La dialéctica revolucionaria de La comedia humana de Balzac
Usted se engaña, querido ángel, si cree que es el rey Luis Felipe el que reina, por más que tampoco él lo cree. Sabe, como todos nosotros, que por encima de la Carta está la santa, la venerable, la sólida, la amable, la graciosa, la hermosa, la noble, la joven, la omnipotente moneda de cinco francos.
El periodo comprendido entre las grandes revoluciones de 1789 y 1848 fue un periodo de agitación sin precedentes en Francia. Fue la época del avance galopante de la burguesía francesa. Al principio, esta clase formaba parte del «Tercer Estado» oprimido bajo el régimen absolutista de los Borbones; al final, era la clase dominante indiscutible y había empezado a transformar la sociedad francesa a su imagen y semejanza.
Contemporáneo de esta época de tempestades y tensiones, a la vez su historiador y el artista que mejor retrató su espíritu conmovedor, vivió uno de los gigantes de la literatura universal, el padre de la novela realista, Honoré de Balzac.
Balzac, uno de los favoritos de Marx y Engels, no era un revolucionario. Todo lo contrario. Y, sin embargo, Engels pudo decir de su inmensa producción literaria: «Ahí está la historia de Francia de 1815 a 1848… ¡Y qué audacia! Qué dialéctica revolucionaria en su justicia poética!».
Toda una vida de furioso trabajo nocturno, alimentado por inmensas cantidades de café (¡se calcula que bebió 500.000 tazas a lo largo de su vida!), llevó a Balzac a una trágica muerte prematura a la edad de 50 años. Sin embargo, en dos décadas de trabajo, Balzac escribió no menos de 90 novelas, novelas cortas y cuentos, 60 de ellas novelas completas y docenas de ellas obras maestras por derecho propio.
Pero las novelas de Balzac, por grandes que sean tomadas individualmente, no pueden apreciarse plenamente si no es en conexión unas con otras. Su tremenda obra, conocida colectivamente como La Comedia Humana, representa un único y magistral panorama de la sociedad francesa desde la caída de Napoleón hasta 1848: París y las provincias; soldados, policías, espías y políticos; aristócratas y campesinos; banqueros, artistas, periodistas, burócratas, criminales y cortesanas… todos son retratados con maestría, con pinceladas que llegan directamente al corazón de su mundo.
Más que un retrato de la sociedad francesa, retrata la sociedad burguesa tal como era y tal como es: mezquina, avara y brutal.
Contenido
La novela realista
Balzac nació en 1799, el mismo año en que Napoleón derrocó al Directorio, marcando el capítulo final de la Revolución Francesa que tan inmensas ilusiones había despertado y truncado entre las masas oprimidas de Francia.
Se había cambiado una forma de explotación por otra. En palabras de Marx y Engels, la burguesía «sustituyó, para decirlo de una vez, un régimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones políticas y religiosas, por un régimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación.».
Con la victoria de la burguesía, los autores de El Manifiesto Comunista explicaron cómo el hombre se veía «el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.» En los volúmenes de La Comedia Humana, el arte de Balzac actuó como una poderosa sal aromática, ayudando a recuperar la sobriedad de este mundo cuyas ilusiones se derrumbaban a su alrededor, obligándole a mirar la realidad a la cara.
En lugar de un repliegue a un pasado idealizado, en el estilo romántico entonces de moda en Francia, nos encontramos con el presente, con todas sus llagas, totalmente a la vista. El método de Balzac es totalmente materialista. Bajo el nombre de «realismo», representa un nuevo punto de partida en la literatura y las artes en general.
Stefan Zweig, en su ensayo sobre el genio de Balzac, ofrece una vívida descripción de su método:
Para Balzac era axiomático que la pluralidad influía por modo tan decisivo en la unidad como ésta sobre aquélla ––teoría a que él daba nombre de lamarquismo y que Taine ha de plasmar más tarde en conceptos––; que el individuo era un producto formado por el clima, el medio social, las costumbres, el acaso; es decir, por el Destino; que todo individuo absorbía una atmósfera ya creada antes de irradiar de sí otra nueva: este condicionamiento universal del mundo interior y del entorno era para él artículo de fe. Esta trasposición de lo orgánico a lo inorgánico, la auscultación de lo vivo en lo conceptual, este sintetizar en el ser social un patrimonio espiritual momentáneo, dibujado en él la fisonomía de épocas enteras: tal era, para Balzac, la misión suprema del artista. Todas las fuerzas flotan y se entrecruzan, ninguna es libre.
Aunque Balzac rechazó explícitamente la etiqueta de «materialista», ¿qué es esto sino un método claramente materialista? Y, lo que es más, se trata de un método extremadamente dialéctico.
Balzac pretendía que La comedia humana fuera una representación completa y viva de todas las «especies sociales» que habitan el mundo, y no una mera acumulación árida de «hechos». Ningún arte puede pretender hacer la crónica de cada uno de los detalles de la sociedad; ni falta que hace. El verdadero propósito del arte es ir más allá de lo accidental para captar verdades más profundas y esenciales. Balzac no necesitaba retratar a 30 millones de franceses y francesas para ofrecer un retrato de Francia. Le bastaba con captar los tipos esenciales de la época. Con su pluma, los cerca de 2.000 personajes de La comedia humana bastaban para esta tarea.
En La comedia humana -quizá de forma contraintuitiva para una obra del realismo- encontramos hombres y mujeres pintados con colores atrevidos y exagerados, de la misma manera que los pintores del Renacimiento utilizaban el método del claroscuro, la audaz oposición de la oscuridad y la luz, para resaltar el dramatismo de las expresiones y el movimiento humanos. Los personajes de Balzac son a menudo descritos como inusualmente singulares en sus pasiones. Pero son tanto más reales por ese hecho: forman arquetipos de su clase y de las pasiones que les impulsan.
El barón de Nucingen es el arquetipo de toda la clase de banqueros millonarios; Grandet desempeña el mismo papel para los avaros; Gobseck para los usureros; Crevel para los parvenus burgueses; Madame Marneffe para la cortesana burguesa; de Rastignac y de Rubempré para los provincianos ambiciosos; y Vautrin para toda la subclase criminal de París.
Al igual que el químico descompone para su análisis las innumerables sustancias compuestas de la naturaleza en sus elementos constitutivos purificados, Balzac pretendía descomponer «en sus partes los elementos de esa masa que se denomina «el pueblo»”.
La capacidad de Balzac, según sus propias palabras, «de ponerse a la altura de los demás», de “asociarse a su vida», de sentir “sobre mis hombros sus andrajos» era algo inigualable: «Penetraba en las almas sin descuidar el exterior, o asía antes tan bien los rasgos interiores que mi observación iba de inmediato más allá, y me daba la capacidad de vivir también la vida del individuo como él la vivía,».
La aristocracia
En política, Balzac estaba muy lejos de ser un revolucionario. Según sus propias palabras: «Escribo a la luz de dos Verdades eternas: la Religión, la Monarquía, dos necesidades que los acontecimientos contemporáneos proclaman y hacia las que todo escritor de sentido común debe tratar de conducir a nuestro país.»
Toda su vida buscó en vano ser admitido en la alta sociedad aristocrática. Las cartas que recibía de sus lectoras, entre las aburridas y poco apreciadas esposas de la aristocracia, le hacían extasiarse. Soñaba despierto con un matrimonio que le reportaría un título y una fortuna, algo que sólo lograría, pero nunca disfrutaría, como moribundo. Pero tal era la fuerza del realismo de Balzac, que aquí encontramos el retrato auténtico y sin ambages de la aristocracia como clase condenada al fracaso.
En la primera novela de La Comedia Humana, Les Chouans, ambientada en 1799, conocemos a los líderes aristocráticos de la Chouannerie, una guerrilla reaccionaria que se alza en Bretaña. En Les Chouans, el ejército republicano es una fuerza de combate disciplinada, formada por campesinos que imaginan fervientemente que su Primer Cónsul Napoleón es el defensor de la tierra que en realidad ganaron gracias a la Revolución. Por el contrario, las guerrillas chuanes, formadas por campesinos bretones, se alistan en las filas realistas para robar diligencias y cadáveres de soldados republicanos, una práctica solemnemente santificada por la Iglesia en misas clandestinas en el bosque.
En cuanto a sus líderes aristocráticos, obtenemos su medida completa cuando se enfrentan a su líder para presionar codiciosamente sus demandas de títulos, fincas y arzobispados como recompensa por su continua lealtad al Rey.
En Ilusiones perdidas y Papá Goriot, encontramos a la vieja nobleza: mezquina, intolerante, bifronte y egoísta, restaurada una vez más en la silla de montar, gracias a los ejércitos reaccionarios de Europa. Pero una cosa era que Luis XVIII restableciera su Corte y que la aristocracia restableciera sus salones en París, y otra muy distinta establecer las antiguas relaciones de propiedad sobre las que se asentaba el Antiguo Régimen.
Francia había cambiado irrevocablemente, y el dinero constituía el nuevo eje en torno al cual giraba ahora. La burguesía ascendente se enfrenta a la vieja aristocracia en todos los ámbitos: en el teatro, en la política, en la prensa. Los antiguos nobles podían despreciar la entrada de los advenedizos en sus salones, pero confiaban sus fortunas a la Bolsa. Vendíann la madera talada de los bosques de sus mansiones a los madereros burgueses, y recurrían al usurero burgués para financiar sus infidelidades matrimoniales.
En provincias, donde la nobleza se encuentra en una posición algo más firme, Balzac describe a la chusma más despreciable:
Todos los que en él se reunían eran los ingenios más pedestres, las inteligencias más mezquinas, los más pobres señores en veinte leguas a la redonda. La política se extendía en verbosas trivialidades apasionadas; Le Quotidienne allí parecía morigerado, Luis XVIII era tildado de jacobino. En cuanto a las mujeres, la mayor parte tontas y sin gracia, se arreglaban mal, todas tenían alguna imperfección que las afeaba, nada allí era completo, ni la conversación, ni el tocado, ni el espíritu, ni la carne…. Sin embargo, los modales y el espíritu de casta, su aire de gentilhombre, el orgullo de! noble de pequeño feudo y el conocimiento de las leyes de la educación, ocultaban todo este vacío.
¿Qué es esto sino una clase condenada a la extinción y merecedora de su destino?
La amada Iglesia católica de Balzac se nos presenta de manera igualmente desfavorable. Como todos los últimos bastiones del viejo orden, se ve asediada desde todas las direcciones y obligada a aburguesarse: «La Iglesia es en Francia excesivamente fiscal y se entrega en la casa de Dios a innobles tráficos de sillas y bancos, que indignan a los extranjeros, cual si pudiese haber olvidado la cólera del Salvador al arrojar a los vendedores del Templo». En el nacimiento, el matrimonio y la muerte, encontramos a los representantes de la Iglesia, con su palma extendida, cobrando su cuota en cada etapa.
La tragedia burguesa
Fue la gran masa empobrecida del pueblo francés, despertada por las más nobles pasiones, la que combatió por los frutos de la Gran Revolución Francesa de 1789. Pero estos fueron cosechados, casi en su totalidad, por las manos codiciosas de la clase capitalista.
Estos personajes tan reales, ganadores y perdedores, fueron trasladados a la ficción por la magistral pluma de Balzac en los protagonistas de La comedia humana.
Los burgueses no son representados como imágenes recortables de un tipo social, sino como hombres reales y vivos. Conocemos al banquero en 1799, que intenta proteger y ampliar su fortuna manteniéndose al margen de monárquicos y republicanos. Conocemos a pequeños burgueses trepadores, como el tonelero Grandet, que se ponen la gorra roja de la libertad para alzarse con la marea ascendente de los asuntos humanos. En Célestin Crevel -un hombre enriquecido como perfumista de la aristocracia restablecida-, Balzac nos ofrece un retrato inmortal de la moral de la burguesía.
A lo largo de La comedia humana podemos leer relatos ficticios de las numerosas tragedias reales en que se convierte la vida familiar bajo el capitalismo. Encontramos padres que estafan a sus hijos; hombres que cortejan a las mujeres para conseguir dotes; padres adúlteros que arruinan a sus familias para mantener a sus amantes; hijas a las que los padres ricos y «ahorrativos» colocan a pan y agua; maridos que ayudan a las infidelidades de sus esposas para ascender en su carrera; hijos tratados como bienes muebles por sus padres.
En palabras de Marx y Engels: «La burguesía desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvían la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares».
Criminales y capitalistas
La crítica de Balzac toca a su vez todos los aspectos de la sociedad burguesa, de los que aquí sólo cabe mencionar algunos.
En Papá Goriot, una nueva versión de la tragedia de Shakespeare El rey Lear en la época burguesa, el verdadero héroe de la historia, si es que puede llamarse así, es Eugene de Rastignac, un noble provinciano empobrecido. Recién llegado a París, se debate entre dos maneras de hacer fortuna: el método «honesto», seduciendo a una de las hijas de Papá Goriot, enriquecida gracias a su matrimonio con el banquero de Nucingen; o a través de un atajo que implica el derramamiento de sangre, ofrecido por el notorio criminal Vautrin.
¿Cuál es la diferencia? En opinión de Vautrin, que aconseja a Rastignac en sus remordimientos de conciencia, la diferencia no es más que hipocresía moral y jurídica:
He ahí vuestras leyes. No hay un solo artículo que no llegue al absurdo. El hombre de guante y de palabras melifluas ha cometido asesinatos en los que no se derrama sangre, pero en los que se da sangre; el asesino ha abierto una puerta con la ganzúa: he ahí dos cosas nocturnas.
El capitalista mata con la misma certeza que el asesino, aunque sin derramar él mismo ni una gota de sangre. Las palabras de condena lanzadas a la cara de toda la sociedad burguesa no dejan de dar en el blanco por el hecho de estar puestas en boca de un notorio malhechor:
¿Sois vos mejor que nosotros? Nosotros tenemos menos infamia en la espalda que vosotros en el corazón, miembros podridos de una sociedad gangrenada.
En última instancia, de Rastignac se ve obligado a dar la razón a Vautrin:
Vio el mundo tal como es: las leyes y la moral impotentes entre los ricos, y vio en la fortuna la última ratio mundi. «Vautrín tiene razón; la fortuna es la virtud», se dijo.
La dialéctica revolucionaria de Balzac
La aristocracia era incapaz de dirigir la sociedad, la burguesía era indigna. Irónicamente, en lo más parecido a una obra autobiográfica, Las ilusiones perdidas, Balzac reserva sus elogios a personajes como Michel Chrestien, republicano revolucionario, a quien describe como «un pensador político del calibre de Saint-Just y Danton», y «una de las criaturas más nobles que han pisado el suelo de Francia».
Estas palabras de elogio sin reservas son tanto más notables por la ironía que Balzac dispensa tan libremente al comentar las acciones de hombres y mujeres de todas las clases a lo largo de La comedia humana. Como observó Engels en una carta de 1888 a Margaret Harkness:
«… los únicos hombres de los que habla con una admiración no disimulada, son sus adversarios políticos más encarnizados, los héroes republicanos del Cloitre-Saint Merri, los hombres que en esa época (1830-1836) representaban verdaderamente a las masas populares. Que Balzac se haya visto forzado a contrariar sus propias simpatías de clase y sus prejuicios políticos, que haya visto la ineluctabilidad del fin de sus aristócratas queridos y que los haya descrito como no merecedores de mejor suerte; que no haya visto los mejores hombres del porvenir, sino únicamente donde podía encontrarlos en aquella época, esto, lo considero uno de los grandes triunfos del realismo y una de las características más señaladas del viejo Balzac».
En su época, la causa de la república burguesa representaba todavía un progreso en relación con las vetustas y persistentes reliquias del feudalismo. En los años que describe La comedia humana, la clase que llegaría a desafiar el dominio burgués, la clase obrera, seguía siendo una masa en gran medida desorganizada, que apenas empezaba a tomar conciencia de sus propios intereses, dispersa en pequeños y medianos talleres. No se distingue de la masa general de pobres urbanos de las novelas de Balzac.
Pero con su aguda perspicacia, Balzac vio que el «Reino de la Razón» al que aspiraban los republicanos revolucionarios era una era una quimera que sólo podía terminar en el dominio desnudo de la burguesía. Y así lo demostró la revolución que estalló en 1848, el mismo año en que Balzac descansó su pluma por última vez.
Fue también el año en que la clase obrera de París se levantó por primera vez, con las armas en la mano, bajo su propia bandera. Recíprocamente, la burguesía retrocedió atemorizada ante sus tareas revolucionarias, se rebajó y se dejó sojuzgar por el aventurero Luis Bonaparte, y demostró toda la decadencia, cobardía y mezquindad que Balzac había iluminado con luz penetrante.
Lo que queda cuando dejamos a un lado los sueños reaccionarios contenidos en la obra de Balzac es una crítica mordaz de la sociedad burguesa y de su moral hipócrita. El método realista del que fue pionero inspiró a otros grandes escritores, como Charles Dickens y Emile Zola, a emprender la tarea de describir las condiciones del proletariado industrial. Y también ejercería una influencia fructífera en los autores del Manifiesto Comunista, cuyas páginas vieron la luz por primera vez en 1848, justo cuando la gran carrera literaria de Balzac tocaba a su fin.
En el Manifiesto Comunista, al igual que en La comedia humana, vemos las imparables ruedas de la historia en movimiento. Para Balzac, que miraba hacia atrás, era un motivo de profundo pesar que este movimiento destruyera su vieja sociedad idealizada, con su deferencia hacia el Rey, Dios y la Familia. Pero Marx y Engels, por el contrario, miraban hacia adelante y vieron como este mismo poder destructivo que Balzac describía era también un tremendo poder creativo. Sentaba las bases de una nueva sociedad sin clases, en la que todos los vicios de la sociedad clasistas que el capitalismo había llevado a su cúspide desaparecerían para siempre.
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