2011: Optimismo o pesimismo
El año 2011 comenzó con los típicos brindis por la salud, la felicidad y el éxito. Mientras los burgueses agarraban sus copas de champagne, parecía como si sus sueños se hubieran hecho realidad. El hundimiento de los mercados financieros que amenazaba con destruir la recuperación económica en 2010 no se materializó. Es probable que la producción mundial se haya incrementado en un 5%, mucho más deprisa de lo que se preveía.
“Quien ríe es que aún no ha escuchado las malas noticias”. (Bretch)
Todo era perfecto en el más perfecto de los mundos capitalistas. Aún así, siempre hay algunas nubes negras que oscurecen el cielo. A pesar de la recuperación del crecimiento en Alemania, que se ha basado en las exportaciones, la crisis en la zona euro permanece irresuelta. Y el crecimiento de las manufacturas alemanas depende de los inciertos pronósticos sobre la economía capitalista global.
La Biblia nos dice que la fe mueve montañas. Parece que, en el despertar de este nuevo año, la burguesía se ha tomado esto al pie de la letra. Se sienten tan aliviados de que lo peor se haya evitado (por el momento) que, por primera vez en muchos años, se han permitido expresar sentimientos optimistas sobre el panorama de la economía mundial.
El término bíblico “fe” se traduce al lenguaje de la economía política burguesa como “confianza”. De hecho, como categoría de la Economía Política, la “confianza” es muy superior a la fe. No sólo puede mover montañas sino que – lo que es más importante – puede mover las Bolsas. La religión dice que sólo si tenemos fe salvaremos nuestra alma inmortal. Los economistas nos dicen que sólo si tenemos confianza salvaremos la economía mundial.
Tras cada escuela moderna de filosofía burguesa se esconde el idealismo subjetivo. La base filosófica de la economía política burguesa no es una excepción a la regla. Un reciente editorial de The Economist nos lo confirma. Nos dice: “La confianza determina si los consumidores gastan y, por tanto, si las compañías invierten. El poder de los pensamientos positivos, como Vincent Peale señaló, es enorme”.
Desafortunadamente, la experiencia nos enseña que no importa hasta qué punto un pobre esté convencido de que es un billonario, en la realidad sigue siendo pobre. Sólo la confianza, por grande que sea, no puede llenar un estómago vacío en Bangladesh o hacer que un desempleado en Michigan encuentre trabajo. Tampoco “el poder de los pensamientos positivos” ayudará a tapar el enorme agujero dejado en las finanzas públicas por la crisis capitalista más seria desde la Gran Depresión.
La base material del optimismo
Durante los últimos cuatrocientos años el pensamiento burgués occidental se ha basado en el optimismo, la ilustración y el progreso. Oliver Cromwell y sus seguidores pensaron que su revolución había traído el Reino de Dios a la tierra. Los padres fundadores de los Estados Unidos de América estaban convencidos de que el país que habían creado sería mejor que ningún otro, garantizando a sus ciudadanos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Durante la Gran Revolución Francesa la burguesía despertó a las masas semiproletarias de París para luchar contra el despotismo feudal bajo la bandera de la Libertad, la Igualdad, la Fraternidad y el Gobierno de la Razón. Entretanto, en Inglaterra, una revolución aún mayor estaba comenzando: una revolución industrial basada en la fuerza del vapor, las máquinas y el sistema fabril.
En aquellos tiempos el optimismo de la burguesía tenía una base material, porque el capitalismo, a pesar de todos sus crímenes y atroz brutalidad, jugaba un papel progresista en el derrocamiento de un sistema feudal decadente y degenerado al desarrollar las fuerzas productivas. En su búsqueda de beneficios, los capitalistas desarrollaron la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología hasta niveles jamás soñados. Al hacerlo, de forma inconsciente, desarrollaron también la base material para una formación social superior –el socialismo– y la clase destinada a derrocar el capitalismo – el proletariado–.
La burguesía ha compartido (y aún comparte) esa ilusión común a todas las clases sociales que han ejercido un papel dominante en la historia – desde los esclavistas romanos a la aristocracia feudal – es decir, que su sistema socioeconómico representaba la fase más avanzada y definitiva del desarrollo de la humanidad. Crecían fervientemente en la famosa frase de Leibniz, parodiada cruelmente por Voltaire en su Cándido, que dice: “todo es para mejor en el mejor de los mundos posibles”.
En ningún otro lugar ese sentimiento de optimismo ha estado más arraigado que en Inglaterra, el antiguo “taller del mundo”, que dominaba el mundo sobre la base de su poderío industrial y riqueza. Esa era la base para la visión del mundo que la clase dominante británica poseyó hasta 1914. La filosofía del liberalismo británico se derivaba de una versión superficial de la teoría de la evolución, por la que hoy era siempre mejor que ayer y mañana sería mejor que hoy. Esto, a su vez, no era más que un reflejo idealizado de la realidad material: el rápido desarrollo de las fuerzas productivas.
La Primera Guerra Mundial hizo estallar por los aires la reconfortante utopía del liberalismo burgués. Y desde entonces nunca se ha vuelto a recuperar totalmente. La historia del último siglo es la historia de convulsas revueltas de las fuerzas productivas contra los límites estrechos de la propiedad privada y el Estado nacional. Esto se expresó en dos guerras mundiales devastadoras y en un catastrófico colapso económico en el periodo de entreguerras. La idea de que la condición humana era susceptible de mejorar continuamente se veía contradicha a cada momento por la dura realidad.
Periodos históricos diferentes
La historia no avanza a lo largo de una línea recta. Tampoco lo hace en un ciclo eterno de “ondas largas”, tal y como imaginaba Kondratiev. Sus teorías parecen haberse puesto de moda entre algunos economistas burgueses que buscan consuelo en la idea de que “todo lo que baja ha de subir”. De esta manera, los burgueses intentan recuperar su optimismo perdido. Sin embargo, esto es tan posible como para una “dama deshonrada” lo es recuperar su virginidad.
Lo cierto es que hay periodos definidos en el desarrollo del capitalismo, y cada uno de ellos tiende a ser diferente de los demás. Si estudiamos la historia del capitalismo en los últimos 150 años, observamos, por un lado, una serie constante de auges y caídas (a los que los economistas burgueses suelen referirse como el “ciclo económico”). Estos “ciclos” siguen unas pautas un tanto irregulares que pueden, y de hecho lo hacen, variar en periodos diferentes. En la época de Marx, el ciclo normal duraba en torno a los diez años, aunque no hay una regla definitiva acerca de la regularidad de los ciclos económicos, que pueden variar de manera considerable.
Sin embargo, junto a los ciclos normales de expansión y contracción, es también posible detectar tendencias más amplias que caracterizan diferentes periodos. Esto es cierto no sólo en relación al capitalismo, sino también sobre otras formaciones socio-económicas. El estudio de la historia romana se divide en dos mitades claramente distinguibles, separadas por un turbulento periodo de lucha de clases que anunció el final de la República y los comienzos del Imperio. Esencialmente, este cambio reflejaba el principio del fin de la economía esclavista.
El declive de la esclavitud se extendió a lo largo de más de tres siglos. Durante este largo periodo de declive hubo momentos de recuperación, incluso de brillantez, pero la línea general fue descendente, conduciendo finalmente al colapso, las invasiones bárbaras y lo que llamamos la Edad de las Tinieblas. El resultado final fue el surgimiento de un nuevo sistema socioeconómico que conocemos como feudalismo.
En los aproximadamente dos siglos en que el capitalismo ha existido, hubo un período inicial caracterizado por un desarrollo explosivo de las fuerzas productivas. La historia nunca ha conocido una revolución tan formidable en la industria, la agricultura, la ciencia y la tecnología. Esta fue precisamente la base material para la confianza de la burguesía y sus ideólogos. La confianza de la burguesía en el período de su ascenso fue sólo parcialmente mermada por las crisis periódicas de sobreproducción que comenzaron a darse en la primera mitad del siglo XIX. Cada crisis fue seguida por un nuevo e incluso más tempestuoso crecimiento del comercio y la industria.
Hoy, muchos turistas de visita en Londres se maravillan ante el espectáculo de la Torre de Londres, una imponente estructura levantada hace más de un siglo que combina el aspecto de una catedral gótica con enormes estructuras de la revolución industrial construidas en sólido acero, tornillos y remaches británicos. No es sólo un puente sobre el río. Es una declaración, un manifiesto, con el que la burguesía británica anunciaba al resto del mundo: “Somos grandes. Ricos. Podemos hacer lo que queramos. Y nuestro poder perdurará mil años.”
Antes de la Primera Guerra Mundial hubo un periodo de prosperidad económica. Esto permitió a la burguesía hacer ciertas concesiones a la clase obrera, que empezó a ser consciente de su fuerza al formar sindicatos y organizaciones políticas de masas (la socialdemocracia). En teoría, los partidos de masas de la Segunda Internacional (Socialista) se basaban en el marxismo (con la excepción del partido laborista británico). Pero en la práctica la socialdemocracia europea era cada vez más reformista.
Con la excepción de Rusia, en la mayoría de países europeos el largo periodo de prosperidad económica apaciguó la lucha de clases. Ésta fue la base material para el auge de la burocracia y el reformismo. En sus declaraciones los líderes de la socialdemocracia predicaban la lucha de clases y la revolución socialista. Pero su psicología había sido modelada por décadas de paz social y actividad parlamentaria. Compartían la misma visión optimista de la burguesía liberal: hoy mejor que ayer, mañana mejor que hoy.
El verano de 1914 destruyó estas pacíficas ilusiones gradualistas. La Primera Guerra Mundial marcó el comienzo de un periodo enteramente diferente. La Revolución Rusa de 1917 preludió un periodo de colosal inestabilidad política y social. Los años de entreguerras tuvieron un carácter totalmente distinto al periodo anterior a 1914. El boom especulativo de los años veinte condujo al mayor colapso económico de la historia. El Crash de 1929 llevó a la Gran Depresión de los años 30, que sólo acabó con la Segunda Guerra Mundial.
Aquéllos fueron años turbulentos de revolución y contra revolución que pusieron en cuestión la propia supervivencia del capitalismo. Pero la historia demuestra que el capitalismo puede salir de la mayor de la crisis. Ya en 1920 Lenin había explicado a los ultraizquierdistas que la “crisis final del capitalismo” no existía. En tanto en cuanto el proletariado no derroque a la burguesía, ésta siempre encontrará una forma de salir del atolladero. El precio que la humanidad deba pagar por ello es otra cuestión.
El periodo de posguerra
Por razones que ya hemos explicado en otro lugar (ver ¿Habrá una recesión?, de Ted Grant), los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial fueron diferentes a los del periodo de entreguerras. Contrariamente a lo que Trotsky esperaba, el capitalismo tuvo éxito a la hora de restablecer un nuevo equilibrio tras la guerra.
Desde 1947 a 1973, el capitalismo mundial experimentó un rápido crecimiento. En este periodo el ciclo económico era más corto, lo que reflejaba cambios en las pautas de inversión, pero las recesiones eran menos profundas y más breves, apenas perceptibles. En los países capitalistas avanzados (el llamado Tercer Mundo era totalmente diferente) se disfrutaba de pleno empleo y de niveles de vida crecientes. Durante toda esta fase la lucha de clases en Europa y Estados Unidos no fue muy aguda. Aún así, no debemos olvidar que en el momento álgido del periodo de crecimiento económico de la posguerra, en 1968, la mayor huelga general de la historia tuvo lugar en Francia.
Esta fase llegó a su final con la primera recesión profunda en 1973-74. Los 70 fueron muy diferentes a los 50 o a los 60. Una vez más, la revolución volvía al orden del día en Portugal, España, Grecia e Italia. En otros países europeos, como Francia o Reino Unido, hubo grandes movimientos de trabajadores y jóvenes. Al otro lado del mundo encontramos los movimientos revolucionarios de masas en Pakistán y Bangladesh. Pero todas estas prometedoras oportunidades fueron desbaratadas por el comportamiento de sus líderes y acabaron en derrota.
Los años 80 marcaron un nuevo giro en la situación. La clase dirigente se aprovechó del reflujo en el movimiento y pasó a la contraofensiva. Bajo la bandera del monetarismo, el thatcherismo y el reaganismo, la burguesía reaccionó contra las políticas keynesianas previas. Deseaban volver a los buenos tiempos del capitalismo del “laissez faire”, reduciendo al mínimo la participación del Estado en la economía y haciendo que todo dependiera de la “economía de libre mercado”.
La caída de la Unión Soviética y de sus satélites, junto con la integración de China dentro del mercado mundial, profundizó esta tendencia reaccionaria. La entrada de 1000 millones de personas en la economía global capitalista abría la posibilidad a nuevos mercados y a inversiones altamente rentables. Se creó la ilusión de que “todo era para mejor en el mejor de los mundos posibles”. Las máquinas de la economía mundial rugían a pleno rendimiento. La especulación se disparó hasta cotas inimaginables. El optimismo de la burguesía experimentaba un renacimiento milagroso. Incluso llegaron a escribir acerca del “fin de la historia”.
Pero, como cualquier otro boom en la historia, éste también acabó en lágrimas. La recesión de 2008 fue, seguramente, la crisis económica más importante desde la Gran Depresión y, posiblemente, en la historia del capitalismo. Economistas y políticos se vieron obligados a tragarse sus propias palabras. Los mismos gobiernos que habían insistido en que las fuerzas del mercado debían decidirlo todo, corrían ahora con prisa indecente a rescatar a la banca con billones de dólares de dinero público.
La creciente alarma entre la clase dominante se reflejó en la sucesiva adopción de medidas contra el pánico por los bancos centrales, que ya no pretendían evitar la recesión, sino limitar sus efectos. Pero, a pesar de todas estas medidas, la crisis se profundiza y se extiende cada vez más.
Lo que dijimos
Como en toda crisis capitalista real, el problema central es la sobreproducción. En la actualidad, ésta se expresa como un exceso de capacidad global. Para usar una expresión acuñada por el socialista utópico Fourier, nos enfrentamos a una “crisis pletórica”. Hay demasiado acero, demasiado cemento, demasiados coches, demasiadas oficinas vacías, demasiado petróleo…
En tanto en cuanto el exceso de producción no se elimine, no podrá haber una auténtica recuperación en la economía mundial. Los economistas burgueses no tienen solución para este problema. Ocupan su tiempo en ensayar las más increíbles piruetas. Tras décadas persiguiendo el Santo Grial “de la economía de la oferta”, vuelven, de repente, a las prácticas de vudú de la economía keynesiana.
Los mismos que denunciaban ritualmente los males de los déficits keynesianos defienden ahora que se regalen billones a los bancos. El único resultado ha sido incurrir en déficits tan enormes que requerirán el trabajo de toda una generación para pagarlos. Ninguna de estas políticas puede resolver la crisis. Las políticas de Brown y Bush nacieron de la desesperación. Eran un intento de volver a inflar la misma burbuja que causó el lío en el que estamos metidos.
En 2008 escribíamos así:
“La expansión sin precedentes del crédito en el último período sirvió para mantener niveles altos de demanda en EEUU y en otros países. Pero ahora esta situación ha llegado a sus límites. Todo el proceso se convierte en su contrario. Nadie quiere prestar dinero y pocos desean pedir prestado. La sociedad es presa de un sentimiento de tacañería y avaricia. Las masas no tienen dinero para gastar, sólo deudas que pagar. Aquellos que anteriormente prestaban alegremente dinero ahora reclaman sus deudas. Muchos de los que contrajeron hipotecas para comprar casas no pueden pagarlas y se encuentran con el desahucio. Como el precio de sus viviendas ha caído, ahora están cargados con deudas enormes, que a diferencia del precio de las viviendas, no caen. “Los banqueros, ayer ansiosos por prestar dinero a todos, ahora lo están por acaparar dinero y no compartir ni un céntimo. Esta actitud mezquina y desconfiada no es sólo para con los propietarios privados y pequeños empresarios, sino también para con otros bancos. No están dispuestos a prestar dinero a otros bancos porque no están seguros de recuperarlo. […]
“Como el crédito es la savia del sistema capitalista, la interrupción de la oferta de crédito significa que no sólo las ‘malas’ empresas entrarán en bancarrota sino también las ‘buenas’. La sequía de crédito amenaza a todo el proceso productivo de la sociedad con un estrangulamiento lento. […]
“En realidad la burguesía está atrapada. Haga lo que haga estará mal. Si no intervienen bombeando dinero en los bancos y en las empresas fracasadas, habría una recesión profunda con desempleo de masas como en los años treinta. Pero si recurren a métodos keynesianos de financiación del déficit, crearán unas deudas enormes que socavarán cualquier futura recuperación y actuarán como un tremendo dragado de la inversión productiva, creando las condiciones para un largo período de recortes y austeridad”.
Dos años después no tenemos razón alguna para cambiar una sola coma.
La crisis en los Estados Unidos
Lo que ocurre en la economía de los Estados Unidos es decisivo para el futuro del mundo. Los Estados Unidos es el país más rico del mundo. Pero ha usado todos sus recursos para evitar caer en recesión. Al revés que Europa, la economía norteamericana ha escapado de la austeridad justo antes de Navidad. El Congreso ha ratificado el acuerdo entre Obama y los republicanos por el que se extienden los recortes fiscales sobre los ricos a cambio de incrementar el gasto como estímulo. El acuerdo no reside sólo en exenciones fiscales por otros dos años, sino que añadió otro 2% del PIB en recortes fiscales para 2011. Lo que esto significa es más beneficios para los ricos a cambio de más promesas vacías.
Los economistas predicen que el producto americano crecerá hasta un 4% este año. Pero los políticos americanos están siguiendo una estrategia muy arriesgada. De hecho, están intentando volver a inflar la burbuja. Pero la perspectiva presupuestaria a largo plazo es catastrófica y ni Obama ni los republicanos tienen idea de cómo arreglar el déficit. La Reserva Federal es responsable por la solidez de la principal divisa del mundo. Hasta ahora, los mercados han preferido mirar para otro lado ante las dudosas actividades de las autoridades monetarias estadounidenses. América es aún considerada un refugio seguro para el capital. Tienen “confianza”. Pero ¿Cuánto durará esta confianza cuando se vea contradicha por la realidad económica?
Se han dado billones de dólares a los bancos con la esperanza de que volvieran de nuevo a prestar dinero. Pero no lo han hecho. Los banqueros no están dispuestos a prestar bajo las circunstancias actuales y no cambiarán de opinión, independientemente de los recortes en los tipos de interés o de los subsidios que reciban. El desempleo en los Estados Unidos permanece alto, colgando como un peso muerto sobre la economía norteamericana y mundial. Como resultado, enormes déficits presupuestarios amenazan la estabilidad de todo el sistema financiero mundial.
En un intento desesperado por reflotar la economía, la Reserva Federal continúa comprando bonos americanos. Esto es equivalente a un drogadicto inyectándose una nueva dosis de estimulantes. Con cada inyección, el paciente necesita una dosis mayor hasta que finalmente entra en coma. El consiguiente tratamiento de abstinencia podría ser muy doloroso.
Algunos quizás vean un crecimiento más rápido en el futuro próximo; pero un número creciente está preocupado por la enorme brecha en el déficit americano. Si esas preocupaciones se convierten en pánico, los Estados Unidos podrían sufrir una crisis de deuda pública en 2011. Cuando quiera que ocurra, tarde o temprano los mercados concluirán que, después de todo, el dólar no es tan fuerte. Una vez que el pánico comience, se extenderá y no parará hasta que el orden financiero mundial haya dado un vuelco. Las consecuencias para América y la economía mundial en su conjunto son incalculables.
La clase dominante norteamericana sufre de esquizofrenia aguda. Por un lado, defiende el saqueo de las finanzas públicas para salvar a los bancos; por otro, se lamentan y rechinan los dientes ante las crecientes deudas del Estado. Así, los republicanos amenazan con poner todo tipo de trabas e impedimentos a las propuestas de Obama en el Congreso.
La división en la clase dominante estadounidense se expresa en un amargo conflicto entre la Casa Blanca y los republicanos. Este conflicto saca a la luz las profundas contradicciones que existen a todos los niveles en la sociedad estadounidense. El reciente intento de asesinato de una congresista demócrata es un reflejo de la extrema polarización en la vida política y en la sociedad norteamericana. El pistolero fue declarado mentalmente desequilibrado, pero los líderes del ala derecha republicana están también algo desequilibrados. El hecho de que una pequeño burguesa histérica como Sarah Palin pueda ser seriamente considerada como líder de la nación más poderosa de la Tierra es una prueba más que suficiente.
En realidad, ni los demócratas y ni los republicanos tienen ninguna solución. Barack Obama ha sido rápidamente desenmascarado como lo que era, un orador de retórica vacía. Incapaz de resolver uno sólo de los graves problemas a los que se enfrenta el pueblo americano. Los republicanos, conscientes de su impotencia, le tienen acorralado. Las elementos más lunáticos y reaccionarios se están organizando en el llamado Tea Party –un movimiento heterogéneo que explota una serie de agravios entre diferentes capas de la sociedad estadounidense y un amorfo deseo de “cambio”–, el mismo deseo amorfo que previamente se había expresado en el movimiento por Obama.
Los trabajadores de los Estados Unidos tenían que pasar por la dolorosa escuela del señor Obama para poder aprender una amarga lección. Ni los demócratas ni los republicanos tienen algo que ofrecer al pueblo americano bajo las presentes circunstancias. La demagogia de Obama ha sido desenmascarada. Mañana será el turno de los republicanos.
Durante la mayor parte del 2010 todos los ojos estaban clavados en Europa y las dificultades por las que pasaba el euro. La crisis del capitalismo ha puesto de manifiesto la existencia de profundas fisuras en la UE. La primera fase de la crisis se ha caracterizado principalmente por el incumplimiento de los bancos. La segunda fase se está caracterizando por el incumplimiento de los Estados.
La crisis del euro
Islandia fue el primer Estado en ir a la quiebra. Pero eso ocurrió, después de todo, en una pequeña isla frente a las costas de Europa. Aun así, la crisis islandesa tuvo profundas consecuencias en países como Gran Bretaña y Holanda.
La siguiente víctima fue Grecia – miembro de la UE. Pero la crisis griega se «resolvió» gracias a la intervención de Alemania y otros estados de la UE, que establecieron un fondo especial de casi un billón de dólares (750.000 millones de euros) para hacer frente a situaciones de este tipo. Pero, en realidad, no se resolvió nada. En el mejor de los casos, la crisis griega se ha pospuesto para una fecha futura. Y la «ayuda» de la UE se ha obtenido a costa de recortes salvajes en el nivel de vida del pueblo griego, una profunda recesión y el desempleo masivo.
Si los líderes de la UE pensaban que estas medidas serían suficientes para cortar por lo sano, se equivocaron lamentablemente. La economía irlandesa, en peligro de colapso total, se vio obligada a solicitar la asistencia de la UE. Esta suponía ataques al nivel de vida y una crisis de gobierno. Inmediatamente después de la crisis de Irlanda, Portugal se ha convertido en el último blanco de los ataques de los especuladores capitalistas.
El FMI, la OCDE y la Comisión Europea situaron el potencial de crecimiento económico en la zona del euro en torno al uno por ciento. Alemania es la fuente de gran parte de la recuperación, y su crecimiento ha beneficiado a otras economías de Europa. Pero esto depende principalmente de Asia. Por otra parte, la tasa de desempleo en la UE sigue siendo obstinadamente elevada, el 10,1 por ciento, en lugar de caer como debería suceder en una recuperación. Este es un claro síntoma de la enfermedad subyacente del sistema, que se manifiesta como la crisis del euro.
El éxito de las empresas alemanas en los mercados asiáticos ha beneficiado a proveedores de Europa del Este, como la República Checa, que, con alrededor de un tercio de sus exportaciones hacia Alemania, es en realidad un satélite del capitalismo alemán. La economía polaca se ha sostenido principalmente debido a un gran estímulo fiscal. Sin embargo, su déficit presupuestario podría alcanzar este año el 8% del PIB. Hungría se encuentra en una situación desesperada. Su calificación crediticia está sólo un nivel por encima del bono basura. La crisis en el este de Europa todavía puede afectar a países como Austria, Alemania y Suecia.
Europa se enfrenta a amenazas por todos los lados. La zona euro es ya una fuente de tensiones, tanto financieras como macroeconómicas. Recortes del gasto público provocarán la caída de la demanda y del crecimiento. Encadenados a una moneda única, los gobiernos europeos no pueden devaluar sus monedas para mejorar su competitividad. Desde un punto de vista capitalista, la única alternativa consiste en bajar los salarios. El ajuste fiscal comenzará en serio este año. Pero esto reducirá aún más la demanda, profundizará la recesión y contribuirá al aumento del desempleo.
En Gran Bretaña, el reciente aumento del IVA provocará una reducción de la demanda valorada en dos millones de libras que, en combinación con otros recortes, contribuirá a aumentar el paro. Irlanda y Grecia ya se encuentran en una profunda recesión, y las políticas de austeridad hacen que sea más difícil salir de ella. España está apenas creciendo y su déficit presupuestario se acerca al 9% del PIB. El gobierno de Portugal se ha visto obligado a tomar medidas para reducir un déficit similar al español, lo que ha provocado una huelga general.
Alemania decide
La crisis del euro ha puesto de relieve el hecho de que el poder en la Unión Europea está firmemente en manos de Alemania. Las pretensiones de Nicolás Sarkozy han sido cruelmente desenmascaradas. Es en Berlín, no en París, donde el futuro de la UE y el euro se decidirán. En el pasado se tenía la ilusión de la existencia de un codominio franco-alemán. Ahora el poder ha pasado al otro lado del Rhin.
Aunque Francia sigue estando cerca de Alemania, y trata de mantener la ilusión de un eje París-Berlín, sus intereses a largo plazo no son los mismos que los de Alemania. Sus lazos son con África, mientras que Alemania mira hacia Europa del Este, los Balcanes y Rusia para acrecentar su poder y su influencia. La ampliación de la UE hacia el Este ha reforzado aún más a Alemania a expensas de Francia.
En la agricultura, por ejemplo, los intereses franceses favorecen el despilfarro de la Política Agrícola Común (PAC). Hay una fuerte presión para replantear la PAC después del 2013. A pesar de la oposición de Alemania, se ha acordado una declaración conjunta con Francia en la que la agricultura se considera como una «actividad estratégica» y que Europa “necesita una PAC fuerte”. Los franceses ven esto como una victoria. Pero el hecho es que, en todas las cuestiones fundamentales, la señora Merkel ha conseguido lo que pedía, mientras que Sarkozy no ha tenido más remedio que aprender la lección: “el que paga, manda”.
Gracias a la fortaleza de sus exportaciones, Alemania ha alcanzado un crecimiento del 3,7% del PIB, frente a sólo el 1,6% en Francia y un promedio del 1,7% en la zona del euro. Entre el 2005 y 2009, la participación alemana en las exportaciones mundiales creció, mientras que la francesa se contrajo. Ningún gobierno francés ha logrado equilibrar su presupuesto en los últimos 27 años. En el 2011 se espera que el déficit presupuestario francés sea superior al 6% del PIB, mientras que el alemán puede ser inferior al 3%. Estas cifras colocan a Francia más cerca de Grecia que de Alemania a los ojos de los mercados. Esto es muy difícil de aceptar para la burguesía francesa, pero no le queda más remedio que hacerlo.
La supremacía económica de Alemania se expresa inevitablemente como un deseo de afirmar su peso político. Ya no se siente inclinada a ocultar sus intereses nacionales. Después de haber logrado establecer su dominio en Europa, Alemania no ve ninguna razón por la que deba pagar el precio por los problemas de los demás. Se vio obligada a suscribir el déficit del capitalismo griego, y después el del capitalismo irlandés. Pero no ve ninguna posibilidad de resolver los problemas económicos de España, por no hablar de Italia.
La primavera pasada, durante la crisis griega, la UE juntó tardíamente 750.000 millones de euros (980.000 millones de dólares) para el Fondo de Rescate. Luego vino la crisis irlandesa. El Banco Central Europeo (BCE) compró 2.000 millones de euros (2.600 millones de dólares) en bonos gubernamentales la semana que finalizó el 3 de diciembre, con unas compras acumuladas desde mayo del 2010 por valor de 69.000 millones de euros.
Jean-Claude Juncker, el primer ministro de Luxemburgo, trató en vano de convencer a los ministros de Finanzas de la zona euro, durante una reunión 6 de diciembre, para que adoptasen un plan que había elaborado junto con el ministro de Finanzas italiano, Giulio Tremonti. Esto hubiera obligado a los países miembros del euro a emitir eurobonos de una manera colectiva. Según este plan, los países más ricos y más solventes en Europa deberían usar su posición privilegiada para mantener la calificación crediticia de sus hermanos menos afortunados.
Tales «E-bonos» con el tiempo podrían representar hasta el 40% del PIB de la zona del euro. Juncker y Tremonti, sugirieron que su plan podría «enviar un mensaje claro a los mercados mundiales y los ciudadanos europeos de nuestro compromiso político con la Unión Económica y Monetaria y la irreversibilidad del euro”. Los alemanes y sus aliados enviaron de inmediato un mensaje muy claro a los autores: que podían meter el plan donde el sol nunca brilla. Bélgica presentó otra idea: el plan de rescate de fondos podía ampliarse. Esa idea tampoco tuvo éxito. “No podemos tener un nuevo debate cada semana”, se quejó Wolfgang Schäuble, de Alemania.
Alemania es cada vez más reacia a usar su riqueza para ayudar a sus vecinos. Sin embargo, incluso los rendimientos de los bonos alemanes están empezando a aumentar, lo que plantea un interrogante sobre el futuro del propio euro. La recuperación de la economía mundial se ve amenazada por la crisis del euro. Ésta, a su vez, amenaza con extender el caos al mercado mundial del dinero, y desplazar al todopoderoso dólar de su posición privilegiada. El 9 de diciembre la revista “The Economist” comentaba:
“Que el BCE haya sido obligado a ir tan lejos se debe a que temblores financieros aparentemente pequeños pueden rápidamente convertirse en terremotos. Esto es particularmente preocupante en la zona del euro, donde países y bancos están endeudados los unos con los otros. La integración financiera se celebró como uno de los grandes éxitos del euro. Pero también significa que los problemas de los países periféricos podrían extenderse fácilmente a toda la economía de la zona euro.”
La misma revista ha sacado conclusiones todavía más pesimistas:
«Lo que es peor, las consecuencias financieras de un cambio hacia un mundo donde un país de la zona de euro puede quebrar sólo ahora se están volviendo claras. El problema no consiste sólo en que demasiados gobiernos de la zona del euro deban mucho, sino que el modelo bancario europeo, que se basa en la integración completa entre los países del euro, debería de ser revisado. Estas dificultades pondrían a prueba a los políticos más experimentados. Los dirigentes políticos de la zona euro, por desgracia son un conjunto de elementos conflictivos y mediocres. Un desastre aún mayor parece casi seguro que se avecina en el 2011.”
¿Asia puede salvar al mundo?
Las esperanzas de los economistas burgueses se basan en la rápida tasa de crecimiento de países como China y Brasil. Pero, en primer lugar, este crecimiento no compensa la contracción del mercado en los EE.UU. y, en segundo lugar, no hay garantía de que este crecimiento continuará en el 2011. A primera vista, estas esperanzas parecen estar bien fundadas. De Shenzhen a São Paulo, estas economías han estado creciendo a un ritmo vertiginoso. La capacidad de producción ha llegado a su límite y el capital extranjero sigue invirtiéndose, pero este rápido crecimiento está limitado por el consumo. Y el consumo en Europa y los EE.UU. no está creciendo, sino disminuyendo.
Las economías más jóvenes y robustas de los países «emergentes» tienen una serie de ventajas: una mayor y más joven población y una gran reserva de mano de obra barata en el campo. Estas economías han tenido la ventaja de una mayor productividad y (al menos inicialmente) una mayor tasa de ganancia, y por lo tanto el beneficio adicional de una enorme afluencia de capital extranjero. La Ley del Desarrollo Desigual y Combinado les ha permitido, sobre la base de un auge enorme de la inversión, construir fábricas que utilizan la maquinaria y la tecnología más avanzada importada de los países más avanzados.
Sin embargo, este progreso debe enfrentarse, tarde o temprano, a las contradicciones inherentes del capitalismo. En cada época de auge en la historia del capitalismo ha existido una tendencia inherente a rebasar el mercado, a producir más de lo que el mercado puede absorber. El inmenso poder productivo que se construye para extraer más valor y más excedentes de los trabajadores va más allá de la restringida posibilidad de consumo de la sociedad. El resultado es la crisis de sobreproducción.
Los límites del capitalismo se alcanzaron en los EE.UU. y Europa en el 2008 (en Japón una década antes). Las mismas contradicciones se producirán en China y en otras economías “emergentes”. La rentabilidad en China, como se podía esperar, está cayendo a niveles más normales. La nueva generación de trabajadores más jóvenes ya no está dispuesta a aceptar las condiciones de trabajo dickensianas que la primera generación, llegada directamente del campo, estaba dispuesta a aguantar. Se ha producido un marcado aumento de las protestas de los trabajadores.
Con el objetivo de compensar la depresión del 2009, los gobiernos han relajado la disciplina monetaria. De esta manera se puede aumentar el crecimiento a corto plazo, pero a largo plazo es insostenible, ya que conduce a la inflación. Las preocupaciones sobre las burbujas de activos han sido sustituidas por el temor a un sobrecalentamiento. China no es el único ejemplo de este caso. La inflación brasileña ha crecido por encima del 5% y las importaciones en noviembre fueron un 44% más elevadas que el año anterior. Con el fin de detener la subida de los precios, las «economías emergentes» tendrán que elevar las tasas de interés, como China ya está haciendo.
En cierta medida los países como China pueden compensar la menor demanda en los mercados de exportación con el aumento del consumo nacional. Pero el mercado interno también tiene sus límites y, tarde o temprano, estos se alcanzarán. Los economistas serios están preocupados por el «sobrecalentamiento» de la economía china. El día de Navidad, el Banco Popular de China elevó los tipos de interés, por segunda vez en menos de tres meses. La cantidad de dinero que los bancos mantienen en reserva también ha sido restringida para tratar de reducir la cuantía de préstamos bancarios.
Esta fue la última de una serie de medidas adoptadas por el Banco Central de China para tratar de combatir el aumento de los precios. El problema es que esto puede desacelerar el crecimiento de una manara marcada. Los últimos datos mostraron que la economía china creció a un ritmo anual del 9,6% entre julio y de septiembre del 2010 comparado con un 11,9% en el primer trimestre de ese año. Si no se toman medidas ahora, habrá una mayor inflación, haciendo necesario un ajuste aún mayor más adelante. De cualquier manera, el período de rápido crecimiento llegará a su fin, produciendo ondas expansivas en la economía mundial.
¿Conducirán estas contradicciones a la guerra?
Cada vez es más claro que la economía mundial se encuentra dividida en tres segmentos: los grandes mercados «emergentes» (China, India, Brasil), la zona del euro y los EE.UU.. También es cada vez más claro que se están moviendo en direcciones diferentes. Esta divergencia está aumentando la posibilidad de fricciones y la creación de nuevas contradicciones. Lo que ocurre en una parte de la economía mundial tiene repercusiones inmediatas para el resto. La contradicción central en pocas palabras consiste en que cada país quiere exportar. ¡Pero para poder exportar, alguien tiene que importar! Estamos entrando en un período de creciente proteccionismo y tensiones entre las principales naciones capitalistas.
La tendencia hacia el proteccionismo es evidente en los EE.UU., donde se levantan voces en el Congreso exigiendo restricciones a las importaciones chinas. Este es un terreno muy peligroso. El proteccionismo provocaría represalias por parte de los rivales de Estados Unidos, que amenazarían con desbaratar el frágil edificio del comercio mundial. La globalización podría invertirse, con consecuencias catastróficas para la economía mundial.
La divergencia entre los tres componentes principales de la economía plantea graves riesgos para todo el edificio de la mundialización. Europa y los Estados Unidos están obsesionados con los problemas internos y han adoptado estrategias contradictorias para tratar de resolverlos. De hecho, se están moviendo en direcciones diferentes. Por un lado, los Estados Unidos están siguiendo una política monetaria laxa, permitiendo que el déficit se incremente de una manera alarmante. En el otro lado del Atlántico existen dudas en la zona del euro acerca de la capacidad de los estados para pagar sus deudas.
Los recortes presupuestarios de los planes de austeridad de los gobiernos europeos plantean un grave peligro para el futuro del euro, lo que perturba a los mercados. Pero, al mismo tiempo, la táctica de los Estados Unidos de “come, bebe, sé feliz y al diablo con el déficit”, no es sostenible tampoco. Estas preocupaciones se reflejan en un flujo constante de capital hacia las «economías emergentes» como China, que están inundadas de dinero en efectivo en agudo contraste con el endeudado Occidente. Esto provoca que los Bancos Centrales de las “economías emergentes” se muestren reacios a elevar las tasas de interés y frenar la inflación. “The Economist” ha advertido: «Una economía mundial más dividida podría hacer del 2011 un año de sacudidas perjudiciales.»
Está claro que la crisis global del capitalismo traerá una agudización de las tensiones entre Europa y los EE.UU.; entre los EE.UU., China y Japón; y entre Rusia y los EE.UU.. En el pasado, estas tensiones habrían conducido a una guerra mundial. En la década de 1930 no fueron las políticas keynesianas del New Deal de Roosevelt las que resolvieron la crisis. Fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial, que eliminó el desempleo masivo de la década de 1930 a través del gasto masivo en armas y la destrucción al por mayor de los medios de producción durante la guerra. Esto ha suscitado la cuestión de una nueva guerra mundial en la mente de algunas personas. Sin embargo, la situación ahora es totalmente diferente a la de 1939.
El colapso de la URSS y el poder colosal del imperialismo norteamericano significan que una guerra mundial está descartada. Con un gasto anual en armas de más de 700.000 millones de dólares, ningún poder en la Tierra puede enfrentarse a los Estados Unidos. Por otra parte, no puede haber ninguna duda de que, ni los EE.UU., ni ningún otro país, puede invadir China y convertirla en una colonia, como ocurrió antes de la Segunda Guerra Mundial.
Una guerra mundial está por lo tanto descartada. Pero habrá «pequeñas» guerras de una manera constante, como las guerras en Irak, Afganistán y Somalia. El conflicto entre Rusia y los EE.UU. puede conducir a guerras como la que se produjo en Georgia. En África, la guerra no declarada en Somalia sigue en su camino sangriento hacia un caos mayor, mientras que Costa de Marfil se tambalea al borde de una nueva guerra civil. El conflicto armado entre el Norte y Corea del Sur ha subrayado la inestabilidad en Asia. Las fuerzas de EE.UU. han participado en los últimos ejercicios militares de Corea del Sur. Una nueva guerra puede estallar en Yemen en cualquier momento. No hay falta de material explosivo a escala mundial.
Las recientes revelaciones de “WikiLeaks” han planteado, al menos parcialmente, la espesa cortina de mentiras que ocultan la cruda realidad de la diplomacia burguesa. La diplomacia es la continuación de la guerra por otros medios. Pero el aumento de las tensiones diplomáticas representa un reflejo de la inestabilidad general, como lo es la propagación incontrolable de terrorismo. Son un síntoma de la crisis subyacente. Lamentarse de estos fenómenos, como los pacifistas sentimentales hacen, es tan inútil como lo sería para un médico sacar un pañuelo y llorar por los síntomas de una enfermedad. Lo que hace falta no son las lágrimas, sino un diagnóstico preciso y una prescripción eficaz.
Los síntomas que vemos a escala mundial no son más que una expresión de la causa subyacente, que es la contradicción entre el colosal potencial de las fuerzas productivas y los estrechos límites de la propiedad privada y el Estado nacional. Los capitalistas no pueden encontrar una manera de salir de la crisis tomando el camino de la guerra, como lo hicieron en 1914 y 1939. Por lo tanto, todas las contradicciones se expresan internamente, a través de un crecimiento de la intensificación de la lucha de clases.
Cambio de actitud
El primer efecto de la crisis fue de shock, no solo para la burguesía sino también para los trabajadores. Hubo una tendencia a aferrarse a los empleos y aceptar recortes en el corto plazo, especialmente al no ofrecer los dirigentes sindicales alternativa alguna. Sin embargo esto cambiará hacia una actitud general de enojo y amargura que, tarde o temprano, empezará a afectar a las organizaciones obreras de masas.
Los intentos de generar confianza chocan de cabeza con la actitud pública que prevalece en Europa y América. De acuerdo con el Pew Research Centre, solo el 31% de británicos, el 30% de norteamericanos y el 26% de franceses tienen confianza en que sus países están yendo en la dirección correcta. Esto indica una enfermedad que afecta a todos los niveles de la sociedad. La gente ya no confía más en las declaraciones de los políticos. Crece el sentimiento de que ninguno de los actuales partidos y dirigentes representa a la gente ordinaria.
Los cambios en la existencia tienen un efecto sobre la conciencia solo gradualmente. Sin embargo, en cierto momento, la cantidad se transforma en calidad, produciendo un repentino salto en la conciencia. Ya podemos observar los inicios de la rebelión. Naturalmente comienza por la juventud, que por un lado es la primera víctima de la crisis y, por otro, es un barómetro sumamente sensible de los estados de ánimo de descontento que silenciosamente están madurando en la sociedad. La revuelta de los estudiantes en Gran Bretaña es la más clara indicación de que éste es el comienzo. Este fenómeno no está limitado a Europa. Incluso antes del Año Nuevo tuvimos el levantamiento de la juventud en Túnez contra el desempleo, que ahora se ha extendido a Argelia.
En los Estados Unidos el globo de falsa esperanza inflado por Obama se ha pinchado como un neumático pasando sobre un clavo. Los Republicanos no tienen programa alternativo en absoluto y, si vuelven al gobierno, podemos esperar que echen leña al fuego de la furia y el resentimiento de la amargada clase media. Durante mucho tiempo toda una generación de norteamericanos podía esperar vivir mejor que sus padres. Ahora, menos de la mitad de los norteamericanos piensan que la calidad de vida de sus hijos será mejor que la suya. Esta conclusión es el resultado de la experiencia: los ingresos medios reales de los trabajadores en los Estados Unidos no han aumentado desde mediados de los 70s. La movilidad social en Norteamérica está ahora entre las más bajas del mundo industrializado.
La sociedad está en fermento en todas partes. Incluso en China, donde la economía todavía crece a un ritmo rápido, las malas condiciones y la explotación sin piedad de los trabajadores ha conducido a una ola de suicidios de protesta y huelgas. En Europa protestas de masas cada vez más combativas están tomando las calles de Atenas, Dublín, Londres, Madrid, París y Roma.
En España hubo una huelga general en Septiembre. En Italia ha habido grandes manifestaciones de protesta. Francia ha sido sacudida por una serie de huelgas masivas y manifestaciones. En Italia, el sindicato del metal (FIOM) organizó una manifestación de masas de más de medio millón en Roma. En Portugal la reciente huelga general, seguida por el 65% de los trabajadores, fue la mayor desde la Revolución. En Grecia, donde el movimiento ha adquirido un carácter explosivo, una huelga general ha seguido a otra.
En Venezuela la Revolución Bolivariana ha alcanzado un punto de inflexión decisivo. La oposición contrarrevolucionaria acusa a Hugo Chávez de lanzar un golpe contra los otros sectores del gobierno, tras concederle la saliente Asamblea Nacional nuevos poderes durante 18 meses. Las medidas, adoptadas días antes de que la nueva legislatura fuera juramentada, donde la oposición tiene una importante aunque minoritaria representación, prepara el camino para una batalla abierta entre izquierda y derecha. En Ecuador un intento de golpe de estado contrarrevolucionario llevado a cabo por la policía fue derrotado por las masas y las tropas leales al gobierno de Rafael Correa.
Todos estos hechos indican que hemos entrado en un nuevo periodo, un periodo de enormes turbulencias e inestabilidad, un periodo de revolución y contrarrevolución que puede durar años, con alzas y bajas. La situación mundial está llena de peligros para la burguesía. Recordemos que en Inglaterra en el siglo XVII y en Francia en el XVIII las grandes revoluciones burguesas fueron desatadas por la cuestión de quién pagaría los enormes déficits estatales.
Lo que falta es dirección. Es la contradicción central. Las condiciones objetivas para la revolución socialista están madurando rápidamente en todas partes, pero en todas partes la conciencia va a rastras tras la situación objetiva. Muchos trabajadores no han comprendido todavía la seriedad de la crisis. Sobre todo, las organizaciones de masas y sus direcciones – tanto sindicales como políticas- van con retraso respecto a los acontecimientos. Reflejan el pasado, no el presente o el futuro.
Es una ironía de la historia que precisamente en este momento hayan renunciado a todas sus pasadas reivindicaciones de una transformación revolucionaria de la sociedad. Ahora la historia se está tomando la venganza sobre ellos. La degeneración de las organizaciones de masas ha alcanzado límites insólitos en el último periodo. La socialdemocracia ha abandonado toda pretensión de lucha por el socialismo y los «Comunistas» han abandonado toda pretensión de lucha por el comunismo.
La flagrante contradicción entre las necesidades de la situación objetiva y la conciencia tendrá que ser resuelta. Esto sólo puede realizarse cuando las masas hayan pasado a través de una serie de acontecimientos. Todos los partidos existentes y sus direcciones serán puestos a prueba. Hay un creciente descontento en todas las organizaciones de masas. Este crecerá mientras la crisis se desarrolle y las políticas de los dirigentes sean puestas en práctica.
En base a dolorosas experiencias los trabajadores y jóvenes llegarán a comprender la necesidad de un cambio fundamental en la sociedad. Las ideas del marxismo encontrarán una creciente resonancia entre las nuevas capas que están siendo despertadas a la acción política. Las viejas organizaciones serán sacudidas de arriba a abajo. Habrá una serie de crisis y escisiones, en las que los viejos líderes del ala de derechas se verán desplazados. Gradualmente, una corriente de izquierda de masas abierta al marxismo cristalizará.
Esos escépticos que se lamentan del supuesto «bajo nivel de conciencia» de las masas simplemente muestran que su conocimiento del marxismo consiste solo en fragmentos sin digerir. Su pedante actitud ante la lucha de clases es una mezcla tóxica de ignorancia y esnobismo intelectual. Todas las impotentes jeremiadas de los escépticos serán echadas por tierra frente a los titánicos acontecimientos que están por venir. A diferencia de esos eunucos, las masas sólo pueden aprender a través de la lucha. Habrá, por supuesto, muchas derrotas, errores y contratiempos, pero a través de todas esas experiencias, el movimiento aprenderá y crecerá. No hay otro camino.
Paso a paso, la desintegración del capitalismo está preparando el camino para el desarrollo de procesos revolucionarios. El camino para grandes transformaciones sociales está preparado por una serie de luchas parciales. Esa es la etapa preparatoria necesaria en la que nos encontramos. En la primera década del siglo XIX, Hegel, cuyo método dialéctico tan brillantemente se anticipó a Marx, escribió las siguientes inspiradoras palabras, que encierran el espíritu de su época y de la nuestra también:
«No es difícil darse cuenta, por lo demás, de que vivimos en tiempos de gestación y de transición hacia una nueva época. El espíritu del hombre ha roto con el viejo orden de cosas hasta ahora vigente y con las viejas formas de pensar, y está empeñado en dejarlas hundirse en las profundidades del pasado y lanzarse a su propia transformación. El espíritu, ciertamente, no permanece nunca quieto, sino que se halla siempre en movimiento incesantemente progresivo. Pero, así como en el niño, tras un largo periodo de silenciosa nutrición, el primer aliento rompe bruscamente la gradualidad del proceso puramente acumulativo en un salto cualitativo, y el niño nace, así también el espíritu que se forma va madurando lenta y silenciosamente hacia la nueva figura, va desprendiéndose de una partícula tras otra de la estructura de su mundo anterior y los estremecimientos de este mundo se anuncian solamente por medio de síntomas aislados. La frivolidad y el tedio que se apoderan de lo existente y el vago presentimiento de lo desconocido son los signos premonitorios de que algo distinto se avecina. Este desmoronamiento gradual, que no altera la fisonomía del todo, se ve bruscamente interrumpido por la aurora que de pronto ilumina como un rayo la imagen del mundo nuevo». ( Hegel, Fenomenología del espíritu, Prólogo).
El viejo Hegel, a través de sus visiones idealistas, pudo ver el futuro solo en una forma confusa. Usando el método del materialismo, Marx y Engels transformaron la dialéctica hegeliana en una poderosa herramienta de análisis. Dos siglos después, este método científico nos permite ver más allá de la superficie de los hechos, eliminar lo secundario y pasajero, y poner al desnudo los procesos fundamentales. Solo los marxistas, apoyados sobre el materialismo dialéctico, pueden mirar al futuro con verdadero optimismo.
Londres, 12 de enero de 2011
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