El trabajo bajo el plástico: explotación, miseria y racismo
Por todo el litoral almeriense y parte de la costa granadina, existen numerosas urbanizaciones, adosados y pisos turísticos con maravillosas vistas al mar para que estos turistas, fascinados con sus vacaciones, no aprecien lo que se esconde tras el plástico de los invernaderos, situados en las laderas y llanuras de este lugar.
Los invernaderos son el motor económico de estos pueblos donde predominan los pequeños empresarios con pequeñas propiedades de unos cuántos marjales (528 m2). Sin embargo, durante las últimas décadas, también se ha ido generando una rica clase terrateniente con decenas y decenas de hectáreas en su poder y en las que son explotados miles de inmigrantes en condiciones de auténtica miseria. Estas personas, que vienen a la península en busca de un futuro mejor, ven truncados todos sus sueños cuando tienen que aceptar estas condiciones de trabajo para llevar un jornal a su familia.
Provenientes, sobre todo de Marruecos, pero también de países como Rumanía o Ecuador, estos trabajadores soportan durísimas condiciones de trabajo. Largas jornadas laborales, trabajos extenuantes, pésimas condiciones de seguridad y salubridad y salarios de miseria. En la gran mayoría de las veces, no existen contratos de trabajo por lo que estos trabajadores cobran en negro y carecen de cualquier derecho laboral. Algunos, gozan del «privilegio» de pertenecer a una cuadrilla, es decir, un grupo de trabajadores que disponen de trabajo durante toda la campaña. Sin embargo, muchos de ellos tienen que salir muy temprano a las plazas y carreteras de sus pueblos y esperar pacientemente que alguien pare con el coche y lo suba para trabajar ese día. Si nadie para, esa persona vuelve a su casa con las manos vacías.
Los grandes terratenientes y pequeños propietarios pueden abusar y utilizar a sus trabajadores como deseen ya que estos carecen de una organización sindical que defienda sus intereses de clase, salvo el pequeño núcleo del Sindicato Andaluz de Trabajadores en el Poniente. Todo se resume a la competencia por quién es el más productivo y quién es el que acepta menor salario. Y, por supuesto, tampoco disponen de ningún tipo de representación en sus ayuntamientos donde estos trabajadores puedan hacer valer sus derechos. Por el contrario, estos ayuntamientos están gobernados, en su mayoría, por la derecha por lo que los capitalistas tienen bien asegurados sus intereses.
Las condiciones en las que viven estos jornaleros no son diferentes a las condiciones de trabajo. Muchos deben hacinarse en pisos ya que el salario no les llega para pagar un alquiler completo y mandar dinero a sus familias en sus países natales. Otros viven en pequeños cortijos y casas de campo donde las condiciones son totalmente insalubres y, a menudo, no hay ni agua potable. En ocasiones, se ven obligados a ocupar edificios y casas aún por construir en las que apenas disponen de cuatro paredes de ladrillo y un techo. En septiembre de 2015, una riada sorprendió a dos trabajadores de nacionalidad lituana que estaban trabajando en una planta de recogida de plásticos y murieron ahogados arrastrados por la corriente. Por desgracia, no son los únicos que han muerto por accidentes laborales debido a las pésimas condiciones de seguridad que existen.
En Almería, y en especial en las zonas con mucha presencia de población inmigrante, existe un gran racismo. En el año 2000, en la localidad de El Ejido, se produjeron ataques y disturbios contra la población magrebí, contra los comercios regentados por inmigrantes y contra sus casas después de que un marroquí con claros trastornos psiquiátricos asesinara a una joven de la localidad. Armados con palos y barras de hierro se extendió una brutalidad xenófoba toda la noche que se saldó con decenas de inmigrantes heridos. Se quemaron casas y locutorios y se atacaban a extranjeros con total impunidad, a pesar de que éstos se habían manifestado en contra del asesinato. No hubo ningún detenido ya que estos atacantes tenían el respaldo de la policía.
Hace ya casi dos décadas de aquello. Sin embargo, el racismo sigue presente. Los capitalistas y terratenientes se quejan de que los inmigrantes se emborrachan, se drogan y delinquen. Esto, además de ser una burda generalización, viene provocado precisamente por las condiciones de miseria que ellos mismos les imponen. Yo le diría a esta «gente de bien» que manden a sus hijos e hijas a vivir y trabajar en las mismas condiciones a las que someten a sus trabajadores. ¡Tan solo por un año! A ver cuántos no volverían destrozados y con problemas de alcohol, drogas y juego.
Las mujeres inmigrantes también soportan una discriminación y explotación mayor a sus espaldas. Los capitalistas, amparándose en que el trabajo de jornalero es un trabajo muy físico, les bajan todavía más el sueldo que a los hombres. Cuando llegan de su jornada de trabajo, son ellas las que dedican su tiempo y esfuerzo en las labores del hogar y el cuidado de los hijos, por lo que su jornada laboral total es asfixiante. También sufren todo tipo de abusos en sus puestos de trabajo. El año pasado, fue muy mediático el caso de las temporeras de la fresa, en Huelva, donde mujeres marroquíes se atrevieron a denunciar los abusos sexuales a los que eran sometidas por parte de su capataz. Además, a esto se sumaba que el jefe no les pagaba a tiempo y el dinero no les llegaba ni para comprar la comida.
Desde la izquierda, debemos luchar por los derechos de los jornaleros y jornaleras que se dejan la salud en los invernaderos. Son ellos los que producen, cultivan y crean la riqueza que luego los terratenientes les roban pagándoles salarios de miseria. Nuestro papel debe consistir en organizar a estos trabajadores para que sean conscientes de su fuerza a la vez que explicamos a la clase obrera española que quién les roba no es el extranjero ni el explotado, sino el explotador y los herederos de la tierra.
Con un programa verdaderamente socialista que arranque de las manos de los grandes capitalistas las palancas fundamentales de la economía, para gestionarlas colectivamente bajo el mandato de los trabajadores estarían en disposición de acabar con la explotación y miseria que los rodea. Los jornaleros tendrían en sus manos arrancar de las garras de los grandes terratenientes la tierra que labran con su sudor y su sangre para colectivizarla y repartírsela. Tendrían la oportunidad de crear cooperativas de trabajadores para poner su trabajo en común, democráticamente, y eliminar la explotación a la que son sometidos. Con la gestión de semilleros, empresas de fertilizantes, de riegos y de plásticos por parte de los trabajadores, se abaratarían enormemente los grandes gastos a los que tienen que hacer frente los pequeños propietarios de la tierra y, con la gestión de los canales de distribución de los productos hortofrutícolas, estos tendrían precios justos para los productores, eliminando los indignos precios que imponen los intermediarios. Nuestras demandas más inmediatas se centran en:
¡Expropiación de la tierra a las grandes fortunas terratenientes!
¡Expropiación de las tierras baldías!
¡Creación de comedores públicos gratuitos para los hijos e hijas de los trabajadores!
¡Reducción de la jornada laboral para acabar con el paro y la temporalidad!
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