Estados Unidos: racismo anti-asiático y asesinatos en masa en Atlanta

El pasado martes 16 de marzo, ocho personas, incluidas seis mujeres de origen asiático, fueron asesinadas a tiros en tres salones de masajes en Atlanta, Georgia. El sospechoso, Robert Aaron Long, es un hombre blanco, cliente frecuente de los establecimientos de masajes asiáticos, incluido el lugar de su primer ataque, para obtener servicios sexuales.

Aunque la policía de Georgia y el FBI han sido reacios a etiquetar esta atrocidad como un crimen de odio, dichos ataques están demostrando cómo el racismo, el sexismo y todos los males del capitalismo se han intensificado durante la pandemia.

El racismo contra las personas de origen asiático en Estados Unidos ya estaba presente, pero los ataques del 16 de marzo han sacado a la luz esta realidad violentamente. A raíz de este último ataque terrorista individual, la asociación Stop AAPI Hate informó que se habían registrado 3.800 incidentes racistas anti-asiáticos en el último año desde el comienzo de la pandemia. Estas cifras son significativamente más elevadas que los 2600 incidentes de odio confirmados el año anterior, de los cuales un 68% fueron contra mujeres. Los residentes asiáticos en el Área de la Bahía de San Francisco, Nueva York y en todo el país ya estaban preocupados por su seguridad antes de los acontecimientos de la semana pasada.

El aumento del racismo anti-asiático es un fenómeno global. En mayo, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, declaró que “la pandemia continúa desatando un tsunami de odio y xenofobia, chivos expiatorios y alarmismo” e instó a los gobiernos a “actuar para fortalecer la inmunidad de nuestras sociedades contra el virus del odio». En el último año, la discriminación anti-asiática ha aumentado en Canadá, Italia, Rusia, Brasil, Nueva Zelanda y Australia. La policía de Gran Bretaña informó de un aumento del 300% en los delitos de odio contra chinos, asiáticos del este y sudeste asiático en el primer trimestre de 2020, en comparación con el mismo período en 2018 y 2019.

En Estados Unidos, se le debe atribuir cierta responsabilidad a Donald Trump, conocido por diseminar veneno xenófobo con su constante referencia al coronavirus como “el virus chino”. Según la revista Health Education & Behavior, la discriminación anti-asiática decayó durante más de una década, pero experimentó un aumento significativo debido al discurso discriminatorio sobre el coronavirus. Tras la aparición de Mike Pompeo, el pasado 8 de marzo de 2020, en el programa de «Fox and Friends», en el que se refirió al «virus de China», el uso del término se disparó un 650% en Twitter. Pero la enfermedad del racismo anti-asiático no comenzó con Trump. De hecho, Estados Unidos tiene una historia sórdida de intolerancia que se remonta a mucho antes de marzo de 2020.

Historia de discriminación

Por ejemplo, los trabajadores chinos se enfrentaron a una inmensa discriminación desde que empezaron a emigrar en masa a Estados Unidos en el siglo XIX. Asumieron algunos de los trabajos más peligrosos en la construcción del Ferrocarril Transcontinental, que fue un gran logro para el capitalismo estadounidense. Esta hazaña de expansión de la infraestructura redujo el tiempo de viaje de costa a costa de unos meses a menos de una semana. La extensión de un mercado interno desde la costa atlántica hasta el océano Pacífico hubiera sido inimaginable sin el ferrocarril.

No obstante, aunque los trabajadores chinos constituían un porcentaje insignificante de la población, fueron utilizados como chivo expiatorio y culpados por los bajos salarios de los trabajadores blancos. Esto condujo a la Ley de Exclusión China de 1882. Fue la primera ley de este tipo en la historia de Estados Unidos, que prohibió la entrada de trabajadores chinos al país durante diez años. La Ley de Exclusión sentó las bases para leyes y estatutos del mismo tipo contra los trabajadores del Medio Oriente, el sur de Asia, Japón y América Latina. La exclusión china terminó oficialmente en 1943, pero fue reemplazada por la no menos racista y reaccionaria Ley Magnuson, introducida por el demócrata Warren G. Magnuson, que limitaba a los inmigrantes chinos a una cuota anual de 105 personas y aún les negaba los derechos de propiedad.

Y aunque el estado capitalista de Estados Unidos finalmente se volvió más indulgente con los asiático-estadounidenses, la discriminación se dirigió contra los estadounidenses de origen japonés durante la Segunda Guerra Mundial. Al aislar y condenar a 120.000 ciudadanos e inmigrantes estadounidenses de origen japonés a campos de concentración, los capitalistas alimentaron el nacionalismo en tiempos de guerra para reclamar el imperio de Japón como propio. No sería hasta 1980, cuatro décadas después del final de la guerra, cuando el gobierno federal reparó al pueblo japonés-estadounidense por lo sucedido.

El racismo anti-asiático que ha crecido en el último año es, por lo tanto, solo una continuación de décadas de división y discriminación, construido en los cimientos del capitalismo estadounidense. Esto tiene numerosas implicaciones para la actualidad.

La discriminación contra los estadounidenses de ascendencia asiática repercute en gran medida en su salud mental. En 2018, un estudio psicólogo desarrollado entre una población de estadounidenses chinos, coreanos y vietnamitas nacidos en el extranjero, sacó estas conclusiones: más de una cuarta parte de los participantes en el estudio sufría signos de depresión, un 19% más que la población general. Entre un quinto y un tercio de los participantes se consideró deprimido, y se encontró que había más mujeres que hombres en este grupo. Además, la asociación entre discriminación percibida y síntomas depresivos fue estadísticamente significativa.

Los propietarios de tiendas asiáticos y los ancianos se ven especialmente afectados por esta discriminación. El pasado 11 de marzo, un hombre de 75 años originario de Hong Kong, propietario de un establecimiento, fue asaltado y golpeado hasta la muerte en Oakland, CA. El sospechoso, Teaunte Bailey, tenía antecedentes de victimizar a los asiáticos ancianos, pero las autoridades aún no lo han acusado de crimen de odio. Esto ocurre al mismo tiempo que las empresas de propiedad asiática sufren grandes presiones económicas debido a la pandemia. Los barrios chinos de todo Estados Unidos se están gentrificando, entre febrero y abril del año pasado, 233.000 pequeñas empresas de propiedad asiática cerraron permanentemente. Solo en Nueva York, Chinatown ha reportado una disminución del 60% al 80% en el negocio. Como gran parte de la pequeña burguesía, los propietarios de pequeñas empresas asiáticas están sufriendo el peso de la crisis económica.

Las mujeres asiáticas, en particular, están sujetas a la discriminación y la violencia bajo el capitalismo debido a que han sido retratadas como sumisas, hipersexualizadas y dóciles. La historia de la hipersexualización de las mujeres asiáticas es profunda. La ley Page Law de 1875, por ejemplo, aparentemente prohibió la inmigración de prostitutas a Estados Unidos. Pero, de hecho, impidió que todas las mujeres chinas ingresaran en el país. Del mismo modo, se cree que los spas asiáticos como los atacados el pasado 16 de marzo son sinónimo de servicios sexuales, aunque ciertamente no todos los spas asiáticos se dedican a este tipo de actividad.

Estos estereotipos persisten hoy en día, y los últimos ataques no pueden entenderse sin tenerlos en cuenta. El recurso a la prostitución se basa típicamente en la precariedad económica, y las mujeres asiáticas se enfrentan a una discriminación severa cuando se trata de oportunidades laborales. En diciembre, el Centro Nacional de Leyes de la Mujer descubrió que para las mujeres asiáticas desempleadas de 16 años o más, un sorprendente 44% había permanecido desempleada durante más de seis meses, el porcentaje más alto entre las mujeres en general.

A pesar del mito de que los asiáticos son la «minoría modelo», que supuestamente se convierten en médicos, abogados e ingenieros, el hecho es que la mayoría de los estadounidenses de origen asiático se enfrentan a importantes dificultades económicas. Desde 2018, los estadounidenses de origen asiático son el grupo racial o étnico más dividido económicamente en Estados Unidos. Esto refleja la creciente desigualdad de ingresos entre la clase capitalista y la clase trabajadora en general en la sociedad estadounidense.

Además, aunque los hogares asiático-americanos disfrutan de los ingresos medios más altos, algunas etnias asiáticas tienen tasas de pobreza muy por encima del promedio nacional del 15,1%, como los birmanos (35%), butaneses (33%), hmong y malasios (28%). Estos inmigrantes a menudo son trabajadores poco cualificados, en comparación con los solicitantes de visa H-1B1 altamente cualificados. Su acceso a trabajos bien remunerados es limitado,  el capitalismo obliga a diferentes sectores de la clase trabajadora a competir por salarios cada vez más bajos.

Divide y vencerás

El racismo en todas sus formas es, en el fondo, una herramienta de la clase dominante para dividir y gobernar a la clase trabajadora. Independientemente de su origen étnico o nacionalidad, todos los trabajadores deben vender su fuerza de trabajo a un capitalista por un salario si quieren mantenerse a sí mismos y a sus familias. Al sembrar el veneno del odio entre los trabajadores en función de su apariencia exterior, ya sea en 1882 o en 2020, los capitalistas pueden exprimir los salarios de todos los trabajadores y controlar la mano de obra con controles fronterizos racistas. El sexismo también ayuda a perpetuar la brecha salarial de género, lo que en última instancia conduce a salarios más bajos para todos los trabajadores.

Los estadounidenses de origen asiático no se sienten escuchados porque, a pesar de los repetidos ataques contra ellos, el estado no ha tratado el odio contra los asiáticos como una amenaza genuina a su seguridad. Al abordar los ataques del 16 de marzo, un ayudante del alguacil habló sobre la supuesta adicción al sexo del agresor y describió los asesinatos como el resultado de «un día realmente malo» para el sospechoso. Tanto el departamento de policía de Atlanta como el FBI se niegan a describir los ataques como un crimen de odio, argumentando que no hay una clara motivación racial.

La mayoría de los incidentes de violencia contra los asiáticos no se consideran delitos motivados por prejuicios. El estatuto de delitos de odio de Georgia, aprobado el año pasado, obliga a los fiscales a demostrar más allá de toda duda razonable que un atacante seleccionó intencionalmente a las víctimas basándose en su apariencia. Incluso si no se puede demostrar que el sospechoso tenga un claro sesgo contra los asiáticos, sus afirmaciones sobre la llamada adicción sexual deberían constituir motivo para un crimen de odio por motivos de sexo y género. Sin embargo, es menos probable que los delitos de odio basados ​​en el sexismo den lugar a cargos. Esta es la realidad de “proteger y servir al pueblo” bajo la ley burguesa. Desde Nueva York hasta Chicago, los departamentos de policía están aumentando las patrullas después de los asesinatos de Georgia. Pero el estado y la ley capitalistas están diseñados para perpetuar la explotación y la opresión. En última instancia, ni las patrullas policiales ni las nuevas leyes sobre delitos de odio serán suficientes para defender las vidas de los estadounidenses de origen asiático o de cualquier otro grupo oprimido.

Si bien Donald Trump no hizo ningún favor a los estadounidenses de origen asiático, algunos esperaban que Joe Biden pudiera mejorar las relaciones con su llamamiento a la «unidad nacional». Sin embargo, ambas partes representan los intereses del imperialismo estadounidense, y la rivalidad cada vez más intensa entre el imperialismo estadounidense y el chino solo agrega más leña al fuego de la xenofobia. En febrero, el presidente Biden firmó un memorando en el que denunciaba la discriminación contra los estadounidenses de origen asiático y los isleños del Pacífico, con directivas sobre la recopilación de datos. Pero el mismo mes, advirtió que si el imperialismo estadounidense no logra competir de manera decisiva con el imperialismo chino, China «comerá nuestro almuerzo».

Además, después de esta última tragedia, aunque Biden reconoció el racismo y el sexismo implícitos en los ataques, optó por cambiar el enfoque hacia la «crisis de salud pública de la violencia armada en este país». Este es un intento cínico de vincular estas tragedias con los intentos de los Demócratas de infringir el derecho de la clase trabajadora a armarse.

La clase dominante se ha beneficiado enormemente al dividir a los trabajadores asiáticos del resto de la clase durante más de un siglo. La amnistía inmediata e incondicional y los derechos plenos deben extenderse a los trabajadores indocumentados, muchos de los cuales son de países de Asia oriental y sudoriental. No solo debemos poner fin a medidas reaccionarias como la política de inmigración del Título 42 de Trump, que ha continuado silenciosamente durante la administración de Biden, sino que también debemos poner fin a todos los controles racistas de inmigración y asilo.

En todo el país, los trabajadores y los socialistas se han manifestado en contra del odio anti-asiático, guiados por el principio de que un ataque a uno es un ataque a todos. Millones de trabajadores y jóvenes comprenden que no se puede tener capitalismo sin racismo y opresión en todas sus formas. Como reflejo de este estado de ánimo general, el Consejo Ejecutivo de AFL-CIO emitió una declaración de solidaridad con los estadounidenses de origen asiático y los isleños del Pacífico. No solo los afiliados de la AFL-CIO, sino todos los sindicatos deberían unirse en solidaridad y movilizar a la clase trabajadora para combatir el racismo. Los líderes sindicales perdieron una oportunidad histórica de movilizar a la clase como clase durante las protestas de George Floyd del verano pasado. El colosal poder potencial del trabajo organizado no se hizo realidad, y el movimiento finalmente perdió fuerza o se desvió hacia la elección de un demócrata. El mismo error no debe repetirse esta vez.

El manejo por parte de las autoridades de la tragedia de Atlanta es un vívido recordatorio de la necesidad de una unidad independiente de clase en la organización y la acción. Sin esto, la clase trabajadora es un mero instrumento para la explotación y la atomización. Por su fuerza colectiva y su relación con los medios de producción, solo la clase trabajadora puede combatir el racismo desde su origen, construyendo un gobierno obrero capaz de desarraigar las raíces de clase de la explotación y la opresión. Este es el único camino. Para acabar con el racismo y los crímenes de odio que inevitablemente se derivan de él, debemos luchar para acabar con el capitalismo.

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