Clase, partido y dirección ¿Por qué ha sido vencido el proletariado español?
Jorge Martín, militante de la Corriente Marxista Internacional y secretario de la campaña de solidaridad con la revolución bolivariana Manos Fuera de Venezuela, en su última visita a Venezuela fue invitado por los camaradas de la Escuela de Cuadros a estudiar el texto “Clase, partido y dirección” de Trotsky. A continuación, dejamos el vídeo del programa y seguidamente el texto de estudio.
Contenido
- 1 Clase, partido y dirección ¿Por qué ha sido vencido el proletariado español?
- 1.1 Que faire? explica
- 1.2 La sofística de los traidores
- 1.3 La manera dialéctica de abordar este problema
- 1.4 Cómo se efectuó la maduración de los obreros rusos
- 1.5 La relatividad de la ‘madurez’
- 1.6 El papel auxiliar del campesinado
- 1.7 El papel de las personalidades
- 1.8 El estalinismo en España
- 1.9 La traición del POUM
- 1.10 La responsabilidad de la dirección
- 1.11 La represión de la revolución española
Clase, partido y dirección ¿Por qué ha sido vencido el proletariado español?
Este artículo está inacabado y ha sido reconstruido según las notas y los fragmentos encontrados en un dossier tras el asesinato de Trotsky en agosto de 1940. Fue publicado en New Internacional en diciembre de 1940.
Se puede juzgar hasta qué punto ha retrocedido el movimiento obrero no sólo a través del estado de las organizaciones de masas, sino también estudiando los reagrupamientos ideológicos en curso y las investigaciones teóricas que han emprendido tantos grupos. En París aparece el periódico Que faire? que, por una u otra razón, se considera marxista pero que en realidad se sitúa enteramente dentro del marco del empirismo de los intelectuales burgueses de izquierda y de esos trabajadores aislados que han cogido todos los vicios de los intelectuales.
Como todos los grupos que no tienen ni base teórica, ni programa, ni tradición, este pequeño periódico ha intentado agarrarse a los faldones del POUM que parecía ofrecer a las masas un atajo para la victoria. Sin embargo, el resultado de la revolución española es, a primera vista, inesperado: este periódico no ha progresado, sino que ha retrocedido. En realidad esto está en la esencia de las cosas. Las contradicciones entre la pequeña burguesía y el conservadurismo, por una parte, y la necesidad de la revolución proletaria, por otra, se han tensado al máximo. Nada más natural que los defensores e intérpretes de la política del POUM hayan sido relegados muy lejos tanto en el plano político como teórico. Que faire? no tiene en sí mismo ni por sí mismo ninguna importancia. Pero tiene interés en cuanto síntoma. Es por lo que nos parece útil detenernos en sus apreciaciones sobre las causas de la derrota de la revolución española, en la medida en que clarifica las características actuales del ala izquierda del pseudomarxismo.
Que faire? explica
Empezamos reproduciendo literalmente esta cita extraída de L’Espagne livrée de un resumen del folleto nuestro camarada Casanova: ¿Por qué ha sido aplastada la revolución?: «Porque el PC» -responde el autor- «llevaba una política errónea que era seguida, por desgracia, por las masas revolucionarias”. ¿Pero por qué diablos las masas revolucionarias que han roto con sus antiguos dirigentes, se han alineado bajo la bandera del PC?: “Porque el auténtico partido revolucionario no estaba maduro”. Es una pura tautología. Una política falsa seguida por las masas, un partido no maduro, o bien se trata de la manifestación de una determinada disposición de las fuerzas sociales (falta de madurez de la clase obrera, falta de independencia del campesinado) que hay que explicar a partir de los hechos relatados, entre otros, por el propio Casanova; o se trata más bien del efecto de las acciones de ciertos individuos o grupos maléficos no contrarrestadas por los esfuerzos equivalentes de “individuos sinceros”, únicos cualificados para salvar las revoluciones. Después de haber tratado superficialmente la primera vía, la no marxista, Casanova emprende resueltamente la segunda. Estamos en una pura demonología. El responsable de la derrota es el diablo-jefe, Stalin, secundado por los diablillos anarquistas y otros: la desgracia ha querido que el dios de los revolucionarios no haya enviado a España un Lenin o un Trotsky como hizo en Rusia en 1917.La conclusión que se deriva es: “Esto sucede cuando se quiere imponer, cueste lo que cueste, a los hechos, la ortodoxia petrificada de una capilla”.
Esta retahíla teórica es tanto más espléndida en cuanto que es difícil concebir cómo se pueden concentrar en tan pocas líneas tantas observaciones banales, triviales o falsas. El autor del párrafo antes citado se cuida muy bien de dar la más mínima explicación de la derrota de la revolución española: se contenta con indicar que hay que recurrir a explicaciones más profundas como “el estado de las fuerzas sociales”. No es casual que evite así cualquier explicación. Todas estas críticas al bolchevismo están hechas por teóricos timoratos por la sencilla razón de que no tienen nada sólido sobre lo que basarse. Para evitar tener que revelar su propio fracaso deben hacer juegos de manos con los hechos y vagar en torno a las opiniones de los demás. Se limitan a alusiones y semiopiniones como si no tuviesen tiempo de dar definiciones sacadas de su propio juicio. En realidad es que no tienen ningún juicio. Su altivez es inseparable de su charlatanería intelectual. Analicemos una a una las alusiones y semiopiniones de nuestro autor. Una política errónea de masas no puede explicarse, según él, más que como la “manifestación de un determinado estado de las fuerzas sociales”, es decir, “la falta de madurez de la clase obrera” y la “falta de independencia del campesinado”. Si le gustan las tautologías, sería difícil encontrarlas más vulgares. ¿Una “política errónea de masas” se explica por su “falta de madurez”? ¿Pero qué es la “falta de madurez” de las masas? Evidentemente es su predisposición a seguir una política errónea. ¿En qué consistía esta política errónea? ¿Quiénes eran los iniciadores? ¿Las masas o los dirigentes? Nuestro autor no dice nada al respecto. Y por esta tautología, traspasa la responsabilidad a las masas. Este clásico truco, utilizado por todos los traidores, los desertores y sus abogados, es especialmente irritante cuando se trata del proletariado español.
La sofística de los traidores
En 1936 -por no remontarnos más lejos- los obreros españoles han rechazado el ataque de los oficiales, que habían puesto a punto su conspiración bajo el ala protectora del Frente Popular. Las masas han improvisado milicias y han levantado comités obreros, ciudadelas de su propia dictadura. Por su parte, las organizaciones dirigentes del proletariado han ayudado a la burguesía a disolver esos comités, a poner fin a los atentados de los obreros contra la propiedad privada y a subordinar las milicias obreras a la dirección de la burguesía y, para colmo, con el POUM participando en el gobierno, tomando así directamente su responsabilidad en el trabajo de la contrarrevolución. ¿Qué significa, en tal caso, la falta de madurez del proletariado? Es evidente que significa simplemente que, aunque las masas hayan adoptado una línea correcta, no han sido capaces de romper la coalición de socialistas, comunistas, anarquistas, y del POUM con la burguesía. Este modelo de sofisma proviene del concepto de una especie de madurez absoluta, es decir, de una condición de perfección de las masas en la cual no tienen ninguna necesidad de una dirección, o mejor aún, son capaces de vencer contra su propia dirección. Pero una madurez tal ni existe ni puede existir.
”¿Pero por qué los obreros que han mostrado un instinto revolucionario tan seguro, y aptitudes tan superiores en la lucha, irían a someterse a una dirección traidora?”, alegan nuestros sabios. Responderemos que no ha habido la más mínima señal de tal sumisión. El camino de lucha seguido por los obreros cortaba en todo momento bajo un determinado ángulo el de las direcciones y, en los momentos más críticos, este ángulo fue de 180º. La dirección entonces, directa o indirectamente, ayudaba a someter a los obreros por la fuerza de las armas.
En mayo de 1937, los obreros de Cataluña se sublevaron, no sólo a pesar de sus propias direcciones sino en contra de ellas. Los dirigentes anarquistas -burgueses patéticos y despreciables, vestidos con un barato disfraz revolucionario- han repetido cientos de veces en la prensa que si la CNT hubiese querido tomar el poder en mayo, lo hubiese hecho sin dificultad. Y esta vez, lo que dicen los anarquistas es la pura verdad. La dirección del POUM se colgó literalmente de los faldones de la CNT, y se contentó con cubrir su política de una fraseología diferente. Debido solamente a esto, la burguesía consiguió aplastar la sublevación de mayo de este proletariado “falto de madurez”. Es necesario no haber comprendido nada de lo que se refiere a las relaciones entre clase y partido, entre las masas y sus dirigentes para repetir la frase hueca según la cual las masas españolas no han hecho nada más que seguir a su dirección. Todo lo que se puede decir sobre esto es que las masas, que han intentado sin cesar abrirse un camino hacia la vía correcta han descubierto que la construcción, en el fragor mismo del combate, de una nueva dirección que respondiera a las necesidades de la revolución, era una empresa que sobrepasaba sus propias fuerzas. Estamos en presencia de un proceso dinámico en el cual las diferentes etapas de la revolución se suceden rápidamente, en el curso del cual la dirección, es decir distintos sectores de la dirección, desertan y se pasan de un solo golpe al lado del enemigo de clase, mientras que nuestros sabios se empeñan en una discusión puramente estática: ¿por qué la clase obrera en su conjunto ha seguido a una mala dirección?
La manera dialéctica de abordar este problema
Existe un viejo dicho que refleja la concepción evolucionista y liberal de la historia: un pueblo tiene el gobierno que se merece. La historia nos demuestra, no obstante, que un solo y mismo pueblo puede tener durante un período relativamente breve, gobiernos muy diferentes (Rusia, Italia, Alemania, España, etc.) y además que el orden en que éstos se suceden no tiene siempre el mismo sentido, del despotismo hacia la libertad, como creen los liberales evolucionistas. El secreto de este estado de cosas reside en que un pueblo está compuesto de clases hostiles y que estas mismas clases están formadas por capas diferentes, parcialmente opuestas unas a otras y que tienen diferentes orientaciones. Y además, todos los pueblos sufren la influencia de otros pueblos, compuestos a su vez de clases. Los gobiernos no son la expresión de la “madurez” siempre creciente de un “pueblo”, sino el producto de la lucha entre las diferentes clases y las diferentes capas en el interior de una sola y misma clase y, además, de la acción de fuerzas exteriores -alianzas, conflictos, guerras, etc.- . Hay que añadir que un gobierno, desde el momento en que se establece, puede durar mucho más tiempo que la relación de fuerzas del cual ha sido producto. Es a partir de estas contradicciones históricas que se producen las revoluciones, los golpes de estado, las contrarrevoluciones.
El mismo método dialéctico debe emplearse para tratar la cuestión de la dirección de una clase. Al igual que los liberales, nuestros sabios admiten tácitamente el axioma según el cual cada clase tiene la dirección que merece. En realidad, la dirección no es, en absoluto, el “simple reflejo” de una clase o el producto de su propia potencia creadora. Una dirección se constituye en el curso de los choques entre las diferentes clases o de las fricciones entre las diversas capas en el seno de una clase determinada. Pero tan pronto como aparece, la dirección se eleva inevitablemente por encima de la clase y por este hecho se arriesga a sufrir la presión y la influencia de las demás clases. El proletariado puede “tolerar” durante bastante tiempo a una dirección que ya ha sufrido una total degeneración interna, pero que no ha tenido la ocasión de manifestarlo en el curso de los grandes acontecimientos. Es necesario un gran choque histórico para revelar de forma aguda, la contradicción que existe entre la dirección y la clase. Los choques históricos más potentes son las guerras y las revoluciones. Por esta razón la clase obrera se encuentra a menudo cogida de sorpresa por la guerra y la revolución. Pero incluso cuando la antigua dirección ha revelado su propia corrupción interna, la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, sobre todo si no ha heredado del período precedente los cuadros revolucionarios sólidos, capaces de aprovechar el derrumbamiento del viejo partido dirigente. La interpretación marxista, es decir dialéctica, y no escolástica, de las relaciones entre una clase y su dirección no deja piedra sobre piedra de los sofismas legalistas de nuestro autor.
Cómo se efectuó la maduración de los obreros rusos
Éste concibe la madurez del proletariado como un fenómeno puramente estático. Sin embargo, en el curso de una revolución la conciencia de clase es el proceso más dinámico que puede darse, el que determina directamente el curso de la revolución. ¿Era posible en enero de 1917 o incluso en marzo después del derrocamiento del zarismo, decir si el proletariado ruso había “madurado” lo suficientemente como para conquistar el poder en el plazo de ocho a nueve meses? La clase obrera era, en ese momento, totalmente heterogénea social y políticamente. Durante los años de guerra, se había renovado en un 30 o 40% a partir de las filas de la pequeña burguesía, a menudo reaccionaria, a expensas de los campesinos atrasados, a expensas de las mujeres y los jóvenes. En marzo de 1917, sólo una insignificante minoría de la clase obrera seguía al partido bolchevique y además, en su seno reinaba la discordia. Una aplastante mayoría de obreros sostenía a los mencheviques y a los “socialistas revolucionarios” es decir a los socialpatriotas conservadores. La situación del ejército y del campesinado era todavía más desfavorable. Hay que añadir además, el bajo nivel cultural del país, la falta de experiencia política de las capas más amplias del proletariado, particularmente en provincias, por no hablar de los campesinos y de los soldados.
¿Cuál era el activo del bolchevismo? Al comienzo de la revolución sólo Lenin tenía una concepción revolucionaria clara, elaborada hasta en los más mínimos detalles. Los cuadros rusos del partido estaban desperdigados y bastante desorientados. Pero éste tenía autoridad sobre los obreros avanzados y Lenin tenía una gran autoridad sobre los cuadros del partido. Su concepción política correspondía al desarrollo real de la revolución y la ajustaba a cada nuevo acontecimiento. Estos elementos del activo hicieron maravillas en una situación revolucionaria, es decir en condiciones de una encarnizada lucha de clases. El partido alineó rápidamente su política hasta hacerla responder a la concepción de Lenin, es decir, al auténtico curso de la revolución. Gracias a esto encontró un firme apoyo por parte de decenas de millares de trabajadores avanzados. En pocos meses, basándose en el desarrollo de la revolución, el partido fue capaz de convencer a la mayoría de los trabajadores del acierto de sus consignas. Esta mayoría, organizada en los soviets fue a su vez capaz de atraerse a los obreros y a los campesinos. ¿Cómo podría resumirse este desarrollo dinámico, dialéctico, mediante una fórmula sobre la “madurez” o “inmadurez” del proletariado? Un factor colosal de la madurez del proletariado ruso, en febrero de 1917, era Lenin. No había caído del cielo. Encarnaba la tradición revolucionaria de la clase obrera. Ya que, para que las consignas de Lenin encontrasen el camino de las masas, era necesario que existiesen cuadros, por muy débiles que éstos fueran en principio, era necesario que estos cuadros tuviesen confianza en su dirección, una confianza fundada en la experiencia del pasado. Rechazar estos elementos de sus cálculos, es simplemente ignorar la revolución viva, sustituirla por una abstracción, “la relación de fuerzas”, ya que el desarrollo de las fuerzas no cesa de modificarse rápidamente bajo el impacto de los cambios de la conciencia del proletariado, de tal manera que las capas avanzadas atraen a las más atrasadas, y la clase adquiere confianza en sus propias fuerzas. El principal elemento, vital, de este proceso es el partido, de la misma forma que el elemento principal y vital del partido es su dirección. El papel y la responsabilidad de la dirección en una época revolucionaria son de una importancia colosal.
La relatividad de la ‘madurez’
La victoria de Octubre constituye un serio testimonio de la “madurez” del proletariado. Pero es relativa. Algunos años más tarde, es este mismo proletariado el que ha permitido que la revolución fuese estrangulada por una burocratización surgida de sus propias filas. La victoria no es el fruto maduro de la “madurez” del proletariado. La victoria es una tarea estratégica. Es necesario utilizar las condiciones favorables de una crisis revolucionaria a fin de movilizar a las masas; tomando como punto de partida el nivel determinado de su “madurez”, es necesario empujarlas a ir hacia adelante, enseñarles a darse cuenta que el enemigo no es omnipotente, que está desgarrado por sus contradicciones, que reina el pánico detrás de su imponente fachada. Si el partido bolchevique no hubiese conseguido llevar a buen término ese trabajo, no se podría hablar ni de revolución proletaria. Los soviets hubiesen sido aplastados por la contrarrevolución y los pequeños sabios de todos los países habrían escrito artículos o libros cuyo motivo hubiese sido que sólo visionarios impenitentes podían soñar en Rusia con la dictadura de un proletariado tan débil numéricamente y tan poco maduro.
El papel auxiliar del campesinado
Igual de abstracta, pedante y falsa es la referencia a la “falta de independencia” del campesinado. ¿Dónde y cuándo ha visto nuestro sabio en una sociedad capitalista, un campesinado con un programa revolucionario, independiente o una capacidad independiente de acción revolucionaria? El campesinado puede desempeñar en la revolución un papel importantísimo, pero sólo un papel auxiliar.
En muchos casos, los campesinos españoles han actuado con audacia y luchado con valentía. Pero para que toda la masa campesina se sublevara, habría sido necesario que el proletariado diese el ejemplo de un levantamiento decisivo contra la burguesía e inspirase a los campesinos confianza en la posibilidad de la victoria. En cambio la iniciativa del propio proletariado era paralizada a cada momento por sus propias organizaciones. La “inmadurez” del proletariado, la “falta de independencia” del campesinado no son factores decisivos ni fundamentales en los acontecimientos históricos. Lo que sostiene la conciencia de las clases son las propias clases, su fuerza numérica, su papel en la vida económica. Lo que sostiene a las clases es un sistema de producción específico que está determinado a su vez por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. ¿Entonces por qué no explicar que la derrota del proletariado ha estado determinada por el bajo nivel de su tecnología?
El papel de las personalidades
Nuestro autor sustituye el condicionamiento dialéctico del proceso histórico por un determinismo mecánico. De ahí esas burlas fáciles sobre el papel de los individuos buenos o malos. La historia es un proceso de lucha de clases. Pero las clases no miden su peso, ni automática ni simultáneamente. En el proceso de la lucha las clases crean órganos diferentes que juegan un papel importante e independiente y están sujetos a deformaciones. Es esto lo que nos permite, igualmente, comprender el papel de las personalidades en la historia. Por supuesto, existen grandes causas objetivas que han engendrado el régimen autocrático hitleriano, pero sólo pedantes y obtusos profesores del “determinismo” podrían hoy negar el papel histórico que ha desempeñado el propio Hitler. La llegada de Lenin a Petrogrado, el 3 de abril de 1917, ha hecho girar a tiempo al partido bolchevique y le ha permitido llevar la revolución a la victoria. Nuestros sabios podrían decir, que si Lenin hubiese muerto en el extranjero a principios de 1917, la revolución de Octubre hubiese ocurrido “de la misma forma”. Pero no es cierto. Lenin constituía uno de los elementos vivos del proceso histórico. Encarnaba la experiencia y la perspicacia de la parte más activa del proletariado. Su aparición en el momento preciso en el terreno de la revolución era necesario a fin de movilizar a la vanguardia y de ofrecerle la posibilidad de conquistar a la clase obrera y a las masas campesinas. En los momentos cruciales de los giros históricos, la dirección política puede convertirse en un factor tan decisivo como el de un comandante en jefe en los momentos críticos de la guerra. La historia no es un proceso automático. Si no ¿para qué los dirigentes? ¿para qué los partidos? ¿para qué los programas? ¿para qué las luchas teóricas?
El estalinismo en España
«¿Pero por qué diablos”, hemos oído preguntar a nuestro autor, “las masas revolucionarias que han roto con sus antiguos dirigentes, se han agrupado bajo la bandera del Partido Comunista?” La cuestión está mal planteada. Es falso decir que las masas habían roto con sus antiguos dirigentes. Los obreros que habían estado antes ligados a unas determinadas organizaciones han seguido agarrados a ellas, siempre observando y controlando. En general, los obreros no rompen fácilmente con los partidos que les han despertado a la vida consciente. Y mucho menos cuando han sido engañados con el sistema de protección mutua que existía en el interior del Frente Popular: si todo el mundo estaba de acuerdo, es que todo iba bien. Las capas nuevas y frescas de las masas, recientemente despertadas, se volvían naturalmente hacia la Comintern, al partido que había hecho la única revolución proletaria victoriosa y que, se suponía era capaz de suministrar armas a España. Y además, la Comintern era el más celoso defensor del Frente Popular, y esto inspiraba confianza a las capas de obreros sin experiencia. En el seno del Frente Popular, la Comintern era el más celoso defensor del carácter burgués de la revolución: esto inspiraba confianza a la pequeña burguesía y a una parte de la media. Por eso las masas “se alinearon bajo la bandera del Partido Comunista”.
Nuestro autor trata esta cuestión como si el proletariado se encontrase en una tienda bien surtida para escoger un par de botas nuevas. Pero ya se sabe que incluso una operación tan sencilla como ésa no se liquida siempre con éxito. Cuando se trata de una nueva dirección, la elección es muy limitada. Sólo poco a poco y sólo sobre la base de su propia experiencia a través de las distintas etapas, las capas más amplias de las masas acaban por convencerse de que la nueva dirección es más firme, más segura, más leal que la antigua. Es cierto que en el curso de una revolución, es decir, cuando los acontecimientos se suceden a un ritmo acelerado, un partido débil puede convertirse en un partido poderoso, con la única condición de que comprenda con lucidez el curso de la revolución y de que posea cuadros probados que no se dejen exaltar por las palabras o aterrorizar por la represión. Pero es necesario que un partido de estas condiciones exista desde mucho antes de la revolución en la medida en que el proceso de formación de cuadros exige plazos considerables y que la revolución no deja tiempo para ello.
La traición del POUM
El POUM estaba en España a la izquierda de los demás partidos y contaba, incontestablemente, en sus filas, con sólidos elementos proletarios revolucionarios, con fuertes ataduras con el anarquismo. Ahora bien, este partido desempeñó, precisamente, un papel funesto en el desarrollo de la revolución española. No ha conseguido convertirse en un partido de masas, porque para conseguirlo hubiese tenido que destruir antes a los otros partidos, y esto sólo era posible mediante una lucha sin compromisos, una denuncia implacable de su carácter burgués. Ahora bien, el POUM, aunque criticaba a los antiguos partidos, se subordinaba a ellos en todas las cuestiones fundamentales. Participó en el bloque electoral “popular”; entró en el gobierno que acabó con los comités obreros; luchó por reconstruir esta coalición gubernamental; capituló en todo momento ante la dirección anarquista; en función de todo lo precedente llevó en los sindicatos una política errónea; tomó una actitud dubitativa y no revolucionaria con respecto a la insurrección de mayo de 1937. Bajo el ángulo de un determinismo general se puede admitir, por supuesto, que su política no era casual. En este mundo, todo tiene una causa. A pesar de todo, la serie de causas que han conferido al POUM su carácter centrista no constituye en absoluto un simple reflejo del estado del proletariado catalán o español. Dos series de causas han avanzado juntas bajo un cierto ángulo, y, en un determinado momento, han entrado en conflicto. Teniendo en cuenta su experiencia internacional anterior, la influencia de Moscú, la de un cierto número de derrotas, etc., es posible explicar, política y psicológicamente, por qué el POUM ha sido un partido centrista. Pero esto no modifica en nada su carácter centrista. Ni el hecho de que un partido centrista desempeñe, inevitablemente, el papel de freno de la revolución, que debe, en todo momento, romperse el cráneo, y que puede conducir la revolución a su derrota. Esto no cambia en nada el hecho de que las masas catalanas eran mucho más revolucionarias que el POUM, que a su vez era mucho más revolucionario que su dirección. En estas condiciones hacer recaer el peso de la responsabilidad de la política errónea seguida sobre la “irresponsabilidad” de las masas, es meterse en la más pura charlatanería: un camino al que frecuentemente recurren los fracasados de la política.
La responsabilidad de la dirección
La falsificación histórica consiste en hacer recaer la responsabilidad de la derrota española sobre las masas obreras y no sobre los partidos que han paralizado, o pura y simplemente aplastado, el movimiento revolucionario de las masas. Los abogados del POUM responden sencillamente que los dirigentes siempre tienen alguna responsabilidad, con el fin de evitar así tener que asumir sus propias responsabilidades. Esta filosofía de la impotencia, que intenta que las derrotas sean aceptables como los necesarios eslabones de la cadena en los desarrollos cósmicos, es incapaz de plantearse, y se niega a plantearse, la cuestión del papel desempeñado por factores tan concretos como son los programas, los partidos, las personalidades que fueron los responsables de la derrota. Esta filosofía del fatalismo y de la postración es diametralmente opuesta al marxismo, teoría de la acción revolucionaria.
La guerra civil es un proceso en el que las tareas políticas se cumplen con medios militares. Si el resultado de una guerra semejante, viniese determinado por el “estado de las fuerzas de clase”, la propia guerra sería innecesaria. La guerra tiene su propia organización, sus propios métodos, su propia dirección, que determinan directamente su resultado. Naturalmente el “estado de las fuerzas de clase” sirve de fundamento a todos los demás factores políticos, pero, de la misma forma que los cimientos de un inmueble no disminuyen la importancia que puedan tener los muros, las ventanas, las puertas, los tejados, el “estado de las fuerzas de clase” no disminuye en nada la importancia de los partidos, de su estrategia y de su dirección. Disolviendo lo concreto en lo abstracto, nuestros sabios en realidad se han parado a medio camino. La respuesta más “profunda” al problema planteado hubiese sido el declarar que la derrota del proletariado español se había debido al insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas. Pero una explicación semejante está al alcance de cualquier imbécil.
Al reducir a cero el significado del partido y de la dirección, estos sabios niegan la posibilidad de una victoria revolucionaria en general. Ya que no hay ninguna razón para pensar que se puedan dar condiciones más favorables. El capitalismo ha dejado de progresar, el proletariado no aumenta en número, al contrario, lo que aumenta es el número de parados, lo que no estimula sino reduce la potencia combativa del proletariado, y produce, igualmente, en su conciencia, un efecto negativo. De la misma forma, no existe ninguna razón para creer que el campesinado sea capaz, en un régimen capitalista, de alcanzar una conciencia revolucionaria más elevada. La conclusión del análisis de nuestro autor es pues el más total pesimismo, el abandono progresivo de las perspectivas revolucionarias. Pero, para hacer justicia, hay que añadir que nuestros sabios no comprenden ni ellos mismos lo que dicen.
De hecho, lo que reclama de la conciencia de las masas es absolutamente fantástico. Los obreros españoles, al igual que los campesinos españoles, han dado el máximo de lo que las clases son capaces de dar en una situación revolucionaria: y lo que tenemos en mente es justamente una clase compuesta de millones y decenas de millones de individuos como ésos. Pero Que faire? no representa más que una de esas pequeñas escuelas, iglesias o capillas que se asustan del curso de la lucha de clases y del asalto de la reacción, y publican sus periodiquillos y sus revistas teóricas en su rincón, en caminos apartados, lejos del desarrollo del pensamiento revolucionario, por no hablar del movimiento de masas.
La represión de la revolución española
El proletariado español ha sido víctima de una coalición formada por imperialistas, republicanos españoles, socialistas, anarquistas, estalinistas y en el ala izquierda por el POUM. Todos juntos han paralizado la revolución socialista que el proletariado español había efectivamente comenzado a realizar. No es fácil acabar con la revolución socialista. Todavía nadie ha encontrado otros métodos para ello que no sea la represión feroz, la matanza de la vanguardia, la ejecución de los dirigentes, etc. El POUM, por supuesto, no quería esto. Quería, por una parte, participar en el gobierno republicano e integrarse como oposición pacífica y leal en el bloque general de los partidos dirigentes, y, por otra parte, mantener con ellos apacibles relaciones de camaradería en una época de encarnizada guerra civil. Justamente por ello, ha sido víctima de las contradicciones de su propia política. En el interior del bloque republicano han sido los estalinistas los que han llevado la política más coherente. Han sido la vanguardia combatiente de la contrarrevolución burguesa-republicana. Querían eliminar la necesidad del fascismo, demostrando a la burguesía española y mundial que ellos mismos eran capaces de estrangular la revolución española bajo la bandera de la “democracia”. Ésta era la esencia de su política. Los liquidadores del Frente Popular intentan hoy hacer recaer las injurias sobre la GPU. No creo que se nos pueda acusar de indulgentes hacia los crímenes de la GPU. Pero vemos claramente, y se lo decimos a los trabajadores, que la GPU, en este caso, solo ha actuado como el destacamento más resuelto al servicio del Frente Popular. Ahí residía la fuerza de la GPU. En eso consistía el papel histórico de Stalin. Sólo un filisteo ignorante puede apartar esta realidad con bromitas estúpidas sobre el “Diablo Jefe”.
Estos señores ni tan siquiera se plantean la cuestión del carácter social de la revolución. Los lacayos de Moscú, al servicio de Inglaterra y de Francia, han proclamado que la revolución española era una revolución burguesa. Sólo este fraude ha levantado la pérfida política del Frente Popular, política que además hubiese sido completamente falsa, aunque la revolución española hubiese sido realmente una revolución burguesa. Pero desde el principio, la revolución ha manifestado, con mucha mayor nitidez que en la revolución de 1917 en Rusia, su carácter proletario. En la dirección del POUM hay gente hoy que considera que la política de Andrés Nin fue demasiado “izquierdista”, que la línea realmente correcta hubiese sido mantenerse como ala izquierda del Frente Popular. Víctor Serge, que se ha apresurado a comprometerse, dada su actitud frívola en todas las cuestiones serias, escribió que Nin no quería someterse a las órdenes procedentes de Oslo o de Coyoacán. ¿Puede verdaderamente un hombre serio reducir la cuestión del contenido de clase de la revolución a comadreos tan mezquinos? Los sabios de Que faire? no tienen ningún tipo de respuesta a esta cuestión. No comprenden ni tan siquiera el significado de la cuestión en sí misma. ¿Cuál puede ser en verdad, el significado del hecho de que el proletariado al que le “faltaba madurez” haya creado sus propios órganos de poder, haya intentado regular la producción tras la toma de las empresas, mientras que el POUM empleaba todas sus fuerzas en no romper con los anarquistas burgueses que, aliados con los republicanos burgueses y con los no menos burgueses socialistas y estalinistas, atacaban y estrangulaban la revolución proletaria? Evidentemente, semejantes bagatelas sólo tienen interés para los representantes de una “ortodoxia petrificada”. Los sabios de Que faire? poseen, en su lugar, un instrumento especial que les permite medir la madurez del proletariado y la relación de fuerzas, independientemente de todas las cuestiones de estrategia revolucionaria de clase…
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