La I Guerra Mundial – Parte VIII: Víctimas y agresores
Mientras los ejércitos de las grandes potencias estaban ocupados matándose unos a otros en Flandes, Tannenberg y Gallipoli, sus hermanos más débiles estaban observando con gran expectación desde la barrera como buitres esperando para atiborrarse de los cadáveres de la parte derrotada. Mientras no quedaba claro cuál de los grandes bandidos resultaría más fuerte, los pequeños bandidos tenían que ser pacientes y esperar a la llegada de su oportunidad.
El 26 de abril de 1915, Italia anunció repentinamente su entrada en la guerra del lado de los aliados. Este anuncio provocó la furia en Berlín y Viena. Dado que Italia se había aliado con los imperios alemán y austro-húngaro desde 1882 como parte de la Triple Alianza, los alemanes y austríacos sentían que habían sido engañados, y así era. Sin el conocimiento de sus antiguos socios, los italianos ya habían firmado un tratado secreto con la Entente.
Ya en 1902, cuando Italia era todavía miembro de la Triple Alianza (Alemania y Austria), el gobierno de Roma había firmado un pacto secreto con Francia, que anulaba de facto su alianza con las potencias centrales. Pero incluso entonces, los diplomáticos italianos maniobraron para asegurar sus apuestas. Al estallar la guerra, Italia se negó a enviar tropas, con el argumento de que la Triple Alianza era «defensiva» y que Austria-Hungría era un «agresor». Este argumento semántico hacía gala del cinismo más exquisitamente refinado, dado que los hombres de Roma ya estaban preparando su pequeña agresión particular.
La debilidad de la burguesía italiana significaba que tenían que compensar con astucia sus carencias en materia de poder militar y peso económico. Los señores de Roma eran dignos discípulos de Maquiavelo y tenían su propia agenda a seguir. Ya que esto comprendía planes en territorio austriaco, en Trentino, el Litoral austríaco, Fiume (Rijeka) y Dalmacia, la ruptura con Austria y Alemania era perfectamente lógica desde su punto de vista. ¿Y que importancia tenía el romper un par de promesas, o algún que otro tratado, en comparación con unos cuantos miles de acres de tierra y unas posibilidades sustanciales para el saqueo?
Alarmado por una posible amenaza para sus fronteras del sur, el gobierno austro-húngaro se apresuró a abrir negociaciones para la compra de la neutralidad italiana, ofreciéndoles la colonia francesa de Túnez a cambio. Por supuesto, ya que Francia aún no había sido derrotada y todavía tenía asegurada la posesión de su colonia del norte de África, el valor de esta oferta era algo relativo. No, los gobernantes de Italia eran hombres de honor y, por tanto, no estaban dispuestos a venderse a un precio tan absurdamente bajo. Al igual que un hombre regateando con el precio del pescado en el mercado, le daban la espalda a un puesto y se dirigían al siguiente.
El 16 de febrero de 1915, mientras que las negociaciones con Austria aún continuaban, el primer ministro italiano, Antonio Salandra envió un representante a Londres bajo el más absoluto secreto, para sugerirle respetuosamente al gobierno británico que Italia podría posiblemente estar abierta a una oferta de la Entente, siempre, por supuesto, que fuera lo suficientemente generosa. Los caballeros en Londres no defraudaron sus expectativas. Hicieron una contra-oferta más que tentadora: Italia recibiría el Tirol del Sur, el Litoral austríaco y territorio en la costa dálmata – pero, por supuesto, sólo después de la derrota de Austria-Hungría.
La elección final se vio favorecida por la llegada de noticias acerca de las victorias rusas en los Cárpatos en marzo y la invasión aliada de Turquía en abril. Los italianos comenzaron a pensar que la victoria de la Entente era inminente, y estaban naturalmente ansiosos por no llegar demasiado tarde para participar del saqueo. Con el fin de agilizar las cosas, Salandra instruyó a su enviado en Londres para que abandonase algunas de las demandas anteriores y llegara a un acuerdo decente lo antes posible. El Tratado de Londres se concluyó el 26 de abril, comprometiendo a Italia a entrar en combate en el plazo de un mes. Pero no fue hasta el 4 de mayo cuando Salandra denunció la Triple Alianza en una nota privada a sus signatarios. Italia le declaró la guerra a Austria-Hungría el 23 de mayo. Quince meses más tarde le declararía la guerra a Alemania.
Italia ataca a Austria
Desde un punto de vista militar, las cosas no pintaban nada mal para Italia. El ejército italiano disfrutaba de una superioridad numérica sobre las fuerzas de sus oponentes austriacos. Pero esta aparente ventaja no tenía en cuenta las dificultades del terreno en el que el combate tendría lugar, ni la estupidez del comandante italiano, el mariscal de campo Luigi Cadorna. Cadorna soñaba con un ejército italiano triunfal abriéndose camino en la meseta de Eslovenia, tomando Ljubljana e incluso marchando hasta las puertas de la mismísima Viena.
Cadorna, que parecía verse a sí mismo como la reencarnación de Julio César, era un entusiasta defensor del asalto frontal. Su ejército siempre debía avanzar. El número de soldados que se perdían en el proceso era una cuestión de poco o ningún interés para él. Lo que él no veía eran las dificultades terribles que suponían el accidentado terreno alpino y kárstico, las temperaturas glaciales ni las nuevas condiciones creadas por la guerra de trincheras.
Lleno de optimismo, los italianos lanzaron sus ofensivas a lo largo de los más de 400 Km. de frontera común entre Austria e Italia, una región que cuenta con algunas de las montañas más altas de Europa. Desafortunadamente para Cadorna y por mayor desgracia aun para sus soldados, los austriacos, mejor equipados, aprovecharon el terreno montañoso para establecer posiciones defensivas fuertes a lo largo de la frontera. No hubo ninguna marcha triunfal hasta las puertas de Viena, sólo una serie de sangrientas batallas con largas listas de víctimas y un empate sin gloria.
Combatir a alturas tan elevadas en condiciones tan duras y brutales significó un nuevo tipo de infierno para los soldados de ambos bandos. Los alpinistas italianos tuvieron que escalar paredes rocosas escarpadas bajo una lluvia de fuego enemigo. Los austriacos lucharon con una tenacidad feroz en sangrientas batallas a menudo cuerpo a cuerpo. Una sola granada de mano podía causar una avalancha en la que cientos podían ser enterrados vivos o arrojados al abismo. Una amenaza aún más terrible eran las minas. Los austriacos e italianos cavaron cuevas en las laderas de las montañas donde hombres del siglo XX vivían como trogloditas de la Edad de Piedra. Ambas partes trataron de excavar bajo las cuevas del enemigo y colocar explosivos para hacerlos volar por los aires. El temor constante a tales explosiones volvía locos a los soldados.
Más de 30.000 víctimas en esta campaña fueron eslovenos étnicos, la mayoría de ellos reclutados por el ejército austro-húngaro. Muchos miles de civiles eslovenos de la región de Gorizia y Gradisca fueron reasentados por la fuerza en campos de refugiados, donde fueron tratados como enemigos del Estado por los italianos, y varios miles murieron de hambre.
Los italianos cambiaron el foco de sus ataques a los puertos de montaña en Trentino y el valle del río Isonzo (Soča), al noreste de Trieste. En el frente de Trentino, el terreno montañoso era ventajoso para los defensores austro-húngaros. Debido a las dificultades del terreno, las mulas no podían ser utilizadas por lo que los desafortunados soldados Italianos tuvieron que transportar la artillería pesada por las montañas heladas, sufriendo de congelación, hambre y cansancio y recibiendo en todo momento una lluvia continua de fuego enemigo desde la cumbre .
El 23 de junio, la primera batalla del Isonzo comenzó con el ataque de las tropas italianas a las defensas austriacas. Los avances iniciales de los italianos pronto fueron repelidos por los austriacos con fuertes bajas para ambos bandos. Tres batallas más se libraron hasta el final de 1915 con resultados similares, con un total de 230.000 víctimas italianas y 165.000 para los austriacos.
Durante todo el verano los Kaiserschützen y Standschützen austriacos combatieron a los alpini italianos en una amarga lucha cuerpo a cuerpo. El ejército italiano estaba sangrando a muerte, pero el general Cadorna tenía una sola orden que dar: «avanzar». Cadorna lanzó un total de once ofensivas en el frente del Isonzo. Todas ellas fueron repelidas por los austro-húngaros con pérdidas terribles.
En el verano de 1916, tras la batalla de Doberdò, los italianos tomaron la ciudad de Gorizia. Después de esta victoria menor, el frente se mantuvo estático durante más de un año, a pesar de varias ofensivas italianas. Luego sobrevino el desastre. En el otoño de 1917, gracias a la mejora de la situación en el frente oriental, las tropas austro-húngaras recibieron un gran número de refuerzos, incluyendo los Stormtroopers alemanes y los Alpenkorps de élite. La moral de los austriacos recibió un gran impulso con la llegada de los alemanes que estaban frescos y con optimismo.
El 26 de octubre de 1917, las Potencias Centrales lanzaron una ofensiva aplastante encabezada por los alemanes. Lograron una victoria decisiva en Caporetto (Kobarid). Por entonces la moral de los soldados italianos se hallaba cerca del punto de ruptura. Las tendencias al motín se expresaban mediante rendiciones en masa. Miles de tropas italianas se entregaron a los alemanes sin disparar un tiro. Los oficiales que intentaban resistirse eran fusilados por sus propios hombres.
En el invierno de 1917 unos 300.000 soldados italianos se rindieron a los alemanes, mientras que un número similar se unió a la masa de refugiados civiles que huían de la zona de guerra. Cuando se les preguntaba por qué se retiraban, ellos respondían que es lo que se les había dicho que hicieran. Cuando se les preguntaba quién se lo había dicho, sólo se encogían de hombros.
Tan pesadas fueron las pérdidas del ejército italiano en la batalla de Caporetto, que el Gobierno italiano llamó a las armas a los llamados Ragazzi del ’99: es decir, todos los varones de 18 años o más. Pero el tiempo no estaba del lado de Austria-Hungría. A principios de 1918 la marea de la guerra en Europa se estaba volviendo en contra de las Potencias Centrales. Los austro-húngaros hicieron un intento desesperado por abrirse paso mediante una serie de batallas en el río Piave, pero fueron derrotados en la batalla de Vittorio Veneto, en octubre de ese año.
Agotados por sus pérdidas Austria-Hungría se rindió a principios de noviembre de 1918. Los italianos no perdieron el tiempo y se precipitaron a recoger las ganancias que les habían sido prometidas en el Pacto de Londres. El 3 de noviembre, los italianos ocuparon Trieste. A mediados de noviembre de 1918, el ejército italiano ocupaba todo el antiguo Litoral austríaco, y tomó el control de toda la parte de Dalmacia.
Sólo para asegurarse de que no había ninguna objeción por parte de los eslovenos, croatas y serbios que estaban creando Yugoslavia a partir de los restos del Imperio, la marina italiana destruyó gran parte de la flota austro-húngara estacionada en Pula, evitando su entrega al nuevo Estado. Italia les estaba mostrando a sus vecinos más débiles que un nuevo matón había llegado al vecindario.
Bulgaria se une a la lucha
Durante los primeros diez meses de 1915 Austria-Hungría utilizó la mayor parte de sus reservas militares para luchar contra Italia. Pero mientras que la lucha a vida o muerte se estaba librando en los Alpes, nuevas y mortíferas maniobras estaban teniendo lugar en el tablero diplomático. La lucha entre Alemania y Austria y Rusia quedó retratada en Berlín como una lucha racial entre teutones y eslavos – algo que convenientemente pasaba por alto el hecho de que una gran parte del Imperio austro-húngaro también estaba compuesta por eslavos (checos, eslovacos, eslovenos y bosnios) y que esto se reflejaba en la composición heterogénea del ejército austro-húngaro.
La causa inmediata de la guerra fue precisamente la lucha de los Habsburgo para mantener su dominación sobre los Balcanes contra el joven y pujante poder de Serbia respaldada por Rusia. Las guerras de los Balcanes siempre han ido acompañadas de una ferocidad particular, alimentada por los odios nacionales difundidos sistemáticamente por los círculos gobernantes como medio de movilizar las pasiones más oscuras en aras de la consecución de sus ambiciones territoriales y saciar su codicia. Las sangrientas guerras de los Balcanes de 1912 y 1913 no solo expulsaron a los turcos de los Balcanes sino que también terminaron en catástrofe para Bulgaria.
Después de haber llevado el peso de la mayor parte de los combates contra las fuerzas otomanas, Bulgaria fue apuñalada por la espalda por sus supuestos aliados, Serbia y Grecia, que, junto a Rumania incautaron grandes franjas de territorio que habían acordado dar a Bulgaria. La participación de Bulgaria en las guerras de los Balcanes paralizó sus finanzas públicas y arruinó su economía. En un país predominantemente campesino, la producción agrícola se redujo en alrededor del 9% en comparación con 1911. La pérdida del sur de Dobrudja, que había representado el 20% de la producción de granos de Bulgaria antes de las guerras asestaron un golpe mortal a la agricultura búlgara. Miles de campesinos y trabajadores agrícolas murieron en las guerras. El número de caballos disponibles, ovejas, ganado y otros animales era de un 20% y hasta un 40% inferior.
Desangrada por la gran pérdida de vidas, aislada y rodeada de vecinos hostiles, privada del apoyo de las grandes potencias, despojada de gran parte de su territorio y económicamente arruinada, Bulgaria quedó presa de profundos sentimientos de resentimiento que, inevitablemente, encontraron su expresión en un deseo de venganza entre los círculos dominantes de Sofía. Era sólo cuestión de tiempo antes de que esta acumulación de material combustible llevase a una nueva explosión.
Cuando estalló la guerra en agosto de 1914, la camarilla gobernante de Bulgaria declaró la neutralidad del país. Su ubicación geográfica estratégica y su fuerte ejército hacían de Bulgaria un aliado deseable para la Entente, para Alemania y especialmente para Austro-Hungría. Pero las aspiraciones de Bulgaria incluían reivindicaciones territoriales contra cuatro países de los Balcanes. Si la cuestión solo hubiera afectado a Serbia, no habría sido difícil para las Potencias Centrales poner a Bulgaria de su lado. Pero una alianza abierta con Bulgaria habría enajenado a Rumania y Grecia, países que Alemania y Austria-Hungría también intentaban cortejar.
El rey Fernando de Bulgaria, que por cierto había nacido en Viena y cuyo nombre completo era Fernando Maximiliano Karl Leopold María de Sajonia-Coburgo y Gotha, había declarado, «el propósito de mi vida es la destrucción de Serbia.» Eso era música para los oídos de los hombres de Viena, que hasta ese momento habían intentado tres veces, y vergonzosamente fracasado las tres, la conquista de Serbia. Sin embargo, fuera de la camarilla gobernante aristocrática y de la patriótica gentuza de clase media, no había entusiasmo popular en Bulgaria para entrar en la guerra.
Los trabajadores búlgaros y los campesinos ya habían sufrido bastante con las guerras y estaban en su mayoría a favor de la neutralidad. Este fue un elemento importante en forzar al primer ministro Radoslavov a mantenerse al margen de la guerra, y al mismo tiempo explorar cuidadosamente la disposición de ambas partes a satisfacer las ambiciones territoriales búlgaras. La camarilla gobernante estaba esperando a ver cuál de los bandos lograría una ventaja militar decisiva y daría garantías blindadas para el cumplimiento de los «ideales nacionales búlgaros».
A medida que la guerra se prolongaba las Potencias Centrales decidieron que no tenían otra alternativa que ceder a las demandas de la camarilla gobernante en Sofía. Los diplomáticos alemanes y austro-húngaros dieron un golpe importante persuadiendo a Bulgaria para unirse al ataque contra el enemigo común, Serbia. Tan pronto como las potencias centrales se ofrecieron a darles lo que reclamaban, los búlgaros entraron en la guerra a su lado. Parecía ser una buena decisión. Los aliados estaban perdiendo la batalla de Gallipoli y los rusos habían sufrido una gran derrota en Gorlice. Así, muy esperanzado, el rey Fernando firmó un tratado con Alemania, y el 23 de septiembre 1915 Bulgaria comenzó a movilizarse para la guerra.
Con Alemania y Bulgaria ahora de su lado, los austriacos reanudaron su plan de conquista con un optimismo renovado. Las provincias eslavas del Imperio austro-húngaro (Eslovenia, Croacia y Bosnia) proporcionaron tropas para la invasión de Serbia por los austro-húngaros, mientras que sólo el diminuto Montenegro se alió con Serbia. Los alemanes y austro-húngaros cruzaron el Danubio y se dirigieron a tomar Belgrado. Los serbios lucharon como fieras durante dos días de viciosos combates callejeros, pero en dos días la capital cayó, derrotada por fuerzas superiores. Luego vino un golpe aplastante. El 14 de octubre Bulgaria envió 600.000 soldados a Serbia. El ejército búlgaro atacó por dos frentes, desde el norte de Bulgaria hacia Nis y desde el sur hacia Skopje.
El ataque de Bulgaria volvió la posición serbia completamente insostenible; el grueso del ejército en el norte (alrededor de Belgrado) bien podía retirarse o ser rodeado y obligado a rendirse. En la batalla de Kosovo, los serbios hicieron un último y desesperado intento pero al final se vieron obligados a la retirada. Acosada por enemigos por todos lados, Serbia fue invadida en poco más de un mes. Ante la perspectiva de la aniquilación, los generales serbios decidieron refugiarse en Albania. Frente a las tormentas de nieve y frío intenso, con caminos intransitables y casi sin suministros ni alimentos, el ejército caminó a través de montañas escarpadas, junto con decenas de miles de civiles que huían de un enemigo implacable. Muchos soldados y civiles no llegaron a la costa y perecieron por el hambre, las enfermedades, los ataques de las fuerzas enemigas y las emboscadas de bandidos albaneses.
Gran Bretaña y Francia hablaron de enviar tropas a Serbia, pero no hicieron nada hasta que fuese demasiado tarde. A finales de 1915, una fuerza franco-británica aterrizó en Salónica en Grecia, para ofrecer asistencia a los serbios y para presionar al gobierno griego para que declarara la guerra a las Potencias Centrales. La respuesta del pro-alemán Rey Constantino I fue derrocar al gobierno pro-aliados de Eleftherios Venizelos antes de que la fuerza expedicionaria aliada llegase.
El títere británico Venizelos estableció un gobierno provisional en Salónica, bajo la protección de las bayonetas de la Entente. Grecia se dividió en dos bandos, que casi llegaron a las manos antes de que el Rey de Grecia renunciara a favor de su hijo Alejandro quien entró en la guerra del lado de los aliados. Pero el ejército griego no hizo nada. Las fuerzas francesas y serbias retomaron algunas áreas de Macedonia recuperando Bitola el 19 de noviembre 1916 tras una ofensiva costosa. La mayor parte del tiempo, sin embargo, lo que se conocía como el frente macedonio mostraba un cuadro de inactividad impotente.
Sólo después de que la mayor parte de las tropas alemanas y austro-húngaros se hubiesen retirado en septiembre de 1918, los franceses lograron finalmente un gran avance cuando los búlgaros sufrieron su única derrota de la guerra en la batalla de Dobro Polo. Dos semanas más tarde, el 29 de septiembre de 1918, Bulgaria se rindió a los aliados y, como consecuencia, perdió no sólo el territorio adicional por el que había luchado en la gran guerra, sino también el territorio que había ganado después de las guerras de los Balcanes y que da acceso al Mar Egeo .
Bulgaria había sufrido una segunda catástrofe nacional, que sacudió su conciencia nacional al igual que el Calvario agónico de los serbios quedó grabado en la memoria colectiva de aquel pueblo. Estas tragedias han jugado un papel importante en la creación de un sentimiento de victimización que se prolongó durante generaciones. Serbios y búlgaros, griegos y albaneses, croatas y macedonios – todos se vieron a sí mismos como víctimas.
Ese es el problema. En los Balcanes, todos se ven a sí mismos como víctimas y nadie como agresores. Esa es la gran tragedia de los Balcanes. La cuestión que ha de plantearse es: ¿quiénes son las víctimas y quiénes son los agresores? Los serbios, griegos, búlgaros y albaneses de a pié siempre han sido víctimas – víctimas de su propia clase dominante. Ellos no se involucraron en las intrigas diplomáticas, no difundieron mentiras propagandísticas en la prensa, no le declararon la guerra a nadie. Y no les ordenaron a miles de personas marchar hacia la muerte.
Fueron los campesinos pobres y trabajadores los que fueron conducidos como ovejas a la masacre en guerras contra otros campesinos pobres al otro lado de fronteras imaginarias y sin sentido. Ellos y solo ellos son siempre las víctimas en las guerras de otra gente. En cuanto a los gobernantes de los países de los Balcanes, la historia nos muestra que la víctima de ayer se convierte en el agresor de mañana y el hombre ahorcado de ayer se convierte en el verdugo de mañana. Y así continúa, una danza interminable de muerte y odio, hasta que los obreros y los campesinos se levanten en contra de sus propios terratenientes y capitalistas, derriben las fronteras artificiales, y creen una Federación Socialista de los Balcanes basada en los principios de libertad, igualdad y justicia. Sólo entonces podremos poner fin a todo este negocio sangriento.
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