EEUU – Corea: ¿Guerra mundial o guerra verbal?
Durante décadas, las fuerzas armadas de los Estados Unidos y de Corea del Sur han llevado a cabo ejercicios militares dos veces al año, que claramente apuntan a amenazar a Corea del Norte y hacer valer el poderío militar estadounidense en los mares Amarillo y Oriental. Durante décadas la respuesta de Corea del Norte ha sido o bien llevar a cabo pruebas y muestras de sus propias capacidades nucleares, o hacer comentarios agresivos sobre las consecuencias de un posible ataque estadounidense. Este año, sin embargo, este delicado acto de equilibrio fue perturbado por Donald Trump quien prometió «fuego y furia como nunca se ha visto en el mundo» si el régimen de Pyongyang hace nuevas amenazas contra los EE.UU. Hasta el día de hoy, el secretario de Estado estadounidense, Rex Tillerson, ha reiterado repetidamente que «todas las cartas» están todavía sobre la mesa cuando se trata de los coreanos.
Para esta administración estadounidense, y los que están al frente, el derecho de emitir amenazas siempre ha sido preservado como un privilegio de los Estados Unidos solamente. Corea del Norte nunca ha invadido ningún otro país ni lanzado bombas nucleares a nadie. Sin embargo, el imperialismo estadounidense tiene un registro oscuro de países invadidos y derrocamiento de regímenes que no siguen sus dictados.
Estados Unidos tiene alrededor de 25.000 soldados estacionados en Corea del Sur, a la cual también dona toneladas de equipo militar cada año. Dos veces al año realiza juegos de guerra que simulan una ofensiva contra Corea del Norte. Si esto no es una muestra de la política agresiva del imperialismo estadounidense, ¿de qué otra manera podría justificarse esto? Sólo hace unos años, George W. Bush se embarcó en las invasiones de Afganistán e Irak, y Corea del Norte estaba en la misma lista del «Eje del Mal» junto con países como Siria y Libia. La única razón por la que Corea del Norte no ha sido atacada por Estados Unidos ha sido su adquisición de capacidades nucleares, que demostró por primera vez en 2006.
La actual guerra de palabras estalló después de meses de tensiones cada vez mayores en las que los medios de comunicación internacionales han mostrado un gran nivel de «preocupación» por un supuesto «peligro de la III Guerra Mundial». Tras una prueba de misiles norcoreana el 4 de abril, el señor Trump ordenó el primer uso de la mayor arma no nuclear de Estados Unidos, conocida como la «Madre de todas las bombas», contra una filial del ISIS en Afganistán.
Esta fue una clara amenaza dirigida a Corea del Norte y a otros Estados que desafían al imperialismo estadounidense, especialmente porque una bomba de este tipo es muy ineficiente contra las fuerzas guerrilleras islámicas. Por lo tanto, no era de extrañar que el régimen estalinista norcoreano respondiera a esta provocación con una nueva prueba de misiles el 15 de abril, dos días después. A esto siguió una avalancha de amenazas cada vez más severas y más «serias» de ambas partes, en las que básicamente garantizaban la completa aniquilación del otro bando, aunque el equilibrio de fuerzas es completamente diferente. No es lo mismo cuando Corea del Norte, una nación pequeña y pobre, hace amenazas contra las agresiones estadounidenses, comparado con las amenazas de Estados Unidos, la potencia militar más poderosa del planeta, con una poderosa base naval y bases militares alrededor de Corea del Norte, así como antecedentes previos de invasión y bombardeos (nucleares) a otros países.
En el período siguiente, Corea del Norte realizó al menos nueve pruebas de misiles, con la primera prueba intercontinental de misiles balísticos (ICBM) el 4 de julio, Día de la Independencia de los Estados Unidos. En teoría, este misil podría llegar a los Estados Unidos, aunque el régimen norcoreano tenía mucho cuidado de realizar las pruebas de una manera que no pudiera interpretarse como una amenaza directa; ya sea directamente a los Estados Unidos o a sus aliados regionales, Corea del Sur y Japón. En su lugar, deciden hacerlos explotar en el mar, en lugares alejados de cualquier víctima potencial.
El régimen de Corea del Norte trató de frenar la escalada y el 14 de agosto, Kim Jong Un anunció una decisión de retrasar indefinidamente un plan, en el que el régimen afirmaba que «sumergiría» el territorio estadounidense de Guam con un bombardeo de misiles. Por ahora, afirmó que va a «observar la loca y estúpida conducta de los yankis», refiriéndose al simulacro militar Ulchi-Freedom Guardian, que comenzó el 21 de agosto. Esta fue, en esencia, una invitación para las negociaciones con los Estados Unidos. Obviamente aliviado, Trump inmediatamente aplaudió la «sabia decisión» en Twitter, pero su administración no ha hecho nada para desacelerar la situación y ha reiterado que «todas las cartas están sobre la mesa». Esta es la razón de la reciente prueba de misiles norcoreanos sobre el espacio aéreo japonés, que desde su punto de vista no sólo demuestra de lo que son capaces, sino que también sigue sacudiendo la confianza de las clases dominantes japonesas y surcoreanas en la capacidad de EE.UU. de eliminarlos.
Por lo tanto, ¿el mundo ha sido realmente empujado al borde de una guerra mundial o nuclear, como fue afirmado por todas partes? No hay razón para creer esto. A pesar de toda la alharaca de Donald Trump, los Estados Unidos tienen muy pocas opciones militares, si es que existen, para tratar con Corea del Norte. De hecho, además de tuitear y tomar posturas en conferencias de prensa, Donald Trump no ha hecho nada que implique que esté dispuesto a atacar Corea del Norte. No se han llevado a cabo despliegues de tropas ni ningún otro tipo de medidas prácticas que se necesitarían en tal situación. En última instancia, Estados Unidos no tiene más opción que llegar a algún tipo de acuerdo con Corea del Norte.
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El declive del Imperialismo estadounidense
Esto revela el estado real del imperialismo estadounidense que se encuentra en una crisis y en un estado de declive relativo. Este es uno de los factores más cruciales en la situación global. Por declive, nos referimos a la creciente dificultad de los Estados Unidos para afirmarse en la escena global. Los casos de Siria, Irak y Afganistán demuestran la incapacidad de los imperialistas estadounidenses de cumplir sus objetivos declarados, o por lo menos de influir decisivamente en los acontecimientos a su favor. Esto se debe, por una parte, al cansancio de la población estadounidense por la guerra y a la profunda crisis que aún cuelga sobre la cabeza de la economía estadounidense. Cualquier nueva guerra importante conduciría inmediatamente a una profunda crisis económica y social.
Una guerra en Corea del Norte, incluso una no nuclear, significaría inmediatamente un devastador ataque de represalia contra Seúl, donde expertos militares estadounidenses creen que por lo menos 100.000 personas, muchas de ellas estadounidenses, serían exterminadas en los primeros días. Además, para desarmar o derribar completamente al régimen norcoreano, sólo podría hacerse con una invasión total. Pero si el imperialismo estadounidense ha sido completamente derrotado en Irak y Afganistán, dos Estados en crisis con un viejo arsenal armamentístico anticuado, un ataque a una Corea del Norte militarmente organizada y con armas nucleares sería mucho peor. Esto sin tener en cuenta siquiera los ataques devastadores que sin duda se ejecutarían sobre suelo de EE.UU. y Japón con los que Corea del Norte respondería, y que es capaz de infligir.
Bajo las actuales condiciones de volatilidad y crisis económicas mundiales, cualquier nueva guerra por parte de Estados Unidos podría llevar a graves convulsiones económicas en todo el mundo. La burguesía de todos los países no quiere esto, y se vuelve doblemente peligroso si Corea del Sur se involucra, ya que es una de las economías orientadas a la exportación más importantes del mundo. Cualquier guerra en la península coreana tendría inmediatas y terribles consecuencias mundiales. Uno sólo debe pensar en empresas como Samsung, Hyundai y LG, tres de las empresas industriales más importantes del mundo, y esto se vuelve ciegamente obvio.
Además, un ataque directo contra Corea del Norte atraería inmediatamente a China y Rusia, quienes verán correctamente la confrontación con Pyongyang como una muestra de fuerza estadounidense dirigida hacia ellos también. Una derrota hipotética para Corea del Norte aumentaría drásticamente la presencia de Estados Unidos en las fronteras terrestres de China y removería a Corea del Norte como un amortiguador militar y político regional entre Estados Unidos y China.
El declive del imperialismo norteamericano no es un proceso unilateral. Como la naturaleza, la política aborrece el vacío y, por lo tanto, la decadencia de este gran poder ha visto un relativo fortalecimiento tanto de Rusia como de China. Esto se observa a nivel mundial, pero especialmente en sus áreas vecinas como Europa oriental y Asia oriental. Lo mismo se aplica a toda una serie de potencias en ascenso a un nivel más regional, como Irán e India. Incluso la Unión Europea parece ahora avanzar hacia una posición más independiente, más «responsable», que no siempre está alineada con la de Estados Unidos.
Un objetivo clave del imperialismo estadounidense en estas condiciones es mantener a Rusia y China en jaque. Con este fin, actualmente están desplegando un sistema Terminal de Defensa de Área a Gran Altitud (THAAD) en Corea del Sur. Esto se justifica por la «amenaza» de Corea del Norte, pero es obvio que el propósito del sistema es rastrear misiles lanzados desde China y Rusia. El despliegue de este sistema fue anunciado por primera vez por el Pentágono en mayo de 2014, y comenzó en serio en marzo y abril de 2017.
Donald Trump llegó al poder culpando a Barack Obama por ser débil, en particular en política exterior. Prometió «hacer nuevamente grande a los Estados Unidos». Por eso ha estado «elevando la voz» y haciendo amenazas. El conflicto con Corea del Norte es una forma de abordar lo que él creía que Obama era incapaz de hacer; es decir, reafirmar la dominación estadounidense en Asia oriental y sudoriental. Se suponía que debía demostrar a los aliados de Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, que Estados Unidos sigue siendo un poder en el que se puede confiar, en particular contra la creciente influencia china. Pero lejos de afirmar la supremacía de Estados Unidos en el este de Asia, las huecas amenazas de Trump sólo han servido para exponer la impotencia estadounidense y el relativo declive del imperialismo estadounidense.
Estados Unidos no tiene opciones militares que perseguir en relación a Corea del Norte. En cambio, está tratando de derribar al régimen mediante la presión económica, imponiendo sanciones. En caso de un colapso económico del régimen, esperan poder trasladar sus tropas directamente a la frontera china. Simultáneamente, otros «Estados canallas» como Irán serían advertidos de que ni siquiera las armas nucleares pueden protegerlos de la ira de Estados Unidos.
El régimen estalinista de Corea del Norte
De hecho, el régimen estalinista de Corea del Norte tiene sus propias razones para oponerse a cualquier perspectiva de guerra. Fue creado después de la Segunda Guerra Mundial, después de la liberación de Corea de la ocupación imperialista japonesa; bajo la dirección de Kim Il Sung, un combatiente anti-japonés de la guerrilla y abuelo de Kim Jong Un. La «República Popular Democrática de Corea» (RPDC) fue proclamada en 1948. Al igual que China o los Estados obreros deformados en Europa Oriental, comenzó donde la Unión Soviética había terminado: como una dictadura militar-policial cuya única característica revolucionaria fue la introducción de una economía nacionalizada y planificada.
Después de que la RPDC fuera establecida, se produjo en la península una guerra subsidiaria muy sangrienta, en la que los EE.UU. esencialmente luchó contra la URSS y China sobre el control de Corea. El imperialismo estadounidense instaló su propia dictadura militar en la mitad meridional, encabezada por el fanático anticomunista Syngman Rhi, que masacró a decenas de miles de activistas de izquierda y ahogó en sangre un levantamiento masivo contra su régimen títere. De esta manera, Estados Unidos creó un puesto militar permanente en la frontera con China.
Durante la Guerra de Corea, Estados Unidos lanzó más bombas de las que había utilizado durante toda la campaña del Pacífico en la Segunda Guerra Mundial. Casi todos los edificios sustanciales en Corea del Norte fueron destruidos y alrededor del veinte por ciento de la población entera de Corea fue víctima de las campañas de bombardeos y tiroteos masivos indiscriminados de civiles hasta que se declaró una tregua en 1953. Los ejercicios militares conjuntos comenzaron en el mismo año, de hecho, la guerra todavía está técnicamente en curso. Estos ejercicios militares son un legado directo de esta excepcionalmente horrible y brutal guerra de exterminio masivo. El régimen norcoreano hace todo lo posible para recordar a sus súbditos esto, mientras que el régimen y los medios estadounidenses hacen todo lo posible para ignorarlo.
Hoy, el régimen es un monumento al potencial ilimitado del estalinismo para la barbarie. El culto a la personalidad en torno a la familia Kim es tan fanático como el más celoso de las sectas religiosas. No hay signos de ningún tipo de oposición política en el país, cuyos ciudadanos están sujetos a constantes bombardeos de la más intensa propaganda ultranacionalista. Sus ciudadanos son continuamente intimidados por ejecuciones públicas, enormes campos de trabajo y pretensiones permanentes sobre la inminente reanudación del conflicto armado con Estados Unidos.
Después de la caída de la URSS en 1991, el país, que hasta entonces disfrutaba de un nivel de vida superior al de Corea del Sur, fue arrojado a la miseria. En 1995, estalló la hambruna, en la que cerca de un millón de personas cayeron víctimas. El régimen se enfrentaba a una situación peligrosa y reaccionaba intensificando su propaganda totalitaria, elevando a Kim Jong Il y a su padre al nivel de los dioses seculares, y militarizando a toda la sociedad. Sin ningún tipo de confort material para ofrecer a su población hambrienta, el régimen basó su legitimidad exclusivamente en su tradición y narrativa antiimperialistas.
La hambruna en Corea del Norte terminó hace mucho tiempo, y el país ha estado experimentando un crecimiento económico bastante decente durante la última década. Pero la casta burocrática estalinista en Corea del Norte sigue estando motivada, casi exclusivamente, por la auto preservación. El desarrollo de sus capacidades de misiles nucleares sirve a este objetivo de dos maneras: primero, no importa lo rabioso que los imperialistas estadounidenses afirmen ser, ello objetivamente los disuade de la guerra, y por lo tanto de su rabia. Menos guerra significa más estabilidad, y menos probabilidad de que Kim acabe ejecutado como Muammar Gaddafi o Saddam Hussein. En segundo lugar, las agresiones de Estados Unidos y sus maniobras «defensivas» como la construcción del THAAD y la realización de ejercicios militares, a su vez, permite a Kim Jong-Un y su séquito burocrático presentarse internamente como la dirección estable y necesaria en un mundo justo, encarnando la lucha antiimperialista como la única fuerza que protegerá a la población coreana de la reanudación de la Guerra de Corea.
¡Manos fuera de Corea!
Ni la subsistencia ni la libertad política de los trabajadores de Corea del Norte -o en cualquier otro lugar, lo que es más, de hecho- serán mejoradas por las acciones del imperialismo estadounidense. No debe haber ilusiones sobre esto, y basta con mirar los resultados de todas las intervenciones imperialistas estadounidenses en Afganistán, Irak, Libia, Yemen y Siria para entender esto. El único camino a seguir para ambos lados de la península es una revolución proletaria combinada, en la que la clase obrera coreana aplaste los regímenes que los oprimen a ambos lados de la frontera, derribando a la vez a la burguesía y a la burocracia estalinista. Con la expropiación de los gigantescos monopolios capitalistas en el Sur y su puesta bajo el control de los trabajadores, y con la democratización de la economía planificada en el Norte, la clase obrera coreana sólo puede lograr la tarea de la reunificación nacional por medio de la revolución.
El gran líder socialista alemán Karl Liebknecht proclamó una vez en relación con la Primera Guerra Mundial: «¡El enemigo principal está en casa!» Esta fórmula, que Lenin llamó «derrotismo revolucionario», establece las tareas de los socialistas en los países imperialistas como los Estados Unidos. Significa que la lucha contra la guerra comienza en casa, es decir, que la clase obrera debe siempre priorizar la lucha contra sus «propios» imperialistas y tratar de frustrar sus planes expansionistas.
La lucha contra el imperialismo estadounidense en Corea y la lucha contra el capitalismo y el estalinismo por una Corea unificada y socialista no pueden ser vistas aisladamente unas de otras, sino que deben ser entendidas como interdependientes. La clase obrera y el movimiento obrero en Corea y los Estados Unidos deben luchar juntos por la retirada de todo el imperialismo estadounidense del conjunto de la península coreana.
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