El Acuerdo de Viernes Santo: un cuarto de siglo de esperanzas frustradas
Hace 25 años, el 10 de abril de 1998, se firmó el Acuerdo de Viernes Santo (GFA, por sus siglas en inglés). Se anunció nada menos que como el comienzo de una nueva época para el norte de Irlanda. El pacto, firmado por los gobiernos británico e irlandés, junto con sus arquitectos estadounidenses, embriagó de «éxito» a sus signatarios. ¡Se había hecho ‘historia’!
Al día siguiente de su firma, el portavoz de la sociedad burguesa irlandesa, The Irish Times, lo expresó en términos muy claros:
“Si los iconos históricos heredados fueron los rebeldes de 1916 […] los de los tiempos venideros serán los pacificadores que enterraron la disputa de 400 años dentro de las cabañas grises prefabricadas de los edificios del castillo de Stormont”.
¡Finalmente! Después de unos largos y oscuros 400 años, todo se ha solucionado para Irlanda. Y, sin embargo, la historia ha sido cruel con nuestros ‘iconos históricos’ modernos que ‘sepultaron la disputa de 400 años’. El ‘nuevo’ primer ministro laborista Tony Blair ha entrado en los libros de historia como un criminal de guerra, y el Taoiseach (primer ministro irlandés) del Fianna Fáil, Bertie Ahern, como el cabecilla principal de la guarida de ladrones corruptos que fue su gobierno. ¿Alguien ha puesto carteles de estos iconos en su pared, justo al lado de James Connolly?
Hoy en día, es difícil creer que tales palabras hayan sido pronunciadas alguna vez por alguien que viva en este planeta. Veinticinco años después, apenas queda en pie ninguna de las promesas del GFA.
Promesas en el aire
Los tan cacareados ‘dividendos de la paz’ no resaltan en las comunidades obreras de los Seis Condados del norte de Irlanda.
En todo caso, debido a la crisis terminal del capitalismo británico, ahora son más pobres que nunca. El norte es una de las áreas más desfavorecidas del norte de Europa, con tasas persistentemente altas de personas ‘económicamente inactivas’ y servicios despojados hasta la médula.
El poco dinero que ha entrado en la región ha ido directamente a los bolsillos de los terratenientes, empresarios y capas altas de la clase media. El sistema de salud y la industria han sido desmantelados, las tasas de desempleo son altas. El gasto por alumno en educación en el norte de Irlanda es casi un 20 por ciento más bajo que en Inglaterra, con recortes masivos en la agenda de este año. El 10 por ciento de los jóvenes abandona la escuela sin calificaciones. Se puede ver la diferencia entre cualquier barrio de trabajadores en Belfast y el centro de la ciudad ‘revitalizado’ con su selección de buenos restaurantes y hoteles de lujo: es tan austero como parece. Como dijo recientemente un comentarista en el Financial Times, «está a una milla de distancia, pero bien podría ser un planeta diferente».
Y sin duda, el planeta de los trabajadores se ha dejado en el mismo estado en que se encontraba en 1998.
Stormont
Pero quizás la ilustración más clara de los fracasos del GFA es el circo de sus instituciones políticas: la Asamblea de Stormont, el parlamento del Norte de Irlanda, ha estado sumido en escándalos y constantemente paralizado, cerrado durante casi la mitad de su existencia desde 1998.
Incluso en sus ‘mejores’ días, esta Asamblea legislativa ha demostrado ser poco más que un consejo local glorificado, con el único trabajo de administrar el gobierno de Westminster en el norte. Es ‘gobierno directo’ con un intermediario.
Las diferentes coaliciones unionistas-nacionalistas en el poder han llevado a cabo las medidas de austeridad más duras contempladas en los presupuestos asignados por los conservadores. Se han destruido servicios y prestaciones de asistencia social como la reciente eliminación criminal de las ayudas para alimentos para niños muy necesitados, solo unos días antes de Pascua.
Para colmo, aunque de boquilla habla de las maravillas del GFA, el gobierno de Rishi Sunak lanzó la semana pasada una amenaza no tan velada de volver a imponer el gobierno directo desde Londres, si Stormont no logra enderezarse pronto (tras más de un año sin gobierno efectivo por la negativa de los unionistas a permanecer en minoría en una Asamblea dominada hoy por los republicanos católicos). Esto equivaldría a descartar efectivamente el GFA y admitir el fracaso de todo el proyecto.
No es de extrañar. Según una encuesta realizada el año pasado, casi tres de cada cuatro personas se han desilusionado con la Asamblea. La crisis de Stormont no es más que un reflejo de la crisis del capitalismo en general y de las heridas que dejó la partición de la isla, que el GFA esperaba ocultar con una tirita adhesiva, pero siguen vivas décadas después.
Sectarismo
El sectarismo, por supuesto, no ha desaparecido. De hecho, todo lo que hizo el GFA fue codificarlo en la configuración política de la región, obligando a los partidos a identificarse como ‘nacionalistas’ y ‘unionistas’ para luego reunir a todos los partidos en una gran coalición obligatoria.
En términos de estadísticas brutas, poco ha cambiado desde 1998. Un sorprendente 93 por ciento de los niños todavía asiste a escuelas segregadas. El 83 por ciento de las personas se desplaza estrictamente dentro de la misma comunidad. La abrumadora mayoría aún decide dónde comprar basándose no en la mejor oferta, sino en criterios ‘geográficos’ sectarios.
En 2005, unas 1.400 personas se vieron obligadas a mudarse de casa como consecuencia de la intimidación sectaria. El año pasado, sin ir más lejos, una pareja se vio obligada a abandonar su casa en el este de Belfast después de sufrir un ataque sectario (la mujer fue golpeada en la cabeza con una señal de tráfico). Hace solo unos días, tres adolescentes fueron brutalmente atacados en el centro de la ciudad de Belfast por dos hombres de mediana edad por identificarse como católicos. Una escuela primaria fue amenazada con una bomba incendiaria por planear organizar un evento de prueba de la GAA (Asociación Atlética Gaélica). Estos son solo algunos de los episodios que son noticia. Y cada julio, las hogueras de la Undécima Noche de los unionistas protestantes con fogatas donde se queman la bandera tricolor irlandesa y declaraciones racistas se elevan cada vez más alto.
Mientras que el IRA Provisional pidió un alto el fuego en 1994 y abandonó las armas en 2005, los grupos paramilitares lealistas nunca correspondieron el gesto. Su dominio absoluto sobre muchas comunidades, arruinando los barrios con el tráfico de drogas y otros comportamientos antisociales, es en muchos casos más fuerte que nunca, como demuestra la reciente disputa armada que estalló entre facciones lealistas en Newtownards.
Se estima que 12.500 personas todavía están organizadas en los diversos grupos paramilitares lealistas. Para poner la cifra en perspectiva, ¡el ejército de la República de Irlanda tiene solo 8.000 miembros!
El GFA fue ratificado por referéndum por una gran mayoría del electorado, que deseaba fervientemente el fin de la violencia. Pero las promesas hechas por los políticos de que este Acuerdo acabaría con la violencia sectaria han terminado en una amarga decepción. El sectarismo, venenoso legado de la vieja política británica de divide y vencerás, aún se alimenta de la ira y la desesperación en las comunidades obreras deprimidas; los demagogos lo distorsionan hasta quedar irreconocible y los políticos unionistas la complacen para apuntalar sus carreras. El sectarismo, además, se alimenta de la crisis creciente del capitalismo británico y flota como una Espada de Damocles sobre la región, capaz de estallar con resultados desastrosos.
¿Qué camino seguir?
Aunque la situación aquí descrita parece bastante sombría, la realidad es que la mayoría de las personas, junto con la abrumadora mayoría de los jóvenes, están hartos del statu quo hostil, con su pobreza, violencia y división sectaria.
La gran mayoría simplemente quiere tener una existencia pacífica y digna. Una en la que se pueda solicitar un trabajo sin preocuparse de que la escuela que figura en su currículum revele su religión y arruine sus posibilidades. Una donde todos tengan, de hecho, garantizado un trabajo. Una en la que puedas practicar cualquier deporte que te guste sin correr el riesgo de que te den una brutal paliza por ello.
Con este sentimiento jugaron cínicamente los políticos irlandeses, estadounidenses y especialmente británicos hace 25 años.
Después de haber creado el monstruo del sectarismo en primer lugar, y haber fomentado la intolerancia, los pogromos y haber empujado a la región una y otra vez al conflicto para defender sus cínicos intereses, ¡tuvieron el descaro de presentarse como salvadores amantes de la paz!
En el referéndum de hace 25 años, el GFA fue abrumadoramente bienvenido, como es natural. Teniendo que elegir entre el statu quo y el statu quo con la promesa de menos violencia, ¿quién optaría por lo primero?
Después de todo, casi tres décadas de lucha armada del IRA no lograron mover a los británicos ni un solo centímetro, ni obtuvieron una sola concesión del Westminster. De hecho, el GFA es casi una copia al carbón del acuerdo de Sunningdale, puesto por primera vez sobre la mesa 25 años antes. Su firma fue una admisión por parte del Sinn Féin y los líderes de los Provos (IRA provisional) de que no podían ganar solo con las armas. Al mismo tiempo, fue una admisión por parte de la clase dominante británica de que no podían aplastar el espíritu de lucha de la comunidad nacionalista católica, y que tendrían que incorporar a una parte de la dirección republicana en sus maquinaciones políticas para conseguir un consentimiento.
El GFA representó la institucionalización de este estancamiento en la estructura política del Norte. Por supuesto, no resolvió los problemas subyacentes, ni fue diseñado para hacerlo.
Fue por este motivo por el que los marxistas rechazaron el GFA en su momento. Y creemos que veinticinco años han dado la razón a los marxistas.
La presencia del Sinn Féin en Stormont tampoco ha inducido al imperialismo británico a moverse un solo centímetro. La configuración existente mantiene el veto unionista de la legislación. Los arreglos constitucionales del GFA garantizan al Sinn Féin, “el derecho a buscar cambios constitucionales por medios pacíficos y legítimos”, pero Westminster se reserva totalmente el derecho a efectuar cambios constitucionales. A pesar de que Sinn Féin es el partido más votado del Norte y del Sur, sobre la base del reformismo, una Irlanda Unida parece más lejana que nunca.
Necesitamos volver a las ideas del gran revolucionario marxista James Connolly. La división sectaria puede ser enterrada de una vez por todas sólo sobre la base de la lucha de clases. La unidad solo se puede forjar en la acción, luchando contra el obstáculo común de todos los trabajadores del norte, del sur, del otro lado del mar de Irlanda y de todo el mundo: la clase capitalista.
La república por la que luchó Connolly es la República de los Trabajadores, en la que los medios para producir bienes y servicios, y la tierra, sean propiedad y estén gestionados democráticamente por la clase trabajadora.
La tarea que tenemos por delante es la de derrocar al capitalismo y luchar por una Irlanda Unida Socialista y por la revolución mundial. Solo así podremos conseguir una existencia digna para todos los trabajadores y jóvenes que viven en Irlanda.
Los marxistas irlandeses están luchando por este objetivo bajo la bandera revolucionaria de James Connolly. ¡Únete a nosotros en esta lucha!
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