Coronavirus y la crisis capitalista: sólo el pueblo salva al pueblo
A raíz de las medidas de aislamiento con motivo de la epidemia del COVID-19 se han sucedido miles de despidos y ERTEs por la consecuente paralización productiva. Todo esto ha traído caídas en las bolsas mundiales que no se recuerdan desde la crisis del 2008, y los miedos en todo el mundo de una nueva crisis son más que evidentes.
Además, el sistema capitalista ha demostrado ser incapaz de producir el material sanitario necesario dejando indefensos a médicos, enfermeras y demás personal, teniendo ellos mismos que fabricar mascarillas e incluso respiradores. En realidad, son los últimos síntomas de la podredumbre y decadencia del sistema que se acerca a su final. Pero no caerá por su propio peso. Solo la clase obrera puede transformar la sociedad hacia una economía planificada, democrática y científica para salvar a la humanidad de las injusticias, pandemias, guerras y demás problemas que sufrimos.
No se equivocaba aquel que decía “Hablan sobre el fracaso del socialismo, pero ¿dónde está el éxito del capitalismo en África, Asia y América Latina?”. ¿Dónde está el éxito del capitalismo, por ejemplo, en Honduras, donde mueren violentamente decenas de personas a diario entre extrema pobreza? ¿Dónde está el éxito del capitalismo en Brasil, donde miles de personas se hacinan en las favelas entre tiros y drogadicción? ¿Dónde está el éxito del capitalismo en México, donde los cárteles hacen de juez y verdugo ante la ineficiencia y corrupción de los cuerpos de “seguridad”? Y así podríamos ir analizando uno a uno todos los países del continente americano obteniendo los mismos resultados.
Si nos pasamos al continente africano nos encontramos con una situación aún peor. Guerras civiles interminables, pobreza, desnutrición, minería esclava e ilegal, piratería, desastres ambientales, etc. No hace falta seguir hasta Asia para encontrar el patrón que se hace ya evidente; capitalismo.
El problema es que siempre se nos ha vendido que el capitalismo es Amancio Ortega haciéndose grande desde cero y donando equipo médico, mientras ocultaba el trabajo esclavo usado en sus fábricas y los impuestos evadidos mediante sociedades offshore. Se nos ha dicho que el capitalismo era trabajar duro y así tener tu propia casa con tu familia y que “sólo el vago es pobre”, mientras por la puerta de atrás se desahuciaban a cientos de miles de trabajadores llevándolos al suicidio. Se nos ha hecho creer que el capitalismo era igual a éxito, y que ese éxito era igual a Occidente, tapando a conciencia el fracaso del mismo en el resto del mundo. Al final, son dos caras de la misma moneda; occidente exprime el Tercer Mundo con sus guerras llevándose su petróleo y materias primas, dejando un reguero de refugiados de por medio.
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La crisis del 2008 y el despertar de las masas
Pero estas mentiras comenzaron a resquebrajarse con la crisis de 2008. Una crisis para nada casual, dentro del capitalismo ya decadente que resuelve estas creando otras peores. Aquella crisis que algunos ya habían predicho años antes provocó los primeros despertares en mucha gente de todo el mundo. Tanto es así que 3 años después, en 2011, surgía el movimiento “15-M”. Aquel movimiento era un batiburrillo de gente, de ideas y movimientos, nacido en medio de un enorme vacío político que nadie podía llenar en ese momento. No obstante, eran los primeros síntomas de un despertar político de la sociedad, no sólo aquí, si no en todas partes. La gente sabía que algo estaba roto, algo no funcionaba, pero no sabía qué y por tanto tampoco cómo solucionarlo.
La burbuja inmobiliaria finalmente explotó, el paro y la pobreza subieron, y con ello las huelgas y manifestaciones se hicieron habituales. También aumentó la represión como una reacción del estado, llegando así a la “Ley Mordaza”. De aquella crisis “salimos” con recortes y más deudas, caldo de cultivo para acabar en otra mucho peor. Se construían aeropuertos sin vuelos como el de Castellón, como ejemplo de los miles de casos de corrupción que han sembrado la península y se encarcelaban a artistas por ejercer la libertad de expresión. Más recientemente hemos asistido a cómo encarcelaban a 8 jóvenes por una pelea de bar acusados de “terrorismo”.
En el resto del mundo más de lo mismo. Las guerras en Irak y Afganistán seguían y se creaban nuevas en Siria, Libia, Yemen… Y la primavera árabe llegaba con diferentes resultados. Siguiendo el ejemplo del 15-M aparecía “Occupy Wall Street” en EE.UU., convirtiéndose también en un batiburrillo de ideas desordenadas dentro de otro vacío político. Ese vacío y descontento lo acabaron llenando personajes (aun siendo tremendamente distintos, naturalmente) como Trump o Bernie Sanders, con mejor y peor suerte como ya sabemos. Las guerras provocaban (y siguen provocando) millones de refugiados creando un problema aún mayor que la izquierda desatendía y la derecha aprovechaba para su agenda. También Francia salía a la calle vestida de amarillo nuevamente sin saber realmente lo que querían, pero demostrando hasta el final lo que no querían. Al fin y al cabo despertando. A todo esto hay que sumar la situación casi irremediable a la que se ha llegado con el cambio climático. La polución provoca millones de muertos anuales y amenaza con cambiar el mundo para siempre, poniendo en peligro nuestra propia existencia. Millones de personas en todo el mundo han comenzado a salir a las calles para decir basta a estos problemas e injusticias, síntomas de que existe una efervescencia como nunca antes.
Todo esto no es más que la propia dinámica del capitalismo que exprime a los trabajadores, destruye, conquista y mata todo lo que se le ponga por delante. Exprime a los trabajadores, porque nos hace trabajar jornadas interminables bajo condiciones inhumanas, llevándose gran parte del fruto de nuestro trabajo. Es así como amasan sus fortunas, gracias al trabajo ajeno. Y estas fortunas, esta acumulación de capital, lleva a los monopolios y a la destrucción de la competencia acabando así con el “libre mercado” que tanto aman algunos. Es decir, su fuerte acaba siendo su talón de Aquiles. Porque el capitalismo está lleno de contradicciones inherentes, de luchas de contrarios, como la relación entre los trabajadores y los capitalistas. Nuestra ansia por mejores condiciones, mejores sueldos para ver crecer a nuestros pequeños y que puedan estudiar en el futuro choca con sus beneficios. La educación y sanidad de nuestros hijos contra sus yates y mansiones. Es aquí donde entra el Estado para “poner orden” y arbitrar la sociedad usando la forma coercitiva que mejor conoce y que en el fondo es su esencia; la policía y el ejército. La represión.
Ahora ha llegado una pandemia que se extiende por todo el globo pero que sobretodo está haciendo estragos en occidente. El coronavirus nos obliga a quedarnos en nuestras casas para evitar contagiar y ser contagiados…a no ser que tengas que trabajar. Porque en ese caso parece, a ojos de los capitalistas, que el virus es una preocupación menor aun trabajando en condiciones inaceptables, sin mascarillas ni la higiene necesarios. Dicen los gobernantes que no se cierra toda la producción porque si no tendríamos unas consecuencias económicas desastrosas. Tienen miedo, y con razón, pero las consecuencias económicas ya están aquí y son inevitables.
No sólo eso, sino que la economía estaba al borde del colapso antes del virus. Esta pandemia lo único que está haciendo es acelerar y destapar la podredumbre económica que corría por el subsuelo. Según el Deutsche Bank las principales economías del mundo tendrían unos “niveles astronómicos de deuda”, el más alto de los últimos 150 años, a lo que el Financial Times añade que las estimaciones sobre los niveles de deuda mundial superan los 250 billones de dólares, lo que equivale a un 320 por ciento del producto interno bruto mundial. Además, según Intermón Oxfam, la brecha entre ricos y pobres no ha hecho más que crecer, aumentando la fortuna de los multimillonarios casi un 13% desde el comienzo de la anterior crisis, mientras que los salarios aumentaron sólo un 2% de media anual. Y la riqueza se va acumulando en cada vez menos manos, pasando a ser unas 26 personas las que poseen tanto como la mitad más pobre de la humanidad. Con estas condiciones previas el coronavirus es simplemente la gota que va a colmar el vaso, si no lo ha hecho ya.
Durante estos días de marzo la bolsa americana ha tenido unas caídas sólo superadas por el “Crack del 29” y el lunes negro de 1987. Según eleconomista.es el índice Dow Jones ya ha perdido en torno a un 38% de su valor en bolsa en poco más de un mes. Hay que recordar que en la crisis financiera de 2008 la caída del Dow Jones fue del 53,5% desde septiembre de 2007 a marzo de 2009. El 9 de marzo de este año el Dow Jones bajó en un solo día un 7,8%, acercándose a la cifra de 7,89% que dejó el escándalo de Lehman Brothers en 2008, suceso que está fuertemente ligado a la crisis que comenzó ese año.
El capitalismo entre la espada y la pared
Esto significa claramente que estamos asistiendo a los primeros envites de la siguiente crisis capitalista. Sólo que esta vez los gobiernos y los capitalistas han agotado sus armas. Ya no es posible endeudarse como en la anterior crisis porque la deuda actual es enorme. Y sin ni siquiera haber llegado todavía a los niveles de paro anteriores a la crisis, los últimos despidos masivos nos colocan en una situación aún peor. E igualmente pasa con el resto de herramientas de las que suelen echar mano los bancos centrales y los Estados.
Por estas razones los gobiernos, en manos de los capitalistas, no quieren parar la producción. Quieren arriesgar la salud de los trabajadores, y por lo tanto sus vidas y las de sus familias con tal de evitar lo inevitable, con tal de evitar una crisis ya anunciada. No sólo eso, si no que aun parando la producción, como en algunos casos contados, no son capaces de soltar ni un céntimo de sus riquezas para seguir pagando los sueldos de los trabajadores, despidiéndolos “temporalmente” mediante ERTEs. Como ejemplo, según El País, Mercedes Benz obtuvo en 2018 un beneficio de 132,4 millones de euros. Pues bien, durante el ERTE que afecta a los trabajadores de su planta en Vitoria-Gasteiz, estos sólo cobrarán un 70% de su sueldo sin ningún tipo de suplemento. No parecen estar interesados en dar ni una pizca de los beneficios a sus trabajadores (que son quienes al fin y al cabo han creado esa riqueza), pero parece que sí lo están en echar carreras y provocar accidentes, como el que protagonizó el director de la fábrica de Vitoria junto a su hijo y por el que ha sido condenado a un año de cárcel, según El Correo. En otras empresas, como en la planta de Aernnova también en Álava, los paros espontáneos se generalizaban. Los trabajadores decían ¡basta! a seguir produciendo para los de siempre a costa de su salud. Porque al final esta es la cruda realidad, nosotros morimos para que ellos amasen fortunas. A veces literalmente, como los cientos y cientos de trabajadores que todos los años mueren en accidentes laborales, o como Alberto Sololuze y Joaquín Beltrán, cuyos cuerpos continúan sepultados en el vertedero de Zaldibar donde se han descubierto irregularidades y sustancias tóxicas que no debían estar ahí.
Aun así, el Lehendakari vasco Iñigo Urkullu no tardaba en pedir “mantener la actividad” porque la economía “va a salir muy tocada”, sin ni siquiera poder garantizar las condiciones sanitarias necesarias en los hospitales vascos (sobre esto último se puede leer más en el artículo “Desde la trinchera del COVID-19: Testimonio de Enrique Jiménez, ingresado y curado en el Hospital de Txagorritxu (Vitoria-Gasteiz)”) como para poder garantizarlas en las empresas.
Finalmente se declara el Estado de Alarma
Con la declaración del Estado de Alarma han llegado medidas excepcionales para frenar la propagación del virus. Y estamos a favor de que el distanciamiento social y la cuarentena son medidas necesarias para tal fin, pero es interesante hablar de otra serie de puntos que trae este decreto. En concreto sobre los artículos dedicados a las medidas para garantizar el Sistema Nacional de Salud y los diferentes tipos de abastecimientos necesarios. En estos artículos, del 11 en adelante, permitirían en caso de que se necesite asegurar la planificación de la producción y el abastecimiento, intervenir temporalmente fábricas y empresas. De hecho, hace unos días Pedro Sánchez ya hablaba de dirigir la producción de varias fábricas de sectores distintos hacia la producción de equipo sanitario. Esto es un ejemplo de economía de guerra que no se recordaba aquí desde la Guerra Civil, y en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Y nos señala dos cosas muy importantes. Uno, lo que está sucediendo es un hecho sin precedentes y que no es “simplemente una gripe”. Y dos, y no por ello menos importante, la necesidad y superioridad de una planificación económica estatal, científica, y basada en las necesidades de la población. Porque con esto reconocen que en una situación tan delicada no se puede andar con medias tintas ni con tonterías. Se necesita todo el intelecto, toda la planificación y eficiencia del sistema productivo y no la anarquía habitual del mercado. Pero entonces, ¿por qué no extender la nacionalización y la planificación de la economía a todo el Estado durante todo el año? ¿Por qué no avanzar hacia una economía planificada en manos del pueblo democráticamente? ¿Si en una situación así, es una locura la habitual anarquía de la producción y el mercado, por qué el resto del año es algo sensato? Son preguntas que evidentemente jamás responderán.
Para entender en profundidad la situación del estado de alarma y lo que supone recomendamos leer el artículo “Los marxistas y el Estado de Alarma”. Lo que está claro es que al Estado jamás le ha interesado la salud de los trabajadores y que hoy como ayer lo que interesa es seguir echando leña al tren del capitalismo, que se dirige a un descarrilamiento inevitable. Y lo que está también claro es que sólo la clase obrera es capaz de librar la lucha contra el capitalismo y la pandemia. Sólo los médicos, enfermeros y demás personal sanitario son capaces de luchar contra el coronavirus a pesar de los recortes que han sufrido durante años. Sólo los humildes agricultores son capaces de cosechar la comida que los camioneros, tras interminables jornadas, nos traen a casa. Y sólo los trabajadores, sin necesidad de parásitos chupasangres, son capaces de producir todo el material sanitario y científico necesario para luchar contra esta pandemia. Si a todo esto sumamos el ingenio de científicos e ingenieros con el que cuenta el país, seguramente saldremos adelante.
Pero sólo si la producción y la sanidad se ponen en las manos de los trabajadores democráticamente. Porque mientras haya una clase dominante que demuestra cada día que su único interés es el beneficio a largo plazo, más y más gente morirá infectada por ir a trabajar, por no disponer de una cama en un hospital, o por otro accidente laboral. Es por tanto necesario que toda industria no imprescindible pare totalmente, sin vacilaciones, que los trabajadores de las empresas cobren el 100% de sus salarios, que se nacionalice sin indemnización todo el sector privado de la sanidad, y que se nacionalice la banca y los sectores estratégicos de la economía. De esta forma, podremos asegurar el abastecimiento de alimentación para el pueblo, y del material sanitario que urgentemente necesitan en los hospitales.
Esto no lo pondrá en práctica ni la derecha, fiel aliada del capital, ni la “izquierda” del gobierno. Sólo la clase obrera organizada puede hacerlo. Y para conseguir esta organización, es tarea de cada uno la formación teórica en el marxismo, el único método que explica de forma científica la historia y la realidad. Y también la formación de organizaciones marxistas como la Corriente Marxista Internacional, mediante las cuales organizar a los trabajadores y estudiantes no sólo aquí, sino en todo el mundo, para así derrotar de una vez por todas a este maldito virus y al sistema capitalista mundial. Pero no nos quedaremos ahí. Es tarea de todos construir un mundo nuevo. Un mundo verdaderamente justo y democrático donde podamos decidir nuestro propio destino y disfrutar de todo el fruto de nuestro trabajo, sin parásitos explotadores. Donde las tareas políticas se turnen entre todos, en la medida de lo posible, para evitar la corrupción de las élites acostumbradas a mandar como sucede ahora. Donde nuestros hijos puedan disfrutar de una educación totalmente gratuita y una sanidad también gratuita, sin hospitales privados para las élites ni copagos. Y donde podamos tener el control, entre todos, de las palancas de la economía, para así producir no por el beneficio de unos pocos, sino por el beneficio y las necesidades de la sociedad.
Aquel sueño se transformó en realidad en la U.R.S.S. de Lenin y Trotsky y, pese a la degeneración estalinista posterior, sus conquistas llegaron hasta los mismos cielos con Yuri Gagarin, hijo de granjeros y primer hombre en el espacio. Y mientras la Unión Europea sigue sin ayudar en condiciones y está más desunida que nunca, Cuba ahora mismo manda a miles de sus mejores médicos a todo el mundo para ayudar en la batalla contra el virus, en un ejercicio de solidaridad internacionalista ejemplar.
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