Kenia: ‘¡bienvenidos a la revolución de la generación Z!’

Grandes acontecimientos sacuden Kenia. El gobierno de William Ruto, fiel servidor de Washington, el FMI y el Banco Mundial, intenta imponer impuestos punitivos a las masas. Y su gobierno ha cosechado una explosión de la juventud, que ha inundado espontáneamente las calles de todas las grandes ciudades. Hay elementos revolucionarios en la situación, y muchos hablan de la llegada de Sri Lanka a Kenia.

#RejectFinanceBill2024 [Rechaza el Proyecto de Ley de Finanzas]

Las medidas de Ruto, empaquetadas en el Proyecto de Ley de Finanzas 2024, representan una verdadera embestida contra las masas empobrecidas de Kenia destinada a obligarlas a pagar por  la profunda crisis del capitalismo.

Hace un par de meses, parecía que el país se encaminaba a la suspensión de pagos, uno más en la larga cadena de economías pobres y «emergentes» que se tambalean sobre un abismo económico. Pero gracias a una venta de bonos de 1.500 millones de dólares en febrero, el gobierno consiguió reunir el dinero suficiente… ¡para pagar otro bono que estaba a punto de vencer!

Se está contrayendo nueva deuda para pagar deuda vieja, a tipos de interés cada vez más altos. Este absurdo ha alcanzado tal nivel que el 30% del presupuesto del gobierno de Kenia se destina ahora al servicio de la deuda.

El FMI y el Banco Mundial intervinieron con préstamos para «ayudar» a Kenia a pagar a sus acreedores parásitos. Llegaron con una condición: que las deudas se pagarán chupando el tuétano de los huesos de los kenianos de a pie.

Siguiendo fielmente los dictados del FMI, el Parlamento ha presentado un paquete de ataques despiadados: La Ley de Finanzas 2024, que impondrá subidas masivas de impuestos sobre el pan, el aceite vegetal, las motocicletas, ¡incluso sobre el tratamiento para el cáncer! Tal vez lo más mortificante de todo -una medida que ha sacado a la calle a miles de jóvenes keniatas- ha sido la introducción de las cínicamente llamadas «ecotasas» sobre artículos como los pañales y las compresas higiénicas.

No pasó mucho tiempo antes de que el hashtag #RejectFinanceBill2024 fuera tendencia, junto con #OccupyParliament [Ocupar el parlamento] en las redes sociales. El martes, sin la dirección de ningún individuo o partido político, grandes multitudes, en su inmensa mayoría jóvenes, invadieron Nairobi y otras ciudades.

Las consignas reflejaban el odio hacia la camarilla gobernante del país. Las pancartas decían: «¡Ruto es un ladrón!» «Ruto debe irse». «¡Despierta, nos están robando!». Pero las masas también son conscientes de que Kenia es clave para los intereses estratégicos del imperialismo estadounidense en África Oriental, y de que sus dirigentes no son más que marionetas del imperialismo.

«Kenia no es la rata de laboratorio del FMI», leía una pancarta. La inmensa mayoría de los kenianos son extremadamente jóvenes, y eso se refleja en estas protestas. Aunque esta generación no recuerda directamente la crisis de la deuda de los años ochenta y noventa, en la que el FMI impuso una brutal austeridad a las masas, se percibe que esta generación no es como la anterior. Esta generación no se quedará de brazos cruzados: antes llevaría a cabo una revolución que aceptar los mandatos del FMI. Como decía otra pancarta: «FMI, no somos nuestros padres. Os vamos a joder».


Al principio, los arrogantes diputados desestimaron las protestas. Un diputado, John Kiarie, se burló de las masas desde el hemiciclo del Parlamento, afirmando que, como antiguo editor gráfico, podía decir que las imágenes de las protestas que circulaban por las redes sociales eran obra de un hábil experto en photoshop.

Al principio, el gobierno intentó responder con represión, lanzando cañones de agua y botes de gas lacrimógeno, y deteniendo a más de 300 personas. Pero estaba claro que el método probado de la violencia estaba fracasando por completo a la hora de acobardar a las masas. A pesar de la represión, el número de manifestantes fue creciendo a lo largo de la tarde. Circularon vídeos de presas decididas que cantaban alegremente en sus celdas.


El pánico se apoderó del gobierno. Intentaron cambiar de táctica y hacer concesiones, introduciendo toda una serie de enmiendas. Se redujeron los impuestos sobre el pan y el aceite vegetal, se aseguró a las masas que las «ecotasas» sólo se aplicarían a las importaciones acabadas, aunque tal «enmienda» no significa nada para los bienes que no se producen en el país a un precio barato.

Pero el punto crítico ya había pasado. Las masas, que habían probado el sabor de su poder, tenían una nueva confianza. Tanto la represión como las concesiones sirven ahora para empujar al movimiento de masas hacia adelante: la una enfurece a las masas, la otra las envalentona para exigir más.

Al final del día, las masas habían prometido volver a las calles en mayor número el jueves, día de la votación, para exigir que los diputados rechacen y no se limiten a enmendar el proyecto de ley de finanzas.

Kenia estalla

El jueves, el país estalló. Un gran número de personas salieron a las calles en ciudades grandes y pequeñas: de Nairobi a Kisumu, Lodwar, Kakamega, Kisii, Nakuru, Eldoret, Nyeri, Meru, Nanyuki, y Mombasa y Kilifi en la costa. Por primera vez en una generación, este movimiento de masas ha unido a un inmenso número de personas por encima de las divisiones de etnia, religión y tribu; divisiones que los partidos políticos han explotado sistemáticamente durante décadas.

Los eslóganes reflejaban el sentimiento de que se trataba de algo más que un movimiento de protesta. Junto a las pancartas que pedían el rechazo de la Ley de Finanzas 2024 y la marcha de Ruto y el FMI, se podía leer: «¡Bienvenidos a la revolución!», «¡La revolución será televisada!».

A continuación incluimos algunos vídeos, sin los cuales es imposible transmitir la energía y el carácter abrumadoramente juvenil de estas protestas.

Además de en las grandes ciudades, como Nairobi y Mombasa, hubo manifestaciones masivas en todo el país. En Kakamega, con una población de 100.000 habitantes, así como en Eldoret, ciudad natal de Ruto, de 500.000 habitantes, en el oeste del país, acudieron numerosos manifestantes con pancartas hechas a mano.


En Nanyuki, ciudad de 70.000 habitantes situada en la base del monte Kenia, y en Nyeri, en las tierras altas centrales, hubo escenas similares.


En todos los vídeos, apenas hay un rostro mayor de 30 años. No es de extrañar que esto se esté llamando la «revolución de la Generación Z». Muchos políticos habían asumido arrogantemente que los jóvenes eran apáticos, que nunca se moverían. En las elecciones de 2022 que llevaron a Ruto al poder, menos del 40% de los votantes registrados eran jóvenes, en un país donde la edad media es inferior a 20 años y el 65% de la población tiene menos de 35 años.

Pero la clase dirigente se equivocó fatalmente. Lo que confundieron con apatía era, en realidad, un completo desprecio y odio hacia el sistema político. Con escasas perspectivas y un elevado desempleo generalizado entre los jóvenes, el mensaje de la última semana ha sido claro. Parafraseando a un usuario de Twitter: no tenemos trabajo ni futuro, así que tenemos todo el tiempo del mundo para derrocaros, y nada que perder luchando contra vosotros».

El Parlamento aprueba la Ley de Finanzas

A medida que avanzaba la tarde, todas las miradas estaban puestas en el Parlamento. Se pasa lista a la Ley de Finanzas 2024. Por 204 votos a favor y 115 en contra, los diputados aprobaron la odiada Ley de Finanzas.

Llegados a este punto, merece la pena hacer una puntualización sobre el papel de las mujeres en este movimiento… y el papel de sus representantes «oficiales».

Desde el primer momento, lo destacable ha sido la participación de las capas más oprimidas de la sociedad keniana: sobre todo, de las mujeres, excluidas de participar en política en tiempos «normales».

El impuesto sobre los productos menstruales supuso un golpe especialmente cruel y humillante en un país donde el 65% de las mujeres no pueden permitirse productos sanitarios esenciales, lo que imposibilita a muchas mujeres trabajar o ir a la escuela. Fue la gota que colmó el vaso para miles de mujeres.

Tales son las barreras que impiden a las mujeres acceder a todas las esferas de la vida pública, que Kenia ha tenido históricamente muy pocas diputadas. Para «remediarlo», la Constitución incluye cuotas de «representantes femeninas» en el Parlamento.

Y algunas de estas representantes mujeres, como Gloria Orwaba, han promovido sus propias carreras políticas dirigiendo campañas precisamente para acabar con la pobreza menstrual. Unos días antes de que estallaran las protestas hubo un pequeño incidente en el que se vio implicada esta representante de las mujeres. Cuando William Ruto terminó de pronunciar un discurso, se volvió hacia Gloria Orwaba y le pellizcó suavemente las mejillas mientras ella le devolvía la sonrisa.

Este pequeño gesto, visto por millones de personas, dice mucho de la relación de estas «representantes de las mujeres» con el resto del sistema: son títeres elegidos a dedo por la clase dominante para engañar a la masa de mujeres oprimidas y hacerles creer que se está haciendo algo para ayudarlas.

Al final, la mayoría de las representantes de las mujeres, incluida la propia Orwaba, votaron con sus colegas hombres para imponer las nuevas medidas aplastantes a las masas keniatas, incluido un impuesto sobre las compresas higiénicas.

Las representantes de las mujeres se han ganado el odio de las masas, junto con el resto de los diputados (a los que en las calles se refieren como «MPigs» – un juego de palabras combinando “cerdos” y “parlamentarios”). Esto ha demostrado claramente lo engañosas que son las cuotas reservadas. El movimiento revolucionario de las masas en las calles muestra el verdadero camino para llevar a las mujeres a la arena política: cuando las masas se movilizan y confían en su victoria, las mujeres de Kenia han demostrado que proporcionarán las primeras filas y las luchadoras más firmes y decididas.

#OccupyStateHouse

Al conocerse la noticia de la votación en el Parlamento, el ambiente se tornó de rabia entre las masas de las calles de Nairobi. Estaba claro que el movimiento tenía que intensificarse.

Entre los pasos para aprobar esta odiada legislación, uno es la firma de la ley por parte del presidente William Ruto. Por ello, las masas empezaron a marchar hacia el palacio presidencial, State House, y el hashtag #OccupyStateHouse empezó a ser tendencia a primera hora de la tarde.

La idea de hacer una revolución y barrer al presidente empezó a apoderarse de la imaginación de miles de jóvenes, evocando las emotivas escenas vividas en Sri Lanka hace dos años, cuando las masas se abalanzaron sobre la policía y tomaron el palacio presidencial, obligando al Presidente Gotabaya Rajapaksa a huir del país. Algunos empezaron a preguntar en broma si la Casa del Estado también tenía una piscina privada en la que las masas pudieran bañarse.


Estaba claro que las masas habían perdido el miedo a la brutal represión policial, que ya no podía mantener a raya esta ira. Hasta ahora, la policía keniana era una fuerza a temer: responsable de extorsiones, desapariciones, asesinatos y complicidad en la violencia étnica. Pero la explosión del movimiento de masas les ha desbordado.

A lo largo del día, los eslóganes en las redes sociales y las pancartas improvisadas reflejaron un nuevo sentimiento entre las masas: ya no nos pueden intimidar más. «¡Tusitishwe! Tusiogope!» («¡No nos dejemos intimidar! ¡No tengamos miedo!») rezaba una pancarta. «Cuando perdemos el miedo, ellos pierden su poder», rezaba otro eslogan popular.

Este último contiene una profunda verdad. Cuando se alcanza el punto en que las masas pierden el miedo, la clase dominante se vuelve impotente para detener su avalancha. Este punto ya se ha superado en Kenia. Esto tiene implicaciones revolucionarias, que podrían desarrollarse rápidamente en los próximos días.

Enfrentados a un movimiento que no podían sofocar, como hemos visto en todas las revoluciones pasadas, el jueves empezaron a aparecer grietas en el aparato policial. Han circulado numerosos vídeos de policías que se retiran, abrumados por el movimiento, e incluso confraternizando con las masas.


Pero antes de que acabara la noche, el Estado capitalista dio a las masas un sangriento recordatorio de su presencia, y de que incluso si las masas insisten en medios pacíficos, la clase dominante no dudará en utilizar medios asesinos para proteger sus intereses.

Alrededor de las 20:00 hora local, un joven de 24 años, Rex Kanyike Masai, fue asesinado a sangre fría por un agente de policía vestido de civil.

#TotalShutdown

El asesinato de Rex Masai ha echado gasolina a las llamas de la ira revolucionaria de las masas. La semana que viene está prevista una escalada. Al anochecer, un nuevo hashtag era tendencia: #TotalShutdown [Cierre total]. El llamamiento ahora es a una huelga general el 25 de junio.

Esta es la forma correcta de intensificar el movimiento. Este gobierno asesino ha ignorado las manifestaciones masivas. Ruto ha mostrado su determinación de seguir adelante con la Ley de Finanzas 2024, sin esperar siquiera a que se seque la sangre de Rex Masai.

Pero hay una fuerza en la sociedad keniana que no se puede ignorar, porque sin ella no gira una rueda ni brilla una bombilla: es la fuerza de la clase trabajadora. Una huelga general, un paro total, es el siguiente paso correcto.

Pero, ¿quién debe dirigirla? La dirección de la Central Sindical (COTU-K) debería convocar ya una huelga general. Pero ha desempeñado un papel vergonzoso en estos acontecimientos, que no merecerían más que desprecio si no jugaran un papel tan pernicioso en la defensa del gobierno de Ruto, el FMI y su sistema.

Mientras las masas enarbolaban el lema «rechazar, no enmendar», los dirigentes del COTU-K aclamaban al Parlamento por sus pequeñas concesiones. Peor aún, el secretario general del COTU-K, Francis Atwoli, incluso salió en defensa del gobierno:

«No debemos preocuparnos, ¿por qué se grava a los kenianos? La gente paga impuestos en todas partes. Y, de hecho, si pagamos impuestos y el dinero se gasta adecuadamente, eludiremos la cuestión de pedir dinero prestado».

Hay que expulsar a estos sinvergüenzas de los sindicatos. Pero hasta que llegue ese momento, paralizarán estas organizaciones potencialmente poderosas y les impedirán dar una expresión organizada al movimiento. Por ello, las masas deben improvisar. Para dar al paro total el mayor alcance posible, la juventud debe organizar comités de huelga.

En cada barrio y lugar de trabajo, los jóvenes deben formar comités para coordinar la huelga, convocando asambleas de masas en cada fábrica, lugar de trabajo y comunidad, conectando con las capas más viejas y conservadoras, para ganar a las masas para su programa de acción.

Estos comités también podrían desempeñar una doble función: organizar la autodefensa contra la violencia policial.

Y al conectarse a escala urbana, regional y nacional, podrían presentarse como un poder alternativo, de forma que pudiéramos barrer realmente a Ruto y a los diputados, no para ser sustituidos por un nuevo parlamento, un nuevo gabinete y un nuevo presidente, sino por órganos de poder de la clase trabajadora, los pobres y la juventud.

¡Por una Kenia y una África socialistas!

Se ha hablado mucho de reproducir en Kenia lo que ocurrió en Sri Lanka en 2022. Pero no hay que olvidar que una vez que el presidente de Sri Lanka fue barrido, simplemente se encontró uno nuevo para sustituirlo. Y es una marioneta de la misma camarilla gobernante de siempre.

No es exagerado decir que, en los dos últimos años, la vida se ha convertido en un infierno para los habitantes de Sri Lanka, que miran al cielo de esta pequeña nación insular con desesperación. Antes llamada «isla paradisíaca», hoy las masas se refieren a Sri Lanka como «isla de esclavos».

El sistema no se rompió de raíz durante la revolución de Sri Lanka. Y ahora, se hace pagar a las masas la crisis del capitalismo. Para evitar este desenlace en Kenia, es necesario romper el viejo Estado capitalista y expropiar a la clase capitalista: aplastar el capitalismo.

Kenia había sido alabada hasta el cielo por Occidente en el pasado: era un faro de esperanza y prosperidad; la nación más próspera de África Oriental; una historia de éxito del capitalismo y el «desarrollo»; y (lo más importante de todo) un baluarte de Occidente en medio de la invasión de la influencia china en el continente.

Estos acontecimientos ponen al descubierto la verdadera situación. Kenia es un patio de recreo para los ricos, literalmente. La principal fuente de ingresos en divisas del país es la lucrativa industria del turismo, que permite a la jet set adinerada hacer safaris por el campo. Incluso antes de la crisis, el 0,1% de los kenianos más ricos poseía la misma riqueza que el 99,99% de los más pobres. Piensen en esa cifra. Este no es un país pobre, sino un país rico sumido en la pobreza por el imperialismo y una camarilla gobernante rapaz a su servicio.

Desde 2020, incluso este «celebrado» modelo se ha derrumbado. No sólo se desplomó el turismo, y con él las reservas de divisas, sino que las masas se han visto exprimidas por la alta inflación y el desempleo, mientras que el fortalecimiento del dólar y el aumento de los tipos de interés han llevado al país al borde de la bancarrota. ¿Qué clase pagará esta crisis? Esa es la cuestión clave.

No hay futuro para las masas bajo el capitalismo. Este sistema debe ser aplastado y sustituido por una economía socialista planificada democráticamente. Sólo por este camino encontrarán las masas un futuro digno de los seres humanos.

Una vez que los trabajadores kenianos estén en el poder, será posible cancelar la deuda, nacionalizar los activos de las grandes empresas y del capital extranjero, así como la enorme riqueza natural del país, y planificar la economía para mejorar drásticamente el nivel de vida de todos. Una república obrera socialista de este tipo en Kenia se convertiría en un faro para las masas oprimidas de todo el continente y de todo el mundo. Sería una auténtica revolución que pronto se extendería a África Oriental y mucho más allá.

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