160 años del “Origen de las especies” de Darwin
En noviembre de 2019, se cumplió el 160º aniversario de la publicación de El Origen de las Especies, de Charles Darwin. Aunque fuese de manera inconsciente, la teoría de la evolución de Darwin revela cómo la naturaleza opera de manera dialéctica. Esto supuso un desafío radical a la ideología de la clase dominante.
Hace 160 años, la obra trascendental El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida, vio la luz. Su descubrimiento de los mecanismos por los que las especies evolucionan y toman forma causó sensación. La alta sociedad y la Iglesia estaban escandalizadas.
Con su descubrimiento, Darwin le había dado un golpe demoledor tanto al mito del creacionismo como a la noción de que el mundo está exento del paso del tiempo, que es estático e inmutable. Esto último era, y de hecho es, una de las claves de la ideología de la clase dominante; la idea de que el status quo es la forma más natural de sociedad posible y que por tanto es en esencia permanente.
Esta publicación, por supuesto, recibiría una gran bienvenida entre los revolucionarios. “No hablamos de otra cosa durante meses que no fuera Darwin y la gran importancia de sus descubrimientos científicos”, afirmaba Wilhem Liebknecht, el dirigente socialista alemán.
La forma en que Darwin había elaborado sus ideas reflejaba el prejuicio común de que el cambio es lento y gradual; no obstante había descubierto que en el fondo la forma de operar de la historia natural era dialéctica, de la misma manera que Marx había descubierto la dialéctica de la evolución social. Como comentaba Marx en una carta a Engels. “Aunque esté formulada en un crudo estilo inglés, este es el libro que contienen los cimientos de nuestro punto de vista a nivel histórico natural.”
Contenido
Un revolucionario inesperado
Darwin fue un revolucionario inesperado. Nacido en 1809 en Shrewsbury en el seno de una familia respetable de clase media, Darwin empezaría a estudiar medicina en Edimburgo. Estando allí desarrollaría interés en historia natural. Pronto decidió que la medicina no era para él y lo dejó, empezando los estudios de teología en la Universidad de Cambridge.
Irónicamente, Darwin esperaba poder vivir una vida tranquila de sacerdote en la que pudiera dedicarse a contemplar la naturaleza tranquilamente. Sin embargo, el destino intervendría y, poco después de graduarse, uno de sus amigos le recomendaría como naturalista y como buena compañía al capitán del HMS Beagle. El Beagle iba a embarcarse en una misión de investigación de cinco años alrededor de Sudamérica y las islas del Pacífico Sur antes de volver a Gran Bretaña a través del Cabo de Buena Esperanza, bordeando África. Para el joven de 22 años esta oferta era irrechazable y el 27 de diciembre de 1831 se embarcaría.
Durante sus viajes Darwin fue recolectando una increíble variedad de especímenes y escribiendo un diario que le llevaría a la fama a su vuelta. De manera gradual iría surgiendo en sus múltiples cuadernos la teoría de la historia de la vida.
Entre otras observaciones, mientras examinaba a los pinzones en las islas Galápagos, Darwin notó cómo los picos de estas aves estaban excepcionalmente adaptadas a los espacios ecológicos que ocupaban. Algunas comían insectos, otras bayas, y en todos los casos poseían picos definidos que eran excepcionalmente prácticos para cada trabajo. Sin embargo, estaba claro que tenían un ancestro común con un género único de América Latina.
Nacía la idea en el joven investigador de que lejos de ser inmutables y estáticas, las especies estaban en un continuo estado de flujo, naciendo y extinguiéndose.
La nueva teoría de Darwin se iría formulando de manera gradual empezando en el HMS Beagle en 1831 y desarrollándose hasta su vuelta a Inglaterra en 1836. Pese a ser un hombre religioso, Darwin era escrupulosamente honesto y, con toda la evidencia ante sus ojos, no pudo sino extraer conclusiones materialistas.
“Cada vez me era más y más difícil, dándole plena libertad a mi imaginación, inventar evidencias que me pudiesen convencer”, dijo Darwin, “La desconfianza había ido apoderándose de mí de manera lenta, hasta que fue ya total.”
La evolución a través de la selección natural
Ya en los tiempos de juventud de Darwin la idea de la transformación de las especies no era en sí misma novedosa. Los antiguos griegos habían tenido sus propias teorías de la evolución. Y en la época moderna Diderot, Lamarck y hasta el abuelo de Darwin, Erasmus Darwin, habían teorizado sobre la idea de que las especies evolucionan.
No hay que investigar muy profundamente para encontrar pruebas de esto. Algo que está al alcance de nuestros ojos es la presencia de animales y plantas domésticos que han sido modificados por los humanos durante miles de años. El trigo, la cebada, el arroz y el maíz, por ejemplo, son formas de hierbas salvajes que han sido domesticadas. Sin embargo, las diferencias cualitativas entre ellas son mayores que las que podemos encontrar entre lo que categorizamos como especies distintas en la naturaleza.
En El Origen, Darwin probaba que el proceso de domesticación era resultado de la interacción de dos fuerzas contradictorias: por un lado la tendencia de la descendencia de heredar las características de los padres; por otro la tendencia natural de la prole al cambio.
Al ser el humano el que selecciona solo aquella parte de la descendencia que tiene las características más deseables (más resistente, más productivo, etc.), estas pequeñas variaciones cuantitativas durante varias generaciones acaban suponiendo cambios cualitativos completos de especies tan diferentes como hierbas, jabalíes o lobos salvajes, dando como resultado trigo, cerdos y perros pequeños.
Darwin observó que no solo la humanidad elige ciertos rasgos. La naturaleza también lleva a cabo una especie de ‘selección’ ciega, de tal forma que las poblaciones más adaptadas prosperan y las menos adaptadas desaparecen. En esencia, el descubrimiento de Darwin consistió en conectar el cambio cuantitativo (variación) y su transformación en cambio cualitativo (especiación).
Una espera de 20 años
Darwin derribó completamente la idea de que las plantas y animales fueron creados tal y como son en el sexto día de la Creación. Tenía buenos motivos para esperar que la burguesía inglesa de su tiempo recibiera este materialismo con desprecio. Asociaban estas ideas con una mezcla de pensamientos radicales de la Revolución Francesa y del socialismo de la clase obrera.
La ignorancia tozuda de la burguesía inglesa fue algo que sorprendió a Engels cuando llegó a Gran Bretaña, como hizo notar en Del Socialismo utópico al socialismo científico:
“Sobre la mitad de este siglo, lo que impactaba a cualquier extranjero cultivado que se mudara a Inglaterra era que se veía obligado a colisionar con la intolerancia religiosa y la estupidez de la respetable clase media inglesa. Nosotros, para ese momento, éramos todos materialistas o, al menos, librepensadores avanzados, y era para nosotros inconcebible que prácticamente toda la gente educada de Inglaterra creyera en todo tìpo de milagros imposibles, y que incluso geólogos como Buckland y Mantell retorciesen su ciencia lo suficiente como para no entrar en conflicto demasiado con los mitos del libro del Génesis; mientras que, para poder encontrar a gente que se atreviese a usar sus facultades intelectuales con respecto a cuestiones religiosas, tenías que juntarte con los maleducados, de los great unwashed (los muy sucios), como eran conocidos los trabajadores, especialmente los socialistas owenistas”
El miedo al rechazo de los hipócritas piadosos de la ‘respetable clase media’ hizo que Darwin esperase 20 años antes de publicar sus resultados. Solo cuando otro naturalista, Alfred Wallace Russell, amenazó con publicar una teoría muy similar, decidió Darwin publicar El Origen.
Exactamente como había predicho, sus escritos provocaron una respuesta furiosa de las editoriales en los periódicos, de la Iglesia inglesa e incluso de una capa dentro del sistema científico.
Darwin y Malthus
A pesar de la ofensa causada por su gran obra, Darwin fue él mismo un producto de esa respetable clase media inglesa cuyo ostracismo temía. Una fuente curiosa de la inspiración de Darwin fueron los Principios de la Población de Malthus, que habían sido reeditados poco antes de que comenzara el viaje del Beagle, y que causaba furor entre las clases medias en la década de 1830.
Después de cinco años de ausencia, Darwin regresó a una Inglaterra cada vez más desgarrada por las contradicciones de clase. La revolución industrial había creado un proletariado floreciente que vivía en las condiciones urbanas más miserables. La burguesía, aterrorizada de la posibilidad de estar sentada sobre un volcán de descontento hirviente, intentó “resolver” el problema de la miseria en 1834 con una nueva Ley de la Pobreza, que obligaba a los pobres a entrar en los odiados “asilos para pobres”, supuestamente para “desalentar” su proliferación.
Las teorías de Malthus sirvieron para salvar las conciencias de los capitalistas y terratenientes, y para justificar los horrores que su sistema infligió a millones. Según Malthus, la población sigue un crecimiento geométrico, mientras que los recursos sólo aumentan aritméticamente. Por lo tanto, era natural que hubiera una lucha por la supervivencia en la que los «más aptos» vivirían y los «no aptos» perecerían. La peste, el hambre y la muerte eran algo natural y previsible, ¡y por lo tanto no se puede culpar a ningún sistema social!
Darwin creía solamente “extender” la teoría de Malthus de la ley geométrica de la población al reino de los animales y las plantas. Pero, como observó Marx, por esta extensión Darwin, sin saberlo, derribó la idea completamente artificiosa de Malthus de que los recursos del planeta tienden hacia el crecimiento aritmético.
La tremenda revolución de la industria y la agricultura que el capitalismo había introducido a principios del siglo XIX demostró que el planeta podía albergar a una población inmensamente mayor que la que existía en 1830, o incluso hoy en día. No es por falta de medios de subsistencia que los hombres, mujeres y niños mueren de hambre bajo el capitalismo, sino porque crear suficientes medios de subsistencia no es rentable.
¿La naturaleza da saltos?
Por temor a la revolución, la burguesía, como todas las clases dominantes anteriores, predica que el statu quo es el único orden social posible. En su filosofía del cambio, los capitalistas conciben un mundo que tiende a perfeccionar la armonía y el equilibrio. O bien, si reconocen el cambio, sólo lo reconocen como un proceso lento, gradual y reformador. La sociedad y la naturaleza no pueden dar saltos.
Si el descubrimiento de Darwin fue dialéctico en su contenido, la forma en que desarrolló esta nueva teoría reflejó este prejuicio profundamente antidialéctico. De hecho, hoy en día hablamos de “evolución” y “revolución” en el lenguaje común como opuestos, que se excluyen absolutamente uno al otro.
Este prejuicio filosófico ha dejado en más de una ocasión su impacto también en las ciencias naturales. Durante su estancia en el Beagle, Darwin estudió con gran interés los Principios de Geología del gran geólogo Charles Lyell. Lyell fue el principal defensor mundial del cambio lento y gradual de la historia de la Tierra mediante procesos que operaron durante cientos de millones de años, como la erosión y la deposición.
Aunque esta visión fue un gran paso adelante en comparación con la idea de que la intervención sobrenatural había moldeado la superficie de la Tierra, excluía las revoluciones y los saltos cualitativos repentinos. La Tierra tenía una especie de historia –de hecho, una historia mucho más vasta de lo que nadie se había atrevido a imaginar anteriormente– pero era esencialmente una historia de «cambio inmutable». Se produjo un cambio gradual, pero los continentes, los mares y el clima siempre habían tenido esencialmente la misma configuración y Lyell decía que las mismas fuerzas habían operado con la misma intensidad durante cientos de millones de años.
Estas ideas tuvieron una profunda influencia en la propia interpretación de Darwin de la historia de la vida. Para Darwin, la evolución de las especies fue también un proceso lento y gradual en la suave aparición de nuevas ramas en el árbol de la vida, conforme las ramas emergen suavemente del tronco de un árbol. No había lugar para discontinuidades, catástrofes y saltos repentinos.
La explosión cámbrica
El problema es que el registro fósil no confirma esta teoría, un hecho con el que Darwin luchó en su obra, el Origen de las especies. Durante decenas de millones de años, los amonites y trilobites permanecieron esencialmente inalterados. Entonces, de repente, aparece una adaptación; o la especie se extingue. Enormes cantidades de especies fueron aniquiladas en un abrir y cerrar de ojos geológico, y simultáneamente nuevas especies irradiaron para llenar las vacantes ecológicas que se habían dejado abiertas.
La historia de la vida está llena de saltos tan repentinos. Se establece un equilibrio que puede persistir durante cientos de millones de años, antes de que sea repentina y rudamente interrumpido por trastornos catastróficos.
Las marcas de este proceso se encuentran en todo el registro fósil en los llamados «eslabones perdidos» entre especies ancestrales e hijas. Darwin explicó estos «eslabones perdidos» refiriéndose al carácter incompleto del registro fósil. Sin embargo, hubo un evento en la historia de la Tierra que confundió completamente esta visión de la evolución a través del desarrollo lento y gradual de las especies.
Durante la mayor parte de la historia de la vida en nuestro planeta, los únicos organismos que existían en abundancia eran organismos unicelulares como las cianobacterias. Los únicos fósiles que tenemos en abundancia, que tienen 600 millones de años de antigüedad o más, son simples «estromatolitos» en forma de cúpula. En vida eran esteras de algas de una sola célula, apiladas unas encina de otras. Entonces sucedió una tremenda explosión de vida animal multicelular, 550 millones de años atrás. A algunas de estas criaturas se les ha dado nombres como Hallucigenia, debido al hecho de que no se parecen a nada de lo que vemos hoy en día.
En su opus magnum, Darwin dedicó dos capítulos a estas inquietantes dificultades, que las autoridades de la comunidad científica habían rechazado en contra de la idea misma de la evolución, como señaló Darwin:
«…los más eminentes paleontólogos, como Cuvier, Agassiz, Barrande, Pictet, Falconer, E. Forbes, etc., y todos nuestros más grandes geólogos, como Lyell, Murchison, Sedgwick, etc., han mantenido unánimemente, a menudo con vehemencia, la inmutabilidad de las especies».
Darwin intentó explicar esta «explosión cámbrica» refiriéndose a algún proceso geológico aún desconocido que había borrado toda evidencia de fósiles pre-cámbricos. Sin embargo, su propia explicación no le convenció: «El caso debe seguir siendo inexplicable; y puede ser un argumento válido contra las opiniones aquí consideradas.»
Equilibrio puntuado
¿Qué sucedió hace 550 millones de años que condujo a una explosión tan abrupta? Una teoría interesante favorecida por el biólogo evolutivo Stephen J Gould fue que uno de los organismos unicelulares asentado en una de estas grandes esteras de algas sufrió un ligero cambio. Este cambio hizo que comenzara a engullir a sus vecinos.
El cambio habría sido tan leve como para hacer que la célula rebelde apenas se diferenciara de sus vecinos. Sin embargo, afectó una revolución completa. De repente, las células «presa» que estaba devorando se vieron obligadas a evolucionar medios para evadir al nuevo depredador. Mientras tanto, la célula depredadora a su vez tuvo que evolucionar medios para superar nuevas adaptaciones defensivas. El resultado fue una aceleración de la evolución sin precedentes. Comenzó una carrera armamentista evolutiva que no se ha detenido hasta el día de hoy.
Ciertamente, Gould nunca imaginó que encontraríamos evidencia de que la historia comenzara de esta manera. Es aún más notable que este año, un equipo dirigido por William Ratcliff del Instituto de Tecnología de Georgia, introdujo un depredador unicelular a un grupo de algas unicelulares ¡En el transcurso de menos de un año, los científicos observaron cómo evolucionó ante sus ojos en un organismo multicelular!
Es posible que nunca tengamos una prueba directa de si fue una célula herbácea rebelde o algún otro cambio aparentemente insignificante lo que inclinó la balanza. Sin embargo, la explosión cámbrica ilustra maravillosamente un principio importante en la evolución de la materia. Durante cientos de millones de años, las variaciones apenas perceptibles en estos organismos primordiales y su ecosistema se acumularon hasta que se alcanzó un punto de inflexión. El salto hacia la vida compleja y multicelular se logró.
En la década de 1970, Stephen J Gould y su colega Niles Eldredge desarrollaron esta visión en una teoría generalizada. Lejos de la evolución continua, la mayoría de las especies existen en estasis aparente a lo largo de su existencia. Sin embargo, debajo de una apariencia inmutable, se acumulan pequeños cambios. Estos de repente causan una «puntuación» del equilibrio y se produce un salto repentino, con el desarrollo de nuevas especies y el exterminio de especies antiguas con una rapidez tremenda.
Como era de esperar, la teoría fue descartada como «marxista» por algunos que aborrecían la idea de que el cambio revolucionario es una ley de la naturaleza misma. De hecho, Gould había sido influenciado por la filosofía marxista desde su juventud y esta ciertamente informó su trabajo científico.
La clave de este punto de vista fue comprender que la evolución tiene lugar extremadamente rápida en poblaciones pequeñas. Si un pequeño grupo está geográficamente aislado de su población madre, la especiación puede ocurrir rápidamente. Cuando la pequeña población se vuelve a conectar geográficamente a su antiguo hábitat, su población puede expandirse y exterminar rápidamente a la especie de la cual se separó.
Cuaderno E
Muchos, naturalmente, se sorprenderán al saber que el propio Darwin planteó la hipótesis de algo muy similar a lo que ahora llamamos «equilibrio puntuado». Como Niles Eldredge ha notado, Darwin presentó esa idea en un cuaderno escrito poco después de regresar del viaje del Beagle, conocido como «Cuaderno E». Lamentablemente lo descartó. ¿Por qué lo hizo?
En el cuaderno en cuestión, Darwin reflexionó sobre si el aislamiento geográfico era un factor importante en la evolución de nuevas poblaciones. Si así fuera, supuso, era probable que la especiación se produjera por explosiones rápidas. De lo contrario, era probable que a escala de todo el continente nuevas adaptaciones solo podrían surgir por el cambio gradual más lento imaginable.
Darwin, como todos los grandes científicos, fue y siguió siendo un producto de su tiempo. En la época en que Darwin escribía, el cambio geográfico también se entendía como algo que se producía de manera lenta y gradual por los geólogos, que repudiaban la teoría de Darwin. No es de extrañar que Darwin rechazara la idea de que en un mundo que cambia de manera tan gradual, el aislamiento geográfico probablemente fuera la excepción y no la regla.
Homo sapiens
La historia de la evolución de nuestra propia especie ilustra maravillosamente la visión dialéctica del proceso de evolución. En algún momento hace unos cinco millones de años, el clima en África Oriental comenzó a cambiar, volviéndose más cálido y seco. A medida que el clima cambió, los bosques retrocedieron y una pequeña población de simios se vio obligada a abandonar la relativa seguridad del bosque y hacer su suerte en los pastizales que lo rodeaban.
Rápidamente, esta pequeña población de simios geográficamente aislada se vio obligada a desarrollar una postura erguida para vigilar a los depredadores por encima de los pastos. Este cambio insignificante inició una verdadera revolución.
Entre el homo sapiens y nuestros parientes vivos más cercanos, los simios bonobo, existe una diferencia genética tan pequeña como 1,2%. La diferencia genética entre el homo sapiens y los antepasados de «mono vertical» sería aún más estrecha. A modo de comparación, la diferencia genética entre dos seres humanos puede ser de hasta 0,1%.
El salto del mono al hombre es solo unas pocas veces mayor que el salto de un ser humano a otro. De hecho, estamos físicamente muy poco alejados de nuestros parientes más cercanos. Cualquier persona con las rodillas deterioradas o la espalda rígida tendrá un recordatorio físico constante de cuán recientemente descendimos de los monos que habitaban en los árboles y cuán poco nos hemos adaptado a nuestra nueva postura erguida.
Y, sin embargo, en esta mínima diferencia genética está contenida la mayor revolución que ha experimentado el mundo orgánico desde la aparición de la vida multicelular. Ninguna especie individual ha tenido un impacto tan grande en el mundo que habita.
La transición del mono al hombre
Que el punto de inflexión clave en la transición del mono al hombre fue la postura vertical, y con ello la liberación de la mano, es ahora ampliamente aceptado entre los biólogos evolucionistas. Sin embargo, esto no siempre fue así. De hecho, uno de los primeros en proponer este curso de desarrollo no fue otro que Federico Engels.
En su artículo inacabado El Papel del Trabajo en la Transformación del Mono en Hombre, escrito como parte de su colección de notas sobre La dialéctica de la naturaleza, Engels explicó cómo la liberación de las manos, como consecuencia de la postura erguida, permitió a nuestros antepasados a relacionarse con el trabajo, transformando su mundo y de esta manera transformándose a sí mismos.
A medida que la mano humana se volvió capaz de realizar operaciones más complejas, esto reaccionó en la evolución del cerebro, permitiendo un pensamiento más complejo y abstracto, y finalmente también el habla: la posibilidad de comunicar ideas abstractas a otros miembros de la comunidad.
Sin embargo, incluso a fines del siglo XX, eminentes científicos continuaron creyendo que el paso previo fue el aumento del tamaño del cerebro, y que solo más tarde resultó que nuestros antepasados desarrollaron herramientas, etc.
Esto refleja el prejuicio idealista dentro de la sociedad de clases, que surge de la división del trabajo intelectual y manual, que eleva el pensamiento humano a un pedestal, divorciado de nuestra interacción con el mundo material que nos rodea.
El callejón sin salida del capitalismo
A diferencia de Engels, o incluso de Gould, lo que Darwin logró lo hizo sin ningún conocimiento de filosofía ni del método dialéctico. Como Trotsky explicó:
«Este biólogo altamente dotado demostró cómo una acumulación de pequeñas variaciones cuantitativas produce una ‘calidad’ biológica completamente nueva y, por ese medio, explicó el origen de las especies. Sin ser consciente de ello, aplicó así el método del materialismo dialéctico a la esfera de la vida orgánica. Darwin, aunque no estaba iluminado en filosofía, aplicó brillantemente la ley de Hegel de la transición de la cantidad a la calidad.”
Lo que Engels demostró es lo que se puede lograr mediante la aplicación consciente del materialismo dialéctico a la ciencia, algo que nunca podemos lograr sistemáticamente bajo el capitalismo.
Bajo este sistema, las ciencias naturales están de hecho bajo ataque. La clase dominante está atacando la educación y la investigación, haciendo pasar los costos de la crisis del capitalismo a la juventud y a la clase obrera.
En proporción a esto, todo tipo de ideas anticuadas y atrasadas seguramente serán revividas, ayudadas por los cofres de la religión organizada. En los Estados Unidos, hay un movimiento masivo de millones que propone enseñar el creacionismo como un hecho científico. En Gran Bretaña, el 12% de las personas encuestadas creía en un acto de creación; y solo la mitad estaban convencidos de que la teoría de la evolución es definitivamente cierta.
Esto demuestra el estancamiento del sistema capitalista, que hoy en día solo genera todo tipo de ignorancia. Para llevar la ciencia y la sociedad hacia adelante, por lo tanto, debemos derrocar este sistema corroído.
Solo con el socialismo podremos finalmente liberar todo el potencial de la humanidad. En palabras de Leon Trotsky:
“El hombre se volverá inmensamente más fuerte, más sabio y más sutil; su cuerpo se armonizará más, sus movimientos serán más rítmicos, su voz más musical. Las formas de vida se volverán dinámicamente dramáticas. El tipo humano promedio se elevará a las alturas de un Aristóteles, un Goethe o un Marx».
Y podríamos agregar, «o un Darwin».
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