Gobiernos, Monopolios y la crisis del COVID 19 – La pandemia que amenaza el futuro de la humanidad se llama capitalismo (I)
Contenido
Introducción
Han transcurrido 5 meses, desde que en uno de los mercados tradicionales de venta de animales vivos de Wuhan, la séptima ciudad China, emergieron los primeros casos de un nuevo tipo de neumonía atípica. Desde que el nuevo virus fue aislado, tanto los investigadores chinos como sus colegas de la OMS identificaron que se trataba de un nuevo patógeno de la numerosa familia de los coronavirus, ampliamente difundidos en la naturaleza y que mayoritariamente infectan a los animales; y que a veces, algunos de sus miembros en particular los del género beta coronavirus, dan el salto a los humanos.
Desde entonces, como si un terremoto sacudiera al planeta, el mundo entero está patas arriba. De la noche a la mañana, en todos los países del mundo, el régimen burgués, sus Estados y los gobiernos de todos los colores, se enfrentan sin excepción a la mayor crisis sanitaria, social y económica que se recuerda. Ahora, todos asumen que la perspectiva más favorable sería un escenario similar al que se dio en los años 30 antes de la 2ª Guerra Mundial y en el peor de los supuestos, se puede convertir en la crisis más grave de la historia del Capitalismo.
La incapacidad de todos los gobiernos del mundo para combatir la pandemia del covid19 se ha puesto de manifiesto desde el primer momento, reflejando la anarquía que caracteriza a la economía de mercado, su incapacidad de previsión y agotamiento histórico.
La primera reacción, empezando por el régimen chino, fue la de ocultar y minimizar el riesgo que suponía la epidemia. Probablemente calcularon que el brote se podría controlar y que, al igual que ocurrió en 2003 con el SARS-COV causante del denominado Síndrome Respiratorio Agudo Grave, la transmisión no se extendería de manera masiva y el virus rápidamente desaparecería. Esa fue la experiencia que tuvieron con el SARS. En aquella ocasión, desde que se dio el 1º caso en Guangdong en noviembre del 2002, la epidemia se extendió durante varios meses afectando a 29 países de Asia, Norteamérica, Sudamérica y Europa, llegando a contabilizarse según la O.M.S, 8.403 infectados y 775 fallecidos. Después, la epidemia desapareció y desde diciembre de 2003 no se tiene constancia de que se registrasen más casos.
Desgraciadamente, en esta ocasión, el nuevo virus sí se extendió de manera masiva –entre otras razones, porque a diferencia del SARS, muchos de los infectados capaces de contagiar son asintomáticos. Cuando, tras un mes de negar la evidencia, las autoridades chinas empezaron a tomar medidas drásticas de confinamiento, primero en Wuhan y luego en toda la provincia de Hubei, el virus ya se había extendido al resto del planeta.
Lejos de aprender de los errores iniciales en China, la mayoría de los gobiernos de las principales potencias mundiales, inicialmente siguieron la misma senda de improvisación y minimizaron el peligro, y sólo cuando la crisis alcanzó dimensiones incontrolables, empezaron a reaccionar y a plantear que la lucha contra la pandemia tenía que ser considerada como una Guerra Global.
Por supuesto, como siempre ocurre en las guerras, también en la que hoy se está librando contra el coronavirus, la primera víctima en caer ha sido la verdad. En un país tras otro, la clase dominante y sus gobiernos han utilizado el aparato del Estado y todos los medios de que disponen, para intentar ocultar su incapacidad y la de su sistema en combatir la pandemia. Pretenden ocultar su responsabilidad criminal, con el señuelo de que esta lucha es de todos y que el virus no distingue entre ricos ni pobres.
¡¡Nada más lejos de la realidad!! Esta lucha, como todas, tiene un claro carácter de clase, como demuestran los datos objetivos. Somos los trabajadores y nuestras familias quienes estamos sufriendo las más lesivas y terribles consecuencias sanitarias, económicas y sociales de la pandemia. Somos los asalariados quienes poniendo en riesgo nuestra salud, sin contar con los medios de protección necesarios, garantizamos que la sociedad pueda seguir funcionando.
Los multimillonarios que controlan la riqueza del planeta y su cohorte de agentes privilegiados, no escatiman recursos para garantizar su protección y la de los suyos. A los trabajadores nos dicen que, aunque no existan medidas de protección suficientes y se ponga en riesgo nuestra salud y la de nuestras familias, la producción no se puede parar. Su objetivo es garantizar que los beneficios sigan fluyendo y convertir la pandemia en una oportunidad de negocio.
El mensaje que nos repiten a todas horas, afirmando que las consecuencias de este virus nos afectan a todos por igual, es una gran mentira. La auténtica realidad es que somos los trabajadores quienes estamos sufriendo las consecuencias de esta crisis y vemos seriamente amenazado nuestro futuro y el de nuestras familias. Para la burguesía lo que realmente está en juego en esta guerra contra el virus, al igual que en cualquier otro conflicto del pasado o de los que provocarán mañana, es lograr el máximo beneficio posible y que esta crisis les sea terriblemente rentable.
En esta contribución pasaremos revista a los datos objetivos que explican quiénes controlan los recursos económicos y sanitarios del planeta, como romper ese círculo vicioso y cómo podemos garantizar nuestra salud y nuestro futuro.
El Imperialismo en el siglo XXI, concentración de la producción y dominio de los Monopolios
En su libro “El Imperialismo, Fase Superior del Capitalismo” publicado en mayo de 1916, Lenin concluía que desde el punto de vista económico:
El Imperialismo es el capitalismo en la fase de desarrollo en que ha tomado cuerpo la dominación de los monopolios y del capital financiero, ha adquirido señalada importancia la exportación de capitales, ha empezado el reparto del mundo por los trust internacionales y ha terminado el reparto de toda la tierra entre los países capitalistas más importantes.
Hoy, analizando la situación económica mundial, su tesis no sólo ha sido confirmada por los hechos, sino que el proceso que el anticipó ha tenido un desarrollo exponencial.
Así, según el informe Global 500 de la revista norteamericana Fortune, desde comienzos del siglo XXI, los 500 mayores grupos empresariales mundiales producen y venden el 40% de toda la riqueza que se genera en el planeta. Los datos son concluyentes: en 2018, las ventas de estos enormes conglomerados capitalistas de carácter global sumó 32,7 billones de dólares (B$) el 38,12% del PIB mundial –estimado en 85,7 B$– con unas ganancias netas de 2,15 B$. En la última década, las ventas del G500 se incrementaron en casi 10 B$ –de 23 a 32,7B$, un 39,65%– y los beneficios crecieron en 650.000 millones de dólares ($ millones) –de 1,5B$ a 2,15B$, un 43,33%. El número de trabajadores que emplean asciende a 69,3 millones. Lo que se expresa en estos datos, es que esta enorme concentración de la producción la generan con su trabajo una ínfima parte de los asalariados del mundo –69,3 millones sobre 3.000 millones– apenas el 2,4% de la mano de obra mundial.
El Monopolio Sanitario
Analizando los datos de la tabla 1, se aprecia que el Sanitario es el 5º sector por facturación y beneficios del G500. Los 26 grupos monopolísticos que lo integran facturaron 2 B$ en 2018 y ganaron 112.076 $ millones. Entre estas grandes corporaciones multinacionales se engloban aseguradoras, proveedores de servicios médicos, fabricantes de material médico y quirúrgico, distribuidoras de material sanitario, y los grandes laboratorios farmacéuticos con 13 grupos representados.
Lo primero que resalta al observar los datos de la tabla 2, es que el predominio del capital norteamericano es abrumador, de hecho las multinacionales EEUU suman 15 de los 26 mayores conglomerados del sector, facturando 1,485 billones de $ –73,90% del total y con unas ganancias de 66.822 $ millones, el 59,74%. Los otros países representados son Alemania con 3 empresas, China y Suiza con 2 multinacionales cada una; y Gran Bretaña, Francia, Irlanda y Japón con una por país.
El predominio de las empresas EEUU, refleja en primer lugar el enorme peso que supone el mercado sanitario norteamericano en el mundo: 2,93 B$ en 2018, un 17% del PIB EEUU y casi el 40% del mercado mundial. El sistema sanitario estadounidense basado en la gestión y el control privado, y cuya defensa es piedra angular del régimen burgués estadounidense y de los dos partidos que lo sustentan, es el que más recursos absorbe de todo el planeta, el tercero en gasto per cápita, 9.403 $ por persona, sólo superado por Suiza 9.674 $ y Noruega 9.522 $, y el que genera más beneficios al monopolio sanitario. Paradójicamente, este enorme flujo de recursos no garantiza una atención sanitaria universal. Sólo los ricos y los sectores de la población con más poder adquisitivo que pueden pagarla, tienen garantizada una atención sanitaria de calidad. Los trabajadores, en el mejor de los casos, si tienen seguro de empresa o pueden pagarse uno privado, sólo tienen acceso a prestaciones sanitarias limitadas y el sistema deja sin prestaciones ni seguro médico al resto, más de 30 millones de personas.
Las Grandes Farmas
Otro aspecto que se desprende de los datos del sector sanitario es el importante peso de los grandes laboratorios farmacéuticos, lo que se conoce como las Big Pharma o las Grandes Farmas, que tanto por número –13 grupos, el 50% de los 26 del sector que integran el G 500– como por facturación –624.464 $ millones, el 31,08% del total– suponen el subgrupo con más peso y sobre todo destacan por sus márgenes de ganancia –71.991,5 $ millones, el 64,25% del total sectorial de 112.076 $ millones.
Las ventas mundiales de medicamentos en 2017 representaron entre el 20% y el 25% del gasto sanitario mundial, 1,1 B$, que se distribuyeron en los siguientes mercados:
*Norteamérica-EEUU y Canadá-……………. 37%
*Asia-Pacífico………………………………………. 22%
*Europa………………………………………………..20%
*Resto del mundo…………………………………. 21%
Ese mismo año, los 50 mayores laboratorios del planeta vendieron por valor de 642.478 $ millones y ganaron 121.259 $ millones, con una tasa de rentabilidad sobre ventas del 19%.
El origen de las patentes y su significado hoy
No por casualidad, la aparición y regulación legal de las patentes –es decir el derecho otorgado por los gobiernos a un inventor del uso en exclusiva del invento por él creado sin que ningún tercero pueda usarlo durante un período de tiempo determinado– está estrechamente ligado a los propios orígenes del capitalismo. La primera ley de patentes de la que se tiene constancia se aprobó en la Serenísima República de Venecia en el año 1.474. En ella se fijaba un plazo de duración de 10 años. Posteriormente, tras el triunfo de la revolución burguesa norteamericana en 1787, el derecho vinculado a las patentes se recogió en la constitución estadounidense, artículo 1, sección 8 párrafo 8 en el que se faculta al Congreso de los EE.UU para: promover el progreso de la ciencia y de las artes útiles, garantizando por períodos limitados a autores e inventores el derecho exclusivo sobre sus respectivos escritos y descubrimientos».
La importancia de una regulación legal sobre las patentes, aceptada a nivel internacional, ha sido una constante sobre todo tras el final de la 2ª guerra mundial, que inaugura un período en el que el peso del comercio mundial se convirtió en decisivo para el conjunto de la economía capitalista. Así, en uno de sus primeros anexos, el 1-c, el Convenio por el que se crea en 1.994 la Organización Mundial del Comercio (OMC), se establece lo que se denominan en castellano el acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio, APDICS. En él se detallan los principios básicos sobre la propiedad intelectual tendentes a armonizar estos sistemas entre los países firmantes y en su relación con el comercio mundial.
En el caso de los medicamentos en los EE.UU, las patentes están reguladas entre otras, por las disposiciones de la Hatch Waxman Act de 1984, que establece una duración de la patente de 20 años desde la solicitud, prorrogables otros 5 años desde su fecha de caducidad. En el caso de Europa, desde 2004, se puede solicitar la producción de medicamentos genéricos 8 años después de la autorización del medicamento original. El genérico se puede comercializar después de 10 años.
Lo que en la infancia del Capitalismo ayudó a fomentar la competencia entre los burgueses individuales, impulsando nuevas invenciones y aplicaciones tecnológicas, que revolucionaban de manera permanente el desarrollo de la técnica y las fuerzas productivas, rápidamente se convirtió en su contrario, y al eliminar del mercado a las empresas menos competitivas, impulsó la concentración de la producción en centros cada vez mayores, que fusionándose entre sí y con el capital financiero, cuya concentración era aún más rápida e intensa, generaron el monopolio.
Hoy, en la industria farmacéutica, la lucha por lograr nuevas patentes de terapias novedosas, lejos de impulsar el conocimiento y la mejora en la lucha contra las enfermedades, sólo busca garantizar el control de los precios y las ganancias monopolísticas que ello implica.
Patentes, I+D y precios de los medicamentos
En el argot del márketing farmacéutico, los medicamentos se dividen en dos grandes grupos:
a.- Los denominados Essential Health; esto es: medicamentos ya probados y de uso masivo, cuya patente expiró y cualquiera puede sintetizar sus principios activos, y también los denominados fármacos biosimilares a un coste menor.
b.- Los nuevos medicamentos que el monopolio farmacéutico denomina Blockbusters, cuyo desarrollo y patente les garantiza el control monopolístico de la terapia, durante los años que dure su derecho exclusivo de producción y comercialización.
Dentro de estos blockbusters, la inversión de los grandes laboratorios se dirige a aquellas patologías que consideran más rentables, en particular a los tratamientos en oncología, VIH, hepatitis, enfermedades autoinmunes y dolencias crónicas.
Según las estimaciones del sector, la inversión media en Investigación y Desarrollo, para llegar a cumplir con los requisitos legales necesarios, registrar la patente y comercializar un nuevo medicamento químico o biológico, supone entre 1000 y 2000 $ millones.
El campo al que se dirigen las mayores inversiones del monopolio es a la producción de los llamados medicamentos biológicos. A diferencia de los fármacos químicos no se producen por un proceso de síntesis química, sino que son moléculas mucho más complejas que derivan de los seres vivos. Son proteínas como las hormonas, o anticuerpos que el ser humano produce en condiciones normales, pero que al enfermar ve mermada esa capacidad, sobre todo en los casos de patologías crónicas graves como el cáncer, la diabetes, el asma y las enfermedades inflamatorias del intestino, entre otras.
A diferencia de los medicamentos químicos, los biológicos no se producen en forma de pastillas y la mayoría se suministran como inyectables. Algunos ejemplos de los biofármacos más conocidos son la hormona del crecimiento, la insulina y los que se utilizan con los enfermos tratados con quimioterapia, para elevar sus niveles de glóbulos rojos –la conocida EPO– y el de glóbulos blancos G-CSF –factor estimulante de colonias de granulocitos–. Este tipo de medicamentos son cruciales para el tratamiento de muchas patologías graves, y el acceso a ellos es vital para los enfermos que las sufren y sus familias.
Para la industria farmacéutica, los medicamentos biológicos constituyen cada vez más la fuente principal de sus ingresos y beneficios, y esto por varias razones. En primer lugar, porque los precios que imponen mientras dura la patente son astronómicos. Según un estudio de la asociación norteamericana «Patients for affordable Drugs», los fármacos destinados al tratamiento oncológico, son de los más caros en los EE.UU, y en los últimos 15 años sus precios se han multiplicado por diez.
A esa primera razón se añade que, aunque en Europa desde 2006 y en los EE.UU desde 2015, está regulado legalmente que una vez caducada la patente de un biofármaco cualquier laboratorio puede producir un medicamento biosimilar, la realidad es que estos medicamentos por su complejidad son mucho más difíciles y caros de copiar, y aunque desde hace 11 años varios laboratorios han ido desarrollando versiones biosimilares más económicas, los ejemplos siguen siendo muy limitados.
Comparativamente, desarrollar un medicamento biosimilar es mucho más costoso en tiempo y dinero que sintetizar el genérico de un medicamento químico. De hecho, para producir un genérico la inversión media oscila entre 600.000 y 4.000.000 de $ y el tiempo para su desarrollo está en torno a los 3 años. En el caso de un biosimilar, la inversión sube a una horquilla de entre 100 y 300 millones de $ y el período para su desarrollo dura entre 6 y 7 años. Lo que esto significa, es que mientras al mercado de genéricos pueden acceder empresas medianas de los denominados países en desarrollo –el 26% de los genéricos que se consumen en Europa y el 24 % de los vendidos en EE.UU se producen en la India– en el mercado de los biosimilares la guerra se libra entre los grandes monopolios del sector.
Los beneficios que hay en juego en este mercado son tan jugosos y elevados, que la Gran Industria Farmacéutica destina cientos de millones de dólares a financiar congresos médicos y artículos en revistas especializadas, que ponen en duda la seguridad de los biosimilares, cuestionando el criterio de las autoridades sanitarias que afirman que el fármaco biosimilar tiene los mismos efectos terapéuticos que el medicamento original.
Argumentando que si se inicia un tratamiento con un medicamento biológico original, sería peligroso seguir tratando al paciente con un biosimilar más barato, pretenden generar la incertidumbre y el miedo entre los enfermos y sus familiares.
Todo su arsenal mediático y jurídico va dirigido a lograr que tras el fin de la patente, se limite al máximo la competencia con los biosimilares y así mantener las altas tasas de beneficios que les garantizan los precios monopolísticos.
En contraposición a la propaganda del lobby sanitario, sobre la justicia de que se retribuya adecuadamente su esfuerzo inversor, la realidad según la mayoría de los estudios realizados por las autoridades sanitarias y organismos en defensa de la sanidad pública, es que al menos el 60% de la investigación y desarrollo básico de nuevos medicamentos, se realiza en las universidades e instituciones de investigación pública. Eso sí, cuando en ellas se encuentra una molécula susceptible de ser un medicamento rentable, las Farmas compran los derechos de explotación y continúan con el I+D de ese posible fármaco. Si el proceso culmina, el laboratorio que compró la idea vende la nueva droga al mismo sector público que inició el proceso, pero al precio que ellos imponen. El margen de beneficios que el monopolio logra a través de este círculo vicioso, público-privado-público, alcanza cifras multimillonarias.
En esta tabla, vemos reflejada de manera concreta, como en muy pocas marcas de medicamentos se concentra la parte del león de las ventas y beneficios del sector.
Así, la suiza Roche, tercera Farmacéutica del mundo que en 2017 ganó 8.717 $ millones, sólo con sus 3 medicamentos más vendidos, Rituxan, Avastin y Herceptin todos ellos destinados al tratamiento oncológico –tumores rectales, de colón y de mama– facturó ese año 21.179 $ millones, el 53,55% del total.
Este proceso llega a niveles extremos, en algunos de los grandes laboratorios de EEUU. Ese es el caso de Abbvie, donde las ventas de un único medicamento, el Humira –destinado al tratamiento de patologías del sistema inmunológico como la colitis ulcerosa, artritis reumatoide o la artritis psoriasica…– ascendieron en 2017 a 16.078 $ millones, el 63,55% de su facturación, y sólo en el primer semestre de 2018 sus ventas alcanzaron la asombrosa cifra de 13.960 $ millones. La misma situación se da en el caso de Celgene con las ventas del Revlimid –indicado en el tratamiento de cánceres hematológicos como mielomas y linfomas– que sumaron 6.974 $ millones en 2017 frente a una facturación de 11.114 millones; esto es, el 62,75% del total.
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