A 90 años de la huelga general británica de 1926: Lecciones para hoy
La huelga general de 1926 comenzó cuando faltaba un minuto para la medianoche del 3 de mayo, y sacudió a la clase dominante de Gran Bretaña hasta sus cimientos. Con una duración de nueve días, la huelga demostró el enorme poder y la solidaridad de la clase obrera. 4 millones de sindicalistas – de un total de 5,5 millones – respondieron al llamamiento de la confederación sindical británica, el Trade Union Congress (TUC), al paro general. A pesar de ninguna preparación real por parte de los líderes sindicales del TUC, los trabajadores organizaron -por propia iniciativa – comités de huelga a lo largo del todo el país. Nada se movía sin el permiso de los trabajadores.
Sin embargo, a pesar de que la huelga era cada vez más fuerte, la dirección del TUC hizo todo lo posible para poner fin a la huelga a, lo que resultó en una derrota aplastante. El Partido Comunista no pudo jugar el papel revolucionario que se precisaba, y esto sembró la confusión entre los obreros avanzados. La traición del “ala izquierdista” del TUC llegó como un rayo caído del cielo, e hizo retroceder el movimiento durante años.
A medida que la crisis del capitalismo se profundice, veremos el regreso de huelgas generales en todo el mundo. En Gran Bretaña, los trabajadores se enfrentan a la austeridad y a ataques generalizados en sus condiciones de vida, la demanda de una huelga general se hace claramente necesaria. Por tanto, es vital estudiar las lecciones de la huelga general de 1926, para prepararnos para tales acontecimientos titánicos en el futuro.
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El enfrentamiento que se avecina
La explosiva situación que dio origen a la huelga había sido preparada con años de antelación. El capitalismo británico había salido de la Primera Guerra Mundial considerablemente más débil con respecto al estadounidense. A mediados de la década de 1920, la industria del carbón alemana también superó la británica, que se basaba en maquinarias y técnicas anticuadas. En lugar de invertir para aumentar la productividad, la clase dominante británica respondió atacando los salarios y las condiciones de vida.
En 1925, el primer ministro tory, Stanley Baldwin, anunció en una reunión con el sindicato minero: «Todos los trabajadores de este país tienen que aceptar las reducciones en los salarios para ayudar a levantar la industria”. Esperaba que los mineros, en particular, aceptaran una reducción del 13% en sus salarios a niveles de hambre, y trabajar una hora extra cada día. Al sentir la presión desde abajo, el TUC respondió con la amenaza de una huelga general.
Sin preparación para tal enfrentamiento el gobierno retiró sus planes temporalmente, con el fin de prepararse para una lucha sin cuartel. Los barones del carbón recibieron un subsidio durante nueve meses, mientras que se creó la Comisión Samuel con el objetivo de examinar la industria. Durante este tiempo, el gobierno preparó un ejército de esquiroles con el nombre de Organización para el Mantenimiento de los Abastecimientos (OMS). Esto incluyó cuerpos especiales de policías y fascistas, organizados con el único propósito de enfrentarse a la clase obrera.
Después de nueve meses de preparativos, la Comisión Samuel recomendó la misma política que los mineros y sindicalistas en general habían rechazado – aumento de horas y reducciones salariales. Con el movimiento obrero girando a la izquierda después de la llegada al poder de los conservadores en 1924, el Consejo General del TUC, que estaba bajo una enorme presión, se vio obligado a actuar. Los trabajadores de todas las industrias veían correctamente la lucha de los mineros como su propia lucha. Si derrotaban a los mineros, otros seguirían pronto su camino
El 1 de mayo 1926, la decisión de ir a la huelga se aprobó por 3.653.527 votos contra 49.911 votos en el TUC. Sin embargo, detrás de las bambalinas, el Consejo General, desesperado por evitar una lucha, nombró una comisión para tratar de negociar con el gobierno.
El Consejo General estaba incluso dispuesto a aceptar una reducción de los salarios de los mineros, con el fin de llegar a una «solución negociada». Sin embargo, el gobierno de la derecha estaba decidido a un enfrentamiento, y utilizó diversos pretextos con el fin de suspender las negociaciones. Su objetivo era derrotar a los trabajadores con el fin de restaurar la rentabilidad de los negocios de la clase dominante y mantener su posición en el mercado mundial.
¡Todos a la huelga!
En la mañana del 4 de mayo, millones de trabajadores respondieron a la convocatoria de huelga. Los primeros sectores llamados al paro fueron los mineros, estibadores, marineros, además de los trabajadores de la construcción (excepto viviendas y hospitales), el transporte, productos químicos, y la producción de luz eléctrica y gas para la industria. Aunque los líderes del Sindicato de Marinos se negaron a unirse a la huelga, los afiliados y las bases se unieron, y lo que consolidó la huelga.
Los líderes del TUC, creyendo que iban a llegar a un acuerdo con el gobierno, no habían hecho preparativos para la huelga. Para su sorpresa, y para conmoción de la clase dominante, los trabajadores mostraron su magnífica capacidad de improvisación y organización desde las bases.
Consejos de trabajadores en todas las áreas formaron comités de acción y huelga. Nada podría funcionar sin el permiso de la clase obrera. Los Consejos organizaron piquetes, las comunicaciones, los permisos para el suministro de productos de primera necesidad, e incluso los trabajadores organizaron cuerpos de defensa para protegerse contra la violencia del Estado. A medida que la huelga se desarrollaba cada vez más en una lucha contra el gobierno, los Consejos de Acción se fueron transformaron en órganos de auto-gobierno. En realidad eran los embriones del poder obrero.
Un poder imparable
Se llevaron a cabo manifestaciones combativas en las principales ciudades y pueblos. Los enfrentamientos con la policía eran algo común, y miles de trabajadores fueron detenidos y encarcelados.
Alarmado por el poder de la clase obrera, el gobierno envió barcos de guerra a Mersey, Clyde, y frente la costa de Swansea y Cardiff. Dos batallones del ejército fueron enviados a Liverpool, y Hyde Park en Londres se convirtió en un campamento armado. A pesar de estos intentos de intimidar a los trabajadores, la huelga fue imparable, con más y más trabajadores que se unían todos los días, incluidos los trabajadores aún no organizados.
En el octavo día de la huelga, los trabajadores especializados y otros sectores de la clase obrera fueron convocados a unirse a la acción. En muchos casos, los trabajadores ya estaban en huelga antes de ser convocados, tal era el estado de ánimo de solidaridad en el conjunto de la clase obrera.
La traición del TUC
En lugar de temer la resistencia de la clase dominante, que resultó impotente frente a millones de trabajadores organizados, el Consejo General del TUC estaba más aterrado por las implicaciones revolucionarias de la huelga. El gobierno no escatimó tiempo en declarar la huelga como un desafío a la constitución.
Los miembros del ala derecha del Consejo General de los sindicatos, como Jimmy Thomas, rechazaron en cambio esta afirmación, desviviéndose para minimizar la combatividad de la huelga y negar que fuera política. Insistieron, en su lugar, que no era más que una disputa sobre salarios, convenios y condiciones. Thomas fue tan lejos como para declarar que si la huelga era un desafío a la constitución, entonces que «Dios nos ayude, si el gobierno no gana». La dirección del Partido Laborista, derechistas como Ramsay MacDonald, compartían la misma opinión.
Una huelga general plantea inevitablemente la cuestión del poder. Ya sea que lleve a la conquista del poder por parte de la clase obrera, o una severa derrota para los trabajadores.
Puesto que incluso las «izquierdas» en el Consejo General carecían de cualquier perspectiva de tomar el poder y acabar con el capitalismo, ellos también rechazaron el carácter político de la huelga. Ellos hicieron todo lo posible para llegar a un «compromiso» con el gobierno, es decir, restablecer el orden de los capitalistas. Fueron ejemplos como éste los que llevaron a León Trotsky a afirmar que «la traición es inherente al reformismo».
Detrás del escenario, el Consejo General se rindió por completo al gobierno, aceptando una reducción de los salarios de los mineros, sin garantías contra la persecución sindical. Baldwin anunció por la radio que no había «condiciones», y que el TUC había aceptado esta rendición incondicional.
Esta noticia llegó como un mazazo para los trabajadores, que pudieron sentir el enorme poder que poseían durante la huelga. En respuesta a esta rendición en toda regla, los ferroviarios, los estibadores, técnicos y otros sectores reanudaron la huelga, con el fin de evitar que terminara en una derrota total. Así, dos días después de que la huelga fuera suspendida oficialmente, ¡más de 100.000 trabajadores más se unieron a la huelga!
Ante la indignación creciente, Baldwin anunció que los empresarios estaban obligados a readmitir a los trabajadores sin represalias. Con las espaldas de los huelguistas rotas por la propia dirección sindical, los trabajadores de un sector tras otro volvieron al trabajo. Los mineros resistieron durante unos cuantos meses, pero finalmente, hambrientos, volvieron al trabajo.
Los errores del Partido Comunista
A pesar de que los trabajadores más conscientes esperaban la traición de los líderes del ala de derecha como Thomas – y MacDonald – la traición de la «izquierda» en el Consejo General, como Purcell, Hicks, y Cooke fue una completa sorpresa.
La responsabilidad de ésta recae en las tácticas erróneas del Partido Comunista (PCGB), que, bajo las órdenes de Moscú, no planteó ninguna crítica a estos líderes. En su lugar, les otorgaron ilusiones revolucionarias, manteniendo el Comité Anglo-Ruso: un «frente único» de los sindicatos revolucionarios de Rusia y los supuestos líderes sindicales «izquierdistas» de Gran Bretaña. Ellos no supieron proporcionar ninguna perspectiva de lucha más allá de los límites de la huelga.
Si el Partido Comunista hubiese preparado las bases de los sindicatos para una traición de tal calibre, podría haber incrementado significativamente su influencia en los sindicatos, incluso en el caso de la derrota. En cambio, el PCGB no podía evitar su responsabilidad en la rendición, y por lo tanto fue otra víctima de la desmoralización general que siguió a la derrota.
Lecciones para hoy
Con el capitalismo en crisis a escala mundial, una enorme rabia se está acumulando contra la clase dominante en todas partes, incluso en Gran Bretaña. Los trabajadores y los jóvenes se ven obligados a pagar la crisis a través de ataques a sus puestos de trabajo, salarios, convenios, condiciones laborales, y pensiones. Esta es una receta acabada para la lucha de clases en todas partes.
Presionado por las bases, el TUC aprobó una resolución en 2012 para examinar los «aspectos prácticos» de la organización de una huelga general de 24 horas. Sin embargo, a pesar de años de considerar los «aspectos prácticos», no salió nada de esto, ya que los líderes del TUC tienen miedo de desatar una verdadera lucha. Esto se confirmó en 2013, cuando Len McCluskey realizó una capitulación total en el bloqueo de la refinería de petróleo de Grangemouth, en lugar de movilizar a los trabajadores para hacer frente a los empresarios.
A pesar de esta falta de liderazgo, la presión hacia una huelga general no va a desaparecer, como se ha evidenciado en la lucha de los médicos interinos. Recientemente el sindicato de profesores, el NUT, ha expresado su deseo de una acción conjunta contra el gobierno. En una reciente concentración de apoyo a los jóvenes médicos, Mark Serwotka, el secretario general del PCS (de los funcionarios públicos), también hizo un llamamiento a un «día nacional de acción» en apoyo de los médicos en huelga y en defensa del Sistema Nacional de Salud. Con los trabajadores de todos los sectores bajo ataque, la presión va a aumentar para unir las luchas separadas en una acción coordinada.
En contraste con 1926, una huelga general hoy sería muchísimo más potente. En 1926, las capas medias, tales como maestros, funcionarios públicos, médicos y estudiantes eran los esquiroles de la huelga. Décadas más tarde, estos sectores de la clase trabajadora se han proletarizado y ahora están organizados en algunos de los sindicatos más a la izquierda. Incluso si el sindicato más grande de Gran Bretaña, Unite, convocase a todos sus miembros, paralizaría el país ya que Unite organiza los trabajadores que controlan la producción eléctrica, el transporte y la logística. Si se les sumara el poder del resto del movimiento sindical, la huelga sería imparable, si estuviera dirigida por líderes resueltos a llegar hasta el final.
Dadas las numerosas huelgas de muchos sindicatos en el último periodo, apoyamos la demanda de elevar tal acción al siguiente nivel con una huelga general de 24 horas contra el gobierno conservador. Tal huelga galvanizaría el estado de ánimo de la clase obrera, y le daría la confianza para seguir adelante en la lucha. Es sobre la base de grandes acontecimientos como éstos que los trabajadores sienten su propia fuerza y se desarrolla su conciencia de clase, en conflicto con el capitalista.
A medida que la lucha de clases se caliente, en el futuro la cuestión de una huelga general indefinida puede muy bien aparecer. Como demostró la huelga general de 1926, ésta deber ser preparada por unos líderes sindicales que estén decididos y dispuestos a tomar el poder. A pesar de toda la magnífica capacidad de organización; a pesar de la creación de los embriones de control de los trabajadores: a menos que la clase obrera tenga una dirección que esté dispuesta a romper con los banqueros, capitalistas y terratenientes, para llevar la huelga general hasta sus últimas consecuencias, terminaría en una derrota.
La mejor manera de conmemorar la huelga general de 1926 es a través de las enormes enseñanzas de sus lecciones. La huelga de 1926 representa la primera huelga general en Gran Bretaña, pero es poco probable que sea la última. Sólo mediante la lucha por construir la corriente marxista dentro del movimiento obrero, podremos crear una dirección de la clase trabajadora capaz de conducir las luchas futuras a la victoria.
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