La I Guerra Mundial – Parte IX. Los EEUU y la guerra: la guerra es buena para los negocios
Alguien dijo alguna vez a Lenin que la guerra es terrible, a lo que éste respondió: “sí, terriblemente lucrativa”. La guerra europea fue un regalo caído del cielo para los industriales americanos. El capitalismo estadounidense se había desarrollado a velocidad de crucero en el siglo XIX. Al estallar la guerra en Europa, los EEUU ya eran una joven potencia con una base industrial poderosa. En este conflicto jugó el papel de usurero en jefe e intendente militar para los combatientes europeos.
Durante la mayor parte de la guerra los EEUU se mantuvieron formalmente neutrales e incluso cuando intervinieron, los costes que tuvieron que acarrear fueron insignificantes comparados con sus ingentes recursos y los pingües beneficios que obtuvieron en la guerra. Los principales competidores del país en el mercado mundial, Gran Bretaña, Alemania y Francia, estaban demasiado ocupados masacrándose para desafiar el dominio del coloso transatlántico.
Una Europa sumida en una guerra brutal se perfilaba como un enorme mercado con millones de consumidores listos para comprar todo lo que los EEUU quisiesen vender al precio que determinasen el gobierno estadounidense y sus grandes empresas. No es sorprendente por lo tanto que las exportaciones de los EEUU se disparasen a dos y veces más de lo que eran antes de la guerra. Lo que es más, la mayor parte de estas exportaciones dejaron de ser productos agrícolas, sino bienes manufacturados.
Sí, sin duda la guerra era buena para los negocios. Las empresas estadounidenses que habían estado encarando la bancarrota durante la crisis económica que precedió la guerra estaban ahora estaban produciendo a toda máquina los proyectiles, bombas y balas que los contendientes necesitaban para reventarse a pedazos. Este hecho revela la nueva relación entre el Viejo y el Nuevo Mundo. De hecho, los EEUU estaban suministrando las raciones de Europa.
Un país que hacía poco más de cien años había sido una colonia europea ahora se perfilaba como una nueva y poderosa nación imperialista. En palabras de Hegel, las cosas se transformaron en su contrario. Mientras la oxidada y ya algo senil burguesía europea estaba desperdiciando valiosos recursos en una guerra caníbal entre los minúsculos Estados del continente, las fuerzas productivas de Norteamérica, con sus vastos territorios y prácticamente inagotables recursos materiales y humanos, estaban desarrollándose frenéticamente. Entre 1914 y 1917, la producción industrial de los EEUU aumentó un 32% y su PIB por casi un 20%.
Bethlehem Steel, que había sido afectada por la recesión económica antes de la guerra, ahora estaba acumulando tremendos beneficios produciendo el acero que Europa necesitaba para construir sus tanques, cañones y proyectiles de artillería. Hacia el final de la guerra Bethlehem Steel había forjado 65.000 libras de material militar y 70 millones de libras de planchas acorazadas, 1,1 mil millones de acero para proyectiles y 20,1 millones de balas para Gran Bretaña y Francia.
La entrada de los EEUU en la guerra en 1917 dio a Bethlehem Steel un empuje adicional. Ahora producía un 60% del armamento usado por el ejército norteamericano y un 40% de las artillerías usadas en la guerra. Incluso después de que el presidente Wilson impusiese controles de precios y márgenes de beneficio más bajos sobre productos manufacturados, los beneficios de Bethlehem Steel continuaron creciendo, convirtiéndose en la tercera compañía manufacturera más grande del país.
Las exportaciones americanas a los países combatientes continuó aumentando durante los años de la guerra de 824,8 millones de dólares en 1913 a 2,25 mil millones en 1917. Todo esto fue facilitado por los cuantiosos préstamos otorgados por Washington. La conexión entre el gobierno y las grandes empresas y la fusión de la banca y los monopolios con el Estado burgués, una de las características más sobresalientes del imperialismo, ya estaba bien arraigada al otro lado del Atlántico.
Lo que era cierto para la industria lo era incluso más para el capital financiero, el verdadero corazón del imperialismo. Los préstamos de bancos estadounidenses a las potencias Aliadas en Europa se dispararon durante la guerra. La Banca Morgan proveyó los fondos necesarios para el financiamiento de Gran Bretaña y Francia. A partir de 1914 en adelante la sede de la Banca Morgan en Nueva York fue designada como un agente financiero clave para el gobierno británico, y más tarde jugó un papel similar para Francia. Pero mientras la guerra se eternizaba las relaciones entre la Banca Morgan y el gobierno francés se tensaron al generarse dudas sobre la habilidad de Francia para devolver sus deudas frente a la caída del franco. Al fin y al cabo, la democracia es la democracia, pero los beneficios son los beneficios.
Contenido
Woodrow Wilson
Todos estos datos demuestran que desde el principio los EEUU jugaron un papel fundamental en la guerra a través de su poderío económico y financiero. Sin embargo, formalmente hablando se mantuvieron neutrales hasta 1917. Las razones de este “pacifismo” no son difíciles de entrever. Fue determinado por los mismos cálculos cínicos que motivaron la política exterior del imperialismo británico antes del verano de 1914.
Los imperialistas británicos pensaron que podían mantenerse al margen del conflicto europeo, limitándose a ofrecer suficiente ayuda a Rusia y Francia para frenar el ascenso triunfal de Alemania. Más tarde, cuando los combatientes se hubiesen masacrado mutuamente hasta la extenuación, Gran Bretaña podría intervenir como un árbitro todopoderoso y obtener una dominación total. Esta es la verdadera explicación de su aparente “pacifismo” y de la supina inactividad de hombres como Sir Edward Grey hasta el asesinato de Sarajevo e incluso después de éste.
Pero los cálculos del Ministerio de Exteriores británico eran ingenuos. El poder colosal del militarismo alemán pronto fue revelado en los campos de batalla de Bélgica y Francia, y Gran Bretaña se cayó de su caballo y fue obligada a intervenir en la guerra para evitar una victoria total de Alemania. Al final, fueron los EEUU los que heredaron el papel que Gran Bretaña había querido jugar. La moralidad y el humanismo nunca guiaron su “pacifismo”, sino un interés puramente egoísta.
Eso no significa necesariamente que los opositores a la entrada de los EEUU en la guerra no estuviesen personalmente convencidos de que les motivaba un ideal noble. En todo período histórico las necesidades de las distintas clases se expresan con mayor o menor coherencia por mujeres y hombres individuales. Estos “grandes individuos” parecen prever y dominar los acontecimientos, pero en realidad son éstos los que les dominan a ellos. No son conscientes del verdadero contenido y significado de las ideas que defienden. Pero una idea concreta puede corresponder fielmente a los intereses de ciertas clases o grupos en la sociedad. Eso explica su éxito en un momento dado, y también su fracaso en una etapa posterior cuando las condiciones han cambiado y nuevas ideas son necesarias.
En este contexto entró en el escenario de la historia Thomas Woodrow Wilson. Sus coetáneos le llamaban “un maestro de escuela metido en la política”, lo cual era una descripción bastante acertada. Con su expresión mordaz, sus labios fruncidos y sus quevedos sobre una nariz larga y aguileña, recordaba a un híbrido entre un profesor jubilado y el pastor de una iglesia en un pueblo rural. Los libros de historia le describen como un idealista magnánimo, cuyos ideales se estrellaron contra los escollos de un mundo cruel. La verdad, como suele ser el caso, es más compleja.
Un presbiteriano devoto, Wilson renunció a una prometedora vida académica que le había llevado a la presidencia de la prestigiosa Universidad de Princeton para adentrarse en los avatares de la política norteamericana e internacional. Decidido a convertirse en hombre de Estado, estudió derecho durante un año y seguidamente se presentó a candidato del partido Demócrata. Este giro en su carrera no se ajustaba mucho a su persona.
Una cosa es dar sermones sobre moralidad y buena conducta en una clase llena de estudiantes aspirantes y obedientes. Otro asunto bien distinto es tratar de dar las mismas lecciones a políticos testarudos librando una contienda feroz por el poder. Y cuando estos mismos políticos y hombres de Estado están inmersos en los serios asuntos de una guerra, los sermones sobre la paz, la moralidad y la justicia son recibidos con el entusiasmo de un discurso sobre las virtudes del vegetarianismo en un festín de caníbales.
En 1910 Wilson aceptó la nominación de los demócratas para ser gobernador de Nueva Jersey. Se presentó con un programa progresista, basado en la idea de proteger a la ciudadanía de la explotación por monopolios sin escrúpulos, y obtuvo una victoria aplastante. Con esto ganó reconocimiento a nivel nacional, y en 1912 los demócratas le nominaron a presidente. La campaña por una “Nueva Libertad”, basada en la necesidad de revitalizar la economía estadounidense, que entonces atravesaba una profunda crisis, le valió la presidencia.
Desde su despacho en la Casa Blanca, el presidente Wilson continuó su cruzada contra los monopolios corruptos. Pero el estallido de la guerra en 1914 lo cambió todo. Desde el principio los EEUU se vieron sometidos a presiones por todas partes para intervenir, pero el pacifista Woodrow Wilson mantuvo firmemente la neutralidad del país. En las elecciones de 1916, la consigna de su campaña era “¡Mantengámonos fuera de la guerra!” Advirtió que una victoria republicana significaría la guerra con México y Alemania. Ganó de nuevo las elecciones.
La opinión pública en EEUU estaba dividida sobre el asunto de la guerra. La numerosa minoría germanoparlante estaba obviamente a favor de Alemania y muchos otros americanos se oponían a librar una “guerra europea”. También había divergencias regionales notables, con los estados del sur firmemente opuestos a intervenir. También había desacuerdos acalorados en el seno de la clase dominante estadounidense sobre si los EEUU deberían intervenir en “la guerra europea”.
Se pueden discernir tres grupos. Primero estaban los “pacifistas”, que querían mantener a los EEUU fuera del conflicto a cualquier precio. Incluían al Secretario de Estado William Jennings Bryan, al senador republicano Robert M La Follette Sr. y a Henry Fort, que era demócrata. Luego estaban los que querían forjar una alianza con Gran Bretaña, dirigidos por el ex-presidente Theodore (Teddy) Roosevelt. Por último, había un grupo nucleado entorno al presidente Woodrow Wilson y al ex-presidente William Howard Taft.
Sin embargo, tras la careta de “pacifismo” se ocultaban los verdaderos intereses materiales del capitalismo americano. El pacifismo wilsoniano duró tanto como pudo servir los ésos intereses, y en el momento que dejó de ser así, la sonriente máscara del pacifismo fue cambiada por el semblante feroz del imperialismo beligerante. Un año tras su campaña electoral por el “no a la guerra”, Wilson se arropó en la bandera norteamericana y llevó a los EEUU a la guerra, en el lado de los aliados.
“Preparación”
Tras la cortina de humo del “pacifismo”, se estaba preparando a la opinión pública norteamericana para la guerra. Un paso importante en esa dirección fue el lanzamiento del llamado “movimiento de preparación”, que surgió en 1915. Abogaba por el reforzamiento de la marina y el ejército “por motivos de defensa”. Se asumía implícitamente que los EEUU tendrían que entrar en la guerra tarde o temprano. Además del expresidente Theodore (Teddy) Roosevelt, muchos de los banqueros, industriales, abogados e hijos de familias poderosas apoyaron al movimiento.
El movimiento de Preparación no perdía el tiempo con el idealismo confuso del presidente. No les incumbían chorradas ilusas como la democracia y la autodeterminación para las pequeñas naciones. Estos intransigentes hombres y mujeres tenían una visión de las relaciones internacionales mucho más realista. Como buenos patriotas americanos que eran, creían firmemente que el poderío económico y la fuerza militar eran preferibles a los discursos sentimentales. Buscaban un nuevo lugar en el mundo para Norteamérica cuando acabase la guerra y nada podría interponerse en su camino.
Protestaron repetidamente sobre el estado de debilidad en el que se encontraban las defensas nacionales. Señalaron que el ejército estadounidense, con sus 100.000 efectivos, era sobrepasado numéricamente por el ejército alemán en una proporción de veinte contra uno, a pesar de que Alemania tuviese una población más reducida e incluso teniendo en cuenta la Guardia Nacional de los EEUU, con 112.000 hombres. Apoyaban el servicio militar universal. Cada ciudadano masculino debería pasar por seis meses de adiestramiento militar y pasarían más tarde a unidades de reservistas. Un pequeño ejército regular llevaría a cabo fundamentalmente tareas de entrenamiento. Woodrow Wilson se opuso a esto con firmeza – al fin y al cabo era un hombre de principios. Más tarde, sin embargo, cambio sus ideas y apoyó el programa que previamente había condenado con su severa moral.
Los antimilitaristas y pacifistas se opusieron a proyecto, que, afirmaban, convertiría a los EEUU en una sociedad militarista como Alemania. El Partido Socialista, que inicialmente se había opuesto a la guerra, había tachado, correctamente, al conflicto europeo como una guerra imperialista. Eugene V Debs, el principal dirigente del movimiento socialista y obrero de los EEUU, explicó que la guerra era producto del capitalismo: “una bayoneta”, dijo, “es un arma con un obrero en cada extremo”. Pero justo al igual que en Europa, el movimiento obrero pronto se dividió entre una derecha belicista y una izquierda internacionalista.
En 1914 Samuel Gompers, el dirigente extremadamente oportunista de la central sindical AFL inicialmente tildó la guerra de “innatural, injustificada e impía”. Le resultaba fácil decir esto, ya que estaba en concordancia con la posición oficial del gran capital norteamericano y del presidente. Pero ya en 1916 Wilson estaba titubeando. En las elecciones de 1916 los dirigentes sindicales norteamericanos apoyaron a Wilson y se mantuvieron convenientemente callados sobre el asunto de la guerra, presintiendo que el ambiente estaba cambiando. Poco después, Gompers se convirtió en un seguidor del programa de preparación, a pesar de las quejas de las bases sindicales.
Cuando Wilson cambió de opinión y llevó a los EEUU a la guerra, los dirigentes de la AFL predeciblemente apoyaron a la burguesía, convirtiéndose en “patriotas” belicistas desbocados. Sin embargo, el viejo Debs mantuvo su implacable oposición a la guerra y condujo una feroz campaña contra el ala oportunista del Partido Socialista y los sindicatos. Los socialistas opuestos a la guerra fueron duramente perseguidos tras el decreto anti-espionaje de 1917, incluido Debs, que fue arrestado acusado de traición. En 1920 Debs obtuvo casi un millón de votos mientras estaba en la cárcel.
El hundimiento del Lusitania
La razón por la cual los EEUU entraron en la guerra fue la misma que empujó a Gran Bretaña a intervenir en 1914: para impedir que Alemania ganara la guerra y uniese todo el continente europeo bajo su dominación. Esto representaba una amenaza seria a los intereses del imperialismo norteamericano y debía evitarse a toda costa. Como explicó Trotsky:
“En relación con Europa en su totalidad los EEUU asumieron el papel que Inglaterra había jugado en guerras anteriores y que trató de asumir en la última guerra en relación al continente, en resumidas cuentas, debilitar a un bando empujándolo en contra del otro, interviniendo en operaciones militares sólo para garantizarse todas las ventajas que ofrecía la situación. En base al listón estadounidense en las apuestas, el riesgo para Wilson no era muy significativo, pero entró en la jugada final, y por lo tanto se aseguró un buen premio.” (Trotsky, Los primeros cinco años de la Internacional Comunista, volumen I, p.20.)
Sin embargo, ya en 1917 parecía haber una posibilidad seria de que Alemania ganase la guerra y consiguiese una dominación total de Europa. Esto representaba una amenaza peligrosa para los intereses de la burguesía estadounidense. Decidieron entonces que era el momento de lanzar todo el poderío militar y material de los EEUU en apoyo de la Entente. Pero había un problema. En 1916 la mayoría de norteamericanos se oponían a intervenir en la guerra.
Ahora bien, la clase dominante siempre encuentra miles de maneras para condicionar el pensamiento de la gente y amoldar lo que se llama como la “opinión pública” a sus propios intereses. Al principio de toda guerra se necesita un pretexto – algún tipo de agresión por parte del otro bando – que pueda justificar la declaración de guerra. El punto de inflexión para cambiar los ánimos de la opinión pública estadounidense llegó con el hundimiento del Lusitania en 1915.
Desde hacía un tiempo el Atlántico se había convertido en un campo de batalla como lo eran las llanuras flamencas y del Somme. Para someter a Alemania la marina británica ejercía un bloqueo, parando y abordando buques mercantes para evitar el envío de suministros bélicos y de comida a Alemania. Esto implicaba parar navíos de naciones neutrales, incluyendo de EEEUU. El bloqueo naval británico del Atlántico era sólo un pequeño estorbo para la burguesía norteamericana, que en cualquier caso estaba obteniendo pingües beneficios de la masacre en Europa. En privado, Washington mandaba señales a Londres y París de que también ellos estaban del lado de la “democracia”, mientras mantenían una posición de neutralidad hipócrita.
Incapaz de desafiar a la poderosa marina británica abiertamente, el almirante Alfred von Tirpitz comenzó una guerra submarina en el Atlántico. Puesto que Gran Bretaña dependía de importaciones de ultramar para obtener comida, materias primas y mercancías, esta campaña era una forma de derrotarla a través de una lenta asfixia. “Inglaterra nos quiere sumir en la hambruna”, dijo. “Podemos jugar el mismo juego. Podemos frenar y destruir cualquier barco que trate de romper el bloqueo”. Los submarinos alemanes llevaron a cabo la campaña con una eficacia despiadada y con un desdén total por las vidas de inocentes. Barcos mercantes eran torpedeados sin previo aviso, y la tripulación y los pasajeros morían ahogados. Berlín sostenía que era demasiado peligroso para los submarinos salir a la superficie a rescatar a los supervivientes, ya que la mayoría de buques mercantes iban armados y eran capaces de hundir submarinos.
En febrero de 1915, los EEUU dieron una advertencia a Alemania sobre las actividades de sus submarinos. El 7 de mayo de 1915 un submarino alemán torpedeó a un transatlántico británico, el RMS Lusitania, con la consiguiente pérdida de 1.198 vidas, incluyendo 128 estadounidenses. El hundimiento de un crucero de gran tamaño desarmado, combinado con las historias previas sobre las atrocidades cometidas en Bélgica, conmocionó a los EEUU y fueron usados para generar hostilidad hacia Alemania, aunque todavía no en la escala suficiente para permitir una intervención militar. Wilson lanzó una advertencia a Alemania de que se le haría “estrictamente responsable” si hundiese más cruceros neutrales estadounidenses. Esto representó un gran paso para preparar a los EEUU para la guerra.
La perspectiva de una intervención norteamericana hizo saltar las alarmas en Alemania. Los hombres de Berlín lanzaban injurias a medias voces y ordenaron que sus submarinos evitasen los barcos de pasajeros. Pero el daño ya había sido hecho. Sobre la base de una campaña propagandística tremenda, el gobierno estadounidense ya se estaba preparando para la guerra. En 1917, decididos a ganar la guerra de desgaste contra los Aliados, Alemania anunció que proseguiría con la guerra indiscriminada en el Atlántico.
Encima de todo esto, aparecieron las revelaciones del telegrama Zimmermann, en el que Alemania ofrecía a México su apoyo para recuperar los estados de Texas, Nuevo México y Arizona de los EEUU si se convertía en un aliado de Alemania. Era un intento claro de desviar la atención de Washington de la guerra en Europa provocando un conflicto entre los EEUU y México. Los EEUU rompieron relaciones diplomáticas con Alemania, pero Wilson continuó abogando por la paz: “Somos amigos sinceros del pueblo alemán y honestamente deseamos mantener la paz con éste”, afirmó. “No creeremos que son nuestros enemigos hasta que nos veamos obligados a creerlo”.
Pero los hombres de Berlín ya no prestaban atención. Convencidos de que los EEUU se estaban preparando para declarar la guerra, en marzo los alemanes hundieron más barcos norteamericanos. Teddy Roosevelt estaba enfurecido ante la pasividad de Wilson: “Si no va a la guerra, le despellejaré vivo”. Afortunadamente, esta desagradable amenaza pronto se hizo innecesaria. El 20 de marzo Wilson convocó a su gabinete, que votó unánimemente a favor de la guerra. El 2 de abril el presidente compareció ante el congreso pidiendo una declaración de guerra contra Alemania. Cuatro días más tarde, su petición había sido aprobada.
El 26 de junio, los primeros 14.000 soldados de infantería norteamericanos desembarcaron en Alemania. Era significativo que los EEUU no hubiesen firmado una alianza formal con Gran Bretaña o Francia, sino que intervinieron como una “potencia asociada”. Es decir, los imperialistas norteamericanos quería mantener sus manos libres y no enredarse en alianzas formales. Tenían interés en prevenir una victoria alemana, pero no el subordinarse ante los británicos y los franceses, que pretendían desalojar a los norteamericanos y ser los señores del mundo cuando Alemania fuese derrotada.
Las ambiciones imperialistas de EEUU
La Primera Guerra Mundial fue un conflicto para decidir qué potencia dominaría el mundo. Los viejos países imperialistas de Europa ya se habían repartido el mundo en colonias, mercados protegidos y esferas de influencia. Alemania, que había entrado en escena tarde, estaba decidida a llevar a cabo una redistribución radical del mundo. Pero mientras Gran Bretaña, Francia y Alemania estaban sumidos en una guerra cruenta y prolongada, el nuevo y poderoso rival del otro lado del Atlántico estiraba sus músculos.
Las ambiciones imperialistas de la clase dirigente norteamericana ya habían puestas a prueba en la guerra con España en 1898, que dio lugar a la anexión de facto de Cuba por los EEUU. Mucho antes, la proclamación de que la Doctrina Monroe ya proclamaba el dominio norteamericano sobre Latinoamérica y la exclusión de las demás potencias de esta región. Este alegato había sido reforzado por la anexión forzosa de grandes pedazos de territorio mexicano en Texas y California. Los EEUU continuamente intervenían en los asuntos internos de México e intervinieron militarmente durante la Revolución Mexicana, durante la cual ocuparon Vera Cruz e incluso invadieron territorio mexicano en un intento fallido de capturar a Pancho Villa en 1916.
Pero el imperialismo estadounidense fijaba su mirada más allá del Nuevo Mundo. Tenía objetivos más ambiciosos en Asia y el Pacífico. Esto se demostró con la captura de las Filipinas tras una brutal guerra de tres años en la que murieron más de 20.000 combatientes filipinos. Los marines estadounidenses se distinguieron por el extraordinario barbarismo con el que masacraban a miles de filipinos como animales. Alrededor de 200.000 civiles filipinos murieron por causa de la violencia, la hambruna y las enfermedades en este conflicto sangriento a través del cual los EEUU dieron su primer paso hacia la dominación de Asia.
En 1915, mientras la atención del mundo se centraba en los campos de batalla europeos, los EEUU se lanzaron a la conquista de otra pequeña e indefensa nación. Los EEUU estaban cada vez más preocupados por la actividad e influencia alemana en Haití. A principios del siglo XX la presencia alemana en el país aumentó con el establecimiento de consorcios mercantiles, que rápidamente empezaron a dominar los negocios en la zona. Usando como excusa el asesinato del presidente haitiano Jean Vilbrun Guillaume Sam, el pacifista Wilson mandó a los marines estadounidenses a Haití, afirmando que la invasión era para evitar la anarquía. En realidad, el gobierno de Wilson quería proteger el capital de las empresas norteamericanas en la región y bloquear una posible invasión alemana.
La verdad es que Washington había estado interesado en Haití desde hacía décadas. Como una potencial base naval para los EEUU y otras potencias imperialistas, Haití tenía un gran atractivo para los EEUU. Ya en 1868, el presidente Andrew Johnson sugirió la anexión de la isla de la Española (Haití y la República Dominicana) para asegurar los intereses militares y económicos del país en las Indias Occidentales. Entre 1889 y 1891 el secretario de Estado James Blaine infructuosamente trató de conseguir un arrendamiento de la ciudad de Mole-Saint Nicolas, en la costa norte de Haití y en un enclave estratégico para una base naval. En 1910 el presidente William Howard Taft otorgó a Haití un gran préstamo para atar al país firmemente a Washington y a Wall Street.
La invasión culminó con el tratado haitiano-estadounidense de 1915. Las cláusulas de este acuerdo crearon una gendarmería haitiana, compuesta por estadounidenses y haitianos y bajo el control de los marines norteamericanos. Los EEUU adquirieron un dominio total sobre las finanzas haitianas y el derecho de intervenir en Haití cuando el gobierno de Washington lo considerase necesario. De la noche a la mañana, a efectos prácticos, se abolió la existencia de Haití como una nación independiente.
Seguidamente, el gobierno estadounidense consolidó su control imponiendo un nuevo presidente, Philippe Sudré Dartiguenave, un esbirro yankee elegido a través del parlamento haitiano. La “elección”, llevada a cabo bajo las bayonetas del ejército estadounidense de un presidente que no representaba la voluntad del pueblo haitiano dio lugar a una creciente inestabilidad en Haití. La brutalidad de la gendarmería y sus medidas impopulares, que incluían la segregación racial, la censura de la prensa y los trabajos forzados, dieron lugar a un alzamiento campesino en 1919-1920. En 1929 una serie de huelgas y disturbios obligaron a los EEUU a empezar a abandonar Haití, y la ocupación llego a su fin en 1934. Pero incluso después de esto Washington mantuvo su influencia sobre el país junto con Francia, la vieja potencia colonial, que gobernaron Haití a través de dictadores sangrientos y corruptos. Estas acciones nos dicen mucho sobre la verdadera naturaleza del pacifismo de Wilson, su política de “no intervención” y su respeto por la autodeterminación de las pequeñas naciones.
“El mundo entero para América”
Tras tres años de impasse en el frente occidental, la entrada de las fuerzas bien armadas y equipadas de los EEUU en el conflicto representó un punto de inflexión en la guerra que permitió a los Aliados hacerse con una victoria decisiva. Cuando la guerra por fin terminó el 11 de noviembre de 1918, más de dos millones de soldados norteamericanos habían servido en los campos de batalla de Europa occidental, y alrededor de 50.000 habían perdido la vida. Estas pérdidas, sin embargo, eran modestas comparadas con las que sufrieron Alemania, Austria, Francia, Gran Bretaña y Rusia. Las grandes potencias de Europa surgieron del conflicto con economías arruinadas y deudas enormes.
En siete años se produjo un cambio total en la división mundial del trabajo. Los EEUU habían crecido a expensas de Gran Bretaña mucho más de lo que Gran Bretaña lo hizo a expensas de Alemania. Los EEUU desafiaban la dominación británica de los mares. Antes de la guerra más de la mitad del tonelaje mundial pertenecía a Gran Bretaña y sólo un 5% a los EEUU, pero hacia el final de la guerra esa relación se había invertido. Gran Bretaña tenía ahora menos del 35% mientras los EEUU poseían un 30%. De manera similar, los EEUU consiguieron dominar el mercado del carbón, que Gran Bretaña había poseído anteriormente.
La guerra mundial empujó a los EEUU a abandonar el viejo conservadurismo continental, frecuentemente llamado aislacionismo. Como dijo Trotsky: “el programa de un capitalismo nacional ascendente – América para los americanos (la doctrina Monroe) – fue reemplazado por el programa del imperialismo: el mundo entero para los americanos”. Esperando hasta el último momento para hacer sentir su peso en la lucha, el imperialismo norteamericano se benefició tremendamente a expensas de Europa, sentando las bases de la dominación global de los EEUU del futuro.
Como Trotsky explicó más tarde:
«El presidente de los EEUU, el gran profeta de los clichés, ha bajado del monte Sinaí para conquistar Europa, con sus 14 puntos en mano. Los accionistas, miembros del gabinete y empresarios no se han dejado engañar ni un instante por estos cantos de sirena. Pero por otra parte los “socialistas” europeos, con dosis de la pócima de Kautsky, han alcanzado un estado de éxtasis religioso y han acompañado el arca sagrada de Wilson bailando como el rey David.
Cuando llegó el momento de pasar a los asuntos prácticos, le quedó claro al profeta americano que a pesar del tipo de cambio excelente del dólar, el lugar privilegiado en el tráfico mercante, que conecta y divide a los países, continuaba perteneciendo como antaño a Gran Bretaña, que posee una marina más poderosa, cables transoceánicos más largos y más experiencia en el expolio internacional. Además, en sus viajes Wilson se encontró con la república soviética y el comunismo. El ofendido mesías americano renunció a la Liga de las Naciones, que Inglaterra convirtió en una de sus cancillerías diplomáticas, y le dio la espalda a Europa» (Trotsky, The First Five Years of the Communist International, Vol.1, pp. 103-5).
El presidente Wilson acabó profundamente decepcionado cuando se enfrentó a la fea realidad que nació de sus catorce puntos. Volviendo roto a su país, se topó con un nuevo aislacionismo hostil. Sufrió un infarto y murió a los pocos años. Pero en realidad la época del aislamiento norteamericano había terminado para siempre. Las bases para la dominación mundial de los EEUU se sentaron en la Primera Guerra Mundial. La Segunda Guerra Mundial lo convirtió en realidad. Pero esa es otra historia.
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