1919-2019: Centenario de la Internacional Comunista (VIII) – Los comunistas y el parlamentarismo

“La lucha está en la calle y no en el parlamento”. Todos hemos escuchado esta consigna en más de una manifestación. Sin duda, contiene una poderosa verdad: en última instancia, las cuestiones fundamentales de la lucha de clases se deciden por la acción directa de las masas. Pero si de lo que hablamos es de cómo el elemento consciente de estas masas, su vanguardia organizada, debe hacer para conducirlas a la toma del poder, esta frase resulta insuficiente.

Para los marxistas, el trabajo en los parlamentos o los ayuntamientos nunca ha sido un fin en sí mismo, sino un medio para llegar a las más amplias capas de la población con el programa de la revolución socialista y ayudar a la construcción y el desarrollo del partido revolucionario. El marxismo siempre ha combatido la tendencia reformista de adaptación a las instituciones burguesas (el llamado “cretinismo parlamentario”) así como ha denunciado a los arribistas que se unen a los partidos obreros para hacer carrera parlamentaria. Y al mismo tiempo, el marxismo también ha denunciado las tendencias ultraizquierdistas que hacen una cuestión de principios la negativa a participar en las instituciones burguesas.

El segundo congreso de la Internacional Comunista tuvo lugar entre julio y agosto de 1920, cuando la oleada revolucionaria que terminó con la Primera Guerra Mundial había sido derrotada en la mayor parte de Europa y había dado lugar al establecimiento de inestables repúblicas parlamentarias en Alemania, Austria y Hungría[1]. En esta situación de contrarrevolución en líneas democrático-burguesas, en la que los partidos comunistas no habían ganado todavía la mayoría en el movimiento obrero, el debate sobre la participación en las instituciones burguesas adquiría una importancia crucial.

Como regla general, la única circunstancia en que es permisible el boicot al parlamento y las elecciones parlamentarias es cuando el movimiento revolucionario está en condiciones de sustituir el sistema parlamentario burgués con algo mejor. Esa fue claramente la situación en Rusia en 1917, y pudo haberla sido en Alemania en 1918-1919; pero no era en absoluto la situación en 1920. Los jóvenes dirigentes de los PC europeos creados al calor de la oleada revolucionaria no apreciaron el cambio en la situación de la misma manera que lo hicieron los experimentados líderes bolcheviques, con Lenin a la cabeza. En particular, los dirigentes del PC alemán creían poder tomar el poder directamente sin un trabajo sistemático entre las masas, lo que en aquellas circunstancias incluía la participación en las elecciones y un trabajo sistemático en los sindicatos de clase dirigidos por los socialdemócratas. Esta política aventurera y ultraizquierdista llevó a una derrota sangrienta del levantamiento promovido por el PC alemán en 1921.

Lenin en particular estaba muy preocupado por estas tendencias ultraizquierdistas, y comprendió la necesidad de poner en común en el conjunto de la Internacional la valiosísima experiencia de la construcción del Partido Bolchevique. El fruto de este trabajo es su obra maestra La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, un verdadero compendio de táctica y estrategia revolucionaria, en el que combate las posturas de los “comunistas de izquierda” examinándolas a la luz de la experiencia bolchevique en temas clave como el parlamento y el trabajo en los sindicatos. Las conclusiones del libro de Lenin están muy presentes en la tesis sobre el parlamentarismo que presentamos a continuación.

Por último, presentamos también las tesis del IV Congreso de la Internacional Comunista sobre la eventual participación de los comunistas en gobiernos “de izquierdas”. Estas son un ejemplo más del método flexible que la Internacional empleó en sus primeros años. Todas las cuestiones tácticas, sea la participación en los parlamentos, en ayuntamientos o incluso en gobiernos, siempre están subordinadas a un objetivo estratégico central: fortalecer la organización revolucionaria, elevar el nivel de conciencia de las masas de la clase obrera y prepararlas para la toma del poder.

 

El partido comunista y el parlamentarismo: II Congreso de la IC (extractos)

El comunismo y la lucha por la dictadura del proletariado y “por la utilización” del parlamento burgués

El parlamentarismo de gobierno se ha convertido en la forma “democrática” de la dominación de la burguesía, a la que le es necesaria, en un momento dado de su desarrollo, una ficción de representación popular que exprese en apariencia la “voluntad del pueblo” y no la de las clases, pero en realidad constituye en manos del capital reinante un instrumento de coerción y opresión.

El parlamentarismo es una forma determinada del estado. Por eso no es conveniente de ninguna manera para la sociedad comunista, que no conoce ni clases, ni lucha de clases, ni poder gubernamental de ningún tipo.

El parlamentarismo tampoco puede ser la forma de gobierno “proletario” en el período de transición de la dictadura de la burguesía a la dictadura del proletariado. La república de los soviets es la forma de la dictadura del proletariado.

Los parlamentos burgueses, que constituyen uno de los principales aparatos de la maquinaria gubernamental de la burguesía, no pueden ser conquistados por el proletariado en mayor medida que el estado burgués en general. La tarea del proletariado consiste en romper la maquinaria gubernamental de la burguesía, en destruirla, incluidas las instituciones parlamentarias, ya sea las de las repúblicas o las de las monarquías constitucionales.

Lo mismo ocurre con las instituciones municipales o comunales de la burguesía, a las que es teóricamente falso oponer a los organismos gubernamentales. En realidad también forman parte del mecanismo gubernamental de la burguesía. Deben ser destruidas por el proletariado revolucionario y reemplazadas por los soviets de diputados obreros.

El comunismo se niega a considerar al parlamentarismo como una de las formas de la sociedad futura; se niega a considerarla como la forma de la dictadura de clase del proletariado, rechaza la posibilidad de una conquista permanente de los parlamentos, se fija como objetivo la abolición del parlamentarismo. Por ello, sólo debe utilizarse a las instituciones gubernamentales burguesas a los fines de su destrucción. En ese sentido, y únicamente en ese sentido, debe ser planteada la cuestión.

Toda lucha de clases es una lucha política pues es, al fin de cuentas, una lucha por el poder. Toda huelga, cuando se extiende al conjunto del país, se convierte en una amenaza para el estado burgués y adquiere, por ello mismo, un carácter político. Esforzarse en liquidar a la burguesía y destruir el estado burgués significa sostener una lucha política. Formar un aparato de gobierno y de coerción proletario, de clase, contra la burguesía refractaria significa, cualquiera que sea ese aparato, conquistar el poder político.

La lucha política no se reduce, por lo tanto, a un problema de actitud frente al parlamentarismo, abarca toda la lucha de la clase proletaria, en la medida en que esta lucha deje de ser local y parcial y apunte a la destrucción del régimen capitalista en general.

El método fundamental de la lucha del proletariado contra la burguesía, es decir contra su poder gubernamental, es ante todo el de las acciones de masas. Estas últimas están organizadas y dirigidas por las organizaciones de masas del proletariado (sindicatos, partidos, soviets), bajo la conducción general del partido comunista, sólidamente unido, disciplinado y centralizado. En esta lucha de masas, llamada a transformarse en guerra civil, el partido dirigente del proletariado debe, por regla general, fortalecer todas sus posiciones legales, transformarlas en puntos de apoyo secundarios de su acción revolucionaria y subordinarlas al plan de la campaña principal, es decir a la lucha de masas.

La tribuna del parlamento burgués es uno de esos puntos de apoyo secundarios. No es posible invocar contra la acción parlamentaria la condición burguesa de esa institución. El partido comunista entra en ella no para dedicarse a una acción orgánica sino para sabotear desde adentro la maquinaria gubernamental y el parlamento. Esta acción parlamentaria, que consiste sobre todo en usar la tribuna con fines de agitación revolucionaria, en denunciar las maniobras del adversario, en agrupar alrededor de determinadas ideas a las masas que, sobre todo en los países atrasados, consideran a la tribuna parlamentaria con grandes ilusiones democráticas, debe estar totalmente subordinada a los objetivos y a las tareas de la lucha extraparlamentaria de las masas.

La participación en las campañas electorales y la propaganda revolucionaria desde la tribuna parlamentaria tienen una significación particular para la conquista política de los medios obreros que, al igual que las masas trabajadoras rurales, permanecieron hasta ahora al margen del movimiento revolucionario y de la política.

Los comunistas, si obtienen mayoría en los municipios, deben: a) formar una oposición revolucionaria en relación al poder central de la burguesía; b) esforzarse por todos los medios en prestar servicios al sector más pobre de la población (medidas económicas, creación o tentativa de creación de una milicia obrera armada, etc…); c) denunciar en toda ocasión los obstáculos puestos por el estado burgués contra toda reforma radical; d) desarrollar sobre esta base una propaganda revolucionaria enérgica, sin temer el conflicto con el poder burgués; e) reemplazar, bajo determinadas circunstancias, a los municipios por soviets de diputados obreros. Toda acción de los comunistas en los municipios debe, por lo tanto, integrarse en la obra general por la destrucción del sistema capitalista;

La campaña electoral debe ser llevada a cabo no en el sentido de la obtención del máximo de mandatos parlamentarios sino en el de la movilización de las masas bajo las consignas de la revolución proletaria. La lucha electoral no debe ser realizada solamente por los dirigentes del partido sino que en ella debe participar el conjunto de sus miembros. Todo movimiento de masas debe ser utilizado (huelgas, manifestaciones, efervescencia en el ejército y en la flota, etc.). Se establecerá un contacto estrecho con ese movimiento y la actividad de las organizaciones proletarias de masas será incesantemente estimulada.

Si son observadas esas condiciones y las indicadas en una instrucción especial, la acción parlamentaria será totalmente distinta de la repugnante y estrecha política de los partidos socialistas de todos los países, cuyos diputados van al parlamento para apoyar a esa institución “democrática” y, en el mejor de los casos, para “conquistarla”. El partido comunista sólo puede admitir la utilización exclusivamente revolucionaria del parlamentarismo, a la manera de Karl Liebknecht, de Hoeglund y de los bolcheviques.

En el parlamento

El “antiparlamentarismo” de principios, concebido como el rechazo absoluto y categórico a participar en las elecciones y en la acción parlamentaria revolucionaria, es una doctrina infantil e ingenua que no resiste a la crítica, y muchas veces es el resultado de una sana aversión hacia los políticos parlamentarios pero que no percibe, por otra parte, la posibilidad del parlamentarismo revolucionario. Además, esta opinión se basa en una noción totalmente errónea del papel del partido, considerado no como la vanguardia obrera centralizada y organizada para el combate sino como un sistema descentralizado de grupos mal unidos entre sí.

Por otra parte, la necesidad de una participación efectiva en elecciones y en asambleas parlamentarias de ningún modo deriva del reconocimiento en principio de la acción revolucionaria en el parlamento, sino que todo depende de una serie de condiciones específicas. La salida de los comunistas del parlamento puede convertirse en necesaria en un momento determinado. En otras circunstancias, puede ser necesario el boicot a las elecciones o el aniquilamiento inmediato, por la fuerza, del estado burgués y de la camarilla burguesa, o también la participación en elecciones simultáneamente con el boicot al parlamento, etc.

Reconociendo de este modo, por regla general, la necesidad de participar en las elecciones parlamentarias y municipales y de trabajar en los parlamentos y en las municipalidades, el partido comunista debe resolver el problema según el caso concreto, inspirándose en las particularidades específicas de la situación. El boicot de las elecciones o del parlamento, así como el alejamiento del parlamento, son sobre todo admisibles en presencia de condiciones que permitan el pasaje inmediato a la lucha armada por la conquista del poder;

Es indispensable considerar siempre el carácter relativamente secundario de este problema. Al estar el centro de gravedad en la lucha extraparlamentaria por el poder político, es evidente que el problema general de la dictadura del proletariado y de la lucha de las masas por esa dictadura no puede compararse con el problema particular de la utilización del parlamentarismo.

La táctica revolucionaria

El partido comunista en su conjunto y su comité central deben estar seguros, desde el período preparatorio anterior a las elecciones, de la sinceridad y el valor comunista de los miembros del grupo parlamentario comunista. Tiene el derecho indiscutible de rechazar a todo candidato designado por una organización si no tiene el convencimiento de que ese candidato hará una política verdaderamente comunista.

Los partidos comunistas deben renunciar al viejo hábito socialdemócrata de hacer elegir exclusivamente a parlamentarios “experimentados” y sobre todo a abogados. En general, los candidatos serán elegidos entre los obreros. No debe temerse la designación de simples miembros del partido sin gran experiencia parlamentaria.

Los partidos comunistas deben rechazar con implacable desprecio a los arribistas que se acercan a ellos con el único objetivo de entrar en el parlamento. Los comités centrales sólo deben aprobar las candidaturas de hombres que durante largos años hayan dado pruebas indiscutibles de su abnegación por la clase obrera.

Una vez finalizadas las elecciones, le corresponde exclusivamente al comité central del partido comunista la organización del grupo parlamentario, esté o no en ese momento el partido en la legalidad. La elección del presidente y de los miembros del secretariado del grupo parlamentario debe ser aprobada por el comité central. El comité central del partido contará en el grupo parlamentario con un representante permanente que goce del derecho de veto. En todos los problemas políticos importantes, el grupo parlamentario está obligado a solicitar las directivas previas del comité central.

El comité central tiene el derecho y el deber de designar o de rechazar a los oradores del grupo que deben intervenir en la discusión de problemas importantes y exigir que las tesis o el texto completo de sus discursos, etc., sean sometidos a su aprobación. Todo candidato inscrito en la lista comunista firmará un compromiso oficial de ceder su mandato ante la primera orden del comité central a fin que el partido tenga la posibilidad de reemplazarlo.

Los diputados comunistas están obligados a subordinar toda su actividad parlamentaria a la acción extraparlamentaria del partido. La presentación regular de proyectos de ley puramente demostrativos concebidos no de cara a su adopción por la mayoría burguesa sino para la propaganda, la agitación y la organización, deberá hacerse bajo las indicaciones del partido y de su comité central.

El diputado comunista está obligado a colocarse a la cabeza de las masas proletarias, en primera fila, bien a la vista, en las manifestaciones y en las acciones revolucionarias.

Los diputados comunistas están obligados a entablar por todos los medios (y bajo el control del partido) relaciones epistolares y de otro tipo con los obreros, los campesinos y los trabajadores revolucionarios de toda clase, sin imitar en ningún caso a los diputados socialistas que se esfuerzan por mantener con sus electores relaciones de “negocios. En todo momento, estarán a disposición de las organizaciones comunistas para el trabajo de propaganda en el país.

Todo diputado comunista al parlamento está obligado a recordar que no es un “legislador” que busca un lenguaje común con otros legisladores, sino un agitador del partido enviado a actuar junto al enemigo para aplicar las decisiones del partido. El diputado comunista es responsable no ante la masa anónima de los electores sino ante el partido comunista, sea o no ilegal.

Los diputados comunistas deben utilizar en el parlamento un lenguaje inteligible al obrero, al campesino, a la lavandera, al pastor, de manera que el partido pueda editar sus discursos en forma de folletos y distribuirlos en los rincones más alejados del país.

Los obreros comunistas deben abordar, incluso cuando se trate de sus comienzos parlamentarios, la tribuna de los parlamentos burgueses sin temor y no ceder el lugar a oradores más “experimentados”. En caso de necesidad, los diputados obreros leerán simplemente sus discursos, destinados a ser reproducidos en la prensa y en panfletos.

Los diputados comunistas, así se trate de uno o dos, están obligados a desafiar en todas sus actitudes al capitalismo y no olvidar nunca que sólo es digno del nombre de comunista quien se revela (no verbalmente sino mediante actos) como el enemigo de la sociedad burguesa y de sus servidores socialpatriotas.

Circunstancias bajo las que los comunistas estarían dispuestos a formar gobierno con partidos y organizaciones obreras no comunistas. IV Congreso de la IC (extractos)

Bajo determinadas circunstancias, los comunistas deben declararse dispuestos a formar un gobierno con partidos y organizaciones obreras no comunistas. Pero sólo pueden hacerlo si cuentan con las suficientes garantías de que esos gobiernos obreros llevarán a cabo realmente la lucha contra la burguesía en el sentido indicado más arriba. En ese caso, las condiciones naturales de la participación de los comunistas en semejante gobierno serían las siguientes:

1º. La participación en el gobierno obrero sólo podrá concretarse previa aprobación de la Internacional Comunista.

2º. Los miembros comunistas del gobierno obrero seguirán sometidos al control más estricto de su partido.

3º. Los miembros comunistas del gobierno obrero seguirán manteniendo un estrecho contacto con las organizaciones revolucionarias de masas.

4º. El partido comunista conservará absolutamente su fisonomía y la total independencia en su labor de agitación.

Pese a sus grandes ventajas, la consigna del gobierno obrero también tiene sus peligros, así como toda la táctica del frente único. Para prevenir esos peligros, los partidos comunistas siempre deben tener en cuenta que si bien todo gobierno burgués es al mismo tiempo un gobierno capitalista, no es cierto que todo gobierno obrero sea un gobierno verdaderamente proletario, es decir un instrumento revolucionario del poder del proletariado.

 

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[1]

En Italia el proceso revolucionario se prolongaría por dos años más, terminando con la contrarrevolución en la forma de la dictadura fascista.

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