EEUU: Divide y vencerás – Los intereses de clase tras la oleada de legislación transfóbica

En los cuatro primeros meses de este año se han presentado en el país 541 proyectos de ley contra las personas trans, 23 de ellos a nivel federal, y más de 70 ya se han convertido en ley. Se trata de un aumento significativo de la legislación transfóbica con respecto a hace tan sólo un año, cuando se presentaron 174 proyectos de este tipo, de los cuales 26 se convirtieron en leyes.

La mayoría de estos proyectos draconianos consisten en restricciones arbitrarias de los derechos de los transexuales, y en particular de los jóvenes transexuales. Limitan el acceso a la atención sanitaria y a los servicios de reafirmación de género, prohíben a las personas trans participar en deportes y les impiden utilizar el baño del género con el que se identifican. Estos proyectos de ley han ido acompañados de una campaña de alarmismo en la prensa de derechas, que demoniza a las personas trans y las presenta como depredadores peligrosos.

El momento elegido para este frenesí transfóbico –que se ha intensificado en las asambleas legislativas y en los medios de comunicación justo cuando una nueva recesión económica amenaza con desestabilizar el país– no es casual. La clase dirigente se esfuerza por contener una crisis bancaria y una inflación descontrolada, y se prepara para un «aterrizaje forzoso» en lo que podría ser una grave recesión. Una encuesta reciente reveló que el 72% de los hogares que ganan menos de 100.000 dólares ya tienen dificultades para mantenerse al día con el coste de la vida. Al compás de la creciente miseria de la sociedad, los políticos de la clase dominante se enfrentan al imperativo desesperado de encontrar chivos expiatorios para desviar el creciente descontento social hacia canales reaccionarios.

Por eso, en los últimos años, los políticos burgueses han redoblado sus esfuerzos para avivar los temores de la «guerra cultural». El creciente discurso sobre una peligrosa «invasión de inmigrantes» para avivar los temores racistas y el sentimiento antiinmigración sirve al mismo propósito. Ambos son una respuesta directa a los intereses inmediatos de una clase que gobierna un sistema en crisis.

Cálculos políticos baratos – con consecuencias reaccionarias

Además de fomentar los prejuicios y enfrentar a la clase trabajadora en torno a líneas de identidad y «cultura», ambos partidos de la clase dominante consideran la fiebre transfóbica un factor clave en sus cálculos electorales a corto plazo.

La derecha cristiana evangélica ha sido un segmento codiciado de la base de votantes Republicanos desde el final de la era de los Derechos Civiles, cuando el apoyo abierto al racismo de Jim Crow de los años 60 dejó de ser una táctica viable para movilizar a los votantes. A través de una cruzada reaccionaria tras otra, el Comité Nacional del Partido Republicano (GOP) ha cortejado a esta base, encontrando nuevas formas de llevar a los votantes prejuiciosos a las urnas, mientras pisoteaba los derechos básicos de un grupo oprimido tras otro.

Tras el fin de la segregación legal, el derecho al aborto se convirtió en el punto de mira, que hoy ha vuelto a resurgir. Después, fueron las homófobas «leyes de sodomía», que penalizaron las relaciones entre personas del mismo sexo hasta 2003, cuando el Tribunal Supremo anuló la última de estas leyes en el caso Lawrence contra Texas. Después, el matrimonio entre personas del mismo sexo se convirtió en el campo de batalla, hasta que también fue reconocido federalmente en 2015 en Obergefell contra Hodges. La nueva ola de transfobia no es más que el último eslabón de la reaccionaria cadena de polarización en torno al género y la sexualidad.

Aunque la religión está claramente en declive en Estados Unidos como segmento del electorado –solo el 47% de los estadounidenses pertenece a una iglesia, frente al 70% en 1999–, los votantes religiosos son un objetivo clave de las campañas electorales burguesas. En 2020, entre el 76% y el 81% de los cristianos evangélicos votaron a Trump, según dos encuestas divulgadas por Gallup. Pew Research señala que el 90% de los Republicanos son religiosos, el 73% dice estar «absolutamente seguro» de su creencia en dios y el 62% afirma rezar a diario. Incluso entre los Demócratas, el 83% afirma tener creencias religiosas, aunque sólo el 47% las considera «muy importantes» en su vida. De este modo, prejuicios centenarios y supersticiones ancestrales se abren paso en los esquemas electorales burgueses del siglo XXI.

Los legisladores Republicanos, que ven en la lucha transfóbica una forma barata de ganarse una base fiable entre un segmento atrasado de votantes, se han lanzado a la carrera para unirse a la embestida. Pero la moneda de la «guerra cultural» tiene dos caras cínicas. Mientras un partido capitalista dirige el ataque, los políticos del otro lado del pasillo se frotan las manos codiciosamente con cálculos propios.

Esto quedó claramente demostrado en las elecciones legislativas del año pasado. Los analistas liberales celebraron la derogación de Roe contra Wade (derecho al aborto) por el Tribunal Supremo como una medida oportuna que atrajo a más votantes Demócratas a las urnas. Hasta el día de hoy, el New York Times alaba las medidas electorales a nivel estatal sobre el derecho al aborto como una iniciativa que puede «dinamizar la participación de los votantes Demócratas en 2024» y que puede incluso «generar suficiente participación Demócrata para ayudar al presidente Biden a ganar» importantes Estados indecisos. No importa que el partido de Biden nunca haya tomado ninguna medida seria para defender, y mucho menos legalizar, el acceso universal al aborto en Estados Unidos.

Para los Demócratas, el útil fantasma del «mal mayor» es un bienvenido elemento para cubrir sus campañas. Sus cálculos simplemente van al revés, apostando a que su palabrería pro-LGBTQ ayudará a sus posibilidades en 2024, mientras que en la práctica no hacen absolutamente nada para defender los derechos o las condiciones de vida de las personas trans. Como principal partido de Wall Street –el representante político más fiable de la clase dominante estadounidense– los Demócratas intentan poner un barniz «progresista» a sus políticas reaccionarias. Son los enemigos de los trabajadores, pero para ellos, la «guerra cultural» es una oportunidad para desviar la atención de su embestida antiobrera. Su enfoque es idéntico a las campañas de marketing de las empresas cuyos beneficios se basan en la brutal explotación de millones de trabajadores, pero que utilizan logotipos arco iris para mostrar sus credenciales progresistas durante el mes del Orgullo sin ninguna intención, más allá de vender un producto.

Asimismo, ante la proximidad de la próxima campaña presidencial de Biden, la Casa Blanca decidió proclamar un «Día oficial de la visibilidad transgénero» a finales de marzo. En una mezcla de patriotismo y sentimentalismo liberal, declaró que «los estadounidenses transgénero conforman el alma de nuestra nación» y pidió a los estadounidenses que se aseguraran de que «todos los niños sepan que están hechos a imagen de Dios, que son amados», terminando con un llamamiento «a unirse a nosotros para elevar las vidas y las voces de las personas transgénero en toda nuestra nación».

Este lenguaje florido es tan vacío como divorciado de la realidad de la lucha trans en condiciones capitalistas de miseria. El propio sistema que Biden y los dos partidos gobernantes representan es la fuente de la horrible opresión que hace cada vez más imposible la vida de las personas trans en todo el país.

La vida bajo el capitalismo

Al igual que con todas las formas de opresión bajo el capitalismo, es en las condiciones materiales de vida donde la desigualdad trans se destaca en claro relieve. Un estudio de la UCLA de 2020 reveló que el 35% de las personas trans vivían en la pobreza. Según datos del censo de 2021, los adultos trans tienen tres veces más probabilidades de pasar hambre. Más de una cuarta parte de los hogares trans experimentan inseguridad alimentaria, y el 36% de las personas trans de color informaron no tener suficiente para comer. Un estudio más pequeño de 2019 realizado por la Universidad de Tennessee en 12 Estados del sudeste encontró que el 79% de las personas trans y no conformes con su género informaron inseguridad alimentaria.

Las personas trans tienen casi seis veces más probabilidades que el resto de la población de experimentar la falta de vivienda en algún momento de sus vidas: el 8% de los adultos trans, en comparación con el 1,4% de la población general. Muchos jóvenes trans se encuentran en la calle como consecuencia de los prejuicios de los hogares conservadores. La encuesta US Transgender Survey (USTS) de 2015, el mayor estudio de este tipo realizado hasta la fecha, encuestó a 28.000 personas trans de todo Estados Unidos y descubrió que el 18% afirmaba tener familias que no les apoyaban.

Según datos de los CDC, los estudiantes trans de secundaria tienen nueve veces más probabilidades de no tener hogar que sus compañeros. Entre los jóvenes de K-12 que habían salido del armario o se consideraban trans, el 77% declararon haber sufrido algún tipo de maltrato; el 54% declararon haber sufrido acoso verbal, el 24% habían sido agredidos físicamente y el 17% declararon haber abandonado la escuela debido al maltrato.

Las tasas más elevadas de personas sin hogar también se derivan directamente de la mayor precariedad y discriminación de los trabajadores trans en el trabajo. Uno de cada cuatro trabajadores trans ha perdido su empleo debido a su identidad de género. Más de tres cuartas partes (77%) declararon haber tomado medidas como retrasar su transición, ocultar su identidad de género o renunciar a su trabajo para evitar el maltrato o la discriminación por parte de su empleador.

El estudio del USTS reveló que el 68% de las personas trans no había podido cambiar ninguno de sus documentos oficiales –permiso de conducir, pasaporte, certificados– para reflejar su identidad de género. Hacerlo puede ser un proceso caro, largo e incómodo, y algunos Estados incluso exigen una prueba de cirugía para cambiar los registros. Tener un documento de identidad y unos papeles que no coinciden con el nombre, la identidad o la apariencia de uno puede, a su vez, crear problemas a la hora de solicitar trabajo o servicios públicos.

En un país en el que 112 millones de personas tienen dificultades para costearse la atención sanitaria, las personas trans se ven especialmente perjudicadas por el hecho de que los monopolios de seguros consideran que la atención para la afirmación de género no es esencial, lo que obliga a muchas a pagar de su bolsillo costosos tratamientos y procedimientos. Aunque no todas las personas trans quieren o necesitan modificar su cuerpo para vivir de acuerdo con su identidad, muchos de las que quieren hacer la transición simplemente no pueden permitírselo.

Todas estas dificultades materiales, junto con la prevalencia de grandes y pequeñas manifestaciones de discriminación, intimidación, prejuicios y acoso, bastarían para lastrar la salud mental de cualquiera. Las personas trans tienen seis veces más probabilidades de sufrir depresión y trastornos de ansiedad, y nueve veces más probabilidades que la población general de intentar suicidarse. En algún momento de su vida, el 40% de las personas trans ha intentado poner fin a su vida, y la mayoría de las que tienen familias que no las apoyan, el 54%, declararon haberlo intentado.

¡Sólo la clase trabajadora unida puede acabar con la opresión!

Estas estadísticas ofrecen una pequeña visión de las dificultades a las que se enfrentan las personas trans, una tortuosa realidad que va mucho más allá del cínico juego de la «guerra cultural» al que juegan Republicanos y Demócratas. Ambos partidos son responsables de los ataques a los medios de vida de las personas trans. Los gestos simbólicos de los políticos «progresistas» que prometen «respeto» y «visibilidad» no proporcionarán una vivienda estable, asistencia sanitaria o empleos fiables con salarios decentes y protecciones en el lugar de trabajo. Las condiciones de la opresión de las personas trans exigen una lucha de masas contra la explotación capitalista, y no la propagación de frases liberales y el «lavado rosa» corporativo.

Por sí solas, las personas trans representan una pequeña parte de la población. Las últimas investigaciones sugieren que entre el 0,5 y el 0,6% de los adultos y entre el 1,4 y el 2% de los jóvenes, o alrededor de 1,6 millones de personas en Estados Unidos, se identifican como transexuales. Estas cifras demuestran por qué la solidaridad de clase es clave para luchar contra la opresión trans. Consideradas como un segmento aislado, las personas trans constituyen una pequeña minoría. Pero como parte del proletariado, los trabajadores trans se cuentan entre las filas de una inmensa fuerza social con poder para transformar la sociedad. La fuerza de la clase obrera proviene de dos fuentes: su papel fundamental en la generación de toda la riqueza –y, por tanto, de todos los beneficios capitalistas– y su superioridad numérica como abrumadora mayoría de la población.

Como muestran los datos anteriores, la inmensa mayoría de las personas trans son trabajadores que luchan por llegar a fin de mes, al igual que decenas de millones de personas más. Aunque existe un número minúsculo de «élites» transgénero adineradas, en general, la lucha trans es una lucha por la supervivencia contra la brutalidad de la vida bajo el capitalismo. La lucha de los trabajadores trans por las reivindicaciones básicas de salud, vivienda, empleo y estabilidad es la clave para unirse a la creciente marea de la lucha de clases. La lucha contra la opresión transfóbica sólo puede adquirir un carácter de masas si adquiere un carácter de clase.

Una de las cifras más optimistas de la investigación del USTS fue que la mayoría de las personas trans encontraban apoyo de sus compañeros en el lugar de trabajo. El 68% de los trabajadores trans afirmaron que sus compañeros de trabajo les apoyaban, mientras que sólo el 3% declaró tener compañeros que no les apoyaban, y otro 29% manifestó una actitud indiferente por parte de sus compañeros. El respeto mutuo entre trabajadores de todos los orígenes e identidades puede surgir orgánicamente de la experiencia diaria de trabajar codo con codo. Es en la experiencia de la lucha colectiva donde se forja la verdadera solidaridad de clase.

La sociedad de clases ha producido muchos horrores a lo largo de la historia. Aunque los individuos experimentan la opresión de diferentes maneras, la clave para acabar con ella es la lucha colectiva, como clase. La lucha contra la transfobia, al igual que la lucha contra el racismo y el sexismo, sólo puede avanzar mediante la organización independiente de la clase trabajadora, unida por el lema «¡Un ataque contra uno es un ataque contra todos!»

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