Cinco años después: el legado revolucionario de Hugo Chávez
Han pasado cinco años desde la muerte de Hugo Chávez. Lo conocía desde hacía casi diez años y sentía un gran respeto por su valor, honestidad y dedicación en la lucha contra la opresión y la explotación. Por esto se ganó el odio de todas las fuerzas de la vieja sociedad: los banqueros, los capitalistas y terratenientes, los imperialistas, la CIA y, por supuesto, la llamada «prensa libre» que no es más que la boquilla servil del viejo orden.
La campaña mediática de difamación contra Chávez no tuvo precedentes en la historia moderna. En consecuencia, fue difícil para las personas de otros países formarse una impresión veraz de él. Incluso durante mucho tiempo, socialistas y comunistas de Europa occidental se dejaron influir por este aluvión de mentiras descaradas.
Lo que estas damas y caballeros nunca pudieron entender fue la intensa lealtad, amor y afecto que inspiró en las masas que lo adoraban. Este era el otro lado de la moneda del odio amargo de las clases poseedoras. En esencia, esta polarización extrema de las actitudes era un reflejo de la polarización de clase en la sociedad concentrada en una sola persona.
Durante décadas, Venezuela fue gobernada por una oligarquía corrupta y degenerada. Había un llamado sistema de dos partidos (el puntofijismo) en el que ambos partidos representaban los intereses de la oligarquía. Cuando Chávez fundó el movimiento bolivariano, trató de limpiar los pestilentes establos de Augías que eran la vida política venezolana. Este era un objetivo limitado y muy modesto, pero se encontró con la feroz resistencia de la oligarquía gobernante y sus sirvientes.
A los ojos de las masas, Chávez representaba la revolución, su propio despertar a la vida política, la sensación de que, por primera vez, los trabajadores y los pobres estaban al mando. Fue el hombre que se enfrentó al imperialismo y a la oligarquía e intentó crear una sociedad mejor, más justa y más igualitaria.
Contenido
El papel del individuo en la historia
La personalidad de un individuo puede tener un impacto en los procesos de la historia. Para mí, lo que es interesante es la relación dialéctica entre sujeto y objeto, o, como lo habría expresado Hegel, entre lo particular y lo universal. Sería muy instructivo escribir un libro sobre la relación exacta entre Hugo Chávez y la revolución venezolana. No hay duda alguna que esa relación existe. Si eso es positivo o negativo dependerá del punto de vista de clase que uno defienda.
El 27 de febrero de 1989, los pobres que vivían en los barrios de «casas de cartón» en los cerros que rodean Caracas tomaron las calles en protesta por un nuevo alza en los precios del transporte público. Se convirtió en un levantamiento nacional conocido como el Caracazo. El gobierno de Carlos Andrés Pérez envió tropas armadas para sofocar el movimiento en sangre. Las cifras oficiales indican que el número de víctimas mortales es poco menos de 300, pero otras estimaciones indican que hasta 3.000 fueron asesinados a balazos.
Sin el Caracazo no es imposible que Hugo Chávez hubiera permanecido como un oficial del ejército persiguiendo una carrera militar normal desconocida para el público.
El Caracazo y la reacción brutal que siguió tuvieron un profundo efecto entre sectores del ejército, incluidos algunos de los oficiales. Este descontento condujo a un levantamiento militar fracasado dirigido por Chávez en 1992. Fue encarcelado pero posteriormente liberado bajo la presión de las masas. Desde el punto de vista de los pobres y oprimidos, Hugo Chávez fue el hombre que los puso de pie y que los inspiró, con su indudable valor personal, a actos de heroísmo sin paralelo. El papel personal de Chávez fue decisivo. Actuó como un catalizador que, cuando todas las condiciones están presentes, produce un cambio dramático.
La relación entre Hugo Chávez y las masas era muy compleja y dialéctica. Él despertó un entusiasmo y devoción colosales. Vimos las mismas emociones en las calles de Caracas los días previos y posteriores a su funeral. Tuve la oportunidad de ver esto por mí mismo muchas veces cuando asistí a los mítines masivos en los que se dirigió al pueblo.
Cuando Chávez hablaba a los trabajadores y campesinos, el efecto era eléctrico. En tales ocasiones, uno podía percibir un tipo de reacción química entre Chávez y las masas. No había duda de la intensa lealtad que sentían las masas pobres y oprimidas por este hombre. Hugo Chávez dio por primera vez a los pobres y oprimidos una voz y algo de esperanza. Ese es el secreto de la extraordinaria devoción y lealtad que siempre le demostraron. Él los despertó a la vida y se vieron a sí mismos reflejados en él. Para ellos, Hugo Chávez y la Revolución eran una y la misma cosa.
Escribí sobre mis impresiones cuando lo vi por primera vez en abril de 2004:
«Mientras hablaba podía observar la reacción de las masas en la gran pantalla situada detrás del presidente. Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, la aplastante mayoría trabajadores, escuchaban atentamente, asimilaban cada palabra. Aplaudían, gritaban, reían e incluso lloraban. Esta era la cara de un pueblo despierto, un pueblo que es consciente de sí mismo como participante activo del proceso histórico, es la cara de la revolución.»
El proceso iba en ambos sentidos. Chávez sacaba su fuerza del apoyo de las masas, con quienes se identificaba plenamente. En su manera de hablar, espontánea y completamente ajena a la rígida formalidad del político profesional, conectaba con ellas. Si a veces había falta de claridad, incluso esto reflejaba la etapa en que se encontraba el movimiento de masas. La identidad era completa.
Los enemigos de Chávez de derechas nunca pudieron entenderlo. No podían entenderlo porque son orgánicamente incapaces de comprender la dinámica de la revolución misma. La clase dominante y sus prostitutas intelectuales nunca pueden aceptar que las masas tengan una mente y una personalidad propias, que son una fuerza tremendamente creativa que es capaz no solo de cambiar a la sociedad sino también de administrarla. Nunca pueden admitir tal cosa porque hacerlo sería admitir su propia bancarrota y confesar que no son un agente social necesario e indispensable dotado de un derecho otorgado por Dios para gobernar, sino una clase superflua y parásita y un obstáculo reaccionario al progreso.
Pero no solo los burgueses eran incapaces de comprender lo que estaba ocurriendo en Venezuela. Muchos en la izquierda fueron igualmente incapaces de entender este fenómeno. Incapaces de colocarse en el punto de vista de las masas, adoptaron una actitud altanera, como si las masas cuyo nombre siempre invocaban fueran niños ignorantes que necesitaban ser educados por ellos. Desafortunadamente para estos «izquierdistas», las masas no mostraron el más mínimo interés en estos aspirantes a educadores ni en sus lecciones.
La revolución bolivariana le dio al pueblo de Venezuela importantes reformas en el campo de la salud, la vivienda y la educación. Sin embargo, la conquista más importante de la Revolución fue una que es intangible, podríamos decir, moral. Le dio a las masas un sentido de su propia dignidad como seres humanos, les impartió un agudo sentido de la justicia, les dio un nuevo sentido de su propio poder, les dio una nueva confianza. Les dio esperanza para el futuro. Desde el punto de vista de la clase dominante y del imperialismo, esto representaba un peligro mortal.
Chávez y el imperialismo
La Revolución Bolivariana de Hugo Chávez fue una amenaza directa para el imperialismo estadounidense por el ejemplo que daba a las masas oprimidas en el resto de América Latina. Desde que se anunció la Doctrina Monroe, los gobernantes de Estados Unidos han visto a América Latina como su propio patio trasero privado. Una oleada revolucionaria recorría todo el continente latinoamericano, y Hugo Chávez actuó como un poderoso catalizador del movimiento revolucionario en todo el continente. Esto lo convirtió en el enemigo público número uno de Washington.
Al principio, la oligarquía venezolana no sabía qué hacer con Chávez. Pensaron que sería como cualquier otro político venezolano. Es decir, que estaba en venta. Tan pronto como se dieron cuenta de que no podían comprar a Chávez, pusieron en marcha planes para derrocarlo. El 11 de abril de 2002, organizaron un golpe. Detrás de él había fuerzas poderosas: los terratenientes, los banqueros, los capitalistas, los medios de comunicación, la Iglesia, los generales, los jefes de policía, los dirigentes sindicales corruptos y la CIA.
Chávez fue arrestado y secuestrado. Los conspiradores se instalaron en el palacio de Miraflores. Pero en 48 horas fueron derrocados por un levantamiento espontáneo de las masas. Las unidades del ejército leales a Chávez se pasaron a las masas, y el golpe colapsó ignominiosamente el 13 de abril. Por primera vez en la historia de Venezuela, las masas derrotaron un golpe. En realidad, el poder estaba en sus manos, pero trágicamente no eran conscientes del hecho.
Después de la derrota del golpe, hubiera sido posible llevar a cabo una revolución socialista rápidamente y sin dolor. Desafortunadamente, se perdió la oportunidad y se permitió que los reaccionarios se reagruparan y organizaran un nuevo intento en la llamada «huelga» (en realidad, un paro patronal) que causó graves daños a la economía. El nuevo intento fue derrotado por los trabajadores, que tomaron el control de las fábricas y las instalaciones petroleras y echaron a los reaccionarios. Una vez más, existía la posibilidad de una transformación radical sin guerra civil. Y una vez más la oportunidad se perdió. El problema era un problema de dirección.
La oposición se quejó mucho de presuntos malos tratos, pero esas quejas no tenían ninguna base. Lejos de ser demasiado duro, el gobierno fue extraordinariamente indulgente. Durante años, los medios de la oposición se permitieron calumniar al presidente de la manera más escandalosa, exigir su derrocamiento e incluso su asesinato. RCTV, Globovisión, Venevisión, todos los canales de televisión de propiedad privada jugaron un papel muy activo en la organización del golpe de 2002.
¿Alguien piensa que alguna de estas cosas estaría permitida en los Estados Unidos, Gran Bretaña o cualquiera de los otros países que se jactan de su «democracia»? Si cualquier canal de televisión británico hubiera hecho una décima parte de lo que hicieron en Venezuela, se le retiraría su licencia antes de que lo pudiera decir «Theresa May» y sus dueños se verían enjuiciados bajo las Leyes Antiterroristas.
En Venezuela pasaron más de cuatro años para que se tomaran medidas contra cualquiera de estos declarados defensores del terrorismo y del asesinato. Incluso entonces, la indulgencia de las autoridades fue extraordinaria. Se denegó a RCTV la renovación de su licencia abierta, pero se le permitió continuar transmitiendo por cable.
Los rencorosos argumentos de los enemigos de la Revolución en el sentido de que Chávez era un dictador siempre fueron irónicos. No importa lo que pienses de Hugo Chávez, ciertamente no era un dictador. Ganó más elecciones y procesos electorales que cualquier otro líder político en el mundo.
La oposición que dice ser democrática nunca ha respetado la voluntad de la mayoría del pueblo. Durante años, ha utilizado las palancas económicas y el control de los medios para sabotear la voluntad democrática del pueblo y no ha dudado en usar la violencia y el terror en las calles siempre que les convenía.
El Chávez que conocí
El Chávez que conocí era un hombre de gran integridad personal y energía ilimitada. Una vez, cuando me pidieron que lo viera a la 1 de la madrugada en el Palacio Presidencial, le pregunté a qué hora terminaba su jornada laboral y me dijo «a las 3 de la mañana». Yo dije: «¿y luego duermes?» Él respondió con una amplia sonrisa: «No, entonces leo».
De hecho, era un lector voraz. De hecho, creo que Chávez debe haber sido el único estadista en el mundo que leyó libros. (Casi no se puede imaginar al actual ocupante de la Casa Blanca leyendo un cómic). Una vez me dijo: «Me encantan los libros, todos los libros. Si son buenos libros, los quiero aún más. Pero incluso si son malos, todavía los amo».
Por propia iniciativa del Presidente, se imprimieron y distribuyeron gratuitamente millones de ejemplares de libros como Don Quijote y Los miserables. No es sorprendente que bajo su Presidencia Venezuela fue declarada por primera vez libre de analfabetismo por la UNICEF.
Y Chávez tenía agallas. Denunció los crímenes del imperialismo estadounidense en los términos más enérgicos. El mundo entero recordará su discurso en las Naciones Unidas donde, hablando después de George W. Bush, dijo: «Ayer el diablo estuvo aquí. Ayer el Diablo vino aquí. Aquí. [se persigna] Y todavía huele a azufre».
La «prensa libre» se escandalizó naturalmente por este discurso, que nadie más que Hugo Chávez se atrevió a hacer. Pero alegró los corazones de millones de personas que querían ver a sus dirigentes hacer frente a Washington y sus pretensiones imperiales.
¿Fue una revolución?
Hace algunos años, cuando estaba de gira por Italia, un periodista de izquierda de Il Manifesto me preguntó en un tono perplejo: «Pero Alan, ¿qué tiene la situación en Venezuela en común con el modelo clásico de la revolución proletaria? En respuesta, cité las palabras de Lenin: «Quien quiera ver una revolución ‘pura’ nunca vivirá para verla. Tal persona habla de revolución y no sabe lo que es una revolución».
Una revolución es, en esencia, una situación donde las masas comienzan a participar activamente en la política y a tomar su destino en sus propias manos. Leon Trotsky, quien, después de todo, sabía algunas cosas sobre las revoluciones, responde de la siguiente manera:
«El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la nación; la historia corre a cargo de los especialistas en este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen con las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos juzgar a los moralistas si esto está bien o está mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos los brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.» (L. Trotsky, La historia de la revolución rusa, Prefacio, énfasis mío)
Este fue ciertamente el caso en Venezuela. El despertar de las masas y su participación activa en la política es la característica más decisiva de la revolución venezolana y el secreto de su éxito.
El desarrollo de las ideas políticas de Hugo Chávez representó una evolución en la que se involucraron muchos factores. Se desarrolló y creció en estatura junto con la Revolución. La Revolución misma es una escuela poderosa en la que millones de hombres y mujeres aprenden a través de su experiencia. Lenin, que fue uno de los más grandes teóricos marxistas, dijo una vez que para las masas una onza de práctica vale más que una tonelada de teoría.
Hugo Chávez jugó un papel muy importante en la reapertura del debate sobre el socialismo en un momento en que muchos lo habían finiquitado. El presidente frecuentemente recomendaba leer las obras de Marx, Lenin y Trotsky. Esto fue muy positivo.
Chávez era un verdadero internacionalista. Cuando denunció los crímenes del imperialismo estadounidense, siempre hizo una cuidadosa distinción entre la clase dominante y el pueblo común de los Estados Unidos, hacia quienes no albergaba ningún sentimiento de hostilidad, sino todo lo contrario. En el momento de su famoso discurso en la ONU, dio el paso sin precedentes de visitar el sur del Bronx, un barrio pobre y de clase trabajadora en Nueva York. Esa visita todavía es recordada por la gente. ¿Qué otro líder mundial haría tal cosa?
Cuando habló del socialismo, siempre habló de la necesidad del socialismo mundial. Chávez siempre habló en términos inequívocos sobre su compromiso con el socialismo, no solo en Venezuela y América Latina, sino a escala mundial. Por ejemplo, cuando en 2009 lanzó la idea de formar una Quinta Internacional, dijo: «Salvemos al mundo: venzamos al imperialismo; salvemos al mundo, venzamos al capitalismo. Rescatemos las palabras de Rosa Luxemburgo ‘socialismo o barbarie’ »
El intento de fundar una nueva Internacional fue saboteado por la burocracia y los estalinistas que sabotearon muchas de las iniciativas revolucionarias lanzadas por Hugo Chávez. El sabotaje es lo que ha socavado la Revolución y ha puesto en peligro su futuro.
Mis relaciones con Chávez
Hace algunos años tuve una conversación interesante con un hombre en Carabobo. Le pregunté qué pensaba del gobierno bolivariano. Él respondió con una diatriba tan hostil que supuse que él era miembro de la oposición contrarrevolucionaria. Luego descubrí que en realidad era miembro de una organización «trotskista» con sede en Argentina. Le pregunté si lo que él acababa de decir era lo que le estaba diciendo a los trabajadores venezolanos. Él respondió con orgullo que así era.
«¿Y qué respuesta obtienes?» Pregunté. Él respondió encogiéndose de hombros. «¿Pero los trabajadores apoyan a Chávez?», pregunté. «¡Absolutamente!», respondió sin vacilación. Luego le pregunté cuántos miembros tenía su grupo en Venezuela. Él respondió que doce (más tarde descubrí que esto era una exageración). Entonces le informé que estaba perdiendo el tiempo. «Si eres serio, debes unirte al movimiento y presentar tu programa». No creo que él lo haya hecho nunca, y su grupo de hoy sigue siendo tan irrelevante como lo fue entonces.
A mí no me sorprende que estos mismos «izquierdistas», cuya única participación en la revolución bolivariana ha sido gritar desde la barrera, me hayan escogido para los ataques más pintorescos por mi amistad con Hugo Chávez. Como decimos en el idioma inglés, los recipientes vacíos hacen más ruido. Los ultraizquierdistas a nivel internacional son bien conocidos por ser los más vacíos de todas las embarcaciones vacías, y por lo tanto, sin duda los más ruidosos. Hace mucho tiempo que dejé de prestarles la más mínima atención.
Durante muchos años he escrito muchos artículos y he pronunciado numerosos discursos sobre la revolución venezolana. Todos estos son de dominio público y cualquiera puede leerlos. Durante muchas visitas a Venezuela, me he dirigido a actos masivos de trabajadores y campesinos y he dado muchas entrevistas en la prensa y la televisión. Mis puntos de vista son, por lo tanto, bien conocidos y no necesito cambiarlos ahora. Para que no haya duda los resumiré aquí.
Consideré -y todavía lo considero- que era un deber elemental de todo trabajador consciente defender la revolución venezolana contra sus enemigos internos y externos: el imperialismo y la oligarquía. El 29 de abril de 2004 escribí:
«En un discurso tras otro en Venezuela -incluidas varias entrevistas en televisión- me preguntaron mi opinión sobre la revolución venezolana y respondí en el siguiente sentido: «Vuestra revolución es una inspiración para los trabajadores de todo el mundo; habéis conseguido milagros; sin embargo, la fuerza motriz de la revolución es la clase obrera y las masas, ahí está el secreto de su triunfo futuro. Sin embargo, la revolución no ha terminado aún y no terminará hasta que destruya el poder económico de los banqueros y los capitalistas. Para conseguirlo, las masas deben armarse y organizar comités de lucha a todos los niveles. Los trabajadores deben tener sus propias organizaciones independientes y deben construir la Tendencia Marxista Revolucionaria'».
Creo que estas líneas son lo suficientemente claras. Si hoy hay personas malintencionadas que quieren distorsionar mis ideas y tergiversar mi actitud hacia la revolución bolivariana, ese es su problema. Debo agregar que ni uno de mis críticos de «izquierda» jugó el más mínimo papel en la revolución venezolana, ni pudieron entenderla en absoluto. No es sorprendente. Para un hombre que usa lentes sectarias es difícil ver nada, excepto la punta de su propia nariz.
«Burocracia contrarrevolucionaria»
En su último discurso al Consejo de Ministros, Chávez mostró su impaciencia por la lentitud del desarrollo de las comunas como órganos del poder popular que él veía como un medio para promover la participación de las masas. Uno a uno, sometió a los ministros a una crítica fulminante por su falta de compromiso con este objetivo:
«Si tú preguntas, ¿cuáles son las que llaman comunas en construcción? Estoy seguro de que en la mayoría de esos grandes o medianos o pequeños proyectos que estamos adelantando, desde viviendas, ciudades nuevas, polos de desarrollo científicos, polos de desarrollo agrícolas, como allá en la Planicie de Maracaibo, allá en el municipio Mara, hasta por allá por el estado Sucre, donde está la gran planta procesadora de sardinas que inauguramos hace poco, una planta grandísima, hasta las empresas del vidrio que expropiamos, la Faja del Orinoco, no existen las comunas. ¿Dónde las vamos a buscar, en la Luna? ¿O en Júpiter?
«Permítanme ser lo más duro que pueda, y que deba, en esta nueva autocrítica sobre este tema, compañeros y compañeras. Rafael Ramírez, por ejemplo, ya debería tener allá en la Faja del Orinoco unas 20 comunas, con Pdvsa, pero Pdvsa cree que eso no va con ellos. El problema es cultural, compañeros. Y digo Pdvsa, con todo el reconocimiento a esa gran industria».
No es difícil ver en estas palabras que Hugo Chávez estaba extremadamente frustrado y consternado por la falta de avance de la causa de la revolución. Pero también es posible deducir de ellas una falla fundamental en la comprensión de cómo se lleva a cabo una revolución. Los órganos genuinos de poder obrero (es una cuestión de indiferencia si se les llama comunas o soviets) nunca pueden establecerse desde arriba, por las acciones de los ministros del gobierno. Son el resultado de la iniciativa de las masas revolucionarias desde abajo. Al pedirle a los ministros bolivarianos que realizaran esta tarea, le estaba pidiendo peras al olmo.
Años antes de su muerte, el presidente Chávez me dijo: «Hay demasiados gobernadores y alcaldes que, después de ser elegidos, se rodean de hombres ricos y bellas mujeres y se olvidan del pueblo». En más de una ocasión se refirió a la burocracia contrarrevolucionaria. Esta burocracia constituye una Quinta Columna burguesa dentro de la Revolución. Es un cáncer que roe las entrañas de la revolución y la destruye desde adentro.
La burocracia «bolivariana» no tiene el más mínimo interés en promover comunas o cualquier clase de control obrero. Por el contrario, los burócratas que dirigen el cogollo en PDVSA y otras industrias nacionalizadas (muchos de los cuales son oficiales del ejército sin ninguna conexión con el socialismo o la clase trabajadora) ven estas cosas como un peligro mortal y una amenaza a sus intereses.
Chávez siempre tuvo una gran confianza en las masas. Atacó repetidamente lo que describió como la burocracia contrarrevolucionaria. En una ocasión, el presidente me invitó a unirme a él en su automóvil, pasando por calles llenas de entusiastas seguidores. Les señaló y dijo: «Es hora de que este pueblo tome el control de la Revolución».
En un video grabado en un acto en Bolivia para marcar la segunda toma de posesión de Evo Morales en enero de 2010, Chávez dijo lo siguiente:
«La transformación de la estructura social no se va a lograr nunca si no transformamos las estructuras económicas, … la transformación del Estado … Estaba recordando a ese gran bolchevique, … Vladimir Ilich Lenin, y aquella obra maravillosa El Estado y la Revolución, … el estado burgués tenemos que terminar de desmontarlo, el estado burgués tiene que extinguirse y tiene que nacer el nuevo Estado, proletario, socialista, solo así lograremos las grandes metas que nos hemos trazado».
Al comentar sobre el Plan de la Patria (junio de 2012), que fue el programa electoral de su última campaña electoral, y que se considera su testamento político, dijo:
«No nos llamemos a engaño: la formación socio-económica que todavía prevalece en Venezuela es de carácter capitalista y rentista».
«Para avanzar hacia el socialismo, necesitamos de un poder popular capaz de desarticular las tramas de opresión, explotación y dominación que subsisten en la sociedad venezolana, capaz de configurar una nueva sociedad… Esto pasa por pulverizar completamente la forma Estado burguesa que heredamos, la que aún se reproduce a través de sus viejas y nefastas prácticas, y darle continuidad a la invención de nuevas formas de gestión política».
«Este es un programa que busca traspasar “la barrera del no retorno” «Para explicarlo con Antonio Gramsci, lo viejo debe terminar de morir definitivamente, para que el nacimiento de lo nuevo se manifieste en toda su plenitud».
Pero en Venezuela este objetivo nunca se logró. La Revolución se detuvo a mitad de camino y fue empujada hacia atrás. El Estado burgués no fue destruido. Los viejos burócratas fueron parcialmente reemplazados por una nueva casta burocrática de funcionarios arribistas que han secuestrado la revolución en su propio interés. Esta burocracia contrarrevolucionaria que fue repetidamente denunciada por Chávez, constituye una quinta columna burguesa que ha traicionado la revolución, la ha socavado desde adentro y preparado el camino para la contrarrevolución.
Es necesario un balance honesto
Cinco años después de la muerte de Hugo Chávez es necesario hacer un balance de la experiencia de la revolución bolivariana, para analizar sus características positivas y negativas. Las características negativas ahora son claras para todos, incluidos los amigos más leales de la Revolución. Pero como dice el proverbio alemán, uno no debe arrojar al bebé con el agua sucia del baño.
En su punto culminante, la revolución venezolana proporcionó un poderoso estímulo para el crecimiento de las tendencias izquierdistas y revolucionarias tanto en América Latina como a nivel internacional. En un momento en que las ideas del socialismo y el marxismo estaban siendo atacadas por todos lados, alentaba a aquéllos que luchaban por la causa del socialismo a escala mundial. Los logros de la Revolución Bolivariana en los campos de la salud, la vivienda y la educación contrastaban marcadamente con los atroces ataques contra los niveles de vida que se aplicaban a los trabajadores de Europa y otros países en nombre de la austeridad capitalista.
La Revolución Bolivariana hizo avances significativos al nacionalizar partes de la economía. Los trabajadores de Venezuela respondieron magníficamente, introduciendo el control obrero en las fábricas y exigiendo la extensión de la nacionalización. Toda la historia muestra que es imposible hacer media revolución. Al no destruir el poder económico de la oligarquía, la Revolución se colocó a merced de una campaña sistemática de sabotaje económico que crea las condiciones para una ofensiva contrarrevolucionaria.
Poco después de mi primer encuentro con Chávez, escribí: «Más pronto de lo que muchos esperan, se tendrá que enfrentar a una dura elección: o liquida el poder económico de la oligarquía o se enfrentará a la derrota». Eso fue escrito en 2004. Los eventos posteriores mostraron que mis primeras impresiones estaban bien fundadas.
El destino de la revolución bolivariana
En muchas ocasiones durante las últimas dos décadas los trabajadores de Venezuela pasaron a la acción para establecer el control obrero. Durante el intento contrarrevolucionario de sabotaje de la industria petrolera, los trabajadores se hicieron cargo de las instalaciones y las gestionaron, expulsando a la vieja administración. ¿Pero qué sucedió? La burocracia tomó control y liquidó el control obrero. Y esto se hizo con el apoyo total de los ministros, los mismos ministros a quienes Chávez dirigió su último llamamiento en Golpe de Timón.
La verdad es que muchos de estos ministros nunca estuvieron convencidos de las ideas de Chávez sobre el socialismo. Menos aún, compartieron su fe en la posibilidad de que los trabajadores manejaran la industria y la sociedad. Muchos de ellos fueron educados en la escuela del estalinismo y han mantenido una concepción estalinista y burocrática del «socialismo». Otros no creen en el socialismo en absoluto.
El instinto de Chávez siempre fue ir con los trabajadores y los campesinos. Pero se enfrentó a una burocracia hostil, que continuamente frustró sus planes, bloqueó sus decretos y saboteó la Revolución. Si se le puede criticar por algo, es por ser demasiado tolerante con estos elementos por mucho tiempo. Creo que lo hizo porque temía divisiones en el movimiento que pudieran socavar la Revolución. Ese fue un error fatal. Lo que socava la revolución es la corrupción y el arribismo.
Como Chávez me dijo, hay personas en cargos públicos, gobernadores, alcaldes, dirigentes del PSUV y el movimiento bolivariano que juran por Chávez cada vez que abren la boca, que usan camisa roja pero en realidad son oportunistas, arribistas y elementos corruptos que no tienen nada que ver con la revolución. Estos elementos han estado bloqueando la iniciativa revolucionaria de las masas y saboteando la revolución desde el principio. El deseo ardiente de las masas se ha visto frustrado constantemente por la resistencia de aquellos elementos conservadores y reformistas que instan constantemente a la cautela y que, en la práctica, quieren echar el freno a la revolución.
La izquierda chavista, que refleja las aspiraciones revolucionarias de las masas, desea seguir adelante con la Revolución, vencer la resistencia de la oligarquía y armar al pueblo. La derecha (reformistas y socialdemócratas), en la práctica, desea detener la revolución, o al menos frenarla y llegar a un compromiso con la oligarquía y el imperialismo. El destino de la Revolución depende de la solución de esta contradicción.
Para defender la revolución y empujarla hacia delante, debe enfrentarse a sus enemigos y barrer todos los obstáculos. Pero el mayor obstáculo en el camino de la revolución es la burocracia contrarrevolucionaria. Los trabajadores y campesinos de base deberían tomar una gran escoba y barrer toda esta basura del movimiento y tomar el control. Mientras eso no se haga, la revolución siempre estará en peligro.
Para avanzar al socialismo, primero hay que romper el poder económico de la oligarquía que lo utiliza para sabotear el proceso revolucionario. Esto significa mano dura con el sabotaje económico, el acaparamiento, la fuga de capitales y la especulación. La única forma de resolver los problemas económicos es nacionalizando la tierra, los bancos y las principales industrias bajo control obrero.
Una auténtica economía planificada es imposible mientras los puntos clave de la economía permanecen en manos privadas. Puedes tener una economía de mercado capitalista o una economía planificada socialista, pero no puedes tener ambas a la vez. No puedes planificar lo que no controlas y no puedes controlar lo que no posees.
Ningún compromiso es posible con los enemigos de la Revolución, del mismo modo que no se puede mezclar el aceite con el agua. Toda la lógica de la situación se está moviendo en la dirección de una confrontación abierta entre las clases. Del desenlace de este conflicto depende el destino de la Revolución.
Ahora corresponde a los trabajadores y campesinos, la verdadera fuerza motriz de la Revolución Bolivariana, llevar a cabo esta tarea hasta el final. Lo contrario sería una traición al legado de Chávez. Lo que se necesita no son discursos sentimentales y demagógicos, sino poner en práctica el programa socialista que Chávez siempre defendió: la abolición del capitalismo a través de la expropiación de banqueros, terratenientes y capitalistas. Ese es el auténtico legado de Hugo Chávez. Debemos combatir para aplicarlo. Nos comprometemos a hacer todo lo que esté a nuestro alcance para intensificar la lucha por el socialismo en Venezuela y en todo el mundo. Esa es la única forma de avanzar; la única forma de honrar la memoria de Hugo Chávez.
Londres, 5 de marzo de 2018
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