La lucha imperialista por los minerales críticos: una nueva fuente de inestabilidad mundial

“Cuanto más desarrollado está el capitalismo, cuanto más se hace sentir la escasez de materias primas, cuanto más cruda es la competencia y la búsqueda de fuentes de materias primas en todo el mundo, más encarnizada es la lucha por la posesión de colonias.” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, cap. VI).

En los últimos meses, han aumentado las noticias acerca de los minerales críticos y las llamadas “tierras raras”, siendo incluso protagonistas en las negociaciones de paz en la guerra de Ucrania. Estos son materiales clave en la fabricación de tecnología avanzada y fuentes de energía renovable, y cuya escasez de suministro tiene un impacto mucho mayor en la producción respecto a otras materias primas. Con la búsqueda de estos materiales como brújula, hoy se recrudece la lucha de las principales potencias imperialistas por el saqueo del mundo.

El saqueo imperialista del Congo

Estos minerales críticos, junto con las “tierras raras” y otros elementos, se consideran “materias primas estratégicas” no porque se consuman en grandes cantidades, sino por ser vitales en la producción de tecnología avanzada en el campo digital (semiconductores, pantallas), energético (aerogeneradores, paneles fotovoltaicos, baterías) o bélico (drones, radares, industria aeroespacial), entre otros.

La búsqueda de estos elementos ha empujado a las principales potencias –EEUU, China, pero también Rusia y Europa– a competir por estos recursos a través del saqueo de países extranjeros. Es el caso, por ejemplo, de la República Democrática del Congo, país que posee el 80% de las reservas de coltán del planeta y de donde se extrae el 75% del cobalto, además de otros minerales como el oro, litio, manganeso, tungsteno, níquel o diamantes. Por la pugna en el control por los recursos minerales, el país se encuentra sumido en constantes guerras que tienen su origen hace más de tres décadas, en el genocidio de Ruanda, fruto del legado del dominio colonial por parte del imperialismo europeo, con su creación de fronteras artificiales valiéndose de la política del “divide y vencerás” entre distintos grupos étnicos y religiosos. Desde entonces, cerca de 6 millones de personas han muerto por conflictos armados en el Congo y 7 millones se encuentran desplazados internamente en la actualidad, todo ello en medio de una crisis humanitaria, miseria extrema y trabajo infantil en las minas en condiciones de semi-esclavitud. En la tercera década del siglo XXI, después de miles años de progreso científico, tecnológico y cultural de la humanidad, esto es lo que el sistema capitalista ofrece a millones de personas, en palabras de Lenin: un horror sin fin.

Recientemente, el Congo ofreció a Estados Unidos oportunidades para la explotación de sus reservas mineras, a cambio ayuda para derrotar las fuerzas rebeldes del M23 (Mouvement du Mars-23), un grupo armado que recibe el apoyo de la vecina Ruanda, a su vez aliada de EEUU, y que, con el apoyo del ejército ruandés, controla ciudades importantes del este del Congo donde se encuentran las principales extracciones mineras, así como las principales rutas de transporte de minerales. De este modo, grandes cantidades de minerales extraídos en estas áreas del Congo pasan a través del contrabando hasta Ruanda (según la Iniciativa de la Cadena Internacional de Suministro de Estaño (ITSCI), sólo un 10% de los minerales exportados por Ruanda fueron extraídos en su territorio) y, a partir de ahí, entran en las cadenas de suministro globales. Esto permite a las grandes multinacionales como Apple comprar estas materias primas presumiendo engañosamente de su –falso origen “libre de conflicto”.

La administración Trump se ha mostrado proclive a llegar a un acuerdo en base a la propuesta del gobierno congolés para la explotación de sus reservas que, hasta hoy, son explotadas en su gran mayoría por parte de China. Así, EEUU pretende asumir un rol de “mediador”, escenificando una declaración firmada en Washington por la República Democrática del Congo y Ruanda, destinada a sentar las bases para un “acuerdo de paz duradero”.

Por su parte, China controla 15 de las 17 minas de cobalto del Congo, y entre el año 2000 y 2021 desembolsó en el Congo 12.800 millones de dólares en préstamos –el equivalente a una cuarta parte del PIB del país– para el desarrollo de operaciones vinculadas a la extracción y el refinamiento de minerales. Por ello, ante el avance de EEUU, China no está dispuesta a quedarse atrás, y pese a haber mantenido una línea de no interferencia hasta ahora, por primera vez ha instado a Ruanda a retirar su apoyo al M23.

Incluso la pequeña Unión Europea ha tomado partido, haciendo gala de su hipocresía imperialista al imponer una sanción a funcionarios ruandeses vinculados a la extracción “ilícita” de minerales sólo un año después de haber firmado un acuerdo con el gobierno de Ruanda sobre materias primas esenciales. Está claro que esta presión sobre Ruanda, sea por parte de la UE o cualquier otra banda de imperialistas, nada tiene que ver con la preocupación acerca de las violaciones de “derechos humanos”, los conflictos armados en la región, los “llamados minerales de sangre” o la explotación infantil en el Congo, de los que dichosamente se aprovechan. Las verdaderas fuerzas impulsoras detrás de estos movimientos los resumía El País: “Europa, al igual que EEUU, quiere asegurar el suministro de minerales críticos para la transición energética”.

En otras palabras, se trata de la lucha imperialista por el acceso a materias primas, sobre la sangre y la explotación de millones de personas en el Congo y toda la región. Todo ello es una clarificadora explicación de lo que significa la llamada “multipolaridad”: la elección entre ser saqueado por un grupo de imperialistas o por otro, entre ser expoliado de manera abierta o indirecta.

El dominio de China y el declive relativo de EEUU

Después de años de inversiones y una política estratégica a más largo plazo en este campo, China encabeza hoy el control y la producción de estos minerales críticos y materias primas estratégicas, y con ventaja. En el caso de las llamadas “tierras raras”, de las cuales tiene reservas en la mitad de su territorio, China representa hoy el 60% de su producción a nivel mundial y el 90% de su refinamiento. También se refinan en China el 68% del cobalto que consume el mundo, el 65% del níquel y el 60% del litio, esencial en la producción de las baterías de coches eléctricos. Es de hecho en este campo donde China también lleva la delantera, socavando la competitividad de la industria automovilística estadounidense y, sobre todo, europea: según Goldman Sachs, el 65% de los componentes de baterías, el 71% de las celdas de las pilas recargables y el 57% de los vehículos eléctricos del mundo llevan el sello de Pekín. Del mismo modo, China representa una cuota de al menos el 75% en cada una de las distintas etapas en la producción de paneles solares. Otro mineral crítico es el grafito, esencial para la producción de baterías (sin él, éstas durarían menos y sus tiempos de carga serían mayores), del que China controla su producción en todas sus formas: natural (86%), purificado (96%) y sintético (80%). Por su parte, Europa, produce menos del 1% del grafito que consume. Este grado de concentración no es una simple ventaja tecnológica o comercial, sino una expresión del dominio monopolista característico de la fase imperialista del capitalismo. En palabras de Lenin: “La libre competencia es el rasgo fundamental del capitalismo y de la producción mercantil en general; el monopolio es exactamente lo opuesto a la libre competencia, pero vemos cómo ésta va transformándose ante nuestros ojos en monopolio” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, cap. VII).

Esta es sólo una muestra más del auge de China como potencia de escala mundial y el declive relativo de EEUU quien, pese a seguir siendo la mayor potencia económica, política y militar del planeta, ya no es el único poder en el mundo, ni es capaz de imponer su dominio en todas partes. Esta nueva relación de fuerzas ha preparado un cambio fundamental en las relaciones globales que se ha materializado, bajo la nueva administración Trump, con el repliegue de EEUU en Europa para centrarse en sus áreas de influencia prioritarias.

En esta nueva política, los minerales críticos y las materias primas esenciales también tienen su lugar: está claro el riesgo que supone para los intereses imperialistas de EEUU todo lo descrito acerca del dominio de China en este ámbito. EEUU depende de China para el 100% de sus suministros de 15 minerales críticos y en más del 50% de otros 29. Para ninguno de los 50 elementos considerados como estratégicos es autosuficiente. Según El País: “Si China decidiera prohibir la exportación de minerales críticos, debilitaría las capacidades militares e industriales de EEUU y de otros países”. De hecho, un contexto marcado por las tendencias proteccionistas en la economía mundial y, en particular, entre EEUU y China, el país asíatico ya ha empezado a usar estos materiales críticos como arma económica: China ya endureció en 2023 los controles a la exportación de germanio y galio –ambos empleados para fabricar chips– y en 2024 prohibió su envío a EEUU, junto al antimonio.

Es sobre esta base, que uno de los primeros anuncios de Trump fueran sus ambiciones sobre Groenlandia, así como la anexión de Canadá, tratándolo como una cuestión de “seguridad nacional” – eso es, de necesidad para los intereses de clase capitalista estadounidense. No es casualidad que Groenlandia posea el mayor yacimiento de tierras raras fuera de China, el cual, se calcula, podría suministrar el 20-30% de las necesidades globales de estos minerales, además de importantes reservas de petróleo.

Del mismo modo, al comenzar las negociaciones de paz en Ucrania, Trump expresó su voluntad de recobrar la ayuda prestada a Ucrania –según sus cálculos, unos 350.000 millones de dólares– a través de la apropiación por parte de EEUU de sus recursos minerales. Ucrania, pese a no poseer tierras raras, sí tiene reservas al menos 20 de la treintena de materias primas consideradas estratégicas, además de petróleo y gas. El pasado 29 de abril, EEUU y Ucrania llegaron finalmente a un acuerdo, cuyo texto definitivo no plantea la propiedad de EEUU de los recursos ucranianos sino la creación de un fondo común de “colaboración igualitaria” entre ambos países para invertir en la extracción. Significativamente, el acuerdo también tiene la intención de excluir a China de la reconstrucción de Ucrania.

Incluso, el gobierno estadounidense ha firmado recientemente una orden ejecutiva destinada a aumentar de inmediato la producción nacional de minerales críticos, invocando la Ley de Producción de Defensa para ampliar el arrendamiento y el desarrollo en tierras federales, donde pueda llevarse a cabo la construcción y operación de plantas privadas de producción minera. A pesar de todo, en el extranjero o en casa, todas estas operaciones requieren su tiempo hasta que sean operativas. En el caso de la producción en suelo estadounidense, el tiempo que lleva abrir en EEUU una nueva mina desde su descubrimiento hasta su producción es de 29 años en promedio, según un informe de S&P Global. En otras palabras, EEUU no podrá borrar a corto plazo su dependencia de las importaciones de China, ni el dominio de esta en el campo de los minerales críticos.

El “triángulo del litio”

La lucha de EEUU contra el dominio de China en el campo de los minerales críticos también se libra en Argentina, que junto a Chile y Bolivia constituye el llamado “triángulo del litio”. Combinados, estos tres países representan un 60-70% de las reservas mundiales de litio. En el caso de Argentina, es el cuarto productor de litio a nivel mundial, con un 20% de las reservas del planeta. Esto lo convierte en el segundo depósito más grande del mundo. También es China quien lleva la ventaja en el control de estas reservas en el país. Entre 2020 y 2023, las empresas chinas invirtieron 3.200 millones de dólares en proyectos mineros, el doble que EEUU. Además, el 40% de la exportaciones de litio de Argentina fueron a China, y sólo el 9% a EEUU.

En 2024, la firma china Tsingshan, de manera conjunta con la francesa Eramet inauguró otra nueva mina en este país que se espera que produzca 24.000 toneladas de carbonato de litio al año, lo que equivale a más de la mitad de las exportaciones de este mineral de Argentina en 2023. Para MacMurray Whale, especialista en litio, “estas compañías [chinas] piensan a largo plazo, mientras que empresas como [la estadounidense] Albemarle pueden preocuparse por el flujo de caja del próximo año”. Otro experto en litio del Servicio Geológico de EEUU declaró que “[las empresas chinas] tienen al menos diez años de ventaja sobre Estados Unidos”.

En este contexto, recientemente, EEUU ha intentado ganar terreno, incluyendo a Argentina (junto a Ucrania y otros países ex-coloniales), en julio del año pasado, en el “Minerals Security Partnership (MSP) Forum”, organismo liderado por EEUU y del que forman parte otros 14 países y la Unión Europea. Los objetivos del MSP son garantizar unas cadenas de suministro de minerales esenciales “seguras, sostenibles y éticas”, de acuerdo con los estándares ESG  (por sus siglas en inglés: Environmental, Social and Governance), que evalúan el desempeño de empresas en términos de “sostenibilidad ambiental”, “responsabilidad social” y “calidad de su gobernanza corporativa”. En otras palabras, se trata de un “lavado verde” al avance de los intereses del imperialismo occidental en su objetivo de reducir su dependencia frente a China en cuanto a los minerales críticos o, lo que es lo mismo, un “lavado verde” al saqueo de estos recursos minerales y la destrucción del medio ambiente por parte de un puñado de multinacionales.

La realidad es que el precio de esta carrera por el acceso a minerales críticos es un impacto ambiental y social, pues las explotaciones mineras requieren de enormes cantidades de agua, poniendo en peligro los recursos hídricos de los salares, esenciales para las comunidades locales e indígenas de la zona, que dependen de la agricultura y ganadería. Un ejemplo de esto es la desecación del río Trapiche en la provincia argentina de Catamarca. Este río, que anteriormente alimentaba pastizales y sostenía una rica biodiversidad, se ha secado a lo largo de siete kilómetros de su cauce, y la fauna que dependía de este ecosistema, como vicuñas, pumas, gatos andinos y tres especies de flamencos ha desaparecido de la zona. La desecación del río Trapiche también ha tenido consecuencias significativas para las comunidades locales, especialmente para los pueblos indígenas como los Atacameños del Altiplano, que dependen de la agricultura y ganadería.

Diversas investigaciones periodísticas y denuncias de comunidades locales han documentado que el origen de la desecación está en el desvío del curso del agua para abastecer las operaciones mineras de la empresa Arcadium Lithium, de capital estadounidense y australiano, que afirma seguir los “estándares ESG”. En marzo de este año, la compañía fue absorbida por Rio Tinto, una gigante minera anglo-australiana, uno de los principales productores de litio en el mundo, que en 2024 reportó ingresos superiores a los 60.000 millones de dólares, y que también cuenta con un largo historial de controversias ambientales y sociales en distintos países.

Las nuevas relaciones mundiales

La lucha por los minerales críticos y las materias primas estratégicas es un reflejo de la nueva situación mundial, marcada por un cambio histórico en las relaciones globales que ha quebrantado el “orden mundial” de los últimos 35 años. Después de la caída de la URSS, EEUU emergió como única superpotencia en el mundo, extendiendo su dominio por cada rincón del mundo. La incorporación de Rusia y China al mercado mundial dio un impulso colosal a la llamada globalización –que fue la base para el crecimiento del sistema capitalista en las últimas décadas–, a la vez que EEUU imponía una política de libre comercio, penetrando en cada mercado y derribando todas las barreras comerciales.

Fue durante este periodo que los capitalistas occidentales deslocalizaron sus fábricas e invirtieron cantidades masivas de capital en China en su búsqueda de beneficios, gracias a la explotación de mano de obra barata, la falta de derechos democráticos de los trabajadores chinos y de regulaciones medioambientales, etc., en lugar de invertir en casa para desarrollar sus propias fuerzas productivas y aumentar así su productividad. De este modo, sentaron las bases para la transformación de China de un país productor de mercancías baratas (juguetes, ropa, muebles, etc.) en la segunda potencia mundial, con una base industrial poderosa, productora de tecnología avanzada y que se encuentra a la vanguardia en áreas clave como el coche eléctrico, las energías limpias o la robótica. A su vez, al hacerlo, occidente debilitó su base industrial y su competitividad en el mercado mundial, al descuidar las inversiones y la innovación en favor de los beneficios a corto plazo.

Todo este proceso que se ha gestado durante décadas ha dado lugar a una nueva correlación de fuerzas, que exige, como explicó Lenin, un nuevo reparto del mundo acorde con ella: “el mundo se encuentra ya repartido, de modo que en el futuro solamente caben nuevos repartos, es decir, el cambio de ‘propietario’ de un territorio, y no el paso de un territorio sin dueño a un ‘propietario’” (Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo, cap. VI). En un mundo donde el antiguo orden liderado por EEUU se descompone y emergen nuevas potencias como China, el control de estos minerales y materias primas esenciales se convierte en un eje central de competencia y conflicto imperialista.

¡Por la planificación democrática de la economía!

Las enormes posibilidades que abre el uso de estos recursos minerales gracias a la técnica actual deberían significar para la humanidad el acceso a energías limpias así como el desarrollo de la innovación, la tecnología y la ciencia para progreso de toda la sociedad. Sin embargo, bajo el sistema capitalista, todo este potencial queda enterrado en favor de la lucha imperialista entre un puñado de monopolios de las principales potencias por el acceso a mercados, materias primas y áreas de influencia. Su rastro no es otro que el de guerras, explotación, trabajo infantil y destrucción del planeta.

Por ello es necesaria una revolución socialista mundial, que expropie la economía de las manos de los imperialistas del mundo para pasarla a manos de la clase obrera, liberando las fuerzas productivas de las trabas que hoy limitan su desarrollo: la propiedad privada y el Estado nacional. Sobre la base de una economía planificada a nivel mundial, podrían coordinarse y centralizar todos los recursos y fuerzas productivas del planeta, hoy dispersas en pequeños Estados nacionales que compiten entre ellos, bloqueando la cooperación y el acceso colectivo al conocimiento científico y tecnológico.

Acabando con la propiedad privada de los medios de producción, en favor de su posesión colectiva bajo control democrático, sería posible poner la producción y los inmensos recursos hoy en manos de un puñado de billonarios al servicio de las necesidades sociales y del planeta. Se podría acabar con la pobreza y las guerras en el mundo, garantizar una vivienda, educación y sanidad dignas para cualquier ser humano, todo ello a la vez que mitigar el cambio climático, restaurar los ecosistemas del planeta, invertir verdaderamente en la recuperación y reciclaje de los materiales, en lugar de su extracción anárquica y descontrolada, y una infinidad más de posibilidades.

Para ello, el cometido que tenemos por delante es el de construir un partido revolucionario mundial, herramienta que necesita nuestra clase para poner fin al sistema capitalista y empezar la inmensa y apasionante tarea de la transformación socialista de la sociedad.

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