¿Guerra total en Oriente Medio? Netanyahu apuesta por una escalada
El asesinato del principal dirigente y negociador en jefe de Hamás, Ismail Haniyeh, mientras se encontraba en Teherán, forma parte de un cínico intento del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, de provocar una escalada del conflicto en Oriente Medio con el único objetivo de mantenerse en el poder. Para ello cuenta con la complicidad del imperialismo occidental, que le permite mantenerse en el cargo, como su principal aliado fiable en la región.
Aunque Netanyahu realizó una visita triunfal y pronunció un discurso ante el Congreso estadounidense la semana pasada, la fea realidad detrás del «derecho de Israel a defenderse» es evidente para cualquiera que quiera verla. Netanyahu reiteró su habitual propaganda bélica ante el aplauso extático de una parte del Congreso, pero al mismo tiempo, su desfile fue interrumpido por boicots y protestas.
Por monstruosos que sean los crímenes de la guerra genocida de Israel contra Gaza, Biden se ha atado a sí mismo y al imperialismo estadounidense a apoyarla «sin vacilar». Biden lo ha hecho con convicción, al igual que la vicepresidenta Kamala Harris, aunque más a regañadientes. Netanyahu lo sabe muy bien y está aprovechando al máximo la exhibición pública del pleno compromiso y apoyo del imperialismo estadounidense para sus próximos movimientos.
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Saboteando el acuerdo
Hemos señalado muchas veces que a Netanyahu no le interesa un acuerdo negociado. Netanyahu lo ha saboteado sistemáticamente, tan descaradamente que su propio equipo le acusó de socavar las negociaciones. Ahora Israel ha matado al principal dirigente político y dirigente de las negociaciones de Hamás, Ismail Haniyeh. Netanyahu confía en prolongar la situación de emergencia después del 7 de octubre, echando constantemente leña al fuego, a costa de una escalada del conflicto a toda la región. Sólo así puede mantenerse en el poder. Ahora, está cobrando alegremente el cheque en blanco que la Casa Blanca ha puesto en sus manos.
Aquí vemos, en la práctica, los límites del poder estadounidense. Netanyahu ha superado todos los intentos de refrenarle. La «preocupación» cada vez más evidente por parte de la administración estadounidense por la crisis humanitaria de Gaza no es más que una cortina de humo. Lo que les preocupa no son las decenas de miles de civiles inocentes asesinados en Gaza. Ellos mismos han hecho cosas peores. Más bien les preocupan las enormes implicaciones políticas y económicas para sus intereses. Por un lado, la continuación de la guerra amenaza con implicaciones potencialmente revolucionarias en otros regímenes de la región que son aliados de Estados Unidos. Por otra parte, una escalada de la guerra en toda la región conduciría al aislamiento casi completo del imperialismo estadounidense y tendría consecuencias devastadoras para la economía mundial.
El intento de Estados Unidos y una parte de la clase dominante israelí de tramar la caída de Netanyahu al apoyarse en Benny Gantz, su enemigo más declarado, fracasó estrepitosamente; y ahora Washington se ve obligado a seguir respaldando a Netanyahu hasta el amargo final. Biden acaba de anunciar el despliegue de fuerzas estadounidenses para proteger a Israel de las represalias iraníes. A la hora de la verdad, el apoyo de Estados Unidos a Israel es incondicional. Este fue el mensaje muy claro enviado por Biden inmediatamente después del 7 de octubre, con su visita a Israel y su abrazo público a Netanyahu.
Pocos días después del discurso de Netanyahu ante el Congreso estadounidense, nos encontramos de nuevo con todo Oriente Medio al borde de una guerra total, tras el asesinato en rápida sucesión de Fuad Shukr, alto comandante de Hezbolá, en un ataque aéreo israelí en Beirut (en el que también murieron dos niños y una mujer, y 74 personas resultaron heridas), y poco después, el mencionado asesinato en Teherán, también por ataque aéreo, de Haniyeh. Ambos casos representan una provocación deliberada de Netanyahu contra Irán y contra Hezbolá en el Líbano.
Por supuesto, los asesinatos fueron seguidos por el coro habitual invitando a «todas las partes» a mantener la paz y desescalar. El ministro de Asuntos Exteriores estadounidense, Anthony Blinken, y los dirigentes de la UE volvieron a apelar a «todas las partes» para que moderaran su respuesta.
Blinken incluso recurrió a la increíble pretensión de que el asesinato de Haniyeh era «algo de lo que no teníamos conocimiento ni en lo que no estábamos implicados»; a costa de parecer ridículo, impotente, o ambas cosas. Es muy difícil creer que Israel llevara a cabo un ataque como éste, que provocará una escalada en la región, con consecuencias para las fuerzas estadounidenses estacionadas en Oriente Medio, sin informar a Washington.
Pero incluso si aceptáramos que los israelíes no se lo dijeron, es ridículo pensar que la inteligencia estadounidense, profundamente arraigada en la región y bien conectada, no lo supiera de antemano. O bien lo sabían y dieron su aprobación tácita, o bien lo sabían y decidieron no hacer nada al respecto. En cualquier caso, Washington es cómplice.
Huelga decir que estos llamamientos son totalmente hipócritas y parecen aplicarse a «todas las partes», salvo Israel. En la diplomacia internacional se acepta generalmente que las naciones tienen derecho a responder proporcionalmente a un ataque o provocación de otras naciones rivales. Podríamos preguntarnos qué consideraría la Administración estadounidense como una respuesta «aceptable» y proporcionada a un hipotético ataque de una potencia extranjera hostil, dirigido contra un tercero acogido y protegido por la Administración estadounidense en suelo estadounidense, matando y mutilando a ciudadanos estadounidenses en el proceso. Sea cual sea la respuesta a esta pregunta, estamos bastante seguros de que no se aplicarán los mismos criterios a Irán.
Hipotéticamente, por ejemplo, ¿qué habría ocurrido si Cuba hubiera decidido llevar a cabo un ataque aéreo para eliminar al terrorista cubano-americano apoyado por la CIA Posadas Carriles en Miami? La pregunta se responde sola.
¿Un punto de inflexión?
Israel no ha reivindicado abiertamente la autoría del atentado de Teherán, pero esto no es sorprendente: el atentado y su negación siguieron un patrón establecido. El regodeo público de los altos funcionarios israelíes les delata. Sin embargo, las consecuencias de este ataque pueden ser más amplias que las inevitables represalias iraníes contra Israel. El régimen iraní ha dejado muy claro que considera a Estados Unidos responsable del ataque, independientemente del asombro profesado por Blinken. Estos acontecimientos tienen el potencial de incendiar toda la región, donde la inestabilidad está alcanzando un punto de inflexión.
La criminal embestida israelí contra Gaza continúa sin descanso. Aparte de las bombas, la hambruna y las epidemias que se extienden ante la falta de agua potable y de cualquier infraestructura, se están cobrando un alto precio entre la población de Gaza, especialmente entre los niños y los heridos. Nadie mueve un dedo para evitarlo. El muelle «humanitario» de Biden no era más que una hoja de parra para desviar la atención (y ahora ha sido desmantelado tras haber fracasado catastróficamente), mientras las Fuerzas de Defensa de Israel reducían Gaza a escombros, matando a 40.000 personas, en su mayoría mujeres y niños, mutilando a más de 100.000 y desplazando a toda la población de Gaza en múltiples ocasiones, sin dejar ningún lugar seguro al que ir.
Las recién anunciadas sanciones de Biden contra unos pocos colonos judíos de extrema derecha en Cisjordania fueron ideadas para distraer del hecho de que estos matones están siendo organizados y protegidos directamente por ministros supremacistas judíos como Smotrich y Ben-Gvir, contra quienes por supuesto no se toma ninguna medida. Las clases dirigentes de Europa se desviven pontificando sobre los derechos humanos, mientras se aseguran de que cualquiera que se atreva a protestar contra el ataque genocida de Israel en Gaza sea calificado de antisemita, criminalizado y reprimido.
Las potencias regionales como Arabia Saudí, Egipto y Jordania están preocupadas por el aumento del resentimiento interno por su complicidad con Israel, y por la creciente ira de los trabajadores y los jóvenes, pero las élites gobernantes de estos regímenes reaccionarios no están dispuestas a cortar los mil y un hilos económicos y estratégicos que las atan al imperialismo estadounidense y a Israel. Como en abril, ofrecerán sus servicios para proteger a Israel de las probables represalias iraníes.
Por otro lado, el régimen iraní está utilizando la difícil situación de los palestinos para promover sus propias ambiciones regionales. Por ello, el asesinato de Haniyeh representa una provocación que no pueden ignorar.
A diferencia de los dirigentes militares de Hamás, Ismail Haniyeh era una figura relativamente pública, con residencia en Qatar, que viajaba regularmente a Turquía e Irán. El momento y el lugar de su asesinato estaban deliberadamente dirigidos como provocación al régimen iraní. Haniyeh se encontraba en Teherán en visita oficial, para asistir a la toma de posesión del nuevo presidente iraní. Fue hospedado por la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, que era responsable de su seguridad.
La precisión del ataque aéreo que lo mató implica que la inteligencia israelí tenía un conocimiento muy preciso del paradero de Haniyeh y de sus movimientos. Implica que dicha inteligencia puede haber procedido de agentes israelíes o escuchas dentro de la propia Guardia Revolucionaria. Esto es extremadamente humillante para el régimen iraní, pero no es sólo una cuestión de orgullo herido. También significa que Irán es, de hecho, incapaz de garantizar la seguridad de sus aliados, incluso cuando se encuentran en suelo iraní. Es una declaración de que todos ellos, incluidos los de las altas esferas del régimen, podrían convertirse en objetivos de Israel en cualquier momento. El régimen iraní no puede permitirse ser visto como débil por sus amigos y enemigos en la región, y la Guardia Revolucionaria aún menos.
Además, Haniyeh era el principal negociador por parte de Hamás en las conversaciones para un alto el fuego e intercambio de rehenes, auspiciadas por Qatar. Su asesinato es una burla a estas negociaciones y, por supuesto, tendrá un impacto negativo en la posibilidad (ya remota) de un acuerdo negociado. Esto también conviene a Netanyahu, cuyo futuro político depende precisamente de que no haya acuerdo.
Consecuencias de la provocación deliberada de Netanyahu
Este salto en la crisis de Oriente Medio se puso en marcha por una cadena de acontecimientos aparentemente inconexos, que fue utilizada cínicamente por Netanyahu para justificar su ataque contra Hezbolá e Irán.
El 27 de julio, un cohete alcanzó un parque infantil matando a 12 niños en la ciudad drusa de Majdal Shams e hiriendo a muchos otros. La ciudad se encuentra en los Altos del Golán, ocupados por Israel. El presidente de Israel, Herzog, y el ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, de extrema derecha, respaldados por fuentes de las Fuerzas de Defensa de Israel y de Estados Unidos, atribuyeron inmediatamente el ataque a Hezbolá y prometieron vengarse de ellos. De hecho, Smotrich llegó a afirmar que todo Líbano debía pagar. Netanyahu interrumpió su visita a Estados Unidos y aprovechó el momento con su habitual oportunismo.
La naturaleza del ataque a Majdal Shams no está clara. Lo que es seguro es que Hezbolá no tenía ningún interés en atacar deliberadamente a la población civil drusa, sobre todo teniendo en cuenta que Hezbolá ha estado trabajando en un acuerdo con los dirigentes drusos del Líbano. También contradice el modus operandi de Hezbolá desde que comenzó la ofensiva israelí contra Gaza después del 7 de octubre, que ha consistido siempre en limitar explícitamente sus operaciones al lanzamiento de cohetes contra objetivos militares israelíes.
La muerte de estos niños puede haber sido la trágica consecuencia de un cohete que funcionaba mal, de la interferencia del sistema de defensa israelí Cúpula de Hierro o de un error, ya que la trayectoria indicaba que el objetivo podría haber sido una base militar israelí situada cerca. Nada de esto fue siquiera considerado. Netanyahu tenía la excusa que buscaba. Las peticiones de las autoridades libanesas de una investigación internacional han sido dejadas de lado por Israel.
Importaba aún menos que los drusos del Golán -una minoría discriminada, sometida a la misma política de ocupación y colonización israelí que los palestinos de Cisjordania y Jerusalén Este- se opusieran vocal y públicamente a la idea de que Netanyahu utilizara su tragedia para fomentar nuevos ataques y la guerra contra Líbano. Durante los funerales estallaron amargas protestas contra la insultante presencia de Smotrich y Netanyahu, que se vieron obligados a marcharse.
Este nuevo giro en la crisis de Oriente Medio no es un accidente. Las condiciones para una escalada han sido establecidas una y otra vez por Netanyahu y sus aliados supremacistas judíos de extrema derecha en el gobierno israelí. En todo momento han contado con el apoyo y la complicidad del imperialismo estadounidense.
Sin embargo, todo esto tiene un coste. La influencia estadounidense en la región se ha visto fuertemente socavada. El sentimiento antiimperialista de las masas en toda la región y fuera de ella es cada día más fuerte. Una nueva escalada del conflicto conviene a la agenda de Netanyahu, pero también aumenta la inestabilidad y el riesgo de que todo Oriente Próximo se vea arrastrado a un conflicto mayor, de consecuencias impredecibles. Esto no lo detendrán las hipócritas súplicas de paz de la llamada comunidad internacional, ni la hueca denuncia de la ONU de los crímenes de guerra israelíes.
Como nota al margen, el recién elegido gobierno laborista en Gran Bretaña no tiene intención de cambiar el apoyo del imperialismo británico a la guerra genocida de Israel. A pesar de gestos vacíos como retirar la objeción británica a la orden de arresto de la CPI contra Netanyahu y el ministro de Defensa Yoav Gallant, Sir Keir Starmer reiteró hace unos días su política de apoyo al «derecho a la seguridad» de Israel, añadiendo sin entusiasmo la «necesidad de un alto el fuego». Los dirigentes del Partido Laborista siguen apoyando cualquier postura que defienda la Administración estadounidense.
David Lammy, el nuevo ministro británico de Asuntos Exteriores, se encuentra ahora en Doha, tras visitar Washington e Israel en sus dos primeros viajes oficiales. Ha brillado por su silencio, mientras que las bases aéreas británicas en Chipre siguen siendo una parte activa de la red de apoyo estadounidense-británica que respalda el criminal asalto de Israel a Gaza, y los lazos militares británicos con Israel son cada vez mayores.
¡Abajo los belicistas!
Netanyahu no es la causa de la actual crisis del capitalismo mundial y de las crecientes fricciones entre las potencias imperialistas. Su política es sólo una manifestación de la enfermedad del capitalismo y sus venenosas consecuencias. A las provocaciones seguirán otras provocaciones, y la escalada será cada vez más inevitable. El imperialismo engendra crisis y guerra.
Llamamos a una movilización internacional de la clase obrera y de la juventud contra el imperialismo y la opresión. Este movimiento debe dirigirse en primer lugar contra nuestras propias clases dominantes, denunciando y luchando contra la complicidad de nuestras propias clases dominantes en el ataque a Gaza, la difícil situación del pueblo palestino y su brutal opresión por el régimen sionista.
¡Expropiar a los capitalistas especuladores de la guerra!
¡Detener el ataque de Israel contra Gaza!
¡Fin a la ocupación!
¡Por un boicot obrero a la maquinaria de guerra israelí!
¡Paz entre los pueblos, guerra a la clase dominante!
¡Derrocar el capitalismo y el imperialismo!
¡Por una federación socialista de Oriente Medio!
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