El incremento del trabajo infantil: un síntoma de la enfermedad capitalista
Un reciente informe de UNICEF revela que 160 millones de niños -uno de cada diez en todo el mundo- realizan trabajos considerados mental, física, social y moralmente perjudiciales. Esto incluye trabajos altamente peligrosos como la minería submarina, el levantamiento de objetos pesados, el manejo de máquinas peligrosas en fábricas, así como el uso de productos químicos tóxicos en la agricultura. Todas estas tareas son realizadas por niños de apenas 5 años.
De ellos, 79 millones realizan regularmente trabajos que suponen un peligro inmediato para su salud física, mental o su vida. La UNICEF calcula incluso que hay millones de niños que siguen en situación de esclavitud.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 22 mil niños mueren cada año mientras trabajan, una media de 60 niños cada día.
Entre 2016 y 2020 -por primera vez en 20 años- ha aumentado el número de niños trabajadores en todo el mundo. Con el sistema capitalista mundial en su periodo de declive senil, son cada vez más las capas más débiles y vulnerables de la sociedad las que se ven obligadas a soportar la mayor parte de la carga.
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Los niños más pobres son los que más sufren
La OIT calcula que un aumento del uno por ciento de la pobreza en un país provoca un incremento de al menos el 0,7% en las tasas de trabajo infantil. El grueso del trabajo infantil se concentra en los países más pobres.
En los países de bajos ingresos, más de uno de cada cuatro niños trabaja. Sólo en el África subsahariana -donde más del 40% de la población sigue viviendo en la extrema pobreza- se da la mayor parte de los casos mundiales, con 87 millones de niños trabajando. Esta grave situación se agrava en las zonas rurales pobres, donde se encuentra el 70% de los niños que trabajan.
Lo más terrible de las cifras comunicadas por UNICEF es que sólo cubren el periodo hasta principios de 2020. No es ningún secreto que el COVID-19 ha golpeado con más fuerza a los más pobres. Sólo en 2020, otros 142 millones de niños se verán empujados por el umbral de la pobreza.
El aumento de la pobreza, el cierre de escuelas y el incremento de la inseguridad alimentaria harán que millones de niños se vean obligados a trabajar en los próximos años. UNICEF estima que estamos en camino de ver un aumento de 40 millones de niños trabajando para finales de 2022.
En São Paulo, por ejemplo, el trabajo infantil aumentó un 26% entre mayo y julio de 2020. El número de menores de quince años que trabajan en las minas de diamantes aumentó un 50 por ciento en la República Centroafricana.
En Ecuador, un tercio más de niños trabajan desde el inicio de la pandemia. Una investigación descubrió que el número de niños que trabajan en el negocio del cacao en Costa de Marfil aumentó en más de una cuarta parte.
Sin ninguna protección legal o laboral, estos niños acaban trabajando hasta 16 horas al día, siete días a la semana. Algunos son golpeados sistemáticamente o sometidos a abusos sexuales. Algunos son vendidos como esclavos para pagar las deudas de sus padres. E incluso los que escapan de los escenarios más brutales llegan a sufrir graves problemas de salud mental durante el resto de sus vidas.
El trabajo infantil también compromete las oportunidades de estos niños de obtener una educación decente, lo que agrava su terrible situación. Los niños trabajadores están condenados a un futuro de extrema pobreza y miseria, lo que a su vez allana el camino para una mayor explotación infantil.
La culpa es del imperialismo
Lo que está ocurriendo no es sólo una tragedia, es un crimen horrendo cometido contra los niños más vulnerables del mundo. El principal culpable de este crimen es el imperialismo, y la clase dirigente de los países imperialistas.
Para empezar, el 10% del trabajo infantil está directamente implicado en la producción de mercancías destinadas a la exportación a los países más ricos a través de los monopolios imperialistas. Pero esto es sólo una parte de la ecuación.
El 75% de los niños que trabajan lo hacen en el negocio o la granja familiar. En la inmensa mayoría de los casos, estos niños y sus familias tienen muy pocas opciones. Como consecuencia de la pobreza extrema, todos los miembros disponibles del hogar tienen que trabajar para subsistir, pues de lo contrario toda la familia se muere de hambre.
El número de familias condenadas a la pobreza extrema se ha disparado en los últimos años. Los habitantes de los países subsaharianos, por ejemplo, han visto disminuir su PIB per cápita en un 20% desde 2014.
Estos países están sometidos a una enorme presión del mercado mundial, con multinacionales y monopolios imperialistas fuertemente subvencionados que saquean los recursos, dominan las industrias críticas y dejan un reguero de destrucción y miseria a su paso.
Por ejemplo, en el Océano Índico, los científicos han advertido que las poblaciones de peces podrían colapsar ya en 2024 si no se reduce la pesca industrial. Sin embargo, las industrias pesqueras europeas bloquean repetidamente los acuerdos para reducir sus capturas.
Para las comunidades costeras que dependen de la pesca artesanal, esto significa la ruina total. Los minúsculos barcos de pesca tienen que recorrer ahora cientos de kilómetros en alta mar para obtener una captura menor, que luego venden a un precio inferior.
Y la clase dirigente parasitaria de países como la India está agravando este proceso, al limitar los territorios de pesca para las pequeñas operaciones locales, mientras facilita a las multinacionales la explotación de sus propias aguas. Líderes reaccionarios como Modi se postran así ante el capital extranjero a costa de los pobres de su propio país.
En la agricultura, los precios de mercado abusivos se imponen sistemáticamente a las granjas familiares, que tienen muy poco poder de negociación (si es que tienen alguno). Las empresas imperialistas son también responsables de la inmensa mayoría de la destrucción del medio ambiente en estos países.
El resultado es la destrucción de las tierras cultivables, la aparición más frecuente de condiciones climáticas extremas, así como el saqueo de las zonas de pesca y la propagación de nuevas enfermedades en el ganado, todo lo cual conduce a un aumento de la inseguridad alimentaria y de los índices de pobreza.
El cambio climático en general, que es un síntoma de la producción descontrolada y rapaz del capitalismo, también golpea con más fuerza a los países pobres, creando condiciones que obligan a los niños a trabajar. Un estudio reveló que en la última década, el aumento de 1 grado en la temperatura media en los países de África Occidental, provocó una reducción en el rendimiento de las cosechas de hasta un 20%.
La «mano invisible» del mercado está causando estragos en entornos y comunidades enteras. Destruye su modo de vida tradicional y de subsistencia, y la gente se ve obligada a luchar por sobrevivir a duras penas.
Todo esto se une a la necesidad que tienen los países pobres de atender el servicio de deudas gigantescas con organismos como el Banco Mundial y el FMI. Estos factores se combinan para mantener a estos países en un estado de atraso artificial, con una salida neta de riqueza de las naciones más pobres hacia las más ricas.
Como consecuencia de todo esto, cada vez es más necesario que familias enteras, incluidos los niños, trabajen para sobrevivir.
Incluso aquellos que tienen la «suerte» de tener comida en su mesa abandonan cada vez más la educación y se ponen a trabajar en el negocio familiar, ya que el sistema no les ofrece ninguna posibilidad de un futuro mejor.
Socialismo o barbarie
El informe de UNICEF señala correctamente cómo la competencia «desleal» es uno de los principales factores que impulsan la pobreza y que dan lugar al trabajo infantil.
También estima que una «ayuda leve» por parte de los Estados imperialistas ricos no sólo podría detener inmediatamente el aumento vertiginoso del trabajo infantil, sino también reducir las instancias en 15 millones para finales del próximo año.
Pero es precisamente a través de la llamada «ayuda» como se chantajea a los países más pobres para que paguen miles de millones de dólares de deuda a los países imperialistas. Como sanguijuelas chupasangre, estos países desvían toda la riqueza de las partes más pobres del mundo en forma de pago de la deuda -con intereses- y de extracción de recursos, condenándolos a la pobreza en primer lugar.
No es de los países imperialistas y del capitalismo de donde vendrá la verdadera ayuda, porque precisamente su sistema está condenando a la inmensa mayoría del mundo a un futuro de miseria.
La realidad es que hay riqueza más que suficiente en este planeta para dar una infancia decente a cada uno de los 1.600 millones de niños que viven hoy en día. Sin embargo, esta riqueza se encuentra en las bóvedas de los bancos, en las instituciones financieras y en las manos de unos pocos capitalistas.
Los capitalistas prefieren utilizar «su» riqueza para hacer publicidad en los viajes espaciales que para combatir la pobreza y la miseria.
Ningún niño debería tener que trabajar para mantener a su familia. La única esperanza de una existencia decente para los jóvenes de hoy es que la clase obrera internacional luche por el derrocamiento revolucionario del capitalismo y la reorganización de la sociedad según las líneas socialistas.
Sólo entonces podremos poner democráticamente en valor toda la riqueza del mundo según un plan económico racional.
De este modo, daremos a todos la posibilidad de desarrollarse y florecer como seres humanos.
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