Brasil: El control obrero y la lucha por la estatización contra la reaccionaria teoría de la “economía solidaria” – Parte III
“Economía Solidaria”: Cooperativas y Autogestión
En una época en que todos los gobernantes y muchos sindicalistas hablan de “Economía Solidaria”, la autogestión o la cooperativa, son apuntados como la solución para salvar los empleos. Sólo que esto no salva el empleo, y disgrega la lucha y las organizaciones de los trabajadores. Sólo la estatización da una verdadera perspectiva para los trabajadores en lucha.
La cooperativa es, fundamentalmente, un acuerdo entre los trabajadores que se apoderan judicialmente (en general, en pago de sus propios derechos laborales) de los medios de producción (máquinas, planta de la fabrica, herramientas, etc.) frente a la amenaza de cierre de una empresa, para pasar a producir. Ellos pasarán así a estar regidos por la legislación de las cooperativas. Esta legislación garantiza que no haya vínculos laborales entre el trabajador y la cooperativa y, por tanto, no hay obligaciones sociales y ningún derecho laboral.
La primera legislación brasileña que menciona a las cooperativas es de enero de 1903. El Decreto 799/03 permitió a los sindicatos la organización de cajas rurales de crédito y la formación de cooperativas agropecuarias y de consumo. Ya un nuevo Decreto, el Nº 22.239 en diciembre de 1932, fue la primera Ley Orgánica sobre cooperativas en Brasil. El 16 de diciembre de 1971, el dictador Emilio Garrastazún Médici promulgó la ley Nº 5.764, que define el régimen jurídico de las cooperativas, su constitución y funcionamiento, sistema de representación y órganos de apoyo, en vigor hasta hoy. Uno de los principales puntos de la legislación vigente es el que dice:
“El cooperativismo, que obedece a un régimen jurídico propio, está exento con relación a impuestos sobre la renta, de seguridad social y fiscales, que no inciden sobre las actividades de la sociedad cooperativa” (Maria Lucia Arruda, Coopark).
La cooperativa es solo la principal forma de la denominada Autogestión. Existen otras. Por ejemplo, los trabajadores pueden asumir las acciones de la empresa transformándose en accionistas, propietarios, de la empresa. El obrero devendrá propietario. Al menos mientras dura la lucha de la empresa por mantenerse en el mercado capitalista, donde todos los días se agrava la situación de las empresas que se disputan un mercado, controlado y presionado por el capital financiero especulativo.
Las cooperativas más organizadas, si consiguen sobrevivir, llegan a separar parte de los intereses (cuyo nombre legal en las cooperativas es “sobras”) para pagar con bonos como si fuesen el aguinaldo, licencias, etc. Pero, la cuestión central para las cooperativas es la misma que pone en crisis a todas las empresas en el sistema capitalista.
La mano amiga que sostiene el cuchillo
En el capitalismo las empresas quiebran y desaparecen todos los días, frente a la competencia o la fuerza de los monopolios, de las multinacionales, del capital financiero que todo lo engulle.
Para evitar la quiebra, el camino es rebajar el costo de producción, o bien aumentar la productividad. Pero los dos caminos llevan a la famosa “reducción de personal”, pues ese es el único lugar donde se consigue mezclar, en el gasto, el capital variable, que son los salarios directos e indirectos. La otra medida posible sería aumentar la productividad comprando nuevas máquinas, lo que exige un capital que las empresas “auto-gestionadas” no tienen y que solo agrandaría mas el problema, porque el mercado ya está constituido y, normalmente ocupado, impidiendo la expansión.
Así, la búsqueda de la Tasa de beneficio lleva inevitablemente a una situación donde es preciso retirar más en trabajo, pagando por el mismo precio a la fuerza de trabajo. En una empresa capitalista, la organización obrera, el sindicato, enfrenta esta situación e impide el aumento de jornada o hace al patrón pagar tan caro por ella que no vale la pena. En la cooperativa no existe la organización de la clase obrera, al final son todos “dueños” del propio negocio. Esto lleva a que el trabajador cooperativo se mate de tanto trabajar. Por eso, en la “Economía Solidaria” es común la desreglamentación total de la jornada diaria o semanal, la quiebra permanente del descanso semanal renumerado, etc., pues “ahora el negocio es nuestro”.
La economía capitalista, por sus propias leyes internas, obliga a las empresas a aumentar siempre la inversión en automatización, en nuevas máquinas y herramientas, en hacer “reingeniería de la producción” buscando mayor productividad, etc., lo que acaba por hacer que “sobren” obreros. Entonces, es preciso comenzar a “limpiar la mesa”, a través de algún tipo de despido, incentivado o no. El resultado de esta lógica infernal es que, constituyendo una cooperativa, una parte de los trabajadores acaba teniendo que escoger qué compañeros van a despedir, tarde o temprano. Por eso, luego se forman grupos, o camarillas, para elegir a los dirigentes de la cooperativas que preservarán a los miembros de “su grupo”, articulando el despido de otros.
El origen de las cooperativas
El Papa de las cooperativas en Brasil es el conocido profesor y economista Paul Singer, que busca dar una justificación “teórica” para esta acción eminentemente política de crear cooperativas en vez de defender los empleos y salvar el parque fabril. Paul Singer es el Secretario Nacional de Economía Solidaria (SNAES), órgano del Ministerio de Trabajo del gobierno de Lula. Y, a partir de ahí, viene mezclando conceptos, deformando otros y componiendo una increíble y ecléctica miscelánea con la apariencia de teoría. Es claro que no es su responsabilidad proponer una política industrial coherente al gobierno. Además, él fue colocado ahí justamente para que la destrucción del parque fabril brasileño, promovida por la política del imperialismo que el gobierno aplica, ocurra lo más silenciosamente posible. Veamos lo que Paul Singer dice sobre la “Economía Solidaria”:
“La Economía Solidaria fue inventada por obreros, en los albores del capitalismo industrial, como respuesta a la pobreza y al desempleo resultantes de la difusión “desreglamentada” de las máquinas-herramientas y del motor a vapor, en el inicio del siglo XIX. Las cooperativas eran tentativas de parte de los trabajadores de recuperar trabajo y autonomía económica, aprovechando las nuevas fuerzas productivas. Su estructuración obedecía a los valores básicos del movimiento obrero de igualdad y democracia, sintetizados en la ideología del socialismo. La primera gran ola de cooperativismo de producción fue contemporánea, en Gran Bretaña, de la expansión de los sindicatos y de la lucha por el sufragio universal”.
El profesor debería reescribir su texto, diciendo que “las cooperativas”, y no la “Economía Solidaria”, fueron constituidas por los obreros como tentativas vanas de dar respuesta a la pobreza y al desempleo, resultantes de grandes crisis económicas vividas por el capitalismo que aún se consolidaba como fuerza dominante en el inicio del siglo XIX. Y que ellas nada tienen que ver con el socialismo moderno, sino con el pasado de la economía y con el socialismo utópico.
Paul Singer debería decir también que el surgimiento y crecimiento de los sindicatos y de la lucha de clases en Inglaterra, y después, en 1905, en su expresión política con la creación del Partido Laborista, este crecimiento de la organización proletaria y su conciencia de clase, hicieron prácticamente desaparecer al cooperativismo inglés. Al igual que en el resto de Europa.
Debería explicar que su “ideología”, como él dice, en verdad parte de los vestigios de “nostalgia” de las Corporaciones de Oficio de la era feudal, que el capitalismo estaba liquidando. Estas asociaciones obligatorias, las Corporaciones, controlaban y reglamentaban el proceso productivo artesanal, determinando calidad, precio, cantidad producida, margen de beneficio y el aprendizaje y la jerarquía de los oficios en la era feudal. Los maestros de cada oficio eran los que detentaban las herramientas y proporcionaban la materia prima. Son los “cooperativistas” de hoy. Estas Corporaciones se entrelazan en asociaciones denominadas Gremios, para apoyo mutuo y control de la reglamentación de los oficios. Las Gremios feudales son, obviamente, la idea madre de la “Economía Solidaria” de hoy.
El movimiento obrero, todavía confuso y vacilante, inseguro en cuanto a sus fuerzas y capacidades, sin saber cómo avanzar, muchas veces se volvía hacia el pasado con nostalgia de “otros tiempos no tan duros”. En toda la historia tuvimos situaciones transitorias. En Francia, los obreros masacrados por las condiciones de trabajo y jornadas interminables, arrojaban sus “sabots” (zapatos de madera) dentro de las maquinas destruyéndolas. Inventaron el “sabotaje”. En Inglaterra, el “Ludismo”, movimiento de artesanos rebelados, destruía las máquinas y quemaba los telares en los años 1811-1816, como respuesta a la crisis de la economía inglesa. Alcanzada por la revolución americana y por las guerras napoleónicas, la economía inglesa estaba encogiendo. Al mismo tiempo, la industrialización estaba velozmente ganando impulso, a medida que las fábricas y la maquinaria automatizada se expandían hacia el interior.
En estos tiempos confusos del inicio del movimiento obrero la Unión Internacional de los Estibadores, con sede en Londres, lanzó un manifiesto pregonando el sabotaje como forma de acción de los obreros. Y el movimiento fue conocido como “Go Canny” (cuyo sentido en español sería, mas o menos, “trabaja como te dé la gana”).
Los franceses hacían explotar las máquinas. Los luditas quemaban fábricas. Los estibadores saboteaban los navíos. Todos pretendían resolver la crisis volviendo al pasado. Esto fue en el inicio. Pero el movimiento obrero creció, maduró, y desarrolló sus propios medios de lucha, construyendo organizaciones independientes y defendiéndose colectivamente. Su perspectiva y el futuro eran el socialismo, el fin del régimen de la propiedad privada de los grandes medios de producción.
La Doctrina Social de la Iglesia
Pero si hay un sector social que jamás se conformó con el fin de la era feudal fue El Vaticano y su Iglesia. Al final, la Iglesia era gran propietaria de tierra, formaba parte de la clase dominante, o mejor, controlaba a las clases dominantes. Como parte de su sistema político/teológico de control social y pillaje de la riqueza producida, la Iglesia propagaba una “ideología” que condenaba la ganancia, el lucro, el interés (defensa del justo precio). La Corporación del Oficio, que va a ser destruida por la fábrica capitalista de trabajadores asalariados, continuará siempre siendo su ideal de relaciones de producción en lo que respecta a la producción de bienes de consumo. Por eso fue la Iglesia Católica, aunque no sólo ella, la gran incentivadora de las cooperativas en todo el mundo hasta hoy.
No hay un solo sindicato controlado por la Democracia Cristiana, en Europa, que no pregone la constitución de cooperativas. Esto va a tomar un impulso más estructurado y fuerte a partir del advenimiento de la “Doctrina Social de la Iglesia”, surgida con la encíclica “Rerum Novarum”, de León XIII, en 1891.
La “Doctrina Social de la Iglesia”, de la Iglesia Católica, es una reacción contra el capitalismo, que estaba enterrando al régimen feudal, constituyendo el Estado republicano, laico y democrático, liquidando el poder mundial del Vaticano. Pero, también, era una reacción contra los socialistas que surgen de las entrañas del monstruo capitalista, que aplasta la extraordinaria estructura de riquezas y poder que el Vaticano había levantado en dos mil años de existencia. Así, la Doctrina Social de la Iglesia se constituyó luchando contra el capitalismo y contra el socialismo. Este es el fundamento católico de la defensa de las cooperativas en la denominada “Economía Solidaria”.
La Encíclica “Rerun Novarum”, de León XIII, “sobre la situación de los trabajadores”, encadena y estructura el anhelo del pasado feudal, la resistencia al capitalismo, el odio al socialismo y la defensa, por “principio natural”, de la propiedad privada. Este texto tremendamente reaccionario, sería la base para la propuesta posterior de Pio XI, en 1931, de un régimen corporativo “ni capitalista ni socialista” que el Duce Mussolini estaba levantando en Italia con todas sus consecuencias conocidas para la humanidad.
Para comprender la defensa hecha hoy por los teóricos y defensores católicos de la “Economía Solidaria” es preciso recordar partes esenciales de la encíclica “Rerun Novarum”. Después de la Introducción, los primeros capítulos afirman:
La ‘cuestión obrera’
“1. (…) Sea de ello, sin embargo, lo que quiera, vemos claramente, cosa en que todos convienen, que es urgente proveer de la manera oportuna al bien de las gentes de condición humilde, pues es mayoría la que se debate indecorosamente en una situación miserable y calamitosa, ya que, disueltos en el pasado siglo los antiguos gremios de artesanos, sin ningún apoyo que viniera a llenar su vacío, desentendiéndose las instituciones públicas y las leyes de la religión de nuestros antepasados, el tiempo fue insensiblemente entregando a los obreros, aislados e indefensos, a la inhumanidad de los empresarios y a la desenfrenada codicia de los competidores. Hizo aumentar el mal la voraz usura (…)”. [1]
Socialismo
“2. Para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes, estimando mejor que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por las personas que rigen el municipio o gobiernan la nación. Creen que con este traslado de los bienes de los particulares a la comunidad, distribuyendo por igual las riquezas y el bienestar entre todos los ciudadanos, se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada para resolver la contienda, que incluso llega a perjudicar a las propias clases obreras; y es, además, sumamente injusta, pues ejerce violencia contra los legítimos poseedores, altera la misión de la república y agita fundamentalmente a las naciones.”
La propiedad privada
“3. Sin duda alguna, como es fácil de ver, la razón misma del trabajo que aportan los que se ocupan en algún oficio lucrativo y el fin primordial que busca el obrero es procurarse algo para sí y poseer con propio derecho una cosa como suya. Si, por consiguiente, presta sus fuerzas o su habilidad a otro, lo hará por esta razón: para conseguir lo necesario para la comida y el vestido; y por ello, merced al trabajo aportado, adquiere un verdadero y perfecto derecho no sólo a exigir el salario, sino también para emplearlo a su gusto. Luego si, reduciendo sus gastos, ahorra algo e invierte el fruto de sus ahorros en una finca, con lo que puede asegurarse más su manutención, esta finca realmente no es otra cosa que el mismo salario revestido de otra apariencia, y de ahí que la finca adquirida por el obrero de esta forma debe ser tan de su dominio como el salario ganado con su trabajo. Ahora bien: es en esto precisamente en lo que consiste, como fácilmente se colige, la propiedad de las cosas, tanto muebles como inmuebles. Luego los socialistas empeoran la situación de los obreros todos, en cuanto tratan de transferir los bienes de los particulares a la comunidad, puesto que, privándolos de la libertad de colocar sus beneficios, con ello mismo los despojan de la esperanza y de la facultad de aumentar los bienes familiares y de procurarse utilidades.
“4. Pero, lo que todavía es más grave, proponen un remedio en pugna abierta contra la justicia, en cuanto que el poseer algo en privado como propio es un derecho dado al hombre por la naturaleza. En efecto, también en esto es grande la diferencia entre el hombre y el género animal (…) Muy otra es, en cambio, la naturaleza del hombre. Comprende simultáneamente la fuerza toda y perfecta de la naturaleza animal, siéndole concedido por esta parte, y desde luego en no menor grado que al resto de los animales, el disfrute de los bienes de las cosas corporales. La naturaleza animal, sin embargo, por elevada que sea la medida en que se la posea, dista tanto de contener y abarcar en sí la naturaleza humana, que es muy inferior a ella y nacida para servirle y obedecerle. Lo que se acusa y sobresale en nosotros, lo que da al hombre el que lo sea y se distinga de las bestias, es la razón o inteligencia. Y por esta causa de que es el único animal dotado de razón, es de necesidad conceder al hombre no sólo el uso de los bienes, cosa común a todos los animales, sino también el poseerlos con derecho estable y permanente, y tanto los bienes que se consumen con el uso cuanto los que, pese al uso que se hace de ellos, perduran…”.
Como se ve, la Santa Madre Iglesia no duda en buscar causas “naturales” al derecho de propiedad, principalmente preocupada por la defensa de la propiedad mobiliaria, de las tierras, que las revoluciones europeas de los siglos XVIII y XIX estaban tomando para hacer la reforma agraria. Así, hay que percibir que sólo los “animales desasistidos de razón” no se interesan por la propiedad privada. A partir de ahí, la encíclica entra en detalle sobre las corporaciones.
El Estado debe proteger la propiedad particular
Y como un programa político estructurado y coherente, la “Rerun Novarum” prosigue:
“28. Pero quedan por tratar todavía detalladamente algunos puntos de mayor importancia. El principal es que debe asegurar las posesiones privadas con el imperio y fuerza de las leyes. Y principalísimamente deberá mantenerse a la plebe dentro de los límites del deber, en medio de un ya tal desenfreno de ambiciones; porque, si bien se concede la aspiración a mejorar, sin que oponga reparos la justicia, sí veda ésta, y tampoco autoriza la propia razón del bien común, quitar a otro lo que es suyo o, bajo capa de una pretendida igualdad, caer sobre las fortunas ajenas. Ciertamente, la mayor parte de los obreros prefieren mejorar mediante el trabajo honrado sin perjuicio de nadie; se cuenta, sin embargo, no pocos, imbuidos de perversas doctrinas y deseosos de revolución, que pretenden por todos los medíos concitar a las turbas y lanzar a los demás a la violencia. Intervenga, por tanto, la autoridad del Estado y, frenando a los agitadores, aleje la corrupción de las costumbres de los obreros y el peligro de las rapiñas de los legítimos dueños.”
Impedir las huelgas
“29. El trabajo demasiado largo o pesado y la opinión de que el salario es poco dan pie con frecuencia a los obreros para entregarse a la huelga y al ocio voluntario. A este mal frecuente y grave se ha de poner remedio públicamente, pues esta clase de huelga perjudica no sólo a los patronos y a los mismos obreros, sino también al comercio y a los intereses públicos; y como no escasean la violencia y los tumultos, con frecuencia ponen en peligro la tranquilidad pública. En lo cual, lo más eficaz y saludable es anticiparse con la autoridad de las leyes e impedir que pueda brotar el mal, removiendo a tiempo las causas de donde parezca que habría de surgir el conflicto entre patronos y obreros.”
Y El Vaticano no duda en prevenir a todos, firmemente, contra la eventualidad de cualquier ley “socialista”, cualquier atentado contra la propiedad que pueda surgir, afirmando “…porque las leyes no obligan sino en cuanto están conformes con la recta razón, y, por ello, con la ley eterna de Dios (…) «La ley humana en tanto tiene razón de ley en cuanto está conforme con la recta razón y, según esto, es manifiesto que se deriva de la ley eterna. Pero en cuanto se aparta de la razón, se llama ley inicua, y entonces no tiene razón de ley, sino más bien de una violencia» (Santo Tomás, I-II q.13 a.3).)”.
La conclusión de la encíclica es un llamado a los obreros para que se organicen en corporaciones, asociaciones, cooperativas, como se dice hoy en día. En el penúltimo capítulo, “Invitación para que los obreros católicos se asocien” se puede leer:
“Actualmente se discute sobre la situación de los obreros; interesa sobremanera al Estado que la polémica se resuelva conforme a la razón o no. Pero se resolverá fácilmente conforme a la razón por los obreros cristianos si, asociados y bajo la dirección de jefes prudentes, emprenden el mismo camino que siguieron nuestros padres y mayores, con singular beneficio suyo y público (…) se dará una esperanza y una oportunidad de enmienda no pequeña a aquellos obreros que viven en el más completo abandono de la fe cristiana o siguiendo unas costumbres ajenas a la profesión de la misma. Estos, indudablemente, se dan cuenta con frecuencia de que han sido engañados por una falsa esperanza o por la fingida apariencia de las cosas. Pues ven que han sido tratados inhumanamente por patronos ambiciosos y que apenas se los ha considerado en más que el beneficio que reportaban con su trabajo, e igualmente de que en las sociedades a que se habían adscrito, en vez de caridad y de amor, lo que había eran discordias internas, compañeras inseparables de la pobreza petulante e incrédula. Decaído el ánimo, extenuado el cuerpo, muchos querrían verse libres de una tan vil esclavitud, pero no se atreven o por vergüenza o por miedo a la miseria. Ahora bien: a todos éstos podrían beneficiar de una manera admirable las asociaciones católicas si atrajeran a su seno a los que fluctúan, allanando las dificultades; si acogieran bajo su protección a los que vuelven a la fe…” ( León XIII, encíclica Rerun Novarum, 1891).
El Socialismo Utópico, el fin de la lucha de clases y las cooperativas
Ya los socialistas utópicos, que se caracterizaban por querer superar los dolores de la vida por las construcciones arbitrarias de su voluntad, se comprometieron en las cooperativas y en tentativas del tipo “Economía Solidaria” para realizar, al menos en el comienzo, y durante el tiempo que duró, su ideal de solidaridad, fraternidad y comunión de espíritus fuera del tiempo y de la realidad. Los socialistas utópicos de los siglos XVIII y XIX fueron derrotados por el tiempo, por el fracaso de sus tentativas concretas de crear mundos aparte, por el crecimiento del capitalismo y de su proletariado revolucionario. Pero ellos fueron luchadores de un nuevo tiempo donde todo era muy confuso para el proletariado, cuyas organizaciones de clase apenas comenzaban a surgir, y que, por tanto, apenas comenzaba a construir y solidificar su conciencia de clase. Fueron precisos El Manifiesto Comunista, de Marx y Engels, después, la Comuna de Paris (el “Asalto a los Cielos”, como dijo Marx) y, finalmente, la Revolución Rusa de 1917, para enterrarlos.
El cooperativismo y la denominada “Economía Solidaria” ya no son arrebatos de románticos, sino que sirven a fines bien definidos en la economía mundial dominada por la especulación financiera. Más adelante veremos qué fuerza política y social intentó resucitar a las Corporaciones feudales más tarde, en pleno siglo XX.
El gentil economista y profesor Paul Singer es conciente de eso cuando explica que lo que hace es negar la lucha de clases y la incompatibilidad entre capital y trabajo:
“La empresa solidaria niega la separación entre trabajo y posesión de los medios de producción, que es reconocidamente la base del capitalismo. La empresa capitalista pertenece a los inversores, a los que proporcionan el dinero para adquirir los medios de producción y es por eso que su única finalidad es dar beneficios a ellos, el mayor beneficio posible en relación al capital invertido”. Como si los cooperativistas que allí depositaran todo su pequeño capital también no pretendiesen tener el mayor retorno posible. Él prosigue: “El capital de la empresa solidaria es poseído por los que en ella trabajan y solo por ellos. Trabajo y capital están fusionados porque todos los que trabajan son propietarios de la empresa y no hay propietarios que no trabajen en la empresa. Y la propiedad de la empresa es dividida por igual entre todos los trabajadores, para que todos tengan el mismo poder de decisión sobre ella”. Para el profesor, si todos los accionistas de la General Motors trabajasen en la General Motors tendríamos ahí la fusión del Capital con el Trabajo. Y si las acciones fuesen dividas igualmente entre todos los trabajadores de la propia empresa esta fusión seria completa porque todos tendrían “el mismo poder de decisión sobre ella”. Los genios son muy distraídos, y por eso el profesor se olvida del mundo capitalista, allá afuera, y de las relaciones sociales capitalistas dominantes en todas las esferas de la producción mundial.
Sin embargo, para que las cosas queden claras, debemos explicar que cuando hablamos de cooperativas, estamos hablando contra las tentativas de hacer desaparecer el mundo capitalista por parte de los obreros de fábricas quebradas, transformados en cooperativistas u obreros-patrones. No de las cooperativas en general. En eso concordamos con Paul Singer, que dice: “La cooperativa de producción es la modalidad básica de la Economía Solidaria y las relaciones sociales de producción que la definen son las delineadas arriba”.
Otra cosa completamente diferente es la cooperativa de consumo, donde se reúnen trabajadores, pequeños propietarios, rurales o urbanos, etc., en fin, consumidores que reúnen su pequeño capital para comprar mercaderías o servicios para lograr mejores precios. No hay nada de errado en esto en cuanto que existe el capitalismo y sus gigantes industriales y comerciales. El único problema es que difícilmente sobrevivirán, porque siempre hay un capitalista que hace lo mismo y mejor por disponer de más capital. Es la triste historia de las cooperativas de consumo que la Iglesia Católica creó y vio desaparecer en los barrios más pobres porque no podían competir con los grandes supermercados, que son capaces de comprar en una escala gigantesca y vender más barato que cualquier pequeño comerciante o cooperativa de consumo.
Las cooperativas de comercialización, donde se agrupan pequeños productores rurales o artesanos de las ciudades, taxistas, profesionales liberales, etc., son otra modalidad de cooperativa que puede ayudar a estos pequeños propietarios, o pequeños-burgueses a vender mejor sus productos. En este caso, como todos toman, vamos a decirlo así, de la misma tarta, después son renumerados proporcionalmente por la cuantía de productos que cada uno entregó para la venta. La clase obrera no tiene nada contra estas cooperativas.
Pero, atención, Paul Singer nos alerta que: “…para ser empresa solidaria, no puede haber separación entre trabajo y capital. Muchas cooperativas de consumo emplean trabajo asalariado, lo que implica lucha de clases en su interior. Por eso no forman parte de la Economía Solidaria”. Demostrando su cuidado científico con la economía y la política, Paul Singer dice, en la misma exposición, “el caso de Uniforja es muy revelador sobre las potencialidades que encierra la transformación de empresas capitalistas en crisis en cooperativas de producción. Una gran parte de las dudas y resistencias de los trabajadores a lanzarse en tal aventura se debieron a su novedad”.
Resulta que Uniforjas, de Sao Paulo, es una cooperativa que tiene 232 cooperativistas y 213 trabajadores asalariados “implicando la lucha de clases allí dentro” ¿O sería mejor decir: dejando al desnudo al profesor y a todos los defensores “socialistas” de la “Economía Solidaria”?
La teoría cooperativista pretende apagar la lucha de clases
Como siempre, lo mejor para comprender el significado real de una cosa es conocer las palabras de sus defensores. Y todas ellas explican que se trata para ellos de amortiguar, o evitar, el choque entre capital y trabajo. O sea, impedir que los trabajadores reaccionen políticamente, como clase, a la barbarie imperialista y pasen a cuestionar la anarquía del mercado capitalista, poniendo en cuestión el régimen basado en la propiedad privada de los grandes medios de producción.
Lo que los trabajadores tienen para ofrecer en el sistema capitalista es sólo la más preciosa de las mercancías, su fuerza de trabajo. He aquí como Paul Singer describe, cínicamente, los esfuerzos necesarios para quebrar la resistencia obrera:
“En el proceso de transformación de una empresa quebrada, o en vías de quebrar, en una empresa solidaria, hay una serie de etapas cruciales. La primera es ganar la anuencia de los propios trabajadores, que precisan disponerse a cambiar sus créditos laborales por cuotas de capital de “su” nueva empresa, lo que sólo acontece si ellos acreditan que son capaces de asumir colectivamente la gestión de la empresa en crisis y rehabilitarla”.
Pero, en general, lo que acontece al final, en el mercado dominado por el capital financiero y por las multinacionales, es la bancarrota. Y así, al realizar la unión capital/trabajo propuesta por Paul Singer en la cooperativa, los ex – trabajadores apenas están ofreciendo a los capitalistas que van a comprar mercaderías producidas por las cooperativas un producto más barato, ya que asumen para sí mismos el costo que normalmente sería del capitalista, la inversión en máquinas y herramientas. Así van, en general, disipando lentamente parte de sus propios salarios, por tanto del precio por el cual anteriormente habían vendido su fuerza de trabajo, y que se concretaba en valores recibidos o a recibir, sean directos (salarios) o indirectos (cotizaciones sociales, vacaciones, etc.).
En una sociedad basada en relaciones capitalistas de producción, fundamentalmente, no hay alternativa, o usted es propietario de los medios de producción o usted vende su fuerza de trabajo para sobrevivir. Y si usted tiene los medios de producción, precisa entonces comprar la mercancía que sea, en el proceso de producción, capaz de generar más capital de la que ella consume, o sea, de lo que cuesta. Esta mercancía solo puede ser la fuerza de trabajo. Con esto el capitalista consigue apropiarse de la plusvalía, del trabajo realizado por el trabajador.
En una cooperativa en la que el trabajador transforma sus salarios y la indemnización por despido en capital, pasando a ser propietario de los medios de producción, poco importa si es él mismo u otro asalariado quién trabaja. De tales fuerzas productivas, medios de producción y fuerza de trabajo, es preciso retirar la mercancía que, vendida, permitiría un incremento del capital, con lo que “se dará con la cabeza en el pesebre”, pues lentamente el cooperativista estará poco a poco disipando su capital y luego será un “inversor” más quebrado. Este “plus” sólo puede ser creado en el proceso de producción a través de la explotación de la fuerza de trabajo, o sea, dejando de pagar una parte del trabajo realizado, ya sea por un “trabajador” cooperativista o por un trabajador asalariado, y de él se extrae este “plus”. Cuanta más necesidad hay de este “plus”, más es preciso aumentar la explotación del trabajo, o el capital total será desvalorizado, sobreviniendo la bancarrota.
Con esta lógica infernal del modo de producción capitalista, la cooperativa transforma al trabajador inevitablemente en capitalista. Y si él no quisiera pensar y actuar como un capitalista para valorizar su capital, entonces será irremediablemente destrozado por las fuerzas ciegas del régimen capitalista. Sólo que, casualmente, el cooperativista es su propio objeto de explotación, de más extracción de plusvalía, siendo así llevado a trabajar cada vez más y en un ritmo cada vez mayor. Es un proceso donde se abandona toda reglamentación del trabajo y el cooperativista pasa a hacer 10 o 12 horas por día y los fines de semana, “atendiendo su negocio”. Es el proceso de transformación del obrero en obrero-patrón. Y si tuviere, por circunstancias excepcionales, mucho éxito, entonces acaba transformándose en patrón, o sea, contratando a otros para hacer el trabajo duro y extraer de ellos la plusvalía.
Así, es en vano que la teoría cooperativista intenta borrar la lucha de clases y buscar aparecer como un nuevo modo de producción, estableciéndose como la solución suave sobre los escombros de la decadencia capitalista.
En tanto el modo de producción dominante del mercado mundial sea el capitalista, todas las otras relaciones de producción le están subordinadas. Por tanto, aunque el cooperativismo fuese un nuevo modo de producción, lo que no es, estaría enteramente determinado, en última instancia, por las leyes y tendencias fundamentales del capital. La tentativa nostálgica de establecer, de hacer revivir, una relación de producción pre-capitalista, tiene como única y real consecuencia lanzar polvo a los ojos del proletariado en su lucha contra el capital. Y confunde al ejército proletario, robándole la independencia de clase y lanzándolo ciego, de pies y manos atados, en medio de la barbarie imperialista que el capital organiza sobre la faz de la Tierra, amenazando a toda la civilización. Sólo la lucha de clases del proletariado organizado, defendiendo palmo a palmo sus viejas conquistas, puede salvar a la humanidad de la barbarie que engendra la anarquía del mercado capitalista, y que sus propias leyes y tendencias internas conducen a la catástrofe. Engañar y disolver a la clase obrera y a sus organizaciones, impidiendo y confundiendo su lucha de clases contra la clase capitalista y su dominación, es un golpe y una amenaza contra la civilización.
Para clarificar esto es preciso examinar la acción concreta, y sus consecuencias, de la orientación de la denominada “Economía Solidaria”. Que de solidaria no tiene nada, como veremos.
Sobre la propuesta de la “Economía Solidaria” de establecer un comercio y una producción “solidaria”, que se establecería y sobreviviría, entre fábricas y asociaciones de vecinos, sindicatos y otras denominadas organizaciones populares, sin hablar de las ONGs, todas financiadas por los gobiernos o por el Banco Mundial, no es preciso hablar mucho. Es una propuesta tan ridícula, en un mercado mundial dominado por las multinacionales y por el capital financiero, que no vale la pena gastar tinta para combatirla. Pero ella puede dar una idea de la ignorancia económica de quien la defiende, o de la mala fe de los economistas que la propagan, cuando no son economistas al servicio de la religión, o sea, del más allá.
Comparable a esta estupidez económica de la “Economía Solidaria” sólo se conoce la idea de “comercio justo”, nacional o internacional, lo que es una contradicción de principios. O la brillante idea de la vuelta al trueque entre las organizaciones populares y las fábricas ocupadas. El hilo unificador de todas estas brillantes ideas es la voluntad divina de apagar la lucha de clases, e impedir el enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución que domina al mundo hoy. Estas teorías pueden ser piadosas, pero son, por encima de todo, contrarrevolucionarias.
La “Economía Solidaria” contra el Socialismo
En un articulo titulado Economía Solidaria: Similla, similibus curentur, el economista católico Armando de Melo Lisboa, del departamento de Economía de la UFSC, junta homeopatía, defensa del mercado, nostalgia del feudalismo y el odio característico de El Vaticano hacia la revolución socialista. Para defender a las cooperativas y la “autogestión”, Lisboa escribe:
“Una pista para pensar la paradoja de la Economía Solidaria es el fuerte paralelo entre la misma y los proceso terapéuticos de la naturaleza, como la lógica de la reproducción y la transformación de la vida. Así como la homeopatía, la Economía Solidaria parte del principio de la cura por semejanza de síntomas: “similla similubus curentur”. O sea, el mal se cura a través de agentes que producen síntomas semejantes (el veneno se combate con veneno). Ahora bien, la Economía Solidaria usa, a partir de dosis mínimas (a pequeña escala, locales), “homeopáticas”, al mercado, a la empresa, al dinero, como principales instrumentos de su lucha anti-sistémica”.
Con miedo de la revolución, Lisboa se inclina por la Homeopatía como la salvación contra la Halopatía socialista y revolucionaria [Halopatía o Alopatía, es el término usado desde la Homeopatía para definir a la medicina convencional, nota del editor] de millones y millones de proletarios que “nada tienen que perder sino sus propias cadenas”. Es una versión medicinal de Eduard Bernstein, de triste memoria, que teorizó sobre las reformas progresivas y crecientes en el capitalismo hasta el día en que el capitalismo se transformaría por sí sólo en socialismo. A los socialistas les correspondería el papel de hacer presión sobre los capitalistas que no comprendiesen este “inteligente” reformismo y el llevarlo a buen término. Comenzaron diciendo eso, y acabaron como asesinos de Rosa Luxemburgo, que explicaba que reforma y revolución no se contradecían, sino que se completaban y que en la lucha por verdaderas reformas positivas en el capitalismo, la clase obrera sería conducida inexorablemente a la lucha revolucionaria por el poder y por la expropiación de la clase capitalista.
Lisboa, como todos sus colegas defensores de la Economía Solidaria, echa mano de todo lo que tiene por delante para desviar la lucha de los trabajadores contra sus enemigos de clase. Por eso siempre mezclan lucha en defensa del medio ambiente, “excluidos” que ellos no buscan “incluir”, sino hacer vivir en un mundo paralelo fantasioso de “Economía Solidaria”, y ahora finalmente conocemos la Homeopatía Socialista para la cura de los males infringidos a la Humanidad por las multinacionales y por el capital financiero. Es por eso que para ellos la palabra imperialismo no existe. Y cuando son obligados a utilizarla siempre viene adjetivada de “colonialista”. Como si estuviésemos viviendo en la misma situación del siglo XIX y no en una etapa de destrucción de las bases constitutivas de la civilización y de regresión social en toda la línea, una situación de ingreso en la barbarie. Al final, hablar del imperialismo significaría hablar de enfrentar este monstruoso poder internacional que amenaza al mundo con su potencia económica y política, no con la fuerza política del proletariado internacional, sino con las ridículas fuerzas económicas de la “red solidaria” de las cooperativas y empresas autogestionarias.
Más adelante, orgullosamente, cita a I. Wallerstein para afirmar la posibilidad de que “el triunfo del mercado, habiendo dejado de ser símbolo del sistema capitalista, resulte ser símbolo del socialismo mundial. (Wallerstein, I. Repensar las ciencias sociales. México, Siglo XXI, 19). Y, así el “símbolo” del socialismo sería el mercado dominado por la Economía Solidaria. Realmente, para Lisboa, no hay lucha de clases, cosa que los economistas y políticos burgueses serios reconocen. Lisboa no ve, por tanto, el Estado como un órgano de dominación de clase burguesa, que detenta la propiedad de los grandes medios de producción. Así no puede ni imaginar una sociedad sin mercado, produciendo y distribuyendo “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. De hecho, como toda “teoría” de la Economía Solidaria, ésta también pretende encerrar a la clase obrera en el límite y en el horizonte de la existencia del capitalismo, sólo que maquillada de “economía social de mercado”. En verdad, una antigüedad teórica inventada a la medida, para el abandono de la lucha por el socialismo, por teóricos y políticos que se doblegaron ante las exigencias del capital.
Pero Lisboa vive en Brasil, un país semicolonial donde la lucha por un pedazo de pan puede provocar una revolución, y precisa explicar que no se trata de abandonar la lucha por la revolución, sino de “algo nuevo”, aún muy incomprendido, pero que un día se revelará al mundo. Método bien conocido y muy utilizado por los católicos y otros religiosos que sustentan sus contratos místicos con las amenazas del más allá y de la promesa del día de la revelación, cuando los hombres encontrarán el paraíso. Por eso Lisboa dice: “No se trata de deshacerse del revolucionarismo en nombre del reformismo, sino de comprender los procesos capilares de cambio que se procesan siempre dentro de un largo plazo. Toda gran transformación ocurre casi imperceptiblemente, y solamente es comprensible a posteriori”. En el fondo, confusamente, está obcecado por el proceso de constitución y desarrollo del capitalismo, que durante siglos de feudalismo y de monarquías absolutistas fue forjando sus fortalezas, acumulando capital hasta tener fuerzas para hacer saltar todo e imponer su régimen, el capitalismo. Lo que él busca ocultar aquí es que la “gran transformación” necesitó un día, en 1789, de una “Gran Revolución” para defender su supervivencia y poder expandirse hasta sus propios límites, a finales del siglo XIX. Y que esta Gran Revolución Francesa sólo coronaba, o precedía, una serie de grandes revoluciones que luchaban para establecer lo que había crecido en el interior del régimen feudal europeo.
Y no satisfecho con falsificar la historia de la humanidad, le da larga vida al capitalismo y comienza, como todo buen intelectual católico, a culpar a la clase trabajadora por su propia desgracia:
“Podemos perfectamente construir una alternativa al capitalismo en el interior de las relaciones mercantiles, ya que estamos todos dentro de él y, de alguna forma, colaboramos con este sistema en la vida cotidiana. Existe una línea indisoluble entre el individuo y la sociedad. Todo sistema de dominación solamente se sustenta porque cuenta, en algún grado, con nuestra adhesión, o con nuestro consumo: “nuestras elecciones de consumo pueden tanto colaborar en la expansión de redes solidarias, como realimentar la propia reproducción del capitalismo” (Euclides Mance).
Es realmente impresionante que un economista sea capaz de imaginar que “redes solidarias” de pequeñas empresas controladas por sus propios trabajadores, o sea, por obreros-patrones, vengan a ser capaces de competir, constreñir y finalmente imponerse, en el planeta de las multinacionales y del capital financiero especulativo ¿Cómo puede un economista imaginar que un régimen en que existe una multinacional como la GM, que tiene un presupuesto anual mayor que el del gobierno de Brasil, sea “superado” por un sistema pre-capitalista, feudal, que incorporaría una dimensión “más allá de la búsqueda del beneficio”?
“Aquí reside un gran desafío para la empresa solidaria: superar la lógica capitalista demostrando que es superior a la empresa individualista. Claro que el propio concepto de eficiencia debe ser reencuadrado: la Economía Solidaria, por incorporar otras dimensiones más allá de la búsqueda del beneficio, debe ser evaluada con el concepto de la competitividad sistémica (que incluye las dimensiones social y ambiental, y no solo económica). Enseguida, las exigencias de una nueva economía se van imponiendo y pueden predominar en el largo plazo, circunscribiendo y restringiendo la hoy predominante competitividad espuria que engendra la competencia predatoria entre empresas, ciudades y regiones. En este escenario, la Economía Solidaria estará altamente calificada y será el agente económico hegemónico”.
En verdad es toda una construcción de fe, como siempre sin pies ni cabeza, para justificar su tentativa teórica del retorno a los buenos tiempos donde el Papa no sólo era infalible, sino que mandaba de verdad.
“Lentamente retomamos los caminos que, en el siglo XIX eran fecundados por las tradiciones del anarquismo, del socialismo utópico, del cristianismo social (solidaridad cristiana), del cooperativismo y por la autogestión, que fueron abandonados en general a lo largo del siglo XX, especialmente en Brasil, debido entre otros factores a la inmensa repercusión en los corazones y mentes de la Revolución Rusa de 1917. Los atolladeros civilizatorios y la caída del socialismo real en este final de milenio corroyeron las certezas de la perspectiva marxista-leninista, preponderante a lo largo de este último siglo – i) de que el mundo evolucionó a través de leyes universales y conocibles ii) del cambio revolucionario de la sociedad a través de la conquista del Estado conducida por una vanguardia organizada en un partido iii) de que, una vez tomado el poder, hay que hacer o completar la revolución industrial, único camino para la construcción del socialismo. A través de la Economía Solidaria resurge la convicción no sólo de que el mundo se puede transformar, sino de que se encuentra en transformación, renovándose las ineluctables energías utópicas que sustentan y dan sentido a la vida social.”
Lisboa deja así claro lo que el combate de verdad, la Revolución Rusa de 1917, la mayor revolución de la historia de la humanidad. La Revolución Rusa expropió el capital y entregó a la clase obrera el control colectivo del conjunto de los grandes medios de producción, permitiéndole arrancar los pies del barro feudal y tocar con las manos callosas las tierras del paraíso real, aquel que los hombres pueden construir con sus propias manos.
En el próximo capítulo, y como conclusión, veremos algunos casos prácticos como los de UNFORJA, en San Bernardo do Campo (Sâo Paulo), y de la COOPERMINAS, en Santa Catarina.
[1] Los párrafos referidos a la encíclica mencionada están extraídos de la dirección web http://www.vatican.va/holy_father/leo_xiii/encyclicals/documents/hf_l-xiii_enc_15051891_rerum-novarum_sp.html (nota del editor).
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