre saldría al rescate. Ahora, a pesar del último rescate, esto ya no puede considerarse como algo que vaya a ser siempre así.
Esta vez Alemania se comprometió a apoyar un “fondo de rescate”. Pero existen profundas tensiones en el país. Si la crisis se profundiza y las tensiones nacionales se incrementan, Alemania podría abandonar la eurozona. La idea de que Grecia y las economías más débiles de la eurozona deberían ser excluidas de la moneda común si no pagan sus deudas está ganando terreno rápidamente en Alemania. Por un momento pareció que la mismísima Canciller Merkel era favorable a ello.
No se puede, por tanto, descartar la idea de que la crisis actual acabará con una “reconstitución” de la eurozona, ya sea por la expulsión de Grecia o por la retirada de Alemania. Esta última alternativa significaría la ruptura total del experimento, que hundiría a los mercados de divisas mundiales en una crisis profunda y pondría fin a la débil recuperación económica.
Si Grecia se saliese del euro, su Banco Central podría imprimir dinero y comprar bonos del Estado, pasando por encima de los mercados de crédito. También permitiría que Atenas devaluase su moneda, lo que estimularía la demanda externa para las exportaciones griegas y el crecimiento económico. La alternativa es recurrir a una dolorosa “devaluación interna” mediante las medidas de austeridad demandadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Unión Europea.
El problema es que nadie querría esta nueva divisa, particularmente porque todo el mundo tendría claro que el gobierno sólo la iba a reintroducir para devaluarla. De hecho, el dracma sólo sería aceptado dentro de Grecia, e incluso no en toda Grecia. Esto conduciría inmediatamente a un mercado negro que habría de ser eliminado por la fuerza. El coste de salir sería, por tanto, prohibitivamente caro.
¿Cómo puede resolverse la presente crisis? En teoría la expulsión de los Estados miembros es ilegal. En cualquier caso, habría de ser aprobada por los 27 Estados miembros, lo que pone sobre la mesa la intrigante cuestión de si Grecia votaría por su propia expulsión. Incluso si esto pudiera acordarse, esta claro que Portugal, España e Irlanda no se sentirían muy inclinados a votar por una medida que ofrecería un precedente para su propia expulsión en un futuro no muy lejano.
Por supuesto, hay gente muy lista en Bruselas cuyos poderes creativos les harán pensar en alguna solución burocrática que, torciendo las normas, permitiría a la Unión Europea deshacerse de miembros indeseables sin formalmente romper los tratados. Podrían, por ejemplo, establecer una nueva Unión Europea, con una nueva eurozona “fuerte”, sin Grecia (y cualquier otro socio problemático).
Tal paso eliminaría un problema, pero con el coste de crear muchas más contradicciones. El poder de Alemania se vería enormemente incrementado, y eso no es algo sobre lo que el resto de Europa se siente entusiasmado. En una nueva eurozona compuesta, digamos, de Francia y los países del Benelux, la economía alemana representaría un 45,6 % del producto total, en contraste con el 26,8% que representa dentro de la eurozona en la actualidad. Es más, los Estados excluidos podrían tomarse la revancha incurriendo en el impago de sus deudas, lo que tendría un efecto devastador en la nueva eurozona.
Parasitismo de los capitalistas
Hace tiempo que la burguesía perdió todo su interés en la actividad y la inversión productiva. Trata de hacer dinero del dinero, sin tener que preocuparse por el doloroso y arriesgado proceso de producción. Con algunas excepciones, como China, donde se pueden conseguir enormes beneficios gracias a la explotación de una enorme reserva de trabajo proveniente del campo, la burguesía ha tendido a depender más y más del parasítico sector servicios y, especialmente, del sector financiero. Esa es la razón por la que siempre presentan la crisis como una crisis de crédito.
Esta es una manera totalmente mística de presentar la cuestión. El crédito nunca puede jugar un papel independiente en la economía. Es sólo una menara de expandir el consumo más allá de sus límites naturales, ya sea el consumo individual de mercancías, o el consumo de maquinaria, materias primas y trabajo por los propios capitalistas.
La naturaleza puramente parasítica del capitalismo mundial puede apreciarse en el hecho de que cuando los bancos incurrieron en enormes deudas, el Estado inmediatamente intervino para entregarles enormes sumas de dinero público. Los banqueros dijeron “muchas gracias”, se lo guardaron en el bolsillo o lo echaron en un agujero negro (que nadie sabe cuán profundo es o a dónde conduce), ayudándose a sí mismos a pasar estos tiempos de crisis con generosos pluses.
No hay ningún signo de que esta enorme inyección de fondos públicos en el sistema bancario haya tenido algún efecto de importancia en la economía real. La vida económica permanece en un nivel muy bajo y el desempleo se mantiene empecinadamente alto. Se ha conseguido muy poco para tanto dinero público como se ha gastado. La razón no es difícil de explicar. Dado el enorme exceso de capacidad a escala mundial, no hay muchos incentivos para que los capitalistas pongan grandes cantidades de dinero en inversiones productivas. Hay un tercio de exceso de capacidad en la industria del automóvil a nivel mundial. ¿Para qué querrían Ford y General Motors construir nuevas plantas, cuando ya tienen demasiadas factorías e insuficientes clientes?
“¡Los bancos deben salvarse!” Eso es todo. Los políticos vienen inmediatamente corriendo con una chequera bien dispuesta. Y los políticos socialdemócratas corren más deprisa que ningún otro. Habiendo “salvado los bancos” (es decir, a los banqueros), inmediatamente informan al público desconcertado de que, bueno, realmente, nunca teníamos el dinero que dimos a los banqueros. Tuvimos que tomarlo prestado en vuestro nombre y ahora debéis devolverlo todo. ¡Es la hora de sacrificarse!
Una vez que los bancos se han guardado el dinero del Estado, los mercados (es decir, los mismos banqueros) de repente empiezan a gritar: “¡Mirad! ¡Hay un nivel de deuda pública insostenible! ¡Esta debe pagarse inmediatamente! En medio de este griterío, nadie formula esta simple cuestión: ¿por qué hay un nivel tan alto de endeudamiento público? Y tampoco nadie se pregunta adónde ha ido a parar todo ese dinero. Entramos aquí en el misterioso reino de los secretos bancarios, que han de ser guardados con tanto celo como los secretos de confesión.
¿Qué es el credit crunch?
En tanto en cuanto la economía capitalista mundial funcionaba, los mercados florecían y los beneficios eran altos, el crédito era fácil. Nadie escrutó con demasiada atención los balances de compañías, bancos o naciones. Todo el mundo disfrutaba del alegre carnaval de hacer dinero. ¿Que los valores bursátiles están alcanzando niveles que nada tienen que ver con la economía real? ¡Dejadles que crezcan! ¿Que los bancos están prestando dinero que no tienen? ¡Dejad que lo presten! ¿Que Grecia quiere tomar prestado uno o dos mil millones de euros? ¡Que se los presten!
Pero cuando la hora de la verdad llega (como siempre es el caso), el ánimo de la burguesía cambia abruptamente. Nadie quiere prestar dinero. Por el contrario, todo el mundo quiere cobrar sus deudas. En vez del alegre derroche de antaño, se impone una mentalidad miserable y tacaña, como la del viejo avaro que acapara su botín y lo guarda celosamente para que nadie descubra cuánto tiene. El acaparamiento es una característica típica de las primeras etapas del capitalismo primitivo. Es como si los burgueses hubieran retornado a sus orígenes durante la crisis, igual que un hombre en la etapa de decrépita senilidad vuelve a una segunda juventud.
Ahora nadie quiere promesas de pronto pago. Tampoco quieren promesas de ningún otro tipo. Nadie se fía de nadie, ni acreedores, ni banqueros ni gobiernos. Quieren algo real. Quieren el dinero en mano. Y lo quieren ahora. Esta rapacidad no tiene en cuenta los problemas reales a los que se enfrentan las familias, las empresas y los gobiernos. ¿Que no tienes suficiente comida para alimentarte? Entonces muérete de hambre, pero paga lo que me debes. ¿Que tu empresa tendrá que cerrar y cientos irán a engrosar las listas del desempleo? ¡Pues ciérrala, maldito, pero págame ya! ¿Y si esta regla absoluta del capital es aplicable a individuos y empresas porqué no habría de serlo para los Estados nacionales? El objetivo del capital es hacer dinero. Los problemas que puedan surgir de esta actividad de hacer dinero son totalmente irrelevantes.
Marx describe esta tendencia a acaparar dinero durante las crisis.
“Países donde la forma de producción burguesa se ha desarrollado hasta cierto punto, limitan el acaparamiento de dinero en las cajas fuertes de los bancos al mínimo requerido para la adecuada realización de sus funciones específicas. Cuando quiera que estos depósitos se encuentren notablemente por encima de su nivel medio es, con algunas excepciones, un indicio del estancamiento de la circulación de mercancías, de una interrupción en el flujo regular de sus metamorfosis”. (Marx, El capital, Tomo. I; Capítulo 3, Dinero; c) Dinero Universal.)
El papel del oro
El papel moneda es sólo una promesa de pago. En el pasado lo respaldaban el oro y la plata. Pero en la era de la decadencia senil del capitalismo la burguesía se imaginó que podría arreglárselas perfectamente sin el oro. Los economistas burgueses hablan de la “desmonetización del oro”. Esto es una tremenda tontería. El oro es una mercancía, y como cualquier otra mercancía, tiene un valor objetivo determinado por la cantidad de trabajo socialmente necesario para su producción. Su valor como mercancía es alto porque hay relativamente poco y los costes vinculados a su descubrimiento y explotación son altos.
Sin embargo, el oro ha evolucionado históricamente hasta convertirse en “la mercancía de las mercancías” –esa mercancía a través de la que todas las otras expresan su valor, es decir, el dinero–. Es un precio de referencia, e igualmente sirve como medida universal del valor, la mercancía equivalente por excelencia, para usar la expresión de Marx.
El acuerdo de Bretton Woods en 1944, que estableció el régimen monetario internacional que prevaleció desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el principio de la década de los años 70, estableció el dólar como el medio a través del que se realizaba el comercio mundial (con la libra esterlina como segunda moneda) En realidad, sin embargo, las divisas estaban aún sujetas al oro en un valor fijado en dólares.
En aquellos tiempos, los EEUU podían dictar sus condiciones al resto del mundo. Tras la guerra, el aparato productivo de los EEUU estaba intacto, mientras que Europa y Japón estaban devastados. Dos tercios de todas las reservas de oro del mundo estaban en Fort Knox. El dólar era, por tanto, “tan bueno como el oro”.
Cuando los EEUU abandonaron el patrón oro en 1971, Washington liquidó el acuerdo de Bretton Woods que vinculaba la moneda al oro. Se permitió flotar a las divisas. Mientras que el dólar se consideraba todavía la divisa mundial, el marco alemán empezó a emerger como un fuerte contendiente para este papel.
En la actualidad, ningún papel moneda en circulación está ya respaldado por oro. No tienen, por tanto, valor alguno, salvo el que le otorga la decisión política de convertirlo en la moneda de curso legal para las actividades comerciales. No aceptar papel moneda es, dentro de ciertas limitaciones, punible por la ley. Pero esto significa que los gobiernos deben estar dispuestos y ser capaces de imponer el papel moneda como una forma legal de liquidar deudas. ¿Pero qué ocurre cuando un gobierno tiene tal nivel de deudas que es incapaz de hacer frente a sus pasivos?
Al abandonar el vínculo con el oro, la burguesía creó las condiciones para el tipo de devaluaciones competitivas entre Estados que fueron uno de los principales factores que transformó la crisis de 1929 en la Gran Depresión de los años 30. En los últimos años, las autoridades estadounidenses parecían contentas al ver cómo el dólar caía frente al euro para estimular sus exportaciones al resto del mundo.
Algunos de los políticos más obtusos realmente se creyeron las tonterías de los economistas burgueses sobre la “desmonetización del oro”. Así, Gordon Brown vendió una parte sustancial de las reservas británicas entre 1999 y 2002, obteniendo unos 4 mil millones de dólares por lo que hoy valdría más de 15 mil millones. Este pequeño detalle revela de una vez por todas la bancarrota intelectual de los economistas burgueses y los políticos reformistas, lo que, en este caso, contribuyó directamente a la bancarrota nacional.
La huida hacia el oro
A medida que las calificaciones de riesgo para la deuda griega, española y portuguesa caían, el precio del oro en el mercado mundial subía muy por encima del de otras mercancías. Esto siempre es así en una crisis, cuando los capitalistas buscan un puerto seguro en el que resguardarse de la tormenta. En tiempos de incertidumbre, los ludópatas de las finanzas de ayer pierden de repente su gusto por las operaciones arriesgadas. Los pragmáticos hombres de dinero ya no están interesados en el papel moneda, o en cualquier otro tipo de promesas, ya sean de individuos, banqueros o primeros ministros griegos. Sólo quieren aquello que es de verdad: dinero en mano, dinero contante y sonante, dinero real, es decir, oro.
Dejemos a los académicos, a los catedráticos de economía con largas listas de letras tras sus nombres, continuar con sus charlas acerca de la “desmonetización del oro”. Aquellos que tienen nuestro futuro económico en la palma de sus manos no se dejan impresionar por tales ponentes, que sólo les confirman en su creencia instintiva de que a los más ignorantes se les encuentra dentro de las cuatro paredes de una universidad. En vez de eso, repiten las palabras de Shakespeare en Timón de Atenas:
¡Oro! ¡Oro amarillo, brillante, precioso!
¡No, oh dioses, no soy hombre que haga plegarias inconsecuentes! …
Muchos suelen volver con esto lo blanco negro; lo feo, hermoso;
Lo falso, verdadero; lo bajo, noble; lo viejo, joven; lo cobarde valiente.
… ¿Por qué?
Esto os va a sobornar a vuestros sacerdotes y a vuestros sirvientes y a alejarlos de vosotros;
Va a retirar la almohada de debajo de la cabeza del hombre más robusto;
Este amarillo esclavo
Va a fortalecer y disolver religiones, bendecir a los malditos,
Hacer adorar la lepra blanca, dar plazas a los ladrones,
Y hacerlos sentarse entre los senadores, con títulos, genuflexiones y alabanzas.
Él es el que hace que se vuelva a casar la viuda marchita
Y el que perfuma y embalsama como un día de abril
A aquella ante la cual entregarían la garganta, el hospital y las úlceras en persona. Vamos, fango condenado,
Puta común de todo el género humano, que siembras la disensión
Entre la multitud de las naciones…
Los burgueses están ansiosos por poner sus manos en el oro, con la esperanza de que su brillo desafiará las leyes de la economía y mantendrá sus fortunas hasta el advenimiento de tiempos mejores. De hecho, antes de la crisis de 2007 muchos especuladores financieros ya se estaban deshaciendo del papel moneda para formar sus propias reservas de lingotes de oro. Tan pronto como esto ocurrió, los compradores más inteligentes les siguieron. Los grandes inversores, como siempre, marcaron el camino a seguir, y ahora todo el mundo les sigue, empujando el precio del oro a niveles astronómicos.
Las refinerías en Sudáfrica están abrumadas por el volumen de pedidos alemanes de monedas de oro Krugerrand. Esto indica que gente normal y corriente está comprando oro, no sólo inversores profesionales. En Alemania aún perduran los recuerdos de la hiperinflación de los años 20. La casa de la moneda austriaca se quedó sin reservas de monedas similares la semana pasada, mientras el precio de una onza de oro sobrepasó la barrera de los 1000 euros por primera vez.
Los “especuladores” (léase, los capitalistas) no tienen ninguna fe en el euro, y todavía menos en la libra esterlina. El dólar ha subido recientemente, pero esto es una señal de desesperación y de debilidad de las divisas alternativas. Desde luego, no está justificado por la fortaleza de la economía estadounidense o por el estado de sus finanzas. Bajo estas condiciones, uno podría esperar ver una huída del papel moneda hacia el oro y otras cosas que puedan mantener o incrementar su valor (obras de arte). Y eso es justo lo que estamos viendo.
Alemania
La burguesía europea ve el futuro con miedo. Deben andar con tiento porque caminan sobre un campo de minas. A cada paso, tanto la burguesía como sus representantes políticos deben mirar sobre sus hombros para ver cómo la clase obrera reacciona. Ese es el principal problema. Tras décadas de relativa prosperidad, la clase trabajadora no permitirá que sus niveles de vida sean destruidos sin luchar. Y eso es tan cierto para los trabajadores alemanes como para los griegos.
Merkel pagó el precio el 9 de mayo, cuando sufrió la peor derrota política desde que llegó al poder hace más de cinco años. La misma noche en que los ministros europeos de finanzas se reunían en Bruselas para defender la estabilidad del euro, los votantes de Renania del Norte-Westfalia, el Estado alemán más poblado, echaron de sus puestos a los aliados políticos de la canciller. Sacaron del gobierno a una coalición entre la Unión Demócrata Cristiana de Merkel (CDU en alemán) y el Partido Democrático Liberal (FDP en alemán) similar a la que existe en Berlín.
Merkel no tenía la culpa de la crisis del euro, pero cuando ésta llegó dilató la toma de medidas. Por un lado, quería ejercer una mayor presión sobre Grecia, pero también sobre España, Italia y Portugal para que introdujeran medidas de austeridad draconianas. Por otro lado, esperaba que los rescates financieros de Grecia y otros miembros débiles de la eurozona pudieran posponerse hasta las elecciones de Renania del Norte-Westfalia. Pero el retraso sólo empeoró las cosas. La derrota en Renania del Norte-Westfalia ha privado al gobierno de Merkel de su mayoría en el Consejo Federal (Bundesrat), el órgano constitucional federativo y legislativo alemán, que representa a los Estados. Para promulgar nuevos decretos y leyes monetarias el gobierno tendrá ahora que cooperar con la oposición.
La crisis económica está causando divisiones por arriba que, más tarde o más temprano, conducirán a una ruptura abierta en el gobierno. La presión se incrementará. En principio, todo el mundo está a favor de la reducción del déficit, pero en la práctica éste es otro asunto. Ahora Merkel se presenta a sí misma como la guardiana de la estabilidad económica. ¿Pero quién decidirá dónde han de aplicarse las tijeras? Algunos sugieren que los recortes recaigan sobre la educación y los cuidados a la infancia. La asistencia sanitaria es otro candidato para la “reforma” – es decir, las tijeras. La crisis de la burguesía se revela en los consejos contradictorios que Merkel recibe: “Sé audaz”, le dicen, “pero no ofendas a los votantes”. Cómo puede conseguirse este milagro nadie nos lo ha dicho.
La burguesía se enfrenta a un dilema, no sólo en Alemania, sino en toda Europa. La gravedad de la crisis económica significa que tendrán que imponer profundos recortes a los trabajadores y las clases medias, pero las consecuencias políticas y sociales de tales acciones minarán el suelo que pisan. Resolver este dilema es sólo ligeramente más difícil que tratar de cuadrar el círculo. Cada intento de restaurar el equilibrio económico destruirá el equilibrio social y político.
La burguesía alemana esta resentida por los rescates financieros, teme por la estabilidad del euro y está cada vez menos dispuesta a identificar los intereses de Europa con los de Alemania. Todo esto está muy lejos de los discursos grandilocuentes de Khol sobre la unidad europea y el papel central de Alemania en ella.
La economía mundial
La crisis que se avecina se presenta muy similar a la última, con el sistema financiero y, particularmente, los bancos en el ojo del huracán. Este hecho refleja la enfermedad fundamental del capitalismo en su época de decadencia senil. Lo que ahora se presenta como una crisis monetaria se convertirá en una larga crisis económica y política que afectará a todos los países de Europa.
Algunos analistas del Deutsche Bank han advertido a sus clientes de que si el paquete de rescate de un billón de dólares establecido por la UE no calma los mercados, el crecimiento del PIB de los EEUU podría verse reducido en 0,5% o 1% en los dos próximos años. “Si el programa de rescate falla por completo, estaremos frente a un escenario potencialmente mucho más negativo, con una posibilidad clara de una recesión de doble caída”.
Esto tendrá un efecto profundo en todo el mundo. La recuperación económica tiene un carácter muy frágil, y podría desbaratarse por los acontecimientos que tengan lugar en un pequeño rincón de Europa. Las bolsas mundiales han dado paso a un pánico apenas disimulado. En vez de “los brotes verdes”, respetados analistas están comenzando a hablar con inquietud de otra Gran Recesión.
Los capitalistas estadounidenses esperaban que sus exportaciones a Europa pudieran aumentar de forma significativa. Pero la caída en picado del valor del euro (1,25$ frente a los más de 1,50$ en noviembre de 2009) hace que los productos americanos sean comparativamente más caros que los europeos. La economía americana se verá golpeada por una nueva crisis bancaria y una caída de sus exportaciones a Europa. Las empresas tendrán más dificultades para conseguir dinero prestado o recaudar financiación.
En una crisis los bancos dejan de prestarse dinero unos a otros y cierran las líneas de crédito, dando lugar a una reacción en cadena a lo largo y ancho del sistema financiero. Los sistemas bancarios de Europa y los EEUU están íntimamente interrelacionados y lo que ocurra en los bancos europeos tendrá graves repercusiones en los EEUU.
Daniel Tarullo, un miembro de la junta de la Reserva Federal, advirtió recientemente que una repetición de la crisis de 2008, que presenció el colapso casi total del sector financiero de los EEUU, “no estaba descartada”. La semana pasada informó al Congreso de que los bancos estaban teniendo espasmos que “recordaban lo que había ocurrido durante la creciente crisis financiera global”. El declive de la moneda común europea hace también menos probable que China acepte las exigencias de los Estados Unidos para que revalúen su moneda, facilitando así la competencia de los productos estadounidenses.
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