La crisis de los partidos independentistas y la necesidad de una dirección revolucionaria
El movimiento independentista significó el mayor pulso al régimen del 78 desde la Transición, involucrando a millones de personas en la escena política y radicalizando a toda una generación de jóvenes en defensa de los derechos democráticos-nacionales de Catalunya y en favor de un cambio fundamental en la sociedad. En todos los momentos clave, la dirección independentista jugó un papel de freno, utilizando su autoridad para contener la energía de las bases que querían ir más allá. Al final, el movimiento sólo fue derrotado por el aparato del Estado después de ser traicionado por sus dirigentes en los momentos decisivos, inaugurando un período de represión, reflujo y desmoralización.
A día de hoy, el independentismo ha retrocedido hasta el nivel más bajo desde 2010 y ha desaparecido de la primera página política. Los principales partidos independentistas que, tras su traición, pudieron mantener su legitimidad durante unos años agitando los símbolos y conquistas pasadas del movimiento, han perdido la autoridad que algún día tuvieron y se encuentran hoy en crisis.
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Esquerra Republicana de Catalunya
ERC llegó a las últimas elecciones al Parlament de Catalunya ya desacreditada entre la base independentista por su regreso abierto al autonomismo y en medio de la crisis interna que arrastraba el partido, marcada por la ruptura entre Junqueras y Marta Rovira, y acompañada de una lucha fratricida. ERC fue la gran perdedora de los comicios, pasando de 33 a 20 diputados, los peores resultados desde el inicio del procés. Esta fue la gota que colmó el vaso. Pocos días después de las elecciones al Parlament, Junqueras anunciaba su dimisión como presidente de ERC y la convocatoria de un congreso extraordinario el pasado 30 de noviembre, para anunciar poco más tarde que volvería a presentar su candidatura.
Desde entonces, la guerra abierta entre Junqueras y Rovira marcó las semanas previas al congreso. El entorno de Junqueras señaló a Rovira, a través de la filtración de unos mensajes en Catalunya Ràdio, de estar detrás de los polémicos carteles contra Maragall durante la campaña de las municipales en la que figuraba la frase “fuera el Alzheimer de Barcelona”, operación que habría sido orquestada por una estructura B al margen de los órganos oficiales. Por su parte, Marta Rovira, quien insiste en «la renovación de liderazgos», dio a entender la total ausencia de Junqueras en los momentos decisivos del procés tales como el referéndum del 1-O, la declaración de independencia o la aplicación del 155.
Con tan encarnizada pugna, alguien podría pensar que entre el sector de Junqueras, “Militància decidim” y la candidatura rovirista encabezada por Xaveir Godàs, “Nova Esquerra Nacional”, habría profundas diferencias políticas. Sin embargo, la realidad es que no existen diferencias fundamentales. Ambas aceptan la deriva autonomista de ERC y, en cuanto a la relación con el PSC, si bien difieren en cuanto a la entrada de ERC en el gobierno de Collboni en Barcelona – posición que defiende Elisenda Alamany, mano derecha de Junqueras, pero rechazan desde Nova Esquerra Nacional –, ninguna de las dos candidaturas cuestiona el apoyo a la investidura de Salvador Illa, hecho que dividió a la militancia este verano. Significativamente, después de que en 2021 ERC llegara al gobierno de la Generalitat en solitario por primera vez desde la Segunda República, cualquier balance del gobierno de Aragonès ha estado también ausente en todo el debate.
Por último, en la primera vuelta para escoger la dirección del partido, la candidatura de Junqueras, “Militància decidim” recibió un 48% de los votos, frente a la lista del candidato rovirista, Xavier Godàs, con un 35% de los votos. Al no lograr ninguna candidatura el 50% de los apoyos, se celebró una segunda vuelta el 14 de diciembre, en la que Junqueras se impuso definitivamente, con un 52% de los votos frente al 42% de Godàs.
Aparte de estas dos candidaturas “oficialistas”, la tercera lista, “Foc Nou”, entre cuyos partidarios Alfred Bosch es la cara más reconocida, y crítica con la política autonomista actual del partido, recibió el 12% de los votos. Su propuesta, que puede consultarse en su página web, es un “Plan Independencia 2030”, el cual pretende ser una “estrategia sostenible para la República Catalana”. Esta original estrategia pasa por repetir exactamente y de nuevo todo el procés, esta vez, sin embargo,… con apoyos internacionales. ¡Y todo arreglado!
Junts
En cuanto a Junts, «la estrategia del exilio» que debía conseguir la intervención de la UE en la «resolución democrática del conflicto entre Catalunya y España» se ha demostrado – como no podía ser de otra manera – impotente. En el mismo sentido, el llamado “Consell per la República”, fundado en 2017 con el objetivo de ser el “primer paso hacia la institucionalización de la República Catalana”, apenas superó nunca los 100.000 inscritos y, como era previsible, no ha hecho avanzar ni un milímetro la lucha por la autodeterminación. En realidad, sin ninguna autoridad ni base social real, éste ha sido desde el principio un cascarón vacío bajo el control de Puigdemont que ahora, tras su reciente dimisión como presidente del Consell, sumado a una situación financiera complicada y en medio de una acusación a Toni Comín de gestión negligente de los fondos de la entidad, enfrenta un proceso para “redefinir sus objetivos”.
Hace tiempo que Junts utiliza las palabras «independencia» y «autodeterminación» como meras consignas de agitación de cara a sus bases, durante las campañas electorales y en sus declaraciones. Como hemos explicado en artículos anteriores, los hechos, sin embargo, son otra cosa. El regreso al autonomismo por parte de Junts quedó plasmado definitivamente en el “acuerdo de Bruselas” que facilitó la investidura de Pedro Sánchez a cambio de la Ley de Amnistía, en la que Junts sigue defendiendo el “referéndum pactado” – a pesar de toda la experiencia del procés haya demostrado que éste no es posible.
Esto no es todo. En los momentos álgidos del procés, Junts fue empujado temporalmente hacia la “izquierda” bajo la presión del movimiento de masas. Ahora, habiendo desaparecido esta presión desde abajo – precisamente y únicamente como resultado de la traición de Junts-ERC al movimiento, en los momentos decisivos de la lucha independentista –, Junts muestra de nuevo sus verdaderos colores reaccionarios. El ejemplo más llamativo es que el escollo en las negociaciones con el PSOE nada tiene que ver con los derechos democráticos-nacionales de Catalunya, sino… con el traspaso de competencias de inmigración que incluya las propuestas de expulsión y control de fronteras.
En realidad, para los dirigentes de Junts, la palabrería hipócrita sobre la «soberanía» y las «competencias» de Catalunya sólo son una hoja de parra para ocultar su política reaccionaria: culpar a los sectores más oprimidos y explotados de la crisis del capitalismo, utilizando el discurso venenoso anti-inmigración para dividir a los trabajadores en líneas nacionales.
Este nuevo giro – o, mejor decir, regreso – a la derecha que ha acompañado la claudicación de Junts ante el régimen del 78 en la cuestión nacional también se ha concretado en un acercamiento al PP en el Congreso en el frente económico, bloqueando los aspectos más “sociales” de las medidas del gobierno central, tales como la prorrogación del impuesto extraordinario a los beneficios de las eléctricas, y sirviendo a la patronal como vehículo para influir sobre la política del gobierno, por ejemplo, en la cuestión de la reducción de la jornada laboral.
¿Era imposible la independencia?
El pasado noviembre, en un acto conmemorativo por el 50 aniversario de CDC – el que fue, históricamente, el partido tradicional de la burguesía en Catalunya –, el expresident Pujol, rodeado de otros históricos convergentes como Artur Mas, Núria de Gispert, Xavier Trias o Felip Puig, afirmó que «Catalunya nunca será independiente», añadiendo, en relación al procés, que «se ha visto que lo de la independencia es muy difícil» y que fue un error el fin de Convergència. ¡Por fin unas palabras sinceras! ¿Alguien puede dudar que en las filas de Junts, mientras públicamente hablan de independencia, en privado, muchos piensan exactamente lo mismo? En la misma línea, Marta Rovira afirmó, en el discurso en que anunciaba su retirada, que “llevamos 7 años sin saber cómo terminar el referéndum”.
La idea de que era imposible culminar la independencia en el 2017 es falsa de principio a fin y al mismo tiempo un insulto a los esfuerzos de millones. Sin embargo, hay un elemento de verdad en las afirmaciones de estos dirigentes “independentistas”: ciertamente, bajo su dirección, la independencia era, es y será imposible.
Como hemos venido explicando, en el contexto del Estado español, la lucha por la autodeterminación catalana es una tarea revolucionaria. La unidad de España no sólo representa la unidad del mercado nacional, necesaria para los capitalistas españoles y catalanes, sino que es un pilar fundamental del régimen del 78, piedra angular que agrupa a la monarquía, el ejército, el aparato del Estado, la iglesia y todas las fuerzas reaccionarias de la sociedad, unidas en defensa de sus dueños: los grandes banqueros y capitalistas. Esto es lo que ha determinado la oposición frontal al movimiento independentista por parte de la burguesía, española y catalana.
Por otra parte, las constantes apelaciones de los dirigentes de ERC y, en particular, de Junts a la intervención de la “comunidad internacional” y la Unión Europea representan el peor tipo de utopismo – si no un completo delirio. La UE es una estructura imperialista a la que sólo interesa su estabilidad para poder hacer negocios. Es sobre esta base que, a lo largo del procés, la UE se posicionó en todo momento por la defensa de la “legalidad vigente española”, lo que incluye, tal y como refleja la Constitución, la unidad nacional indivisible garantizada por la fuerza de las armas.
Si podían existir ilusiones en las instituciones europeas, los últimos años han sido bastante clarificadores: en defensa de sus intereses imperialistas, la UE ha apoyado y financiado la guerra indirecta entre la OTAN y Rusia a expensas de las vidas ucranianas y ha apoyado sin fisuras el genocidio en Palestina, cubriéndolo con bonitas palabras sobre la defensa de la «democracia» y «soberanía nacional». ¿Alguien puede pensar que esta panda de criminales de guerra, en defensa de su estabilidad interna, tiene algún inconveniente en pisotear el derecho a la autodeterminación de Catalunya?
La realidad es que los dirigentes de JuntsxSí nunca creyeron en la posibilidad de una ruptura con el Estado. Toda la estrategia pasaba por convocar movilizaciones masivas y realizar actuaciones “simbólicas” con la única intención de forzar una negociación con el Estado o “con la mediación de la UE”. Por todo lo explicado, ésta sólo podía ser una estrategia para la derrota.
En realidad, fue la intervención de las masas, desbordando al Govern y a las organizaciones independentistas, lo que forzó a los dirigentes independentistas a ir mucho más allá de lo que hubieran deseado. La propia celebración del referéndum del 1-O es un ejemplo: no fue organizado por el Govern sino por la autoorganización de miles, a la vez que garantizado por la ocupación y la defensa de los centros de votación por parte de las bases independentistas al pasar por encima de las directrices de la ANC quien, ante las instrucciones de la Fiscalía para precintar las escuelas, llamó a “respetar el precinto” y hacer “colas ordenadas” fuera de las escuelas para «demostrar la voluntad de los catalanes de votar». Si hubiera sido por estos dirigentes, el 1-O nunca se hubiera celebrado.
Habiendo impuesto las masas el referéndum, los dirigentes de JuntsxSí no sabían qué hacer con la victoria. Según las “Leyes de transitoriedad” que ellos mismos habían aprobado en el Parlament, debían declarar la independencia en 48h, aunque, claro, nunca se plantearon llegar a ese punto. En palabras de la exconsellera Clara Ponsatí, “iban de farol”. Incapaces de concebir un enfrentamiento con el Estado sobre la base de la movilización de masas, durante cuatro semanas el Govern intentó posponer tomar ninguna decisión, con la esperanza vana de dar cierto margen para el “diálogo” y la “negociación” con el Estado, y a la vez con la voluntad de alejar cualquier decisión de la presión de las masas en las calles. Como no podía ser de otra forma, Puigdemont y su gobierno acabaron claudicando en favor de una declaración meramente simbólica, traicionando al movimiento.
La CUP
Este no era el único desenlace posible de la lucha independentista. La defensa de la República catalana era posible, pero exigía traspasar los límites del régimen del 78 y el capitalismo con el uso de métodos revolucionarios (huelga general, ocupaciones de fábricas, bloqueo de comunicaciones,…). Era necesario fortalecer y expandir a los CDR’s, surgidos espontáneamente a través de la lucha, dotándolos de una coordinación democrática a nivel nacional, convirtiéndolos en órganos de poder popular. En otras palabras, que las decisiones no se tomaran en el Palau de la Generalitat, en despachos y bajo el chantaje del Estado y la burguesía, sino que fueran tomadas por el propio movimiento de forma democrática. En base a un programa socialista, era posible dotar de contenido social la lucha por la República catalana e interpelar así a los sectores de la clase obrera catalana de identidad española. Esto, junto a una apelación al resto de la clase trabajadora del Estado a levantarse contra el enemigo común, el Régimen del 78, hubiera obtenido un eco poderoso y minado la fuerza del Estado.
Si los dirigentes independentistas eran incapaces de plantear nada de esto, no era por la carencia de valentía o sacrificio personal, sino por sus carencias estratégicas orgánicas, que fluyen de su posición de clase: como dirigentes pequeñoburgueses, vinculados a la propiedad privada y defensores statu quo, no podían luchar hasta el final. Una tarea revolucionaria, exige una dirección revolucionaria.
La CUP, quien alguna vez agrupó a las capas más avanzadas del movimiento y la juventud radicalizada, podría haberse convertido en una dirección alternativa, pero ha pagado el precio de su política. La colaboración de clases y la subalternidad a Junts-ERC a lo largo de todo procés en favor de la “unidad popular”, la incapacidad de guiarse por una política de clase independiente, junto al cada vez mayor cretinismo parlamentario la han reducido a la irrelevancia. En esencia, la política de la “unidad popular” se basa en la vieja idea menchevique de la “revolución por etapas” – esto es, la idea que es necesario primero una revolución democrática, liderada por la burguesía o pequeña burguesía nacional, para, una vez conseguida la independencia, poder – en un futuro indeterminado – luchar por el socialismo.
Esta “teoría”, recuperada por el estalinismo más adelante, se ha demostrado falsa una y otra vez en los últimos 100 años, conduciendo a grandes derrotas para el proletariado internacional. Su falsedad se demuestra incluso en la propia historia de la lucha contra la opresión nacional catalana a lo largo del siglo XX, como ya explicamos en 2017, así como en la revolución española de 1936. Lamentablemente, quien no conoce su historia está condenado a repetirla. El procés ha demostrado por enésima vez que no puede existir una Catalunya independiente sobre bases capitalistas, sino que la tarea de la autodeterminación sólo puede ser resuelta por la clase trabajadora a través de la revolución social, y que, en esta lucha, su único aliado es la clase obrera del resto del Estado, de Europa y del mundo. En otras palabras, la única república catalana posible era la República Socialista Catalana. Rodeada de potencias imperialistas, esta sólo podría sobrevivir con una unión voluntaria de Repúblicas Socialistas Ibéricas, como primer paso hacia una Federación de Repúblicas Socialistas de Europa y una Federación Socialista Mundial.
La necesidad de una dirección revolucionaria
Hoy, casi 8 años después de los acontecimientos de octubre de 2017, en un contexto de crisis orgánica del sistema capitalista, con cambios tectónicos en las relaciones mundiales, auge del militarismo y la economía mundial encaminándose hacia una nueva recesión, la necesidad de una dirección revolucionaria se hace sentir más que nunca. El período en el que hemos entrado depara un futuro de inestabilidad permanente, marcado por crisis políticas y sociales y un auge de la lucha de clases desconocido desde hace décadas, que prepara el terreno para explosiones revolucionarias en un país tras otro. Es urgente construir desde hoy una internacional comunista revolucionaria que pueda llevar los grandes acontecimientos que se preparan en cada país hasta su conclusión final: el fin del sistema capitalista en favor de una nueva sociedad sin ningún tipo de opresión y explotación. Si estás de acuerdo con nosotros, ¡únete a la lucha por el comunismo! ¡Únete a la OCR!
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